Walter Operto ejerció el periodismo en Rosario y Buenos Aires desde los años '50. En octubre de 1967, con apenas 30 años y enviado especial de la revista Así, cubrió desde Bolivia los sucesos que rodearon al foco guerrillero del Che Guevara. Allí obtuvo una primicia mundial: el Che no había muerto en combate —como se intentó hacer creer— sino que había sido asesinado.
Al mismo tiempo, debutaba con éxito como dramaturgo en la escena porteña. Pero en noviembre de 1976, amenazado por la Triple A, debió abandonar sus trabajos en Canal 11 y en el diario Crónica. Se refugió en Goya, Corrientes, junto a su esposa embarazada. Su nombre integraba la lista negra del llamado "Operativo Claridad", aunque recién lo sabría años más tarde, ya con la democracia recuperada.
Luego de un largo peregrinaje por el Litoral, se radicó en Rosario. Allí dirigió la Sala Lavardén, fue jefe periodístico de la corresponsalía de TelAm, creó el espacio cultural y teatral La Nave, y estuvo al frente del teatro Odiseo.
En 2017, la ciudad de Rosario lo distinguió como periodista y artista destacado. Argentores le otorgó el premio federal "Hugo Saccoccia" por su trayectoria como dramaturgo. También fundó el sello editorial Ediciones Ramos Generales.
Al mismo tiempo, debutaba con éxito como dramaturgo en la escena porteña. Pero en noviembre de 1976, amenazado por la Triple A, debió abandonar sus trabajos en Canal 11 y en el diario Crónica. Se refugió en Goya, Corrientes, junto a su esposa embarazada. Su nombre integraba la lista negra del llamado "Operativo Claridad", aunque recién lo sabría años más tarde, ya con la democracia recuperada.
Luego de un largo peregrinaje por el Litoral, se radicó en Rosario. Allí dirigió la Sala Lavardén, fue jefe periodístico de la corresponsalía de TelAm, creó el espacio cultural y teatral La Nave, y estuvo al frente del teatro Odiseo.
En 2017, la ciudad de Rosario lo distinguió como periodista y artista destacado. Argentores le otorgó el premio federal "Hugo Saccoccia" por su trayectoria como dramaturgo. También fundó el sello editorial Ediciones Ramos Generales.
"En mi carácter de fundador y director del Teatro La Nave de Rosario, informo que nuestro espacio cultural cierra sus puertas definitivamente en septiembre de este año 2025. La suba de alquileres, en el marco de un Estado ausente y de un empobrecimiento general, hace imposible continuar con nuestras actividades. Saludamos fraternalmente y agradecemos a quienes nos han acompañado hasta acá".Rosario respira cultura en cada rincón. Nuestra ciudad ha sido históricamente cuna de teatros independientes que, durante décadas, han sido forma de expresión, de resistencia, de comunidad. Entre ellos —como recordábamos hace un momento con Aldo El Jatib, otro incansable del teatro independiente— está La Nave.
Un centro cultural emblemático, con casi 20 años de historia, que supo mantenerse a flote entre acuerdos, mudanzas y adversidades. Hoy, ante el recorte de subsidios, el aumento de los costos y la falta de respuestas, La Nave tiene que cerrar sus puertas.
Una trinchera cultural llamada La Nave
La Nave nació en 2002, en uno de los momentos más críticos del país. Walter Operto, por entonces jefe de TelAm, vivía del periodismo. Eran otros tiempos: con un sueldo podía sostener a su familia y, además, apostar a un sueño. Así fue que alquiló un espacio en los altos de una casona antigua, en la esquina de Presidente Roca y Pellegrini. En ese rincón nació La Nave, con espíritu de encuentro y vocación de resistencia cultural.
