"El periodismo es lindo porque se conoce gente y otras picardías" es una crónica entrañable, irónica y nostálgica sobre el oficio periodístico, contada desde la experiencia y la memoria de Carlos Ulanovsky, uno de los grandes referentes del periodismo argentino. El libro es, a la vez, autobiográfico, coral y testimonial, y rinde homenaje a las redacciones, a los personajes que las habitaron, a las anécdotas que las definieron y, sobre todo, a la picardía —entendida como ingenio, recurso creativo y forma de supervivencia en un oficio muchas veces precario.

No se trata de un manual técnico, sino de una celebración del oficio: un recorrido poblado de nombres propios, situaciones insólitas, historias divertidas, errores confesados, redacciones caóticas, cierres apurados y mucha pasión. Se destacan relatos de figuras como Fernanda Nicolini, Eduardo Blaustein, Camilo Sánchez, Edgardo Esteban, Abel Gilbert, entre muchos otros. La "picardía" actúa como hilo conductor que enlaza el humor con la ética, y la improvisación con la responsabilidad, marcando distancia con aquellas prácticas turbias que suelen confundirse con la viveza.
Ulanovsky rememora redacciones memorables —como las de PáginaI12, El Porteño o Billiken— y evoca a sus colegas con ternura, ironía y admiración. También reflexiona sobre el impacto de las nuevas tecnologías, la precarización laboral y la desaparición de la bohemia periodística. Las ilustraciones de Miguel Rep y el prólogo de Sergio Olguín aportan belleza, humor y profundidad a una obra que celebra una manera de ejercer el periodismo con humanidad, compromiso y, sobre todo, pasión.
Carlos Ulanovsky reflexionó sobre las motivaciones que lo llevaron a escribir su nuevo libro El periodismo es lindo porque se conoce gente. Dijo que no sabía con precisión qué lo impulsaba, pero que quizás se trataba de una especie de locura: escribir un libro, explicó, implicaba un año de trabajo, de sentarse una y otra vez, durante doce horas diarias, hasta que el texto estuviera terminado. Tal vez, agregó, lo que lo motivaba era el hecho de haber vivido más de seis décadas dentro del periodismo, un oficio sobre el cual seguía haciéndose preguntas. Para él, el periodismo no era una profesión, ni una vocación, ni mucho menos un apostolado, sino un oficio, al mismo nivel que saber lustrar una mesa, pegar una alfombra o colocar una baldosa. Claro que el periodismo, subrayó, tenía sus particularidades, entre ellas la exigencia de tensar al máximo el músculo de la escritura.

En cuanto al papel de la picardía en el periodismo, Ulanovsky señaló que no tenía una respuesta cerrada sobre por qué había elegido ese enfoque, aunque consideraba que Sergio Olguín lo explicaba muy bien en el prólogo del libro: sin picardía, el periodista se reduce a ser un simple empleado administrativo que escribe bien. Coincidía con esa afirmación. Para él, la picardía era uno de los atributos fundamentales para ejercer el oficio, junto con el esfuerzo, la preparación, la investigación y la seriedad. También consideraba esenciales el olfato, la intuición, el sentido de la oportunidad (pero sin caer en el oportunismo), la capacidad de interpretación, la habilidad para transmitir, y la inventiva, la exageración e incluso el cholulismo.
Sobre el proceso de selección de anécdotas, explicó que fue como armar una nota muy extensa. Una nota grande, estimó, podía tener unos 10 o 12 mil caracteres, mientras que este libro llegaba a 270 o 300 mil. Eligió aquellas historias que surgían desde lo no sabido, desde lo que había que construir desde cero. Por eso incluyó capítulos sobre fuentes, títulos, errores, slogans, deportes, mujeres y poder. Mencionó también un capítulo dedicado a "Iberia" dentro del ambiente periodístico, y otro que definió como un "santuario", en homenaje a maestros que lo formaron, tanto los que conoció como los que no.
También aparecían voces jóvenes, que en sus primeros pasos relataban ese momento fundacional que los unió al periodismo. Aseguró que todos los que aparecían en el libro, vivos o no, se habían ganado su lugar. Reafirmó que el humor era parte central de su identidad, y que disfrutaba especialmente de reírse de sí mismo, así como de aquellos que se creen especiales solo por ser periodistas. Recordó con afecto su paso por Satiricón, una etapa en la que se rió mucho y a la que le debía varias de esas risas.
Cuando se le preguntó si creía en una “picardía sana”, sostuvo que sí. Afirmó que había conocido a muchos pícaros en las redacciones, y los definió como aquellos capaces de transmitir todo con un simple gesto o guiño. Para él, ser pícaro también significaba tener facilidad para comunicar, vocación de servicio, respeto por la verdad y un aceptable dominio de la escritura. Añadió que un buen periodista debía tener sentido del humor y que, en el fondo, la verdadera picardía estaba asociada a ser una buena persona. No creía que alguien malo pudiera ser un buen periodista.
