Basada en la novela homónima del escritor argentino Tomás Eloy Martínez, comenzará a grabarse en 2020, y contará con la producción ejecutiva de la actriz mexicana Salma Hayek y la dirección del realizador colombiano Rodrigo García
The Walt Disney Company Latin America anunció en su Screenings para América Latina en Los Ángeles la producción de Santa Evita, una nueva serie original sobre la mítica primera dama argentina, Eva Perón, y el accidentado viaje que hizo su cuerpo embalsamado tras su fallecimiento en 1952. Basada en el best seller homónimo del escritor argentino Tomás Eloy Martínez, la serie de ocho episodios estará escrita por Marcela Guerty y contará con la producción ejecutiva de la actriz mexicana Salma Hayek y el realizador colombiano Rodrigo García (hijo de Gabriel García Márquez) como director.
El rodaje tendrá lugar en diferentes locaciones de Buenos Aires (Argentina) y comenzará en 2020. Próximamente se anunciará el elenco que dará vida a los personajes de la anticipada producción. Es una co-produccion con Non Stop y llegará a las pantallas de Latinoamérica en 2021.
Escrita por la autora y actriz argentina Marcela Guerty, Santa Evita sigue la intrigante historia de Eva Perón después de su muerte, cuando su cuerpo se mantuvo a la espera de ser enterrado durante tres años para la construcción de un monumento que nunca se concretó. En 1955, las fuerzas militares de Argentina derrocaron al entonces presidente Juan Domingo Perón y ocultaron el cuerpo de Evita durante 19 años, con el fin de evitar que se convirtiera en un arma contra el régimen. Antes de su muerte, Eva se había convertido en una potente figura política como esposa del General Perón, y su cadáver errante sin sepultura influyó en la política del país durante más de dos décadas. Santa Evita es la historia de un cuerpo sin tumba y de la leyenda que nació en torno de él.
Hijo del premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, el director García ha desarrollado una exitosa carrera en cine y televisión. En cine se destacó con películas como Amor de Madres y El secreto de Albert Nobbs, al tiempo que en televisión participó en las series Six Feet Under, In Treatment y The Affair, entre otras. En 2000, su película Con Solo Mirarte resultó ganadora del Festival de Cannes, en la sección Un Certain Regard. Por su parte, Hayek cuenta con una exitosa carrera como productora desde su compañía Ventanarrosa, luego de haberse destacado como actriz en películas como La balada del Pistolero, Salvajes, Traffic y Frida, por la que fue nominada al premio Oscar en 2000.
Fuente: Prensario
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miércoles, 22 de mayo de 2019
martes, 10 de octubre de 2017
"Basado en hechos reales", primer festival de no ficción de la Argentina
El primer evento del género contará con la presencia de Cristian Alarcón, Leila Guerriero, Josefina Licitra y Osvaldo Baigorria
“Basado en hechos reales” es el nombre del primer festival de literatura de no ficción (FestiBaHR) que se realizará en la Argentina, del 30 de noviembre al 2 de diciembre, en el Centro Cultural Kirchner (CCK), con referentes del género como Cristian Alarcón, Leila Guerriero, Josefina Licitra y Osvaldo Baigorria, entre muchos otros representantes del género de la Argentina y el extranjero.
Con la Revista Anfibia y la Fundación Tomás Eloy Martínez (TEM), dos de las entidades más relacionadas con la no ficción en nuestro país, como socios estratégicos, el festival incluirá también la presencia del periodista Martín Sivak y la ensayista María Sonia Cristoff, entre otras voces emblemáticas del periodismo narrativo, el documental y la crónica; y tanto la entrada como la participación en todas las actividades serán gratuitas, aunque para el caso de las clínicas y los talleres se requerirá inscripción previa.
Paneles, entrevistas, exposiciones, performances y una librería con títulos del género son algunas de las propuestas de “Basado en hechos reales”, que busca instalarse como “un espacio plural, federal y diverso”, entendiendo a la no ficción como “un género que cuenta historias verdaderas con herramientas de la literatura y del periodismo”.
El encuentro, el primero de esta carácter a realizarse en la Argentina, país de una amplia tradición en el género (que va de Sarmiento y Mansilla a Martín Caparrós y María Moreno, pasando por Roberto Arlt y Rodolfo Walsh) busca profundizar en “la hibridez de un género que, por lo permeable de sus fronteras, se convierte en una zona de escritura fértil que goza de buena salud, muestra de esto podría ser el Nobel literario entregado a la cronista bielorrusa Svetlana Aleksiévich hace dos años”, explican sus organizadores.
“Los festivales literarios hoy reconocidos en América Latina empezaron a surgir hace una década pero en lo relativo al género de no ficción el gran público no está acostumbrado, la idea de este festival es romper el cerco entre los que se leen entre sí y decirle a la gente ‘esto es el periodismo narrativo'”, explicó a la agencia de noticias Télam Victoria Rodríguez Lacrouts, directora ejecutiva de TEM y miembro del comité organizador del encuentro.
“El hecho de que este género tenga prestigio no quiere decir que llegue a la gente, ese halo les hace muy mal a los pibes que están queriendo escribir periodismo narrativo: se santifica demasiado a algunos autores, se los pone en un pedestal de gloria demasiado rápido; tenemos que perderle un poco el respeto para generar más producción”, señaló Rodríguez Lacrouts.
Se trata, en sus palabras, “de abrir barreras, decirle a la gente que puede leer un libro de no ficción exactamente con la misma emoción que una novela. Básicamente lo que queremos es mostrar toda la diversidad y riqueza que hay”, agrega.
FestiBaHR también es un festival de literatura atento a plataformas nuevas para contar historias reales: “No estoy muy de acuerdo en dividir periodismo narrativo y periodismo de investigación -consideró al respecto Silvina Heguy, secretaria de redacción de Anfibia y miembro del comité directivo del festival. El periodismo debería ser investigación sólido y bien escrito, sin importar la plataforma, pero a veces la calidad del periodismo no es tan buena y ocurren estas divisiones”.
Más allá de posibles distinciones, para Heguy “el género cada vez tiene más lectores que buscan buena literatura. Anfibia es la prueba que refuta todos los pronósticos de que en Internet no se leía largo ni bueno ni bien escrito, un medio que escribe crónicas y ensayos sobre la agenda de la actualidad y que gana lecturas constantemente”.
En este marco, Cecilia González, también responsable de la dirección del festival, señaló que “la Argentina tiene un reconocimiento internacional muy importante en el género crónica -el premio más importante de América Latina, el García Márquez, lo han ganado Leila Guerriero, Javier Sinay y Josefina Licitra- y una producción muy importante de libros de no ficción, pero no había ningún evento de magnitud que mostrara ese trabajo”.
González destacó que “este año uno de los libros más vendidos en el país es ‘El salto de papá’, no ficción escrita por Sivak: queremos mostrar qué buen periodismo se hace en la Argentina y defender que eso también es literatura, porque los prejuicios están en todos lados, como cuando en ficción al cuento se lo sigue considerando un género menor”.
“Hay muchísimos colegas que escriben buenas crónicas y los límites son muy lábiles, algunas trabajadas durante meses y otras urgentes, también por eso es el festival: dar a conocer autores reconocidos y a otros que no lo son. Queremos ayudar a difundir y ampliar el género, que salgan más libros y más crónicas”, concluyó.
Además, adelantaron los organizadores, se realizarán convenios con universidades de toda la Argentina, que incluirán descuentos en pasajes de micros para estudiantes y profesionales de las provincias que quieran asistir al festival.
El comité organizador del FestiBaHR se completa con las periodistas Luciana Mantero y Ana Prieto, y el editor Víctor Malumian. En tanto que el comité asesor está formado por Guerriero, Alarcón y Licitra, junto a los periodistas Julián Gorodischer, Hernán Iglesias Illia, Ezequiel Martínez, Pablo Perantuono, Hinde Pomeraniec y Maximiliano Tomas.
“Basado en Hechos Reales” cuenta con el auspicio del Ministerio de Cultura porteño y de la Nación, la Untref, Infobae, Le Monde Diplomatique, el British Council, la Embajada de los Estados Unidos, la Fundación ICBC, Bajalibros y K&S Films, quienes aportaron algunos de los pasajes aéreos para invitar a grandes exponentes del género en lengua inglesa, que los organizadores aún mantienen en secreto. En un primer momento la idea fue invitar a la Nobel Svetlana Aleksiévich, pero la autora declinó la invitación por motivos de salud.
Quienes deseen más información sobre el encuentro que se llevará a cabo en el antiguo edificio de correos de Sarmiento 151 (CABA), pueden acceder a www.basadoenhechosreales.com.ar/el-festival
El festival
Los organizadores del Festival “Basado en Hechos Reales” comenzamos a reunirnos en el invierno de 2016 para pensar en formas de promocionar la no ficción y el periodismo narrativo en Argentina. ¿Un nuevo medio? ¿Una serie de talleres? ¿Un retiro de escritura? ¿Un encuentro? ¿Un festival?
Nos decidimos por el festival: una actividad gratuita, celebratoria y de gran formato que convocara no solo a colegas del periodismo y la no ficción sino, especialmente, al gran público. Una vez tomada la decisión, buscamos el apoyo de dos de las principales organizaciones que promueven el periodismo narrativo a nivel nacional y regional: Fundación Tomás Eloy Martínez y Revista Anfibia.
El trabajo ha sido intenso. Una noche en una casa de San Telmo elegimos el nombre del Festival. En un sinuoso intercambio de correos, chats y encuentros personales, definimos el logotipo. Nos dividimos para buscar patrocinios y el respaldo de todos los medios de comunicación posibles. La gestión se transformó en una palabra clave. Formamos un Consejo Asesor integrado por algunos de los mejores representantes de la no ficción en Argentina. Recorrimos oficinas de entidades públicas y privadas para promover la actividad con todo aquel que aceptaba escucharnos. Sostuvimos largas reuniones en nuestras casas y en cafés porteños para definir el programa y a los invitados nacionales e internacionales
El resultado de ese camino es Basado en Hechos Reales: un encuentro de tres días en el que ofreceremos talleres, clínicas, paneles, entrevistas, exposiciones, performances y una librería con los títulos del género disponibles en Argentina.
Fuentes: Agencia TelAm y BHR
“Basado en hechos reales” es el nombre del primer festival de literatura de no ficción (FestiBaHR) que se realizará en la Argentina, del 30 de noviembre al 2 de diciembre, en el Centro Cultural Kirchner (CCK), con referentes del género como Cristian Alarcón, Leila Guerriero, Josefina Licitra y Osvaldo Baigorria, entre muchos otros representantes del género de la Argentina y el extranjero.
Con la Revista Anfibia y la Fundación Tomás Eloy Martínez (TEM), dos de las entidades más relacionadas con la no ficción en nuestro país, como socios estratégicos, el festival incluirá también la presencia del periodista Martín Sivak y la ensayista María Sonia Cristoff, entre otras voces emblemáticas del periodismo narrativo, el documental y la crónica; y tanto la entrada como la participación en todas las actividades serán gratuitas, aunque para el caso de las clínicas y los talleres se requerirá inscripción previa.
Paneles, entrevistas, exposiciones, performances y una librería con títulos del género son algunas de las propuestas de “Basado en hechos reales”, que busca instalarse como “un espacio plural, federal y diverso”, entendiendo a la no ficción como “un género que cuenta historias verdaderas con herramientas de la literatura y del periodismo”.
El encuentro, el primero de esta carácter a realizarse en la Argentina, país de una amplia tradición en el género (que va de Sarmiento y Mansilla a Martín Caparrós y María Moreno, pasando por Roberto Arlt y Rodolfo Walsh) busca profundizar en “la hibridez de un género que, por lo permeable de sus fronteras, se convierte en una zona de escritura fértil que goza de buena salud, muestra de esto podría ser el Nobel literario entregado a la cronista bielorrusa Svetlana Aleksiévich hace dos años”, explican sus organizadores.
“Los festivales literarios hoy reconocidos en América Latina empezaron a surgir hace una década pero en lo relativo al género de no ficción el gran público no está acostumbrado, la idea de este festival es romper el cerco entre los que se leen entre sí y decirle a la gente ‘esto es el periodismo narrativo'”, explicó a la agencia de noticias Télam Victoria Rodríguez Lacrouts, directora ejecutiva de TEM y miembro del comité organizador del encuentro.
“El hecho de que este género tenga prestigio no quiere decir que llegue a la gente, ese halo les hace muy mal a los pibes que están queriendo escribir periodismo narrativo: se santifica demasiado a algunos autores, se los pone en un pedestal de gloria demasiado rápido; tenemos que perderle un poco el respeto para generar más producción”, señaló Rodríguez Lacrouts.
Se trata, en sus palabras, “de abrir barreras, decirle a la gente que puede leer un libro de no ficción exactamente con la misma emoción que una novela. Básicamente lo que queremos es mostrar toda la diversidad y riqueza que hay”, agrega.
FestiBaHR también es un festival de literatura atento a plataformas nuevas para contar historias reales: “No estoy muy de acuerdo en dividir periodismo narrativo y periodismo de investigación -consideró al respecto Silvina Heguy, secretaria de redacción de Anfibia y miembro del comité directivo del festival. El periodismo debería ser investigación sólido y bien escrito, sin importar la plataforma, pero a veces la calidad del periodismo no es tan buena y ocurren estas divisiones”.
Más allá de posibles distinciones, para Heguy “el género cada vez tiene más lectores que buscan buena literatura. Anfibia es la prueba que refuta todos los pronósticos de que en Internet no se leía largo ni bueno ni bien escrito, un medio que escribe crónicas y ensayos sobre la agenda de la actualidad y que gana lecturas constantemente”.
En este marco, Cecilia González, también responsable de la dirección del festival, señaló que “la Argentina tiene un reconocimiento internacional muy importante en el género crónica -el premio más importante de América Latina, el García Márquez, lo han ganado Leila Guerriero, Javier Sinay y Josefina Licitra- y una producción muy importante de libros de no ficción, pero no había ningún evento de magnitud que mostrara ese trabajo”.
González destacó que “este año uno de los libros más vendidos en el país es ‘El salto de papá’, no ficción escrita por Sivak: queremos mostrar qué buen periodismo se hace en la Argentina y defender que eso también es literatura, porque los prejuicios están en todos lados, como cuando en ficción al cuento se lo sigue considerando un género menor”.
“Hay muchísimos colegas que escriben buenas crónicas y los límites son muy lábiles, algunas trabajadas durante meses y otras urgentes, también por eso es el festival: dar a conocer autores reconocidos y a otros que no lo son. Queremos ayudar a difundir y ampliar el género, que salgan más libros y más crónicas”, concluyó.
Además, adelantaron los organizadores, se realizarán convenios con universidades de toda la Argentina, que incluirán descuentos en pasajes de micros para estudiantes y profesionales de las provincias que quieran asistir al festival.
El comité organizador del FestiBaHR se completa con las periodistas Luciana Mantero y Ana Prieto, y el editor Víctor Malumian. En tanto que el comité asesor está formado por Guerriero, Alarcón y Licitra, junto a los periodistas Julián Gorodischer, Hernán Iglesias Illia, Ezequiel Martínez, Pablo Perantuono, Hinde Pomeraniec y Maximiliano Tomas.
“Basado en Hechos Reales” cuenta con el auspicio del Ministerio de Cultura porteño y de la Nación, la Untref, Infobae, Le Monde Diplomatique, el British Council, la Embajada de los Estados Unidos, la Fundación ICBC, Bajalibros y K&S Films, quienes aportaron algunos de los pasajes aéreos para invitar a grandes exponentes del género en lengua inglesa, que los organizadores aún mantienen en secreto. En un primer momento la idea fue invitar a la Nobel Svetlana Aleksiévich, pero la autora declinó la invitación por motivos de salud.
Quienes deseen más información sobre el encuentro que se llevará a cabo en el antiguo edificio de correos de Sarmiento 151 (CABA), pueden acceder a www.basadoenhechosreales.com.ar/el-festival
El festival
Los organizadores del Festival “Basado en Hechos Reales” comenzamos a reunirnos en el invierno de 2016 para pensar en formas de promocionar la no ficción y el periodismo narrativo en Argentina. ¿Un nuevo medio? ¿Una serie de talleres? ¿Un retiro de escritura? ¿Un encuentro? ¿Un festival?
Nos decidimos por el festival: una actividad gratuita, celebratoria y de gran formato que convocara no solo a colegas del periodismo y la no ficción sino, especialmente, al gran público. Una vez tomada la decisión, buscamos el apoyo de dos de las principales organizaciones que promueven el periodismo narrativo a nivel nacional y regional: Fundación Tomás Eloy Martínez y Revista Anfibia.
El trabajo ha sido intenso. Una noche en una casa de San Telmo elegimos el nombre del Festival. En un sinuoso intercambio de correos, chats y encuentros personales, definimos el logotipo. Nos dividimos para buscar patrocinios y el respaldo de todos los medios de comunicación posibles. La gestión se transformó en una palabra clave. Formamos un Consejo Asesor integrado por algunos de los mejores representantes de la no ficción en Argentina. Recorrimos oficinas de entidades públicas y privadas para promover la actividad con todo aquel que aceptaba escucharnos. Sostuvimos largas reuniones en nuestras casas y en cafés porteños para definir el programa y a los invitados nacionales e internacionales
El resultado de ese camino es Basado en Hechos Reales: un encuentro de tres días en el que ofreceremos talleres, clínicas, paneles, entrevistas, exposiciones, performances y una librería con los títulos del género disponibles en Argentina.
Fuentes: Agencia TelAm y BHR
lunes, 31 de octubre de 2016
Los herederos de Tomás Eloy Martínez: ¿Quiénes llevan la posta de la crónica en Argentina?
Por: Arturo Cervantes Ramírez
Que levante la mano.
Que levante la mano aquella revista que se atreva a enviar a un periodista hacia la Antártida.
Anfibia, revista argentina, arrojó a ese destino imposible al cronista bonaerense Federico Bianchini. Y le permitió —para envidia de tanto reportero anclado en la oficina— quedarse un mes.
Ya fue, ya vino y ya publicó, también, una crónica —bella, sutil, parsimoniosa— sobre Emiliano Depino: el biólogo argentino cuyo oficio, en el ‘continente blanco’, consiste en grabar sonidos de pingüinos y enviar esos audios a la Universidad Cornell, en Ithaca, Estados Unidos, sede de la biblioteca mundial de sonidos de aves.
Ya fue, ya vino y ya se vino, además, en este mes, el lanzamiento de un libro extenso de Bianchini sobre el tema: Antártida: 25 días encerrado en el hielo, publicado por Tusquets Editores (una editorial española con oficinas en Buenos Aires).
Periodismo narrativo de largo aliento, venga una definición más, es eso: apostarle a la Antártida, ir.
Es hallar historias inéditas (o mostrar nuevos ojos para las ya narradas).
Es hacer un stop a las coyunturas diarias, reprogramar el reloj periodístico, desacelerar su prisa.
Es investigar un tema durante uno, dos, meses; uno, dos años: los que sean necesarios hasta alcanzar la dosis exacta de rigor periodístico y estilística literaria.
Es perseguir pingüinos, lobos y elefantes marinos porque ellos, ocupados en otros andares antárticos, ignoran qué es la inmediatez mediática.
Los medios argentinos que sí; los que no
La revista digital Anfibia, creada en 2012 con el apadrinamiento de la Universidad de San Martín, es uno de los medios que más privilegia el género, pero no es el único en Argentina. El periodismo narrativo, aquel que le da el color a los detalles y profundidad a las historias, tiene buena presencia en la prensa de ese país. Aunque —claro— no en toda.
En los que sí: Anfibia, Ajo, Crisis, Cosecha Roja, Don Julio, Marco, Mu, Panamá, Rolling Stone, Salida al Mar, Tucumán Z, Un Caño y uno que otro más.
En los que no (o no mucho): Clarín, La Nación, Página 12, Diario Popular...
Los medios alternativos son los que más abren sus páginas a este tipo de periodismo. Actúan como contrapropuestas a los grandes grupos comunicacionales que, por el contrario, dado que responden a lógicas comerciales y de producción diaria, no suelen otorgarle espacio a un género apegado al largo plazo.
