El juez federal Martínez de Giorgi sobreseyó al comisario Jorge G. Azzolina, el último uniformado incluido en la causa. El magistrado se niega a tomar en cuenta la evidencia acumulada en el expediente
Por: Federico Trofelli
La Policía Federal tuvo un rol decisivo en el ataque al edificio del barrio porteño de Colegiales donde funcionaban Tiempo Argentino y Radio América. Sin la intervención de los agentes de la exComisaría 31, los matones al mando del empresario de seguridad privada Juan Carlos Blander, coordinados por el falso comprador del diario Mariano Martínez Rojas, nunca podrían haber tenido acceso al lugar que era custodiado por los trabajadores bajo la orden del Ministerio de Trabajo.
A seis años de aquel episodio oscuro de la democracia, este diario resume las pruebas que los funcionarios judiciales, en su afán de persistir en desvincular a la fuerza de seguridad, se niegan a consentir.
Según se desprende de las declaraciones del propio Blander, volcadas en el expediente que lleva adelante el juez federal Marcelo Martínez de Giorgi, la estrategia de copar el edificio se pergeñó una semana antes, cuando se comunicó Martínez Rojas con él, de parte del comisario Jorge Guillermo Azzolina, a quien conocía porque hacía seguridad privada en la zona del Hipódromo de Palermo a través de la empresa All Acces.
El empresario correntino, cómplice del vaciamiento del Grupo 23 de medios, perpetrado por Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, le explicó a Blander que necesitaba "serenos en un edificio, porque lo tengo que entregar y lo tengo tomado; tengo el permiso de la fiscalía para abrirlo con el cerrajero". Sin conocer a Martínez Rojas, Blander llamó al jefe policial, quien le confirmó que había sido él quien le pasó su contacto: "Azzolina me dijo que Martínez Rojas necesitaba custodia para ir al edificio con la policía hasta la puerta y cuidar el edificio, pero la policía no podía cuidarlo", reconoció. De esa manera, el jefe de la patota ratificó que fue él quien contrató a su séquito y al cerrajero, porque le habían garantizado previamente la presencia policial en la zona.
Ante la Justicia Penal, Contravencional y de Faltas de CABA, que intervino en un primer momento, el cerrajero Guillermo Carrasco recordó: "Yo me quería retirar sinceramente del lugar porque ya no me sentía cómodo ahí. Cada cinco minutos le preguntaba a Blander y a Mariano –el que se presentó como dueño– por la policía y les decía que si no venían ya, yo me iba".
"Pasaron unos minutos –continuó Carrasco- y vinieron dos móviles de la Policía Federal. Como ellos estaban con los papeles y la documentación del lugar, me acerco al policía y le pregunto si estaba todo OK para hacer la apertura. Ellos me contestan que sí, que haga el servicio. Y así fue. Estando los papeles presentes y la policía, hice la apertura del lugar. Aclaro que la policía me dio la orden directa de abrirlo. Quien me autorizó a abrir fue el policía que manejaba el móvil policial". Todo esto ocurrió en horas de la medianoche.
Los tres trabajadores de Tiempo, Nahuel de Lima, Gabriel Agüero y su madre, Norma Fernández, que pernoctaban en el edificio, coincidieron en lo que pasó durante los primeros minutos de ese 4 de julio de 2016. Declararon que fueron amenazados, golpeados y obligados a salir del edificio y que en la vereda se encontraron con al menos un patrullero. Idéntica versión fue sostenida por la editora de Política de Tiempo, Julia Izumi, y su marido, quienes fueron los primeros en llegar al lugar tras la irrupción de la patota. Todo esto ocurrió, según quedó acreditado, mucho antes de las 2 de la madrugada del 4 de julio.
Las entonces autoridades de la Cooperativa Por Más Tiempo, los periodistas Randy Stagnaro y Javier Borelli, fueron contundentes ante los funcionarios judiciales y policiales a la hora de describir la tensión de ese momento y el papel que jugó la fuerza de seguridad. Stagnaro advirtió que "la policía todo lo que hizo fue tratar de impedir que nosotros ingresáramos al edificio, y defendía la presencia de la patota. Decía que había una fiscal –nunca aclararon quién era- que había decidido que las cosas eran de esa manera, y que no había que modificarlas".
Stagnaro añadió que el subcomisario Carlos Aparicio tabicaba el ingreso a los trabajadores de prensa, a pesar de que le puntualizaban "que los custodios de los bienes allí presentes éramos nosotros por decisión del Ministerio de Trabajo, y que la patota no tenía nada que hacer ahí dentro, ya que no eran ni dueños del inmueble ni inquilinos". Sin embargo, "la autoridad policial se negaba a intervenir. Recién se puso en contacto con la fiscalía cuando se fueron sumando los trabajadores de la cooperativa, y otras personas que se solidarizaron con nosotros".
A pesar de la tormenta que sacudía a la ciudad en ese momento, cientos de colegas de otras redacciones, representantes del movimiento de empresas recuperadas y dirigentes políticos se acercaron al lugar para acompañar a los integrantes de la cooperativa.
Borelli aseguró en sede policial y judicial que los agentes argumentaban que "las personas que habían ingresado por la fuerza al lugar habían acreditado la titularidad del bien en cuestión mediante un contrato de locación". A estos mismos uniformados poco les importó cuando el entonces presidente de la cooperativa les comentó que ese contrato estaba vencido y les envió por mail la documentación. "Con lo cual la policía lo sabía en ese momento", testimonió.
Los dichos de los integrantes de la patota son igual de elocuentes. Henry Omar Castro Vargas sostuvo: "Llegué solo, y ya estaba la policía en el lugar; no tengo idea de qué seccional era. Había dos móviles policiales, el Sr. Martínez Rojas, personal policial y el Sr. Juan Blander. Nos dijeron que esperemos un ratito. Esperamos al costado. Abrieron la puerta con personal policial y el muchacho que estaba –creo que era un cerrajero, yo no lo conocía-. Ingresó la policía, el Sr. Martínez Rojas, y luego nos hicieron ingresar a nosotros. Nos dijeron que esperemos en el hall nada más. La policía hablaba con Martínez Rojas".
Carlos Roberto Antivero, otro de los violentos, coincidió con lo que dijo Castro Vargas sobre la presencia del cerrajero y la policía, y sumó otro elemento: "A nosotros, Martínez (Rojas) nos dijo que teníamos que hacer de serenos. Quedarnos ahí en el hall, sin hacer nada. Entonces, entramos a un hall, aproximadamente estuvimos 25 minutos en el hall, después la policía nos metió en una pieza".
En esa misma línea, Marcelo Mauricio Caña, admitió que "ellos –por Martínez Rojas, Blander, el cerrajero y los agentes- fueron quienes entraron y abrieron. Ellos fueron quienes sacaron a la gente que estaba adentro. Estaba un femenino y un masculino de policía. Después entramos nosotros, y quedaron esos policías en la puerta con el patrullero". Carlos Alberto Ruiz Díaz también señaló que de antemano había dos móviles policiales apostados.
Hace dos semanas, el juez Martínez de Giorgi sobreseyó al comisario Azzolina, a quien había procesado por los delitos de usurpación, daño, interrupción de la comunicación y robo. Para Martínez Rojas, Blander y los 13 integrantes de la patota mantuvo la imputación. El magistrado se alineó con lo dispuesto por la Sala I de la Cámara Federal a mediados de 2019 que pidió más pruebas para vincular la participación policial en el hecho.
Pero los elementos nuevos nunca llegaron: la Policía Federal había destruido todos los sumarios de ese entonces y no pudo establecer qué móviles, ni qué personal participó ese día del procedimiento ilegal; además, la fiscal contravencional informó a Martínez de Giorgi que esa noche todos los efectivos cumplieron puntillosamente sus órdenes. Y aclaró que el primer llamado de la policía lo recibió no antes de las 2 de la madrugada. Lo cual queda en evidencia que hasta ese momento, la fuerza hizo y deshizo a su antojo, pero nadie se hace cargo de sus movimientos.
La prioridad es luchar contra la impunidad policial
Por: María del Carmen Verdú
La mañana del 4 de julio de 2016, cuando aseguramos la recuperación del lugar para lxs trabajadorxs, empezamos a reconstruir los detalles de lo sucedido la noche anterior. Desde el minuto cero quedó en plena evidencia la intervención esencial de la Policía Federal. Sin su aporte no hubiera sido posible el ataque, ni su planificación.
Las pruebas son abrumadoras. La responsabilidad del comisario Jorge Azzolina, titular de la entonces comisaría 31ª de la PFA, es clara y directa. Fue quien personalmente recomendó al "experto en seguridad" Juan Carlos Blander para que Mariano Martínez Rojas le encargara el "trabajito". También fue Azzolina quien permitió la comprobada presencia de policías de la repartición que dieron asistencia y falsa cobertura legal al ataque.
Tendría que haber sido sencillo verificar qué patrulleros y qué efectivos estuvieron frente a Amenábar 23 en la medianoche del 4 de julio, horas antes de que fueran nuevamente convocados cuando se consumó el delito. Sabemos que si algo hacen las comisarías es registrar los movimientos de móviles y personal. Además, todos los patrulleros tienen, desde hace muchos años, sistemas de geolocalización. Sin embargo, como lo relata el juez Martínez de Giorgi en la resolución que sobreseyó al comisario, "los Libros de Registro de Personal y de Sumarios labrados en la ex Comisaría 31 de la Policía Federal Argentina fueron destruidos en virtud de haber trascurrido el plazo de conservación previsto en la normativa interna de dichas fuerzas". Tampoco "se obtuvieron los números de identificación de los móviles policiales que la mencionada dependencia policial tenía asignados el día de los sucesos", y "no resultó posible establecer el personal que se encontraba asignado a cada uno de ellos en cada día". Finalmente, "no existen registros en el sistema de geoposicionamiento de los equipos de Comunicación de la firma Motorola Solutions que se encontraban operativos en los móviles de la ex Comisaría 31 de la Policía Federal Argentina el día de los hechos, dado que son resguardados sólo por el lapso de seis meses".
La destrucción (u ocultamiento) de esas constancias, que habilitaron al juez a liberar de toda responsabilidad penal al comisario que apoyó el plan criminal de Martínez Rojas sólo se puede entender en el marco de una decisión institucional de garantizar su impunidad, que no es otra cosa que la impunidad del aparato estatal. Hay fotos y testimonios que dan cuenta de la intervención de Azzolina y sus agentes en la planificación y ejecución del ataque a Tiempo, pero las demoras procesales también permitieron que el resguardo de los registros quedara en un limbo, porque nadie buscó preservar esos materiales, sabiendo que había una investigación en marcha. Por el contrario, posiblemente hubo apuro en que desaparecieran y la ausencia de esa documentación debe ser explicada por las autoridades porteñas y nacionales que intervinieron en la transferencia de la Policía Federal en 2017, a seis meses del ataque a Tiempo.
Para entender la situación sirve recordar que el proceso contra Martínez Rojas empezó a avanzar seriamente una vez que, desde el poder, le soltaron la mano por la mafia de los contenedores. Hoy está detenido, con cuatro condenas por contrabando, defraudación en la venta de automóviles y estafa, más una quinta por la interrupción de la transmisión de Radio América, apenas unos días antes de que atacara Amenábar 23 para completar su plan de silenciamiento de la emisora y el diario. Pero a la policía la siguen protegiendo. El poder tiene claras sus prioridades. Desde la querella encarada por la Cooperativa Por Más Tiempo con patrocinio de Correpi, seguiremos dando batalla para revertirlo.
Un ataque que no puede quedar impune
Se cumplen seis años sin juicio ni castigo contra los autores de uno de los hechos más violentos contra la prensa desde el regreso de la democracia
Por: Federico Amigo
Cierren los ojos. Imaginen aunque sea por unos segundos que una patota compuesta por 15 matones ingresa por la fuerza a un edificio y destroza todo lo que encuentra a su paso. Antes, saca a patadas y trompadas a tres trabajadores que encuentra adentro. En unos segundos, tapa los ventanales para que nadie vea lo que sucede. Para ocultar la violencia. Para romper todo en una madrugada lluviosa. El edificio no es cualquier edificio: es la redacción de un medio de comunicación. Ejecutan un planificado ataque a la libertad de expresión. Cuentan con la complicidad policial en el intento por silenciar a la prensa. Dan un golpe contra el ejercicio periodístico en su conjunto.
Imaginen que pasaron seis años y que la Justicia todavía no identificó a los responsables del violento episodio. El hecho aún sigue impune. Abran los ojos. No hace falta imaginar nada. El ataque sucedió el 4 de julio de 2016. La redacción vandalizada fue la de Tiempo Argentino. Se cumplen seis años sin juicio ni castigo contra los autores de uno de los hechos más violentos contra la prensa desde el regreso de la democracia.
La causa para esclarecer el ataque tuvo movimiento los últimos días. El juez federal Marcelo Martínez de Giorgi descartó el vínculo de la Policía con el ataque y dictó el sobreseimiento de Jorge Guillermo Azzolina, jefe de la Comisaría 31, cuyos uniformados custodiaron la entrada y la salida de la patota a la redacción. Los esfuerzos de la Justicia por desresponsabilizar a la Policía son evidentes y, además, demoran el comienzo del juicio en un expediente que ya cuenta con los procesamientos de Mariano Martínez Rojas y sus patovicas de turno.
La organización de los trabajadores y las trabajadoras de la cooperativa sumada al amplio respaldo de gremios y organizaciones permiten mantener con fuerza el reclamo para esclarecer el ataque. Es la tradición de lucha heredada de las empresas recuperadas y las cooperativas. Es el camino por el que se revirtieron los 357 despedidos en la agencia estatal de noticias de Télam, un hito central para el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBa). Esta semana se cumplieron cuatro años de la histórica pelea para frenar otro vaciamiento, en este caso ejecutado por el gobierno macrista y su plan de despidos. La heroica resistencia es parte del hilo que une las dos historias. TelAm y Tiempo pusieron el cuerpo para defender el trabajo y también el derecho a la información de las audiencias, una disputa central para la sociedad en su conjunto.
Como querellantes con el patrocinio de Correpi, este martes la cooperativa concurrirá a una audiencia crucial por la causa que investiga los delitos de "usurpación, daño e interrupción de un medio de comunicación". Que suceda un día después del sexto aniversario no es una cuestión de azar: nada en la corporación judicial es casual. Daremos testimonio de lo que siempre denunciamos: el ataque tuvo la participación necesaria del comisario Azzolina y los policías a su cargo. Fueron nada menos que quienes facilitaron el ingreso al edificio. Aquella madrugada terminó con la patota huyendo con la ayuda de los uniformados. Aquella nueva recuperación confirmó que nada frenaría a Tiempo.
Desde hace seis años, también son muchos más quienes acompañan la lucha por la continuidad de este medio cada vez más potente. Estuvieron para defenderlo y para construir una mirada al futuro.
Fotos: Diego Martinez, Mariano Martino y Eduardo Sarapura
Fuente: Tiempo Argentino
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domingo, 3 de julio de 2022
jueves, 9 de diciembre de 2021
El Sindicato de Canillitas reprueba la salida del diario El Argentino
El Sindicato de Vendedores de Diarios y Revistas (SiVenDia), aseguró en un comunicado que el relanzamiento del diario El Argentino es una guerra de "pobres contra pobres". "Imprimen 30 mil ejemplares, ¿Con qué fondos?, ¿Con qué recursos?, ¿No entienden en que situación está Argentina?, Miles y miles de compañeros sin trabajo", dijo Omar Plaíni en una entrevista con Radiográfica y remarcó: "Si ellos tienen recursos para editar 30 mil ejemplares por día, cómo no van a tener para pagarle a los trabajadores canillitas y que lo entreguen ellos. Están generando un conflicto de magnitud de pobres contra pobres. Se retoma lo peor de la vieja práctica deshonesta del menemismo".
Radiográfica apuntó que esta iniciativa de distribuir nuevamente El Argentino "es de Rafael Klejzer, director nacional de Políticas Integradoras del Ministerio de Desarrollo Social y dirigente de La Dignidad. Laura Bitto, la vocera del movimiento, será la editora de la sección política mientras que Daniel Olivera, un ex socio de Sergio Szpolski, ocupará el cargo de director periodístico".
