domingo, 10 de noviembre de 2024

#CasoDalmasso La Corte convalidó la insólita condena a un periodista

En un fallo irregular y contradictorio, tres de los cuatro cortesanos aplicaron el artículo 280 del Código Procesal Civil para rechazar sin fundamento alguno el recurso en queja presentado hace seis años por el director de esta revista. Antes habían corrido vista al procurador general, que en 2021 emitió un dictamen sugiriendo revocar la condena que el Tribunal Superior de Justicia le había impuesto a Vaca Narvaja
Por: Hernán Vaca Narvaja  
En un país completamente a la deriva, con un presidente que insulta a legisladores y periodistas por igual -pero que curiosamente no se mete con la “casta” judicial-, el Grupo de Tareas que hoy ocupa los mullidos sillones de la Corte Suprema de Justicia clausuró un debate jurídico suscitado hace más de tres lustros sobre la cobertura periodística del crimen más resonante de los últimos tiempos en el país: el homicidio todavía impune de Nora Dalmasso.

En un fallo temerario, extemporáneo y contrario a derecho, tres de los cuatro supremos -Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Juan Carlos Maqueda- rubricaron una resolución de dos párrafos que reza textualmente: "Que el recurso extraordinario, cuya denegación originó esta queja, es inadmisible (art. 280 del Código Civil y Comercial de la Nación). Por ello, se desestima la presentación directa. Declárase perdido el depósito efectuado. Notifíquese y, oportunamente, archívese".

El artículo invocado por la Corte ha sido tachado de inconstitucional y existen varios proyectos en el Congreso para modificarlo, por cuanto faculta al máximo tribunal del país a rechazar los recursos extraordinarios y/o en queja sin fundamento alguno, lo que en los hechos supone una absoluta discrecionalidad sobre los asuntos a tratar sin necesidad de explicar ni fundamentar sus decisiones.

El citado artículo 280 dice textualmente: "Cuando la Corte Suprema conociere por recurso extraordinario, la recepción de la causa implicará el llamamiento de autos. La Corte, según su sana discreción (sic), y con la sola invocación de esta norma, podrá rechazar el recurso extraordinario, por falta de agravio federal suficiente o cuando las cuestiones planteadas resultaren insustanciales o carentes de trascendencia (...) La Corte podrá desestimar la queja sin más trámite, exigir la presentación de copias o, si fuere necesaria, la remisión del expediente".

¿Qué sucedió en este caso? Cuando recibió el expediente, en 2018, la propia Corte Suprema corrió vista a la Procuración General. Tres años después, el procurador general Víctor Abramovich se pronunció a través de un dictamen medular en el que cuestionó al Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Córdoba por haber rechazado el recurso extraordinario presentado por el director de El Sur, que había recurrido la sentencia que lo condenó a indemnizar a los hijes de Marcelo Macarrón, por entonces imputado por el fiscal Daniel Miralles como autor material del crimen de su esposa.

"El recurso extraordinario federal fue mal denegado en la medida en que pone en tela de juicio la interpretación de las cláusulas constitucionales que garantizan la libertad de expresión, el derecho al honor, a la intimidad, a la imagen, la protección de la vida familiar y el interés superior de las niñas y niños", escribió Abramovich. Y advirtió que la controversia judicial planteada entre Macarrón y Vaca Narvaja  planteaba la interpretación de la propia Constitución Nacional, la Convención Americana de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y la Convención sobre los Derechos del Niño. "El recurso de queja resulta procedente", dictaminó el procurador. Pero la Corte no acusó recibo del dictamen y tres años después decidió archivar la causa aplicando el monárquico artículo 280. No tiene lógica. Salvo que haya gato -o pato- encerrado.
El factor Maqueda
Para rechazar in límine el recurso en queja presentado hace seis años, la Corte requería al menos de tres votos. Ricardo Lorenzetti y Juan Carlos Maqueda son los únicos sobrevivientes de la vieja Corte que supo ser ejemplo de independencia, rigor y probidad luego de que el presidente Néstor Kirchner terminara con la oprobiosa  "mayoría automática" del menemismo. Huyeron como ratas por tirante el presidente de la Corte Julio Nazareno y sus pares Guillermo López y Adolfo Vázquez, en tanto fueron destituidos Antonio Boggiano y Eduardo Moliné O´Connor.

Si bien Maqueda había sido nombrado durante el interinato presidencial del senador Eduardo Duhalde -a instancias de su mentor político José Manuel De la Sota-, su bajo perfil le permitió adaptarse y disfrutar del prestigio de los nuevos cortesanos que llegaron para oxigenar el cuerpo: el propio Lorenzetti, Eugenio Zaffaroni, Helena Highton de Nolasco y Carmen Argibay.

El alejamiento de Zaffaroni apenas cumplió 75 años -la edad jubilatoria estipulada por ley-, el temprano deceso de Argibay y las renuncias de Carlos Fayt y Highton de Nolasco volvieron a mutar la fisonomía institucional de la cúpula del Poder Judicial, que inició un vertiginoso descenso hacia el descrédito institucional con la llegada de Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz, cuyo insólito nombramiento por decreto de necesidad y urgencia (DNU) –que aceptaron dócilmente- fue impulsado por Mauricio Macri a días de asumir la Presidencia.

Maqueda cumplirá 75 años en diciembre próximo y, según sus propias declaraciones, se acogerá de inmediato a la jubilación. Después de 22 años en la Corte, es natural que se relaje y disfrute de sus últimas semanas en la cúspide del Poder Judicial concurriendo a ágapes y homenajes como el que le hizo el Colegio de Abogados de Córdoba, que tiene como vicepresidenta a Verónica Garade, una de las favorecidas por el TSJ en un fallo escandaloso que motivó una denuncia penal contra tres de sus miembros (ver páginas 8 a 10).