Un estudio, realizado en el marco del proyecto global ‘Journalistic Role Performance’, determinó que el porcentaje de crónicas y de reportajes en los periódicos tradicionales de Argentina es tan bajo que parecen limosnas: 6% de crónicas y 2% de reportajes en una muestra de 3.400 noticias de cuatro diarios principales —Clarín, La Nación, Popular y Página 12—, publicadas entre 2012 y 2013.
Adriana Amado, investigadora de medios involucrada en ese estudio, dice que las únicas crónicas que encontraron fueron de coberturas políticas y escritas «con recursos narrativos y sensacionalistas para hacerlas más atractivas». Y señala, con decepción: «No encontramos en la muestra nada parecido a las crónicas consagradas, (aquellas) que se ocupan en presentar temas sociales inéditos con profundidad y belleza lingüística».
Para Amado, es la agenda inmediata la que provoca que los medios tradicionales no cumplan funciones narrativas y se limiten a ser difusores de lo que llama «novedades institucionales».
«Hacer una crónica demanda tiempo de investigación, de entrevistas, de análisis, de escritura y eso cuesta plata: son pocos los medios que están dispuestos a afrontar esos costos», opina Bianchini, el mencionado autor de la crónica en la Antártida, también editor de Anfibia y ganador del Premio Las Nuevas Plumas 2010.
Hay una excepción en los medios tradicionales: la sección ‘Mundos Íntimos’, del diario Clarín. Sus textos se basan en la premisa de que el narrador de la historia es, también, y por qué no serlo, el protagonista. El escritor argentino Javier Núñez, alguna vez invitado a colaborar en la sección, dice que con ello se rompe «la figura del periodista como observador externo».
Historias como la de un colombiano que se casa con su novia de Corea, se muda con ella a ese país y desde ese momento él patalea por los códigos coreanos impuestos: jamás abrazar efusivamente, ver la televisión en el lavaplatos y olvidarse de esa excentricidad de Occidente llamada «cama». O la de un argentino que va rebotando de trabajo en trabajo, siempre con mala fortuna, hasta finalmente, en el clímax de la desventura, caer en un laburo en el que su suegra es, también, su jefa.
Cosa rara: esos temas suelen viralizarse en redes sociales. Acaso la evidencia de que existe un público para este tipo de historias atemporales, las otras, las que poseen tramas irrepetibles, las que son ajenas a las coyunturas diarias.
El Grupo La Nación tiene una revista —Brando— que suele salpicar sus páginas con crónicas de ocho, nueve hojas. Clarín, ocasionalmente, a través de su revista dominical Viva. El periódico Página 12, esporádicamente, en algunos de sus diez suplementos, como el cultural ‘Radar’.
Rolling Stone, que circula en Argentina desde abril de 1998, es un refugio para periodistas narrativos de raza. ‘Rápido, furioso, muerto’, la crónica ganadora del premio Gabriel García Márquez en 2015, en la categoría Texto, escrita por el argentino Javier Sinay, afloró en esa revista.
Cuando uno ingresa al sitio virtual de revista Crisis se topa, mínimo, con dos novedades. La primera, que los titulares están escritos en minúsculas. La segunda sorpresa: hay periodismo narrativo. Tanto Crisis como las revistas Panamá y Paco profundizan en personajes de la política argentina: responsables de los agronegocios, sindicalistas de peso o el caso de un multimillonario inmobiliario que, sin ser político, puede mover fichas en la Casa Rosada.
Está Marco, una revista que, en cambio, muestra temas más apegados a los derechos humanos. Una crónica indaga en migrantes de Argentina que hacen, aquí, lo que no hacían allá: trabajar de empleadas domésticas. Por la misma línea se encamina la revista Mu, que es periodismo —podría decirse— al borde de la denuncia: ‘El modelo agrotóxico impacta en la salud de los niños de Chaco’; ‘El acoso judicial a los vendedores ambulantes’.
Un Caño y Don Julio son dos revistas argentinas que le apuestan al periodismo deportivo, pero lo hacen desde otra lógica editorial. Persiguen otra prisa. Son el diez que arma la jugada, el que se detiene, pisa el balón, mira a un periodista desmarcado —uno con capacidad para narrar—, se la pasa a este y anota un gol de colección.
Uno de los goles de revista Un Caño: cuando publicó la historia de un estafador que se hace pasar por presidente de un club de segunda división de Inglaterra y busca, por Facebook, talentos sudamericanos. Con un repertorio demoníaco, convence a los chicos para que, antes de fichar por el equipo, le depositen dinero.
Revista Don Julio anota otro gol, esta vez de chilena, cuando cubre un partido de fútbol en una plaza deportiva que a nadie parece importar: la cárcel. O aquella historia sobre una delegación de futbolistas sub-23 de Cuba que aprovechan una gira por Estados Unidos para escapar del régimen comunista de su país. Bautizada en referencia a Julio Grondona (nombre que resumía las últimas tres décadas del fútbol argentino), eligieron llamarse así «porque para matar al padre primero hay que reconocerlo. [...] Somos su apodo para ser su errata».
Están Ajo, Salida al Mar y Tucumán Z, medios digitales que proponen periodismo narrativo lejos del centralismo narrativo de Capital Federal. La primera, desde Mar del Plata; la segunda, desde Córdoba; y la última, desde Tucumán.
Facundo Miño, editor de Salida al Mar, dice que el tipo de historias que ellos publican, las de largo aliento, «requieren caminar el territorio varias veces». Y dice, también, que precisamente es ese el trabajo que los medios tradicionales no quieren, no pueden, no les interesa —vaya uno a saber— darse.
Y añade: «No son muchos los medios alternativos en la Argentina, pero sí indispensables para darle espacio a la crónica. Se guían por otras lógicas, no van detrás de la primicia sino que persiguen objetivos distintos: profundidad y originalidad en el tratamiento, nuevos enfoques, otras miradas».
Cosecha Roja fue fundada por Cristian Alarcón (destacado cronista chileno que reside en Argentina y, a la par, es director periodístico en Anfibia). Está enfocada en temas de violencia. Por su nivel de profundidad y el seguimiento infinito que le otorgan a cada caso, han revolucionado la nota roja tradicional.
La revista, además, capacita a periodistas judiciales del continente. Por estos días lanzó la Beca Cosecha Roja para brindar formación teórico-práctica en coberturas sobre juventud, desigualdad y pobreza, violencia contra las mujeres y ataques a la comunidad LGBTI.
Y claro, está Anfibia.
La que todos mencionan.
La que todos celebran.
La que revolucionó el periodismo narrativo argentino.
Don Julio cuenta once historias de fútbol.
El caso Anfibia
Federico Bianchini, actual editor de la revista, cuenta cómo surgió la insurrección.
Continúa Bianchini:
Sus colaboradores aún no agotan toda la cafeína que tienen por narrar.
Editoriales: otra posibilidad para el género
En Argentina se imprime un libro cada 18 minutos. En 2015, según estadísticas de la Cámara Argentina del Libro, se publicaron 28.966. El 19% (5.503 títulos) fueron de temáticas relacionadas con las ciencias sociales. En ese último grupo se hallan las de corte periodístico, sin que sepamos exactamente cuántas fueron.
Ante la sobreabundancia de producción, la pelea en Argentina, literal, es por un espacio libre en las repisas de las librerías.
Basta visitar las que están en la calle Corrientes. El panorama está sobresaturado: no cabe, parecería, un ejemplar más. Están amontonados entre cerros altísimos que ya se desmoronan. Un descuido y el visitante sentirá el impacto de un libro que aterriza, dolorosamente, sobre su cabeza.
Tusquets Editores S.A., Marea Editorial, Aguilar, Planeta, Sudamericana, Capital Intelectual y Ediciones B son las principales editoriales que, en Argentina, se disputan el nicho de lectores del género.
«El periodismo narrativo es un género marginal dentro del mercado editorial argentino, ya que no es altamente comercial y de alto impacto», dice Constanza Brunet, directora de Marea Editorial (dedicada a publicar libros periodísticos). Sin embargo —agrega— «está en crecimiento el interés y las ventas. En parte gracias a la gran difusión que tiene el género en los medios. Una buena parte de los lectores de periodismo narrativo son periodistas, por lo tanto le brindan una buena cobertura a la mayoría de estos libros».
Un caso excepcional fue lo que ocurrió con Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, el libro de no ficción que Cristian Alarcón publicó en 2003 y que se convirtió en best seller en Argentina. Hasta ahora, ha sido reeditado 26 veces. ¿La trama? Un ladrón muerto devino en leyenda, dentro de una poco accesible villa argentina, por una particularidad: robaba para comprarles yogurt a los niños mal alimentados.
Marea Editorial posee una colección, denominada ‘Ficciones Reales’, dirigida precisamente por Alarcón, en la que se publica no-ficción. Desde septiembre de 2011 se han lanzado 13 títulos, con un promedio de 2.000 ejemplares por cada edición. Los libros se han exportado a Uruguay, Chile, España, Colombia, México, Perú, Venezuela...
Tusquets es otra editorial fuerte con sede en Argentina. El sello también posee una colección consagrada al género: ‘Mirada Crónica’. Está dirigida por Leila Guerriero.
Miguel Prenz, cronista argentino, ha publicado dos libros con ese sello: Gigantes (una zona argentina en crisis, de repente, se convierte en un destino turístico luego del hallazgo de dos de los dinosaurios más grandes del mundo) y La misa del diablo (un chico de 12 años es decapitado durante un ritual).
Dice Prenz, dice el cronista: «El libro es un espacio de mayor libertad. Da la posibilidad de descubrir una historia, pensarla, escribirla y corregirla durante un año o más. La urgencia no suele ser un buen socio de la escritura».
Una fundación que cobija el género
Tomás Eloy Martínez —nombre enorme en la historia de cronistas argentinos— quiso crear una fundación para promover el periodismo joven de América Latina.
Falleció antes de concretar su sueño.
Pero dejó sus libros.
Dejó dinero.
Su hijo, Ezequiel Martínez, hizo el resto.
Tres amigos-escritores que en vida tuvo Martínez —Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Paul Auster— también se entusiasmaron con la idea y fueron parte del primer comité consultivo de la fundación.
Así nació, en octubre de 2010, poco después de la muerte del cronista, la Fundación Tomás Eloy Martínez.
«Hay dos focos importantes en la fundación. El primero, ayudar a la formación de quienes deseen volcarse a este tipo de periodismo: el narrativo. Y por otro lado, formar lectores de ese género», dice Victoria Rodríguez Lacrouts, actual directora de la fundación.
Como parte de este último interés, el de formar lectores, una vez al mes se organiza, en la sede de la fundación (Carlos Calvo 4319, en Buenos Aires), el ciclo de lecturas ‘Esto no es ficción’, por iniciativa del cronista Javier Sinay. En cada encuentro, tres autores leen sus trabajos periodísticos en proceso, los aún no publicados, los que están por venir.
«En Buenos Aires hay muchos ciclos de lectura de poesía, algunos de lectura de narrativa y uno solo de lectura de no ficción, que es este», dice Sinay acerca de su iniciativa.
La fundación también organiza talleres de perfiles, a cargo de Sinay, uno más de escritura de periodismo narrativo, por Leila Guerriero. Otro para elaborar libros periodísticos, dirigido por Martín Caparrós; y uno que compensa todo eso junto: una Especialización en Periodismo Narrativo que, por su extensión en tiempo y calidad de profesores, está al nivel de un máster.
Además, el Premio de crónica FTEM, para estudiantes de Periodismo, este año va por la segunda edición. Un convenio con Viva (la revista dominical de Clarín) permite que la crónica ganadora se publique ahí. El año pasado se presentaron 140 trabajos; este año fueron 200.
Y, dice Rodríguez, hay más proyectos en mente. Un taller de trabajo en conjunto entre cronistas y fotógrafos; un festival de no-ficción que ponga en discusión el género; un premio que financie el 50% de un libro de periodismo narrativo.
El futuro, en Argentina, es una crónica cuya lectura aún está en desarrollo.
Promete, emociona, ilusiona. En MU se hace periodismo que tiende a la denuncia.
Fuente: Diario El Telégrafo
Que levante la mano.
Que levante la mano aquella revista que se atreva a enviar a un periodista hacia la Antártida.
Anfibia, revista argentina, arrojó a ese destino imposible al cronista bonaerense Federico Bianchini. Y le permitió —para envidia de tanto reportero anclado en la oficina— quedarse un mes.
Ya fue, ya vino y ya publicó, también, una crónica —bella, sutil, parsimoniosa— sobre Emiliano Depino: el biólogo argentino cuyo oficio, en el ‘continente blanco’, consiste en grabar sonidos de pingüinos y enviar esos audios a la Universidad Cornell, en Ithaca, Estados Unidos, sede de la biblioteca mundial de sonidos de aves.
Ya fue, ya vino y ya se vino, además, en este mes, el lanzamiento de un libro extenso de Bianchini sobre el tema: Antártida: 25 días encerrado en el hielo, publicado por Tusquets Editores (una editorial española con oficinas en Buenos Aires).
Periodismo narrativo de largo aliento, venga una definición más, es eso: apostarle a la Antártida, ir.
Es hallar historias inéditas (o mostrar nuevos ojos para las ya narradas).
Es hacer un stop a las coyunturas diarias, reprogramar el reloj periodístico, desacelerar su prisa.
Es investigar un tema durante uno, dos, meses; uno, dos años: los que sean necesarios hasta alcanzar la dosis exacta de rigor periodístico y estilística literaria.
Es perseguir pingüinos, lobos y elefantes marinos porque ellos, ocupados en otros andares antárticos, ignoran qué es la inmediatez mediática.
Los medios argentinos que sí; los que no
La revista digital Anfibia, creada en 2012 con el apadrinamiento de la Universidad de San Martín, es uno de los medios que más privilegia el género, pero no es el único en Argentina. El periodismo narrativo, aquel que le da el color a los detalles y profundidad a las historias, tiene buena presencia en la prensa de ese país. Aunque —claro— no en toda.
En los que sí: Anfibia, Ajo, Crisis, Cosecha Roja, Don Julio, Marco, Mu, Panamá, Rolling Stone, Salida al Mar, Tucumán Z, Un Caño y uno que otro más.
En los que no (o no mucho): Clarín, La Nación, Página 12, Diario Popular...
Los medios alternativos son los que más abren sus páginas a este tipo de periodismo. Actúan como contrapropuestas a los grandes grupos comunicacionales que, por el contrario, dado que responden a lógicas comerciales y de producción diaria, no suelen otorgarle espacio a un género apegado al largo plazo.
Un estudio, realizado en el marco del proyecto global ‘Journalistic Role Performance’, determinó que el porcentaje de crónicas y de reportajes en los periódicos tradicionales de Argentina es tan bajo que parecen limosnas: 6% de crónicas y 2% de reportajes en una muestra de 3.400 noticias de cuatro diarios principales —Clarín, La Nación, Popular y Página 12—, publicadas entre 2012 y 2013.
Adriana Amado, investigadora de medios involucrada en ese estudio, dice que las únicas crónicas que encontraron fueron de coberturas políticas y escritas «con recursos narrativos y sensacionalistas para hacerlas más atractivas». Y señala, con decepción: «No encontramos en la muestra nada parecido a las crónicas consagradas, (aquellas) que se ocupan en presentar temas sociales inéditos con profundidad y belleza lingüística».
Para Amado, es la agenda inmediata la que provoca que los medios tradicionales no cumplan funciones narrativas y se limiten a ser difusores de lo que llama «novedades institucionales».
«Hacer una crónica demanda tiempo de investigación, de entrevistas, de análisis, de escritura y eso cuesta plata: son pocos los medios que están dispuestos a afrontar esos costos», opina Bianchini, el mencionado autor de la crónica en la Antártida, también editor de Anfibia y ganador del Premio Las Nuevas Plumas 2010.
Hay una excepción en los medios tradicionales: la sección ‘Mundos Íntimos’, del diario Clarín. Sus textos se basan en la premisa de que el narrador de la historia es, también, y por qué no serlo, el protagonista. El escritor argentino Javier Núñez, alguna vez invitado a colaborar en la sección, dice que con ello se rompe «la figura del periodista como observador externo».
Historias como la de un colombiano que se casa con su novia de Corea, se muda con ella a ese país y desde ese momento él patalea por los códigos coreanos impuestos: jamás abrazar efusivamente, ver la televisión en el lavaplatos y olvidarse de esa excentricidad de Occidente llamada «cama». O la de un argentino que va rebotando de trabajo en trabajo, siempre con mala fortuna, hasta finalmente, en el clímax de la desventura, caer en un laburo en el que su suegra es, también, su jefa.
Cosa rara: esos temas suelen viralizarse en redes sociales. Acaso la evidencia de que existe un público para este tipo de historias atemporales, las otras, las que poseen tramas irrepetibles, las que son ajenas a las coyunturas diarias.
El Grupo La Nación tiene una revista —Brando— que suele salpicar sus páginas con crónicas de ocho, nueve hojas. Clarín, ocasionalmente, a través de su revista dominical Viva. El periódico Página 12, esporádicamente, en algunos de sus diez suplementos, como el cultural ‘Radar’.
Rolling Stone, que circula en Argentina desde abril de 1998, es un refugio para periodistas narrativos de raza. ‘Rápido, furioso, muerto’, la crónica ganadora del premio Gabriel García Márquez en 2015, en la categoría Texto, escrita por el argentino Javier Sinay, afloró en esa revista.
Cuando uno ingresa al sitio virtual de revista Crisis se topa, mínimo, con dos novedades. La primera, que los titulares están escritos en minúsculas. La segunda sorpresa: hay periodismo narrativo. Tanto Crisis como las revistas Panamá y Paco profundizan en personajes de la política argentina: responsables de los agronegocios, sindicalistas de peso o el caso de un multimillonario inmobiliario que, sin ser político, puede mover fichas en la Casa Rosada.
Está Marco, una revista que, en cambio, muestra temas más apegados a los derechos humanos. Una crónica indaga en migrantes de Argentina que hacen, aquí, lo que no hacían allá: trabajar de empleadas domésticas. Por la misma línea se encamina la revista Mu, que es periodismo —podría decirse— al borde de la denuncia: ‘El modelo agrotóxico impacta en la salud de los niños de Chaco’; ‘El acoso judicial a los vendedores ambulantes’.
Un Caño y Don Julio son dos revistas argentinas que le apuestan al periodismo deportivo, pero lo hacen desde otra lógica editorial. Persiguen otra prisa. Son el diez que arma la jugada, el que se detiene, pisa el balón, mira a un periodista desmarcado —uno con capacidad para narrar—, se la pasa a este y anota un gol de colección.
Uno de los goles de revista Un Caño: cuando publicó la historia de un estafador que se hace pasar por presidente de un club de segunda división de Inglaterra y busca, por Facebook, talentos sudamericanos. Con un repertorio demoníaco, convence a los chicos para que, antes de fichar por el equipo, le depositen dinero.
Revista Don Julio anota otro gol, esta vez de chilena, cuando cubre un partido de fútbol en una plaza deportiva que a nadie parece importar: la cárcel. O aquella historia sobre una delegación de futbolistas sub-23 de Cuba que aprovechan una gira por Estados Unidos para escapar del régimen comunista de su país. Bautizada en referencia a Julio Grondona (nombre que resumía las últimas tres décadas del fútbol argentino), eligieron llamarse así «porque para matar al padre primero hay que reconocerlo. [...] Somos su apodo para ser su errata».
Están Ajo, Salida al Mar y Tucumán Z, medios digitales que proponen periodismo narrativo lejos del centralismo narrativo de Capital Federal. La primera, desde Mar del Plata; la segunda, desde Córdoba; y la última, desde Tucumán.
Facundo Miño, editor de Salida al Mar, dice que el tipo de historias que ellos publican, las de largo aliento, «requieren caminar el territorio varias veces». Y dice, también, que precisamente es ese el trabajo que los medios tradicionales no quieren, no pueden, no les interesa —vaya uno a saber— darse.
Y añade: «No son muchos los medios alternativos en la Argentina, pero sí indispensables para darle espacio a la crónica. Se guían por otras lógicas, no van detrás de la primicia sino que persiguen objetivos distintos: profundidad y originalidad en el tratamiento, nuevos enfoques, otras miradas».
Cosecha Roja fue fundada por Cristian Alarcón (destacado cronista chileno que reside en Argentina y, a la par, es director periodístico en Anfibia). Está enfocada en temas de violencia. Por su nivel de profundidad y el seguimiento infinito que le otorgan a cada caso, han revolucionado la nota roja tradicional.