Comunicado del sindicato:
Pobres contra Pobres
En la Argentina se retomaría una vieja práctica deshonesta que tuvo su esplendor durante los años del gobierno menemista
El Capitalismo especulativo y deshumanizado tiene efectos devastadores sobre la humanidad. La concentración de la riqueza en un puñado de personas y la creciente pobreza y desigualdad a nivel mundial debe alertarnos y movilizarnos a cambiar esta realidad y frenar una catástrofe humanitaria sin precedente. En nuestro País, luego de 38 años de Democracia, con ciclos positivos de crecimiento con inclusión y otros negativos de empobrecimiento y endeudamiento con exclusión, llegamos a este presente con un 40,6% de pobreza, eso significa que 28,9 millones de compatriotas son pobres.
Estamos convencidos que de esta situación alarmante se debe salir fortaleciendo el mercado interno con más producción y más empleo registrado entre otras cosas. La generación genuina de empleo en el sector privado o alentada desde el Estado debe ser estudiada, planificada y ejecutada siempre y cuando no atente contra otras actividades preexistentes donde miles de trabajadores y trabajadoras encuentran su sustento familiar. Si así no sucediera, solamente estamos “desvistiendo a un santo para vestir a otro” como cita el dicho popular.
Los Vendedores de Diarios y Revistas, vivimos de nuestros ingresos por la venta diaria de las publicaciones, que está regulada y reglamentada por el Decreto Ley 1693/09 y Resolución MTEySS 935/10. Como bien es sabido la hegemonía informativa de la gráfica ya no es tal y viene cayendo estrepitosamente desde finales de los años ochenta por varias razones, primero fue la llegada del cable, luego la revolución digital, los salarios de los trabajadores/ras activos y jubilados que en muchísimos casos solo alcanza para comer y por último la pandemia.
Ante esta realidad nos anoticiamos que un sector de los movimientos sociales está por editar un diario con distribución gratuita. Vale aclarar que no estamos en contra de la pluralidad de voces, pero sí señalamos que la distribución gratuita de ejemplares atenta directamente contra miles de puestos de trabajo de hombres y mujeres que se levantan cada madrugada para tratar de vivir dignamente con los ejemplares que venden diariamente.
Los Canillitas tenemos una larga historia de lucha contra este tipo de prácticas deshonestas que inauguró allá por los noventa el entonces gobierno menemista y todos recordarán como terminó ese proceso. Una regla de oro rige toda nuestra actividad, “Quien edita, no distribuye ni vende; Quien distribuye no edita ni vende; Quien vende no edita ni distribuye”.
A los compañeros/ras que están llevando adelante esta nueva empresa les pedimos que la realicen sin perjudicar a ningún otro trabajador/a de esta cadena, particularmente a quienes distribuyen y a quienes venden. A nuestro Gobierno le solicitamos que tome cartas en el asunto y vele y proteja con responsabilidad el bienestar de todos los trabajadores/as canillitas, potencialmente perjudicados ante la inminente distribución gratuita de un nuevo medio de comunicación.
Repetir errores del pasado solo nos van a conducir a una etapa que todos y todas creímos superada y a la que nadie quiere volver.
miércoles, 1 de diciembre de 2021
El diario gratuito "El Argentino" vuelve a las calles
A partir del próximo lunes 13 de diciembre el diario El Argentino comenzará a entregarse, de forma gratuita, en puntos estratégicos de la Ciudad de Buenos Aires, como Once, Retiro y Constitución. Tras cuatro años de silencio el diario buscará reinstalarse como un medio popular, de fácil acceso para las y los trabajadores que utilizan el transporte público de manera cotidiana.
El próximo lunes 13 de diciembre el diario El Argentino vuelve a las calles, con una tirada inicial de 30.000 ejemplares, para recuperar el espacio público y sacar del silencio informativo a amplios sectores de la sociedad que, años atrás, encontraban en este medio su principal vía de acceso a la información. Se entregará de lunes a viernes, de manera gratuita, en cinco puntos estratégicos de distribución: Once, Retiro, Constitución, Chacarita y la zona del Obelisco. Se estima que por allí circulan, diariamente, más de un millón de usuarios de subte y tren, lo que implicará una gran penetración del medio en los sectores trabajadores del AMBA.
En esta nueva etapa el diario tendrá un diseño simple y despojado. Los temas vinculados a la política, la economía y el interés general convivirán con el entretenimiento, el deporte y la cultura, abarcando diversas áreas de interés de sus lectores. Según Daniel Olivera, director periodístico del diario, la utilización de un lenguaje simple y claro posibilitará traducir periodísticamente los hechos más relevantes que suceden en Argentina y en el mundo. Esto permitirá, además, brindar un panorama general de las noticias de la jornada, a través de una lectura rápida, y promover vías de acceso a la información a sectores de la sociedad que no lo poseen debido a la escasez de tiempo o la falta de dinero.
El desarrollo del universo digital es otra de las apuestas que realizará el nuevo consorcio de empresas que gestionará esta nueva etapa del diario El Argentino, del cual también serán partícipes algunos movimientos sociales. En este sentido, si bien su regreso implica la vuelta del fenómeno de los diarios gratuitos a la lucha mediática en nuestro país, y una disputa en las calles por la construcción de la voz pública y la reivindicación del decir popular, los avances de las tecnologías de la información y la comunicación hicieron imprescindible el perfeccionamiento de sus herramientas digitales. Es por esto que el rediseño de su página web y el impulso de las redes sociales permitirán al diario ampliar sus canales de difusión y acceso a la información, promover espacios de interacción con sus lectores y contribuir con el desarrollo de un periodismo más plural, democrático y accesible a los sectores populares.
El próximo lunes 13 de diciembre el diario El Argentino vuelve a las calles, con una tirada inicial de 30.000 ejemplares, para recuperar el espacio público y sacar del silencio informativo a amplios sectores de la sociedad que, años atrás, encontraban en este medio su principal vía de acceso a la información. Se entregará de lunes a viernes, de manera gratuita, en cinco puntos estratégicos de distribución: Once, Retiro, Constitución, Chacarita y la zona del Obelisco. Se estima que por allí circulan, diariamente, más de un millón de usuarios de subte y tren, lo que implicará una gran penetración del medio en los sectores trabajadores del AMBA.
En esta nueva etapa el diario tendrá un diseño simple y despojado. Los temas vinculados a la política, la economía y el interés general convivirán con el entretenimiento, el deporte y la cultura, abarcando diversas áreas de interés de sus lectores. Según Daniel Olivera, director periodístico del diario, la utilización de un lenguaje simple y claro posibilitará traducir periodísticamente los hechos más relevantes que suceden en Argentina y en el mundo. Esto permitirá, además, brindar un panorama general de las noticias de la jornada, a través de una lectura rápida, y promover vías de acceso a la información a sectores de la sociedad que no lo poseen debido a la escasez de tiempo o la falta de dinero.
El desarrollo del universo digital es otra de las apuestas que realizará el nuevo consorcio de empresas que gestionará esta nueva etapa del diario El Argentino, del cual también serán partícipes algunos movimientos sociales. En este sentido, si bien su regreso implica la vuelta del fenómeno de los diarios gratuitos a la lucha mediática en nuestro país, y una disputa en las calles por la construcción de la voz pública y la reivindicación del decir popular, los avances de las tecnologías de la información y la comunicación hicieron imprescindible el perfeccionamiento de sus herramientas digitales. Es por esto que el rediseño de su página web y el impulso de las redes sociales permitirán al diario ampliar sus canales de difusión y acceso a la información, promover espacios de interacción con sus lectores y contribuir con el desarrollo de un periodismo más plural, democrático y accesible a los sectores populares.
Presentación
Queremos invitarte a que seas parte de la Vuelta de El Argentino, diario que supo ganar las calles del AMBA y convertirse en un clásico de lxs trabajadores. La cita será este jueves 9 de diciembre a las 19.30 horas en Caledonia, Montes de Oca 971.
El Argentino se distribuirá de manera gratuita de lunes a viernes en los subtes y trenes de CABA y GBA, con una tirada diaria de 30.000 ejemplares. A su vez, durante enero y febrero, se realizarán acciones semanales en Mar del Plata, Pinamar y Villa Gesel. El diario volverá con una estética dinámica y completamente renovada, amplia presencia en redes sociales y un lenguaje claro para traducir periodísticamente los hechos que a diario suceden en la argentina y en el mundo. Los temas vinculados a la política, la economía y el interés general convivirán con el entretenimiento, el deporte y la cultura, otorgando un panorama general de la información más relevante del día, que se actualizará de manera constante en la versión digital y redes sociales del diario.
Este proyecto, impulsado por los movimientos sociales, surge de la necesidad de ampliar voces, multiplicar miradas y democratizar el acceso a la información a muchos sectores de la población a los cuales, ya sea por escasez de tiempo o falta de dinero, se les ve impedido el ejercicio de ese derecho. Creemos que esta vuelta nos permitirá dar un gran paso en la construcción de un periodismo más plural, democrático y accesible a los sectores populares. Es por eso que te invitamos este jueves 9 de diciembre a las 19.30 horas en Caledonia, Montes de Oca 971, a que seas parte, junto con nosotros, del comienzo de este camino.
El primer Argentino
En 2012 apareció el gratuito "El Argentino", propiedad de Balkbrug S.A., uno de los sellos de Sergio Szpolski y Matías Garfúnkel. Tuvo ediciones en Zona Norte, Mar del Plata, Córdoba y Rosario. El proceso de vaciamiento del Grupo arrasó con El Argentino y con las ediciones zonales. Un día, llegaron a la redacción y se enteraron que el diario había dejado de imprimirse, más adelante se encontraron con que las webs ya no existían. 15 de enero de 2016 los trabajadores de los diarios El Argentino del interior del país (Rosario, Córdoba y Mar del Plata), fueron informados del cierre de sus fuentes laborales. En una reunión desarrollada en Buenos Aires, les comunicaron no sólo que los diarios zonales ya no iban a ser distribuidos, sino también que la empresa no tenía una propuesta de pago para los salarios adeudados. También se anoticiaron que no se iban a mandar telegramas de despido porque la empresa tampoco se haría cargo de las indemnizaciones. Hasta la finalización del mandato de Cristina Fernández de Kirchner, el Grupo 23, recibió más de 800 millones en pauta oficial.
En 2012 apareció el gratuito "El Argentino", propiedad de Balkbrug S.A., uno de los sellos de Sergio Szpolski y Matías Garfúnkel. Tuvo ediciones en Zona Norte, Mar del Plata, Córdoba y Rosario. El proceso de vaciamiento del Grupo arrasó con El Argentino y con las ediciones zonales. Un día, llegaron a la redacción y se enteraron que el diario había dejado de imprimirse, más adelante se encontraron con que las webs ya no existían. 15 de enero de 2016 los trabajadores de los diarios El Argentino del interior del país (Rosario, Córdoba y Mar del Plata), fueron informados del cierre de sus fuentes laborales. En una reunión desarrollada en Buenos Aires, les comunicaron no sólo que los diarios zonales ya no iban a ser distribuidos, sino también que la empresa no tenía una propuesta de pago para los salarios adeudados. También se anoticiaron que no se iban a mandar telegramas de despido porque la empresa tampoco se haría cargo de las indemnizaciones. Hasta la finalización del mandato de Cristina Fernández de Kirchner, el Grupo 23, recibió más de 800 millones en pauta oficial.
lunes, 25 de octubre de 2021
Prisión efectiva para Mariano Martínez Rojas por intrusar la planta de Radio América
Fue mediante el mecanismo de juicio abreviado, en el que reconoció su responsabilidad en la interrupción del servicio radial
La condena fue dictada “de acuerdo al reconocimiento efectuado por el propio imputado, tanto en lo que se refiere a la existencia del hecho atribuido en el requerimiento de elevación a juicio, como en lo que atañe a su intervención en dicho suceso”.
“Las pruebas resultan idóneas para tener por legalmente acreditada la materialidad del hecho enrostrado”, resumió Casanello.
Martínez Rojas también deberá hacerse cargo de las costas (los gastos) del proceso. Esta es la cuarta condena contra Martínez Rojas (ninguna de ellas firme), entre otros delitos por contrabando, defraudación en la venta de automóviles y estafa.
Fuente: Noticias Argentinas
Por: Néstor Espósito
El juez federal Sebastián Casanello condenó al empresario Mariano Martínez Rojas, preso por contrabando en el marco de la causa “Mafia de los Contenedores”, a un año de prisión de cumplimiento efectivo por interrumpir las transmisiones de Radio América en 2016.
Martínez Rojas se adjudicaba por entonces la propiedad de Radio América y del diario Tiempo Argentino, en una supuesta operación de adquisición al empresario Sergio Szpolski.
Casanello hizo lugar a un acuerdo de “juicio abreviado” entre Martínez Rojas y la fiscal Paloma Ochoa.
Martínez Rojas nunca estuvo preso en este expediente, por lo que el tiempo que lleva detenido en el marco de otros procesos no se computa para esta condena.
El juez federal Sebastián Casanello condenó al empresario Mariano Martínez Rojas, preso por contrabando en el marco de la causa “Mafia de los Contenedores”, a un año de prisión de cumplimiento efectivo por interrumpir las transmisiones de Radio América en 2016.
Martínez Rojas se adjudicaba por entonces la propiedad de Radio América y del diario Tiempo Argentino, en una supuesta operación de adquisición al empresario Sergio Szpolski.
Casanello hizo lugar a un acuerdo de “juicio abreviado” entre Martínez Rojas y la fiscal Paloma Ochoa.
Martínez Rojas nunca estuvo preso en este expediente, por lo que el tiempo que lleva detenido en el marco de otros procesos no se computa para esta condena.
El 11 de junio de 2016, el trabajador de Radio América Francisco Juan Yofré denunció ante la Policía Federal Argentina que ese día “le fue informado por grupo de Whatsapp que habían intrusado la antena de transmisión de la radio, sita en la calle Pergamino 4055”. A las 14.30 horas “tomó conocimiento que habían interrumpido la señal transmitida por el estudio, y desde la antena de transmisión, comunicaban al aire, música, habiendo perdido el estudio el control sobre la emisión de aire de la radio”.
El delito por el que fue condenado es el de “interrupción de las comunicaciones radiales” en calidad de autor, ocurrido el 11 de junio de 2016 en la planta transmisora situada en la calle Pergamino 4055, de la Capital Federal.
La condena fue dictada “de acuerdo al reconocimiento efectuado por el propio imputado, tanto en lo que se refiere a la existencia del hecho atribuido en el requerimiento de elevación a juicio, como en lo que atañe a su intervención en dicho suceso”.
“Las pruebas resultan idóneas para tener por legalmente acreditada la materialidad del hecho enrostrado”, resumió Casanello.
Martínez Rojas también deberá hacerse cargo de las costas (los gastos) del proceso. Esta es la cuarta condena contra Martínez Rojas (ninguna de ellas firme), entre otros delitos por contrabando, defraudación en la venta de automóviles y estafa.
Fuente: Noticias Argentinas
jueves, 26 de agosto de 2021
El Testigo Inglés. Luces y sombras del Buenos Aires Herald (1876-2017)
En los últimos dos siglos, los diarios de papel fueron fundamentales para que las sociedades se informaran y construyeran una mirada sobre su época. En ese marco, el Buenos Aires Herald, un periódico escrito en inglés en una de las principales capitales de Iberoamérica, fue un interlocutor tan singular como privilegiado de la vida de los argentinos. Fue publicado durante más de ciento cuarenta años, un tiempo de existencia que pocos diarios en el mundo han podido permitirse. Sin alcanzar nunca grandes ventas, supo encontrar a sus lectores, adaptarse a los cambios y lidiar con poderes locales y extranjeros. Y ese diálogo —fluido a veces, ríspido en muchos momentos, siempre tenso— encierra lo más importante de este medio. Durante la última dictadura cívico-militar, el Herald adquirió su rostro más virtuoso: el del periódico argentino que denunció los horrores y dio voz a las Madres de Plaza de Mayo y a los familiares de los detenidos-desaparecidos. Las atrocidades de ese período encontraron respuestas heroicas en el diario —especialmente durante los años que tuvo a Robert Cox como director—, pero sus páginas reflejaron también contradicciones que merecen ser iluminadas. La noche oscura del régimen de facto fue sólo una parte de la vida del Buenos Aires Herald. Antes y después hubo una historia llena de matices; un camino de llegada a aquella gesta y una bitácora de la navegación en las turbulentas aguas de la democracia. Esa es la historia que Sebastián Lacunza, último director del diario, investiga y reconstruye en este libro definitivo sobre un capítulo crucial de nuestro país.
