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jueves, 18 de noviembre de 2021

70 años de Fútbol por TV

Por: Daniel Guiñazú, La Voz del Interior

El fútbol televisado, acaso el mayor entretenimiento de los argentinos, cumple 70 años. El domingo 18 de noviembre de 1951, LR3 Radio Belgrano Canal 7, tal era el nombre por entonces del canal estatal que había salido al aire un mes exacto antes, transmitió en vivo el partido que San Lorenzo y River jugaron en el ya desaparecido Gasómetro del barrio de Boedo y que terminó igualado 1-1.

Un gol de cabeza que el delantero sanlorencista José Maravilla anotó a los 10 minutos del primer tiempo fue el primero que salió al aire aquella tarde a través de las pantallas en blanco y negro. A diferencia de las masivas audiencias de estos tiempos, se supone que no más de 1.500 hogares, ubicados en su mayoría en el centro de la ciudad de Buenos Aires, presenciaron aquella transmisión hecha con más coraje y voluntad que medios técnicos y que contó con los relatos de Ernesto Veltri, los comentarios de Enzo Ardigó y Raúl Goro y la dirección de cámaras del propio Samuel Yankelevich, el pionero de la televisión argentina. Siete décadas después, aquellos 1.500 aparatos iniciales se han multiplicado por millones para llevar la gran pasión nacional hasta los sitios más apartados del territorio argentino. Las transmisiones de fútbol forman parte de nuestras costumbres más placenteras.

Parte de la cultura popular
Las frases, giros y muletillas de sus periodistas están incorporadas desde hace mucho a la cultura popular. Y un partido en vivo de la selección argentina en un mundial, una final de la Libertadores o la definición de un torneo local pueden modificar rutinas y hasta despoblar las calles de ciudades y pueblos de todo el país.

Ha pasado el tiempo y hasta la forma de consumir los partidos. Lo que antes sólo se veía a través de las pantallas en torno de las cuales las familias gritaban sus alegrías o lloraban sus tristezas futboleras, hoy también se disfruta desde una computadora o un teléfono celular. Pero ningún avance tendría sentido si, 70 años más tarde, lo esencial no permaneciera inmutable y no percibiéramos un cosquilleo especial cada vez que nos sentamos como hinchas delante de una pantalla a vibrar con nuestros colores. Los de nuestro equipo predilecto o de la selección cuando sale a la cancha en los mundiales o en copas América.

Enemigos íntimos
No siempre el fútbol y la televisión recorrieron el mismo camino de común acuerdo. Durante mucho tiempo, los dirigentes vieron a la televisión como un enemigo que les vaciaba las tribunas y trataron de mantenerla alejada. A lo sumo, habilitaban la transmisión en directo de los preliminares que se jugaban los domingos y en diferido de los principales partidos.

Recién a partir de 1967, en paralelo con la reestructuración de los torneos impulsada desde la AFA por su interventor Valentín Suárez, Canal 7 empezó a televisar fútbol en directo con regularidad: un partido los viernes, otros los lunes y el domingo, en diferido, el más importante de la fecha. Había equipos que si no jugaban contra los más grandes, jamás eran televisados. Ni siquiera la explosiva aparición de Maradona en Argentinos en 1976 modificó el hábito. Muy pocos de esos primeros partidos de Diego fueron por TV. Y su campaña en Boca en 1981 sólo se vio en diferido. Para verlo en vivo, había que ir a la cancha.

Aunque los canales privados porteños transmitían algunos partidos de la Libertadores y los torneos de verano desde Mar del Plata y Montevideo que se veían sólo en las principales ciudades del país, los partidos de los torneos de AFA y de la selección eran exclusivos de Canal 7 y repetidoras. Esa relación llegó a ser tan estrecha y con tantas aristas políticas que el 24 de marzo de 1976, horas después del golpe de estado que derrocó al gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón, la Junta Militar emitió un decreto autorizando a Canal 7 a interrumpir la cadena nacional vigente para transmitir desde Varsovia el amistoso que Argentina le ganó 2-1 a Polonia.
Esa tarde soleada de noviembre de 1951, un enorme camión de exteriores, con la forma de un colectivo, se instaló desde muy temprano en la puerta del estadio de la avenida La Plata para comenzar con la transmisión. Fue una sorpresa de los espectadores que, muy a la usanza de la época, llegaban a la cancha vestidos con sombrero, camisa y corbata. Esos equipos habían sido traídos desde los Estados Unidos por Jaime Yankilevich, inmigrante búlgaro llegado al país en los años 20, y su hijo Samuel, para las transmisiones de LR3 Radio Belgrano.
Del aire al cable
La aparición y consolidación de la televisión por cable a fines de la década del ‘80 cambió la ecuación económica y transformó al fútbol en un negocio abrumador. El presidente de la AFA, Julio Grondona, le firmó en 1991 un polémico contrato hasta 2014 a una sociedad entre el audaz y ambicioso empresario paraguayo Carlos Avila y el grupo Clarín que comenzó a transmitir los viernes, codificado, un partido para los sistemas de cable ubicados a más de 300 km de Capital y Gran Buenos Aires.

Fue el principio de una demanda inagotable y de un cambio de registro. El fútbol en vivo empezó a alejarse de las señales de aire para afincarse en las codificadas y los canales de cable como TyC Sports y Fox Sports. Hubo que pagar para ver correr la pelota y los jugadores. Y fue tanto el dinero que se movió que Torneos y Competencias, la empresa productora de Fútbol de Primera, se convirtió en un imperio que hizo y deshizo a su antojo en el fútbol hasta que en 2009, la política metió la cola. En medio de una pelea entre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el grupo Clarín, Grondona ese año arregló con el Estado para transmitir todos los partidos de cada fecha en forma gratuita por canal abierto. El gobierno de Mauricio Macri terminó en 2017 con el Fútbol para Todos y devolvió el fútbol al cable donde hoy celebra sus 70 años a través de Espn, TNT Y Fox, todas señales de origen extranjero y de TyC Sports, única íntegramente de capital nacional.