La revista, además, capacita a periodistas judiciales del continente. Por estos días lanzó la Beca Cosecha Roja para brindar formación teórico-práctica en coberturas sobre juventud, desigualdad y pobreza, violencia contra las mujeres y ataques a la comunidad LGBTI.
Y claro, está Anfibia.
La que todos mencionan.
La que todos celebran.
La que revolucionó el periodismo narrativo argentino.
Don Julio cuenta once historias de fútbol.
El caso Anfibia
Federico Bianchini, actual editor de la revista, cuenta cómo surgió la insurrección.
Como no podía ser de otra forma siendo una revista argentina, Anfibia nació en una conversación durante un asado. Nació en una charla que tuvieron el director periodístico Cristian Alarcón y el director ejecutivo Mario Greco. Mario le preguntó a Cristian qué le parecía que habría que hacer para innovar en periodismo. Cristian respondió: «una alianza con la academia».Entonces fueron donde el hombre de la academia, Carlos Ruta, rector de la Universidad San Martín, y le propusieron la idea. Aceptó, encantado.
Continúa Bianchini:
Empezó (en 2012) siendo una alianza, aunque diría que hoy ya es ensimismamiento, fusión, simbiosis, sinergia y mezcla. De miradas y recorridos. De académicos y cronistas y de cronistas y académicos. Uno de los aspectos diferenciales de la revista es lo que llamamos «crónicas anfibias». Son crónicas largas, de entre 20 mil y 30 mil caracteres, escritas a cuatro manos: por un académico que hace mucho viene estudiando un tema y un escritor o cronista que se especializa o le interesa el mismo tema por determinada razón. Trabajan durante dos o tres meses: hacen juntos las entrevistas, discuten, se pelean, se amigan, mandan una estructura posible al editor, hablan con él por teléfono con el objetivo de producir un texto homogéneo, en donde uno no pueda decir: aquí escribió el académico, aquí el periodista. La idea es que estos dos saberes sobre un mismo tema se fundan en una sola crónica. Los académicos, que por ahí en cuatro meses hacen tres entrevistas, suelen sorprenderse de cómo los cronistas reportean y consiguen siete u ocho testimonios en diez días. Los periodistas no pueden creer la cantidad de lecturas y bagaje cultural que traen sobre el tema los académicos. Siempre decimos que las parejas anfibias son como las parejas de la vida real: hay algunas que duran para siempre, otras no pasan del primer café.Anfibia lleva cinco años de café.
Sus colaboradores aún no agotan toda la cafeína que tienen por narrar.
Editoriales: otra posibilidad para el género
En Argentina se imprime un libro cada 18 minutos. En 2015, según estadísticas de la Cámara Argentina del Libro, se publicaron 28.966. El 19% (5.503 títulos) fueron de temáticas relacionadas con las ciencias sociales. En ese último grupo se hallan las de corte periodístico, sin que sepamos exactamente cuántas fueron.
Ante la sobreabundancia de producción, la pelea en Argentina, literal, es por un espacio libre en las repisas de las librerías.
Basta visitar las que están en la calle Corrientes. El panorama está sobresaturado: no cabe, parecería, un ejemplar más. Están amontonados entre cerros altísimos que ya se desmoronan. Un descuido y el visitante sentirá el impacto de un libro que aterriza, dolorosamente, sobre su cabeza.
Tusquets Editores S.A., Marea Editorial, Aguilar, Planeta, Sudamericana, Capital Intelectual y Ediciones B son las principales editoriales que, en Argentina, se disputan el nicho de lectores del género.
«El periodismo narrativo es un género marginal dentro del mercado editorial argentino, ya que no es altamente comercial y de alto impacto», dice Constanza Brunet, directora de Marea Editorial (dedicada a publicar libros periodísticos). Sin embargo —agrega— «está en crecimiento el interés y las ventas. En parte gracias a la gran difusión que tiene el género en los medios. Una buena parte de los lectores de periodismo narrativo son periodistas, por lo tanto le brindan una buena cobertura a la mayoría de estos libros».
Un caso excepcional fue lo que ocurrió con Cuando me muera quiero que me toquen cumbia, el libro de no ficción que Cristian Alarcón publicó en 2003 y que se convirtió en best seller en Argentina. Hasta ahora, ha sido reeditado 26 veces. ¿La trama? Un ladrón muerto devino en leyenda, dentro de una poco accesible villa argentina, por una particularidad: robaba para comprarles yogurt a los niños mal alimentados.
Marea Editorial posee una colección, denominada ‘Ficciones Reales’, dirigida precisamente por Alarcón, en la que se publica no-ficción. Desde septiembre de 2011 se han lanzado 13 títulos, con un promedio de 2.000 ejemplares por cada edición. Los libros se han exportado a Uruguay, Chile, España, Colombia, México, Perú, Venezuela...
Tusquets es otra editorial fuerte con sede en Argentina. El sello también posee una colección consagrada al género: ‘Mirada Crónica’. Está dirigida por Leila Guerriero.
Miguel Prenz, cronista argentino, ha publicado dos libros con ese sello: Gigantes (una zona argentina en crisis, de repente, se convierte en un destino turístico luego del hallazgo de dos de los dinosaurios más grandes del mundo) y La misa del diablo (un chico de 12 años es decapitado durante un ritual).
Dice Prenz, dice el cronista: «El libro es un espacio de mayor libertad. Da la posibilidad de descubrir una historia, pensarla, escribirla y corregirla durante un año o más. La urgencia no suele ser un buen socio de la escritura».
Una fundación que cobija el género
Tomás Eloy Martínez —nombre enorme en la historia de cronistas argentinos— quiso crear una fundación para promover el periodismo joven de América Latina.
Falleció antes de concretar su sueño.
Pero dejó sus libros.
Dejó dinero.
Su hijo, Ezequiel Martínez, hizo el resto.
Tres amigos-escritores que en vida tuvo Martínez —Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Paul Auster— también se entusiasmaron con la idea y fueron parte del primer comité consultivo de la fundación.
Así nació, en octubre de 2010, poco después de la muerte del cronista, la Fundación Tomás Eloy Martínez.
«Hay dos focos importantes en la fundación. El primero, ayudar a la formación de quienes deseen volcarse a este tipo de periodismo: el narrativo. Y por otro lado, formar lectores de ese género», dice Victoria Rodríguez Lacrouts, actual directora de la fundación.
Como parte de este último interés, el de formar lectores, una vez al mes se organiza, en la sede de la fundación (Carlos Calvo 4319, en Buenos Aires), el ciclo de lecturas ‘Esto no es ficción’, por iniciativa del cronista Javier Sinay. En cada encuentro, tres autores leen sus trabajos periodísticos en proceso, los aún no publicados, los que están por venir.
«En Buenos Aires hay muchos ciclos de lectura de poesía, algunos de lectura de narrativa y uno solo de lectura de no ficción, que es este», dice Sinay acerca de su iniciativa.
La fundación también organiza talleres de perfiles, a cargo de Sinay, uno más de escritura de periodismo narrativo, por Leila Guerriero. Otro para elaborar libros periodísticos, dirigido por Martín Caparrós; y uno que compensa todo eso junto: una Especialización en Periodismo Narrativo que, por su extensión en tiempo y calidad de profesores, está al nivel de un máster.
Además, el Premio de crónica FTEM, para estudiantes de Periodismo, este año va por la segunda edición. Un convenio con Viva (la revista dominical de Clarín) permite que la crónica ganadora se publique ahí. El año pasado se presentaron 140 trabajos; este año fueron 200.
Y, dice Rodríguez, hay más proyectos en mente. Un taller de trabajo en conjunto entre cronistas y fotógrafos; un festival de no-ficción que ponga en discusión el género; un premio que financie el 50% de un libro de periodismo narrativo.
El futuro, en Argentina, es una crónica cuya lectura aún está en desarrollo.
Promete, emociona, ilusiona. En MU se hace periodismo que tiende a la denuncia.
Fuente: Diario El Telégrafo
miércoles, 19 de octubre de 2016
Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez será una serie televisiva de FOX
Por: Omar Méndez
La segunda jornada de Mipcom ha tenido otra confirmación del hambre de producción que anida actualmente en FOX Networks Group Latin America. El escenario le ha resultado ideal al grupo para desvelar un nuevo desafío: exponer de forma audiovisual una las historias más terribles que se conozcan sobre los meses y años posteriores a la muerte de Evita, la argentina que en la primera mitad del siglo pasado terminó en ícono de la lucha de clases en América Latina y una reivindicación de género en el mundo entero.
El brazo latinoamericano de FOX Networks Group ha confirmado en Cannes la adquisición de los derechos del best seller internacional Santa Evita para desarrollar una serie basada en la célebre novela del escritor argentino, Tomás Eloy Martínez. Tamaño intento no tiene precedentes: la producción que vaya a encararse será la primera en su tipo sobre una historia tan conmovedora como atroz por los detalles.
La novela, aunque clasificada como "acontecimientos novelados, de ficción", ha quedado instalada en los círculos políticos argentinos como un detallado informe de hechos reales escabrosos, una cadena de sucesos que alcanzaron en los días de lanzamiento de la primera edición del libro una amplia repercusión internacional.
Edgar Spielmann, vicepresidente ejecutivo y COO de FOX Networks Group Latin America, adelantó que la serie estará compuesta por 8 episodios de una hora y que la preproducción y rodaje se hará el próximo año.
Publicada en 1995, Santa Evita se convirtió en un best seller y ha sido traducido a múltiples idiomas. Según las convenciones literarias, "la magnética novela combina hechos reales y ficción para relatar la historia del cadáver de quien fuera la primera dama argentina Eva Duarte que, en un enloquecedor viaje por el mundo durante veintiséis años, que transforma a cuantos se le acerca"
“Estamos muy entusiasmados y listos para trabajar en una propuesta que ha tenido tamaña repercusión mundial. Es una gran responsabilidad. Los próximos pasos, prevén el desarrollo de los guiones mediante un “writers room” que estará conformado por diversos guionistas latinoamericanos”, comentó Spielmann.
Fuente: thedailytelevision.com
La segunda jornada de Mipcom ha tenido otra confirmación del hambre de producción que anida actualmente en FOX Networks Group Latin America. El escenario le ha resultado ideal al grupo para desvelar un nuevo desafío: exponer de forma audiovisual una las historias más terribles que se conozcan sobre los meses y años posteriores a la muerte de Evita, la argentina que en la primera mitad del siglo pasado terminó en ícono de la lucha de clases en América Latina y una reivindicación de género en el mundo entero.
El brazo latinoamericano de FOX Networks Group ha confirmado en Cannes la adquisición de los derechos del best seller internacional Santa Evita para desarrollar una serie basada en la célebre novela del escritor argentino, Tomás Eloy Martínez. Tamaño intento no tiene precedentes: la producción que vaya a encararse será la primera en su tipo sobre una historia tan conmovedora como atroz por los detalles.
La novela, aunque clasificada como "acontecimientos novelados, de ficción", ha quedado instalada en los círculos políticos argentinos como un detallado informe de hechos reales escabrosos, una cadena de sucesos que alcanzaron en los días de lanzamiento de la primera edición del libro una amplia repercusión internacional.
Edgar Spielmann, vicepresidente ejecutivo y COO de FOX Networks Group Latin America, adelantó que la serie estará compuesta por 8 episodios de una hora y que la preproducción y rodaje se hará el próximo año.
Publicada en 1995, Santa Evita se convirtió en un best seller y ha sido traducido a múltiples idiomas. Según las convenciones literarias, "la magnética novela combina hechos reales y ficción para relatar la historia del cadáver de quien fuera la primera dama argentina Eva Duarte que, en un enloquecedor viaje por el mundo durante veintiséis años, que transforma a cuantos se le acerca"
“Estamos muy entusiasmados y listos para trabajar en una propuesta que ha tenido tamaña repercusión mundial. Es una gran responsabilidad. Los próximos pasos, prevén el desarrollo de los guiones mediante un “writers room” que estará conformado por diversos guionistas latinoamericanos”, comentó Spielmann.
Fuente: thedailytelevision.com
sábado, 16 de julio de 2016
Tomás Eloy Martínez según sus siete hijos
Tomás Eloy Martínez nació el 16 de julio de 1934. En este nuevo aniversario de su nacimiento, Fundación TEM lo homenajea a través del testimonio de sus afectos más cercanos. Tomás Eloy (h), Gonzalo, Ezequiel, Paula, Blas, Javier y Sol Ana -algunos viviendo en el país, otros en el exterior- evocan al escritor, que también era su papá
Por: Ivana Romero*
“De los muchos recuerdos que tengo, uno está asociado a la búsqueda de su consejo cuando estaba pasando un complejo momento en mi vida personal. Estaba muy desorientado en lo afectivo y eso significaba terminar un matrimonio de muchos años. Mi viejo, que tenía ya varios matrimonios encima, me dijo: ‘Tomy, por una vez tienes que ser egoísta y pensar solo en vos, hacer lo que quieres; de no hacerlo corres el riesgo de arrepentirte toda tu vida’. Fue así que tomé la decisión de separarme y mirando hoy hacia atrás, le doy gracias por ese sabio consejo.
Otro de los recuerdos fue cuando él ya sabía que se acercaba su final, situación que tomaba con un humor negro tremendo. Un día estaba en su departamento de la avenida Pueyrredón y me dice: ‘Tomy, hay que buscar el sitio donde voy a estar una vez que me vaya de este mundo. Solo te doy dos condiciones. Una, que esté cerca de donde está enterrada Susana (Rotker) y la segunda, que le dé el sol para que ustedes cuando vengan a visitarme puedan disfrutar de su calor y así poder quedarnos un rato conversando’. Me puse en campaña y finalmente le presenté el lugar elegido, que donde descansa hoy, en Pilar. Cuando acordamos dónde sería, me dijo: ‘¿Cuántos entran allí, hay lugar para todos? Te imaginás las jodas que nos vamos a mandar’.
Viejo querido, te cuento que el último Día del Padre puse nuestra foto en la mesa del comedor, ésa que miro todos los días, donde estamos juntos con el mar de fondo. Levanté una copa para brindar juntos y agradecerte todo lo que me diste y me enseñaste. Quiero decirte que te recuerdo a cada momento y que te extraño a horrores. Hoy, sin importar donde estés, me seguís dando sabios consejos. ¡Feliz cumpleaños, viejito querido!”. (Tomás Eloy, h)
“Era 1977. Yo tenía 18 años y papá se había exiliado hacía un par de años en Venezuela, cuando se fue huyendo de la Triple A. El exilio se prolongaría con los militares. Yo me fui con él y luego de un tiempo me fui a probar suerte a Europa sin un mango aunque tenía amigos entrañables. Y terminé llegando a París.
Él viajó en cierto momento para coordinar distintas corresponsalías. Yo, muy contento, lo invité a que viniera al departamento que tenía junto a algunos compañeros. El reencuentro tras algunos meses fue muy emocionante. Con mis amigos, le preparamos una agradable cena y luego de su viaje, cansado, me pidió permiso para pegarse una ducha. En ese momento surge un problema porque el departamento que compartíamos con los muchachos era al mejor estilo francés: o sea, sin ducha.
Entonces le facilité unas toallas y un balde para que se higienizara en la cocina, como acostumbrábamos nosotros. Mi viejo, con la mejor de las sonrisas y su excelente humor –que no perdía nunca-, me dijo que por cuestiones de comodidad se mudaría a un hotel al otro día. Y así lo hizo.
Entonces lo llamé para ver cómo estaba. Me dijo que estaba cómodamente instalado en un hotel que incluía baño de inmersión. La verdad es que eso me produjo mucha tentación y le pregunté si podía ir a bañarme con mi novia de entonces. Él, con su generosidad de siempre, aceptó amablemente. Yo no sé si su sorpresa fue mayor al saber que yo no tenía baño o al verme llegar con cinco amigos, que tampoco pudieron resistir la tentación: terminamos todos haciendo fila para usar el baño de inmersión.
Siempre me recordaba la anécdota. Y no parábamos de reírnos cada vez. Era un caballero frente a la adversidad de los otros, un dulce el cual no dejo de extrañar”. (Gonzalo)
“Hay una frase que aparece de manera intermitente en algunos textos de mi padre, pero que en sus diferentes variantes asoma con una curiosa insistencia: ‘Nos pasamos la vida buscando aquello que ya hemos encontrado’. Muchas veces me quedé pensando en qué me parezco a él, hasta que descubrí que una de las cosas más llamativas que heredé no pasaba por ciertos rasgos físicos, el color de sus ojos o la vocación por el periodismo. Aunque siempre tuve la evidencia delante de mí, hasta hace poco no había advertido que además mi padre y yo tenemos exactamente la misma letra.
La revelación me sorprendió revisando unos viejos documentos y desgrabaciones en los que yo lo había ayudado con sus trabajos de investigación. De repente no supe descifrar si algunas notas al margen eran suyas o mías. No soy grafólogo, pero al comparar nuestras letras de tamaño minúsculo, encontré las mismas vocales alternadas entre su formato manuscrito o de imprenta (según el lugar donde cayeran dentro de la palabra), las m y las n achatadas, las consonantes incompletas, las mayúsculas de silueta infantil…
Mi letra y su letra comparten un gen que hasta involucra una idéntica fascinación fetichista por la tinta negra. ‘Si alguna vez encontrás un libro con una dedicatoria mía en otro color, es falsa’, me dijo una vez. Lo que nunca me advirtió es que también iba a descubrir en su letra estados de ánimo, las respiraciones ocultas dentro de cada palabra, la fuerza de gravedad de las ideas que se le cruzaban en cada trazo. Entendí, de un modo inquietante y a la vez estremecedor, que los ecos de su grafía me devolvían imágenes de él mismo, como si estuviera observándolo a través de distintos retratos.
Como en las fotos, su letra también fue envejeciendo, resistiendo los golpes de una enfermedad insolente. En las últimas notas de sus libretas de apuntes -donde podía anotar tanto el final de una novela como la lista de las compras, todo en la misma página-, se percibe la manera en que las letras se le van desmoronando, la ruta ciega que toman las palabras mientras se van cayendo de los renglones.
No me gusta esa letra, porque tiene la forma de cualquier cosa, o de nada. Prefiero ver la de siempre, esa en la que me parezco más a él”. (Ezequiel)
“Lo que tengo muy presente de mi papa es su humildad. Además siempre fue una persona alegre, nunca lo vi de mal humor o enojado. Aun en la distancia él tenía conexión permanente con nosotros, cuidando que sus hijos estuvieran juntos.
A él le gustaba que yo le cocinase. Le gustaban los ñoquis caseros, el matambre, las empanadas tucumanas. Cuando nos juntábamos, íbamos a comer a bodegones porque prefería las cosas sencillas.
Quizás porque soy mujer, él buscaba en mí la parte más tierna y contenedora. Cuando le detectaron la enfermedad que se lo llevaría, estaba asustado y me llamó. También cuando falleció Susana (Rotker) me pidió que fuera yo quien le transmitiera la noticia a mis hermanos.
Cada vez que venía de visita y después lo llevábamos a Ezeiza, le contaba historias novelescas a mis dos hijos, sus nietos. Si era de noche, les decía que mirasen los ventanitas de los edificios. ‘Ahí vive una señora que hace esto y lo otro’, ‘Ahí vive un señor que tal cosa’: les inventaba historias todo el viaje.
También era un seductor con todo el mundo. Siempre te decía lo que querías escuchar. ‘Pero qué lindo te queda ese vestido, qué bien te sienta ese color’… Te hacía sentir única. Pero también tenía momentos para cada uno de mis hermanos, para hacer sentir único a cada uno.
Cada tanto contaba la historia de cuando había estado con Jonh Lennon y Paul Mc Cartney. La verdad es que habían coincidido en el estreno de una película en Londres. Pero cuando volvía con esa historia, yo fantaseaba con él sentado en medio de John y Paul”. (Paula)
“Tardé muchos años en entenderlo. No es algo que un hijo pueda asimilar fácilmente. Pero cuando lo comprendí, luego de esas grandes peleas que uno tiene en la adolescencia, vi a mi viejo desde una perspectiva completamente diferente. Mi padre amó escribir más que a ninguna otra cosa en el mundo. Gestó sus libros, los crió, y cuando finalmente crecieron, los dejó libres, aunque le costara.
