A los 106 años falleció Rosa Tarlovsky de Roisinblit, presidenta honoraria de Abuelas de Plaza de Mayo, símbolo de una lucha tenaz por la verdad, la justicia y el derecho a la identidad. Fue madre de una desaparecida, abuela de dos niños víctimas del terrorismo de Estado, obstetra de profesión y una de las voces más lúcidas de los derechos humanos en la Argentina.
En el año 2000, tras más de dos décadas de búsqueda incansable, Rosa encontró a su nieto Guillermo Rodolfo, nacido en cautiverio en la ESMA. Fue un momento profundamente íntimo, pero también un triunfo colectivo: el resultado de una vida entregada a recuperar lo que la dictadura intentó borrar.
Raíces en Moisés Ville
Rosa nació el 15 de agosto de 1919 en Moisés Ville, Santa Fe, en el seno de una familia judía inmigrante que había llegado al país escapando de los pogroms zaristas. Fue la tercera de siete hermanos, aunque dos murieron en la infancia.
De niña, cruzaba a caballo o en sulky los siete kilómetros que la separaban de la escuela. Su infancia transcurrió entre cultivos, animales de granja y una vida austera, pero colmada de afecto, valores comunitarios y riqueza cultural. Esos primeros años moldearon su temple: desde muy joven supo lo que era la responsabilidad y la valentía.
A los 15 años, sus padres decidieron enviarla a Rosario para que continuara sus estudios. Fue así como ingresó a la entonces Universidad Nacional del Litoral para estudiar obstetricia, una carrera corta pero profundamente humana.
"¿Sabe lo que es entrar a esa edad a una sala de puérperas?", recordaba. "Me asusté mucho. Pero fui valiente siendo tan chica…"
Se graduó con honores y, por concurso, fue nombrada Partera Jefa de la Maternidad Escuela de Obstetricia de Rosario, una de las primeras instituciones de su tipo en el país. Su paso por Rosario fue decisivo: allí comenzó a forjar su identidad profesional y social, y a construir una vida guiada por el compromiso con el cuidado, la educación y la salud de las mujeres.
En 1951, ya en Buenos Aires, se casó con Benjamín Roisinblit. Un año después nació Patricia Julia, su única hija. Rosa y Benjamín compartían el amor por la música, la poesía y el arte, y formaron un hogar lleno de sensibilidad y respeto.
Patricia creció como una niña brillante, sensible y comprometida. Ingresó a la Facultad de Medicina, y con el tiempo comenzó a militar políticamente. Durante la dictadura, fue secuestrada por un grupo de tareas de la Fuerza Aérea cuando tenía 26 años y un embarazo de ocho meses. Su compañero, José Manuel Pérez Rojo, fue secuestrado el mismo día.
Patricia había dado a luz a su primera hija, Mariana Eva, en 1977. Tras su secuestro en octubre de 1978, fue llevada a un centro clandestino de detención. Según los testimonios, el 15 de noviembre de ese año dio a luz a un varón —Rodolfo Fernando— en la ESMA. Ambos padres continúan desaparecidos.
Mariana fue devuelta a su familia paterna, y Rosa compartió con ella amor, juegos, lecturas y educación. Fue una abuela presente, profundamente comprometida con su crianza, aun en medio del dolor.
En la imagen, Rosa Tarlovsky de Roisinblit sonríe junto a su nieto Guillermo Pérez Roisinblit, parido en la ESMA en 1978, hijo de Patricia -la única hija de Rosa- y de José Pérez Rojo
A partir de entonces, Rosa se transformó. De mujer alejada de la militancia, se convirtió en activista y dirigente de derechos humanos. Ingresó a Abuelas de Plaza de Mayo en los primeros años de la organización, y fue parte de su Comisión Directiva durante décadas: tesorera entre 1981 y 1989, luego vicepresidenta.
Representó a la asociación en foros internacionales, participó de encuentros con organismos de derechos humanos y formó parte activa de las querellas judiciales por la apropiación sistemática de niños y la desaparición de su hija y su yerno.
Su voz fue clara, serena y firme. Se destacó por su capacidad para explicar —con precisión científica y calidez humana— los avances jurídicos y genéticos que permitieron restituir la identidad a más de 130 nietos.
"Soy Mariana Eva Pérez. Soy hija de desaparecidos y busco a mi hermano." Así comenzaba la carta que Mariana escribió con letra temblorosa, dirigida a un joven que tal vez, solo tal vez, llevara en su sangre una historia que aún no conocía.
Era el jueves 27 de abril del año 2000. Mariana lo había ido a buscar a un local de comidas rápidas en San Miguel, donde trabajaba. No podía atenderla, así que ella le dejó esa nota. Unas líneas breves, cargadas de memoria y esperanza. Él la recibió con sorpresa, con dudas. Le dijo que no era la persona que buscaba y, con seguridad, le mostró su documento: otro nombre, otra historia. Guillermo, que había sido apropiado por un agente de inteligencia de la Fuerza Aérea.
Era el jueves 27 de abril del año 2000. Mariana lo había ido a buscar a un local de comidas rápidas en San Miguel, donde trabajaba. No podía atenderla, así que ella le dejó esa nota. Unas líneas breves, cargadas de memoria y esperanza. Él la recibió con sorpresa, con dudas. Le dijo que no era la persona que buscaba y, con seguridad, le mostró su documento: otro nombre, otra historia. Guillermo, que había sido apropiado por un agente de inteligencia de la Fuerza Aérea.
Pero cuando terminó su jornada, algo —una intuición, una inquietud, un llamado interior— lo llevó hasta la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Un mes y medio después, el análisis genético confirmó lo que el corazón de su hermana ya sabía: Guillermo era en realidad Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit, nacido en cautiverio en la ESMA, hijo de Patricia Julia y José Manuel, nieto de Rosa.
Rosa Roisinblit, abuela por derecho, lo había buscado durante 21 años, sin una foto, sin un dato certero. Solo sabía que su nieto había nacido en una maternidad clandestina. Solo confiaba en la memoria, en la justicia, en la persistencia.
El 23 de diciembre de 2003, Guillermo visitó por última vez al hombre que lo había criado, y que durante más de dos décadas le había ocultado su verdadera identidad. El encuentro ocurrió en una sede militar del barrio porteño de Palermo, donde el apropiador cumplía prisión.
Allí lo encontró, rodeado de privilegios. Comía asado casi todos los días, bebía alcohol sin restricciones. Lejos del arrepentimiento, vivía como si la justicia fuera apenas una molestia transitoria.
Guillermo lo vio borracho. Y lo que escuchó selló para siempre la distancia entre ellos. El hombre, en vez de ofrecer alguna señal de culpa, le recriminó su situación con resentimiento. "Guardo balas para vos, para tu hermana y para tus abuelas"”, le dijo.
No era solo una amenaza: era el eco brutal de un odio que aún vivía en su voz. Guillermo se fue. No volvió a verlo nunca más.
Reconocimientos y homenajes: la UNR y su legado en Rosario
En diciembre de 2021, la Universidad Nacional de Rosario le otorgó el título de Doctora Honoris Causa, como reconocimiento a su compromiso con la paz, la justicia y los derechos humanos. La ceremonia fue impulsada por las facultades de Ciencias Médicas y Psicología, y estuvo presidida por el rector Franco Bartolacci.
"Este reconocimiento es una caricia de la universidad pública", afirmó el rector. "En Rosa hay un testimonio de vida, de lucha y de compromiso que a nuestra comunidad universitaria nos moviliza y nos interpela. Ha llevado bien en alto, durante toda su vida, la bandera de los principios y valores de nuestra universidad".
La decana de la Facultad de Psicología, Soledad Cottone, destacó que "memoria y olvido no son campos neutrales, son campos de batalla donde se modela la identidad colectiva". Y agregó: "Es singular que Rosa además sea partera. Como si fuera una costura de nuestra historia, ha parido a miles de compañeros y compañeras que nos vamos encontrando en esta búsqueda de identidad".
Por su parte, el decano de Ciencias Médicas, Jorge Molinas, recordó que Rosa se recibió en 1937 con el número de registro 314 y fue jefa de una de las primeras escuelas de obstetricia del país. "Celebramos su lucha, su ejemplo y su deseo de que esté viva en los nietos, en las familias, en Abuelas y en todos los argentinos, para que la democracia sea cada vez más fuerte, solidaria y justa."
Una vida narrada: el libro que la retrata
En 2013 se publicó Abuela. La historia de Rosa Roisinblit, escrito por Marcela Bublik y editado por Marea Editorial. El libro narra la historia de Rosa desde su infancia en Moisés Ville hasta su rol clave en Abuelas de Plaza de Mayo. No se trata de una biografía institucional ni de una investigación periodística, sino de una autobiografía dialogada, llena de humanidad, humor y amor.
La primera parte está dedicada a "cuatro mujeres fuertes": la madre de Rosa, ella misma, su hija Patricia y su nieta Mariana. Una cadena generacional de mujeres que resistieron con dignidad, amor y memoria.
"Rosa Roisinblit fue lo más parecido al bien absoluto en este país, con ese rostro de una ternura infinita. Frente a la crueldad del Estado terrorista se le plantó a los monstruos y no les aflojó un segundo, junto a esas otras mujeres a las que nos acostumbramos, cada vez más seguido, a ver partir. Pudo reencontrarse con su nieto, sí, pero la República Argentina, pasados casi 42 años desde el regreso del Estado de derecho, no le respondió nunca sobre el destino de su hija y su yerno. Tenía 106 años y uno de los mejores homenajes es el silencio de la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno más repugnante de la historia democrática argentina desde 1916. No solamente por negacionismo y/o porque de puro brutos no sepan su historia, sino porque así toman debida nota de que está viva en una lucha que es imparable", escribió el periodista Juan Pablo Csipka
Rosa fue más que una partera: fue una mujer que ayudó a nacer, literalmente y simbólicamente, a generaciones. A lo largo de su vida atendió cientos de partos, y luego trabajó para que cientos de nietos y nietas volvieran a nacer en su verdadera identidad.
Como ella misma dijo: "Siento que mi compromiso con la vida es para siempre, con todos los que padecen la falta de justicia y de libertad en el mundo entero. Para siempre. Hasta el último día de mi vida…"
Ese día llegó. Pero Rosa seguirá viva en la memoria de quienes luchan. En los nietos que recuperaron su historia. En cada madre que no se resignó. En cada abuela que marchó. En cada joven que hoy sabe quién es.
Hasta siempre, Rosa.