Luego de casi tres años, el espacio recaló en la Asociación Bancaria, gracias a un acuerdo con Jorge Mazetti, secretario de Cultura de la entidad. Allí, durante más de 16 años, La Nave fue mucho más que un teatro: fue un espacio de pensamiento, de palabra y de acción. Se presentaron libros, se dictaron talleres, se abrieron charlas, se compartieron funciones, se construyó comunidad.
Con el tiempo, y ante problemas edilicios del edificio, llegó el retiro. Después, la pandemia, el aislamiento, el parate. Y finalmente, un nuevo intento: se alquiló un espacio mientras se aguardaba el apoyo del Instituto Nacional del Teatro para la compra definitiva de una sala. Ese instituto, que supo ser un sostén vital para el teatro independiente, hoy es apenas un eco de lo que fue. Como TelAm, como tantas otras instituciones, fue arrasado por la motosierra. Pero esta no es solo una motosierra sobre la cultura: es una motosierra sobre el país. Sobre los jubilados, la educación, la salud, las universidades, la industria nacional. Una motosierra que arrasa con todo, sin memoria ni horizonte.
La Nave nunca tuvo fines de lucro. Se pensó y sostuvo como un espacio cooperativo, como tantos otros que nacen desde el deseo colectivo de crear. El modelo era claro: del ingreso por entradas, el 70% se destinaba a los artistas y el 30% al sostenimiento de la sala, ya con descuentos incluidos de derechos como Argentores o SADAIC. Nadie se enriquecía. Nadie ganaba más que el derecho a seguir creando. Walter Operto, en 20 años al frente de La Nave, no cobró nunca un peso.
La Nave nació en 2002, en uno de los momentos más críticos del país. Walter Operto, por entonces jefe de TelAm, vivía del periodismo. Eran otros tiempos: con un sueldo podía sostener a su familia y, además, apostar a un sueño. Así fue que alquiló un espacio en los altos de una casona antigua, en la esquina de Presidente Roca y Pellegrini. En ese rincón nació La Nave, con espíritu de encuentro y vocación de resistencia cultural.
Luego de casi tres años, el espacio recaló en la Asociación Bancaria, gracias a un acuerdo con Jorge Mazetti, secretario de Cultura de la entidad. Allí, durante más de 16 años, La Nave fue mucho más que un teatro: fue un espacio de pensamiento, de palabra y de acción. Se presentaron libros, se dictaron talleres, se abrieron charlas, se compartieron funciones, se construyó comunidad.
Con el tiempo, y ante problemas edilicios del edificio, llegó el retiro. Después, la pandemia, el aislamiento, el parate. Y finalmente, un nuevo intento: se alquiló un espacio mientras se aguardaba el apoyo del Instituto Nacional del Teatro para la compra definitiva de una sala. Ese instituto, que supo ser un sostén vital para el teatro independiente, hoy es apenas un eco de lo que fue. Como TelAm, como tantas otras instituciones, fue arrasado por la motosierra. Pero esta no es solo una motosierra sobre la cultura: es una motosierra sobre el país. Sobre los jubilados, la educación, la salud, las universidades, la industria nacional. Una motosierra que arrasa con todo, sin memoria ni horizonte.
La Nave nunca tuvo fines de lucro. Se pensó y sostuvo como un espacio cooperativo, como tantos otros que nacen desde el deseo colectivo de crear. El modelo era claro: del ingreso por entradas, el 70% se destinaba a los artistas y el 30% al sostenimiento de la sala, ya con descuentos incluidos de derechos como Argentores o SADAIC. Nadie se enriquecía. Nadie ganaba más que el derecho a seguir creando. Walter Operto, en 20 años al frente de La Nave, no cobró nunca un peso.
