domingo, 22 de diciembre de 2002

La señora y sus extraños herederos

Por: Mempo Giardinelli
Carlos Menem, enfrentado al diario "Clarín", podría ser según muchos analistas el urdidor de la encarcelación de Ernestina Herrera.

En la luminosa tarde de diciembre, cuando el calor en Buenos Aires trepa hasta casi los 40 grados, de pronto se hizo la noche para una de las dos mujeres más poderosas de este país. Ernestina Herrera de Noble, a los 77 años vio llegar por primera vez en su vida a un patrullero policial con sus ocupantes en actitud poco amistosa. Eran las cinco de la tarde del martes día 17 de diciembre cuando a Ernestina la llevaron a prisión.

Directora de Clarín, el diario más importante de Argentina, La Señora, como todo el mundo la llama, preside desde 1969 un emporio editorial y mediático formidable: el Canal 13 de la televisión abierta, un sistema de cable, la radio más potente del país (Radio Mitre, AM 790), una productora de cine y televisión, tiene acciones en diarios y revistas del interior del país y decisiva influencia en la industria papelera.

Primero secretaria, luego esposa y finalmente viuda del periodista y empresario Roberto Noble (1901-1969), fundador de Clarín en 1945, ella siempre estuvo -lo haya querido o no- en el centro de todas las cuestiones políticas de la zarandeada y nunca exhausta Argentina de los últimos 30 años. Pero jamás había sido tocada por la Justicia, esa fantasmal organización que aquí se supone es el tercer poder, pero que es más bien fuente de sospechas de todo tipo.

La acusación que afectó a esta discreta dama, que se ocupó de eludir siempre cualquier posibilidad de figurar y soportó con estoicismo las infinitas suposiciones acerca de su conducta y sus preferencias, no es menor. El juez federal del más elegante suburbio bonaerense (San Isidro) Roberto Marquevich, la hizo arrestar en el marco de una causa en la que investiga la adopción de los dos hijos de esta mujer: Marcela y Felipe Noble Herrera.La niña se sospecha nacida en la próspera provincia de Mendoza.El niño, en la siempre castigada Tucumán. La acusación es grave y -para Argentina- emblemática: «Uso de documento público falso».Lo que, traducido, significa que dichos menores pudieron haber sido hijos de militantes políticos encarcelados y luego desaparecidos, entregados en adopción de manera irregular. La Argentina de estos años está colmada de estos casos, y la sociedad hipersensibilizada al respecto.

La Dictadura
Lo cierto es que la situación presuntamente irregular de los Noble Herrera (ambos hoy de 26 años de edad) ya fue agitada en otras ocasiones durante el Gobierno de Carlos Menem, quien siempre quiso -y en ocasiones logró- condicionar la línea editorial del Grupo Clarín. La acusación contra Ernestina Herrera conllevó la suposición ominosa de que durante la última dictadura (1976-1983) ella pudo haber utilizado su poder para apropiarse de dos hijos de desaparecidos. Las fechas de adopción -mayo y julio de 1976- y la extraña velocidad de la justicia de la época para resolver asuntos delicados, dan pábulo a tales sospechas.

Además, es menester recordar que en última instancia, y aunque todos prefieren evitarlo, acá está en juego una cuestión ética fundamental: no sólo se discute la identidad de dos personas hoy adultas, sino también el derecho a la verdad que siempre defendieron las Abuelas de la Plaza de Mayo (que resistían a la dictadura cuando el diario Clarín la defendía) y, por supuesto, la mismísima libertad de expresión. A lo que hay que añadir que Marcela y Felipe Noble Herrera son los herederos de una fortuna de 1.000 millones de euros y de un gigantesco poder, el cual perderían en caso de probarse otras filiaciones. Y esto también dejaría al Grupo prácticamente acéfalo, toda vez que el matrimonio entre Roberto Noble y Ernestina Herrera no tuvo descendencia natural.

