“Llevar valijas no es ser lobbyista, eso se llama coimero”, dijo sin anestesia Roberto Starke, socio de la consultora Infomedia y considerado uno de los lobbyistas top más reconocidos académicamente de la Argentina. Starke formó parte de un panel sobre el lobbying y su correcta definición que el Consejo Profesional de Relaciones Públicas armó en tiempo récord en la Universidad del Salvador, alarmado por la serie argentina de TV El Lobista, de la productora Polka y la distribuidora Turner, que se emite por Canal 13 los miércoles y jueves a la noche.
Los actores Rodrigo de la Serna, Darío Grandinetti, Julieta Nair Calvo y Leticia Bredice reconstruyen por primera vez para la TV local lo que el lugar común entiende por “lobi$ta” (sic). De hecho, la “s” fue cambiada por el signo $: ni hace falta verla para entender el mensaje.
En la tira, el protagonista, De la Serna, más que un lobbyista profesional que vincula intereses particulares con el poder y busca educar a los gobiernos según los intereses de sus clientes para conseguir o evitar medidas, regulaciones o impuestos que los afecten o beneficien, representa a un intermediario de sobornos: rol mucho más próximo a la muy arraigada percepción popular que como los reales lobbyistas quisieran ser considerados en la opinión pública. Cabe destacar que -más allá del enojo de los lobbyistas- la novela de diez capítulos fue bien evaluada por la crítica y tiene buen rating.
Y así como los relacionistas públicos están hartos de que se los confundiera primero con repartidores de tarjetas para discotecas y, últimamente, con proxenetas, pedófilos y narcotraficantes, los lobbyistas reales se sienten tocados por una serie que los retrata como meros traficantes de influencia o, directamente, coimeros.
Starke consideró que la serie es un “telenovelón” que sirve para “distenderse y hacer catarsis”. Compartió el panel con Adrián Pérez, secretario de Asuntos Políticos del gobierno nacional, el periodista y abogado Román Lejtman y la moderadora Marisa Ramos, docente de Ciencias Políticas de esa universidad.
Lejtman, en cambio, evaluó la serie como “poco interesante”. En eso coincidió con Santiago Lacase, que en La Hora de Maquiavelo juzgó a la novela con las mismas consideraciones. Lacase, director de la consultora de comunicación y lobbying Agora Asuntos Públicos, se autocalificó abiertamente como lobbyista “orgulloso” y sostuvo que “lo positivo es que haya una serie en la que se habla de nuestra profesión. Significa un avance”.
Pero Lacase aclaró que “hay una confusión terminológica y por eso el término fue pasando por Relaciones Gubernamentales, Relaciones Institucionales, Asuntos Públicos”. Pero enseguida acotó: “hay series de abogados en las que los abogados son corruptos, y no por eso todos los abogados son corruptos, y hay series de policías en las que los policías son corruptos, y no por eso todos los policías son corruptos”.
La serie llega en momentos en que los lobbyistas argentinos intentan mejorar su reputación luego de una década de un régimen político en el que el lobby empresario estuvo muy ligado a actos de corrupción. Si bien el gobierno del presidente Mauricio Macri demuestra esfuerzos por transparentar su gestión y el vínculo del Estado con las empresas, la desconfianza de los argentinos en las instituciones, particularmente en los empresarios, la Justicia y el poder político siguen altas.
Un intento impulsado por la comunidad de lobbyistas, el Consejo Profesional de Relaciones Públicas y el Círculo Dircom con diputados oficialistas para aprobar una ley de “Gestión de Intereses” que ayude a regular, transparentar y así indirectamente prestigiar a la profesión fracasó el año pasado en la Cámara de Diputados. Actualmente descansa en los cajones de la Comisión de Asuntos Constitucionales de Diputados.
Ahora cunde el temor en la selecta comunidad de lobbyistas a que esta serie refuerce la percepción negativa de su profesión en el imaginario colectivo.
Starke remarcó que también en los medios, muchos de los periodistas mejor formados y más prestigiosos incurren en la misma confusión, y destacó que recientemente Hugo Alconada Mon, del diario La Nación, describió a Jorge “El Corcho” Rodríguez, señalado en la Justicia como traficante de sobornos de la brasileña Odebrecht, también es un “lobbyista”. “Me parece más grave que la serie de TV y creo que ahí hay un problema de conceptualización”. De hecho, la serie El Lobista parecería hasta inspirada en un personaje como Rodríguez.
De todos modos, Starke reconoció que los lobbyistas se manejan en el mundo entre los negocios y la política y que ahí hay “zonas grises”.
Describió al lobbyista como un experto en comunicación, sagaz en crear climas de opinión pública y astuto para entender cuáles son sus posibilidades y sus límites: “Saber tocar timbres, abrir puertas y llevar valijas no te hace un lobbyista, sino simplemente un coimero”.
Fuente: Revista Imagen