Sin embargo, llamativamente, a escasos dos meses de irse a su casa, Maqueda se hizo tiempo para sumar su cotizada rúbrica  para que la ajustada nueva mayoría de la Corte confirmara en un fallo vergonzoso -y vergonzante- que en el caso Dalmasso, el proceso judicial más escandaloso y mediático de la historia reciente de Córdoba y el país, el único condenado sea un periodista.

Viva la corporación
Es cuanto menos sugestivo que antes de retirarse Maqueda confirmara la condena contra un periodista de su provincia que supo seguir desde distintos medios de comunicación su empalagosa relación con José Manuel De la Sota, a quien le debe no sólo la jubilación de privilegio que cobrará desde 2025, sino su inesperado –y para muchos inexplicable- protagonismo político en la Argentina del siglo veinte.

Gracias a De la Sota Maqueda fue convencional constituyente municipal, provincial y nacional; diputado provincial, nacional y senador por Córdoba. Y hasta tuvo la osadía de asumir como ministro de Educación de la Provincia, cargo que abandonó sin pena ni gloria apenas su mentor se percató de su nula habilidad para ejercer cargos ejecutivos.

En la Corte siempre mantuvo un bajo perfil, hasta que trascendió el desastre que  provocó su gestión al frente de la obra social del Poder  Judicial, cuyos efectos devastadores están siendo investigados en los tribunales de Comodoro Py. El millonario perjuicio económico provocado por los desmanejos de su sobrina política y su médico personal también fue uno de los puntos salientes del pedido de juicio político que le inició la Comisión ad hoc en el Congreso Nacional.  

Dicen que Maqueda traicionó a  Lorenzetti a cambio de protección. Lo cierto es que su participación fue clave para entronizar a Horacio Rosatti en la presidencia del cuerpo, en una votación de la que participaron solo tres de los cinco integrantes que por entonces tenía la Corte. La misma mayoría automática que -ya sin Highton de Nolasco- permitió clausurar el caso Dalmasso concenando al periodista que más investigó los desaguisados judiciales que allanaron el camino de la impunidad.

El dictamen de Abramovich
Víctor Abramovich es un destacado abogado porteño especializado en Derechos Humanos. Es, además procurador general suplente ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Interviene en los casos en los que no lo hace el eterno procurador interino Eduardo Casal.

Hace tres años, cuando la Corte Suprema le corrió traslado a la Procuración para que evaluara el recurso de queja interpuesto contra el Tribunal Superior de Justicia (TSJ) de Córdoba -caratulado "Macarrón, Marcelo Eduardo y otros c/Vaca Narvaja, Hernán s/ordinario",-, Abramovich emitió un dictamen que dejó muy mal parados a los vocales de la Sala Civil del TSJ Domingo Sesín, Aída Tarditti y María de las Mercedes Blanc de Arabel.

Además de condenar al director de revista El Sur a indemnizar a los hijos de Marcelo Macarrón, los supremos cordobeses denegaron el recurso extraordinario a la Corte, lo que obligó a  Vaca Narvaja -que había logrado que la Justicia al menos excluyera al viudo/imputado del resarcimiento económico por supuesto daño moral- a recurrir en queja. Tras manifestar su sorpresa por la negativa del TSJ ante una cuestión de interpretación de la Constitución Nacional y los pactos internacionales sobre libertad de expresión y derecho a la intimidad, Abramovich dictaminó que "el recurso de queja resulta procedente". En otras palabras, que la larga controversia jurídica entre Macarrón y Vaca Narvaja ameritaba -amerita- el análisis y pronunciamiento del máximo tribunal del país.

Caminito
Antes de llegar a la Corte, Vaca Narvaja había logrado revertir al menos parcialmente el brutal fallo de primera instancia dictado por la jueza Rita Frayre de Barbero, que en 2013 lo condenó a indemnizar a la familia Macarrón -el viudo y sus dos hijes- con 150.000 pesos (alrededor de 23 mil dólares) y hacerse cargo además de todos los gastos del proceso, incluido el pago de honorarios a los abogados de Macarrón.

Dos años después, la Cámara Civil integrada por Rosana De Souza, Eduardo Cenzano y María Adriana Godoy confirmó la condena, pero bajó el monto a la mitad: $ 75.000 (alrededor de 7,500 dólares).

Crimen y castigo... al mensajero!
Por: Alejandro Fara
Cuando se cumplen 18 años del asesinato de Nora Dalmasso, el máximo tribunal del país convalidó el fallo contra el periodista que con mayor ahínco y compromiso siguió la causa judicial.

Si la mitad del empeño que puso en perseguir y castigara un periodista, la Justicia lo hubiese destinado a r a fondo en la investigación del asesinato de Nora Dalmasso, el crimen de la Villa Golf llevaría años resuelto.

Pero, se sabe, no vivimos una época especialmente racional y, mucho menos, justa. Por eso, 18 años después, la causa Dalmasso seguirá siendo una de los asesinatos impunes más vergonzantes de los tribunales riocuartenses y, por eso también, la única cucarda que podrá
colgarse en el cuello la corporación judicial será la de haber condenado a un periodista.

No a cualquiera, sino al que con mayor ahínco y compromiso reflejó las torpezas de quienes tenían a cargo la pesquisa y los burdos intentos por echar barro y desviar la investigación.

Ahora, la Corte Suprema de la Nación acaba de dilapidar una chance inmejorable de poner algo de racionalidad en una causa a la que no le faltó ningún ingrediente para transformarse en una obra maestra del horror. En un fallo  que le llevó seis años para ser "meditado" y una sola línea para ser escrito el máximo tribunal del país resolvió que Tel recurso extraordinario, cuya denegación originó está queja es inadmisible.