Con equilibrio y con desbordes, pero siempre con pasión y emoción y una manera propia e intransferible de mostrar y decir (también de no mostrar y no decir), el fútbol televisado desde hace 70 años forma parte de la vida de los argentinos. Nos emociona, nos enoja, nos hace reír o llorar, nos entretiene. Cuesta pensar que alguna vez pueda irse de allí.
La novedad de la televisión
Con el eslogan `Siempre presente en las manifestaciones del deporte argentino, Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) auspició el domingo 18 de noviembre la televisación directa de un partido por el campeonato: San Lorenzo, como local en el Gasómetro de la avenida La Plata, contra River.

Con una temperatura de bochorno cayendo del cielo y la novedad de la televisión enfocando el cuadro verde y vivo del campo, empezó la lucha, enredada y dura´, dice en su crónica publicada por Clarín el periodista Diego Lucero. Es la única mención en toda la nota a la presencia de las cámaras en ese partido, que terminó empatado a un gol. A los diez minutos del primer tiempo, le correspondió al número 8 de San Lorenzo, de apellido Maravilla, concretar el primer gol de la era televisiva, voceado por Ernesto Veltri y comentado por Enzo Ardigó y Raúl Goro. Fue uno de esos goles raros, porque, tras el cabezazo peinado hacia atrás del delantero local que superó a Carrizo, el defensor de River, Ferrari, aparentemente rechazó la pelota en la línea, pero, a instancias del linesman, el árbitro consideró que había entrado y dio el gol como válido.

Hubiera sido ideal verlo una, tres, cinco veces, de adelante, de atrás, de costado, pero en aquellos primeros tiempos era imposible. La cámara que seguía las acciones sobre el arco de River -dirigida por Samuel Yankelevich y coordinada por Max Koelble- le correspondía esa tarde a Eduardo Celasco, pero cuando éste quiso subir hasta lo alto de la tribuna en donde estaba ubicada, la multitud se lo impidió. Su lugar lo ocupó el asistente Nicolás del Boca (padre de la actriz Andrea del Boca), que hoy, a la distancia, supone que no tomó adecuadamente la escena.

En el segundo tiempo, Vernazza, de penal, empató el partido para River. El domingo anterior, 11 de noviembre, por las elecciones presidenciales que convalidaron la reelección del presidente Perón (su fórmula, con Juan Hortensio Quijano, superó a la de los radicales Ricardo Balbín y Arturo Frondizi), no había habido fútbol. En esa jornada histórica, las mujeres argentinas, incluida Eva Perón, convaleciente de una seria operación en el Hospital de Lanús, ejercieron el derecho del voto por primera vez. Pero el sábado 24 volvió el fútbol por televisión: Se vio a Racing contra Lanús, cuando los de Avellaneda y la sorpresa del año, Banfield, peleaban casi sin ventajas la punta del campeonato.
 
La final entre ambos, jugada el 8 de diciembre, consagra a Racing campeón por tercera vez consecutiva, y ese partido, jugado en San Lorenzo, también salió por la pantalla. En la cancha de San Lorenzo hubo entre setenta y ochenta mil personas. Un diez por ciento de esa cantidad lo siguió a través de 1.300 aparatos en funcionamiento, y la gente pudo ver (si no es que justo en ese momento miraba para otro lado o se había levantado para hacer pis) el bello gol de Mario Boyé en el primer minuto del segundo tiempo. Las transmisiones directas desde la cancha permitieron vislumbrar la importancia que podría tener el nuevo medio y operaron como anzuelo para que muchos consumidores decidieran inmediatamente la compra de televisores.

Los más publicitados a fines de noviembre eran los Admiral, los General Electric, los Philips (“Totalmente importados de Holanda”) y los ya populares Dumont y Capheart. La casa El Gran Oeste anunciaba en conjunto una oferta de casa prefabricada con televisor. ¿Qué más se podía pedir?”
Fragmentos de Fútbol por televisión, del libro Estamos en el aire, de Carlos Ulanovsky, Silvia Itkin y Pablo Sirvén

martes, 27 de octubre de 2020

Liga Profesional de Fútbol: Por el trabajo periodístico para todxs en los estadios

El Sindicato de Prensa Rosario hace público su pedido a las autoridades gubernamentales y a la dirigencia de la Asociación del Fútbol Argentino para que se posibilite el trabajo periodístico de todos los medios en los estadios de fútbol. La solicitud se relaciona con el inicio del campeonato de la Liga Profesional de Fútbol Argentino, previsto para el próximo viernes 30 de octubre.

Por nuestra condición de trabajadorxs esenciales cumplimos la labor profesional desde el comienzo de la pandemia en todos los escenarios informativos, con respeto por los protocolos vigentes y también elaboramos el propio para las distintas coberturas y conferencias de prensa. Estamos convencidos que la actividad periodística en los estadios de fútbol puede realizarse sin violentar las normas sanitarias, en virtud de los amplios espacios disponibles. Siempre hemos velado por el estricto cumplimiento de esas normas y continuaremos haciéndolo.

Por otra parte, el protocolo de la AFA publicado en el boletín N° 5801 para el reinicio de las competencias oficiales no limita de manera explícita el trabajo de la prensa, pero sí lo hace al fijar un tope de personas que pueden asistir al interior de los estadios. Con esta disposición sólo ingresará la TV oficial y quedarán fuera quienes trabajan para los distintos medios de comunicación en los diversos soportes, gráfico, radial, digital o televisivo. Es imprescindible cambiar el criterio adoptado ya que existirán en las tribunas lugares suficientes que podrían usarse para dar cabida a toda la actividad periodística con cumplimiento estricto de los protocolos sanitarios.

El Sindicato de Prensa Rosario dialogó con las dirigencias de los clubes de primera división de la ciudad, Newell’s Old Boys y Rosario Central, y encontró una amplia predisposición para viabilizar el justo reclamo que aquí se señala.

El trabajo periodístico no puede ser excluido del acceso a los estadios porque puede adecuarse sin inconvenientes a las medidas sanitarias que son, por supuesto, de total prioridad. El SPR insiste en que se hagan los esfuerzos de coordinación necesarios para que las coberturas se realicen sin limitar el derecho a la información. En encuentros deportivos tan esperados en esta pandemia, la labor de los trabajadorxs de prensa es fundamental para el conjunto de la sociedad.
Sindicato de Prensa Rosario, 27 de octubre de 2020

miércoles, 9 de octubre de 2019

El Patón Guzmán será protagonista de una serie

El arquero de Tigres de la UANL, Nahuel Guzmán, no solo le gusta trabajar bajo los 3 palos, ahora lo hará en la Televisión. Y es que el portero de 33 años, incursionará en la actuación y tendrá un papel en la serie 'Tom Gon' de Diego De Bruno.

La serie, que dirige Diego de Bruno, que se estrenará el 16 de noviembre, "narra el destino de un músico del montón que se cruza con un productor novato. Un road movie donde el viaje es el deseo de trascender", se lee en la la página de Instagram "tomgonlaserie".

"La invitación fue de Diego de Bruno a través de Nico, un amigo. Arrancó siendo casero, luego mucha gente participó, gente del medio artístico de Rosario, de Buenos Aires. Se interesaron en la propuesta de un músico que tiene ese sueño de ser estrella de rock que se va encontrando con gente que le aconseja para llegar al éxito", dijo el Patón y añadió: "Terminó siendo una especie de miniserie, está bueno, se estrena en un mes, el 16 de noviembre. Tuve oportunidad de participar un rato. Está bueno para salir un rato en este tipo de proyectos independientes, está buena la propuesta, me gustó y agradecido con los chicos que me han invitado".

Inicialmente el proyecto se enfilaba a ser un cortometraje casero y al crecer la producción, finalmente se convirtió en una serie web.

Guzmán ya había participado en proyectos fuera del fútbol, como lo fue colaborar un con cuento en el libro: "Pelota de papel", en el cual escriben diversos personajes del mundo futbolístico.

lunes, 28 de mayo de 2018

Rosario no le da el reconocimiento que Messi merece, sostiene Associated Press

¿Por qué Rosario parece tener una relación ambivalente con Lionel Messi, el jugador más famoso del mundo?
Alejandro Daniel Fernández posa para una fotografía delante de un mural con la imagen de su amigo de la infancia, Lionel Messi, y el lema “¡De mi barrio!” en La Bajada, Rosario, Argentina
Por: Luis Andrés Henao
Justo antes del puntapié inicial, los televisores de plasma seguían sintonizando un partido de tenis sin audio en vez del juego del Barcelona en un bar casi vacío propiedad de la familia de Lionel Messi en su ciudad natal de Argentina.

La única pista en el bar eran algunas fotografías de Messi. Nadie parecía estar preocupado por el partido hasta que una pareja entró apresuradamente y le pidió al mesero cambiar el canal. Los estudiantes de universidad en Alemania habían ahorrado durante meses para venir a Rosario en una peregrinación por la ciudad natal de su ídolo. Llamarlos fans incondicionales de Messi, sería quedarse corto. Pero en este punto estaban un poco decepcionados: no habían visto ni estatuas de Messi, ni carteles publicitarios, placas o museos. Nada.

“Messi está jugando, él es de Rosario. Cuéntame: ¿por qué no hay una fila afuera para ver este partido?, dijo Oshin Gharibi, de 32 años, mientras miraba el partido al lado de su novia Lena Wagner, de 23 años. Ella vestía una camiseta del Barcelona turquesa con el número 10 de Messi en la espalda.
“Es como si yo sintiera más por Messi que los rosarinos”, afirmó Gharibi. “Messi es una gran estrella proveniente de un pequeño lugar. ¿Cómo es que no le dan el reconocimiento que se merece?”.

Es un misterio que confunde a muchos. Cristiano Ronaldo tiene un aeropuerto que lleva su nombre en la isla portuguesa de Madeira; Pelé tiene su museo en su ciudad natal Santos en Brasil y hasta Rocky Balboa, un boxeador de ficción, ha sido homenajeado con una estatua en Filadelfia. Entonces, ¿por qué Rosario, una ciudad que vive y respira fútbol, parece tener una relación ambivalente con Lionel Messi, el jugador más famoso del mundo?

Muchos aquí vuelven a las mismas teorías: una ciudad enferma por el fútbol dividida por la rivalidad entre sus dos clubes más populares; las eternas comparaciones con Diego Maradona; y una frase repetida a menudo en Argentina: “exitismo”. Es decir, sólo sirve ganar. En una década marcada por los trofeos ganados con Barcelona, el mejor jugador de su generación no ha podido traer la Copa del Mundo a la Argentina, tal como lo hizo Maradona en 1986. Rusia podría ser la última oportunidad para Messi, quien cumplirá 31 años durante el torneo.

De vuelta al bar, un comercial de televisión sobre el Mundial dice que es tiempo de que los argentinos vuelvan a creer en su selección. Afuera, y aparentemente como si fuera una señal, Leandro Intile cruza al trote la calle vestido con una casaca de rayas blancas y celestes del seleccionado argentino con el nombre de Messi en la espalda. Pero el estudiante universitario dice que fue sólo una coincidencia. La compró para el mundial de 2014 y fue “la primera remera limpia” que agarró de su armario.
Oshin Gharibi y Lena Wagner, una pareja de estudiantes universitarios de Heidelberg, Alemania, posan para una fotografía en el restaurante VIP, propiedad de la familia de Lionel Messi

“Hay mucha gente que lo sigue, pero no como a Maradona”, comentó Intile mientras caían gotas de sudor sobre su frente. “Acá casi no hay nada relacionado con Messi. Debería haber. Capaz los rosarinos no somos muy demostrativos, como los brasileños, que les gusta bailar y demuestran sus sentimientos”, agregó.

Rosario, ciudad portuaria a la vera del Río Paraná, es la tercera más grande de Argentina, situada a 290 kilómetros (180 millas) al noroeste de Buenos Aires. Es mejor conocida por ser un centro agrícola, ciudad natal del líder revolucionario Ernesto “Che” Guevara, y una fábrica de talento de algunos de los mejores futbolistas y entrenadores que han triunfado en clubes de todo el mundo. Pero a los rosarinos les gusta decir que sólo dos equipos realmente importan, y les gusta mostrarlo. Puedes ver los colores amarillo y azul de Rosario Central pintados en las barras de concreto de la autopista cuando ingresas a la ciudad. Y en innumerables murales pintados del negro y rojo de Newell’s Old Boys, su eterno rival y club de la niñez de Messi.

“Se respira fútbol por todos lados en Rosario, pero curiosamente huele muy poco a Messi. Apenas hay fotos, ni imágenes ni publicidad con Leo”, escribió Guillem Balagué, autor de “Messi,” su biografía oficial.
Andrea Liliana Sosa, maestra en primaria de Messi
Todo el mundo tiene una historia sobre Messi, pero “la ciudad parece no querer regodearse. Como si no hiciera falta tenerlo en todas partes o como si quisiera respetar su bajo perfil”, según Balague. “Pero, para Leo, Rosario sí lo es todo…Cuando se le pregunta cuál es su recuerdo favorito, no duda: «Mi casa, mi barrio, donde yo nací».”

Uno de los murales dedicados a Messi en Rosario está situado a unas pocas cuadras de la casa de su infancia. Lo muestra sonriendo con uno de sus hijos en brazos y se lee: “Lionel: ¡tu barrio te espera campeón!”. Eduardo Mazzini, de 64 años, dijo que permitió a un grupo de jóvenes vecinos decorar una de las paredes de su antigua estación de gasolina hace cuatro años para el último mundial. Él conoce la familia desde hace años.

“Lio pasaba desde chiquito por acá con su abuela y con la pelota de camino a la cancha”, recordó Mazzini. Luego señala un proyecto para un museo de deportes que se está construyendo cerca. “Ahí le tendrían que hacer un museo a Messi”, dijo. El edificio de estilo futurista con paneles luce como un banco de Manhattan y contrasta con las casas de hormigón de poca altura en el barrio tranquilo y de clase trabajadora La Bajada.

Aquí, los vecinos se saludan por su nombre y los niños andan en bicicletas por las calles estrechas. Todo el mundo parece coincidir: los Messi son una familia humilde, decente; Lionel fue buen chico que vivía para una sola cosa: la pelota de fútbol.
Una antigua vecina de Lionel Messi, Marta Rodríguez, muestra una fotografía firmada con el ídolo en su casa, en la misma manzana en la que creció Messi, en La Bajada, Rosario, Argentina

Mientras caminan hacia la puerta oxidada y sin identificar de la casa de la infancia de Messi, los turistas alemanes apenas puede contener su alegría. Cuando intentan dejar una carta escrita a mano para su jugador favorito en el buzón, activan la alarma de la casa.

“Podríamos haber viajado a una playa en Barcelona, Tailandia o Australia pero vinimos aquí”, dijo Wagner. “Y vale la pena porque podemos ver los lugares donde creció y las personas que lo conocieron”.

José Manicavale, de 44 años, ha vivido la mayor parte de su vida enfrente a la casa de la infancia de Messi.

“Yo a Lio lo conozco desde la panza de su madre. Lio empezó a jugar acá, en nuestras calles a la pelota”, contó. “En el barrio se siente el orgullo y la satisfacción de tener a un amigo, a un representante de la Argentina. ¡Y que sea nuestro!”.

Messi sigue muy conectado con Rosario. Su acento y expresiones no han cambiado pese a que dejó la ciudad hace 18 años. Regresa en cada ocasión y ha sido visto andando en bicicleta o de compras por la ciudad. Su comida favorita es la “milanesa a la napolitana”, una carne empanada con salsa de tomate y queso encima, tal como su mamá y abuela solían cocinarle cuando era niño. Chatea con sus amigos de la infancia por WhatsApp, y se lo suele ver tomando mate, la tradicional infusión argentina. También celebra los goles siempre de la misma manera: apuntando los dos dedos índices hacia el cielo en memoria de su abuela materna Celia, quien lo alentó a superar los desafíos y convertirse en jugador profesional. El año pasado también se casó con su amor de la infancia en Rosario.

Como regalo de bodas, algunos de sus amigos de la infancia en La Bajada pintaron un gran mural en una pared de un pequeño campo donde solían jugar de niños. Muestra a un Messi barbudo rodeado de coloridos planetas y en un rincón puede leerse: “De otra galaxia y de mi barrio también”.

En un día reciente, Walter Barrera, de 31 años, caminaba junto a su mascota, un cachorro de raza Pitbull. Barrera asistió a la escuela primaria de Messi y ahora trabaja en una gasolinera cercana.
Un mural dedicado a Lionel Messi cubre una vivienda a una manzana de la casa en la que vivió el as en su infancia en La Bajada, Rosario

“Lo quieren todos acá. El reconocimiento ya lo tiene. Es un groso (un genio)”, sostuvo Barrera.

Pero algunas veces el amor no fue correspondido.

Un adolescente intentó darle un puñetazo cuando salía de un restaurante en 2011. Messi le restó importancia al incidente diciendo que “no sentí nada”. Medios locales dijeron que el agresor era hincha de Rosario Central, clásico rival de Newell’s.

El jefe del registro civil que casó a Messi fue consultado en una entrevista radial si la ceremonia, a la que asistieron algunos de los grandes nombres del fútbol, había sido la más importante de su vida. “No, para nada”, dijo Gonzalo Carrillo. Sorprendido por la respuesta, el periodista insistió: “Pero seguramente debe ser el documento más importante que posee el registro civil de Rosario”. Carrillo respondió: “De ningún modo, el más importante es el certificado de nacimiento del “Che” Guevara.

La imagen del Che puede encontrarse en camisetas, llaveros y tatuajes, como un símbolo global. En su ciudad natal, un cartel señala el edificio donde nació y hay un centro dedicado al estudio de su vida. Pero también ha generado controversia. El año pasado, un organización liberal lanzó una petición para quitar una estatua de la plaza Che Guevara en Rosario.

“No creo que sea contra Messi, sino que por ahí es algo que culturalmente tenemos que evaluarnos y replantearnos. Qué hacemos con nuestros dos o tres ídolos, personas que a lo mejor se merecen más reconocimiento y si se lo vamos a dar cuando ya no estén más en este plano, o si se lo podemos dar en vida”, apuntó Sandro Alzugaray, un escultor. En su atelier, conserva un modelo a pequeña escala para una estatua de dos metros que quiere construir para rendir homenaje a Messi.

“¿Por qué no se ha concretado? No tengo una respuesta”, dijo el artista sobre el plan que ha presentado a la alcaldía hace cuatro años y que sigue pendiente de aprobación. “No ha sucedido, y es lamentable”.

No todo el mundo coincide. En la calle frente al atelier, Ezequiel Videla, de 36 años, estaciona autos para vivir con una camiseta amarilla y azul de Rosario Central. “Por ahí la hinchada de Central no lo quiere a Messi porque es de Newell’s. Pero yo como hincha de Central, tenerlo en la selección argentina me basta y me sobra… hay que bancarlo al loco”, apuntó.

“Lo que pasa es que mucho no se lo puede reconocer a Messi porque todavía no ganó nada para la selección argentina. El día que levante la copa, como la levantó Maradona, quizás sí. No niego que es un excelente jugador, pero hacerle un monumento o una estatua acá no sería lo correcto para mí”, opinó Videla.

Maradona jugó en Newell’s en 1993. La Iglesia de Maradona, una religión inventada, fue fundada por un grupo de fanáticos a fines de los 90 y ha crecido hasta contar con más de 100 mil miembros en todo el mundo.
Un metegol en el interior de la escuela general Las Heras donde Lionel Messi cursó la primaria

Messi nació un año después que Maradona lideró a la Argentina al campeonato del mundo en 1986. Pero ha enfrentado comparaciones con el ex capitán del seleccionado toda su vida, aun cuando no podrían ser más diferentes fuera del campo. Mientras Maradona ha estado involucrado en numerosos escándalos y luchó contra su adicción a las drogas durante años, Messi es conocido por ser discreto y evitar ser el centro de atención, prefiriendo la compañía de su familia y amigos cercanos.

“Algunas veces lo veo en TV y se me viene a la cabeza el recuerdo de este mismo patio donde hacia esas gambeteaditas (sic) y son las mismas”, recordó Andrea Liliana Sosa, ex maestra de Messi, cerca de un mural del jugador pintado en su escuela primaria por un artista con ayuda de los alumnos.

“Nosotras, las que fuimos sus maestras, y lo cuidamos, sufrimos cuando escuchamos las críticas, cuando lo comparan con Maradona. No se le da la importancia que debería dársele. En la ciudad no se dimensiona que Lionel es de acá. A lo mejor porque no ha ganado un mundial y somos muy exitistas”, lamentó la docente.

Un mural del joven Messi vestido con los colores rojo y negro de Newell’s resalta en el complejo deportivo juvenil del club. Es el único signo de que era un jugador destacado aquí cuando era niño. Fotos de ex entrenadores y jugadores levantando trofeos decoran las paredes de la cafetería. Pero no hay una sola imagen del cinco veces jugador del año FIFA.

“Yo creo que no estamos utilizando bien el marketing, no se le ha elegido como el referente del club”, explicó Gustavo Pereira, entrenador de divisiones juveniles de Newell’s. “Hay veces que vienen delegaciones de turistas de Holanda, de Japón, de todas partes, y están anonadados y por ahí nosotros no nos damos cuenta”.

“Nadie utiliza el nombre de él, es un misterio”, destacó.
Oshin Gharibi y Lena Wagner, una pareja de turistas de Heidelberg, Alemania, dejan una nota manuscrita en la casa donde creció Lionel Messi en La Bajada

Este misterio parece tener otro costado, otra teoría según la cual tal vez los rosarinos se preocupan tanto por Messi que respetan su privacidad para que él siga volviendo a la ciudad.

“Yo sé que suena bastante absurdo que Messi no esté (en los paquetes promocionales turísticos de la ciudad)”, aseguró Héctor De Benedictis, secretario de Turismo de Rosario. En su mano, sostiene copias del tour Messi que su oficina ha tratado de lanzar dos veces. Pero la familia de Messi rechazó la propuesta por razones de privacidad.

“Lamentablemente, uno tiene un personaje querido, un personaje incuestionable desde todo punto de vista, y la verdad uno no quiere hacer algo que vaya en contra de sus deseos”, apuntó. “Cada vez que alguien viene a preguntar por un circuito de Messi, me remueve un puñal, pero también hay una cuestión de ética”.
Fotos: Associated Press
Fuente: Associated Press

viernes, 27 de abril de 2018

Locos por la radio: estudiantes juntan fondos para viajar y transmitir el Mundial

El equipo de estudiantes y profesores que lleva adelante la radio del Liceo N° 1 de San Carlos, Uruguay, quieren viajar más de 16.500 kilómetros para cubrir el máximo certamen del fútbol desde una óptica juvenil y académica. Una idea que parecía tan "loca" terminó logrando el apoyo de la institución y la comunidad carolina.

Cinco alumnos y tres docentes de la 90.9 FM Frecuencia Uno, la única emisora oficial del Consejo de Educación Secundaria de Uruguay, van a viajar a Rusia gracias al trabajo colectivo de docentes y unos 20 estudiantes que son operadores, productores, movileros, conductores, locutores y diseñadores de los contenidos y programas de la radio que funciona desde 2014 en el liceo departamental.

Junto al apoyo de las autoridades de Secundaria y los vecinos, desde hace un año y medio están vendiendo rifas, comidas, y organizando bingos y carreras para recaudar el dinero y viajar al otro lado del mundo a generar contenidos educativos que transmitirán por radio para todos los liceales y la comunidad. El proyecto de la "única radio que tiene liceo propio", como bromean los estudiantes, se llama Camino a Rusia.
"Sabemos que la vamos a pasar muy bien, pero no nos olvidamos que vamos a trabajar", dijo Brian Rodríguez, alumno de 15 años que viajará.
El docente coordinador de la radio, Guillermo Ferrari, fue a quien se le ocurrió la idea y quien después de ocho meses de planificación presentó una propuesta a las autoridades liceales: "que el Mundial de Rusia 2018 fuera trabajado como eje temático en todas las disciplinas". Que lo dejaran viajar con los alumnos a cubrir el evento.
"Rusia es un país riquísimo en historia, geografía, geopolítica, cultura, literatura, idioma, tradiciones, así que iremos a cubrir lo deportivo pero también a generar otros contenidos para trabajar en el aula", dijo Ferrari a Sputnik. 
Aunque el equipo de estudiantes estables de la radio no supera la veintena de estudiantes, hay otros 200 que también participan.

"Estamos estudiando muchísimo para hacer un buen trabajo -apuntó Rodríguez-. ¡Pero todo está tan lejos y es tan distinto que cada cosa que leo y aprendo sobre Rusia me sorprende! El idioma, la comida, sus costumbres", comentó.

Ferrari convocó a padres y estudiantes a la biblioteca del liceo a una reunión; cuando dijo el motivo, todos quedaron boquiabiertos. No lo podían creer.
"Fue muy loco —dijo Rodríguez-, todos quedamos quietos porque no entendíamos qué estaba diciendo. Pensamos que se había vuelto loco, porque si tú lo piensas fríamente era una locura: ¡¿que unos estudiantes viajen a Rusia?! Después comenzamos a investigar y nos dimos cuenta que no era tan inviable y que sí teníamos posibilidades de por lo menos intentarlo".
Por lo pronto, los chicos planean estar 10 días en Rusia, y si los fondos lo permiten, algunos días más. Visitarán Moscú, San Petersburgo, Ekaterimburgo, Rostov del Don y Samara.

Ferrari tiene la certeza de que sin duda el viaje será una "bisagra" en la vida de los estudiantes, pero advierte: "no hay que mirar el árbol sino el bosque".

"El proyecto no se limita a los cinco alumnos que viajan, sino que abarca a todo el equipo de la radio que está trabajando para que esto salga. El orgullo más grande que tengo, más allá de ver el desarrollo de los chicos, es ver el trabajo en equipo, logramos unidad, compromiso, motivación —concluyó-. Eso te da fuerza para seguir adelante".
Pueden encontrar el proyecto de los estudiantes en Facebook aquí y ayudarlos a viajar donando dinero a Camino Rusia — Caja de ahorro en pesos N° 0450255460 del Banco de la República Oriental del Uruguay.
Foto: Guillermo Ferrari
Fuente: Agencia Sputnik

jueves, 19 de abril de 2018

La película ‘Rosario, una historia de amor y fútbol’, da sus primeros pasos en Barcelona

La productora 3Lemon junto a Mediapro han puesto en marcha la preparación de “Rosario, una historia de amor y fútbol”, una película que cuenta la vida de dos familias una leprosa, otra canalla a las que el destino coloca en un escenario de amor, entrenamientos, triunfos, viajes y derrotas
Jorge Valdano, Gustavo Leone y Bernat Elías
Gustavo Leone, secretario de gobierno, de Rosario, estuvo en Barcelona, donde logró importantes apoyos, entre otros la productora Mediapro, que participará en la producción. Además, Leone se ha entrevistado con miembros relevantes de la vida deportiva, cultural y política de Barcelona para cimentar el proyecto. El inicio de rodaje tendrá lugar en Rosario entre los días 10 y 14 de mayo.

Mediapro es una compañía ligada al fútbol, pero ahora también en el terreno de la ficción. El grupo de Jaume Roures y Txato Benet ha terminado de grabar la serie ‘El fútbol no es así’ y ahora ha entrado en la película ‘Rosario, una historia de amor y fútbol’, producida por 3Lemon, productora italo-española-argentina especializada en city branding y en desarrollo de nuevos formatos de contenido transmedia.

Bernat Elías, productor de Mediapro con experiencia en el largometraje después de haber trabajado en ‘Vicky Cristina Barcelona’ de Woody Allen o en la reciente ‘Sergio & Serguéi’ de Eduardo Daranas, tomará las riendas de ‘Rosario, una historia de amor y fútbol’, ahora en fase de preproducción y buscando localizaciones iniciales en Barcelona.

El filme, con referencias a las clásicas comedias románticas norteamericanas, narra la historia de amor entre Paola y Martín, canalla una, leproso otro. Las dos hinchadas de los equipos de la ciudad de Rosario, Central y Newell’s, se ven encarnadas en dos familias a las que el destino coloca en un escenario de amor, entrenamientos, triunfos, viajes y derrotas.

¿Por qué Barcelona y Rosario?...
Ambas ciudades son referencia mundial para el mundo del futbol. Barcelona es una ciudad con una proyección mundial en el ámbito turístico, cultural y deportivo. Cuenta con el, para muchos, mejor equipo de fútbol del mundo.

La ciudad de Rosario es cuna de estrellas del balón como Messi, Di María, Mascherano, Valdano, Marcelo Bielsa, Menotti, Sampaoli, Batistuta. Ambas ciudades, cada fin de semana, son escenario de la pasión por el fútbol, ese nexo de unión que llevará a los personajes de esta comedia a habitar las calles de estas dos ciudades en las que su relación provocará lágrimas, risas e históricos goles.

Además, Rosario es una ciudad con un alto fanatismo y locura desmedida por el fútbol, algo que describió con maestría el “Negro” Fontanarrosa. Valdano acaba de dar su apoyo público a la película.

Red Bull Media House y Beta Film también trabajan en una serie en torno al mundo del fútbol, a la vez que Netflix ha anunciado que está desarrollando otra serie con el creador de ‘Downton Abbey’, Julian Fellowes, sobre el deporte rey.
Fuentes: 3Lemon y Audiovisual 451

lunes, 23 de octubre de 2017

Kurt Lutman: "El fútbol está alejado de la belleza, corriendo atrás de una zanahoria que se llama éxito"

Por: Diego Martini
A pesar de que así se podría llamar algún volante alemán, Kurt Lutman es argentino, bien argentino. Su particular nombre de pila, elegido por su madre por un galán teutón de una novela de Corín Tellado, le impidió tener identificación civil hasta los siete años. Los funcionarios del Registro Civil argentino en años de dictadura –Kurt nació en 1976– no se la querían dar, simplemente porque ese nombre les parecía demasiado raro. De la mano de su padre, que trabajaba en las formativas de Newell’s Old Boys de Rosario, Kurt llegó al club leproso a los cinco años y no paró hasta debutar en Primera División a los 17, después de haber jugado con la selección argentina sub 17 el Mundial de Japón en 1993.

Además de defender a su amado Newell’s, Lutman jugó en Godoy Cruz de Mendoza y Huracán de Corrientes, pero apenas a los 27 años, harto del fútbol profesional, colgó los botines y empezó un nuevo camino, aunque su camino de militancia ya lo había empezado dentro de la cancha. Es recordado por celebrar un gol en un partido con Belgrano cercano al 24 de marzo del año 2000, con una remera que decía: “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos”. Después del retiro, Lutman trabajó como albañil, vendiendo limones, y empezó a escribir. La semana pasada estuvo por Montevideo para presentar su segundo libro, Semillas para barriletes. la diaria aprovechó la ocasión para adentrarse un rato en su mundo.

¿Siempre al fútbol?
Mi infancia fue jugar al fútbol en la vía. Cuando estaba en Newell’s, simultáneamente, jugaba en la calle y en el campito. La diferencia está en la cantidad de horas. En el club vos entrenás, pero en el campito tenés todo el día, y ese fue mi lugar, mi práctica. El potrero es el laboratorio de todo pibito, porque hay tiempo, no hay apuro. Si uno se equivoca, no pasa a ser suplente. Uno explora.

Además, ahí podemos jugar todos.
Exacto. Están esas dos cosas: el tiempo y lo que vos decís, la inclusión. No hay suplentes. Somos siete contra siete, llega uno a destiempo y entra con el que va perdiendo. Son valores que hay que remarcar, porque escasean.

¿Qué se aprende en ese laboratorio?
Uno empieza a dimensionar el cuerpo con el que luego va a estar adentro de la cancha. Los límites y las potencialidades que tenés. Empezás a ver la velocidad con la que contás, el tiempo que te lleva pasar a un hombre. Cómo aprender a chocar, cómo terminar raspado en el suelo, las distintas formas de caer. Todo lo que después uno explora dentro de la cancha lo testea primero en el campito.