Distinguió claramente la picardía de actitudes como la viveza criolla, la trampa, la ventajita o el aprovechamiento. Eso, remarcó, no era picardía. Tampoco lo eran las componendas, las operaciones o la corrupción. En cambio, sí valoraba el humor en la redacción: los chistes, las bromas, las cargadas. Recordó a colegas bromistas que tenían la capacidad de hacer reír, y confesó que los extrañaba.
Reconoció que seguramente quedaron anécdotas fuera del libro, pero dijo estar conforme con las que finalmente incluyó. Admitió también que no se podía hacer un libro interminable y que el texto tenía un límite. Expresó su deseo de que los jóvenes lo lean y descubran todo lo que podía pasar —o aún puede pasar— dentro de una redacción.
Al recordar a los periodistas que marcaron su carrera, mencionó que a los 15 años un compañero de escuela, Mariano Moreno Rodolfo Terraño, fundó una revista estudiantil en la que él fue subdirector. Esa experiencia temprana le mostró que el periodismo podía ser uno de sus caminos. Luego fue conociendo figuras claves en distintas redacciones: Francisco Valle de Juan, Pablo Alonso, Paco Vera, Martín Campos, Carlos Aguirre, Jorge Arauz Badí, Osvaldo Zeigermann, Aída Vornik, Mabel Iscovich. En la revista Confirmado, Osvaldo César le enseñó trucos del oficio, como usar ciertas teclas de la máquina de escribir para lograr un tachado parejo. También recordó a muchos colegas en Clarín, La Opinión, Satiricón, Página/12 y La Nación, a quienes consideró fundamentales en su formación y a quienes les debía gran parte de lo que era como periodista.
Sostuvo que la picaresca periodística no estaría completa sin todos ellos. Para él, el periodismo era lindo porque permitía conocer gente, y su libro remitía justamente a ese espíritu: el de las redacciones, el del amor por el oficio. Afirmó que ese amor lo había guiado toda la vida. Comentó que El periodismo es lindo porque se conoce gente se vinculaba también con Par en las rotativas, un libro de 1997 en el que originalmente había pensado incluir un capítulo sobre la picardía, aunque la editorial finalmente decidió suprimirlo por extensión. Varias de las anécdotas de ese entonces reaparecen ahora, en esta nueva obra.
Ulanovsky se despidió presentándose con la frase que figura en su tarjeta personal: “hincha de Racing, periodista, escritor, en ese orden”, y agregó con ironía que, últimamente, se definía también como un “dinosaurio vivo”. Se mostró abierto a responder cualquier otra pregunta y agradeció la consulta, enviando un saludo a la audiencia.
Antricipos del libroJulio Ramos y Héctor Ricardo García
Periodista y licenciado en Economía por la UBA, Julio Ramos sacó el diario Ámbito Financiero en 1975, año del fatídico “Rodrigazo” que instaló las bases de la política económica de la dictadura que llegaría meses después. Ramos, que recibía en su oficina a interlocutores y visitantes, a quienes les exigía que acotaran al máximo lo que tuvieran para decirle, con un cartel que decía “Por favor, hable con copete”, fue el creador de una sección llamada “Charlas de Quincho” que, en poco tiempo, fue una de las más leídas. La catalogó de esta manera: “Información con entretenimiento”. Y redondeó: “Soy periodista. Todo lo que veo y oigo lo cuento, salvo que sean cuestiones personales, situaciones íntimas o romances que pudieran originar escándalos”. En su diario oficializó una polémica sección: las “publinotas”. En 1994, en el semanario La Maga así habló de sus características. “Si usted quiere aparecer en la página siguiente a las centrales, lo paga y aparece. Esto es así en el The New York Times y también en este diario. El valor figura en el tarifario de publicidad”. En lo que, seguramente, constituía una apreciable instrucción para sus redactores en esa misma entrevista agregaba: “Las empresas tienen su precio. No distinguen raza, religión, nada. La moneda de pago con quien le da información es, algún día, hablar bien de lo que esa empresa o quien habla en su nombre hacen. Quien no entienda esto no entiende nada de periodismo”. Resolvió con naturalidad, como si eso perteneciera a lo intrínseco del oficio, el significado de cualquier clase de toma y daca informativo. “Es obvio que si usted vio diez veces a un funcionario, llegará un momento en que el tipo le va a decir ‘Che, dale bolilla a esto que hicimos, o a esto que tenemos para informar: no sabés el trabajo que nos costó’ ”. Se podría intentar definir su tarea parafraseando un dicho eterno de Alberto Olmedo: “Éramos tan pragmáticos”. Ramos falleció en 2006 y el que inventó y condujo es otro de los tantos casos de un medio que no sobrevive a su creador. Luego de 47 años de editarse en papel y luego de varios pasamanos empresarios, el diario de actualidades económicas y financieras dejó de aparecer a principios de 2024, aunque mantiene activa una edición digital.