Chau, te fuiste, como en el campito
No hay fundamentos, no hay explicación de por qué se echó por tierra la postura del  Procurador General Víctor Abramovich que en 2021 intentó poner las cosas en su lugar con un dictamen que significó una fuerte advertencia al Tribunal Superior de Justicia de Córdoba por haber rechazado el recurso extraordinario presentado por el periodista Hernán Vaca Narvaja. "Fue mal denegado en la medida en que pone en tela de juicio la interpretación de las cláusulas constitucionales que garantizan la libertad de expresión, el derecho al honor, a la intimidad, a la imagen, la protección de la vida familiar y el interés superior de las niñas y niños”, decía el Procurador.

Parecía la antesala de una medida reparadora. después de largos años de asedio y de intento de disciplinamiento. Con ese temperamento se tomó aquella noticia en la sencilla reunión que un puñado de periodistas de la ciudad compartió con Vaca Narvaja en la sede del Círculo Sindical de la Prensa. Era la manera que habían encontrado de abrazar al colega y al amigo, de decirle que no estaba solo en una pelea que desde el vamos se presentó desproporcionada y carente de toda lógica.

Tres años después, el efecto balsámico se disipó abruptamente con el fallo de los cortesanos.

No viene mal un ejercicio de memoria. ¿Se acuerdan de la invasión mediática de aquel fin de año de 2006? En medio de la carnicería mediática que montaron los canales sensacionalistas de Buenos Aires en aquellas semanas en las que el crimen de Nora medía niveles astronómicos de audiencia, con truculentas imágenes de la víctima desfilando por el prime time, resultaba arduo (y todavía hoy cuesta) entender cómo la inusitada artillería judicial del viudo Marcelo Macarrón estuvo selectivamente orientada a tres periodistas de reconocida trayectoria de la ciudad; el director de Revista El Sur, Hernán Vaca Narvaja; la directora de Otro Punto, Alejandra Elstein, y la entonces periodista de Canal 13 Vanesa Lerner.

¿Qué era eso sino un intento de acallar ala prensa riocuartense? Y habría que subrayar riocuartense porque los peores exponentes de la prensa rapiña, los que llegaron de paso, sembraron las coberturas de amarillismo y mancharon la memoria de la mujer que acababa de ser brutalmente ahorcada con el cinto de una bata, esos mismos que suelen estar acorazados con poderosos estudios de abogados, jamás fueron siquiera  incomodados.

Eso sí. Lejos de lograr el efecto mordaza que pretendía, la demanda contra Vaca Narvaja no consiguió otra cosa que redoblar su esfuerz0. Como testimonio de su desempeño profesional en la causa Dalmasso quedarán no sólo las publicaciones de Revista El Sur, sino sus libros: Las cuatro muertes de Nora Dalmasso — (Ediciones — del Bulevard, 2008) y Crímenes en espejo, delicias de la Justicia country en Argentina (Ediciones Recovecos 2023). 

Eso no es todo
Además, como anticipara Otro Punto en su edición número 677, la serie que está preparando la editora británica Pulse Films y que Netflix anunciará próximamente tiene destinado un espacio protagónico para el único condenado en la investigación por el femicidio en la villa más tradicional de Río Cuarto, el periodista. Es que el crimen a Nora Dalmasso ya quedó impune. Nadie pagará por su muerte, o sí: esta vez, todo el peso de la ley estuvo reservado para el mensajero.
Fuente: El Sur, Revista del Centro del País

sábado, 9 de noviembre de 2024

Leila Guerriero: La contabilidad

No corro para medir o medirme. No corro para llegar más lejos ni para hacerlo más rápido. Corro, de hecho, para dejarme llevar, para perderme
Una mujer consulta una aplicación de medición de deporte
Por: Leila Guerriero
Corro alrededor del cementerio de mi barrio. Alguien me pregunta; "¿En cuánto tiempo le das la vuelta?". Digo: “Creo que en media hora”. Me pregunta: "¿Cuántos kilómetros son?". Digo: "No sé". "¿No te interesa saber?". Digo: "No". Porque no corro para medir o medirme. No corro para contabilizar o contabilizarme. No corro para saber cuánto corro y especular acerca de cuánto más podría correr. No corro para llegar más lejos ni para hacerlo más rápido. Corro, de hecho, para dejarme llevar, para perderme. Corro porque cuando empiezo a correr no sé qué va a pasar, hacia dónde van a ir mis pensamientos ni, en ocasiones, mis piernas: a veces salgo pensando en hacer un circuito determinado y, 15 minutos después, sin darme cuenta, tomo otro rumbo, distraída. Lo que se puede medir no es interesante. Lo que tiene una duración impuesta no es interesante. Lo que es previsible no es interesante. Lo que no es inesperado no es interesante. Lo que se conoce por completo no es interesante. Lo que se hace por estrategia de acumulación no es interesante. Lo que permanece inmóvil no es interesante. Lo que no es inestable —un poema, una vocación— no es interesante. A veces la gente se pregunta por qué dos personas siguen juntas después de muchos años. Yo creo que para averiguar qué pasa después. Hay un texto de Clarice Lispector: "Él buscaba y no veía, ella no veía que él no había visto que ella estaba allí. Sin embargo todo fue un error, y había la gran polvareda de las calles, y cuanto más se equivocaban, más querían con aspereza, sin una sonrisa. Todo sólo porque habían prestado atención, sólo porque no estaban lo bastante distraídos. Sólo porque, de repente, exigentes y duros, quisieron tener lo que ya tenían. Todo porque habían querido darle un nombre; porque quisieron ser. Y ellos ya eran". Grandes catástrofes provienen de querer tener lo que ya se tenía: los pies ligeros para correr sin pensar hasta dónde; la dulzura para querer a alguien quién sabe cuánto, quién sabe cómo ni durante cuánto tiempo.
Foto: Oscar Wong - Getty Images
Fuente: Diario El País

jueves, 7 de noviembre de 2024

El PRO lleva a cabo una auditoría ilegal en la Defensoría del Público

La interventora de la Defensoría del Público, Soher El Sukaria, lleva varios meses en el cargo. En agosto de 2024, el diario La Voz publicó: "La intención del gobierno libertario es cerrar ese organismo, tal como prometió el presidente Javier Milei, una vez que finalice una auditoría que llevará adelante la dirigente del PRO". 