Creo que las personas no somos plenamente felices durante prolongados períodos de nuestra vida. No es algo que suceda continuamente. Aún así, mi viejo fue feliz en cada uno de esos instantes en los que se sentaba a escribir. La última vez que lo vi consciente, estaba frente a su computadora. Su cuerpo ya no le respondía, pero ahí estaba, escribiendo una novela, tecla por tecla, como si cada letra recorriera todo su cuerpo, luchando por salir. Él sabía que jamás iba a terminar esa novela. No importaba. Lo que valía la pena era el acto de escribir.
No fue fácil convivir con sus personajes, con sus invenciones. Siempre tuve la sensación de que cada vez que hablaba con él, su mente se encontraba creando un universo nuevo. Quizá mi padre no creía demasiado en la realidad. Más bien, era su materia prima. Su vida, tal cual nos la contó, fue una novela perfectamente estructurada en la que él había sido un notable jugador de rugby en Tucumán (deberían haberlo visto intentar correr siquiera), o se había recibido a los 21 años en letras luego de haber hecho un año de derecho (jamás encontramos un título), o había rechazado a la actriz danesa Anna Karina en el Festival de Mar del Plata (ningún hombre en su sano juicio lo hubiera hecho y mucho menos mi padre, suponiendo que Anna Karina lo hubiese mirado). Nadie se atrevió a refutarle esas perfectas construcciones. Todos las disfrutábamos terriblemente, porque, en gran medida, a través de ellas lo conocíamos a él.
Hay otro recuerdo que tengo muy presente. Sucedió dos semanas antes de su muerte. Hace poco más de seis años, todos los hermanos Martínez nos llevamos a mi viejo a Mar de las Pampas. Mis suegros nos habían prestado su casa durante una semana para que papá pudiera ver el mar rodeado únicamente por sus afectos. Fueron cuatro o cinco días en los que lo cuidamos y estuvimos mucho tiempo con él. Apenas podía moverse o gesticular, pero su humor, una de las cosas que más extraño de él, estaba intacto. Hasta se podía adivinar claramente la sonrisa en su rostro.
Hay varias anécdotas de esos días. Contaré sólo una: el operativo para llevarlo a la orilla del mar no fue fácil. La distancia que hay entre el lugar donde se puede dejar el auto y la orilla es muy larga y a papá había que cargarlo entre todos. Ahora bien, mi viejo estaba enfermo, pero su apetito no había menguado. Sus gin tonic con papas fritas eran un ritual inquebrantable y no era un hombre flaco. De los siete hermanos, dos son mujeres. Los cinco restantes, estábamos (y estamos) muy maltrechos y ajados. Con esa enorme desventaja, le hicimos frente a la naturaleza. Lo pusimos en una silla y emprendimos el contacto con el agua. No sé cuántas paradas hicimos, pero llegamos. Extenuados. Lo dejamos en la silla como para que él pudiera ver el mar. Nos pidió que lo acercáramos un poco más, para poder tocarlo. Con nuestras últimas fuerzas, dejamos la silla bien cerca del mar, para que el agua le mojara apenas las manos extendidas sin mojarse todo. Así lo dejamos mientras todos tomábamos aire. A los pocos minutos el viejo nos hizo señas. Nos acercamos para poder oírlo. Entonces dijo: ‘Listo, ahora me quiero ir a seguir escribiendo’ “. (Blas)
“En el ’98 me fui a pasar una temporada a Nueva Jersey, donde vivía mi papá en ese momento, para estudiar inglés. Y al fin me quedé hasta 2001 y terminé estudiando Geografía Humana. La carrera se llama así. Está vinculada a la sociología. Quien me llevó a ese interés fue Tomás porque con él, siempre teníamos necesidad de descifrar el universo. Y lo hacíamos a través de mapas. A él le encantaba la cartografía. De hecho, los personajes principales de Purgatorio son una pareja de cartógrafos. Él tenía una mapoteca importante, le gustaba tener mapas de cada lugar que había visitado en una época donde no existía ni Internet ni el GPS del modo en que existen ahora y los mapas físicos eran un orden posible para no perderse.
Algo más. El personaje principal de Purgatorio se llama Simón, como mi hijo. Nunca hablamos de eso pero creo que son como pequeños signos que él fue dejando”. (Javier)
“A partir de mis 14 años, cuando falleció mi madre, Susana, mi padre me cuidó como papá y mamá. Por un tiempo vivimos los dos solos sintiendo una ausencia enorme, aunque nos fuimos acostumbrando a vivir así. Durante el resto de su vida él me cuidó con amor y paciencia, aunque sé que de vez en cuando le costaba. Me enseñó a andar en bici y a jugar al ajedrez. Luego, ya adolescente, me llevaba todos los años a comprar ropa y celebraba mis sesiones de maquillaje aunque fueran un desastre. Me enseñó a manejar, aunque él mismo manejaba tan mal que me daba miedo. Una vez me contó que estando solo en su auto se dio cuenta que iba como a 150 kilómetros por hora, y que cerró los ojos para sentir la sensación de la velocidad. ‘Lo hice manejando solo’, me subrayó. Eso era obvio. Mi papá nunca me hubiera puesto en peligro.
En la escuela me fue muy bien con mis amigos y con mis novios, pero como a todos los adolescentes, siempre me estaba pasando algo. Cada vez que me peleaba con un novio y llegaba a casa llorando, él paraba todo y trataba mis llantos como una tragedia de muchísima importancia. Cada vez que me peleaba con una amiga, él me preguntaba cada detalle porque le encantaban los chismes. Y mientras mi vida social transitaba esos años inolvidables, en mis estudios no me iba nada bien. Un año decidí tomar clases de japonés. No me llevaba bien con la profesora y empecé a recibir notas muy bajas. La directora de mi secundaria me avisó que iba a tener que repetir todo el curso. Llegué a casa llorando, y al día siguiente mi papá me acompañó a la escuela para hablar con la directora y con la profesora de japonés. Les dijo que yo no iba a tener que repetir ese curso. Que él también era profesor y nunca en su vida le había tenido que poner una ‘F’ (F de ‘Fail’) a un estudiante. Que si el estudiante fracasa es porque el profesor fracasa. Lo miraron con miedo y no dijeron nada. No tuve que repetir japonés.
Mi papá me enseñó muchísimo en los 24 años que lo tuve vivo y me sigue enseñando todos los días. Me enseñó a ser orgullosa y a defenderme. Me enseñó a tomarme en serio y a reírme de mí misma. Me cuidó como mi papá y mi mamá con mucho amor. Dentro de dos meses yo voy a ser mamá. Sé que le voy a dar mucho amor a mi hijo, su nieto, porque esto también es algo que aprendí de mi papá”. (Sol Ana)
(Los testimonios se publican según el orden de nacimiento. Fundación TEM quiere agradecer especialmente la disposición de todos y cada uno de los mencionados para la realización de este trabajo. Los datos biográficos de TEM se puede consultar aquí).
La foto que acompaña este texto fue tomada el día que TEM cumplió sesenta años, en la entrada de su casa en San Telmo. Fue la primera vez que pudo celebrar su cumpleaños junto a todos sus hijos. Dice la leyenda que la imagen fue tomada por un vecino que pasaba en ese momento por el lugar. De izquierda a derecha: Tomás Eloy (h), Gonzalo, Ezequiel, Paula, Javier, Tomás Eloy, Sol Ana y Blas).
Foto: Archivo personal familia Martínez / Archivo Fundación TEM
*Responsable de Comunicación y contenidos de la Fundación TEM
Fuente: Fundación TEM
Por: Ivana Romero*
“De los muchos recuerdos que tengo, uno está asociado a la búsqueda de su consejo cuando estaba pasando un complejo momento en mi vida personal. Estaba muy desorientado en lo afectivo y eso significaba terminar un matrimonio de muchos años. Mi viejo, que tenía ya varios matrimonios encima, me dijo: ‘Tomy, por una vez tienes que ser egoísta y pensar solo en vos, hacer lo que quieres; de no hacerlo corres el riesgo de arrepentirte toda tu vida’. Fue así que tomé la decisión de separarme y mirando hoy hacia atrás, le doy gracias por ese sabio consejo.
Otro de los recuerdos fue cuando él ya sabía que se acercaba su final, situación que tomaba con un humor negro tremendo. Un día estaba en su departamento de la avenida Pueyrredón y me dice: ‘Tomy, hay que buscar el sitio donde voy a estar una vez que me vaya de este mundo. Solo te doy dos condiciones. Una, que esté cerca de donde está enterrada Susana (Rotker) y la segunda, que le dé el sol para que ustedes cuando vengan a visitarme puedan disfrutar de su calor y así poder quedarnos un rato conversando’. Me puse en campaña y finalmente le presenté el lugar elegido, que donde descansa hoy, en Pilar. Cuando acordamos dónde sería, me dijo: ‘¿Cuántos entran allí, hay lugar para todos? Te imaginás las jodas que nos vamos a mandar’.
Viejo querido, te cuento que el último Día del Padre puse nuestra foto en la mesa del comedor, ésa que miro todos los días, donde estamos juntos con el mar de fondo. Levanté una copa para brindar juntos y agradecerte todo lo que me diste y me enseñaste. Quiero decirte que te recuerdo a cada momento y que te extraño a horrores. Hoy, sin importar donde estés, me seguís dando sabios consejos. ¡Feliz cumpleaños, viejito querido!”. (Tomás Eloy, h)
“Era 1977. Yo tenía 18 años y papá se había exiliado hacía un par de años en Venezuela, cuando se fue huyendo de la Triple A. El exilio se prolongaría con los militares. Yo me fui con él y luego de un tiempo me fui a probar suerte a Europa sin un mango aunque tenía amigos entrañables. Y terminé llegando a París.
Él viajó en cierto momento para coordinar distintas corresponsalías. Yo, muy contento, lo invité a que viniera al departamento que tenía junto a algunos compañeros. El reencuentro tras algunos meses fue muy emocionante. Con mis amigos, le preparamos una agradable cena y luego de su viaje, cansado, me pidió permiso para pegarse una ducha. En ese momento surge un problema porque el departamento que compartíamos con los muchachos era al mejor estilo francés: o sea, sin ducha.
Entonces le facilité unas toallas y un balde para que se higienizara en la cocina, como acostumbrábamos nosotros. Mi viejo, con la mejor de las sonrisas y su excelente humor –que no perdía nunca-, me dijo que por cuestiones de comodidad se mudaría a un hotel al otro día. Y así lo hizo.
Entonces lo llamé para ver cómo estaba. Me dijo que estaba cómodamente instalado en un hotel que incluía baño de inmersión. La verdad es que eso me produjo mucha tentación y le pregunté si podía ir a bañarme con mi novia de entonces. Él, con su generosidad de siempre, aceptó amablemente. Yo no sé si su sorpresa fue mayor al saber que yo no tenía baño o al verme llegar con cinco amigos, que tampoco pudieron resistir la tentación: terminamos todos haciendo fila para usar el baño de inmersión.
Siempre me recordaba la anécdota. Y no parábamos de reírnos cada vez. Era un caballero frente a la adversidad de los otros, un dulce el cual no dejo de extrañar”. (Gonzalo)
“Hay una frase que aparece de manera intermitente en algunos textos de mi padre, pero que en sus diferentes variantes asoma con una curiosa insistencia: ‘Nos pasamos la vida buscando aquello que ya hemos encontrado’. Muchas veces me quedé pensando en qué me parezco a él, hasta que descubrí que una de las cosas más llamativas que heredé no pasaba por ciertos rasgos físicos, el color de sus ojos o la vocación por el periodismo. Aunque siempre tuve la evidencia delante de mí, hasta hace poco no había advertido que además mi padre y yo tenemos exactamente la misma letra.
La revelación me sorprendió revisando unos viejos documentos y desgrabaciones en los que yo lo había ayudado con sus trabajos de investigación. De repente no supe descifrar si algunas notas al margen eran suyas o mías. No soy grafólogo, pero al comparar nuestras letras de tamaño minúsculo, encontré las mismas vocales alternadas entre su formato manuscrito o de imprenta (según el lugar donde cayeran dentro de la palabra), las m y las n achatadas, las consonantes incompletas, las mayúsculas de silueta infantil…
Mi letra y su letra comparten un gen que hasta involucra una idéntica fascinación fetichista por la tinta negra. ‘Si alguna vez encontrás un libro con una dedicatoria mía en otro color, es falsa’, me dijo una vez. Lo que nunca me advirtió es que también iba a descubrir en su letra estados de ánimo, las respiraciones ocultas dentro de cada palabra, la fuerza de gravedad de las ideas que se le cruzaban en cada trazo. Entendí, de un modo inquietante y a la vez estremecedor, que los ecos de su grafía me devolvían imágenes de él mismo, como si estuviera observándolo a través de distintos retratos.
Como en las fotos, su letra también fue envejeciendo, resistiendo los golpes de una enfermedad insolente. En las últimas notas de sus libretas de apuntes -donde podía anotar tanto el final de una novela como la lista de las compras, todo en la misma página-, se percibe la manera en que las letras se le van desmoronando, la ruta ciega que toman las palabras mientras se van cayendo de los renglones.
No me gusta esa letra, porque tiene la forma de cualquier cosa, o de nada. Prefiero ver la de siempre, esa en la que me parezco más a él”. (Ezequiel)
“Lo que tengo muy presente de mi papa es su humildad. Además siempre fue una persona alegre, nunca lo vi de mal humor o enojado. Aun en la distancia él tenía conexión permanente con nosotros, cuidando que sus hijos estuvieran juntos.
A él le gustaba que yo le cocinase. Le gustaban los ñoquis caseros, el matambre, las empanadas tucumanas. Cuando nos juntábamos, íbamos a comer a bodegones porque prefería las cosas sencillas.
Quizás porque soy mujer, él buscaba en mí la parte más tierna y contenedora. Cuando le detectaron la enfermedad que se lo llevaría, estaba asustado y me llamó. También cuando falleció Susana (Rotker) me pidió que fuera yo quien le transmitiera la noticia a mis hermanos.
Cada vez que venía de visita y después lo llevábamos a Ezeiza, le contaba historias novelescas a mis dos hijos, sus nietos. Si era de noche, les decía que mirasen los ventanitas de los edificios. ‘Ahí vive una señora que hace esto y lo otro’, ‘Ahí vive un señor que tal cosa’: les inventaba historias todo el viaje.
También era un seductor con todo el mundo. Siempre te decía lo que querías escuchar. ‘Pero qué lindo te queda ese vestido, qué bien te sienta ese color’… Te hacía sentir única. Pero también tenía momentos para cada uno de mis hermanos, para hacer sentir único a cada uno.
Cada tanto contaba la historia de cuando había estado con Jonh Lennon y Paul Mc Cartney. La verdad es que habían coincidido en el estreno de una película en Londres. Pero cuando volvía con esa historia, yo fantaseaba con él sentado en medio de John y Paul”. (Paula)
“Tardé muchos años en entenderlo. No es algo que un hijo pueda asimilar fácilmente. Pero cuando lo comprendí, luego de esas grandes peleas que uno tiene en la adolescencia, vi a mi viejo desde una perspectiva completamente diferente. Mi padre amó escribir más que a ninguna otra cosa en el mundo. Gestó sus libros, los crió, y cuando finalmente crecieron, los dejó libres, aunque le costara.
Creo que las personas no somos plenamente felices durante prolongados períodos de nuestra vida. No es algo que suceda continuamente. Aún así, mi viejo fue feliz en cada uno de esos instantes en los que se sentaba a escribir. La última vez que lo vi consciente, estaba frente a su computadora. Su cuerpo ya no le respondía, pero ahí estaba, escribiendo una novela, tecla por tecla, como si cada letra recorriera todo su cuerpo, luchando por salir. Él sabía que jamás iba a terminar esa novela. No importaba. Lo que valía la pena era el acto de escribir.
No fue fácil convivir con sus personajes, con sus invenciones. Siempre tuve la sensación de que cada vez que hablaba con él, su mente se encontraba creando un universo nuevo. Quizá mi padre no creía demasiado en la realidad. Más bien, era su materia prima. Su vida, tal cual nos la contó, fue una novela perfectamente estructurada en la que él había sido un notable jugador de rugby en Tucumán (deberían haberlo visto intentar correr siquiera), o se había recibido a los 21 años en letras luego de haber hecho un año de derecho (jamás encontramos un título), o había rechazado a la actriz danesa Anna Karina en el Festival de Mar del Plata (ningún hombre en su sano juicio lo hubiera hecho y mucho menos mi padre, suponiendo que Anna Karina lo hubiese mirado). Nadie se atrevió a refutarle esas perfectas construcciones. Todos las disfrutábamos terriblemente, porque, en gran medida, a través de ellas lo conocíamos a él.
Hay otro recuerdo que tengo muy presente. Sucedió dos semanas antes de su muerte. Hace poco más de seis años, todos los hermanos Martínez nos llevamos a mi viejo a Mar de las Pampas. Mis suegros nos habían prestado su casa durante una semana para que papá pudiera ver el mar rodeado únicamente por sus afectos. Fueron cuatro o cinco días en los que lo cuidamos y estuvimos mucho tiempo con él. Apenas podía moverse o gesticular, pero su humor, una de las cosas que más extraño de él, estaba intacto. Hasta se podía adivinar claramente la sonrisa en su rostro.
Hay varias anécdotas de esos días. Contaré sólo una: el operativo para llevarlo a la orilla del mar no fue fácil. La distancia que hay entre el lugar donde se puede dejar el auto y la orilla es muy larga y a papá había que cargarlo entre todos. Ahora bien, mi viejo estaba enfermo, pero su apetito no había menguado. Sus gin tonic con papas fritas eran un ritual inquebrantable y no era un hombre flaco. De los siete hermanos, dos son mujeres. Los cinco restantes, estábamos (y estamos) muy maltrechos y ajados. Con esa enorme desventaja, le hicimos frente a la naturaleza. Lo pusimos en una silla y emprendimos el contacto con el agua. No sé cuántas paradas hicimos, pero llegamos. Extenuados. Lo dejamos en la silla como para que él pudiera ver el mar. Nos pidió que lo acercáramos un poco más, para poder tocarlo. Con nuestras últimas fuerzas, dejamos la silla bien cerca del mar, para que el agua le mojara apenas las manos extendidas sin mojarse todo. Así lo dejamos mientras todos tomábamos aire. A los pocos minutos el viejo nos hizo señas. Nos acercamos para poder oírlo. Entonces dijo: ‘Listo, ahora me quiero ir a seguir escribiendo’ “. (Blas)
“En el ’98 me fui a pasar una temporada a Nueva Jersey, donde vivía mi papá en ese momento, para estudiar inglés. Y al fin me quedé hasta 2001 y terminé estudiando Geografía Humana. La carrera se llama así. Está vinculada a la sociología. Quien me llevó a ese interés fue Tomás porque con él, siempre teníamos necesidad de descifrar el universo. Y lo hacíamos a través de mapas. A él le encantaba la cartografía. De hecho, los personajes principales de Purgatorio son una pareja de cartógrafos. Él tenía una mapoteca importante, le gustaba tener mapas de cada lugar que había visitado en una época donde no existía ni Internet ni el GPS del modo en que existen ahora y los mapas físicos eran un orden posible para no perderse.
Algo más. El personaje principal de Purgatorio se llama Simón, como mi hijo. Nunca hablamos de eso pero creo que son como pequeños signos que él fue dejando”. (Javier)
“A partir de mis 14 años, cuando falleció mi madre, Susana, mi padre me cuidó como papá y mamá. Por un tiempo vivimos los dos solos sintiendo una ausencia enorme, aunque nos fuimos acostumbrando a vivir así. Durante el resto de su vida él me cuidó con amor y paciencia, aunque sé que de vez en cuando le costaba. Me enseñó a andar en bici y a jugar al ajedrez. Luego, ya adolescente, me llevaba todos los años a comprar ropa y celebraba mis sesiones de maquillaje aunque fueran un desastre. Me enseñó a manejar, aunque él mismo manejaba tan mal que me daba miedo. Una vez me contó que estando solo en su auto se dio cuenta que iba como a 150 kilómetros por hora, y que cerró los ojos para sentir la sensación de la velocidad. ‘Lo hice manejando solo’, me subrayó. Eso era obvio. Mi papá nunca me hubiera puesto en peligro.