Hugo Gambini, que pasó por la legendaria redacción del diario Crónica de Héctor Ricardo García escuchó de su boca una historia que pinta al periodista talentoso, pero también alude al hombre al que le sobra calle, audacia e intuición. Refiriéndose a su formato tabloide que hacía poco había aparecido, una vez llegó preocupado a la redacción y a los gritos dijo: “La cagamos con el formato. Ayer estaba en la calle Lavalle, la gente salía de los cines y afuera llovía mucho. Todo el mundo compraba La Razón porque por el tamaño sábana se podía proteger más”. Nada de eso, y pese a otra clase de lluvias y tormentas, lo frenó para hacer un diario popular y masivo así como tampoco como para convertirse en un poderoso empresario de medios, dueño de diarios, revistas, radios, canales de aire, señales de noticia y también salas de teatro y empresas discográficas. Solo trinaba cuando de alguno de sus medios se decía que era sensacionalista. Ofendido, sostenía: “Eso es discriminación. ¿Por qué no hablan del sensacionalismo de saco y corbata?”. Tuvo una vida de película; fue uno de los primeros en tomar como lucha personal el reclamo, de las islas Malvinas; sufrió censuras y clausuras de varios gobiernos, atentados políticos de todos los colores ideológicos; fue secuestrado por la guerrilla de izquierda, purgó prisión por un presunto delito económico.
En 1963, año de la aparición del diario cuyo eslogan sigue siendo “Firme junto al pueblo”, medio país hablaba del asesinato de Norma Mirta Penjerek, una joven estudiante de origen judío que apareció asesinada. Ese episodio (duró meses en modo culebrón por entregas) instaló el diario en la consideración de la gente. En esos tiempos iniciales también apeló a otros ardides. Recién afincada en el mercado argentino, la transnacional Pepsi organizó un concurso de preguntas de interés general. Molesto porque al nuevo diario no había llegado ni una mínima pauta publicitaria, García ideó una estrategia que molestó sobremanera a la empresa. “Sin nombrar la marca, publicábamos frases como ‘si lo que busca son las respuestas del certamen refrescante acá las encontrará de a poco’ y tirábamos pistas sobre las respuestas”, explicó. Eso también aumentó notablemente las ventas y en abril de 1964 pudo poner dos ediciones diarias en la calle, la quinta y la sexta. El periodista Carlos Ferreira atribuyó a una trinidad de intereses la identidad principal del diario: fútbol, carreras de caballos e información policial. Y en muchas ocasiones García corroboró el fundamento de Ferreira. Queda sintetizado en estas frases: “Así como antes la gente llamaba al diario para alertar sobre cualquier incidente, siniestro o caso de violencia ahora alerta a Crónica TV antes que a la policía o a los bomberos. Y hasta la policía nos llama a nosotros para chequear o confirmar datos”. Acerca del estilo también aportó: “Yo inventé hace 30 años lo que ahora hace Mauro Viale. Que los delincuentes se entreguen frente a las cámaras. Por eso, en una época en que las seccionales de la ciudad eran cincuenta, a nosotros nos llamaban Seccional 51. Me acuerdo del día que el boxeador Andrés Selpa llegó conmocionado al canal, y después de poner un revolver sobre una mesa, dijo, al aire: ‘Acabo de balear a mi mujer. No sé si la maté’. La policía se lo llevó de aquí. Y eso hicimos con los muchos que preferían entregarse en Crónica TV. Los fotografiábamos para la nota en el diario y eso era una forma de blanqueo, porque sabían que así, después, no los iban a golpear o a torturar”. Héctor Ricardo García murió en 2019 a los 86 años. Desde hacía unos años había resignado la titularidad de sus empresas. Atrás quedaban más de 60 años de vida periodística y muchas, muchas picardías.
Solo queda el HumorEn junio de 1978, cuando la dictadura exigió a los medios que el Mundial de Fútbol a disputarse en el país fuera considerado cuestión de Estado, apareció la revista Humo® (abreviatura de Humor Registrado). En la tapa, se incluía la caricatura del director técnico del seleccionado argentino César Luis Menotti, más flaco, como consumido y con unas orejas que inequívocamente remitían a las del entonces ministro de economía Martínez de Hoz. El dibujo, de alto contenido irónico, estaba acompañado por una frase que lo empardaba en intención: “El Mundial se hace, cueste lo que cueste”. A partir de entonces, y durante 21 años y 566 ediciones, la revista Humor desafió al cerrojo informativo y se convirtió en alternativa al pensamiento único en un momento en que cualquier tipo de contenido diferente podía ser considerado subversivo. Desafiante, se plantó en la vereda opuesta del Mundial, criticaba con astucia a la televisión cuando todos los canales estaban en manos del Estado y hasta se permitía chanzas sobre las consecuencias irreparables del
modelo económico. Desde el número inicial (calificado por la censura imperante de “exhibición limitada” en los kioscos) fue observada, amenazada y en varias ocasiones castigada con secuestros. La revista fue una creación del notable caricaturista y editor Andrés Cascioli. Durante los años que apareció en dictadura, se caracterizó por publicar lo más de lo menos permitido. Basta revisar la colección para darse cuenta de que los principales jerarcas de las Fuerzas Armadas –en ese entonces dueños de la vida y de la muerte– fueron dibujados en modo sátira por Cascioli y otros talentosos ilustradores. Por esas cosas que a veces ocurren, una publicación que propiciaba la risa y el pensamiento, cosas muy mal miradas en ese tiempo, se les filtró a los militares y a sus muchos asesores civiles.
El medio celebró a partir de 1984 el retorno a la vida constitucional. Aunque apoyó al gobierno de Alfonsín, miembros del radicalismo y funcionarios temblaban ante algunas ocurrencias, con el débil argumento de que la recuperación de la democracia era muy reciente, y había que cuidarla. Pero verdaderamente mal le fue en la década menemista. El presidente y muchos de su entorno respondieron a cada chiste con juicios que, sumados, se convirtieron en un auténtico acoso judicial para la empresa. En esos años la revista vivió una experiencia extraña: más tapas adversas publicaba, más descendían sus ventas. A la persecución política y judicial se sumó la tributaria, y también intervenciones judiciales de ex empleados. El 18 de octubre de 1999, con las caricaturas de Duhalde y Ruckauf en tapa y con Ediciones de la Urraca (la empresa de Cascioli que, en un momento, llegó a tener doce publicaciones) quebrada, apareció el último número de Humor. Repasar ahora la colección es la posibilidad de reconocer a una publicación memorable que durante más de veinte años mostró, a su manera, mucho de lo que ocurrió, convirtiendo tantos momentos horribles o difíciles en risa transformadora.
British Lady"Se había transformado en una rutina. Cada dos o tres semanas, sonaba el teléfono de mi escritorio y aparecía la voz de Helen. Era una lectora de décadas del Buenos Aires Herald, que desde las primeras conversaciones se presentó como una British Lady", cuenta acá, en deliciosa primera persona el periodista Sebastián Lacunza. "Comunicarse con la redacción de un diario nunca fue fácil. Pero Helen, una mujer mayor y tenaz sabía que tenía que llamar entrada la noche. Los muchachos de la guardia la reconocían y me la pasaban sin vueltas".
–Lacunza, soy Helen, la British Lady de Hurlingham.
Y de inmediato, cuenta Lacunza, seguía un reclamo: un crucigrama repetido, que faltaban noticias comunitarias, una tira cómica que no aparecía o, lo más grave, que ese día el diario no había llegado a su casona, ubicada en uno de los enclaves ingleses forjados a la vera de las vías ferroviarias construidas desde el último cuarto del siglo xix. La queja llegaba junto a la advertencia de que la perderíamos como lectora para siempre. "Que Helen me llamara desde su casa, ubicada en el segundo cordón del Gran Buenos Aires, a 30 kilómetros del centro de Buenos Aires, para reclamar que su canillita no le había dejado el Herald actuaba como aliciente porque significaba que los días anteriores sí había llegado… A veces ni siquiera se repartía en tiempo y forma en Callao y Las Heras, a veinte cuadras de la redacción".
"Su llamado me servía como control de calidad y para detectar errores", confirma ahora quien desde mayo de 2013 ocupara el cargo de director del diario escrito en inglés que se publicó durante 141 años (1876-2017). Fue un diario muy reconocido incluso a nivel mundial “en especial, por la denuncia de los crímenes atroces de la dictadura militar”. Se lamenta Lacunza: “Si las últimas décadas del diario fueron difíciles, los dos años finales fueron decididamente críticos. Los lectores, como Helen, se volvieron muy mayores y sus descendientes no necesitaban un periódico en inglés como fuente primaria de información”. A fines de 2017 el grupo empresario propietario del diario (Indalo) despidió a tres cuartos del personal y transformó al más que centenario medio en semanario. “Quedamos tan solo seis periodistas y una diagramadora”, recuerda Lacunza y afirma que el cambio fue “traumático”.
La reaparición del Herald como semanario fue a principios de noviembre de 2017, con una edición de 56 páginas y llegada a una página web. Un esfuerzo periodístico que Lacunza califica como “odisea”. Seguramente así fue. Y en un momento el teléfono de Sebastián volvió a sonar y quien hablaba era Helen. “Recibí un reto de novela. A pesar de que la diagramadora Patricia Fernández había hecho una brillante rediagramación, Helen se quejó porque el crucigrama le había resultado pequeño para su menguada vista de dama británica. Ocho meses después, en agosto de 2017, llegaría el cierre definitivo. “Por un tiempo me quedé sin palabras. Solo atiné a llamar a colaboradores y a personas que habían sido importantes durante mi gestión, para darles y que me dieran consuelo. También llamé a Helen que apenas me escuchó, preguntó: ‘¿Qué? ¿Vuelve el Herald?’’’.