Al contrario de la otra multimillonaria famosa de la Argentina, Amalia Lacroze de Fortabat (de 87 años y también viuda heredera de un emporio, en este caso cementero), quien no dejó pasar la oportunidad de codearse con el poder político, económico e incluso militar durante la dictadura, la señora Herrera de Noble fue siempre un dechado de discreción y vida recatada.

Quizás por eso alcanzó la consideración que hoy tiene, incluso entre algunos de sus rivales en el mundo empresarial periodístico.Y probablemente fue esa misma la razón por la cual, durante toda esta semana, el Caso Noble mantuvo en vilo a esta sociedad superando incluso al primer aniversario del mar de cacerolazos que, el 20 de diciembre de 2001, expulsó al entonces presidente Fernando de la Rúa y al superministro de Economía Domingo Cavallo.

Ernestina es una mujer de apariencia frágil y con evidentes signos de múltiples cirugías estéticas, que sin duda ha pasado en estos días los momentos más espantosos de su vida, y no solamente porque a su edad sufre de una diabetes que requiere tratamiento con insulina, sino porque detrás de todo esto se encubren, seguramente, las más sórdidas intrigas, que hoy son casi naturales en este país arruinado incluso hasta los límites últimos de la autoestima, la confianza y la credibilidad.

Y es que la historia de la actual desdicha de esta mujer también comienza -como casi todas las tragedias contemporáneas de Argentina- en las frías y macabras noches del otoño y el invierno australes de 1976, cuando, a partir del golpe de estado del 24 de marzo, la Junta Militar encabezada por el general Jorge Rafael Videla y el almirante Emilio Massera se apoderó de vidas y bienes en este país. En aquel entonces el diario Clarín, como casi todos los medios periodísticos de la Argentina, debió someterse a la autocensura y el autoritarismo más feroz. Las desapariciones de personas se producían por decenas cada noche y todas las garantías constitucionales estaban suspendidas, en medio del toque de queda y el estado de sitio. Y como se supo muchos años después, ése fue el periodo en el que se produjo la mayor cantidad de apropiaciones ilegales de bebés, entregados a jerarcas y amigos del régimen.

Es clave recordar lo anterior para comprender algunas rarezas de este complejísimo caso. He aquí el repaso de los hechos: Ernestina Herrera de Noble se presenta el 13 de mayo de 1976 ante el Juzgado de Menores número 1 de San Isidro, a cargo de la jueza Ofelia Hejt (hoy fallecida) y declara que 11 días antes encontró una niña abandonada en la puerta de su casa, dentro de una caja de cartón; que ha cuidado de ella desde entonces y que pide la guarda provisoria y posterior adopción. Ofrece dos testigos: su vecina Yolanda Echagüe de Aragón y Roberto García, su chófer del diario Clarín. La jueza le otorga de inmediato la guarda provisional de la niña, a la que llaman Marcela.

Dos meses más tarde, el 7 de julio de 1976 y ante el mismo juzgado, se presenta una mujer que dice llamarse Carmen Luisa Delta y ser madre soltera del bebé que lleva en brazos y de quien afirma que ha nacido tres meses antes, el 17 de abril. Dice que no puede mantenerlo y entrega el niño a la jueza antes de retirarse, dejando en el juzgado un número de documento de identidad y un domicilio, que luego resultan ser falsos. La señora de Noble se presenta ese mismo día, 7 de julio, y pide la guarda de ese menor, certificando que ya tiene la custodia de la niña Marcela. Se le otorga en el acto la guarda del varoncito. El 19 de agosto la jueza Heft sentencia que corresponde imponer el nombre de Felipe Noble Herrera al bebé.