En la escuela me fue muy bien con mis amigos y con mis novios, pero como a todos los adolescentes, siempre me estaba pasando algo. Cada vez que me peleaba con un novio y llegaba a casa llorando, él paraba todo y trataba mis llantos como una tragedia de muchísima importancia. Cada vez que me peleaba con una amiga, él me preguntaba cada detalle porque le encantaban los chismes. Y mientras mi vida social transitaba esos años inolvidables, en mis estudios no me iba nada bien. Un año decidí tomar clases de japonés. No me llevaba bien con la profesora y empecé a recibir notas muy bajas. La directora de mi secundaria me avisó que iba a tener que repetir todo el curso. Llegué a casa llorando, y al día siguiente mi papá me acompañó a la escuela para hablar con la directora y con la profesora de japonés. Les dijo que yo no iba a tener que repetir ese curso. Que él también era profesor y nunca en su vida le había tenido que poner una ‘F’ (F de ‘Fail’) a un estudiante. Que si el estudiante fracasa es porque el profesor fracasa. Lo miraron con miedo y no dijeron nada. No tuve que repetir japonés.
Mi papá me enseñó muchísimo en los 24 años que lo tuve vivo y me sigue enseñando todos los días. Me enseñó a ser orgullosa y a defenderme. Me enseñó a tomarme en serio y a reírme de mí misma. Me cuidó como mi papá y mi mamá con mucho amor. Dentro de dos meses yo voy a ser mamá. Sé que le voy a dar mucho amor a mi hijo, su nieto, porque esto también es algo que aprendí de mi papá”. (Sol Ana)
(Los testimonios se publican según el orden de nacimiento. Fundación TEM quiere agradecer especialmente la disposición de todos y cada uno de los mencionados para la realización de este trabajo. Los datos biográficos de TEM se puede consultar aquí).
La foto que acompaña este texto fue tomada el día que TEM cumplió sesenta años, en la entrada de su casa en San Telmo. Fue la primera vez que pudo celebrar su cumpleaños junto a todos sus hijos. Dice la leyenda que la imagen fue tomada por un vecino que pasaba en ese momento por el lugar. De izquierda a derecha: Tomás Eloy (h), Gonzalo, Ezequiel, Paula, Javier, Tomás Eloy, Sol Ana y Blas).
Foto: Archivo personal familia Martínez / Archivo Fundación TEM
*Responsable de Comunicación y contenidos de la Fundación TEM
Fuente: Fundación TEM
domingo, 7 de agosto de 2011
"El periodismo ha sido para mí un largo aprendizaje que todavía no cesa"
El periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino, ante todo, una voz que ayuda a pensar la realidad, reconocer las emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el por qué y el para qué y el cómo de las cosas con el deslumbramiento de quien las está viendo por primera vez
Por: Tomás Eloy Martínez
El periodismo ha sido para mí un largo aprendizaje que todavía no cesa. Desde muy niño sentí la necesidad de que me contaran historias. Las imaginaba, pero no me creía capaz de escribirlas.
Lo que yo conocía del mundo se abría en un delta de preguntas por el que navegaba tratando de saber más y más. Nada saciaba mi capacidad de asombro ni mi voluntad de investigación. A los 16 años empecé a estudiar Letras, pero el mundo que trataba de ver era mucho más vasto que las lecturas de los claustros. En el periodismo, en cambio, se luchaba por Stalingrado, se sucumbía bajo los tres millones de grados de Hiroshima, se discutía a Faulkner y a Bertrand Russell, se descubría a Borges y al Ortega y Gasset que había pasado por Buenos Aires dictaminando que la Argentina, mi país, vivía en estado de promesa, una promesa interminable aferrada a un futuro que estaba a la vista aunque jamás llegaba. Desanimado por los griegos y los latinos que me asestaban en la Facultad, quise abrir un paréntesis y me postulé para una plaza de reportero en La Gaceta, el diario de mi ciudad natal, Tucumán. Tuve la fortuna de que me aceptaran como corrector de pruebas, lo que me permitió compartir las jornadas de trabajo con filósofos e historiadores apartados de sus cátedras por el pensamiento único del peronismo gobernante. En esa primera academia recibí invalorables lecciones de pensamiento e indagación de la realidad.
Más tarde, cuando me encomendaron la escritura de mis primeras crónicas, tropecé con los cerrojos de la pirámide invertida y con la obligación de dar una versión plana, casi estadística de los hechos. La imaginación estaba prohibida. No se aceptaba que la verdad fuera tan vasta como los seres que se bañaban en ella, y que en las aguas de ese río todo mudara de luz a cada instante, y que las palabras, aunque fueran las mismas, nunca dijeran lo mismo. Pude volver así a mi pasión original.
Como informar con llaneza y alinear los hechos en un orden militar era para mí empobrecerlos y deslucirlos, lo que hice fue narrarlos. Me aferré a una tradición que llevaba ya casi un siglo en América Latina y que encontraba su manantial de origen en los escritos que José Martí enviaba desde Nueva York a La Nación de Buenos Aires y a La Opinión Nacional de Caracas, en los estremecedores relatos de Canudos que Euclides da Cunha compiló en Os Sertoês y en los escritores testigos de la revolución mexicana. Esa tradición se reflejaba también en los reportajes políticos de César Vallejo, en las reseñas sobre cine y libros que Jorge Luis Borges publicó en Crítica y El Hogar, y en los cables delirantes que Juan Carlos Onetti escribía para la agencia Reuters. Si lo que yo quería era narrar la realidad con imaginación, allí, en esa larga tradición, estaba la respuesta.
Advertí entonces que todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron alguna vez periodistas. Y a la inversa: casi todos los grandes periodistas se convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores. Esa mutua fecundación fue posible porque, para los escritores verdaderos, el periodismo nunca fue un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida. En cada una de sus crónicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en el más decisivo de sus libros. Sabían que, si traicionaban la palabra hasta en el más anónimo de los boletines de prensa, estaban traicionando lo mejor de sí mismos. Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el gacetillero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz.
El periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino, ante todo, una voz que ayuda a pensar la realidad, reconocer las emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el por qué y el para qué y el cómo de las cosas con el deslumbramiento de quien las está viendo por primera vez.
Solo es posible cumplir con esas consignas cuando, ante la pantalla en blanco, el periodista se repite una y otra vez: "Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo, no puedo ser fiel a quienes me leen". Solo de esa fidelidad nace la verdad, aunque de la verdad nacen también los riesgos.
Una de las secretas fuerzas del periodismo verdadero es su capacidad para fortalecerse en la adversidad, para soslayar las censuras y las mordazas, para cantar cuatro verdades y seguir siendo incorruptible e insumiso cuando a su alrededor todos callan, se someten y se corrompen.
Fuente: Diario La Gaceta
Por: Tomás Eloy Martínez
El periodismo ha sido para mí un largo aprendizaje que todavía no cesa. Desde muy niño sentí la necesidad de que me contaran historias. Las imaginaba, pero no me creía capaz de escribirlas.
Lo que yo conocía del mundo se abría en un delta de preguntas por el que navegaba tratando de saber más y más. Nada saciaba mi capacidad de asombro ni mi voluntad de investigación. A los 16 años empecé a estudiar Letras, pero el mundo que trataba de ver era mucho más vasto que las lecturas de los claustros. En el periodismo, en cambio, se luchaba por Stalingrado, se sucumbía bajo los tres millones de grados de Hiroshima, se discutía a Faulkner y a Bertrand Russell, se descubría a Borges y al Ortega y Gasset que había pasado por Buenos Aires dictaminando que la Argentina, mi país, vivía en estado de promesa, una promesa interminable aferrada a un futuro que estaba a la vista aunque jamás llegaba. Desanimado por los griegos y los latinos que me asestaban en la Facultad, quise abrir un paréntesis y me postulé para una plaza de reportero en La Gaceta, el diario de mi ciudad natal, Tucumán. Tuve la fortuna de que me aceptaran como corrector de pruebas, lo que me permitió compartir las jornadas de trabajo con filósofos e historiadores apartados de sus cátedras por el pensamiento único del peronismo gobernante. En esa primera academia recibí invalorables lecciones de pensamiento e indagación de la realidad.
Más tarde, cuando me encomendaron la escritura de mis primeras crónicas, tropecé con los cerrojos de la pirámide invertida y con la obligación de dar una versión plana, casi estadística de los hechos. La imaginación estaba prohibida. No se aceptaba que la verdad fuera tan vasta como los seres que se bañaban en ella, y que en las aguas de ese río todo mudara de luz a cada instante, y que las palabras, aunque fueran las mismas, nunca dijeran lo mismo. Pude volver así a mi pasión original.
Como informar con llaneza y alinear los hechos en un orden militar era para mí empobrecerlos y deslucirlos, lo que hice fue narrarlos. Me aferré a una tradición que llevaba ya casi un siglo en América Latina y que encontraba su manantial de origen en los escritos que José Martí enviaba desde Nueva York a La Nación de Buenos Aires y a La Opinión Nacional de Caracas, en los estremecedores relatos de Canudos que Euclides da Cunha compiló en Os Sertoês y en los escritores testigos de la revolución mexicana. Esa tradición se reflejaba también en los reportajes políticos de César Vallejo, en las reseñas sobre cine y libros que Jorge Luis Borges publicó en Crítica y El Hogar, y en los cables delirantes que Juan Carlos Onetti escribía para la agencia Reuters. Si lo que yo quería era narrar la realidad con imaginación, allí, en esa larga tradición, estaba la respuesta.
Advertí entonces que todos, absolutamente todos los grandes escritores de América Latina fueron alguna vez periodistas. Y a la inversa: casi todos los grandes periodistas se convirtieron, tarde o temprano, en grandes escritores. Esa mutua fecundación fue posible porque, para los escritores verdaderos, el periodismo nunca fue un mero modo de ganarse la vida sino un recurso providencial para ganar la vida. En cada una de sus crónicas, aun en aquellas que nacieron bajo el apremio de las horas de cierre, los maestros de la literatura latinoamericana comprometieron el propio ser tan a fondo como en el más decisivo de sus libros. Sabían que, si traicionaban la palabra hasta en el más anónimo de los boletines de prensa, estaban traicionando lo mejor de sí mismos. Un hombre no puede dividirse entre el poeta que busca la expresión justa de nueve a doce de la noche y el gacetillero indolente que deja caer las palabras sobre las mesas de redacción como si fueran granos de maíz.
El periodista no es un agente pasivo que observa la realidad y la comunica; no es una mera polea de transmisión entre las fuentes y el lector sino, ante todo, una voz que ayuda a pensar la realidad, reconocer las emociones y las tensiones secretas de la realidad, entender el por qué y el para qué y el cómo de las cosas con el deslumbramiento de quien las está viendo por primera vez.
Solo es posible cumplir con esas consignas cuando, ante la pantalla en blanco, el periodista se repite una y otra vez: "Lo que escribo es lo que soy, y si no soy fiel a mí mismo, no puedo ser fiel a quienes me leen". Solo de esa fidelidad nace la verdad, aunque de la verdad nacen también los riesgos.
Una de las secretas fuerzas del periodismo verdadero es su capacidad para fortalecerse en la adversidad, para soslayar las censuras y las mordazas, para cantar cuatro verdades y seguir siendo incorruptible e insumiso cuando a su alrededor todos callan, se someten y se corrompen.
Fuente: Diario La Gaceta
martes, 30 de noviembre de 2010
Tomás Eloy Martínez, hombre de letras y formador de periodistas
Recuerdan al narrador y periodista argentino que poseía una lucidez y memoria singular de la realidad en la Feria del Libro de Guadalajara
Por: Juan Hernández

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, y los periodistas Juan Cruz y Ezequiel Martínez, recordaron y celebraron la memoria de Tomás Eloy, hombre de letras, formador de generaciones de periodistas en Latinoamérica y en particular en Guadalajara, ciudad en la que vivió y a la que volvía cada vez que podía.
Juan Cruz aseguró que Tomás Eloy Martínez mantuvo, hasta el final. “El aliento insólito del entusiasmo, la lucidez de su memoria singular, en la que basaba su manera de escribir”.
También destacó que uno de sus libros fundamentales es Lugar común la muerte, en donde expresa lo vivido en la última etapa de su existencia, “la que tiene que ver con la lucha por la vida”. Recomendó también la lectura de Purgatorio, la novela con la que Tomás Eloy se despidió de la narrativa y de la existencia. “El mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es seguirle leyendo”, anotó Juan Cruz.
Apasionado del periodismo
El escritor Sergio Ramírez mencionó que Eloy Martínez colocó a la literatura siempre por encima de su otra pasión visceral: el periodismo. “En sus novelas nunca abandonó el periodismo, sus novelas las escribió con la técnica del reportaje, que le sirvió para fingir mejor la realidad”, comentó.
Ramírez reconoció en Tomás Eloy una gran capacidad para inventar a la historia “y hacer que la suya, su historia inventada, pasara a ocupar el lugar de lo aceptado y lo que no podrá ser negado. Los hechos tal como ocurrieron ya no importan, se diluyen víctimas de las contradicciones, de los inevitables olvidos, de los cambiantes relatos orales, de las desconfianzas que inspiran los documentos oficiales”.
El escritor nicaragüense aseguró que para Tomás Eloy “Nada de eso es creíble. Lo único creíble es la novela, que es la sustancia de lo que verdaderamente ocurrió. Dentro de su sentido de totalidad de la mentira, Tomás primero dinamitaba a la historia para reinventar después a la verdad con la novela. La historia inventada es ahora la historia verdadera y ya no dejará de serlo”.
Ezequiel Martínez, periodista argentino e hijo de Tomás Eloy, agradeció el homenaje que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le rindió a su padre. Dio las gracias también a Carlos Fuentes, promotor del homenaje y quien, lamentó, no pudo asistir al evento por problemas familiares.
“Somos siete los hijos de Tomás Eloy. Yo soy la cara visible por una cuestión de afinidad profesional, también soy periodista y me dediqué a la cultura. En sus últimos años lo acompañaba en sus viajes. Y en esos viajes él me fue preparando para lo que iba a venir. Me pidió crear una fundación que llevara su nombre para estimular a los jóvenes narradores”, señaló el periodista.
Ezequiel Martínez habló también del trabajo periodístico al lado de su padre, del intercambio que tenían en materia literaria, de los años de cercanía.
“Colaboré en las investigaciones de sus libros, que fue una práctica fantástica. Me daba a leer sus novelas y me pedía opinión. Purgatorio fue una sobre la que más intercambiamos ideas. Para mí, esos tres últimos años de su vida fueron de una cercanía muy fuerte, tanto como hijo como profesionalmente”, expresó emocionado el hijo del escritor fallecido, a cuya memoria el público dedicó un largo y emotivo aplauso.
Fuente: Diario El Universal
Por: Juan Hernández
Este domingo fue una tarde de homenajes en la Feria Internacional del Libro, el primero dedicado a Carlos Monsiváis, el segundo a otra escritor latinoamericano de gran relevancia y periodista de probada rectitud, el fallecido Tomás Eloy Martínez.

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez, y los periodistas Juan Cruz y Ezequiel Martínez, recordaron y celebraron la memoria de Tomás Eloy, hombre de letras, formador de generaciones de periodistas en Latinoamérica y en particular en Guadalajara, ciudad en la que vivió y a la que volvía cada vez que podía.
Juan Cruz aseguró que Tomás Eloy Martínez mantuvo, hasta el final. “El aliento insólito del entusiasmo, la lucidez de su memoria singular, en la que basaba su manera de escribir”.
También destacó que uno de sus libros fundamentales es Lugar común la muerte, en donde expresa lo vivido en la última etapa de su existencia, “la que tiene que ver con la lucha por la vida”. Recomendó también la lectura de Purgatorio, la novela con la que Tomás Eloy se despidió de la narrativa y de la existencia. “El mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es seguirle leyendo”, anotó Juan Cruz.
Apasionado del periodismo
El escritor Sergio Ramírez mencionó que Eloy Martínez colocó a la literatura siempre por encima de su otra pasión visceral: el periodismo. “En sus novelas nunca abandonó el periodismo, sus novelas las escribió con la técnica del reportaje, que le sirvió para fingir mejor la realidad”, comentó.
Ramírez reconoció en Tomás Eloy una gran capacidad para inventar a la historia “y hacer que la suya, su historia inventada, pasara a ocupar el lugar de lo aceptado y lo que no podrá ser negado. Los hechos tal como ocurrieron ya no importan, se diluyen víctimas de las contradicciones, de los inevitables olvidos, de los cambiantes relatos orales, de las desconfianzas que inspiran los documentos oficiales”.
El escritor nicaragüense aseguró que para Tomás Eloy “Nada de eso es creíble. Lo único creíble es la novela, que es la sustancia de lo que verdaderamente ocurrió. Dentro de su sentido de totalidad de la mentira, Tomás primero dinamitaba a la historia para reinventar después a la verdad con la novela. La historia inventada es ahora la historia verdadera y ya no dejará de serlo”.
Ezequiel Martínez, periodista argentino e hijo de Tomás Eloy, agradeció el homenaje que la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le rindió a su padre. Dio las gracias también a Carlos Fuentes, promotor del homenaje y quien, lamentó, no pudo asistir al evento por problemas familiares.
“Somos siete los hijos de Tomás Eloy. Yo soy la cara visible por una cuestión de afinidad profesional, también soy periodista y me dediqué a la cultura. En sus últimos años lo acompañaba en sus viajes. Y en esos viajes él me fue preparando para lo que iba a venir. Me pidió crear una fundación que llevara su nombre para estimular a los jóvenes narradores”, señaló el periodista.
Ezequiel Martínez habló también del trabajo periodístico al lado de su padre, del intercambio que tenían en materia literaria, de los años de cercanía.
“Colaboré en las investigaciones de sus libros, que fue una práctica fantástica. Me daba a leer sus novelas y me pedía opinión. Purgatorio fue una sobre la que más intercambiamos ideas. Para mí, esos tres últimos años de su vida fueron de una cercanía muy fuerte, tanto como hijo como profesionalmente”, expresó emocionado el hijo del escritor fallecido, a cuya memoria el público dedicó un largo y emotivo aplauso.
Fuente: Diario El Universal
domingo, 7 de febrero de 2010
Las lecciones de Tomás Eloy Martínez
El periodista y escritor, que murió esta semana en Argentina, dejó un sinnúmero de amigos, publicaciones, artículos, libros y revistas, pero sobre todo, la claridad del objetivo de informar.
Por: Jaime Abello Banfi*
"Tomás Eloy es el mejor periodista de lengua castellana". Con esta afirmación rotunda Gabriel García Márquez anunció que el famoso periodista y escritor argentino, su buen amigo desde los tiempos del lanzamiento de Cien años de soledad, había aceptado acompañarnos en la reunión de planeación de los talleres de pe
riodismo que estábamos inventando en Cartagena a lo largo de 1994. La segunda ocasión que la escuché fue una década más tarde, cuando Miguel Ángel Bastenier la soltó de manera tajante mientras tratábamos de armar la lista de los periodistas más interesantes de España y América. La última vez, también en Cartagena, la oí en boca del periodista cultural de El País de España, Juan Cruz, la noche del cierre del 'Hay Festival', cuando comentamos la mala noticia de la muerte de Tomás, ocurrida minutos antes en Buenos Aires. Pocas horas después se multiplicarían en los medios iberoamericanos y las redes sociales de Internet los elogios y reconocimientos a su memoria, en una especie de elegía colectiva, trasnacional e instantánea, solo posible en la era de la comunicación digital. "El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un texto insuficiente o infiel a la propia conciencia, se pierde parte de ese patrimonio, o todo".
Tomás Eloy Martínez construyó y engrandeció su reputación de periodista excelente e íntegro con cada pieza que publicó desde que empezó a hacer sus pinitos como redactor de La Gaceta de Tucumán en 1951, cuando era un pibe del bachillerato, hasta las columnas que sacó este enero en La Nación de Buenos Aires, con el cuerpo ya vencido y la mente aguzada por el cáncer. Sus últimos temas: el futuro incierto de la Argentina y los desafíos de la cultura narco para América Latina, especialmente para dos países que conoció y quiso mucho, Colombia y México.
"Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto".