Volví a la redacción del Buenos Aires Herald el 18 de agosto de 2017, tres semanas después de que el diario de habla inglesa cerrara sus puertas.
La escena parecía congelada a la espera de un forense. Sobre mi escritorio yacían libros, pruebas de página, periódicos, planillas, revistas, sobres de mate cocido y un par de tazas de café. El desorden de mi espacio se repetía agravado en otro escritorio y moderado en media docena. Los estantes de la sala estaban poblados por biblioratos con colecciones salteadas, objetos de cortesía que nadie quiso, cajas con fotos salvadas de alguna mudanza y pilas de Heralds cosidos a mano, ya descreídos de la eterna promesa del presupuesto para ser encuadernados.
Sin testigos, recorrí una y otra vez los pasillos del diario que dirigí los últimos cuatro de sus casi 141 años de publicación. Desde el piso inferior, donde funcionaba el sitio online de Ámbito Financiero, llegaban el murmullo y las risas que suelen generar los canales de noticias que tutelan las redacciones. Revisé archivos, recogí cosas personales, rescaté libros, saqué fotos y me emocioné. Esa misma redacción desde la que provenían el ruido de la tele y las risas que restaban dramatismo a mi despedida íntima del Herald me había recibido dos décadas antes en mi primer empleo periodístico a tiempo completo.
Una tarde de fines de julio, la empresa propietaria me informó un hecho consumado: el número del viernes previo había sido el último. No habría tiempo ni páginas para que el Herald se despidiera de sus lectores.
El silencio impuesto por la empresa editora contrastó con los cables de las agencias internacionales de noticias y los obituarios que en los medios de todo el mundo hablaban sobre el “único diario argentino que informó sobre los crímenes de la dictadura militar”. Editores y redactores que pasaron por sus páginas escribieron columnas en la prensa local y extranjera. Algunos que desarrollaron carreras de décadas en otros países volcaron en las redes sociales su pesar por el cierre del “pequeño gran diario”. Se publicaron análisis sobre el futuro del periodismo gráfico y textos enfrentados sobre el papel del periódico durante los años recientes de la polarización política en la Argentina. Recibí cientos de e-mails y mensajes. Colegas de otros medios me pidieron que escribiera un texto y editoriales me contactaron para pensar la idea de un libro.
Durante un tiempo, no pude dar respuesta. Trabajo de escribir, pero me había quedado sin palabras.
Semejante revuelo se daba por un diario que rara vez en su historia excedió las veinticuatro páginas en su cuerpo central, que en sus años de esplendor tuvo una tirada de menos de veinte mil ejemplares, que en los lustros finales no superó un cuarto de esa cifra, que contaba con una versión web muy limitada, y cuya redacción promedió históricamente los veinte periodistas fijos y una quincena de colaboradores. Sin embargo, esta repercusión no me llamó la atención; siempre fui consciente del valor del Herald y de las dificultades que afrontaba.
El fantasma del final merodeó las últimas décadas del diario, pero fue en marzo de 2016 cuando el grupo propietario, Indalo, hizo saber que la decisión estaba tomada y sólo restaba definir la fecha. La tarea de la redacción consistió entonces en trabajar para que el acta de defunción se demorara lo máximo posible. En el momento del cierre, sobre Fabián de Sousa y Cristóbal López —accionistas de Indalo— pesaban la acusación de haber cometido un fraude impositivo millonario al amparo la administración de Cristina Fernández de Kirchner y la amenaza de cárcel, explicitada sin disimulo por voces oficiales y oficiosas del Gobierno de Mauricio Macri.
Penumbras y oportunidad
Empecé a concebir este libro mucho antes de la cuenta regresiva. Que un diario escrito en un idioma extranjero y con limitada circulación fuera objeto de debate público en años en que el periodismo parecía apostar más a satisfacer prejuicios de creyentes que a informar y analizar me parecía de por sí una experiencia válida para compartir. A ello se sumó la acusación de que el Herald se había convertido en un medio K a raíz de la venta a Indalo en 2015. La versión no tenía sustento en el contenido informativo, ni en los editoriales, ni en los columnistas, ni en el staff, pero era proclamada con el rigor del escarmiento por quienes consideraban que el destino natural del periódico era su partidización en el sentido opuesto al que denunciaban.
La “gesta épica” protagonizada por el Herald durante los años del terrorismo de Estado —el tan mentado “único diario que informó sobre…”— merecía una investigación que iluminara hechos y tramas con toda su riqueza histórica. Esa épica —que fue real y salvó vidas— era aludida con frecuencia como una letanía, apta para la divulgación superficial y la corrección política, o como una herramienta autoindulgente para tergiversar el pasado y operar sobre el presente.
La simplificación del papel desempeñado por el Herald en la década de 1970 requería de un relato canonizado. Según esta narrativa, en 1876, un inmigrante escocés, William Cathcart, creó The Buenos Ayres Herald, una página de servicios sobre el movimiento portuario. En la pujante Buenos Aires de entonces, un recién llegado estadounidense, D. W. Lowe, tomó la posta y transformó la hoja inicial en un periódico que se codeó con el poder político y económico. Ambos emprendedores —el escocés y el estadounidense— plantaron a su turno la semilla de la libertad y el progreso gracias a la cual el diario de los británicos resistiría a los totalitarismos europeos y al autoritarismo de Juan Domingo Perón. Como un devenir natural, este medio liberal-conservador —aunque décadas más tarde sería rebautizado por una vertiente autorizada como “liberal de izquierda”— apoyó el golpe de Estado de 1976. Al confrontar el horror de que la dictadura definida como civilizatoria no tenía como meta restaurar la democracia sino desaparecer personas, los editores ingleses se plantaron ante los represores, denunciaron las atrocidades y lo pagaron con el exilio. Otro empresario estadounidense, tan liberal como sus predecesores del siglo XIX, respaldó el rumbo. Ello no fue motivo para que el Herald perdiera de vista que, en esa misma década, también actuaba en la Argentina un demonio de izquierda y que ambas criaturas del mal —el Estado y la subversión— merecían juicio y castigo. La línea oficial describió que el periódico, digno e independiente, avanzó en democracia con su prédica republicana y observó con distancia el vértigo político-económico, hasta que sucumbió a empresarios argentinos que lo sometieron a intereses espurios y lo abandonaron. Punto.
La versión así establecida podía contener visos de realidad. Sin embargo, mi experiencia en la redacción me permitió conocer de primera mano testimonios y documentos que apuntalaban una trayectoria menos binaria, con matices, conflictos y contradicciones disimulados en las penumbras, lo que no hizo más que aumentar mi interés por investigar la historia del “último diario de habla inglesa de Iberoamérica”.
Un hecho excepcional ayudaría a ese objetivo. Los dos principales protagonistas de la vida del Herald no sólo estaban en actividad y podían dar testimonio, sino que seguían relacionados con el diario que yo dirigía. Con Andrew Graham-Yooll construí una relación cercana, y con Robert Cox —severo crítico de mi gestión— mantuve un vínculo más distante, pero cordial y frecuente. En cuanto a James Neilson, el diálogo era exiguo, aunque, paradójicamente, fuera el colaborador más asiduo entre los exdirectores, con una columna semanal enviada desde su casa en Pinamar.
El texto instó a que Peter y sus hermanos propusieran un plan de salida:
La carta continuó con una alusión antisemita oblicua sobre “los amigos de tu papá (Freeman, Friedman)”. Y cerró:
Cox entendió que la autoría y el mensaje eran inequívocos más allá de la burda distracción: un sector de la dictadura amenazaba de muerte a la familia. No era la primera vez que le llegaba una carta membretada con el rifle AK-47 con el que se identificaba la guerrilla peronista. El año previo, textos con esa insignia, que Cox interpretaba como meras provocaciones de los militares, le habían agradecido la solidaridad. Esta vez, el tenor de la advertencia fue diferente.
Cada párrafo de la carta insinuaba una doble intención: la amenaza y la demostración de un amplio conocimiento de la vida familiar. A la vez, recrudecieron las amenazas telefónicas. La guardia policial prometida por Harguindeguy en la puerta del edificio de avenida Alvear desaparecía por varias horas, que en general coincidían con algún hecho extraño.
Videla recibió al periodista un día de fines de noviembre por la tarde. Pretendió dar la imagen de un hombre derrotado —”Me entristece muchísimo saber que se va; por favor, quédese con su familia”— y le dijo a Cox que quería bajar los brazos y renunciar. “Dios mío. ¿Tan mal están las cosas?”, le preguntó el director del diario. En coincidencia, el Departamento de Estado norteamericano todavía sostenía que había un bando duro y otro blando dentro del régimen.
Esa misma noche, Cox redactó una carta al accionista de Charleston en la que solicitó un año de licencia sin goce de sueldo. “Las amenazas, que debemos tomar muy en serio, están dirigidas a mis hijos”, explicó el periodista.
En un movimiento editorial extraño para el momento, el 5 de diciembre de 1979 el Herald depositó alguna esperanza en Leopoldo Fortunato Galtieri, un feroz represor a cargo de Rosario, nombrado comandante en jefe del Ejército en reemplazo de Roberto Viola. “Su designación ha generado esperanza por su experiencia como comandante que ha sabido cómo mantener la disciplina y restaurar la legalidad.” El texto no parecía escrito por Cox. Al día siguiente, una opinión editorial fue irónica con Harguindeguy, quien había ninguneado la amenaza. El texto se preguntaba cómo los “desvencijados correos” argentinos podían procesar las decenas de miles de amenazas que el ministro del Interior había sugerido que circulaban por la Argentina. En tono más serio, Cox recordó que “un gran número de periodistas han sido asesinados o secuestrados” y, a diferencia de empresarios y militares, aquéllos no contaban con custodios especiales. “Es fatigoso sugerir que las amenazas de cualquier parte deben ignorarse alegremente”, remarcó.
"¿Quién le teme al Herald?", preguntó James Neilson en la misma edición. Más que responder la pregunta, diseminó sospechas. Afirmó que era “un pequeño diario de reducida circulación, escrito en un idioma que sólo una minoría comprende en la Argentina”, y que, por otra parte, defendía causas “moderadas”, como “políticas económicas que llevaron a la prosperidad” e ideales “más bien banales” como el deseo de que se pusiera “fin a las torturas” a las “prisiones sin juicio, las desapariciones y todo gansterismo político”. “En la mayor parte del mundo occidental, un diario con principios tan poco excepcionales atraería poca atención y generaría poco entusiasmo. Acá, sin embargo, encendió tanta furia en algunos que están contemplando el asesinato para silenciarlo. ¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué nos temen?”, completó el director adjunto.
Neilson pareció aludir a que los rivales de Videla estaban siendo derrotados. Acaso se apoyó en el hecho de que, en septiembre de 1979, el “duro” Menéndez había fracasado en un intento de golpe para derrocar al “blando” Viola en la comandancia del Ejército. Pero también apuntó la hipótesis de que la amenaza proviniera de “la izquierda”, que le atribuía al Herald —según el periodista inglés— “conexión especial con la Embajada estadounidense, por lo tanto, con la CIA” por el sólo hecho de preconizar “políticas económicas sanas” y deplorar “el terrorismo marxista”. En consecuencia, razonó que las “anónimas bandas de violentos” habrían entrado en “desesperación por el modo en que el país está cambiando”. “Argentina está comenzando a recobrar su salud, a sentir que la sangre corre por sus venas una vez más. Hay un creciente clamor por el retorno del debido proceso (…). La Argentina es hoy un lugar mucho más libre que como era hace dos e incluso hace un año”, se esperanzó.
Casi en simultáneo, el 2 de noviembre de 1979, la versión de Santiago O’Neill —seudónimo que Neilson utilizaba para firmar en Somos— había apuntado en sentido contrario en la columna “Los vecinos sean unidos…”. A raíz de acuerdos energéticos y un supuesto acercamiento político del régimen de Videla a los dictadores de Bolivia, Uruguay, Brasil y Paraguay, el columnista de Atlántida evaluó que “los gobiernos de la región” miraban con “comprensible desasosiego el avance del marxismo en el hemisferio y a su vez deben hacer frente a las presiones de los Estados Unidos”. En un contexto acuciante para su colega Cox, Neilson adhirió a la denuncia de que el Gobierno de Videla era incomprendido por el hemisferio norte: “Para Argentina, cerrar filas con los vecinos es una necesidad urgente. Una combinación funesta de circunstancias (…) ha servido para empujar al país al aislamiento, justo cuando el Gobierno buscaba reintegrarlo a la comunidad occidental”.
Sobre Sebastián Lacunza
Buenos Aires, 1972. Ejerce el periodismo desde fines de la década de 1990. Fue director periodístico del Buenos Aires Herald entre 2013 y 2017. Actualmente se desempeña como corresponsal de la agencia estadounidense REDD y de Reporteros Sin Fronteras. Antes, trabajó trece años en el diario Ámbito Financiero y cinco como corresponsal del italiano Il Manifesto. Ha colaborado en medios como The Washington Post, PáginaI12, Anfibia, Le Monde Diplomatique, elDiarioAR, Inter Press Service, Letra P y La Diaria. Cubrió acontecimientos y crisis en países de América, Europa y Medio Oriente. Formado en la Universidad de Buenos Aires, Flacso y la Universidad del País Vasco, escribió dos libros: Wiki Media Leaks (2012) —en coautoría— y Pensar el periodismo (2017). Es docente de maestría en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En redes es @sebalacunza.
“La postura del Herald tiene claroscuros. Esta historia extensa e intensa es la que cuenta Sebastián Lacunza en este libro lo hace sin quedarse en la mirada santificada, hagiográfica, qué propios y ajenos construyeron del Herald en los años de plomo sino que derriba mitos y estima en su justo valor actos realmente meritorios”.Introducción: Un diario universal
Sergio Olguín
Volví a la redacción del Buenos Aires Herald el 18 de agosto de 2017, tres semanas después de que el diario de habla inglesa cerrara sus puertas.
La escena parecía congelada a la espera de un forense. Sobre mi escritorio yacían libros, pruebas de página, periódicos, planillas, revistas, sobres de mate cocido y un par de tazas de café. El desorden de mi espacio se repetía agravado en otro escritorio y moderado en media docena. Los estantes de la sala estaban poblados por biblioratos con colecciones salteadas, objetos de cortesía que nadie quiso, cajas con fotos salvadas de alguna mudanza y pilas de Heralds cosidos a mano, ya descreídos de la eterna promesa del presupuesto para ser encuadernados.
Sin testigos, recorrí una y otra vez los pasillos del diario que dirigí los últimos cuatro de sus casi 141 años de publicación. Desde el piso inferior, donde funcionaba el sitio online de Ámbito Financiero, llegaban el murmullo y las risas que suelen generar los canales de noticias que tutelan las redacciones. Revisé archivos, recogí cosas personales, rescaté libros, saqué fotos y me emocioné. Esa misma redacción desde la que provenían el ruido de la tele y las risas que restaban dramatismo a mi despedida íntima del Herald me había recibido dos décadas antes en mi primer empleo periodístico a tiempo completo.
Una tarde de fines de julio, la empresa propietaria me informó un hecho consumado: el número del viernes previo había sido el último. No habría tiempo ni páginas para que el Herald se despidiera de sus lectores.
El silencio impuesto por la empresa editora contrastó con los cables de las agencias internacionales de noticias y los obituarios que en los medios de todo el mundo hablaban sobre el “único diario argentino que informó sobre los crímenes de la dictadura militar”. Editores y redactores que pasaron por sus páginas escribieron columnas en la prensa local y extranjera. Algunos que desarrollaron carreras de décadas en otros países volcaron en las redes sociales su pesar por el cierre del “pequeño gran diario”. Se publicaron análisis sobre el futuro del periodismo gráfico y textos enfrentados sobre el papel del periódico durante los años recientes de la polarización política en la Argentina. Recibí cientos de e-mails y mensajes. Colegas de otros medios me pidieron que escribiera un texto y editoriales me contactaron para pensar la idea de un libro.