"La principal función será realizar una auditoría del organismo y evitar cualquier cuestión que tenga que ver con el patrullaje ideológico o el monitoreo de aquellos que piensan diferente", explicó El Sukaria, quien también anunció el inicio de una auditoría exhaustiva en la Defensoría. "La auditoría tiene como propósito evaluar el desempeño de la gestión anterior, el cumplimiento de los objetivos y la finalidad para la que fue designada la ex titular, y verificar si el cometido de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual ha sido cumplido conforme a la ley, en virtud de las denuncias realizadas", se detalla en el decreto de su designación.
La S está siendo auditada

Desde el entorno de la interventora, recordaron que de la Defensoría del Público surgió la creación de la polémica red Nodio, un "Observatorio de la desinformación y la violencia simbólica en medios y plataformas digitales", cuyo objetivo, según se planteaba en el gobierno anterior, era "proteger a la ciudadanía de las noticias falsas, maliciosas y falacias".
La Defensoría del Público es un organismo creado por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual para difundir, promover y defender los derechos de las audiencias de la radio y la televisión. Recibe y canaliza consultas, reclamos y propuestas para que el derecho a la comunicación democrática sea respetado. Entre sus funciones y misiones, establecidas en el artículo 19, está la de "convocar audiencias públicas en diferentes regiones del país a efecto de evaluar el adecuado funcionamiento de los medios de radiodifusión”
El Sukaria ha señalado que la Defensoría del Público fue utilizada para "perseguir a periodistas y acomodar amigos". Esta declaración se produjo después de conocerse el nombramiento de cinco miembros de su círculo íntimo e integrantes del PRO de Córdoba, quienes recibirán sueldos de hasta $3.500.000, equivalente a lo que gana un legislador provincial de Córdoba. Estos nombramientos fueron realizados entre el 18 y el 19 de septiembre, destacándose el de Pablo Steinaker como secretario general de la Defensoría. Steinaker, quien es secretario privado y mano derecha de El Sukaria, percibirá $3.500.977,56, el equivalente a un secretario de la Cámara de Diputados, sin contar el concepto de desarraigo, según informó el diario La Voz.
En un video publicado en sus redes sociales, El Sukaria reseñó: "Esta es la calle Alsina 1470. Aquí se encuentra la Defensoría del Público de Servicios Audiovisuales, un lugar donde trabajamos todos los días. Esta institución, nacida con la Ley de Medios (SIC), y en la que me han asignado la responsabilidad de ser interventora, está realizando una auditoría. Aquí defendemos los derechos de las audiencias, es decir, de todos los que consumen radio o televisión. Aquí trabajan 140 personas y depende del Congreso de la Nación. Junto a mi equipo, estamos comprometidos a transparentar, informar y definir qué derechos de las audiencias se vulneran o no. Con el equipo del PRO estamos trabajando incansablemente para elaborar el mejor informe y tomar las mejores decisiones a diario", aseguró la interventora. En otras palabras El Sukaria nos cuenta que el PRO encabeza una auditoría en la Defensoría del Público: ¿es legal?. ¡No! Es un órgano del Poder Legislativo Nacional, quién debería ocuparse del tema.
 
La funcionaria no oculta que su mandato responde a los lineamientos de Propuesta Republicana (PRO) o Juntos por el Cambio, como se llame la coalición al cierre de esta nota. Ya en 2023, el bloque del PRO en la Cámara de Diputados había presentado un proyecto para disolver la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, argumentando que dicha entidad realiza la misma función que el Ente Nacional de Comunicaciones (ENaCom) y que su observatorio de medios excede sus competencias, incurriendo en actos de control periodístico que podrían conducir a la censura. El proyecto, encabezado por la diputada Silvana Giudici, también lleva las firmas de los diputados Fernando Iglesias, Luciano Laspina, José Luis Espert, Damián Arabia, Diego Santilli, Hernán Lombardi, Martín Yeza, Alejandro Finocchiaro, entre otros. En este proyecto, exigen la disolución de la Defensoría y la transferencia de su personal, presupuesto y bienes a la Defensoría del Pueblo de la Nación.
En sus redes, la interventora también relató: "En este momento se está llevando a cabo la subasta de un automóvil y un tráiler de la Defensoría del Público. Nos hemos propuesto transparentar y ordenar, y lo estamos logrando día a día". Sin embargo, mostró desconocimiento al referirse a la "Ley de Medios", ya que la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual no abarca los medios gráficos o digitales. El tráiler, conocido como "Defensoría Móvil", se utilizaba para instalarse en distintos espacios públicos del país con el fin de difundir el derecho a la comunicación. Entre las diversas iniciativas, destacaba la campaña "Salí en los medios como vos quieras", que promovía la ruptura de estereotipos impuestos por los medios audiovisuales.