La lucha contra el tiempo y la negociación con el editor son de la esencia del trabajo cotidiano en los medios. Sin embargo, Tomás Eloy sabía, y encarnó mejor que nadie en su propia trayectoria, que la verdadera alternativa para alguien creativo y ambicioso es el paso hacia el periodismo de autor, hacia una narrativa periodística de carácter individual, libre y extensa, que asuma el periodismo como género literario a través de proyectos personales en clave de crónica y reportaje, destinados a ser publicados en libros, revistas o diarios que le apuesten a una agenda propia. Su obra emblemática como autor periodístico es Lugar común la muerte.
Con formidable tenacidad luchó hasta el final por el tiempo que necesitaba para sus textos, ante el fantasma de una muerte cada vez más próxima, defendiendo cada minuto de su energía decreciente para dictar sus artículos y su novela inconclusa El Olimpo.
"Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa. A veces, sin embargo, una foto puede ser más elocuente que miles de palabras".
Tomás Eloy rememoraba con picardía la foto de primera en la edición inaugural del exitoso Diario de Caracas. Opuesto a las imágenes estereotipadas, había pedido a su reportero gráfico enfocar las espaldas de la hilera de ministros que posaban ante los fotógrafos, recién posesionados en el gabinete del nuevo presidente, Luis Herrera Campins: todos sostenían por detrás, en sus manos, vasos llenos de whisky... ¡escándalo!
Podía hablar de periodismo con la propiedad y conocimiento de quien ha hecho el recorrido completo. No solo fue reportero, cronista, crítico de cine y columnista, sino editor, jefe de redacción, director, creador y asesor de diarios y revistas. Su conducción brilló en las revistas Primera Plana y Panorama de Buenos Aires, el Diario de Caracas y el periódico Siglo 21 de Guadalajara. Gabo lo llamó como experto cuando tuvo la idea de fundar un diario que se llamaría El Otro, y luego fue el primer nombre que mencionó como posible maestro de los talleres de periodismo.
"Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos, y en el que todos deben sentir que lo que le sucede a uno les sucede a todos".
Una experiencia tan rica, sumada una enorme calidad humana, talento, generosidad y capacidad pedagógica fueron la fórmula para dirigir, desde 1995, estupendos talleres que reproducían la vitalidad y compañerismo que deben reinar en las salas de redacción. Centenares de reporteros, editores y dueños de periódicos se convirtieron en sus alumnos, y por lo tanto en amigos y seguidores. Sus ideas fueron esenciales para definir la misión, método y estrategias de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
"No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificar cada dato y establecer con claridad el sentido de cada palabra que se escribe".
Si bien sus textos periodísticos son intachables, el procedimiento inverso fue justamente uno de los más reconocidos aportes de Tomás Eloy Martínez a la literatura contemporánea: revestir la ficción histórica de las apariencias de rigor y verosimilitud del relato periodístico, como lo hizo en La Novela de Perón y Santa Evita. Su sensibilidad se afinó en las exploraciones de poeta, cuentista, guionista, ensayista, investigador literario, profesor universitario y, sobre todo, en los territorios de la novela, en los que fue traducido a más de cuarenta idiomas. Ganó el Premio Alfaguara de Novela en el 2002 con El vuelo de la reina, cuya trama sobre un periodista poderoso envenenado por los celos tiene escenas en Colombia.
"Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero. Las clases política y empresaria y, en general, los sectores con poder dentro de la sociedad, tratan de impregnar los medios con noticias propias, a veces añadiendo énfasis a la realidad. El periodista no debe dejarse atrapar por las agendas de los demás. Debe colaborar para que el medio cree su propia agenda".
El pilar del periodismo narrativo de Tomás Eloy fue una ética de búsqueda de la verdad. La independencia y la actitud crítica fueron una constante en su vida. En 1972 denunció el comienzo del terrorismo de Estado en la portada del semanario Panorama, del que era director. Por esta causa la Armada argentina presionó su despido inmediato. En 1974 se quemaron por orden militar las ediciones de su libro periodístico, La Pasión según Trelew, que fue prohibido en 1976. Para ese entonces llevaba un año de exilio en Caracas, después de recibir amenazas de la Triple A, una organización paramilitar argentina.
"Hay que usar siempre un lenguaje claro, conciso y transparente. Por lo general, lo que se dice en diez palabras siempre se puede decir en nueve, o en siete. Encontrar el eje y la cabeza de una noticia no es tarea fácil. Tampoco lo es narrar una noticia. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad, eficacia, y pensando en el interés de lector más que en el lucimiento propio".
Tomás Eloy se lució con la lengua española, con la eficacia de quien la ama y la conoce toda. Su escritura precisa, su conversación envolvente, su sonrisa esplendorosa, su curiosidad y memoria prodigiosa, su humanismo y calidez hicieron de él un gran seductor y un amigo inolvidable. Su sabiduría y convicciones quedaron plenamente reflejadas en el cierre de la conferencia que pronunció en el 2005 en Bogotá, en la celebración de los primeros diez años de la fundación de periodismo que había ayudado a crear con sus amigos colombianos: "Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro".
*Director FNPI - Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano
Foto: Flickr
Fuente: Diario El Tiempo
Por: Jaime Abello Banfi*
"Tomás Eloy es el mejor periodista de lengua castellana". Con esta afirmación rotunda Gabriel García Márquez anunció que el famoso periodista y escritor argentino, su buen amigo desde los tiempos del lanzamiento de Cien años de soledad, había aceptado acompañarnos en la reunión de planeación de los talleres de pe

Tomás Eloy Martínez construyó y engrandeció su reputación de periodista excelente e íntegro con cada pieza que publicó desde que empezó a hacer sus pinitos como redactor de La Gaceta de Tucumán en 1951, cuando era un pibe del bachillerato, hasta las columnas que sacó este enero en La Nación de Buenos Aires, con el cuerpo ya vencido y la mente aguzada por el cáncer. Sus últimos temas: el futuro incierto de la Argentina y los desafíos de la cultura narco para América Latina, especialmente para dos países que conoció y quiso mucho, Colombia y México.
"Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto".
La lucha contra el tiempo y la negociación con el editor son de la esencia del trabajo cotidiano en los medios. Sin embargo, Tomás Eloy sabía, y encarnó mejor que nadie en su propia trayectoria, que la verdadera alternativa para alguien creativo y ambicioso es el paso hacia el periodismo de autor, hacia una narrativa periodística de carácter individual, libre y extensa, que asuma el periodismo como género literario a través de proyectos personales en clave de crónica y reportaje, destinados a ser publicados en libros, revistas o diarios que le apuesten a una agenda propia. Su obra emblemática como autor periodístico es Lugar común la muerte.
Con formidable tenacidad luchó hasta el final por el tiempo que necesitaba para sus textos, ante el fantasma de una muerte cada vez más próxima, defendiendo cada minuto de su energía decreciente para dictar sus artículos y su novela inconclusa El Olimpo.
"Hay que defender el espacio que necesita un buen texto contra la dictadura de los diagramadores y contra las fotografías que cumplen sólo una función decorativa. A veces, sin embargo, una foto puede ser más elocuente que miles de palabras".
Tomás Eloy rememoraba con picardía la foto de primera en la edición inaugural del exitoso Diario de Caracas. Opuesto a las imágenes estereotipadas, había pedido a su reportero gráfico enfocar las espaldas de la hilera de ministros que posaban ante los fotógrafos, recién posesionados en el gabinete del nuevo presidente, Luis Herrera Campins: todos sostenían por detrás, en sus manos, vasos llenos de whisky... ¡escándalo!
Podía hablar de periodismo con la propiedad y conocimiento de quien ha hecho el recorrido completo. No solo fue reportero, cronista, crítico de cine y columnista, sino editor, jefe de redacción, director, creador y asesor de diarios y revistas. Su conducción brilló en las revistas Primera Plana y Panorama de Buenos Aires, el Diario de Caracas y el periódico Siglo 21 de Guadalajara. Gabo lo llamó como experto cuando tuvo la idea de fundar un diario que se llamaría El Otro, y luego fue el primer nombre que mencionó como posible maestro de los talleres de periodismo.
"Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos, y en el que todos deben sentir que lo que le sucede a uno les sucede a todos".
Una experiencia tan rica, sumada una enorme calidad humana, talento, generosidad y capacidad pedagógica fueron la fórmula para dirigir, desde 1995, estupendos talleres que reproducían la vitalidad y compañerismo que deben reinar en las salas de redacción. Centenares de reporteros, editores y dueños de periódicos se convirtieron en sus alumnos, y por lo tanto en amigos y seguidores. Sus ideas fueron esenciales para definir la misión, método y estrategias de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano.
"No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificar cada dato y establecer con claridad el sentido de cada palabra que se escribe".
Si bien sus textos periodísticos son intachables, el procedimiento inverso fue justamente uno de los más reconocidos aportes de Tomás Eloy Martínez a la literatura contemporánea: revestir la ficción histórica de las apariencias de rigor y verosimilitud del relato periodístico, como lo hizo en La Novela de Perón y Santa Evita. Su sensibilidad se afinó en las exploraciones de poeta, cuentista, guionista, ensayista, investigador literario, profesor universitario y, sobre todo, en los territorios de la novela, en los que fue traducido a más de cuarenta idiomas. Ganó el Premio Alfaguara de Novela en el 2002 con El vuelo de la reina, cuya trama sobre un periodista poderoso envenenado por los celos tiene escenas en Colombia.
"Evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero. Las clases política y empresaria y, en general, los sectores con poder dentro de la sociedad, tratan de impregnar los medios con noticias propias, a veces añadiendo énfasis a la realidad. El periodista no debe dejarse atrapar por las agendas de los demás. Debe colaborar para que el medio cree su propia agenda".
El pilar del periodismo narrativo de Tomás Eloy fue una ética de búsqueda de la verdad. La independencia y la actitud crítica fueron una constante en su vida. En 1972 denunció el comienzo del terrorismo de Estado en la portada del semanario Panorama, del que era director. Por esta causa la Armada argentina presionó su despido inmediato. En 1974 se quemaron por orden militar las ediciones de su libro periodístico, La Pasión según Trelew, que fue prohibido en 1976. Para ese entonces llevaba un año de exilio en Caracas, después de recibir amenazas de la Triple A, una organización paramilitar argentina.
"Hay que usar siempre un lenguaje claro, conciso y transparente. Por lo general, lo que se dice en diez palabras siempre se puede decir en nueve, o en siete. Encontrar el eje y la cabeza de una noticia no es tarea fácil. Tampoco lo es narrar una noticia. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad, eficacia, y pensando en el interés de lector más que en el lucimiento propio".
Tomás Eloy se lució con la lengua española, con la eficacia de quien la ama y la conoce toda. Su escritura precisa, su conversación envolvente, su sonrisa esplendorosa, su curiosidad y memoria prodigiosa, su humanismo y calidez hicieron de él un gran seductor y un amigo inolvidable. Su sabiduría y convicciones quedaron plenamente reflejadas en el cierre de la conferencia que pronunció en el 2005 en Bogotá, en la celebración de los primeros diez años de la fundación de periodismo que había ayudado a crear con sus amigos colombianos: "Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. El periodismo es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro".
*Director FNPI - Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano
Foto: Flickr
Fuente: Diario El Tiempo
miércoles, 3 de febrero de 2010
Postales de la tarde en que Tomás Eloy Martínez se convirtió en recuerdo
Despidieron sus restos en el cementerio Parque Memorial de Pilar. Entre la congoja y el relato de anécdotas de familiares, amigos y colegas, se anunció la creación de una fundación para apoyar a los escritores jóvenes
Por: Cristian Alarcón
Juan Granica, el fundador de la Editorial Granica, un hombre alto, de pelo blanco, con el cuerpo de un viejo maestro de judo, se desplaza por el salón funerario con lentitud y aplomo. Desde un rincón observa
en silencio a los hijos de Tomás Eloy Martínez. A los mayores los identifica con facilidad: los conoce desde pequeños, tienen casi la misma edad que sus propios hijos. A los más chicos los adivina en los rasgos. Todos, los siete, varones y mujeres, comparten una mirada transparente y honda. Algunos llegan a ser sorprendentes calcos del padre, cuyo cuerpo ahora, hace minutos, ya no está en eso que llaman de manera tan equívoca “capilla ardiente”. Ha sido trasladado al sector en el que lo cremarán para luego ser sepultado en una pequeñísima urna. Mientras tanto, en el salón amplio y lleno de sillones donde la gente conversa y nadie llora, la vida y la muerte de Tomás Eloy se desplazan, como Juan, el primer editor de su libro La pasión según Trelew (1973), con elegante parsimonia. En unos y otros, el recuerdo del escritor y del padre, la memoria del maestro, va y viene, sin estridencias, en charlas matizadas con gin tonic, el trago que Tomás elegía a la hora del crepúsculo.
Granica observa a los Martínez y en ellos ve la huella de un hombre que tuvo muchos hijos y varias mujeres. Ve, el amigo editor, el invisible hilo de la herencia, aquello que alguien deja a la hora de su muerte. A unos pasos, en la mentada “capilla” donde ya no está el cuerpo, quedan los objetos que eligió el escritor para dejar junto a sus restos, y como ofrenda póstuma. Uno a uno, uno al lado del otro, sus libros sobre una mesa. No todos, al menos diez. Entre ellos una edición original de Sagrado, su primera novela. Y La pasión... aunque en la versión reciente de Alfaguara. A un costado los discos que el propio Tomás eligió para musicalizar su velorio: Marrón y azul, de Piazzolla, con el Octeto Buenos Aires; Setting Standards New York Sessions, de Keith Jarret, Gary Peacock y Jack Dejohnette y la Misa en mi menor, de Mozart.
Suena lo mejor del jazz contemporáneo y Gonzalo, el hijo fotógrafo, muestra los libros a algunos familiares.
En el centro de la pared cubierta en madera de cedro, hay un retrato de su padre que también fue cuidadosamente seleccionado, hecho, claro, por él mismo. Le digo a Granica que mi amigo Gonzalo es quizás, de todos, el hijo más parecido a Tomás. Y el editor dice que no, que a él, sin embargo, le resulta inquietante mirar a Ezequiel, que conversa con una antigua dama en el living central. Es, dice el editor, la viva estampa de Tomás Eloy más o menos a esa misma edad, los 47. Una de las nietas se encarga de cambiar el disco cuando se apaga el jazz y pasa al tango sin vueltas. Ezequiel se acerca a conversar con Juan, quiere contarle que la edición original de Pasión... no está allí con los demás libros porque era demasiado valorada por su padre, que la hizo encuadernar en tapas duras para conservarla para siempre. La atesoran en la biblioteca que heredaron los hermanos Martínez, junto a otros miles de ejemplares de lo mejor de la literatura latinoamericana y universal.
La malsana curiosidad de un lector puede más que la corrección a la hora de las ceremonias: ¿qué harán con los libros de Tomás? La sonrisa de Ezequiel le llena la cara de su padre. No puede ocultar el orgullo que da el honor. Tomás Eloy no sólo anotó con obsesión y minuciosidad cada detalle de lo que pretendía que fuera su funeral. También dejó instrucciones precisas sobre qué hacer con esos volúmenes, con las libretas de anotación donde apuntó cada reportaje de Lugar común la muerte, los planos de sus novelas, las grabaciones de sus entrevistas con el general Perón, los libros dedicados por sus amigos escritores del mundo entero. Todo ello es un tesoro que le tocará custodiar a Ezequiel, al que nombró su albacea literario. Por eso el hijo del parecido inquietante sonríe así. Su padre ha pedido que con todo ello como capital creen una fundación que llevará su nombre y que dirigirá Ezequiel, el periodista. Además, Tomás imaginó una beca que beneficie a un escritor joven para que pueda terminar un proyecto de escritura, una especie de
sustento para un work in progress. Es la pensada huella de Tomás Eloy Martínez en las nuevas generaciones.
A unos metros de esa conversación un chico moreno, de lentes para leer y acné juvenil, cuenta su admiración por el viejo maestro Tomás. Alessandro Villegas es el hijo de Isabel y Daniel, que hace años trabajan en mantenimiento del diario Página/12, donde el escritor dirigió el suplemento Primer Plano. Alessandro fue con su padre una vez, cuando tenía nueve años, a escuchar una conferencia de Tomás. Cuando terminó se acercó y le entregó algunos cuentos de él mismo, por entonces, ya, un decidido escritor. Al poco tiempo, a través de su madre, Tomás le envió un mensaje: tiene futuro, dijo. Y le regaló cuatro libros: uno de Borges -que ahora, a los 14 años Alessandro no recuerda cuál fue-, El Conde de Montecristo, de Alexandre Dumas, El cantor de tango y La pasión según Trelew. En la dedicatoria de Pasión... puso “Para mi colega escritor”.
Fue un empujón hacia la literatura que Alessandro no olvidó. Pasó un tiempo creyéndose escritor pero se escapó luego hacia el teatro. Hace poco Macri cerró su escuela de teatro, en el Centro Cultural Adán Buenosayres, y Alessandro volvió a la literatura. Volvió, dice, sobre todo a leer. En las últimas semanas también escribió. Hizo dos cuentos, dice. El primero es la historia de un joven que está todo el tiempo pensando que está vivo, pero durante el relato no puede recordar nada. “Yo los pienso con remate, porque Tomás decía que había que pensar así”. Por eso al final el personaje se da cuenta de pronto que no recuerda nada porque en realidad está muerto. En el segundo cuento un joven cree que está muerto, y no puede más que recordar lo que le ha pasado a lo largo de su vida, no lo puede evitar. El remate del cuento es que en realidad el joven está vivo. “El que olvida está muerto. El que recuerda está vivo”, dice el joven escritor más joven del funeral.
En las fotos de TelAm:
1.- Los acompañantes del sepelio trasladan en el cementerio de Pilar las cenizas del escritor y periodista Tomás Eloy Martínez
2.- Sus amigos Isidoro Gilbert, Rogelio Garcia Luppo y Roberto Guareschi lo despiden
3.- Gonzalo Martínez besa la urna que contiene los restos de su padre
Fuente: Crítica de la Argentina
Por: Cristian Alarcón
Juan Granica, el fundador de la Editorial Granica, un hombre alto, de pelo blanco, con el cuerpo de un viejo maestro de judo, se desplaza por el salón funerario con lentitud y aplomo. Desde un rincón observa

Granica observa a los Martínez y en ellos ve la huella de un hombre que tuvo muchos hijos y varias mujeres. Ve, el amigo editor, el invisible hilo de la herencia, aquello que alguien deja a la hora de su muerte. A unos pasos, en la mentada “capilla” donde ya no está el cuerpo, quedan los objetos que eligió el escritor para dejar junto a sus restos, y como ofrenda póstuma. Uno a uno, uno al lado del otro, sus libros sobre una mesa. No todos, al menos diez. Entre ellos una edición original de Sagrado, su primera novela. Y La pasión... aunque en la versión reciente de Alfaguara. A un costado los discos que el propio Tomás eligió para musicalizar su velorio: Marrón y azul, de Piazzolla, con el Octeto Buenos Aires; Setting Standards New York Sessions, de Keith Jarret, Gary Peacock y Jack Dejohnette y la Misa en mi menor, de Mozart.
Suena lo mejor del jazz contemporáneo y Gonzalo, el hijo fotógrafo, muestra los libros a algunos familiares.

La malsana curiosidad de un lector puede más que la corrección a la hora de las ceremonias: ¿qué harán con los libros de Tomás? La sonrisa de Ezequiel le llena la cara de su padre. No puede ocultar el orgullo que da el honor. Tomás Eloy no sólo anotó con obsesión y minuciosidad cada detalle de lo que pretendía que fuera su funeral. También dejó instrucciones precisas sobre qué hacer con esos volúmenes, con las libretas de anotación donde apuntó cada reportaje de Lugar común la muerte, los planos de sus novelas, las grabaciones de sus entrevistas con el general Perón, los libros dedicados por sus amigos escritores del mundo entero. Todo ello es un tesoro que le tocará custodiar a Ezequiel, al que nombró su albacea literario. Por eso el hijo del parecido inquietante sonríe así. Su padre ha pedido que con todo ello como capital creen una fundación que llevará su nombre y que dirigirá Ezequiel, el periodista. Además, Tomás imaginó una beca que beneficie a un escritor joven para que pueda terminar un proyecto de escritura, una especie de

A unos metros de esa conversación un chico moreno, de lentes para leer y acné juvenil, cuenta su admiración por el viejo maestro Tomás. Alessandro Villegas es el hijo de Isabel y Daniel, que hace años trabajan en mantenimiento del diario Página/12, donde el escritor dirigió el suplemento Primer Plano. Alessandro fue con su padre una vez, cuando tenía nueve años, a escuchar una conferencia de Tomás. Cuando terminó se acercó y le entregó algunos cuentos de él mismo, por entonces, ya, un decidido escritor. Al poco tiempo, a través de su madre, Tomás le envió un mensaje: tiene futuro, dijo. Y le regaló cuatro libros: uno de Borges -que ahora, a los 14 años Alessandro no recuerda cuál fue-, El Conde de Montecristo, de Alexandre Dumas, El cantor de tango y La pasión según Trelew. En la dedicatoria de Pasión... puso “Para mi colega escritor”.