Durante un tiempo, no pude dar respuesta. Trabajo de escribir, pero me había quedado sin palabras.
Semejante revuelo se daba por un diario que rara vez en su historia excedió las veinticuatro páginas en su cuerpo central, que en sus años de esplendor tuvo una tirada de menos de veinte mil ejemplares, que en los lustros finales no superó un cuarto de esa cifra, que contaba con una versión web muy limitada, y cuya redacción promedió históricamente los veinte periodistas fijos y una quincena de colaboradores. Sin embargo, esta repercusión no me llamó la atención; siempre fui consciente del valor del Herald y de las dificultades que afrontaba.
El fantasma del final merodeó las últimas décadas del diario, pero fue en marzo de 2016 cuando el grupo propietario, Indalo, hizo saber que la decisión estaba tomada y sólo restaba definir la fecha. La tarea de la redacción consistió entonces en trabajar para que el acta de defunción se demorara lo máximo posible. En el momento del cierre, sobre Fabián de Sousa y Cristóbal López —accionistas de Indalo— pesaban la acusación de haber cometido un fraude impositivo millonario al amparo la administración de Cristina Fernández de Kirchner y la amenaza de cárcel, explicitada sin disimulo por voces oficiales y oficiosas del Gobierno de Mauricio Macri.
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Penumbras y oportunidad
Empecé a concebir este libro mucho antes de la cuenta regresiva. Que un diario escrito en un idioma extranjero y con limitada circulación fuera objeto de debate público en años en que el periodismo parecía apostar más a satisfacer prejuicios de creyentes que a informar y analizar me parecía de por sí una experiencia válida para compartir. A ello se sumó la acusación de que el Herald se había convertido en un medio K a raíz de la venta a Indalo en 2015. La versión no tenía sustento en el contenido informativo, ni en los editoriales, ni en los columnistas, ni en el staff, pero era proclamada con el rigor del escarmiento por quienes consideraban que el destino natural del periódico era su partidización en el sentido opuesto al que denunciaban.
La “gesta épica” protagonizada por el Herald durante los años del terrorismo de Estado —el tan mentado “único diario que informó sobre…”— merecía una investigación que iluminara hechos y tramas con toda su riqueza histórica. Esa épica —que fue real y salvó vidas— era aludida con frecuencia como una letanía, apta para la divulgación superficial y la corrección política, o como una herramienta autoindulgente para tergiversar el pasado y operar sobre el presente.
La simplificación del papel desempeñado por el Herald en la década de 1970 requería de un relato canonizado. Según esta narrativa, en 1876, un inmigrante escocés, William Cathcart, creó The Buenos Ayres Herald, una página de servicios sobre el movimiento portuario. En la pujante Buenos Aires de entonces, un recién llegado estadounidense, D. W. Lowe, tomó la posta y transformó la hoja inicial en un periódico que se codeó con el poder político y económico. Ambos emprendedores —el escocés y el estadounidense— plantaron a su turno la semilla de la libertad y el progreso gracias a la cual el diario de los británicos resistiría a los totalitarismos europeos y al autoritarismo de Juan Domingo Perón. Como un devenir natural, este medio liberal-conservador —aunque décadas más tarde sería rebautizado por una vertiente autorizada como “liberal de izquierda”— apoyó el golpe de Estado de 1976. Al confrontar el horror de que la dictadura definida como civilizatoria no tenía como meta restaurar la democracia sino desaparecer personas, los editores ingleses se plantaron ante los represores, denunciaron las atrocidades y lo pagaron con el exilio. Otro empresario estadounidense, tan liberal como sus predecesores del siglo XIX, respaldó el rumbo. Ello no fue motivo para que el Herald perdiera de vista que, en esa misma década, también actuaba en la Argentina un demonio de izquierda y que ambas criaturas del mal —el Estado y la subversión— merecían juicio y castigo. La línea oficial describió que el periódico, digno e independiente, avanzó en democracia con su prédica republicana y observó con distancia el vértigo político-económico, hasta que sucumbió a empresarios argentinos que lo sometieron a intereses espurios y lo abandonaron. Punto.
La versión así establecida podía contener visos de realidad. Sin embargo, mi experiencia en la redacción me permitió conocer de primera mano testimonios y documentos que apuntalaban una trayectoria menos binaria, con matices, conflictos y contradicciones disimulados en las penumbras, lo que no hizo más que aumentar mi interés por investigar la historia del “último diario de habla inglesa de Iberoamérica”.
Un hecho excepcional ayudaría a ese objetivo. Los dos principales protagonistas de la vida del Herald no sólo estaban en actividad y podían dar testimonio, sino que seguían relacionados con el diario que yo dirigía. Con Andrew Graham-Yooll construí una relación cercana, y con Robert Cox —severo crítico de mi gestión— mantuve un vínculo más distante, pero cordial y frecuente. En cuanto a James Neilson, el diálogo era exiguo, aunque, paradójicamente, fuera el colaborador más asiduo entre los exdirectores, con una columna semanal enviada desde su casa en Pinamar.
La particular relación de los padres refundadores entre sí y con periodistas clave constituía otro capítulo atractivo. Los ingleses Cox y Neilson, y el argentino Graham-Yooll —nacido en “el enclave más anglo de Argentina”— tenían mucho en común, pero también representaron paradigmas profesionales y culturales distintos. Desde pequeño y hasta su primera juventud, Graham-Yooll giró por las calles de Ranelagh, Buenos Aires, Montevideo y Londres. Trabajó en un frigorífico, caminó suburbios y se subió con frecuencia al tren para hacerse atender el asma en el Hospital Británico. En la década de 1960, eligió vivir a pleno las inquietudes sociales, culturales y políticas de su generación. El inglés Cox creció en medio del trauma europeo. Se refugió de bombardeos nazis y participó luego de la Guerra de Corea, a miles de kilómetros de Londres. Pero era un joven mirando al sudoeste, allí donde su padre, un marino mercante, había recalado a principios de siglo. En 1959, se despidió de su madre y su hermana, y se embarcó hacia Buenos Aires. Al poco tiempo, con un castellano precario, comenzó a codearse con elites de signo antiperonista y personalidades anglohablantes que pasaron por Buenos Aires. Neilson perdió a su padre en la Segunda Guerra, fue abandonado por su madre y vivió en Irán e Israel antes de afincarse en la capital argentina. Edificó un atalaya conservador desde el que observó con bastante desprecio a esa generación con la que Graham-Yooll dialogaba a gusto. Rara vez se mezcló con las multitudes y los personajes sobre los que leyó y escribió.
Que personalidades como las de Cox y Graham-Yooll refundaran el Herald durante la dictadura y permanecieran vinculadas al diario hasta los meses finales, cuatro décadas después, fue —como dijo el gran cronista de Ranelagh— “no sólo interesante sino casi devastador”. Con el paso del tiempo, cuentas personales y profesionales nunca saldadas trasuntaron en indiferencia y cierta animadversión mutua. Recién avanzada la segunda década del siglo XXI, convertidos en leyendas del periodismo, Cox y Graham-Yooll reconstruyeron algo de lo que habían vivido cincuenta años atrás como una relación “familiar”.
A lo largo de décadas, libros, notas, blogs y documentales abrevaron en aspectos puntuales de la historia del periódico o abordaron experiencias personales de sus autores. Graham-Yooll, uno de los principales historiadores de la relación angloargentina, metódico archivista y prolífico escritor, apenas rozó tangencialmente la narración de la vida del Herald. Cox no se despegó del destino del diario tras titular su texto de despedida “Au revoir”, en diciembre de 1979, pese a que al poco tiempo se sintió injustamente segregado. Sin embargo, tampoco se abocó a escribir la historia íntima que guardaba en sus memorias. Ambos se mostraron complacidos cuando les conté que iba a emprender la tarea de investigar los 141 años del Herald y prestaron su testimonio con generosidad.
“Dale flaco, que pasa el tiempo”, me dijo Graham-Yooll semanas antes de morir en Londres, en julio de 2019.
La vida de un Periódico
La atribución de cualidades democráticas anglosajonas al Herald fue un lugar común entre quienes buscaron una explicación a la singular reacción del periódico ante la dictadura de los 30.000 desaparecidos. “Eran conservadores, pero ingleses”, “fueron liberals, no liberales”, argumentaron unos y otros, pese a las contradicciones terminológicas. Una simplificación tentadora, pero ahistórica. Por empezar, porque las civilizaciones emblemáticas del régimen liberal democrático anglosajón —el Reino Unido y Estados Unidos— estuvieron lejos de sostener tales principios en su política exterior en los siglos XIX y XX, y mucho menos hacia la Argentina. Las supuestas virtudes intrínsecas de la política de Londres no aplicaron a su relación con el Río de la Plata.
Con los años, aquella página de 1876 sobre el movimiento portuario ganaría densidad hasta transformarse en un testigo del palacio y la calle, protegido y desconfiado por su idioma en dosis similares, y se acercaría demasiado a monstruos que amenazaban con devorarlo. La fragilidad de las alas de Ícaro fue reflejo de las dudas sobre la propia identidad como diario argentino o extranjero que acompañaron a sus diferentes conducciones durante décadas.
El siglo XIX albergó capítulos de acercamiento y turbulencia entre el Reino Unido y la joven República. En el año de la fundación del Herald, acechaba la restricción de divisas y una deuda financiera con Londres a la que se haría “honor” hasta con el hambre y la sed de dos millones de argentinos, según proclamó Nicolás Avellaneda, el presidente de entonces. Un tiempo después, tomaría la posta para “administrar” el país una generación marcada por cierta anglofilia —fuera por motivos culturales o comerciales— y sobrevendrían el cambio del ciclo exportador de la lana a los granos y la industria frigorífica, y la puja por la hegemonía del capitalismo global. ¿Cabía pensar, entonces, que los primeros años del Herald transcurrieron con armonía entre los emprendedores extranjeros liberales y las elites en pugna dentro de la Generación del 80? Inmigrantes europeos pobres —es decir, rara vez ingleses— alumbraron protestas anarquistas y socialistas en las primeras décadas del siglo XX. La carta de resolver el desafío mediante acuerdos de sobremesa entre la aristocracia conservadora y grandes terratenientes de la Patagonia —británicos— o inversores en los Talleres Vasena —también británicos— se vio tensionada mientras la Argentina se asomaba al voto popular y al derecho a huelga. ¿El Herald habrá respondido con apego a los valores de la democracia liberal o, por el contrario, se retrajo hacia la representación del inversor en pampas hostiles? ¿O hubo idas y vueltas?
Sucederían décadas protagonizadas por movimientos políticos populares y golpes perpetrados por elites de cuño conservador-liberal, o de inspiración fascista, o conservadoras y fascistas a la vez. Con el paso del tiempo, los capitales ingleses se retrajeron de sus dominios sobre tierras, trenes, empresas de servicios y frigoríficos. La inmigración británica —lectorado núcleo del Herald— fue una de las de mayor tasa de retorno. Como describió Graham-Yooll, el inglés o el escocés fue un tipo de inmigrante que se asumió por largo tiempo como parte de una “comunidad visitante”, sin planes de meterse en política o peleas sindicales. Sus prioridades eran la casa, el club, la iglesia, el colegio de sus hijos y su diario. ¿Por qué habrá sobrevivido uno de los periódicos de una comunidad significativa, pero no masiva, y, en cambio, antes de mitad de siglo XX había sucumbido ya casi toda la prensa gráfica de corrientes nacionales y lingüísticas europeas que aportaron centenares de miles y millones de inmigrantes?
El Herald apoyó todos los golpes de Estado del siglo XX: los vio como una instancia inevitable para sentar las bases de la verdadera democracia. Un editor llegó a pararse, literalmente, junto a los fusiladores de una protesta anarquista. Más adelante, el diario combatió a civiles y militares que exploraron vías para levantar la proscripción del peronismo. En varios tramos de la historia, se mostró dogmático al defender esquemas económicos que provocaron estragos sociales. Sin duda, sería una injusta simplificación reducir la historia del diario a sus momentos de complicidad con regímenes y prácticas antidemocráticos. También fue el medio que alentó la política migratoria de principios del siglo XX y, con los bemoles de la época, se dirigió a la mujer como lectora en años en que la ciudadanía era cosa de hombres. Mucho antes de la dictadura de 1976, desentonó cada tanto con la prensa dominante al apegarse a los hechos por encima de sus objetivos ideológicos, al tomar distancia de alguna ofensiva política pergeñada por la Embajada de Estados Unidos y al reclamar “no cerrar los ojos” ante la popularidad de líderes a los que temía.
A días de la Navidad 1979, Cox debió dejar el país junto a su familia. Tres años antes, en silencio, mientras arreciaban las desapariciones, había hecho lo propio Andrew Graham-Yooll. Para una parte de la comunidad del diario —lectores, influyentes y algunas miradas dentro de la empresa editora—, Graham-Yooll tenía simpatías por la lucha armada y Cox no había sabido comprender el valor supremo de derrotar la amenaza “comunista” por el método que fuera. Con personeros de la dictadura con ánimos de prolongar su estadía en el Gobierno por muchos años y sin su director más emblemático, al Herald le quedaba abierta la opción de resistir, con el riesgo de que cayeran represalias sobre periodistas con menos renombre, facilitadas por el fervor nacionalista que al poco tiempo brindaría, en 1982, la Guerra de Malvinas. También se presentaba la opción de pactar y someterse a la censura, o un abordaje intermedio.
El trauma de la dictadura proyectó su sombra sobre las décadas siguientes. En definitiva, la meta primaria de todo diario es informar a su público sobre lo ocurrido el día anterior y, en esa senda, una porción de los lectores del Herald parecía más propensa a expresar su fastidio por la economía errática de la recuperada democracia que a levantar el reclamo por memoria, verdad y justicia ante los crímenes de lesa humanidad. ¿A qué público debía dirigirse? Allí estaban, en el plano hipotético, la declinante comunidad de habla inglesa, el mundo de la educación, la elite política y cultural, el inversor extranjero, las embajadas, el turismo y las familias que se acercaron por la lucha por los derechos humanos. Un empate entre lectorados no siempre complementarios en el que ninguno garantizaba una masa crítica de lectores.
Cuatro años, seis décadas, un siglo y medio
Apenas cerró el Herald, la primera propuesta para este libro fue un texto sobre los años en que lo dirigí, entre 2013 y 2017, en clave de memoria personal. Me pareció que enmarcar el abordaje en el período que va desde la llegada de Cox al país —en 1959— hasta el final aportaría una mirada más integral y justa para comprender el pasado y mi propia experiencia. Sin embargo, los primeros pasos en la hemeroteca y el conocimiento de una contienda rocambolesca entre potencias que se disputaban la hegemonía del capitalismo a fines del siglo XIX, con consecuencias determinantes en el destino de la modesta página que comenzaba a publicarse en Buenos Aires, extendieron el umbral de este trabajo hasta 1876. Las zonas de acuerdo y fricción durante el primer siglo del Herald tenderían un puente para comprender el diario que apoyó y denunció, a veces en simultáneo, a la dictadura de Videla.
La mejor forma de contar la historia del Herald fue dar la palabra a sus páginas. En especial, sus tapas, columnas, editoriales y la organización de las secciones. Junto a Cecilia Camarano, quien trabajó en la investigación, analizamos ediciones desde el año de su nacimiento, abordadas por intervalos preestablecidos que ganaron frecuencia en la medida en que el Herald sumó contenidos. El registro fue complementado con la búsqueda específica de la cobertura sobre acontecimientos relevantes en la vida pública —elecciones, golpes de Estado, conflictos, revueltas, matanzas— y en la redacción —cambios en la propiedad y la dirección, aniversarios, amedrentamientos—.
El análisis de los ejemplares —en gran parte, clasificados en la Biblioteca Nacional— fue enriquecido por una docena de libros e investigaciones académicas que reprodujeron textos del periódico. El trabajo de hemeroteca incluyó el cotejo de unos cuarenta diarios, revistas y sitios digitales de la Argentina y el exterior.
Los archivos personales de Andrew Graham-Yooll y Robert Cox, legados a la universidad argentina de San Andrés y a la estadounidense de Duke, respectivamente, aportaron un valioso cuerpo de documentación, que incluye correspondencia, notas personales, fichas y comunicaciones laborales. Consulté los archivos del Departamento de Estado y Nacional de Estados Unidos, del Ministerio de Justicia argentino, de la Policía Federal Argentina, declaraciones judiciales, documentos desclasificados de la Inteligencia estadounidense e investigaciones académicas sobre hechos relevantes para la vida del Herald. Exdirectivos, periodistas y familiares de desaparecidos compartieron documentos y sus valiosas colecciones.
Hice entrevistas a sesenta personas. Entre los directamente relacionados con el Herald, a quienes ocuparon puestos de director, secretario de redacción, jefe de sección, redactor, reportero gráfico, diagramador, gerente, administrativo, ejecutivo e integrante del directorio, así como a allegados de algunos de ellos. También entrevisté a legisladores, víctimas de la dictadura, dirigentes sociales, periodistas, funcionarios judiciales y empresarios. En cuanto al marco histórico, apelé a libros que abordaron períodos de décadas y los complementé con otros sobre ejes temáticos y acontecimientos puntuales.
Único
Una vez recuperada la democracia, el prestigio de haber sobrevivido tras haber dado cuenta de la maquinaria del terror fue una carga de oxígeno y, a su vez, un desafío para la reinvención del Herald. Se sumaron cambios en el ciclo económico y tecnológico que pusieron en crisis las rutinas de producción y consumo de los diarios mientras la propiedad del medio afrontaba sucesivas turbulencias. La empresa se volvió cada vez más dependiente de los giros de la casa matriz en Charleston y de favores estatales. A la variación del contrato de lectura surgido a partir de las denuncias de violaciones a los derechos humanos le siguió el envejecimiento y la mutación cultural y sociológica de la comunidad anglohablante. Las familias inglesas de Hurlingham o Acassuso que recibieron durante décadas el diario en la puerta de una casa construida con inspiración ferroviaria cada vez más se iban transformando en añoranza antes que en realidad. Se impuso la necesidad de encontrar nuevos públicos.
La crisis de sustentabilidad se agudizó con el nuevo siglo. Fue una época de restricciones, despidos y renovación generacional. Para Evening Post, la empresa de Carolina del Sur en manos de los herederos de Peter Manigault desde 2004, la deficitaria unidad de Buenos Aires perdió interés. Llegaron los dueños argentinos sin vínculos con la comunidad anglohablante. Ni Sergio Szpolski (2008), ni Orlando Vignatti (2009-2015), ni López-De Sousa (2015-2017) buscaron modificar la línea editorial, básicamente porque el contenido del Herald no estuvo en su radar.
Durante mis cuatro años en la dirección, el marco de la polarización agregó frentes de tormenta, pero la distancia de batallas ajenas también se transformó en un activo, gracias a una plantilla de periodistas apegados a valores y procedimientos profesionales. No se trataba de indagar sobre la veracidad histórica de la epopeya de Homero, sino de que el imaginario sobre el diario liberal e independiente jugara a favor de una concepción humanista en cuanto a derechos civiles, económicos y políticos. El Herald debía ser contrario al capitalismo de amigos y a los monopolios que malversan el mercado, incluidos los informativos. La adhesión al conservadurismo corporativista argentino apenas remozado no era un buen destino para un diario que debía defender las reglas justas de la competencia, pese a las presiones.
Incluso por encima de la orientación editorial, el desafío tecnológico y el lenguaje digital podían representar el salto hacia un público global, o determinar el final del Herald. Un diario con pocos lectores, alto valor simbólico y potencial de llegar a públicos desatendidos estaba llamado a transformarse en el gran narrador de la información en inglés desde el Cono Sur, pero el horizonte empresarial para asumir el desafío nunca asomó.
El Herald solía ser referido como un diario “único”. Había motivos. Único por su idioma, por las denuncias sobre los desaparecidos, por su supuesta génesis liberal y por la demografía de su redacción. Al cabo de este trabajo, también comprendí que la suya fue una historia de pasión, rutinas, mística, cálculo, talento y desidia, como fiel exponente de una industria que hace tiempo mira el horizonte con temor y escepticismo. La historia de un pequeño diario universal.
(...) Au Revoir
El 20 de noviembre de 1979, Peter, el cuarto hijo de Cox, recibió una carta en su domicilio de Recoleta con el sello de Montoneros:
Que personalidades como las de Cox y Graham-Yooll refundaran el Herald durante la dictadura y permanecieran vinculadas al diario hasta los meses finales, cuatro décadas después, fue —como dijo el gran cronista de Ranelagh— “no sólo interesante sino casi devastador”. Con el paso del tiempo, cuentas personales y profesionales nunca saldadas trasuntaron en indiferencia y cierta animadversión mutua. Recién avanzada la segunda década del siglo XXI, convertidos en leyendas del periodismo, Cox y Graham-Yooll reconstruyeron algo de lo que habían vivido cincuenta años atrás como una relación “familiar”.
A lo largo de décadas, libros, notas, blogs y documentales abrevaron en aspectos puntuales de la historia del periódico o abordaron experiencias personales de sus autores. Graham-Yooll, uno de los principales historiadores de la relación angloargentina, metódico archivista y prolífico escritor, apenas rozó tangencialmente la narración de la vida del Herald. Cox no se despegó del destino del diario tras titular su texto de despedida “Au revoir”, en diciembre de 1979, pese a que al poco tiempo se sintió injustamente segregado. Sin embargo, tampoco se abocó a escribir la historia íntima que guardaba en sus memorias. Ambos se mostraron complacidos cuando les conté que iba a emprender la tarea de investigar los 141 años del Herald y prestaron su testimonio con generosidad.
“Dale flaco, que pasa el tiempo”, me dijo Graham-Yooll semanas antes de morir en Londres, en julio de 2019.
(...)
La atribución de cualidades democráticas anglosajonas al Herald fue un lugar común entre quienes buscaron una explicación a la singular reacción del periódico ante la dictadura de los 30.000 desaparecidos. “Eran conservadores, pero ingleses”, “fueron liberals, no liberales”, argumentaron unos y otros, pese a las contradicciones terminológicas. Una simplificación tentadora, pero ahistórica. Por empezar, porque las civilizaciones emblemáticas del régimen liberal democrático anglosajón —el Reino Unido y Estados Unidos— estuvieron lejos de sostener tales principios en su política exterior en los siglos XIX y XX, y mucho menos hacia la Argentina. Las supuestas virtudes intrínsecas de la política de Londres no aplicaron a su relación con el Río de la Plata.
Con los años, aquella página de 1876 sobre el movimiento portuario ganaría densidad hasta transformarse en un testigo del palacio y la calle, protegido y desconfiado por su idioma en dosis similares, y se acercaría demasiado a monstruos que amenazaban con devorarlo. La fragilidad de las alas de Ícaro fue reflejo de las dudas sobre la propia identidad como diario argentino o extranjero que acompañaron a sus diferentes conducciones durante décadas.
El siglo XIX albergó capítulos de acercamiento y turbulencia entre el Reino Unido y la joven República. En el año de la fundación del Herald, acechaba la restricción de divisas y una deuda financiera con Londres a la que se haría “honor” hasta con el hambre y la sed de dos millones de argentinos, según proclamó Nicolás Avellaneda, el presidente de entonces. Un tiempo después, tomaría la posta para “administrar” el país una generación marcada por cierta anglofilia —fuera por motivos culturales o comerciales— y sobrevendrían el cambio del ciclo exportador de la lana a los granos y la industria frigorífica, y la puja por la hegemonía del capitalismo global. ¿Cabía pensar, entonces, que los primeros años del Herald transcurrieron con armonía entre los emprendedores extranjeros liberales y las elites en pugna dentro de la Generación del 80? Inmigrantes europeos pobres —es decir, rara vez ingleses— alumbraron protestas anarquistas y socialistas en las primeras décadas del siglo XX. La carta de resolver el desafío mediante acuerdos de sobremesa entre la aristocracia conservadora y grandes terratenientes de la Patagonia —británicos— o inversores en los Talleres Vasena —también británicos— se vio tensionada mientras la Argentina se asomaba al voto popular y al derecho a huelga. ¿El Herald habrá respondido con apego a los valores de la democracia liberal o, por el contrario, se retrajo hacia la representación del inversor en pampas hostiles? ¿O hubo idas y vueltas?
Sucederían décadas protagonizadas por movimientos políticos populares y golpes perpetrados por elites de cuño conservador-liberal, o de inspiración fascista, o conservadoras y fascistas a la vez. Con el paso del tiempo, los capitales ingleses se retrajeron de sus dominios sobre tierras, trenes, empresas de servicios y frigoríficos. La inmigración británica —lectorado núcleo del Herald— fue una de las de mayor tasa de retorno. Como describió Graham-Yooll, el inglés o el escocés fue un tipo de inmigrante que se asumió por largo tiempo como parte de una “comunidad visitante”, sin planes de meterse en política o peleas sindicales. Sus prioridades eran la casa, el club, la iglesia, el colegio de sus hijos y su diario. ¿Por qué habrá sobrevivido uno de los periódicos de una comunidad significativa, pero no masiva, y, en cambio, antes de mitad de siglo XX había sucumbido ya casi toda la prensa gráfica de corrientes nacionales y lingüísticas europeas que aportaron centenares de miles y millones de inmigrantes?
El Herald apoyó todos los golpes de Estado del siglo XX: los vio como una instancia inevitable para sentar las bases de la verdadera democracia. Un editor llegó a pararse, literalmente, junto a los fusiladores de una protesta anarquista. Más adelante, el diario combatió a civiles y militares que exploraron vías para levantar la proscripción del peronismo. En varios tramos de la historia, se mostró dogmático al defender esquemas económicos que provocaron estragos sociales. Sin duda, sería una injusta simplificación reducir la historia del diario a sus momentos de complicidad con regímenes y prácticas antidemocráticos. También fue el medio que alentó la política migratoria de principios del siglo XX y, con los bemoles de la época, se dirigió a la mujer como lectora en años en que la ciudadanía era cosa de hombres. Mucho antes de la dictadura de 1976, desentonó cada tanto con la prensa dominante al apegarse a los hechos por encima de sus objetivos ideológicos, al tomar distancia de alguna ofensiva política pergeñada por la Embajada de Estados Unidos y al reclamar “no cerrar los ojos” ante la popularidad de líderes a los que temía.
A días de la Navidad 1979, Cox debió dejar el país junto a su familia. Tres años antes, en silencio, mientras arreciaban las desapariciones, había hecho lo propio Andrew Graham-Yooll. Para una parte de la comunidad del diario —lectores, influyentes y algunas miradas dentro de la empresa editora—, Graham-Yooll tenía simpatías por la lucha armada y Cox no había sabido comprender el valor supremo de derrotar la amenaza “comunista” por el método que fuera. Con personeros de la dictadura con ánimos de prolongar su estadía en el Gobierno por muchos años y sin su director más emblemático, al Herald le quedaba abierta la opción de resistir, con el riesgo de que cayeran represalias sobre periodistas con menos renombre, facilitadas por el fervor nacionalista que al poco tiempo brindaría, en 1982, la Guerra de Malvinas. También se presentaba la opción de pactar y someterse a la censura, o un abordaje intermedio.
El trauma de la dictadura proyectó su sombra sobre las décadas siguientes. En definitiva, la meta primaria de todo diario es informar a su público sobre lo ocurrido el día anterior y, en esa senda, una porción de los lectores del Herald parecía más propensa a expresar su fastidio por la economía errática de la recuperada democracia que a levantar el reclamo por memoria, verdad y justicia ante los crímenes de lesa humanidad. ¿A qué público debía dirigirse? Allí estaban, en el plano hipotético, la declinante comunidad de habla inglesa, el mundo de la educación, la elite política y cultural, el inversor extranjero, las embajadas, el turismo y las familias que se acercaron por la lucha por los derechos humanos. Un empate entre lectorados no siempre complementarios en el que ninguno garantizaba una masa crítica de lectores.
(...)
Apenas cerró el Herald, la primera propuesta para este libro fue un texto sobre los años en que lo dirigí, entre 2013 y 2017, en clave de memoria personal. Me pareció que enmarcar el abordaje en el período que va desde la llegada de Cox al país —en 1959— hasta el final aportaría una mirada más integral y justa para comprender el pasado y mi propia experiencia. Sin embargo, los primeros pasos en la hemeroteca y el conocimiento de una contienda rocambolesca entre potencias que se disputaban la hegemonía del capitalismo a fines del siglo XIX, con consecuencias determinantes en el destino de la modesta página que comenzaba a publicarse en Buenos Aires, extendieron el umbral de este trabajo hasta 1876. Las zonas de acuerdo y fricción durante el primer siglo del Herald tenderían un puente para comprender el diario que apoyó y denunció, a veces en simultáneo, a la dictadura de Videla.
La mejor forma de contar la historia del Herald fue dar la palabra a sus páginas. En especial, sus tapas, columnas, editoriales y la organización de las secciones. Junto a Cecilia Camarano, quien trabajó en la investigación, analizamos ediciones desde el año de su nacimiento, abordadas por intervalos preestablecidos que ganaron frecuencia en la medida en que el Herald sumó contenidos. El registro fue complementado con la búsqueda específica de la cobertura sobre acontecimientos relevantes en la vida pública —elecciones, golpes de Estado, conflictos, revueltas, matanzas— y en la redacción —cambios en la propiedad y la dirección, aniversarios, amedrentamientos—.
El análisis de los ejemplares —en gran parte, clasificados en la Biblioteca Nacional— fue enriquecido por una docena de libros e investigaciones académicas que reprodujeron textos del periódico. El trabajo de hemeroteca incluyó el cotejo de unos cuarenta diarios, revistas y sitios digitales de la Argentina y el exterior.
Los archivos personales de Andrew Graham-Yooll y Robert Cox, legados a la universidad argentina de San Andrés y a la estadounidense de Duke, respectivamente, aportaron un valioso cuerpo de documentación, que incluye correspondencia, notas personales, fichas y comunicaciones laborales. Consulté los archivos del Departamento de Estado y Nacional de Estados Unidos, del Ministerio de Justicia argentino, de la Policía Federal Argentina, declaraciones judiciales, documentos desclasificados de la Inteligencia estadounidense e investigaciones académicas sobre hechos relevantes para la vida del Herald. Exdirectivos, periodistas y familiares de desaparecidos compartieron documentos y sus valiosas colecciones.
Hice entrevistas a sesenta personas. Entre los directamente relacionados con el Herald, a quienes ocuparon puestos de director, secretario de redacción, jefe de sección, redactor, reportero gráfico, diagramador, gerente, administrativo, ejecutivo e integrante del directorio, así como a allegados de algunos de ellos. También entrevisté a legisladores, víctimas de la dictadura, dirigentes sociales, periodistas, funcionarios judiciales y empresarios. En cuanto al marco histórico, apelé a libros que abordaron períodos de décadas y los complementé con otros sobre ejes temáticos y acontecimientos puntuales.
(...)
Una vez recuperada la democracia, el prestigio de haber sobrevivido tras haber dado cuenta de la maquinaria del terror fue una carga de oxígeno y, a su vez, un desafío para la reinvención del Herald. Se sumaron cambios en el ciclo económico y tecnológico que pusieron en crisis las rutinas de producción y consumo de los diarios mientras la propiedad del medio afrontaba sucesivas turbulencias. La empresa se volvió cada vez más dependiente de los giros de la casa matriz en Charleston y de favores estatales. A la variación del contrato de lectura surgido a partir de las denuncias de violaciones a los derechos humanos le siguió el envejecimiento y la mutación cultural y sociológica de la comunidad anglohablante. Las familias inglesas de Hurlingham o Acassuso que recibieron durante décadas el diario en la puerta de una casa construida con inspiración ferroviaria cada vez más se iban transformando en añoranza antes que en realidad. Se impuso la necesidad de encontrar nuevos públicos.
La crisis de sustentabilidad se agudizó con el nuevo siglo. Fue una época de restricciones, despidos y renovación generacional. Para Evening Post, la empresa de Carolina del Sur en manos de los herederos de Peter Manigault desde 2004, la deficitaria unidad de Buenos Aires perdió interés. Llegaron los dueños argentinos sin vínculos con la comunidad anglohablante. Ni Sergio Szpolski (2008), ni Orlando Vignatti (2009-2015), ni López-De Sousa (2015-2017) buscaron modificar la línea editorial, básicamente porque el contenido del Herald no estuvo en su radar.
Durante mis cuatro años en la dirección, el marco de la polarización agregó frentes de tormenta, pero la distancia de batallas ajenas también se transformó en un activo, gracias a una plantilla de periodistas apegados a valores y procedimientos profesionales. No se trataba de indagar sobre la veracidad histórica de la epopeya de Homero, sino de que el imaginario sobre el diario liberal e independiente jugara a favor de una concepción humanista en cuanto a derechos civiles, económicos y políticos. El Herald debía ser contrario al capitalismo de amigos y a los monopolios que malversan el mercado, incluidos los informativos. La adhesión al conservadurismo corporativista argentino apenas remozado no era un buen destino para un diario que debía defender las reglas justas de la competencia, pese a las presiones.
Incluso por encima de la orientación editorial, el desafío tecnológico y el lenguaje digital podían representar el salto hacia un público global, o determinar el final del Herald. Un diario con pocos lectores, alto valor simbólico y potencial de llegar a públicos desatendidos estaba llamado a transformarse en el gran narrador de la información en inglés desde el Cono Sur, pero el horizonte empresarial para asumir el desafío nunca asomó.
El Herald solía ser referido como un diario “único”. Había motivos. Único por su idioma, por las denuncias sobre los desaparecidos, por su supuesta génesis liberal y por la demografía de su redacción. Al cabo de este trabajo, también comprendí que la suya fue una historia de pasión, rutinas, mística, cálculo, talento y desidia, como fiel exponente de una industria que hace tiempo mira el horizonte con temor y escepticismo. La historia de un pequeño diario universal.
(...) Au Revoir
El 20 de noviembre de 1979, Peter, el cuarto hijo de Cox, recibió una carta en su domicilio de Recoleta con el sello de Montoneros:
Querido Peter: Te escribimos porque sabemos que estás afligido por cosas que les han ocurrido a los papás o abuelitos de algunos amiguitos tuyos y tenés miedo de que algo así pueda ocurrirles a tu “daddy” o a varios de Uds. de refilón y sin querer, porque no nos dedicamos a desayunar “niños envueltos” (…). Excepcionalmente, y en consideración a lo peculiar del trabajo de tu “dad”, queremos brindarle a él (y a todos Uds.) la opción de exiliarse debido al riesgo de asesinato por la dictadura videlista.
El texto instó a que Peter y sus hermanos propusieran un plan de salida:
Vender la quinta Victoria en el Highland Park, vender lo que no sea propiedad de tu abuelito usurero Agustín Daverio, vender los dos autos (el Peugeot y el Dodge) (…) e irse a trabajar por ejemplo a París con el amigo Rosenblum [Mort, director del Herald Tribune], en otro Herald más grande. Motivo: la persecución desatada por la represión y los milicos contra quienes defienden la libertad y los derechos humanos.
La carta continuó con una alusión antisemita oblicua sobre “los amigos de tu papá (Freeman, Friedman)”. Y cerró:
Tus tíos, que los esperan para pasar unas Merry Xmas en Inglaterra, prefieren lo mismo. Un montón de saludos revolucionarios de los amigos de tu papá. Montoneros.
Cox entendió que la autoría y el mensaje eran inequívocos más allá de la burda distracción: un sector de la dictadura amenazaba de muerte a la familia. No era la primera vez que le llegaba una carta membretada con el rifle AK-47 con el que se identificaba la guerrilla peronista. El año previo, textos con esa insignia, que Cox interpretaba como meras provocaciones de los militares, le habían agradecido la solidaridad. Esta vez, el tenor de la advertencia fue diferente.
Cada párrafo de la carta insinuaba una doble intención: la amenaza y la demostración de un amplio conocimiento de la vida familiar. A la vez, recrudecieron las amenazas telefónicas. La guardia policial prometida por Harguindeguy en la puerta del edificio de avenida Alvear desaparecía por varias horas, que en general coincidían con algún hecho extraño.
Videla recibió al periodista un día de fines de noviembre por la tarde. Pretendió dar la imagen de un hombre derrotado —”Me entristece muchísimo saber que se va; por favor, quédese con su familia”— y le dijo a Cox que quería bajar los brazos y renunciar. “Dios mío. ¿Tan mal están las cosas?”, le preguntó el director del diario. En coincidencia, el Departamento de Estado norteamericano todavía sostenía que había un bando duro y otro blando dentro del régimen.
Esa misma noche, Cox redactó una carta al accionista de Charleston en la que solicitó un año de licencia sin goce de sueldo. “Las amenazas, que debemos tomar muy en serio, están dirigidas a mis hijos”, explicó el periodista.
En un movimiento editorial extraño para el momento, el 5 de diciembre de 1979 el Herald depositó alguna esperanza en Leopoldo Fortunato Galtieri, un feroz represor a cargo de Rosario, nombrado comandante en jefe del Ejército en reemplazo de Roberto Viola. “Su designación ha generado esperanza por su experiencia como comandante que ha sabido cómo mantener la disciplina y restaurar la legalidad.” El texto no parecía escrito por Cox. Al día siguiente, una opinión editorial fue irónica con Harguindeguy, quien había ninguneado la amenaza. El texto se preguntaba cómo los “desvencijados correos” argentinos podían procesar las decenas de miles de amenazas que el ministro del Interior había sugerido que circulaban por la Argentina. En tono más serio, Cox recordó que “un gran número de periodistas han sido asesinados o secuestrados” y, a diferencia de empresarios y militares, aquéllos no contaban con custodios especiales. “Es fatigoso sugerir que las amenazas de cualquier parte deben ignorarse alegremente”, remarcó.
"¿Quién le teme al Herald?", preguntó James Neilson en la misma edición. Más que responder la pregunta, diseminó sospechas. Afirmó que era “un pequeño diario de reducida circulación, escrito en un idioma que sólo una minoría comprende en la Argentina”, y que, por otra parte, defendía causas “moderadas”, como “políticas económicas que llevaron a la prosperidad” e ideales “más bien banales” como el deseo de que se pusiera “fin a las torturas” a las “prisiones sin juicio, las desapariciones y todo gansterismo político”. “En la mayor parte del mundo occidental, un diario con principios tan poco excepcionales atraería poca atención y generaría poco entusiasmo. Acá, sin embargo, encendió tanta furia en algunos que están contemplando el asesinato para silenciarlo. ¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué nos temen?”, completó el director adjunto.
Neilson pareció aludir a que los rivales de Videla estaban siendo derrotados. Acaso se apoyó en el hecho de que, en septiembre de 1979, el “duro” Menéndez había fracasado en un intento de golpe para derrocar al “blando” Viola en la comandancia del Ejército. Pero también apuntó la hipótesis de que la amenaza proviniera de “la izquierda”, que le atribuía al Herald —según el periodista inglés— “conexión especial con la Embajada estadounidense, por lo tanto, con la CIA” por el sólo hecho de preconizar “políticas económicas sanas” y deplorar “el terrorismo marxista”. En consecuencia, razonó que las “anónimas bandas de violentos” habrían entrado en “desesperación por el modo en que el país está cambiando”. “Argentina está comenzando a recobrar su salud, a sentir que la sangre corre por sus venas una vez más. Hay un creciente clamor por el retorno del debido proceso (…). La Argentina es hoy un lugar mucho más libre que como era hace dos e incluso hace un año”, se esperanzó.
Casi en simultáneo, el 2 de noviembre de 1979, la versión de Santiago O’Neill —seudónimo que Neilson utilizaba para firmar en Somos— había apuntado en sentido contrario en la columna “Los vecinos sean unidos…”. A raíz de acuerdos energéticos y un supuesto acercamiento político del régimen de Videla a los dictadores de Bolivia, Uruguay, Brasil y Paraguay, el columnista de Atlántida evaluó que “los gobiernos de la región” miraban con “comprensible desasosiego el avance del marxismo en el hemisferio y a su vez deben hacer frente a las presiones de los Estados Unidos”. En un contexto acuciante para su colega Cox, Neilson adhirió a la denuncia de que el Gobierno de Videla era incomprendido por el hemisferio norte: “Para Argentina, cerrar filas con los vecinos es una necesidad urgente. Una combinación funesta de circunstancias (…) ha servido para empujar al país al aislamiento, justo cuando el Gobierno buscaba reintegrarlo a la comunidad occidental”.
Sobre Sebastián Lacunza
Buenos Aires, 1972. Ejerce el periodismo desde fines de la década de 1990. Fue director periodístico del Buenos Aires Herald entre 2013 y 2017. Actualmente se desempeña como corresponsal de la agencia estadounidense REDD y de Reporteros Sin Fronteras. Antes, trabajó trece años en el diario Ámbito Financiero y cinco como corresponsal del italiano Il Manifesto. Ha colaborado en medios como The Washington Post, PáginaI12, Anfibia, Le Monde Diplomatique, elDiarioAR, Inter Press Service, Letra P y La Diaria. Cubrió acontecimientos y crisis en países de América, Europa y Medio Oriente. Formado en la Universidad de Buenos Aires, Flacso y la Universidad del País Vasco, escribió dos libros: Wiki Media Leaks (2012) —en coautoría— y Pensar el periodismo (2017). Es docente de maestría en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. En redes es @sebalacunza.
Fuente: Editorial Paidós
jueves, 12 de agosto de 2021
Casación anuló el sobreseimiento de Mariano Martínez Rojas
La Sala II del máximo tribunal penal del país anuló la decisión del juez Ercolini que había favorecido al supuesto empresario y lo apartaron de la causa.
La Cámara Federal de Casación Penal anuló el fallo del juez Julián Ercolini que sobreseyó al supuesto empresario Mariano Martínez Rojas en la causa que lo investiga por haber interrumpido la señal de Radio América cuando ingresó a la planta transmisora de la radio junto con un grupo de personas en junio de 2016. La sala II del máximo tribunal penal dispuso “anular la resolución recurrida, apartar al juez y remitir las actuaciones a su procedencia a fin de que, por ante quien corresponda, se proceda a su sustanciación”.
La decisión fue tomada por unanimidad por los jueces Alejandro Slokar, Carlos Mahiques y Guillermo Yacobucci, que hicieron lugar al recurso interpuesto por el Ministerio Público Fiscal. El supuesto supuesto empresario obtuvo notoriedad cuando en 2016 se presentó como dueño de Tiempo Argentino y Radio América, ocasión en la que los trabajadores de esos medios lo denunciaron como “parte de una maniobra fraudulenta impulsada por el vaciador y autodenominado supuesto empresario Sergio Szpolski, que simuló la venta del diario Tiempo Argentino para eludir su responsabilidad en el cierre del medio a partir de la cesación de pagos de los salarios”. Casación señaló que Ercolini había omitido valorar los elementos de prueba propuestos por las partes, lo que constituye una causal de arbitrariedad conforme a la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, lo que dejó en falsa escuadra al cuestionado juez.
El supuesto empresario no gozaba de la aprobación del ENaCom para explotar la licencia de Radio América. El Ministerio Público Fiscal calificó la conducta como interrupción de comunicación radiales, delito previsto en el art. 197 del Código Penal.
Tras la irrupción, los trabajadores de los medios lo denunciaron como “parte de una maniobra fraudulenta impulsada por el vaciador y autodenominado supuesto empresario Sergio Szpolski, que simuló la venta del diario Tiempo Argentino para eludir su responsabilidad en el cierre del medio a partir de la cesación de pagos de los salarios. Apenas Martínez Rojas dijo haber adquirido el medio, sin aportar ninguna prueba, intentó suspender la salida del diario frente a los trabajadores del medio que llevaban dos meses sin cobrar".
La causa fue elevada a juicio en febrero de 2019 y quedó a cargo de Ercolini. Más de dos años después, y cuando correspondía la realización del debate oral y público, el magistrado dictó el sobreseimiento del único acusado por entender que no se podía probar el delito.
Ahora, la Cámara Federal de Casación Penal dejó sin efecto el sobreseimiento y señaló que el juez Ercolini había omitido valorar los elementos de prueba propuestos por las partes, lo que constituye una causal de arbitrariedad conforme a la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Martínez Rojas se encuentra, además, condenado en otro expediente a la pena de seis años de prisión por el delito de contrabando en el marco de la denominada causa de la “mafia de los contenedores”.
Fuente: Ámbito Financiero
La Cámara Federal de Casación Penal anuló el fallo del juez Julián Ercolini que sobreseyó al supuesto empresario Mariano Martínez Rojas en la causa que lo investiga por haber interrumpido la señal de Radio América cuando ingresó a la planta transmisora de la radio junto con un grupo de personas en junio de 2016. La sala II del máximo tribunal penal dispuso “anular la resolución recurrida, apartar al juez y remitir las actuaciones a su procedencia a fin de que, por ante quien corresponda, se proceda a su sustanciación”.
La decisión fue tomada por unanimidad por los jueces Alejandro Slokar, Carlos Mahiques y Guillermo Yacobucci, que hicieron lugar al recurso interpuesto por el Ministerio Público Fiscal. El supuesto supuesto empresario obtuvo notoriedad cuando en 2016 se presentó como dueño de Tiempo Argentino y Radio América, ocasión en la que los trabajadores de esos medios lo denunciaron como “parte de una maniobra fraudulenta impulsada por el vaciador y autodenominado supuesto empresario Sergio Szpolski, que simuló la venta del diario Tiempo Argentino para eludir su responsabilidad en el cierre del medio a partir de la cesación de pagos de los salarios”. Casación señaló que Ercolini había omitido valorar los elementos de prueba propuestos por las partes, lo que constituye una causal de arbitrariedad conforme a la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, lo que dejó en falsa escuadra al cuestionado juez.
El supuesto empresario no gozaba de la aprobación del ENaCom para explotar la licencia de Radio América. El Ministerio Público Fiscal calificó la conducta como interrupción de comunicación radiales, delito previsto en el art. 197 del Código Penal.
Tras la irrupción, los trabajadores de los medios lo denunciaron como “parte de una maniobra fraudulenta impulsada por el vaciador y autodenominado supuesto empresario Sergio Szpolski, que simuló la venta del diario Tiempo Argentino para eludir su responsabilidad en el cierre del medio a partir de la cesación de pagos de los salarios. Apenas Martínez Rojas dijo haber adquirido el medio, sin aportar ninguna prueba, intentó suspender la salida del diario frente a los trabajadores del medio que llevaban dos meses sin cobrar".
La causa fue elevada a juicio en febrero de 2019 y quedó a cargo de Ercolini. Más de dos años después, y cuando correspondía la realización del debate oral y público, el magistrado dictó el sobreseimiento del único acusado por entender que no se podía probar el delito.
Ahora, la Cámara Federal de Casación Penal dejó sin efecto el sobreseimiento y señaló que el juez Ercolini había omitido valorar los elementos de prueba propuestos por las partes, lo que constituye una causal de arbitrariedad conforme a la doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
Martínez Rojas se encuentra, además, condenado en otro expediente a la pena de seis años de prisión por el delito de contrabando en el marco de la denominada causa de la “mafia de los contenedores”.
Fuente: Ámbito Financiero
sábado, 3 de julio de 2021
4 de julio de 2016: La noche que no pudieron silenciarnos
María del Carmen Verdú, Eduardo Murúa, Lauro Grande y Diego Pietrafesa cuentan qué los impulsó, aquel 4 de julio de 2016, a luchar junto con los trabajadores de Tiempo para recuperar la redacción
Por: Federico Amigo @amigofede
La lluvia empapaba hasta los huesos. Inundaba el empedrado de la calle Amenábar. Cada vez llegaban más personas a la puerta de la redacción de Tiempo, el diario que había sido recuperado por sus trabajadores y trabajadoras tres meses antes. Con el pijama debajo del tapado negro, María del Carmén Verdú, referente de Correpi, empezó a chapear con la credencial de abogada. También presionaba Lauro Grande, por esos días diputado provincial. Diego Pietrafesa, colega de prensa, difundía las dramáticas escenas en las redes sociales. “Es ahora o nunca. Tenemos que entrar”, arengó Eduardo Murúa. Afuera de la redacción, la resistencia de compañeros, amigos, lectores, cooperativistas. En el medio, la participación necesaria –y cómplice– de la policía. Adentro, el ruido inconfundible de una patota que rompía todo lo que tenía adelante. Había que sacarlos. Había que defender a Tiempo. Había que recuperarlo, otra vez.