Y a pesar de todo eso, ese espacio que se gestionaba por sí mismo, con mucha energía y compromiso, logró generar muchas cosas importantes. Fue un lugar de trabajo, donde mucha gente pudo encontrar su lugar; un espacio de cultura, donde se crearon y compartieron distintas expresiones artísticas; y un punto de encuentro, donde se fortalecieron vínculos entre personas. En ese lugar, surgieron actores, actrices, talleristas, músicos, escritores y también un público que se hizo parte de esta comunidad. Este teatro se convirtió en un faro, un referente que iluminó y acompañó en tiempos difíciles. Pero hoy, como sucede con muchos otros espacios similares, no puede seguir sosteniendo el alto costo de un alquiler. La realidad es que la pobreza y la dificultad económica afectan a todos. Y cerrar La Nave no es solo cerrar un edificio, sino también un capítulo importante de la cultura viva que late en Rosario.
Sin embargo, la historia de La Nave no se apaga ni se olvida. Porque La Nave no es solamente un edificio o un lugar físico. La Nave es, en realidad, una forma de estar en el mundo, una manera de entender y vivir la cultura, la comunidad y el arte.
Condenados a la esperanza
En La Nave, el teatro fue siempre una elección estética, ética y política. Se apostó por el texto, por la palabra como motor de pensamiento y emoción. Una dramaturgia cercana a la literatura, al teatro nacional, latinoamericano y universal. Fue esa la línea que eligieron sus hacedores. Porque hay muchas formas de hacer teatro: desde el cuerpo, desde lo colectivo, desde la escritura. Todas válidas, todas necesarias. La Nave eligió la palabra.
Pero no fue solo un teatro. En los últimos años, se consolidó también como una fundación cultural y un sello editorial: Ediciones Ramos Generales. Allí se publicaron más de quince títulos de poesía, cuento, novela, ensayo, teatro y periodismo, siempre con foco en autores y autoras de la provincia de Santa Fe. Ese fondo editorial hoy se está agotando —literalmente— para pagar alquileres, para evitar que todo termine en la calle.
El cierre de La Nave no fue una decisión buscada, sino una consecuencia. Hoy ya no se puede sostener económicamente un espacio alquilado. Y aunque se resistan, aunque muchas salas propias aún aguanten, todas enfrentan el mismo contexto: recortes, empobrecimiento, caída del consumo cultural. En los barrios, en los centros, en las provincias, el arte también sufre la motosierra.
En Rosario, otras salas culturales, como Arteón, ya no existen en su forma tradicional. Así lo explicó su fundador, Néstor Zapata, quien dijo que "El Arteón sigue vivito y coleando, pero en la calle". Esto hace referencia a que el espacio físico está cerrado y que están a la espera de un lugar nuevo que supuestamente iba a ceder la Universidad Nacional de Rosario, algo que hasta ahora no ha ocurrido. La Nave cerrará sus puertas en septiembre, pero podría ser cualquier otro espacio cultural el que tenga que hacerlo. Y si hoy le toca a La Nave, mañana podría ser otra trinchera cultural la que desaparezca. Esto no es un caso aislado, sino que forma parte de un proceso más amplio: un país que está perdiendo sus lugares de encuentro, de creación artística y de memoria colectiva.
El cierre, entonces, no es solo de una sala. Es de una comunidad. La Nave alberga anualmente cerca de 80 espectáculos, muchos de ellos producciones propias, pero también de colectivos y grupos independientes de toda la región. El daño es mucho mayor que el que se ve.
Este pedido está dirigido, especialmente, a quienes hoy tienen la responsabilidad de cuidar y sostener la vida cultural de nuestra ciudad y de nuestra provincia. Es decir, a Federico Valentini, Secretario de Cultura de la Municipalidad de Rosario, y a Susana Rueda, Ministra de Cultura de la provincia. La expectativa no es solo que escuchen, sino que habiliten espacios reales que fomenten el diálogo entre las instituciones y los proyectos culturales independientes. Un diálogo que sea recíproco, que reconozca que lo independiente fluye, que crece cuando no se lo encierra, y que necesita condiciones mínimas para seguir existiendo. Espacios como La Nave no se imponen: se construyen colectivamente y desde abajo, con compromiso, comunidad y libertad creativa.