Fue un empujón hacia la literatura que Alessandro no olvidó. Pasó un tiempo creyéndose escritor pero se escapó luego hacia el teatro. Hace poco Macri cerró su escuela de teatro, en el Centro Cultural Adán Buenosayres, y Alessandro volvió a la literatura. Volvió, dice, sobre todo a leer. En las últimas semanas también escribió. Hizo dos cuentos, dice. El primero es la historia de un joven que está todo el tiempo pensando que está vivo, pero durante el relato no puede recordar nada. “Yo los pienso con remate, porque Tomás decía que había que pensar así”. Por eso al final el personaje se da cuenta de pronto que no recuerda nada porque en realidad está muerto. En el segundo cuento un joven cree que está muerto, y no puede más que recordar lo que le ha pasado a lo largo de su vida, no lo puede evitar. El remate del cuento es que en realidad el joven está vivo. “El que olvida está muerto. El que recuerda está vivo”, dice el joven escritor más joven del funeral.
En las fotos de TelAm:
1.- Los acompañantes del sepelio trasladan en el cementerio de Pilar las cenizas del escritor y periodista Tomás Eloy Martínez
2.- Sus amigos Isidoro Gilbert, Rogelio Garcia Luppo y Roberto Guareschi lo despiden
3.- Gonzalo Martínez besa la urna que contiene los restos de su padre
Fuente: Crítica de la Argentina
martes, 2 de febrero de 2010
Tomás Eloy Martínez: Un maestro admirado por sus colegas
Tomás Eloy fue el escritor que nos acercó a la verdad
Por: Carlos Fuentes
Conocí a Tomás Eloy Martínez en el lejanísimo verano de 1962 y en un balcón suspendido sobre la avenida Quintana. En Buenos Aires. En compañía de Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato y Francisco Petrone. Admirando a nuestra
anfitriona, la bellísima señora de Galli Mainini. Temerosos de que el balcón no aguantara nuestro peso. Porque, como la República Argentina, el balcón crujía.
Lo abandonamos en aras de la supervivencia, pero también porque nuestra juventud estaba llena de proyectos de vida y trabajo que no merecían terminar destrozados en las aceras de la bella capital argentina. Para mí, la más bella ciudad de América latina.
Gracias a que el balcón no se cayó pudimos disfrutar, durante el siguiente medio siglo, de una obra, la de Tomás Eloy Martínez, terrible y hermosa, puntual e imaginativa, recreación literaria de esa interrogante humana y política que llamamos "la Argentina".
De La Novela de Perón a Purgatorio, pasando por Santa Evita, El vuelo de la reina y El cantor de tango, Tomás Eloy nos indica que si sólo pudiéramos vernos dentro de la historia, sentiríamos terror. Para superarlo, el novelista que fue -que es- Tomás Eloy no niega la historia, sino que la resucita, la transforma, la reinventa para hacerla no sólo visible, sino comprensible.
Tomás Eloy Martínez escribió la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imaginó europeo, racional, civilizado, y un día amaneció sin ilusiones, tan latinoamericano como México o Venezuela, tan brutalmente salvaje como sus dictadores militares, tan brutalmente corrupto como sus políticos, tan ciego como todos ante las poblaciones de la miseria que fueron bajando hasta las avenidas porteñas, donde hoy recogen basura a la medianoche para comer.
Por decir esto, en La pasión según Trelew, Tomás Eloy fue perseguido y debió exiliarse. Su última novela, Purgatorio, viene siendo un espléndido resumen del terror, la imaginación y la esperanza argentinos.
En Purgatorio, Tomás Eloy Martínez se propuso darle relevancia literaria a un tema que pesa sobre la política argentina: los desaparecidos, las prácticas brutales de la dictadura militar de los años 1976 a 1981; prácticas llamadas, con eufemismo delirante, Proceso de Reorganización Nacional. Apresar disidentes; torturarlos en presencia de sus mujeres e hijos; asesinar a toda persona sospechosa de leer, pensar o actuar de una manera desaprobada por la dictadura; secuestrar niños, darles otro nombre y familia distinta.
Tan odiosa violación de la persona puede ser denunciada en un diario, en un discurso, en una manifestación. ¿Cómo incorporarla a una ficción, cuando la realidad rebasa cuanto la literatura puede imaginar?
Purgatorio relata la historia de una mujer, hija de un magnate argentino que apoya a la dictadura y participa de sus diversiones, hasta el grado de invitar a Orson Welles a filmar el campeonato mundial de fútbol, como Leni Riefensthal filmó los juegos olímpicos de Berlín en 1936, bajo el régimen nazi. Emilia Dupuy, la hija del magnate, está casada con un cartógrafo, Simón Cardoso, obligado profesionalmente a recorrer el país, midiéndolo. La policía de la dictadura lo confunde con un terrorista y lo hace desaparecer.
¿Dónde buscar a un "desaparecido"? Desesperada, Emilia sigue todos los itinerarios que su marido pudo tomar: Brasil, Venezuela, México y, al cabo, los Estados Unidos, hasta el día en que, establecida en una pequeña ciudad universitaria de Nueva Jersey, Emilia reencuentra a su marido perdido.
Sólo que él sigue siendo un hombre de 30 años y su reaparición va a destruir la costumbre de Emilia: vivir recordando la ausencia del único hombre que amó y que, ahora, regresa con "una sonrisa llegada de muy lejos".
No diré más. Sólo añadiré que Orson Welles pone como condición para aparecer en la película que los militares hagan aparecer a los desaparecidos, ya que, en la novela, como en el cine, se pueden crear todas las realidades posibles, imaginar lo que aún no existe y detener el tiempo.
Tomás Eloy Martínez buscó -y encontró- en la novela la realidad de lo que la historia ha olvidado. Y puesto que la historia ha sido lo que ha sido, la literatura nos ofrece lo que la historia no siempre ha sido y, a veces, lo que nunca ha dicho. En la obra de Tomás Eloy, el lenguaje, portador de duda frente a la ideología, la certeza religiosa, el conformismo moral o la mascarada política, no puede dejar de lado ni a la ideología, ni a la religión, ni a la moral ni a la política. La diferencia estriba en que la novela no puede ser dominada por ninguna de las cuatro. Por el contrario, puede presentar ideología, religión, moral o política como problemas, abriéndole la puerta a la interrogación, elevando el techo de la imaginación, descendiendo al sótano de la memoria y, sobre todo, dejando la ventana abierta a la palabra de Pascal: "Vengo a proponerles una duda".
La riqueza de la cultura argentina contrastaba con la pobreza de su vida política y económica. Tal es el enigma de esa gran nación, planteado una y otra vez en la obra de Tomás Eloy: ¿por qué, teniéndolo todo, la Argentina acaba teniendo nada? ¿Por qué la cultura vigorosa e ininterrumpida de la República del Plata no le da vigor y continuidad a su vida política?
Quizá Tomás Eloy Martínez nos advierta, desde su vida, desde su muerte, que cuando al cabo entendemos nuestra miseria, podemos entender sus abismos y sus cumbres y, a partir de ello, conocer la verdad.
Tomás Eloy Martínez, como pocos, nos acercó a la verdad. Huidiza, interminable. Como la libertad misma.
El autor es escritor; su última novela es Adán en Edén
Fuente: Diario La Nación
Tomás Eloy Martínez: 16 de julio de 1934 - 31 de enero de 2010.
Un hombre que sabía celebrar la vida
La mirada íntima de una colega que conoció al escritor. Su carrera, sus expectativas y las enseñanzas de un intelectual fundamental de la Argentina.
Por: Susana Viau
Decía que de sus obras quería especialmente una “novelita” -el diminutivo le pertenece- que había publicado entre La novela de Perón y Santa Evita, para limpiar el paladar de personajes tan grandes. La mano del amo, la tituló, y está al alcance de quien quiera leerla. La última vez que nos vimos, hace poco más de una semana, me gustó darle la razón: también yo prefiero La mano del amo, el mito sobre el que fundó su punto de vista sobre la vida y la literatura: “A Madre, para que no vuelva / a quemar lo que escribo”. Hablamos precisamente de ella, de su madre -que a su modo extraño siempre había estado pendiente de lo que él escribía-, y de su padre, menos interesado en sus libros (según su relato) que en su afecto.
Detrás de esas menciones solía colarse toda una constelación de personajes tucumanos, como el tío tartamudo que lo llevaba a ver el fútbol y gritaba los goles con una demora que provocaba las burlas de la hinchada. Durante la comida -alrededor de la mesa estaban su hijo Gonzalo y su primo Oscar-, le avisaron que su hermano había llamado preguntando si podía pasar a verlo. “¡Cómo no va a poder pasar, si es mi hermano!”, contestó. Sentí que le había dado a la palabra “hermano” una extraña densidad.
Alguna vez lo escuché quejarse de que había llegado tarde a la literatura: que el periodismo, la salida rápida con que se ganaban la vida los que soñaban con ella en el siglo pasado, le había devorado muchos años y mucha fuerza. Había escrito su primer cuento en la infancia, cuando le prohibieron ir al cine y leer libros porque se había escapado a ver una función de circo. Pero también le agradecía al oficio la convivencia formadora con los correctores de La Gaceta de Tucumán y la mudanza a Buenos Aires. En la ciudad donde murió el domingo a la noche, Tomás fue central para la avanzada de la modernización del periodismo en Primera Plana, Panorama y La Opinión. Desde Pri-Pla, así la llamábamos, con una tapa dedicada a “América, la gran novela”, le dio identidad a lo que se insinuaba como “el boom de la literatura latinoamericana”. Hay quienes dicen que ese fenómeno nunca existió. En todo caso la fórmula fue suya. Un paraguas bajo el que se guarecieron García Márquez, Onetti, Cortázar, Fuentes, Donoso, Vargas Llosa o el recuperado Felisberto Hernández. Tomás fue, a la vez, padre e hijo del boom.
En esa cresta de la ola estaba cuando le preguntó al mar, literalmente, si la vida valía la pena. Salió de esa crisis con el deseo de escribir Sagrado, su primera novela, que publicó en 1969 y nunca quiso reimprimir. “Fue apenas un ejercicio”, explicaba, y en nuestra última charla insistió en esa idea. Menos suyo, más público, fue su libro siguiente: La pasión según Trelew. En 1973 narró la masacre de dieciséis guerrilleros en la base Almirante Zar y la rebelión popular -el estado de comuna- que siguió en la ciudad. Al valor simbólico del libro se sumaron los avances de una investigación judicial sobre delitos que se creían olvidados.
Por esa obra, que disgustó a la Triple A, debió exiliarse en 1975. Escribía cartas a los cuatro hijos que había dejado en Buenos Aires. Lugar común la muerte -una recopilación de sus narraciones periodísticas que después fotocopiaron un par de generaciones de estudiantes- lo dedicó a los dos pequeños que volvieron a la Argentina con su madre. En Caracas, donde debió quedarse durante la última dictadura, conoció a Susana Rotker, la madre de su hija menor. La niña nació en Washington, mientras él terminaba La novela de Perón con una beca del Wilson Center.
Entonces le cayó la fama. El juego entre realidad y ficción que había marcado el eclipse de Saint-John Perse en Lugar común la muerte (donde él supo contar como ficción la realidad) o su entrevista a Juan Domingo Perón interrumpida por su mucamo José López Rega (donde la realidad nacional se empecinó en tomar la forma de la ficción), trabajo que años después publicaría en Las vidas del general, iniciaron una voz literaria que crecería hasta volverse singular.
Si Santa Evita -otro juego en el que usó la matriz verosímil del periodismo para contar una ficción- le dio la popularidad en su país y en las treinta y seis lenguas a las que fue traducida, Purgatorio, su última novela, funde los dos territorios. El narrador vive en el pueblo de New Jersey donde vivió Tomás; es un escritor argentino que enseña literatura en la Universidad de Rutgers como él; los médicos que lo tratan son los que lo trataron a él. La enfermedad lo preocupa como lo preocupaba a él. La literatura cumple el mismo papel que cumplía para él: “Escribir siempre fue para mí un acto de libertad, el único por el que mi yo se pasea sin rendir cuentas”, dice el narrador. “Quiero ver qué hay al otro lado de las palabras, en los paisajes que no se ven, en los relatos que desaparecen a medida que los despliego”.
Un silencio prolongado separó Santa Evita (1995) de El vuelo de la reina (2002), dedicado a su última esposa, Gabriela Esquivada. Pero desde entonces volvió a publicar -El cantor de tango, Purgatorio- y exploraba en estos días el otro lado de las palabras en una historia del Olimpo desde los dioses griegos hasta el centro clandestino de detención de Floresta.
A fines de 2005 contó en una columna, “Con los ojos abiertos”, la historia de una mujer que, al enterarse de que le quedaban semanas de vida, organizó una fiesta para celebrar la experiencia de haber pasado por este mundo y para despedirse de sus amigos. “Yo también quiero esperar la muerte con los ojos abiertos”, me comentó cierto día, en una larga conversación telefónica hablando de esa nota y de la enfermedad. Tenía muchos motivos para celebrar su vida. Habíamos tenido tiempos, gente, entusiasmos, afectos y desafectos comunes. Incluso compartimos la aparición de algunos males. Fue a raíz de esa coincidencia infeliz que un mediodía me contó de su nefrectomía y del viaje interminable hacia el quirófano, boca arriba en la camilla. Pensaba, me dijo, en la posibilidad de flaquear ante la muerte y en el dilema de Pascal. “¿Y al final rezaste?”, le pregunté, y con esa carcajada medida que lo caracterizaba me contestó que no. Me estaba enseñando algo.
Lejaim, por la vida, Tomás. Porque no hay otra, pero la tuya está tramada en tus libros. Allí la encontrarán los que no te conocen cuando los que te conocimos no estemos para recordarte. Los datos indican: Tomás Eloy Martínez, 16 de julio de 1934 - 31 de enero de 2010. Pero hay otros puntos de vista.
Fuente: Crítica de la Argentina
Adiós al Maestro
Por: Miguel Russo
Tomás, ¿qué es lo peor de ver el país desde afuera?", le pregunté una noche, hace unos seis años, a un Tomás Eloy Martínez recién llegado de Nueva Jersey, mientras caminábamos por Libertador sin un rumbo sensato después de una entrevista en la cual los dos habíamos cumplido el rol de hacer que no nos conocíamos. "Que no se ve", dijo, eligiendo las palabras. Se paró de pronto en medio de la vereda, me tomó del brazo como si recién se diera cuenta, y repitió: "que no se ve".
Algo similar a lo peor de la muerte: que no se vuelve a ver al que se muere. Pero cuando el que se muere es un maestro, lo peor se duplica con esa tremenda certeza actual de que nadie ocupa ese lugar. Digo, en primera persona, como siempre me enseñaron que nunca se debería escribir en periodismo: tuve tres grandes maestros en esto de ganarse la vida haciendo lo que uno quiere, como escribir. Uno: Osvaldo Soriano, con el que aprendí algo de la dictadura y la rebelión de los horarios y mucho de la sapiencia animal a la hora de dar el sí a un texto. Dos: Homero Alsina Thevenet, del cual todavía recuerdo su cara de noble uruguayo rompiendo en mil pedacitos la hoja tres de las cuatro entregadas, cuando no había computadora ni economía que permitiera hacer copias del original entregado, y diciendo "empalmá, era largo". Tres: Tomás. Tomás y su constante modo de hacer que el otro, el que lo escuchaba, el que lo leía, el que devoraba sus libros o sus notas, yo, por caso, pareciera más inteligente que él.
Soriano y Homero se fueron hace un tiempo. Ayer le tocó a Tomás.
Costará dejar de ver a Tomás Eloy Martínez. Dejar de verlo, en su caso, es saber, también, que no habrá un nuevo libro. Costará dejar de escucharlo contar a los 70, con la misma fresca indignación de los 35 cuando lo escribió, la represión desatada en el Rosariazo que él transformó en un magnífico alegato contra el terrorismo de Estado desde las páginas de Primera Plana. Costará dejar de verlo sonreír mientras recuerda sus discusiones con Gabriel García Márquez sobre las bondades y maldades del realismo mágico o sus largas charlas con Paul Auster sobre el valor literario de las casualidades. Costará dejar de viajar con él a aquella descabellada entrevista de varias semanas con Perón en Puerta de Hierro en la cual la voz del líder era el solícito -y ya energúmeno- José López Rega que contestaba las preguntas en primera persona como si él fuera el mismísimo General. Costará dejar de verlo reír a carcajadas mientras contaba parte de aquella demencia: "Hubo un momento en que el Brujo dijo, hablando por boca de Perón 'conocí a López Rega en el Colegio Militar, apenas ingresé, en 1910. Yo traté de subsanar el error y me dirigí a Perón: 'General, López Rega nació seis años después de esa fecha'. Perón me miró como despertando de una pesadilla y López Rega siguió su relato, imperturbable". O escucharlo contar las atrocidades de Isabelita acostándose al lado del cadáver momificado de Eva para que el Brujo intente (a todas luces, de manera infructuosa) pasarle los poderes de una a otra. Costará dejar de preguntarse y preguntarle cómo hizo con todo eso para armar esa maravilla de La novela de Perón. Y costará dejar de verlo pedir otro café en el bar de Belgrano y Perú (pequeño o extenso recreo de todos los periodistas en la esquina de la vieja redacción de Página/12), y decir algo tan genial y tan indescifrable como "la cosa es sentarse a escribir y tener ganas de hacerlo".
Sentarse a escribir y tener ganas de hacerlo. Puro Tomás, pura lección de literatura. Justamente, nunca pude preguntarle dónde empezaba la literatura y dónde terminaba el periodismo (el saberse inteligente al lado de Tomás tenía sus límites, y uno a veces sabía dónde estaba por decir una idiotez y callaba a tiempo). De todos modos, Tomás hubiera contestado con un pedazo de su vida, con "la vez aquella que..." o con "una vuelta, estábamos en...". Y todo hubiera sido develado.
Costará dejar de verlo en el otro lado de la mesa en una parrilla de Montevideo cuestionando la falta de un bloque férreo de pensamiento latinoamericano. Costará dejar de verlo cuestionando a "los empresarios de medios que se arrodillan ante el Financial Times o el New York Times pero piensan para sus diarios y revistas nacionales que el lector promedio es el mismo que ve televisión o pasa largas horas frente a Internet". Costará dejar de escucharlo decir en el cuartito que aquel viejo suplemento literario que se llamaba Primer plano y que él dirigía ocupaba en la redacción de Página: "No hagamos lo que ellos esperan. No seamos un residuo del boom latinoamericano. No nos pensemos en la categoría de hace cuarenta o cincuenta años".
Costará dejar de verlo caminando como hace seis años por Libertador, de ningún lado a ningún lado, pateando por patear por Buenos Aires, después de tanto Nueva Jersey. Y nos seguirá costando mucho eso de no poder sustituir a ciertos maestros.
Fuente: Diario Diagonales
Me enseñó a ver y a escribir
Por: Alejandro Castañeda
Por él me hice crítico de cine. Y periodista.
Yo tenía 15 años y el cine era para mí un pasatiempo. El mejor de todos, el único capaz de trasladarme a otro mundo. Pero un día llegó accidentalmente a mis manos una crítica de Tomás Eloy Martínez en La Nación. Y desde ese día, el cine y el periodismo fueron, para siempre, otra cosa. Aprendí que había algo inasible y sugerente, más allá de lo que reflejaba la pantalla. Y que esas sensaciones se podían compartir y transmitir. Su prosa deslumbrante parecía incitarme a emularlo como espectador y como periodista. Debo tener guardadas más de una crónica de aquella época y aún recuerdo de memoria párrafos de Tomás Eloy sobre "El séptimo sello" o "Hiroshima mon amour".