Lacunza se quedó sin palabras para hablar, pero no para escribir. En 2021 escribió y publicó El testigo inglés, un libro sobre los 141 años de historia del diario de habla inglesa. “Se me ocurrió que Helen podría decirme unas palabras para incluirlas en el epílogo. Tenía su teléfono con característica 4662, pero nadie contestó”.
Periodismo y poder: pues entonces, ¿quién lo tiene?Está cada vez más claro que nos toca ejercer el oficio en un marco y en un tiempo en el que lo que más importa es el balance entre oferta y demanda. Lo sintió en carne propia un periodista del palo político. “¿Poder? Y sí, pero muy cada tanto y cuando les conviene.
Ahí, por un ratito, te dejan que espíes sus naipes. Pero los que verdaderamente juegan a las cartas son ellos”. ¿Quién tiene el poder?, vale preguntarse y responderse con sinceridad cuando se habla del poder del periodismo, livianamente calificado como “el cuarto poder”. No es disparatada la sensación (por momentos, también convicción) de que los efectos de la globalización sumados a los de la revolución digital liquidaron al periodismo tal como nos lo transmitieron muchos de los veteranos alquimistas que nos precedieron. La información disponible (que dista bastante de ser toda la información) es utilizada principalmente por grupos económicos concentrados o monopólicos para afianzar sus intereses y asegurar sus negocios y ganancias. Ha quedado bastante atrás la necesidad de contar con investigaciones que cambien rumbos, que transformen, que revelen, que sacudan al mundo establecido. Importa el caso que llene páginas y minutos de aire, el escándalo que lastime a gobiernos y salve de culpa y cargo a intereses privados y empresarios.
Calificado periodista de agencia noticiosa, especialista en temas profundos del deporte, conductor de audiovisuales, Ezequiel Fernández Moores escribió en la revista Temas un texto muy esclarecedor. Citó a uno de los fundadores del diario francés Le Monde que, directo y conciso, dijo de nosotros los periodistas que éramos “como los choferes. Algunos se sentirán al manejo de un viejo Citroën y, otros, en cambio, se creerán más poderosos conduciendo un Mercedes Benz. Pero ni uno ni otro dejan de ser choferes. Los dueños de los autos son sus patrones. El chofer podrá cada tanto sentir que comete alguna travesura. Pero, en definitiva, es el dueño del auto el que indica hasta dónde se puede llegar”. Ezequiel parte de ese pensamiento, que parece tener mucho conocimiento de causa, y lo acerca al territorio del que es especialista. “El periodismo deportivo quedó condenado al entretenimiento. Así también, el periodista deportivo quedó condenado al rol de animador, relator de hazañas que entusiasman a las multitudes. ¿Cómo hacer para informar sobre altas y bajas del espectáculo deportivo cuando cualquier periodista sabe que el propietario del medio en el que trabaja es también parte interesada en el negocio?”. Lúcido y valiente en su análisis, Ezequiel entiende que “antes los dirigentes deportivos tenían fuerza para negociar desde una posición de poder, porque sabían que eran los dueños de la materia prima. La situación es distinta. Los dueños de los medios se han convertido también en dueños del espectáculo”. Menciona en el artículo las prácticas monopólicas que, en ocasiones, obliga al periodista, tenga poco o mucho renombre, a adaptar su pensamiento o a mimetizarlo con el de la empresa. Su conclusión es verdadera y dolorosa: “El problema no es exactamente aquello que decimos. El problema, en realidad, es todo aquello que callamos”. Esa fisura a la que Fernández Moores alude cruza los tiempos. En cualquiera de las actuales escuelas de enseñanza del periodismo pueden leerse en libros especializados o en definiciones precisas pero insuficientes, como “periodismo es difundir todo aquello que no sea propaganda” o “periodismo es eso que los poderosos no quieren que se sepa”.
Seguramente, los colegas que en 1938 organizaron en Córdoba el Primer Congreso Nacional de Periodistas no solo lo hicieron motivados por el propósito de lograr mejores condiciones de trabajo, sino para discutir con conciencia de clase las decisiones empresariales. Tuvo que pasar un tiempo hasta que, en 1946, el Congreso de la Nación votó la ley 12 908, la misma que con serias lesiones y fracturas expuestas aún rige (o debería hacerlo) el ecosistema laboral periodístico. Muchos hicieron posible esa gesta. Pero la historia reconoce a algunos elegidos. Por ejemplo, al prestigioso periodista Octavio Palazzolo que fue el que le acercó el borrador de la futura ley al coronel Perón, cuando este cumplía funciones en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Ya como presidente, Perón sumó voluntad para que el documento alcanzara estado de derecho.
En un texto excelente publicado en la revista independiente Cítrica (proyecto de necesidad y urgencia de ex trabajadores del diario Crítica cerrado en 2010) y firmado por Mariano Pagnucco, se dice que desde esos momentos fundacionales hay marcas y grietas que siguen vigentes. Las más importantes se refieren a la condición de los periodistas. La nota se pregunta: “¿Seres librepensadores que vuelcan sus ideas para intervenir en la esfera pública u obreros del pensamiento que ponen su fuerza de trabajo al servicio de patrones que lucran con el resultado de su labor?”. Preguntas similares también se hacían en los tiempos en que diarios como La Prensa, La Nación, Crítica o La Razón ocupaban la centralidad informativa.
Aquí importa el recuerdo de Palazzolo. “Por un lado estaban los que hinchados de una enorme vanidad seguían alimentando la leyenda del periodista […] quijotesco, heroico, que solo vivía para difundir ideas. Por otra parte, estábamos los que habíamos superado ese magnífico pretexto, destinado a pagar sueldos de hambre, a enriquecer a las empresas o a solventar los lujos de algún director-propietario”.
Nada ilustra mejor acerca del verdadero poder del periodismo y de los periodistas, la historia contada por el cronista al que la revista en la que trabajaba le confió la misión de seguir a sol y a sombra la visita de Christina Onassis a la Argentina. Desde que se dieron la mano por primera vez hasta su despedida, el hombre no se perdió ningún movimiento. “En un momento me creía un magnate del jet set. No era para menos, andar de un lado para el otro con la heredera de una de las mayores fortunas del mundo. Pero no. Compartimos el remis hasta la mansión de una amiga y antes de bajar, me volvió a dar la mano y me dejó una propina”.
La pelea por el títuloEs la inicial llamada de atención, ese guiño que de la cabeza de página le inyecta interés y curiosidad a la cabeza del lector. Es la puerta de entrada a una noticia, a una historia, a una revelación que se desconocía. Toda información periodística empieza por el título y, si es bueno, atractivo, apropiado, mucho mejor.
Ahí anda el dicho de redacción: “Dame un buen título y te armo la mejor nota del mundo”. En la tarea periodística el título es una estrella indiscutida. Cuentan que en uno de los tantos diarios en los que aportó tiempo y talento el joven Ernest Hemingway, una autoridad insidiosa quiso ponerlo a prueba. “Arme un título de seis palabras y de tres líneas”. Sin atormentarse y después de dar algunas vueltas escribió The Old Man And The Sea, lo que con el tiempo se convertiría en el título de su novela más conocida: El viejo y el mar.
Entre nosotros, también hay un título ingresado al salón de la fama. En la sección deportiva de un diario, a Américo Barrios le pidieron que hiciera un título en tres líneas con palabras que tuvieran solo tres letras. Su magistral respuesta fue “Hoy hay Box”. Durante largo tiempo, Barrios (seudónimo de Luis María Albamonte) se destacó en radio. Allí creó un título de oro para su sección de aguafuertes ciudadanas: “¿No le parece?”. Le doy mucha importancia a los títulos.
Encontrar uno adecuado me hace feliz, me deja tranquilo, me alivia de una pasajera aridez de inspiración y me instala en la ruta de lo que necesito y quiero decir. Aclarado esto, debo reconocer que, aunque amo jugar con las palabras, no he sido un buen titulero. Sin embargo, una vez, evocando a Manuel Belgrano y a la creación de la Bandera encontré uno que todavía me gusta: “El que la hizo, y la izó”. Y cuando digo que no figuraré en el libro de oro de los títulos, pienso en alguien como Juan José “El Nene” Panno. En el suplemento Líbero de Página/12 hizo varios títulos memorables. Seguramente relacionando el éxito de la telenovela Ricos y famosos y hablando de los sueldos de los jugadores escribió “Riquelmes y famosos”. Luego de un partido en el que Juan Román la había descosido eligió “Imperio Román”. En un mal momento futbolístico de Boca para volanta jugaron con “Pésima actuación” y para título principal frotaron la lámpara y salió “Boca jugó como el otro”. Tiene en archivo una colección de titulares sugerentes. Un remero de apellido Fernández de la Concha había ganado una regata importante pero la diferencia con quien lo siguió era mínima. Crónica tituló “Fernández de la Concha ganó por un pelito”. Y esta otra de Olé, probablemente el más machirulo de la historia del periodismo. Cuando las Leonas ganaron una medalla importante en un torneo de hockey pusieron en tipografía gigante: “¡MACHAS!”, recuerda Panno.
En la liga de los títulos están clasificados algunos resueltos con una sola palabra, pero que, de tan fuertes, lo dijeron todo. La muerte de Perón fue reinterpretada por los medios. Para ponerse cerca de la condolencia colectiva Crónica eligió la palabra MURIÓ.