Es importante señalar que la interventora de la Defensoría del Público de Servicios de Comunicación Audiovisual, Soher El Sukaria, no cuenta con antecedentes vinculados a medios de comunicación ni a los derechos de las audiencias.

En 2021, la diputada El Sukaria protagonizó un curioso incidente cuando un periodista televisivo criticó el estado del tránsito en la avenida Córdoba, una de las más transitadas de Buenos Aires. La legisladora interpretó erróneamente que se refería a su provincia natal, y escribió en X: "La avenida del mal, la avenida del infierno, una avenida que de no existir, seguro Argentina sería potencia. Pero lamentablemente, Córdoba todavía existe, y nos encontramos en una situación difícil". La publicación fue reportada por el diario Página12.

¿A quienes rinde cuenta la Defensoría? 
"La Defensoría rendía cuentas anualmente a la Comisión Bicameral del Congreso, que no funciona desde hace tres años, y es a esa comisión a la que, por ley, debe rendir cuentas. También existen controles y rendiciones hacia el Ministerio de Economía, que es quien envía las partidas. Al no estar constituida la comisión, estos procesos se dejaban sin seguimiento administrativo. La mayoría de la información es pública y se encontraba publicada en la página web. El gobierno debería haber conformado la Comisión Bicameral en el Congreso, para que dicha comisión propusiera un nuevo Defensor o Defensora y evaluara la gestión del organismo. 

Cabe señalar que el titular o la titular de la Defensoría del Público debe ser designado por resolución conjunta de ambas cámaras del Congreso, a propuesta de la Comisión Bicameral de Promoción y Seguimiento de la Comunicación Audiovisual, las Tecnologías de las Telecomunicaciones y la Digitalización. Previamente, se debe publicar el nombre y los antecedentes del candidato o la candidata para habilitar un período en el cual los ciudadanos puedan presentar observaciones e impugnaciones.

Un caso similar
En 2019, la primera decisión tomada por la intervención de ese momento fue realizar una auditoría falsa, que pretendió analizar en solo un mes el trabajo de seis años. Como resultado de esta auditoría y tras un informe con clara persecución ideológica, se desplazó a responsables de diversas direcciones sustantivas, así como a quienes estaban a cargo del trabajo territorial y la organización de las audiencias públicas. Además, continuó la política de hostigamiento hacia quienes permanecieron en sus cargos, y no se permitió presentar el informe sobre el monitoreo de los noticieros de la TV abierta, que la Defensoría realiza habitualmente.

No sanciona
Martín Becerra, doctor en Ciencias de la Comunicación, sostuvo que el rol del organismo es similar al de varios otros en países como el Reino Unido, Alemania o Suecia, y destacó que no tiene facultades sancionatorias. 'Es una entidad que realiza mediaciones entre licenciatarios de radio y TV y las audiencias. Además, su alcance es limitado porque no tiene competencias sobre medios digitales', añadió. Es por eso que siempre se promovió el diálogo y se desarrolló una tarea pedagógica con comunicadores y responsables de medios, contó un exintegrante de la institución.

martes, 5 de noviembre de 2024

Martín Caparrós: la enfermedad es un piloto kamikaze

"Te cuentan que, al morirte, tu vida desfila ante tus ojos concentrada en segundos. Yo, siempre lento, me he tomado unos meses. Espero que eso me dé derecho, en ese trance, a un espectáculo más interesante. Y así tendría, pese a todo, algo que esperar". En su autobiografía, "Antes que nada" (Random House, octubre de 2024), el escritor Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) desvela que padece ELA, enfermedad que afecta a las neuronas motoras del cerebro y de la médula espinal, y narra las consecuencias de un diagnóstico que recibió hace dos años y medio en un bellísimo y conmovedor capítulo que se reproduce íntegro bajo estas líneas. No obstante, las memorias del autor de obras como "El Hambre" o "Ñamérica" -entre otros títulos mayores- son mucho más que un diagnóstico: "Antes que nada" es el testimonio de uno de los grandes escritores de su generación, maestro del periodismo, de la novela y del ensayo; es un magnífico artefacto literario donde cada palabra cuenta, donde el cómo importa tanto como el qué. Porque en "Antes que nada", Caparrós narra su vida a lo largo de casi 700 páginas: de sus militancias y exilios a sus amores y derrotas, todo Caparrós está en esta fascinante crónica de una vida superlativa.
Por: Martín Caparrós
Martín Caparrós en su casa en la sierra de Madrid, en una imagen del año 2024

Hay veces, todavía, en que puedo rizarme las puntas del bigote; sé que no va a durar. 
Entonces, quizás, empezaré a ser otro. 

Sí, es una vida rara, intervenida. Pero quizá leída –escrita, quizá– parezca más dramática de lo que es en verdad. Son días largos, monótonos pero agradables, horas y horas frente a la pantalla y la ventana, las flores, las urracas, los recuerdos y algún hallazgo leve. Sí, no puedo levantarme; no, no vivo desarmado. Hago lo que puedo y por ahora no es poco. Miro los pajaritos, miro a Tita, tomo mate, como mi chocolate, hablo, escribo. No es dramático; es raro. 

Salvo cuando me acuerdo. 

La idea súbita de que no me quedan muchas chances y todavía no sé muy bien quién soy, cómo soy, qué hice y qué no hice. Tengo tantas ideas pretendidamente claras o establecidas sobre tantas cosas y sobre esta no: voy a morirme sin saber quién fui. No que sirviera para mucho, pero no puedo negar que me molesta –siempre fui, eso sí sé, curioso y caprichoso. 

Hace unos meses que trato de no verme en los espejos. 
(No por nada, pero ¿para qué?) 

Ya me cuesta lavarme la cara o llevarme a la boca la comida, subir a la cama es un deporte olímpico, darme media vuelta en ella un buen recuerdo, pero sigo pudiendo escribir. Pareciera que los últimos movimientos que la puta enfermedad me va a quitar son estos: como si, disfrazada de generosidad, quisiera asegurarse de que voy a contarla hasta que esté por acabarse 
y acabarme: la enfermedad es un piloto kamikaze.

(Una venganza muy menor: la muy hija de puta terminará conmigo. Sí, se termina conmigo.) 

Y esa extrañeza total, la humillación: que sean otros los que manejen mi cuerpo, que precise pedirlo casi todo, que lo más íntimo se me haya vuelto ajeno.

Íntimo es un concepto que se va 
deshaciendo, 
otro músculo que pierdo y se me pierde. 

Ya casi nada, pero todavía podemos coger de tanto en tanto. La enfermedad es rara: te va comiendo poco a poco pero no se come esa energía que uno nunca está seguro de tener. Se diría que la muy turra juega conmigo, se divierte. 

Estoy seguro de que a veces se divierte. 

Ahora ya tiene identidad. Los muchachos la llaman "esclerosis lateral amiotrófica": el nombre es de terror pero después te aclaran que la etiqueta cubre muchos males variados, que no se puede saber cómo va a ser en cada quien, cómo en mi cuerpo.

Y el nombre pertenece, además, a esa clase nueva de denominaciones recién venidas, casi oportunistas. Son tanto más nobles esas enfermedades con su nombre propio –la malaria, la gripe, el cáncer, las paperas– que estos inventos nuevos que acumulan palabras para decir lo que no saben. 

La función más regular de las palabras: 
decir lo que no saben. 

Placer perverso, la pequeña ventaja: en cualquier discusión boba –con funcionarios, policías, esas cosas– alcanza con deslizar en algún pliegue de la conversación que tengo ELA y dejan de contradecirme y se abatatan y conceden. El empoderamiento de la víctima, tan reforzado por el espanto de la enfermedad: tengo un poder, sí, el de hacer evidente que no tengo ninguno, que estoy hecho mierda, que voy a morirme pronto y mal. A veces lo disfruto o, por lo menos, lo utilizo.

Y se puede pensar que lo ¿mejor? de tenerla es que ya no tenés miedo de tenerla. El miedo a algo produce las mayores zozobras: uno debe imaginarse cómo sería ese algo, anticipar sus sufrimientos, aterrarse sin límites. En cambio cuando ese algo te sucede es solo lo que hay: ya no el terror ilimitado sino un conjunto de sufrimientos precisos y concretos. 
No sé si es cierto, quizá me lo parece. Pero, si lo fuera, se podría decir que los miedos siempre son peores que lo temido, porque al vivir lo temido lo limitás –mientras que, al temerlo, lo ampliás incesante. Lo cual se podría decir de casi todo salvo, por razones obvias, de la muerte, donde no vivís nada. 

La función más regular de las palabras:
hablar a medias, siempre 
a medias. 

Temía morir por mis pulmones: géminis, hermes, mercurio, el cigarrillo, todo apuntaba en esa dirección. Y será cierto, solo que será por una enfermedad tan prepotente, tan taimada, que se toma el trabajo de ir parando poco a poco cada músculo, todos mis músculos hasta que llegue, por fin, a los que me hacen respirar. 

A los que me hacen aspirar, 
expirar, pirarme de una vez 
por todas. 

Nos mudamos a una casa nueva –a 50 metros de la casa vieja–, donde las escaleras no son esa barrera insalvable que últimamente eran. Nos instalamos: la casa es agradable, el paisaje magnífico. Mi escritorio se abre a los árboles, flores, cielo, siempre las urracas. Y sin embargo, todo el tiempo, el final que me ataca: ¿cuánto tiempo más podré sentarme aquí? ¿Un año? ¿Dos? ¿Alguno más? 
Es extraño instalarse con un plazo tan cierto. 

Creo –de verdad creo– que esta será mi última casa. 

(Guardo papeles en cajas de cartón sabiendo que no las voy a abrir. Pienso si alguien lo hará. Pienso qué pensará. Pienso que no me importa. Pero sí.)

Lo más extraño es que, hasta que uno se muere, está bastante vivo. 
(Lo suficiente, al menos, como para morirse.) 

Sí, lo más perverso, lo más cruel de morirse es que para hacerlo hay que estar vivo. Y qué cruel que para estar muerto haya que morirse.
Pero qué bien pensado que para internarse en ese lugar tan tenebroso que es la muerte uno ya tenga que estar muerto. 

A veces pienso que setenta años no está mal: son tres más, son la famosa generación del ’27, la Septuaginta, los setentas, todas esas cosas. Y, además, con setenta ya me puedo dar por viejo.

Y me pregunto si ahora debería hacer algún balance, tratar de decidir qué fue mi vida, qué me importó de ella, qué conseguí y qué no. Lo intento: por un oscuro respeto de los ritos finales llevo un tiempo intentándolo, y no llego a conclusiones claras. Me gusta haber querido, haber sido querido, haber hecho la mitad de un hijo, haber viajado, haber escrito. Me gusta haber tratado de mirar el mundo, no haberme encerrado en cualquiera de las innumerables celdas suaves, acolchadas que estos tiempos ofrecen. Me gusta haber tratado de entender cosas que no entendí, e incluso dos o tres que sí –o que creí que sí. Me gusta esta sensación de haber hecho bastante con mi vida, aunque sé que podría haber hecho tanto más. 

Por eso, a veces, me decepciona haber sido un escritor y me duele, sobre todo, la sensación de arar en un pantano. La pretensión insostenible inconfesable de que todo podría ser mejor si más gente escuchara y asumiera lo que algunos decimos, esa sorpresa bochornosa de que sean tan tarados como para armarse tantas vidas sin gracia, ambiciones menores, ideas repetidas, desinterés por cualquier cosa que no sea ellos mismos, que sean tan tarados. O que sus ambiciones sean tan pobres. Y, una vez más, la duda de si es una época particular, la que la suerte o mala suerte nos tiró a la cabeza, o realmente los hombres somos esto. No creo en las ontologías pero sí creo en lo que veo, en lo que aprendo. El pronóstico no parece bueno, y sin embargo mi esperanza –que ya se va volviendo ajena. 

Los balances son mitos 
que alguien construye 
para creer que ha sido siempre 
uno.

Han sido meses duros. Se murieron personas que quise, que quería: Jorge Dorio, Marcelo Cohen, el Polaco Chejfec, Luis Chitarroni y Blas de Santos, el ex marido de mi madre, el abuelo de mi hijo. Hombres, parece: siempre hombres, demasiadas muertes. Esas muertes solían darme mucha culpa: ellos muertos y yo sigo vivo. Ahora, por razones obvias, no. Es más: me da, con ellos, como una rara solidaridad. Yo sé de qué se trata –aunque no sepa tres carajos. Y ellos, que sí saben, ya no saben. 

La extraña promesa de al fin no saber nada. 
El alivio de terminar por no saber. 

Mientras, creo que solo hay una cosa peor que escribir fallecer: fallecer. Y yo no pienso hacerlo. Por ustedes, por mí: cuando me muera digan por favor que me morí. 

No quiero, no sabría, no debo fallecer. 

Y entonces pienso que tengo dos maneras de pensar mi muerte: como esta larga historia que lleva tanto tiempo matándome de a poco, sacándome de a poco todo lo que tenía, o como unos minutos que no merecen que los piense tanto. 
Ojalá pudiera convencerme. 

Cuando de golpe se me cruzó una forma de decirlo que me sonó más atractiva o, por lo menos, más interesante: no "me voy a morir pronto" sino "me voy a tener que morir pronto". 
Vale la pena encontrar las diferencias. 

Aunque lo malo de saber que te vas a morir pronto es que te apena. 
Y te provoca incluso dudas bobas. 

Digamos, por ejemplo: ¿de quién son estas historias que he contado? ¿Quién es –quién era– ese muchacho que, se dice, andaba por París o Sudán, por San Telmo o Segovia, por Mongolia? ¿Qué relación puedo tener ahora con él? ¿Cómo seguir simulando que soy yo?

Esas historias, parece, son las mías. Pero su protagonista no soy yo. Su protagonista, creo, es un pariente lejano que se murió hace mucho. Qué cosa rara es la familia. Pronto lo voy a acompañar.

(Y mientras tanto juego con la idea de que, entre todas estas historias, estas escenas, estas sensaciones, debo incluir alguna falsa. Una sola: lo suficiente como para plantar la duda, para que un lector –sigo pensando, piense lo que piense, en un lector– pueda dudar de todo, deba dudar de todo, porque nunca sabrá cuál es la falsa: la ley del 28 de diciembre. No decido si hacerlo o no hacerlo: yo también dudo de todo o casi todo. Quizá sí. 
O no, quién sabe: venganzas de la duda.) 

Pero es cierto que cuando todo se derrumba –cuando ya ni intento caminar, cuando no puedo hacer casi nada de lo que solía– escribir es el penúltimo refugio: aquí todavía puedo, aquí todavía soy, de algún modo, el que era; aquí todavía consigo, algunas frases, quererme o aliviarme o admirarme –con perdón. 

(Aquí, a veces, sentado en mi escritorio, tecleando todavía, concentrado, me olvido de que ya. Me creo, por un rato, que sigo siendo el mismo 
yo mismo. 
Nada nunca lo es.).

Me quedan en el tintero –¿en el tintero?– varios libros: además de la Enciclopedia del adiós hay uno que me importa mucho y se llama BUE o Azar acecha, quizá mi mejor novela después de La historia, un estallido de trozos y trocitos para armar Buenos Aires; uno, cortito y repugnante, que se llama El odio, el inodoro y trata del general Videla, su bruta vida y su mierdosa muerte; uno, vulgar, que se llama Recursos Humanos y es una compilación comentada de tantas entrevistas: Fuentes, Cortázar, Bioy, Rulfo, Vargas, Kapuscinski, María Elena Walsh, pero también ciertos ladrones, un condenado a muerte, un almirante fusilador y muchos otros; uno, extraño y casi aireano por lo malo, que se llama Lapapada y se dedica a recorrer la mía y sus estribaciones; uno, tan deseado y cantado y dibujado, la Vida de José Hernández contada por su personaje Martín Fierro en versos gauchescos, ilustrados por mi amigo Rep; uno, metódico, que se llama Las palabras de la tribu y recopila ese intento de escuchar realmente cómo hablamos –leer cómo escribimos– que he publicado en el diario El País durante años; ese que se llama Los abuelos y edité yo mismo para regalar a mis amigos cuando cumplí sesenta años –y alguno más, seguramente. Me resulta tan raro pensar en esos libros que, si acaso, se publicarán –o no se publicarán– cuando yo ya no pueda verlos: ¿cómo será un libro mío que yo ignore? 

Un libro mío que solo verán otros. 

Mientras tanto, me cambié de hospital: ya no me atiende un médico notario resignado sino un equipo de varios y varias enfermeras y otro personal, y están llenos de iniciativas y sonrisas. En todo caso se empeñan en conocer a sus pacientes, nombres historias, preocupaciones –y mostrarles que se ocupan de ellos. En estas enfermedades sin esperanzas de curarse, lo que uno quiere, creo, es calor y sonrisas. 

Al menos las sonrisas. 

A veces me alegra pensar lo relativamente calmo que he llegado hasta aquí. A veces, esas misma veces, me aterra pensar que ya llegué hasta aquí: no queda mucho. 
Y me sorprende que, desahuciado como estoy, no esté más deprimido, más aterrado, más descorazonado. A veces temo no haberme dado cuenta todavía –y lo que pueda pasar cuando suceda. 
Pero por ahora me lo tomo con una suavidad que no me convence. Sospecho que en algún momento voy a desesperarme, casi espero ese momento de desesperación –como algo que será más verdadero, más real que esta ¿resignación? 
Esto que se podría confundir con entereza. 

Aunque a veces creo que no me lo creo. A veces, muchas veces: que si me lo creyera no podría soportarlo. 

Si lo creyera, no 
podría soportarlo.

Últimamente cada vez que tengo que hacer algo difícil –un movimiento oblicuo, un esfuerzo para el que no me dan las fuerzas– cierro fuerte los ojos. Después cuando los abro veo cuánto más amplio, más claro, más sugerente resulta todo con los ojos abiertos. Ojalá los tenga así cuando me toque.

"Para entrar en la muerte 
con los ojos abiertos", 
dice el poema que todos escribimos. 

Aunque a veces estoy digamos en el inodoro y pienso bueno entonces cuando me levante tengo que lavarme las manos y después ir hasta la cocina, y quizás recién entonces me doy cuenta de que me estoy pensando como ya no soy. 
Me pasa demasiado. 

Pero, al mismo tiempo, esta rara sensación muy tenue, siempre presente, casi imperceptible, de que yo soy este. Nunca podría ser otro, no soy uno que podría haber vivido veinte años más y solo va a vivir tres o cuatro; soy uno que va a vivir tres o cuatro años más, y eso es lo que hay –y lo que soy. 

O, peor: uno que no camina porque no habría ninguna posibilidad de que sí, porque así era. Lo más patético que puedo pensar, lo más estúpido: que el mundo me quedó debiendo veinte años, y todo lo que podría haber hecho en ellos. Intento desecharlo. 
(Como si al mundo le importara algo.) 

Recién ahora empiezo a entender –trato de convencerme– que es tan raro que lo que se lamente sea la muerte y no la vida. Digo: quien vivió vivió, y todo se termina y es así. El problema es quien se muere sin haber vivido, y son tantos, tantos, 
tantos. 

Y, de mientras, la idea de que vivir se me irá volviendo un esfuerzo intolerable. O quizá ni siquiera intolerable, pero más doloroso que no hacerlo.
Y cierta urgencia, incluso, en estas páginas: poder terminarlas antes de no poder.

Te cuentan que, al morirte, tu vida desfila ante tus ojos concentrada en segundos. Yo, siempre lento, me he tomado unos meses. Espero que eso me dé derecho, en ese trance, a un espectáculo más interesante. 
Y así tendría, pese a todo, algo que esperar.

Es extraño el tiempo sin futuro, tan 
vacío. 
Para qué hacer las cosas que uno hace. 

(Lo decía: ahora aprender algo interesante –una de las cosas que siempre me dieron más placer– suele teñirse de melancolía: lástima que lo sabré tan poco tiempo.) 

¿Para qué hacer las cosas que uno hace? 
¿Solo porque después será imposible?

Y lo brutal de esta certeza de que no hay mejora: que todo va a ser siempre un poco peor, hasta que ya sea nada. Lo brutal es dejar atrás miles de años de cultura que, por tan diversos métodos y medios, siempre trataron de convencerse de que hay algo mejor, allí adelante, de que el futuro, el dios, la cura, algo. 
Acá no hay nada –más que el deterioro. 
Saber que todo es cuesta abajo, que no tengo siquiera la esperanza de conseguir una esperanza. Saber que no puedo hacer nada, intentar nada, ni siquiera engañarme pensando que algo puede mejorar. Saber que cada uno de estos días de mierda es el mejor del resto de mi vida, la concha de su madre. 

O, dicho de otra manera: todo esto parece un poco innecesario. Con lo bien que se vive con un buen infarto de miocardio –diez minutos y ya. 

Mientras, voy perdiendo mi penúltimo espacio: en cada vez más sueños soy el de ahora, el que no puede. 

Creo que nunca en mi vida aprendí algo tan útil: cuando tenía veinte años tuve que aprender a tipear con todos los dedos para poder usar las IBM de aquel taller parisino. Tipear con todos los dedos es olvidarse de los dedos, dejar que el cuerpo funcione por su lado –y confiar en él. Desde entonces, escribir fue pensar palabras que mis dedos iban reproduciendo sobre el papel, primero, y la pantalla, después, sin el menor esfuerzo: como sin mediaciones. Digo: escribir era pensar y verlo en la pantalla. 
Pero ya no: mis dedos están dejando de hacer lo que les digo. No sé si podré escribir de otra manera, no sé si –por un lapso más o menos breve– podré hacerlo dictando; sé que, hasta ahora, nada me acercó tanto a la muerte. 

Sé –imagino– que cuando se ponga insoportable lo puedo terminar. No me entusiasma mucho lo que viene después, pero supongo que no hay más salidas. 
Y entonces sí, por fin, democrático al fin, voy a estar con la inmensa mayoría. 

Aunque nunca seré el que quise, el que esperaba. 
Soy, si acaso, este que cuenta esto. 

Pero a menudo me pregunto dónde está todo esto que cuento en estas páginas. No está sin duda en estas páginas ni en ninguna otra parte: no está, y sin embargo.
Foto: Lisbeth Salas
Fuente: Lengua

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