Se esperan gestos. Se espera sensibilidad. Porque un país sin cultura es un país sin alma.
La mudanza ya está programada para octubre. Será hacia un depósito… o quizás, con un poco de voluntad, hacia un nuevo comienzo.
Porque como decía Walter, y como dice el viejo refrán: lo último que se pierde es la esperanza. Aunque estemos, también, condenados a ella.
En La Nave, el teatro fue siempre una elección estética, ética y política. Se apostó por el texto, por la palabra como motor de pensamiento y emoción. Una dramaturgia cercana a la literatura, al teatro nacional, latinoamericano y universal. Fue esa la línea que eligieron sus hacedores. Porque hay muchas formas de hacer teatro: desde el cuerpo, desde lo colectivo, desde la escritura. Todas válidas, todas necesarias. La Nave eligió la palabra.
Pero no fue solo un teatro. En los últimos años, se consolidó también como una fundación cultural y un sello editorial: Ediciones Ramos Generales. Allí se publicaron más de quince títulos de poesía, cuento, novela, ensayo, teatro y periodismo, siempre con foco en autores y autoras de la provincia de Santa Fe. Ese fondo editorial hoy se está agotando —literalmente— para pagar alquileres, para evitar que todo termine en la calle.
El cierre de La Nave no fue una decisión buscada, sino una consecuencia. Hoy ya no se puede sostener económicamente un espacio alquilado. Y aunque se resistan, aunque muchas salas propias aún aguanten, todas enfrentan el mismo contexto: recortes, empobrecimiento, caída del consumo cultural. En los barrios, en los centros, en las provincias, el arte también sufre la motosierra.
En Rosario, otras salas culturales, como Arteón, ya no existen en su forma tradicional. Así lo explicó su fundador, Néstor Zapata, quien dijo que "El Arteón sigue vivito y coleando, pero en la calle". Esto hace referencia a que el espacio físico está cerrado y que están a la espera de un lugar nuevo que supuestamente iba a ceder la Universidad Nacional de Rosario, algo que hasta ahora no ha ocurrido. La Nave cerrará sus puertas en septiembre, pero podría ser cualquier otro espacio cultural el que tenga que hacerlo. Y si hoy le toca a La Nave, mañana podría ser otra trinchera cultural la que desaparezca. Esto no es un caso aislado, sino que forma parte de un proceso más amplio: un país que está perdiendo sus lugares de encuentro, de creación artística y de memoria colectiva.
El cierre, entonces, no es solo de una sala. Es de una comunidad. La Nave alberga anualmente cerca de 80 espectáculos, muchos de ellos producciones propias, pero también de colectivos y grupos independientes de toda la región. El daño es mucho mayor que el que se ve.
Este pedido está dirigido, especialmente, a quienes hoy tienen la responsabilidad de cuidar y sostener la vida cultural de nuestra ciudad y de nuestra provincia. Es decir, a Federico Valentini, Secretario de Cultura de la Municipalidad de Rosario, y a Susana Rueda, Ministra de Cultura de la provincia. La expectativa no es solo que escuchen, sino que habiliten espacios reales que fomenten el diálogo entre las instituciones y los proyectos culturales independientes. Un diálogo que sea recíproco, que reconozca que lo independiente fluye, que crece cuando no se lo encierra, y que necesita condiciones mínimas para seguir existiendo. Espacios como La Nave no se imponen: se construyen colectivamente y desde abajo, con compromiso, comunidad y libertad creativa.
Se esperan gestos. Se espera sensibilidad. Porque un país sin cultura es un país sin alma.
La mudanza ya está programada para octubre. Será hacia un depósito… o quizás, con un poco de voluntad, hacia un nuevo comienzo.
Porque como decía Walter, y como dice el viejo refrán: lo último que se pierde es la esperanza. Aunque estemos, también, condenados a ella.
Escuchá la entrevista completa: