lunes, 12 de mayo de 1997

Archivos encontrados: Adiós al Boleto


Por: Albino José Serpi

El boleto, ese rectangular y diminuto papel inscripto con el nombre de la empresa de transporte, la leyenda "vale por un viaje", y una cifra con un montón de números nos abandona. Y cómo dejarlo ir sin despedirlo.

Así como era arrojado al suelo cada vez que el pasajero terminaba su viaje, también otra tantas veces fue el testigo mudo de etapas pasadas de nuestras vidas. Es que el boleto viene de antes, desde la época del tranvía, cuando un guarda portando una cilíndrica cajita de metal cortaba el boleto uno por uno.

Era conservado por las damas en un pequeño monedero cuando iban al trabajo o en la elegante cartera de charol cuando viajaban hacia el cine. Los hombres, en épocas de traje y corbata, solían ubicarlo en el ojal de la solapa o, reduciéndolo con múltiples doblados, los aprisionaba entre el anillo y el dedo.

Los estudiantes solíamos mezclarlos en los bolsillos de los desprolijos primeros pantalones largos con machetes para las pruebas de industrial, mientras las chicas sabían atesorarlos en los libros.

El boleto supo ser señalador de biblias de aquellos pasajeros que se trasladaban a las iglesias del centro y comprobante oficial de los gastos del cadete de la oficina.

Unos y otras algunas veces supimos de la vergüenza que significaba no encontrarlo a tiempo cuando el inspector lo reclamaba con el ceño fruncido. Otras veces lo tuvimos en nuestras manos al viajar hacia la escuela, la cancha, la casa de nuestra novia, el saladillo, la florida, o en horas tardías regresando al hogar después del baile.

Boleto con cifra visible que nos alegraba la ingenuidad de niños cuando era capicúa, boletos con muchos números para motivar el espíritu caballero de los quinieleros.

Existieron los coleccionistas y las cadenas de solidaridad para lograr miles de boletos a cambio de un sillón de ruedas para lisiados. Fue impreso con publicidad y también con la inscripción "Rosario, Cuna de la Bandera".

Como a los hombres el tiempo comenzó a desplazarlos de a poco. Los colectivos fueron incorporando sistemas que arrojaban por un minúsculo buzón un comprobante computarizado.

Y, ya al final, el tradicional boleto blanco y negro cruzado a veces con una franja de color deja de acompañarnos. Llegaron las tarjetas, prácticas, seguras, eficientes.

Puede que además de sus ventajas dentro de poco tiempo sean diseñadas con motivos coleccionables como paisaje, flora, fauna, rompecabezas, publicidad y hasta sorteos.

Puede también que los jóvenes papás junto a sus pequeños hijos la utilicen como si fueran naipes para armar castillos de fantasías o que los solidarios inicien nuevas cadenas para lograr sillones de ruedas.

Y mientras damos la bienvenida a la moderna tecnología, valga la oportunidad de despedir al boleto como un símbolo del tiempo que pasamos y no caer en la descortesía de no haber despedido en ese momento a la fogata de San Pedro y San Pablo, la yapa, el festejo de las fechas patrias, la calesita del baldío de la esquina, la pelota de goma para jugar a las cabezas, a rayuela, el cine del barrio con 3 películas por función, el grito de gol de Fioravanti o Muñoz, el televisor blanco y negro, el Capitán Piluso, Sui Generis, Titanes en el Ring…

Apúrese lector, busque rápido entre la pelusa del bolsillo del saco, en el jeans, la camisa o algún lugar un boleto, guárdelo. Le ayudará a recordar, será bueno tenerlo.

Adiós pasado, Adiós Boleto.
Fuente: Diario La Capital

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