Dos años después lo vi tomando un café en un bar de la calle Rivadavia en Mar del Plata. ¿Qué hago? ¿Le cuento de mi admiración? Me animé, entré y me presenté. Y dos años después, cuando me inscribí en Bellas Artes para estudiar la carrera de Cine, lo reencontré. Tomás daba la materia Teoría general del cine. No era mi profesor, yo estaba en los primeros años. Pero cada sábado lo esperaba y lo acompañaba hasta Plaza Italia para tomar el Expreso Buenos Aires o el Río de la Plata. Le mostraba emocionado recortes de sus críticas, que repasábamos juntos, mientras saboreábamos los infaltables bloquecitos de Suchard que Tomás compraba en el kiosco. Era como una cita sacramental que yo paladeaba más que ese chocolate. Después lo perdí de vista, pero siempre seguí muy de cerca su fenomenal carrera. Me gratificaban sus logros como novelista, aunque para mí siguió siendo el crítico que un día me llevó al cine y no me dejó alejarme jamás. Y el periodista que me marcó.
Gracias, Tomás, por haberme enseñado a amar el cine y las palabras.
Fuente: Diario El Día
Por: Carlos Fuentes
Conocí a Tomás Eloy Martínez en el lejanísimo verano de 1962 y en un balcón suspendido sobre la avenida Quintana. En Buenos Aires. En compañía de Augusto Roa Bastos, Ernesto Sabato y Francisco Petrone. Admirando a nuestra

Lo abandonamos en aras de la supervivencia, pero también porque nuestra juventud estaba llena de proyectos de vida y trabajo que no merecían terminar destrozados en las aceras de la bella capital argentina. Para mí, la más bella ciudad de América latina.
Gracias a que el balcón no se cayó pudimos disfrutar, durante el siguiente medio siglo, de una obra, la de Tomás Eloy Martínez, terrible y hermosa, puntual e imaginativa, recreación literaria de esa interrogante humana y política que llamamos "la Argentina".
De La Novela de Perón a Purgatorio, pasando por Santa Evita, El vuelo de la reina y El cantor de tango, Tomás Eloy nos indica que si sólo pudiéramos vernos dentro de la historia, sentiríamos terror. Para superarlo, el novelista que fue -que es- Tomás Eloy no niega la historia, sino que la resucita, la transforma, la reinventa para hacerla no sólo visible, sino comprensible.
Tomás Eloy Martínez escribió la historia de un país latinoamericano autoengañado, que se imaginó europeo, racional, civilizado, y un día amaneció sin ilusiones, tan latinoamericano como México o Venezuela, tan brutalmente salvaje como sus dictadores militares, tan brutalmente corrupto como sus políticos, tan ciego como todos ante las poblaciones de la miseria que fueron bajando hasta las avenidas porteñas, donde hoy recogen basura a la medianoche para comer.
Por decir esto, en La pasión según Trelew, Tomás Eloy fue perseguido y debió exiliarse. Su última novela, Purgatorio, viene siendo un espléndido resumen del terror, la imaginación y la esperanza argentinos.
En Purgatorio, Tomás Eloy Martínez se propuso darle relevancia literaria a un tema que pesa sobre la política argentina: los desaparecidos, las prácticas brutales de la dictadura militar de los años 1976 a 1981; prácticas llamadas, con eufemismo delirante, Proceso de Reorganización Nacional. Apresar disidentes; torturarlos en presencia de sus mujeres e hijos; asesinar a toda persona sospechosa de leer, pensar o actuar de una manera desaprobada por la dictadura; secuestrar niños, darles otro nombre y familia distinta.
Tan odiosa violación de la persona puede ser denunciada en un diario, en un discurso, en una manifestación. ¿Cómo incorporarla a una ficción, cuando la realidad rebasa cuanto la literatura puede imaginar?
Purgatorio relata la historia de una mujer, hija de un magnate argentino que apoya a la dictadura y participa de sus diversiones, hasta el grado de invitar a Orson Welles a filmar el campeonato mundial de fútbol, como Leni Riefensthal filmó los juegos olímpicos de Berlín en 1936, bajo el régimen nazi. Emilia Dupuy, la hija del magnate, está casada con un cartógrafo, Simón Cardoso, obligado profesionalmente a recorrer el país, midiéndolo. La policía de la dictadura lo confunde con un terrorista y lo hace desaparecer.
¿Dónde buscar a un "desaparecido"? Desesperada, Emilia sigue todos los itinerarios que su marido pudo tomar: Brasil, Venezuela, México y, al cabo, los Estados Unidos, hasta el día en que, establecida en una pequeña ciudad universitaria de Nueva Jersey, Emilia reencuentra a su marido perdido.
Sólo que él sigue siendo un hombre de 30 años y su reaparición va a destruir la costumbre de Emilia: vivir recordando la ausencia del único hombre que amó y que, ahora, regresa con "una sonrisa llegada de muy lejos".
No diré más. Sólo añadiré que Orson Welles pone como condición para aparecer en la película que los militares hagan aparecer a los desaparecidos, ya que, en la novela, como en el cine, se pueden crear todas las realidades posibles, imaginar lo que aún no existe y detener el tiempo.
Tomás Eloy Martínez buscó -y encontró- en la novela la realidad de lo que la historia ha olvidado. Y puesto que la historia ha sido lo que ha sido, la literatura nos ofrece lo que la historia no siempre ha sido y, a veces, lo que nunca ha dicho. En la obra de Tomás Eloy, el lenguaje, portador de duda frente a la ideología, la certeza religiosa, el conformismo moral o la mascarada política, no puede dejar de lado ni a la ideología, ni a la religión, ni a la moral ni a la política. La diferencia estriba en que la novela no puede ser dominada por ninguna de las cuatro. Por el contrario, puede presentar ideología, religión, moral o política como problemas, abriéndole la puerta a la interrogación, elevando el techo de la imaginación, descendiendo al sótano de la memoria y, sobre todo, dejando la ventana abierta a la palabra de Pascal: "Vengo a proponerles una duda".
La riqueza de la cultura argentina contrastaba con la pobreza de su vida política y económica. Tal es el enigma de esa gran nación, planteado una y otra vez en la obra de Tomás Eloy: ¿por qué, teniéndolo todo, la Argentina acaba teniendo nada? ¿Por qué la cultura vigorosa e ininterrumpida de la República del Plata no le da vigor y continuidad a su vida política?
Quizá Tomás Eloy Martínez nos advierta, desde su vida, desde su muerte, que cuando al cabo entendemos nuestra miseria, podemos entender sus abismos y sus cumbres y, a partir de ello, conocer la verdad.
Tomás Eloy Martínez, como pocos, nos acercó a la verdad. Huidiza, interminable. Como la libertad misma.
El autor es escritor; su última novela es Adán en Edén
Fuente: Diario La Nación
Tomás Eloy Martínez: 16 de julio de 1934 - 31 de enero de 2010.
Un hombre que sabía celebrar la vida
La mirada íntima de una colega que conoció al escritor. Su carrera, sus expectativas y las enseñanzas de un intelectual fundamental de la Argentina.
Por: Susana Viau
Decía que de sus obras quería especialmente una “novelita” -el diminutivo le pertenece- que había publicado entre La novela de Perón y Santa Evita, para limpiar el paladar de personajes tan grandes. La mano del amo, la tituló, y está al alcance de quien quiera leerla. La última vez que nos vimos, hace poco más de una semana, me gustó darle la razón: también yo prefiero La mano del amo, el mito sobre el que fundó su punto de vista sobre la vida y la literatura: “A Madre, para que no vuelva / a quemar lo que escribo”. Hablamos precisamente de ella, de su madre -que a su modo extraño siempre había estado pendiente de lo que él escribía-, y de su padre, menos interesado en sus libros (según su relato) que en su afecto.
Detrás de esas menciones solía colarse toda una constelación de personajes tucumanos, como el tío tartamudo que lo llevaba a ver el fútbol y gritaba los goles con una demora que provocaba las burlas de la hinchada. Durante la comida -alrededor de la mesa estaban su hijo Gonzalo y su primo Oscar-, le avisaron que su hermano había llamado preguntando si podía pasar a verlo. “¡Cómo no va a poder pasar, si es mi hermano!”, contestó. Sentí que le había dado a la palabra “hermano” una extraña densidad.
Alguna vez lo escuché quejarse de que había llegado tarde a la literatura: que el periodismo, la salida rápida con que se ganaban la vida los que soñaban con ella en el siglo pasado, le había devorado muchos años y mucha fuerza. Había escrito su primer cuento en la infancia, cuando le prohibieron ir al cine y leer libros porque se había escapado a ver una función de circo. Pero también le agradecía al oficio la convivencia formadora con los correctores de La Gaceta de Tucumán y la mudanza a Buenos Aires. En la ciudad donde murió el domingo a la noche, Tomás fue central para la avanzada de la modernización del periodismo en Primera Plana, Panorama y La Opinión. Desde Pri-Pla, así la llamábamos, con una tapa dedicada a “América, la gran novela”, le dio identidad a lo que se insinuaba como “el boom de la literatura latinoamericana”. Hay quienes dicen que ese fenómeno nunca existió. En todo caso la fórmula fue suya. Un paraguas bajo el que se guarecieron García Márquez, Onetti, Cortázar, Fuentes, Donoso, Vargas Llosa o el recuperado Felisberto Hernández. Tomás fue, a la vez, padre e hijo del boom.
En esa cresta de la ola estaba cuando le preguntó al mar, literalmente, si la vida valía la pena. Salió de esa crisis con el deseo de escribir Sagrado, su primera novela, que publicó en 1969 y nunca quiso reimprimir. “Fue apenas un ejercicio”, explicaba, y en nuestra última charla insistió en esa idea. Menos suyo, más público, fue su libro siguiente: La pasión según Trelew. En 1973 narró la masacre de dieciséis guerrilleros en la base Almirante Zar y la rebelión popular -el estado de comuna- que siguió en la ciudad. Al valor simbólico del libro se sumaron los avances de una investigación judicial sobre delitos que se creían olvidados.
Por esa obra, que disgustó a la Triple A, debió exiliarse en 1975. Escribía cartas a los cuatro hijos que había dejado en Buenos Aires. Lugar común la muerte -una recopilación de sus narraciones periodísticas que después fotocopiaron un par de generaciones de estudiantes- lo dedicó a los dos pequeños que volvieron a la Argentina con su madre. En Caracas, donde debió quedarse durante la última dictadura, conoció a Susana Rotker, la madre de su hija menor. La niña nació en Washington, mientras él terminaba La novela de Perón con una beca del Wilson Center.
Entonces le cayó la fama. El juego entre realidad y ficción que había marcado el eclipse de Saint-John Perse en Lugar común la muerte (donde él supo contar como ficción la realidad) o su entrevista a Juan Domingo Perón interrumpida por su mucamo José López Rega (donde la realidad nacional se empecinó en tomar la forma de la ficción), trabajo que años después publicaría en Las vidas del general, iniciaron una voz literaria que crecería hasta volverse singular.
Si Santa Evita -otro juego en el que usó la matriz verosímil del periodismo para contar una ficción- le dio la popularidad en su país y en las treinta y seis lenguas a las que fue traducida, Purgatorio, su última novela, funde los dos territorios. El narrador vive en el pueblo de New Jersey donde vivió Tomás; es un escritor argentino que enseña literatura en la Universidad de Rutgers como él; los médicos que lo tratan son los que lo trataron a él. La enfermedad lo preocupa como lo preocupaba a él. La literatura cumple el mismo papel que cumplía para él: “Escribir siempre fue para mí un acto de libertad, el único por el que mi yo se pasea sin rendir cuentas”, dice el narrador. “Quiero ver qué hay al otro lado de las palabras, en los paisajes que no se ven, en los relatos que desaparecen a medida que los despliego”.
Un silencio prolongado separó Santa Evita (1995) de El vuelo de la reina (2002), dedicado a su última esposa, Gabriela Esquivada. Pero desde entonces volvió a publicar -El cantor de tango, Purgatorio- y exploraba en estos días el otro lado de las palabras en una historia del Olimpo desde los dioses griegos hasta el centro clandestino de detención de Floresta.
A fines de 2005 contó en una columna, “Con los ojos abiertos”, la historia de una mujer que, al enterarse de que le quedaban semanas de vida, organizó una fiesta para celebrar la experiencia de haber pasado por este mundo y para despedirse de sus amigos. “Yo también quiero esperar la muerte con los ojos abiertos”, me comentó cierto día, en una larga conversación telefónica hablando de esa nota y de la enfermedad. Tenía muchos motivos para celebrar su vida. Habíamos tenido tiempos, gente, entusiasmos, afectos y desafectos comunes. Incluso compartimos la aparición de algunos males. Fue a raíz de esa coincidencia infeliz que un mediodía me contó de su nefrectomía y del viaje interminable hacia el quirófano, boca arriba en la camilla. Pensaba, me dijo, en la posibilidad de flaquear ante la muerte y en el dilema de Pascal. “¿Y al final rezaste?”, le pregunté, y con esa carcajada medida que lo caracterizaba me contestó que no. Me estaba enseñando algo.
Lejaim, por la vida, Tomás. Porque no hay otra, pero la tuya está tramada en tus libros. Allí la encontrarán los que no te conocen cuando los que te conocimos no estemos para recordarte. Los datos indican: Tomás Eloy Martínez, 16 de julio de 1934 - 31 de enero de 2010. Pero hay otros puntos de vista.
Fuente: Crítica de la Argentina
Adiós al Maestro
Por: Miguel Russo
Tomás, ¿qué es lo peor de ver el país desde afuera?", le pregunté una noche, hace unos seis años, a un Tomás Eloy Martínez recién llegado de Nueva Jersey, mientras caminábamos por Libertador sin un rumbo sensato después de una entrevista en la cual los dos habíamos cumplido el rol de hacer que no nos conocíamos. "Que no se ve", dijo, eligiendo las palabras. Se paró de pronto en medio de la vereda, me tomó del brazo como si recién se diera cuenta, y repitió: "que no se ve".
Algo similar a lo peor de la muerte: que no se vuelve a ver al que se muere. Pero cuando el que se muere es un maestro, lo peor se duplica con esa tremenda certeza actual de que nadie ocupa ese lugar. Digo, en primera persona, como siempre me enseñaron que nunca se debería escribir en periodismo: tuve tres grandes maestros en esto de ganarse la vida haciendo lo que uno quiere, como escribir. Uno: Osvaldo Soriano, con el que aprendí algo de la dictadura y la rebelión de los horarios y mucho de la sapiencia animal a la hora de dar el sí a un texto. Dos: Homero Alsina Thevenet, del cual todavía recuerdo su cara de noble uruguayo rompiendo en mil pedacitos la hoja tres de las cuatro entregadas, cuando no había computadora ni economía que permitiera hacer copias del original entregado, y diciendo "empalmá, era largo". Tres: Tomás. Tomás y su constante modo de hacer que el otro, el que lo escuchaba, el que lo leía, el que devoraba sus libros o sus notas, yo, por caso, pareciera más inteligente que él.
Soriano y Homero se fueron hace un tiempo. Ayer le tocó a Tomás.
Costará dejar de ver a Tomás Eloy Martínez. Dejar de verlo, en su caso, es saber, también, que no habrá un nuevo libro. Costará dejar de escucharlo contar a los 70, con la misma fresca indignación de los 35 cuando lo escribió, la represión desatada en el Rosariazo que él transformó en un magnífico alegato contra el terrorismo de Estado desde las páginas de Primera Plana. Costará dejar de verlo sonreír mientras recuerda sus discusiones con Gabriel García Márquez sobre las bondades y maldades del realismo mágico o sus largas charlas con Paul Auster sobre el valor literario de las casualidades. Costará dejar de viajar con él a aquella descabellada entrevista de varias semanas con Perón en Puerta de Hierro en la cual la voz del líder era el solícito -y ya energúmeno- José López Rega que contestaba las preguntas en primera persona como si él fuera el mismísimo General. Costará dejar de verlo reír a carcajadas mientras contaba parte de aquella demencia: "Hubo un momento en que el Brujo dijo, hablando por boca de Perón 'conocí a López Rega en el Colegio Militar, apenas ingresé, en 1910. Yo traté de subsanar el error y me dirigí a Perón: 'General, López Rega nació seis años después de esa fecha'. Perón me miró como despertando de una pesadilla y López Rega siguió su relato, imperturbable". O escucharlo contar las atrocidades de Isabelita acostándose al lado del cadáver momificado de Eva para que el Brujo intente (a todas luces, de manera infructuosa) pasarle los poderes de una a otra. Costará dejar de preguntarse y preguntarle cómo hizo con todo eso para armar esa maravilla de La novela de Perón. Y costará dejar de verlo pedir otro café en el bar de Belgrano y Perú (pequeño o extenso recreo de todos los periodistas en la esquina de la vieja redacción de Página/12), y decir algo tan genial y tan indescifrable como "la cosa es sentarse a escribir y tener ganas de hacerlo".
Sentarse a escribir y tener ganas de hacerlo. Puro Tomás, pura lección de literatura. Justamente, nunca pude preguntarle dónde empezaba la literatura y dónde terminaba el periodismo (el saberse inteligente al lado de Tomás tenía sus límites, y uno a veces sabía dónde estaba por decir una idiotez y callaba a tiempo). De todos modos, Tomás hubiera contestado con un pedazo de su vida, con "la vez aquella que..." o con "una vuelta, estábamos en...". Y todo hubiera sido develado.
Costará dejar de verlo en el otro lado de la mesa en una parrilla de Montevideo cuestionando la falta de un bloque férreo de pensamiento latinoamericano. Costará dejar de verlo cuestionando a "los empresarios de medios que se arrodillan ante el Financial Times o el New York Times pero piensan para sus diarios y revistas nacionales que el lector promedio es el mismo que ve televisión o pasa largas horas frente a Internet". Costará dejar de escucharlo decir en el cuartito que aquel viejo suplemento literario que se llamaba Primer plano y que él dirigía ocupaba en la redacción de Página: "No hagamos lo que ellos esperan. No seamos un residuo del boom latinoamericano. No nos pensemos en la categoría de hace cuarenta o cincuenta años".
Costará dejar de verlo caminando como hace seis años por Libertador, de ningún lado a ningún lado, pateando por patear por Buenos Aires, después de tanto Nueva Jersey. Y nos seguirá costando mucho eso de no poder sustituir a ciertos maestros.
Fuente: Diario Diagonales
Me enseñó a ver y a escribir
Por: Alejandro Castañeda
Por él me hice crítico de cine. Y periodista.
Yo tenía 15 años y el cine era para mí un pasatiempo. El mejor de todos, el único capaz de trasladarme a otro mundo. Pero un día llegó accidentalmente a mis manos una crítica de Tomás Eloy Martínez en La Nación. Y desde ese día, el cine y el periodismo fueron, para siempre, otra cosa. Aprendí que había algo inasible y sugerente, más allá de lo que reflejaba la pantalla. Y que esas sensaciones se podían compartir y transmitir. Su prosa deslumbrante parecía incitarme a emularlo como espectador y como periodista. Debo tener guardadas más de una crónica de aquella época y aún recuerdo de memoria párrafos de Tomás Eloy sobre "El séptimo sello" o "Hiroshima mon amour".
Dos años después lo vi tomando un café en un bar de la calle Rivadavia en Mar del Plata. ¿Qué hago? ¿Le cuento de mi admiración? Me animé, entré y me presenté. Y dos años después, cuando me inscribí en Bellas Artes para estudiar la carrera de Cine, lo reencontré. Tomás daba la materia Teoría general del cine. No era mi profesor, yo estaba en los primeros años. Pero cada sábado lo esperaba y lo acompañaba hasta Plaza Italia para tomar el Expreso Buenos Aires o el Río de la Plata. Le mostraba emocionado recortes de sus críticas, que repasábamos juntos, mientras saboreábamos los infaltables bloquecitos de Suchard que Tomás compraba en el kiosco. Era como una cita sacramental que yo paladeaba más que ese chocolate. Después lo perdí de vista, pero siempre seguí muy de cerca su fenomenal carrera. Me gratificaban sus logros como novelista, aunque para mí siguió siendo el crítico que un día me llevó al cine y no me dejó alejarme jamás. Y el periodista que me marcó.
Gracias, Tomás, por haberme enseñado a amar el cine y las palabras.
Fuente: Diario El Día
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