El ataque a la redacción de Tiempo y Radio América, el 4 de julio de 2016, ocurrió en un marco de amenazas, despidos y vaciamientos para el conjunto de las y los trabajadores de prensa. El desguace del Grupo 23, liderado por Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, fue el primer conflicto del gremio en una época oscura para el periodismo. Entre 2016 y 2019, el mapa de medios no solo se concentró todavía más, sino que hubo más de 4500 despidos. Las y los periodistas, incluso, fueron espiados por los servicios de inteligencia. Pero también hubo victorias para el sector. La de esa madrugada, ese día en el que un colectivo de periodistas desalojó a una patota liderada por Mariano Martínez Rojas, fue una de ellas.
“Pasó de ser una noche de angustia y tristeza a la alegría y la consolidación de un medio como el que tenemos hoy”, sintetiza Grande, uno de los tantos protagonistas para revertir el escenario que, al comienzo de la madrugada, era desolador. En el testimonio de Pietrafesa, quien documentaba cada instante, acaso se resume el rol y la solidaridad de las y los colegas, factor fundamental para haber logrado entrar otra vez a la redacción de Amenábar 23. “Esa noche los vi defendiendo lo que amaban ustedes y lo que todos amamos. Lo hicieron entonces, lo hacen ahora y lo seguirán haciendo”, dice el delegado de Telefe y secretario de Derechos Humanos en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Verdú también coincide, y refuerza la importancia de dar la pelea en aquel cruel contexto. “La defensa de Tiempo resume el reclamo de un momento histórico en el que los trabajadores y las trabajadoras de prensa vieron atacados como nunca antes sus derechos y sus condiciones laborales, y hasta su integridad física. También puso sobre la mesa la real posibilidad de que las y los comunicadores fueran dueños de sus palabras”, sostiene quien representa a la cooperativa en la causa judicial que está en manos del Juzgado Criminal y Correccional Nº 8.
Aquel episodio fue un punto de inflexión, otro mojón que consolidó el camino de esta experiencia colectiva que comenzó en abril de 2016. El acompañamiento y la solidaridad de esa noche permitió que Tiempo mantuviera su lugar en el mapa de medios. No hubiese sido posible sin el aporte de distintos protagonistas clave. De otros medios autogestivos y de esa unidad. No hubo patota, policía, frío o lluvia que rompieran ese espíritu de preservación. “Defendí, defiendo y defenderé Tiempo porque se inscribe en la historia del periodismo que habla para el pueblo, dice para el pueblo e investiga para el pueblo. Y que no tiene nada que ver con los intereses corporativos ni las grandes riquezas”, explica Grande, que actualmente integra el Ministerio de Obras Públicas.
Los testimonios de Murúa, Grande, Pietrafesa y Verdú son una selección arbitraria, apenas una muestra que permite recordar aquella madrugada. Y reflexionar sobre la importancia de fortalecer un sistema de medios distinto al que representan los actores corporativos. “Nos sentimos parte de este proceso: defender a un medio autogestivo e independiente que amplifica nuestra propia voz y nos permite fisurar la invisibilización de las luchas, en particular la represiva, también es autodefensa”, concluye la Negra. Y en esa frase aparece el agradecimiento para todos y todas las que acompañan a Tiempo. Los que se sienten convocados, incluso en una noche tormentosa, helada y con olor a derrota, a defender sus derechos.
Medidas para probar la complicidad de la policía con la patota
Tras un largo letargo de la causa, la Justicia debe establecer el nexo. Pero la Comisaría 31, que dio cobertura a los violentos, ya no existe
Por: Federico Trofelli @FedeTrofelli
A cinco años del virulento ataque al edificio donde funcionaba la redacción de Tiempo y las instalaciones de Radio América, la Justicia avanza –luego de varios meses de letargo– en la producción de pruebas sobre la presunta complicidad entre la policía y la patota que aquella madrugada del 4 de julio de 2016 intentó despojar de su fuente laboral a unos 400 trabajadores de prensa del diario y la emisora, que habían formado parte del denominado Grupo 23, vaciado por los empresarios Sergio Szpolski y Matías Garfunkel.
El Juzgado Criminal en lo Correccional Federal N° 8, a cargo de Marcelo Martínez de Giorgi, ordenó el pasado 28 de junio a la Jefatura de la Policía Federal que tome las medidas necesarias para dar con los datos personales y el destino de todos los efectivos que se encontraban cumpliendo servicio en la ex Comisaría 31, de Colegiales, entre la noche del 3 y la madrugada del 4 de julio de ese año.
El juez quiere saber qué funciones tenía cada policía en ese momento y que se establezcan los móviles que estaban asignados a esa seccional con sus respectivos choferes y acompañantes. Del mismo modo, busca determinar los números de teléfonos celulares que había en cada patrullero y si poseían un sistema de rastreo satelital que “permitiera conocer su ubicación en tiempo real y si al día de la fecha resulta posible obtener los datos registrados sobre la ubicación de esos móviles durante la noche en cuestión”, según se desprende de la solicitud.
Esta información, bastante básica por cierto, ya había sido pedida hace cinco años por la querella, representada por la abogada María del Carmen Verdú. Sin embargo, el planteo fue sistemáticamente rechazado. Sin dudas, dar con esos datos habría sido más simple en 2016 si se tiene en cuenta que, en el tiempo transcurrido, la Comisaría 31 dejó de existir para dar paso a la Comisaría Vecinal 14-B, y que gran parte de la Policía Federal se fusionó con la Metropolitana, creando así la Policía de la Ciudad.
“Desde ese 4 de julio venimos sosteniendo que el ataque de la patota de Mariano Martínez Rojas a la redacción de Tiempo fue posible por la connivencia de la Policía Federal, que lo acompañó y le dijo al cerrajero convocado que tenía que forzar el ingreso porque se trataba del ‘dueño’”, explica la abogada que defiende los intereses de los trabajadores y trabajadoras de la Cooperativa Por Más Tiempo.
Según se pudo reconstruir a través de testimonios de los testigos y los propios sospechosos, aquella noche el supuesto comprador de Tiempo Argentino y Radio América, el estafador Martínez Rojas –en la actualidad preso por otra causa– irrumpió por la fuerza en el edificio de Amenábar 23, en el barrio porteño de Colegiales, donde pernoctaban tres trabajadores que resguardaban los elementos laborales gracias a un permiso del Ministerio de Trabajo. Tras golpearlos y echarlos, los intrusos tomaron las instalaciones y destruyeron parte del mobiliario.
El copamiento, tal como se desprende del expediente, fue encabezado por Martínez Rojas, que contó con los servicios de Juan Carlos Blander, un experimentado empresario que brindaba seguridad en grandes eventos musicales, quien se encargó de reclutar a una patota de más de una docena de hombres, muchos de ellos con antecedentes penales. Dicho por el mismo Blander, el comisario Jorge Guillermo Azzolina fue quien recomendó su nombre a Martínez Rojas para realizar este particular trabajo, porque, por obvias razones, la policía no podía participar activamente de la maniobra ilegal.
Sin embargo, los agentes no tuvieron mayores inconvenientes en darle cobertura en el territorio a la fuerza parapolicial. El lugarteniente de Azzolina, el subcomisario Gastón Aparicio, sí estuvo en el lugar de los hechos y jugó un rol clave en favor de los violentos, ya que intentó en todo momento que los trabajadores no ingresaran al edificio, filtrándole información a la fiscal contravencional Verónica Andrade, quien esa noche intervino desde su casa.
Lo que no esperaban tanto Andrade como la patota y los policías es que en cuestión de minutos, el sitio se colmara de otros trabajadores y organizaciones sociales y políticas que se solidarizaron inmediatamente con los cooperativistas de Tiempo y, a pesar de la fuerte tormenta, en la calle comenzaron un fuerte reclamo para recuperar el lugar.
“El procesamiento del comisario Azzolina fue revocado por la Cámara Criminal y Correccional Federal, que lo reemplazó por una falta de mérito, argumentando que faltaba producir prueba a su respecto. Pasaron casi dos años, y recién ahora el juzgado empezó a producir las medidas necesarias para establecer cuál fue la intervención policial, que no solo incumbe a Azzolina, sino también al subcomisario Aparicio, que fue el hombre de azul en el lugar”, continúa Verdú.
A pesar de intentar desvincular por el momento a Azzolina, el fallo de los jueces de la Sala I de la Cámara Federal, Leopoldo Bruglia, Mariano Llorens y Pablo Bertuzzi, emitido a mediados de 2019, ratificó la imputación que pesa sobre los otros 15 sospechosos, que ya habían sido procesados por el juez Martínez de Giorgi, entre los que se encuentran Martínez Rojas, Blander y el resto de la patota. Todos ellos quedaron formalmente acusados de “usurpación, daño, interrupción de la comunicación y robo”.
“Una vez que logramos superar el larguísimo tiempo insumido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación para confirmar que los delitos cometidos eran de carácter federal, porque se dirigieron a impedir la libre circulación del diario y constituyen un atentado a la libertad de prensa, fue relativamente simple lograr el procesamiento de la patota y de su jefe, Martínez Rojas. Pero el aparato judicial trató de relativizar la participación necesaria de la policía, entonces integrantes de la Policía Federal, hoy policías de la Ciudad”, resume Verdú.
“Martínez Rojas y su patota nunca hubieran podido forzar su ingreso al edificio sin la cooperación policial”, insiste la abogada de la cooperativa y referente de Correpi, y concluye: “Desde la querella queremos llegar al juicio oral con todas las imputaciones completas. Sin los policías, no lo vamos a permitir”.
Multimillonarios embargos
En la última diligencia, el juez Martínez de Giorgi también embargó a Martínez Rojas por ocho millones de pesos; a Blander por dos millones de pesos; y al grupo de violentos integrado por Gabriel Moraut, Henry Castro Vargas, Carlos Ruiz Díaz, Carlos Antivero, Marcelo Caña, Pablo Batista, Diego Chávez, Esteban Díaz, Rodrigo Roldán, Juan Moreno, Ovidio Ramírez, Omar Ontivero y Alejandro Marostica Spahn, por la suma de 250 mil pesos cada uno.
Por: Federico Amigo @amigofede
La lluvia empapaba hasta los huesos. Inundaba el empedrado de la calle Amenábar. Cada vez llegaban más personas a la puerta de la redacción de Tiempo, el diario que había sido recuperado por sus trabajadores y trabajadoras tres meses antes. Con el pijama debajo del tapado negro, María del Carmén Verdú, referente de Correpi, empezó a chapear con la credencial de abogada. También presionaba Lauro Grande, por esos días diputado provincial. Diego Pietrafesa, colega de prensa, difundía las dramáticas escenas en las redes sociales. “Es ahora o nunca. Tenemos que entrar”, arengó Eduardo Murúa. Afuera de la redacción, la resistencia de compañeros, amigos, lectores, cooperativistas. En el medio, la participación necesaria –y cómplice– de la policía. Adentro, el ruido inconfundible de una patota que rompía todo lo que tenía adelante. Había que sacarlos. Había que defender a Tiempo. Había que recuperarlo, otra vez.
El ataque a la redacción de Tiempo y Radio América, el 4 de julio de 2016, ocurrió en un marco de amenazas, despidos y vaciamientos para el conjunto de las y los trabajadores de prensa. El desguace del Grupo 23, liderado por Sergio Szpolski y Matías Garfunkel, fue el primer conflicto del gremio en una época oscura para el periodismo. Entre 2016 y 2019, el mapa de medios no solo se concentró todavía más, sino que hubo más de 4500 despidos. Las y los periodistas, incluso, fueron espiados por los servicios de inteligencia. Pero también hubo victorias para el sector. La de esa madrugada, ese día en el que un colectivo de periodistas desalojó a una patota liderada por Mariano Martínez Rojas, fue una de ellas.
“Pasó de ser una noche de angustia y tristeza a la alegría y la consolidación de un medio como el que tenemos hoy”, sintetiza Grande, uno de los tantos protagonistas para revertir el escenario que, al comienzo de la madrugada, era desolador. En el testimonio de Pietrafesa, quien documentaba cada instante, acaso se resume el rol y la solidaridad de las y los colegas, factor fundamental para haber logrado entrar otra vez a la redacción de Amenábar 23. “Esa noche los vi defendiendo lo que amaban ustedes y lo que todos amamos. Lo hicieron entonces, lo hacen ahora y lo seguirán haciendo”, dice el delegado de Telefe y secretario de Derechos Humanos en el Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Verdú también coincide, y refuerza la importancia de dar la pelea en aquel cruel contexto. “La defensa de Tiempo resume el reclamo de un momento histórico en el que los trabajadores y las trabajadoras de prensa vieron atacados como nunca antes sus derechos y sus condiciones laborales, y hasta su integridad física. También puso sobre la mesa la real posibilidad de que las y los comunicadores fueran dueños de sus palabras”, sostiene quien representa a la cooperativa en la causa judicial que está en manos del Juzgado Criminal y Correccional Nº 8.
Quienes estuvieron aquella madrugada ya habían pasado por la redacción para solidarizarse durante el conflicto, acompañar e incluso sumar el aprendizaje y las enseñanzas de las recuperadas. Como el “Vasco” Murúa, hoy director nacional de Empresas Recuperadas en el Ministerio de Desarrollo Social. “Mi compromiso tenía que ver con que había estado en la formación como cooperativa. Sentí el desafío que habían asumido, el de recuperar un medio de comunicación, y también lo que significaba como beneficio para el conjunto de los trabajadores y de nuestro pueblo”, evalúa a cinco años del ataque.
No fue el único contra la prensa. “Durante el macrismo padecimos el cierre de medios y el intento de vaciamiento de los medios públicos, resistimos organizados en el SiPreBA y sufrimos agresiones por parte de las fuerzas policiales”, señala Carla Gaudensi, secretaria general de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPren). El hostigamiento se tradujo en que al menos 60 compañeros resultaron heridos y 20 detenidos mientras desarrollaban tareas periodísticas. “Junto con el CELS, lo denunciamos ante la CIDH. El expresidente Macri nunca se hizo cargo de esta violencia en contra de la prensa, así como sucedió con el ataque a Tiempo”, agrega sobre el escenario que atravesó el sector. Hasta ahora, la Justicia tampoco se hizo cargo de encontrar y sancionar a los culpables.
Aquel episodio fue un punto de inflexión, otro mojón que consolidó el camino de esta experiencia colectiva que comenzó en abril de 2016. El acompañamiento y la solidaridad de esa noche permitió que Tiempo mantuviera su lugar en el mapa de medios. No hubiese sido posible sin el aporte de distintos protagonistas clave. De otros medios autogestivos y de esa unidad. No hubo patota, policía, frío o lluvia que rompieran ese espíritu de preservación. “Defendí, defiendo y defenderé Tiempo porque se inscribe en la historia del periodismo que habla para el pueblo, dice para el pueblo e investiga para el pueblo. Y que no tiene nada que ver con los intereses corporativos ni las grandes riquezas”, explica Grande, que actualmente integra el Ministerio de Obras Públicas.
Los testimonios de Murúa, Grande, Pietrafesa y Verdú son una selección arbitraria, apenas una muestra que permite recordar aquella madrugada. Y reflexionar sobre la importancia de fortalecer un sistema de medios distinto al que representan los actores corporativos. “Nos sentimos parte de este proceso: defender a un medio autogestivo e independiente que amplifica nuestra propia voz y nos permite fisurar la invisibilización de las luchas, en particular la represiva, también es autodefensa”, concluye la Negra. Y en esa frase aparece el agradecimiento para todos y todas las que acompañan a Tiempo. Los que se sienten convocados, incluso en una noche tormentosa, helada y con olor a derrota, a defender sus derechos.
Medidas para probar la complicidad de la policía con la patota
Tras un largo letargo de la causa, la Justicia debe establecer el nexo. Pero la Comisaría 31, que dio cobertura a los violentos, ya no existe
Por: Federico Trofelli @FedeTrofelli
A cinco años del virulento ataque al edificio donde funcionaba la redacción de Tiempo y las instalaciones de Radio América, la Justicia avanza –luego de varios meses de letargo– en la producción de pruebas sobre la presunta complicidad entre la policía y la patota que aquella madrugada del 4 de julio de 2016 intentó despojar de su fuente laboral a unos 400 trabajadores de prensa del diario y la emisora, que habían formado parte del denominado Grupo 23, vaciado por los empresarios Sergio Szpolski y Matías Garfunkel.
El Juzgado Criminal en lo Correccional Federal N° 8, a cargo de Marcelo Martínez de Giorgi, ordenó el pasado 28 de junio a la Jefatura de la Policía Federal que tome las medidas necesarias para dar con los datos personales y el destino de todos los efectivos que se encontraban cumpliendo servicio en la ex Comisaría 31, de Colegiales, entre la noche del 3 y la madrugada del 4 de julio de ese año.
El juez quiere saber qué funciones tenía cada policía en ese momento y que se establezcan los móviles que estaban asignados a esa seccional con sus respectivos choferes y acompañantes. Del mismo modo, busca determinar los números de teléfonos celulares que había en cada patrullero y si poseían un sistema de rastreo satelital que “permitiera conocer su ubicación en tiempo real y si al día de la fecha resulta posible obtener los datos registrados sobre la ubicación de esos móviles durante la noche en cuestión”, según se desprende de la solicitud.
Esta información, bastante básica por cierto, ya había sido pedida hace cinco años por la querella, representada por la abogada María del Carmen Verdú. Sin embargo, el planteo fue sistemáticamente rechazado. Sin dudas, dar con esos datos habría sido más simple en 2016 si se tiene en cuenta que, en el tiempo transcurrido, la Comisaría 31 dejó de existir para dar paso a la Comisaría Vecinal 14-B, y que gran parte de la Policía Federal se fusionó con la Metropolitana, creando así la Policía de la Ciudad.
“Desde ese 4 de julio venimos sosteniendo que el ataque de la patota de Mariano Martínez Rojas a la redacción de Tiempo fue posible por la connivencia de la Policía Federal, que lo acompañó y le dijo al cerrajero convocado que tenía que forzar el ingreso porque se trataba del ‘dueño’”, explica la abogada que defiende los intereses de los trabajadores y trabajadoras de la Cooperativa Por Más Tiempo.
Según se pudo reconstruir a través de testimonios de los testigos y los propios sospechosos, aquella noche el supuesto comprador de Tiempo Argentino y Radio América, el estafador Martínez Rojas –en la actualidad preso por otra causa– irrumpió por la fuerza en el edificio de Amenábar 23, en el barrio porteño de Colegiales, donde pernoctaban tres trabajadores que resguardaban los elementos laborales gracias a un permiso del Ministerio de Trabajo. Tras golpearlos y echarlos, los intrusos tomaron las instalaciones y destruyeron parte del mobiliario.
El copamiento, tal como se desprende del expediente, fue encabezado por Martínez Rojas, que contó con los servicios de Juan Carlos Blander, un experimentado empresario que brindaba seguridad en grandes eventos musicales, quien se encargó de reclutar a una patota de más de una docena de hombres, muchos de ellos con antecedentes penales. Dicho por el mismo Blander, el comisario Jorge Guillermo Azzolina fue quien recomendó su nombre a Martínez Rojas para realizar este particular trabajo, porque, por obvias razones, la policía no podía participar activamente de la maniobra ilegal.
Sin embargo, los agentes no tuvieron mayores inconvenientes en darle cobertura en el territorio a la fuerza parapolicial. El lugarteniente de Azzolina, el subcomisario Gastón Aparicio, sí estuvo en el lugar de los hechos y jugó un rol clave en favor de los violentos, ya que intentó en todo momento que los trabajadores no ingresaran al edificio, filtrándole información a la fiscal contravencional Verónica Andrade, quien esa noche intervino desde su casa.
Lo que no esperaban tanto Andrade como la patota y los policías es que en cuestión de minutos, el sitio se colmara de otros trabajadores y organizaciones sociales y políticas que se solidarizaron inmediatamente con los cooperativistas de Tiempo y, a pesar de la fuerte tormenta, en la calle comenzaron un fuerte reclamo para recuperar el lugar.
“El procesamiento del comisario Azzolina fue revocado por la Cámara Criminal y Correccional Federal, que lo reemplazó por una falta de mérito, argumentando que faltaba producir prueba a su respecto. Pasaron casi dos años, y recién ahora el juzgado empezó a producir las medidas necesarias para establecer cuál fue la intervención policial, que no solo incumbe a Azzolina, sino también al subcomisario Aparicio, que fue el hombre de azul en el lugar”, continúa Verdú.
A pesar de intentar desvincular por el momento a Azzolina, el fallo de los jueces de la Sala I de la Cámara Federal, Leopoldo Bruglia, Mariano Llorens y Pablo Bertuzzi, emitido a mediados de 2019, ratificó la imputación que pesa sobre los otros 15 sospechosos, que ya habían sido procesados por el juez Martínez de Giorgi, entre los que se encuentran Martínez Rojas, Blander y el resto de la patota. Todos ellos quedaron formalmente acusados de “usurpación, daño, interrupción de la comunicación y robo”.
“Una vez que logramos superar el larguísimo tiempo insumido por la Corte Suprema de Justicia de la Nación para confirmar que los delitos cometidos eran de carácter federal, porque se dirigieron a impedir la libre circulación del diario y constituyen un atentado a la libertad de prensa, fue relativamente simple lograr el procesamiento de la patota y de su jefe, Martínez Rojas. Pero el aparato judicial trató de relativizar la participación necesaria de la policía, entonces integrantes de la Policía Federal, hoy policías de la Ciudad”, resume Verdú.
“Martínez Rojas y su patota nunca hubieran podido forzar su ingreso al edificio sin la cooperación policial”, insiste la abogada de la cooperativa y referente de Correpi, y concluye: “Desde la querella queremos llegar al juicio oral con todas las imputaciones completas. Sin los policías, no lo vamos a permitir”.
Multimillonarios embargos
En la última diligencia, el juez Martínez de Giorgi también embargó a Martínez Rojas por ocho millones de pesos; a Blander por dos millones de pesos; y al grupo de violentos integrado por Gabriel Moraut, Henry Castro Vargas, Carlos Ruiz Díaz, Carlos Antivero, Marcelo Caña, Pablo Batista, Diego Chávez, Esteban Díaz, Rodrigo Roldán, Juan Moreno, Ovidio Ramírez, Omar Ontivero y Alejandro Marostica Spahn, por la suma de 250 mil pesos cada uno.
Fotos: Eduardo Sarapura
Fuente: Diario Tiempo Argentino
Ver anteriores: Un grupo de violentos destrozó la redacción de Tiempo Argentino, Cosecha repudios la salvaje agresión en Tiempo Argentino y Radio América, Imputaron a Mariano Martínez Rojas por los destrozos en Tiempo Argentino, Mañana edición especial de Tiempo Argentino, Asamblea general abierta en la puerta de Tiempo Argentino y Radio América, “Los intrusos contaron con el acompañamiento de la Federal”, acusó periodista de Tiempo Argentino, Alejandro Wall: "No podrán ponernos de rodillas", Ataque a Tiempo Argentino: Los tres poderes del Estado están en mora, La tapa de Tiempo Argentino después del feroz ataque, Carta abierta a los trabajadores de Tiempo Argentino, Los trabajadores de Tiempo Argentino contaron el ataque en una edición especial (agotada en kioscos), Diputados repudió el ataque a los trabajadores de Tiempo Argentino y Radio América, Acerca de la visita de Cristina Fernández de Kirchner a Tiempo Argentino y Radio América, Radio América, transferencia de medios y el ENaCom, Trabajadores de Tiempo Argentino y Radio América relatan la visita de Cristina Fernández de Kirchner, Repara La Nación en la trama de engaños del empresario agresor de Tiempo Argentino, Trabajadores de Tiempo Argentino refutaron declaraciones de Macri, ENaCom estudia poner fin a la licencia de Radio América, ¿Quiénes son los usurpadores y quiénes los usurpados en Radio América?, El macrismo habilitó a la patota que atacó a Tiempo Argentino
miércoles, 21 de abril de 2021
Nacho Levy, nuevo Prosecretario de Redacción en TelAm
Nacho Levy, es periodista y militante popular. Es editor de la revista La Garganta Poderosa y uno de los referentes de la organización La Poderosa. En su perfil de Facebook publicó:Foto: Horacio Paone, Socompa
"Desde hoy, les escribo por TelAm"
Ahí, donde históricamente se siembra la noticia, para poder cosechar algún tipo de justicia. Ahí, donde intentaron montar un mercado central de la comunicación, suprimiendo personal para suprimir información. Ahí, donde tantas veces interpelamos a la prensa oficial, porque su silencio es otra forma de violencia institucional. Ahí, en la casa matriz de la información como asunto de Estado, donde no hay corporación que mire para otro lado. Ahí, donde Lombardi había soñado un terreno baldío, vacío de verdades, de libertades, de barrio y de corazón...
Ahí, voy a ser Prosecretario de Redacción.Era pasante, pasante de los que pasan y no queda ninguno, cuando fermentó La Poderosa, en los albores de 2001. Y vaya si se veía oscuro el futuro, pero yo vivía, como vivo y viviré siempre de mi laburo, sin patrocinios inconfesables, ni miserables. Otra vez en 2010, el destino me vio despedido de Tiempo Argentino, cuando a Szpolski no se lo podía cuestionar, "porque mirá si viene TN", ¡nunca no cuestionar conviene! Y menos cuando Larreta lanza sonriendo su contagio electoral, pero Trotta sigue siendo este barbijo que va mal, porque mamma mía, ¡no, Santa María! Que les valga la inocencia, pero tanta conveniencia quizá sea inconveniente para "los medios del bien", también. Sin oxígeno de planta, una dentadura de raíces abrió La Garganta, que poco a poco se volvió un multimedio social, gráfico, radial, televisivo y digital, donde hoy presumo el cargo mayor, lector.
Hundidos hasta el cuello en esta pandemia de mierda, que nos obliga a buscar changas por derecha o por izquierda, nos vimos de repente pensando colectivamente si debíamos aceptar, si realmente nos podríamos hacer lugar para comunicar desde las convicciones, sin hacer ningún tipo de concesiones, porque Télam no es una agencia cualquiera, es una aerolínea de bandera que puede cargar problemas del suelo y poner el grito en el cielo, hasta que se pueda oír. Porque si no, nos tendremos que ir. Pero vamos, vamos a una nueva plataforma que conquistamos, ¡por no callarnos!
Si les fallamos,
saben dónde encontrarnos.
lunes, 21 de diciembre de 2020
Mariano Martínez Rojas fue condenado a seis años de prisión
Es por por la causa de la "mafia de los contenedores". La condena se le suma a otra por estafa en Tierra del Fuego, de un año. Además, fue procesado por golpear a un guardiacárcel
Mariano Martínez Rojas, líder de la patota que atacó Tiempo Argentino y Radio América, fue condenado a una pena de cinco años de prisión en el marco de la causa conocida como la "mafia de los contenedores".
La condena de cinco años fue dictada por el Tribunal Oral en lo Penal Económico Nº2, integrada por los jueces Gustavo Losada, Claudio Javier Gutiérrez de la Cárcova y Jorge Alejandro Zabala, por el delito de contrabando simple, agravado por el uso de documentación apócrifa.
Asimismo, como parte de esta condena, también Martínez Rojas fue inhabilitado en forma perpetua para desempeñarse como miembro de las fuerzas de seguridad. Por diez años, tampoco puede trabajar como funcionario o empleado público (inhabilitación absoluta). Por cinco años, no puede ejercer la patria potestad que implica la administración de bienes y el derecho de disponer de ellos (inhabilitación absoluta), además de recibir una inhabilitación especial de un año para ejercer el comercio.
Por otra parte, el tribunal desestimó la acusación de “asociación ilícita”, que pesaba sobre él.
A esta condena por cinco años de prisión se le unificó otra por estafa, con la pena de un año de cárcel, dictada por el Tribunal Oral Federal de Tierra del Fuego. De esta manera, se impuso a Martínez Rojas una pena unificada de seis años de prisión.
Martínez Rojas, además, está acusado de otra maniobra vinculada con las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación.
Esta maniobra, recordó el portal GrupoLaProvincia, consistía en conseguir permisos para importar a dólar oficial, en medio de una disparidad cambiaria, y simular una importación de bienes que nunca sucedía.
Por otra parte, la Cámara Federal de San Martín confirmó el procesamiento a Martínez Rojas por golpear a un guardiacárcel del penal de Marcos Paz, ocurrido en julio de 2019.
El Tribunal de Apelaciones de San Martín confirmó este nuevo procesamiento dictado por el Juzgado Federal 3 de Morón, esta vez por "lesiones leves", con un embargo de 100.000 pesos por un "golpe de puño sobre el parietal izquierdo" que le dio a un guardia, Julián Romero, la tarde del 11 de julio de 2019, según un fallo citado por la agencia Télam.
Romero le había llevado una encomienda cuando ocurrió el hecho que, según testigos, también incluyó amenazas.
En su defensa, Martínez Rojas alegó que en "forma cercana a los hechos, él había denunciado a Romero por amenazas" en los tribunales federales de Retiro. Sin embargo, no se hallaron constancias de esa denuncia.
Mariano Martínez Rojas, líder de la patota que atacó Tiempo Argentino y Radio América, fue condenado a una pena de cinco años de prisión en el marco de la causa conocida como la "mafia de los contenedores".
La condena de cinco años fue dictada por el Tribunal Oral en lo Penal Económico Nº2, integrada por los jueces Gustavo Losada, Claudio Javier Gutiérrez de la Cárcova y Jorge Alejandro Zabala, por el delito de contrabando simple, agravado por el uso de documentación apócrifa.
Asimismo, como parte de esta condena, también Martínez Rojas fue inhabilitado en forma perpetua para desempeñarse como miembro de las fuerzas de seguridad. Por diez años, tampoco puede trabajar como funcionario o empleado público (inhabilitación absoluta). Por cinco años, no puede ejercer la patria potestad que implica la administración de bienes y el derecho de disponer de ellos (inhabilitación absoluta), además de recibir una inhabilitación especial de un año para ejercer el comercio.
Por otra parte, el tribunal desestimó la acusación de “asociación ilícita”, que pesaba sobre él.
A esta condena por cinco años de prisión se le unificó otra por estafa, con la pena de un año de cárcel, dictada por el Tribunal Oral Federal de Tierra del Fuego. De esta manera, se impuso a Martínez Rojas una pena unificada de seis años de prisión.
Martínez Rojas, además, está acusado de otra maniobra vinculada con las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación.
Esta maniobra, recordó el portal GrupoLaProvincia, consistía en conseguir permisos para importar a dólar oficial, en medio de una disparidad cambiaria, y simular una importación de bienes que nunca sucedía.
Por otra parte, la Cámara Federal de San Martín confirmó el procesamiento a Martínez Rojas por golpear a un guardiacárcel del penal de Marcos Paz, ocurrido en julio de 2019.
El Tribunal de Apelaciones de San Martín confirmó este nuevo procesamiento dictado por el Juzgado Federal 3 de Morón, esta vez por "lesiones leves", con un embargo de 100.000 pesos por un "golpe de puño sobre el parietal izquierdo" que le dio a un guardia, Julián Romero, la tarde del 11 de julio de 2019, según un fallo citado por la agencia Télam.
Romero le había llevado una encomienda cuando ocurrió el hecho que, según testigos, también incluyó amenazas.
En su defensa, Martínez Rojas alegó que en "forma cercana a los hechos, él había denunciado a Romero por amenazas" en los tribunales federales de Retiro. Sin embargo, no se hallaron constancias de esa denuncia.
Fuente: Diario Tiempo Argentino
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