Hoy, cuando Marcela y Felipe tienen ya 26 años, son estudiantes universitarios y mantienen vidas privadas absolutamente discretas, existen diversas causas judiciales que los reclaman como posibles hijos de desaparecidos. La querellante María Amelia Herrera de Miranda sospecha que Marcela puede ser su nieta. Y otra querellante, Estela Gualdero, reclama a Felipe como posible miembro de la familia García-Gualdero.

Shock emocional
Puesto que ahora se sabe que quien dijo ser madre biológica de Felipe es inencontrable (no existe nadie llamado Carmen Luisa Delta y el documento de identidad que ofreció en 1976 está a nombre de un tal Carlos Hugo Talkowski), y ante varias denuncias e investigaciones requeridas, el juez Marquevich, a la vez que ordenó el arresto de la señora Herrera de Noble dispuso que a los jóvenes Marcela y Felipe se les realizara un examen de ADN.Los jóvenes se negaron, aduciendo que eso podría producirles un «shock emocional».

Los abogados de los Noble Herrera consiguieron que la Cámara Federal de San Martín, contra el criterio del juez, suspendiera dichos exámenes. Por cierto, hay otros casos pendientes de resolución a este respecto, en la Corte Suprema, pues no es la primera vez que supuestos hijos de desaparecidos se niegan a hacerse estas pruebas.

Lo cual no deja de ser absurdo, porque no parece haber otra solución que la que en estos días volvió a exponer la presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, Estela Barnes de Carlotto, con impecable sentido común: «De haberse realizado esos estudios, hoy los chicos podrían saber quiénes son. O no. Pero en cualquier caso no hubieran roto su relación con su madre adoptiva y no se hubieran producido estos episodios traumáticos».

En medio del escándalo mediático que todo esto ha provocado y del silencio absoluto y el casi ocultamiento en que están los jóvenes Noble Herrera, la misma Carlotto ha tenido que recordar que desde 1984 La Señora se ha negado reiteradamente a recibir a las Abuelas.

Y es que la causa es confusa, también, porque la detención de Herrera de Noble se produce como consecuencia de una acusación de 1995. En agosto de ese año, una mujer, Ana Elisa Feldmann de Jaján, denunció que las partidas de nacimiento de Marcela y Felipe habían sido amañadas. Pero aquella denuncia se hizo en condiciones sospechosas, ya que ese mismo día el marido de la denunciante, Emilio Jaján, era condenado a un año y tres meses de prisión por intento de estafa procesal en un pleito contra la señora de Noble. Podía pensarse en una típica venganza. La denuncia fue desestimada en aquel momento por el propio juez Marquevich. Los Jaján no se amilanaron y en noviembre de 1977 reiteraron la denuncia, esta vez ante otro juez federal, Adolfo Bagnasco, quien, un año después, también desestimó las pruebas.Y todavía en junio de 2000 hubo una tercera denuncia, efectuada por un controvertido dirigente del nacionalismo más ramplón de Argentina, Guillermo Patricio Kelly, que tampoco prosperó.

Pero más allá del interés que tuvieran los Jaján o Kelly, el hecho cierto era y es que Marcela y Felipe Noble Herrera fueron adoptados en 1976, el año más horroroso de la dictadura, el año en que los uniformados comenzaron con su plan sistemático de apropiación de niños.

Fueron esos hechos los que explican que aquella primera denuncia de la señora Jaján fuera respaldada por las Abuelas de la Plaza de Mayo, posiblemente la institución más respetada y transparente que existe en el país. Ellas han conseguido devolver la identidad a 270 de los más de 3.000 niños y niñas que se sospecha fueron arrebatados a sus madres presas en las cárceles de una dictadura que, desde su inicio en marzo de 1976 hasta la llegada de Alfonsín en 1983, dejó más de 30.000 desaparecidos.

Estela de Carlotto advierte que ellas sólo exigen «prudencia y respeto» en el tratamiento del caso pues «existe la posibilidad, pero no está probado» que los jóvenes Noble Herrera sean hijos de detenidos-desaparecidos. «Que lo sean o no es algo que sólo se va a determinar cuando se hagan el análisis de ADN...».

Un juez sospechoso
En estos días, los medios de prensa porteños son un hervidero.Este caso es portada de todos los diarios y revistas porque es evidente la existencia de tramas ocultas. Nadie considera normal que a una mujer tan poderosa, de avanzada edad y enferma, se la investigue de este modo implacable. Y sobre todo es llamativo que el juez de la causa sea un magistrado con indesmentibles lazos con la mafia menemista.

Porque el juez Roberto Marquevich es un magistrado con muchas sombras. Proveniente de una familia de origen montenegrino, ex jugador de rugby y con más de 30 años de carrera judicial, Marquevich (53 años, tres hijos) estudió Derecho con los jesuitas en la Universidad del Salvador. Deportista y elegante, los suyos le llaman Tito y se dice que debajo de su escritorio suele dormitar un gigantesco mastín. Pero si los jueces -como se dice en su jerga- sólo hablan a través de sus sentencias, las de este hombre son bien curiosas.

Por ejemplo, Marquevich es el juez que más hijos de desaparecidos ayudó a encontrar, pero a la vez es uno de los que más sentencias cuestionables tiene en su haber: no condenó a nadie cuando Menem hizo echar de la residencia presidencial de Olivos a su entonces esposa, Zulema Yoma. Fue célebre su papelón en la causa conocida como La secta de los Niños de Dios, en la que encarceló a un montón de gente y ordenó que 137 niños fueran sacados de sus casas para ser repartidos en hogares de menores, por lo que fue reprendido por la Cámara Federal. Y en 1997 incautó nada menos que 2.200 kilos de cocaína escondida en una exportación de pulpa de frutillas aunque, cuatro años después, todo terminó en la nada y con los acusados absueltos por razones procesales.

Nombrado juez federal en 1991 por el Gobierno de Carlos Menem, hoy Marquevich tiene pendientes varias peticiones de juicio político que han venido siendo frenadas gracias a la labor de sus defensores en el Consejo de la Magistratura: el senador Miguel Pichetto y la diputada Leila Chaya, ambos incondicionales seguidores de Carlos Menem. Y sin embargo, y para completar sus contradictorias dotes, hay que decir que fue él quien en 1998 volvió a meter en prisión al ex dictador Videla precisamente por el delito de apropiación sistemática de bebés.

Conclusión. La teoría que hoy recorre las redacciones de todo el país es que aquí se está dirimiendo una lucha sorda entre Menem y el actual presidente Eduardo Duhalde. Una guerra en la cual el poder mediático es vital, porque la relación de Clarín con el Gobierno de Menem siempre fue poco clara. Y ahora es vox populi en este país que Menem y su inmenso y oscuro poder económico están detrás de todo esto. Hay múltiples afirmaciones y algunas denuncias de que Marcela y Felipe han sido objeto de amenazas e intentos de chantajes políticos más de una vez.

El diario afirma que existen «claros indicios de que ahora se trata de golpear a La Señora para condicionar y afectar la tarea periodística de Clarín. El objetivo final es silenciar a los medios independientes...». Clarín conjetura con que «este complot estaría impulsado por personajes que tuvieron relevancia en los últimos años, entre los que se encontrarían empresarios con intereses en medios de comunicación y con fuertes lazos políticos y judiciales, y algunos ex funcionarios». Con lo cual aluden ostensiblemente al todavía vigente poder del menemismo, que en los últimos meses ha ido adquiriendo un canal de televisión abierta, la otra radio más potente de Buenos Aires y ya controla diarios, revistas, emisoras radiales y canales de cable en todo el país.

Como toda tragedia humana, las contradicciones y las miserias estan a la orden del día. Pase lo que pase, y se haga lo que se haga en este país, los argentinos seguimos marcados por los apenas 26 años que han pasado desde entonces. Lo mismo que hoy tienen estos chicos, verdaderas víctimas de la tragedia.
Fuente: Diario El Mundo

jueves, 5 de diciembre de 2002

Sobre La Cazadora

Por: Sonia Tessa
Me convocaron para hablar de periodismo y género, y supongo que la invitación se debe al suplemento La Cazadora, que edité en El Ciudadano entre julio y noviembre de 1999. Aún hoy, mirando aquellas ediciones, siento una mezcla de orgullo por el fruto de nuestro esfuerzo con una dosis de autocrítica. Uno de los factores determinantes en ese sentido fue que el suplemento lo hacíamos en los ratos libres del trabajo cotidiano como periodistas de la sección Ciudad, y no le podíamos dedicar el tiempo que necesitábamos.

¿Por qué nació La Cazadora? En principio, fue la inquietud de un grupo de periodistas que sentíamos la necesidad de encontrar nuestro lugar en la redacción. Trabajar en El Ciudadano era apasionante. Estábamos convencidos de que queríamos hacer buen periodismo, nos habíamos apropiado de ese proyecto hasta que la realidad nos dio un masazo en la cabeza, cuando fue fusionado con el diario La Capital.

Lo cierto es que esa redacción, como todas, era muy sexista, machista. Eramos varias mujeres, pero los viernes a la noche los varones de la sección Ciudad se juntaban para comer, como una secta. Escribíamos todos los días, armábamos la sección a la par, pero la palabra de los hombres tenía otro valor, no siempre en el papel escrito, pero sí en las relaciones internas de la redacción.

Les sorprenderá que cuente cómo a partir de una sensación interna de discriminación se armó el proyecto de La Cazadora. No sería justa si negara que las cuatro periodistas que soñamos con ese proyecto siempre encontrábamos la mirada de género para abordar las notas, y no sólo las notas sobre mujeres. Eso fue antes, o más bien el sustrato, para impulsar el suplemento.

A partir de la convicción de que teníamos algo para decir, como mujeres, sobre los temas que todos los días nos convocaban para escribir sobre mujeres, empezamos a concebir aquel proyecto. Queríamos un espacio para poner el foco en temas que habitualmente no eran noticia, y que los jefes desechaban porque la mirada de género no siempre significaba un aporte periodístico para el cuerpo del diario. Queríamos hablar sobre temas que afectaban a la sociedad, pero sobre todo a las mujeres, y hacerlo desde la perspectiva de género que en algunas era intuitiva, y en otras respondía a una mayor formación. Quisimos tomar nuestra palabra y presentamos la idea del suplemento, en un momento en que el diario se planteó la expansión a partir de diversificar su oferta. Como muchas otras cosas, El Ciudadano no sostuvo esa política más que algunos meses, y por eso la salida independiente del suplemento tuvo tan corta vida.

La primera idea era llamar La Ciudadana al suplemento, pero el entonces jefe de redacción respondió que era imposible, que él no podía sectorizar así el nombre del diario, porque "El Ciudadano es para todos". Sin saberlo entonces, mucho más consciente después, Raúl Rey hacía gala de su visión sexista. Ahí empezamos la búsqueda de un nombre, y llegamos a la figura de Diana, la Cazadora, la diosa grecolatina de la luna, los bosques y la caza. Pese a la decepción inicial, creo que el nuevo nombre hizo honor a la búsqueda que emprendíamos. Estaba fundamentado en el editorial que escribí en el primer número del suplemento. Ahora puedo verlo marcado por inquietudes personales, pero les confieso que todavía me parece válido, aunque hoy, seguro, lo escribiría distinto.

En aquel editorial hablaba de Diana Cazadora como la mujer en busca, de aquella que no sólo debe, y quiere, procurar su sustento, sino que también se lanza en la búsqueda de su deseo, con todas las armas a su alcance.

Y además, planteaba como declaración de principios que "La Cazadora es la inteligencia transformadora al servicio de aquella intención que no por muy formulada está vaciada de contenido: hacer que el mundo sea más vivible, exigir la justicia cuando algo nos parece injusto, poner la flecha en el corazón de aquello que nos importa y hacerlo siempre, como mujeres, sin dejar de lado ­como podríamos-- el amor y el deseo, la pasión y los miedos".

Hablar de género es hablar sobre todo de la asimetría de oportunidades. Y acá se imbrica el compromiso de mi práctica profesional, el único que siempre asumí, con los desprotegidos, las víctimas del sistema, las personas que no tuvieron oportunidad de crecer, de desarrollarse. Ese compromiso me llevó de cabeza a cuestiones de género. Porque siempre las mujeres somos más pobres, más explotadas, menos escuchadas. Porque somos más discriminadas en el mercado laboral, porque cumplimos una doble jornada laboral invisible, que no reconocen el Estado ni la familia. Porque el Estado nos condena si decidimos sobre nuestros cuerpos, con su máxima expresión de la penalización del aborto. Porque las reivindicaciones de género se licuan en otros discursos sociales.

Pero para mí, las preocupaciones de género siempre fueron más intuitivas, y ahora, cuando leo sobre el tema encuentro por lo general expresiones que confirman esas intuiciones. Diría que, pese a haber escrito muchísimas notas abordadas desde el género antes de La Cazadora, la reflexión sobre el tema comenzó para mí con este suplemento.

El proceso de elaboración fue complejo, con el invalorable aporte del entonces editor general del diario, Pedro Cantini. Definimos las secciones, con una nota central sobre un tema de género, o la mirada femenina sobre un tema de actualidad. Había también una entrevista a alguna mujer que nos interesara. Queríamos restringirla a temas de género, pero sobre todo hizo gala de diversidad en la elección de las entrevistadas. Además teníamos una sección sobre el bienestar corporal, llamada "La Forma Propia", que escribía Gabriela Morales, y otra de moda, "La Armadura", ideada y escrita por Silvia Querede. Esto es algo que luego quisiera retomar, porque justamente la idea fue hacer una relectura de la factura habitual de las publicaciones mal llamadas femeninas.

También estaba "Esa mujer", una invitación a algunos hombres para que hablaran de una mujer que los hubiera impactado (el título era trillado, porque yo también admiro, como tantos otros, el hermoso cuento de Rodolfo Walsh sobre Eva Perón). Al poco tiempo, Pablo Makovsky empezó a escribir los Feminarios, donde ponía en juego su enorme cultura y sensiblidad para preguntarse sobre el alma femenina. Creo que muchos números de La Cazadora todavía se justifican por esos pequeños textos de Makovsky. No quería hacerles una enumeración sobre el contenido del suplemento, aunque sí contarles que no excluíamos la palabra de los hombres, como una comunicación todavía pendiente. Y que queríamos atraer la mirada de las mujeres que leían el diario, pero sin supeditarla a los prejuicios y estereotipos corrientes.

La columna vertebral del suplemento era su nota central. La revisión de los 18 números que duró La Cazadora en su forma original desnuda que era un producto desparejo, aunque la búsqueda era siempre la misma. Entre las notas específicas sobre género, vale nombrar "Políticas que pelean por su palabra" (de Cecilia Vallina), "Contra el mito del instinto maternal" (de Carolina Monje), "Aborto en Rosario, las cifras del silencio" (de Mariela Mulhall), "Violaciones en casa, un muro de silencio" (de Luciano Couso) y "Ciudadanas, un espacio por conquistar (de Sonia Tessa).

En la intención de dar una mirada femenina a las notas de actualidad, el ejemplo más válido es "A la sombra de los despidos en el puerto" (de Fernanda Blasco), un reportaje sobre las mujeres de los estibadores portuarios que sostuvieron una lucha gremial de meses. Otra nota que quisiera destacar, porque muestra la intención reflexiva del suplemento, fue "Hijas por el nombre del padre" (de Cecilia Vallina y Carolina Monje), que aprovechó las visitas de Adelaida Guevara March (la hija del Che) y Patricia Walsh (hija del escritor argentino desaparecido) para releer la lucha de esas mujeres tras las banderas de sus padres.

Con respecto a las otras secciones: La Forma Propia era fiel a la vastísima trayectoria de Gabriela Morales, cuyo trabajo de reflexión sobre el cuerpo daba cuenta de la complejidad del tema, y no lo reducía a 10 ejercicios pautados. En principio, Gabriela había pensado el nombre "Genoveva, elige tu propia forma", como una invitación que mantuvo su idea original en un nombre más sintético.

La Armadura era una sección con información, que no dejaba de lado la reflexión sobre los usos y costumbres sociales que supone la moda. Silvia Querede retomaba a Oscar Wilde, con su frase: "La gente dice a veces que la belleza es solamente superficial. Puede ser. Pero al menos no es tan superficial como el pensamiento. Unicamente la gente limitada juzga por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es el visible, no el invisible". Y por eso, ella postulaba que "las apariencias no engañan. Sólo plantean un misterio a develar". En cada número de La Cazadora puso un toque reflexivo sobre aquello que para muchas mujeres es "un dictado", y fue siempre más allá de las "tendencias de esta temporada".

Pero las dificultades recién empezaban, y nosotros tuvimos que combinar nuestro trabajo de todos los días con el suplemento, que era visto algo así como un hobby, en el mejor de los casos, o un curro para ampliar nuestros ingresos. También hubo cuestionamientos de otras mujeres de la redacción, que se sentían marginadas del proyecto. Trabajar fuera de horario, durante el fin de semana, garantizar el cierre pese a las dificultades que nuestra tarea nos ponían día a día, hicieron que el suplemento fuera desparejo, que muchas veces no pudiéramos dedicarle el tiempo que se merecía.

Y además, empezaron las críticas. Desde la dirección del diario, porque no era un producto típicamente femenino, porque sus secciones más comerciales, como deberían ser la de gimnasia y la de moda, no estaban concebidas para vender, porque no era vendible. A partir de mi trabajo de más de diez años como periodista de medios masivos, sé que una de las reglas de esta profesión es generar productos atractivos, porque es necesario convocar a los lectores, pero nuestra lectora modelo no era la que se proponía el diario para este segmento. No había dietas, no había ejercicios abdominales, no había lista de prendas imprescindibles en todo guardarropa, o por lo menos no siempre.

Fue por eso que en noviembre, el suplemento quedó subsumido en un nuevo intento del diario, que era una especie de revista dominical llamada Temas y Manías. La Cazadora siguió siendo una sección de esa revista, pero yo consideré que eso no era el espacio por el que yo había peleado y si bien escribí un par de notas, dejé de hacerme cargo de la edición.

Aunque las mencioné como autoras de las notas que creo más valiosas de la existencia de La Cazadora como suplemento, quiero subrayar que yo fui impulsora y editora de un intento que fue posible por los aportes de Carolina Monje, Cecilia Vallina y Fernanda Blasco. La diagramadora, Mariana López, mantuvo un compromiso con el producto que fue determinante, y Pedro Cantini no dejó jamás de ser el maestro con la palabra precisa para zanjar una duda, o repensar un enfoque.

Ahora que pasó un tiempo y puedo verlo sin pasión, creo que La Cazadora fue un buen intento, al que le faltó tiempo pero no esfuerzo. Fue la única vez que me plantee trabajar en forma exclusiva la mirada de género, y creo que las huellas que dejó La Cazadora en muchas mujeres feministas, o interesadas en temas de género, --y ojalá también en algunas otras lectoras más desprevenidas-- valieron el esfuerzo.
Fuente: Agencia Rima

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