Ante el mismo acontecimiento, el diario Noticias prefirió titular con “DOLOR”. Cuando la edición de Clarín del 10 de diciembre de 1983 (la histórica jornada en la que se recuperó la democracia) llegó a sus lectores, vieron en vistosa tipografía la palabra LLEGAMOS. Ya en democracia, el diario Sur presentó una tapa negra y en letras blancas la expresión INDULTO. La llamada de Crónica ante el fallecimiento de Diego Maradona fue simple y contundente: “ADIÓS”. La antología no deja afuera a otros títulos igualmente impactantes, pero resueltos con dos palabras, como el de La Opinión apenas ocurrido tras el golpe de 1976: “Intervención Militar”. Los tres que se consignan a continuación salieron en Página/12: “Adiós YPF” (cuando capitales españoles se hicieron cargo de la petrolera estatal); “Fuerza todos”, al día siguiente del fallecimiento de Néstor Kirchner y “Sí, quiero”, tras la sanción del matrimonio igualitario. Con el polémico argumento de que era “la guerra de todos” los medios no pudieron superar la exigencia de la información única y crearon textos y títulos de inoportuno triunfalismo. “Vimos rendirse a los ingleses (La primera revista en llegar a las islas)” y “Seguimos ganando”, aparecidos en Gente y una serie de la revista Tal Cual como “La Thatcher está loca” o “La bruja Thatcher”, son apenas unos pocos, pero representativos de la manipulación.
Con sistemática voracidad, el periodismo y sus oficiantes se apoderaron de títulos originados en otros territorios. Fueron usados y vueltos a usar, pero todavía tienen vida por delante. De la mano de la literatura llegaron “Sin novedad en el frente”, “Triste, solitario y final”, “Historia universal de la infamia” o “A sangre fría”. De la pantalla grande al papel en blanco viajaron (Mujeres, o lo que venga mejor) “Al borde de un ataque de nervios”, “La fiesta inolvidable”, “Último (tango o no necesariamente) en París”. Con música incorporada aumentaron el repertorio Esos locos bajitos, Las vaquitas son ajenas, Solo le pido a Dios o el Oíd mortales del Himno. Dribleando en el área de la creación, la célebre sentencia de Diego Maradona “La pelota no se mancha” tuvo múltiples usos. El discurso político fue otro venero. Desde “Las patéticas miserabilidades” que Hipólito Yrigoyen dedicó a sus adversarios, efectivamente patéticos y miserables, hasta la actual “Motosierra” que solo imaginando su sonido llena de desazón. Pero hubo otros que llenaron páginas y tapas. “La más maravillosa música” (copyright de Perón), “No pudo, no supo, no quiso” (propiedad intelectual de Alfonsín) o el “Estamos mal, pero vamos bien”, del presidente Menem. Hay titulares tan usados que merecerían ser suplentes. Este es un podio, seleccionado con condenable arbitrariedad. Puesto 3) “Barajar y dar de nuevo”; 2) “El sueño terminó” y 1) “¿Qué hay de nuevo, viejo?”. Aunque, como dijo alguien, el público se renueva. Se sugiere no insistir con ellos porque el desgaste es grande.
Con mucha frecuencia el arte de titular es tema central en las redacciones, en donde quien proponga más desenfado y gracia en sus títulos se habrá ganado un lugar único. Desde su aparición en 1987, Página/12 apeló a fotomontajes, dibujos de Rep o Daniel Paz y en especial a títulos tan ingeniosos como provocativos, tan críticos como humorísticos. La década menemista les permitió ejercitar al máximo sus chispeantes interpretaciones políticas. En marzo de 1991, enojado por denuncias que comprometían a sus funcionarios, Menem acusó al diario de practicar periodismo amarillo. La respuesta fue la publicación de una edición impresa en papel amarillo con la marca Amarillo 12 en tapa. El 8 de julio de 1992 la marca del diario mutó a Página Once. Toda la edición venía con el rótulo de “Kosher”. En este caso, salieron al cruce de un enojo del empresario Jorge Antonio que ante una información que lo involucraba, se consideró perseguido y acusó a Página/12 de ser un medio de judíos. En la portada llevaron una foto del veterano ex secretario de Perón, trucada con bigotitos tipo Hitler y la marca del día fue El diario de Ana Frank. Una vez aludieron a las continuas prácticas deportivas del presidente y esa edición llevó por título Pelota 12. Y en otra, para referirse a la presencia de Menem en salones exclusivos o a sus enredos amorosos trocaron la marca a Radiolandia 12.
El periodista Fernando Capotondo contó a este libro una anécdota deliciosa que vivió en 2003 en el diario Crónica, por entonces todavía en manos de Héctor Ricardo García. Se estaba por aprobar la ley de matrimonio igualitario y García –vaya gesto audaz– propuso publicar un suplemento dedicado a las minorías sexuales. El diario ya venía cuestionado por enfoques u observaciones que en la actualidad serían motivos de denuncia homofóbica. Pero la idea de García se concretó. Crónica del Orgullo Gay comenzó a salir en la edición vespertina de los viernes. “Me eligieron a mí para dirigirlo, porque, en comparación a otros jefes, más veteranos, tenía una mirada más moderna. Trabajé mucho para ponerme muy al día, tomé contacto con las organizaciones haciéndoles entender que tenían el diario a disposición. Tal como el gallego había adelantado, la venta del vespertino empezó a aumentar”. Algo común, de cuando la edición de medios impresos era más artesanal, era que el diagramador encargado acostumbraba a ponerle títulos chistosos. Y ahí ocurrió lo imprevisto. Habían preparado un informe especial sobre la homosexualidad en las Fuerzas Armadas, un tema tabú aún hoy y, haciendo una de las suyas el diagramador se divirtió identificándolo como “Milicos trolos”. Capotondo dice hoy que intentó parar las rotativas, pero no pudo hacerlo. La edición ganó la calle y lo que podía haber sido un escándalo, no pasó de ser una anécdota memorable. “Enseguida pedí verlo a García, con el propósito de poner mi renuncia a su disposición. Pero llegué, él tenía la página abierta, me miró, se sonrió y me dijo: ‘Che, Capo, me gustó el título’. Lo que pasó después también fue sorprendente. Empezamos a recibir mensajes desde las organizaciones felicitándonos por habernos metido con ese tema, tan poco tocado, y, en especial, elogiándonos el título”, cierra la historia Capotondo y recuerda que a partir de ese momento controló mucho más de cerca las bromas del diagramador.
ContratapaPor: Sergio Olguín, del prólogo al libroEl maestro de periodistas Carlos Ulanovsky recupera una forma de ser, actuar, pensar y trabajar en esos templos laicos que son las redacciones, hoy en vías de extinción. Personajes que, con solo una mirada, un guiño o un silencio, nos avisan que cuando nosotros fuimos ellos ya están de vuelta.
¿Qué es la picardía en el periodismo?, se pregunta Ulanovsky. No es la ventajita, la canchereada, ni la humillación al compañero. Tampoco la operación interesada ni el procedimiento corrupto. Es algo de oficio, olfato, intuición, curiosidad, pero, sobre todo, astucia para romper la solemnidad y dar vuelta una página para llegar al cierre.
El libro recoge historias de medios gráficos donde dejaron su impronta Roberto Arlt, Rogelio García Lupo, María Esther Gilio, Jacobo Timerman, Rodolfo Walsh y otras grandes plumas. Enumera decálogos, apuntes y recomendaciones de Leila Guerriero, Jorge Fernández Díaz, Reynaldo Sietecase, Juan Sasturain y muchos otros. Y recupera, en base a numerosos testimonios y la propia experiencia de Ulanovsky, un sinfín de anécdotas que se resisten a caer en el olvido.
“El periodismo es lindo porque se conoce gente” es un latiguillo de los periodistas en el que mezclan ironía y escepticismo en partes iguales. El autor no se avergüenza de reconocer la excusa del periodismo para ejercer el cholulismo por conocer gente notable. ¿Es profesión, vocación, apostolado, especialidad, macaneo o algo divertido? Tal vez sea un poco de cada cosa, pero un oficio respetable al fin y, a la vez, fascinante. Como la pluma experta del querido Ula y las ilustraciones de Rep que coronan este libro.
Yo creo que la picaresca está en el gen del oficio de periodista. Está en su ADN. Sin la picaresca, el periodista es un empleado administrativo que escribe lindo (en el mejor de los casos). Gracias a ese gen es capaz de escribir sobre cualquier tema que le digan. Le mete la misma pasión a un artículo sobre el funcionamiento de los semáforos como a desarmar la trama de una estafa piramidal a doble página.
Carlos Ulanovsky x Carlos Ulanovsky
Mi nombre y apellido completo es Carlos Alberto Ulanovsky Viniarsky, aunque también me conocen como Carlos Ulanovsky, Ula, Uli, Carlitos o Tito. Nací en Buenos Aires, Argentina, en 1943. Soy el padre de dos hijas y el abuelo de nieto y nieta.
También hincha de Racing, periodista y escritor, en ese orden.
Como periodista me inicié en 1963. Desde entonces trabajé en numerosos medios gráficos de la Argentina y de México en donde viví siete años. Trabajo en radio desde 1972, hasta hoy. Trabajé poco en televisión, durante diez años fui docente de especialidades periodísticas y fui curador de las muestras-homenaje a Niní Marshall, Tato Bores y Les Luthiers.
Como escritor publiqué veintiséis libros, varios de ellos con muchas ediciones: fueron investigaciones históricas sobre la radio, diarios y revistas y televisión de nuestro país; análisis del lenguaje cotidiano; biografías; crónicas, ensayos y dos novelas. Este es el libro número veintisiete y el segundo que publico en Marea Editorial. El primero fue Seamos felices mientras estamos aquí (2018), una crónica sobre mi exilio.
Fotos, imágenes: Editorial Marea, Tiempo Argentino