¿Qué cosas aprendés en un equipo que no tenés en la calle?
En juveniles podés aprender muchas cosas, o ninguna. Depende de los compañeros y de los docentes. Yo aprendí a resistir la derrota y a tener humildad en la victoria. Después aparece el saltar algunas limitaciones que uno tiene, y se van presentando los desafíos: la fuerza de voluntad, la fuerza física, la pretemporada. Aparece lo que aparece en todos los juegos. Los que venimos del fútbol lo aprendemos ahí.

¿Aprendiste rápido eso y por eso debutaste en Primera División con 17 años?
Yo no era un distinto, pero tuve la suerte de jugar en la selección juvenil, y eso me posicionó dentro del club como un proyecto. No creo que fuera distinto a un montón de jugadores que no llegaron. A Newell’s llegaron tipos que realmente eran referencia y nos enseñaron a jugar, pero como venían de afuera y estaban amontonados en la pensión pasándola casi siempre mal, desistieron antes. Los que éramos de Rosario teníamos una ventaja, y eso es un garrón, porque se perdieron enormes jugadores.

¿Qué implica debutar tan joven en un club importante?
Debutar joven es adelantar procesos. Yo llegaba verde y sentía que no estaba sólido. Esa sensación tiene que ver con cómo uno se fogueó en la vida, en el afuera de la cancha. Uno está sometido a ciertas presiones en la cancha que no es posible enseñar o convidar. Lo que te hace fuerte a la hora de los bifes es qué tan autónomo fuiste afuera, cómo te han criado. Esa libertad con la que te criaste y enfrentaste algunos peligros hace que puedas definir y desenvolverte dentro de la cancha.

Entonces ¿qué implicó irte a jugar a Godoy Cruz de Mendoza siendo tan chico?
Fue irme de mi casa. Yo era un niño mimado con mis viejos. Se nota cuando un pibe está en la pensión y se está curtiendo solo, en comparación con un pibe del lugar. En Mendoza estaba solo y eso fue maravilloso: tuve que empezar a tomar decisiones. Para un pendejo eso es nuevo. Me encuentro con lo que me va a atravesar por el resto de mi vida, que es haberme encontrado con las Madres de Plaza de Mayo. Fue un momento muy importante para mí, significó encontrarme con la historia de Argentina. Me encontré en el centro de Mendoza con una ronda de madres con pañuelos en la cabeza que no sabía quiénes eran. Ellas me contaron con mucha paciencia lo que había sucedido, y yo quedé flasheado. Fue shockeante saber que había pibes de mi edad que estaban desaparecidos, que habían sido apropiados y no conocían su identidad. Fue duro saber que mientras yo nacía había hombres que se estaban jugando por la educación pública, por la salud, y que estaban desaparecidos.

Pasar a Huracán de Corrientes implicó cambios, tener que pelear por sueldos y condiciones, y hasta sufrís una puñalada de tu preparador físico por ello.
Cuando empecé a ser jugador profesional, me encontré con muchos conflictos. Me di cuenta de lo difícil que es para un jugador de fútbol cobrar su sueldo y que sus compañeros también lo cobren. Me pasó que un día a los que llegamos de afuera nos pagaron el primer mes, pero a los compañeros que estaban les debían seis meses. Tuvimos charlas con los directivos y ellos no querían saber nada con ponerse al día. Tuvimos un choque con el preparador físico, que era un gran tipo, pero bajo ciertas presiones empezó a jugar como herramienta de apriete de los directivos. Hubo un episodio en el que él sacó una cuchilla y encaró a un compañero. Yo me metí a pelear, sin saber que tenía un cuchillo, y el tipo me cortó. Fue como un bautismo en el fútbol profesional. Más allá del episodio concreto, queda lo difícil que es construir un grupo de jugadores cuando los directivos restan y dividen. Un equipo no es 11 tipos vestidos igual. Es una esencia que se mueve debajo de eso, que tiene que ver con el respeto y el afecto.

Después de esas experiencias en Mendoza y Corrientes volviste a Newell’s, y otra vez a hacerles frente a los dirigentes. ¿No te cansabas?
Era algo que ocurría en todos los clubes profesionales. Había un vaciamiento de los clubes, y los jugadores quedaban relegados a un segundo plano. En todos lados se daba el mismo modelo: dirigente inescrupuloso que se chorreaba guita y tomaba al club como un quiosco y no como un caudal de identidad. En esos quilombos, los que no nos adaptábamos a aceptar esa forma terminábamos chocando.

¿Por eso decidiste devolver un sueldo entero cuando tus compañeros no habían cobrado?
En Newell’s era una tradición –o una traición si uno no lo hacía–, que había aprendido de los más grandes. Eduardo López [el presidente] nos dio cheques y nos dijo que no los depositáramos. Mi vieja depositó el mío y le acreditaron el dinero. Yo agarré la plata y se la di al capitán. Eso generó un revuelo, porque López me acusó de haber cobrado y saltó el capitán a decir que la plata la tenía él. Los dirigentes no entendían que peleáramos por el sueldo de otro, porque nunca jugaron al fútbol, no participaron en un grupo que disputó algo colectivamente. Cuando vos participás en un grupo llano, que participa colectivamente, ese desfasaje de que yo cobro y vos no es algo inaceptable.

¿Todas estas cosas obligaron a tu pronto retiro, cuando tenías 27 años?
Me fui cansando de esto y de venir jugando al fútbol desde hacía tiempo. No al fútbol en sí, al fútbol profesional, a ese formato de fútbol. Soy un tipo muy inquieto, y haber estado tanto tiempo bajo una estructura tan rígida como el fútbol profesional no era para mí, tenía ganas de estar por fuera y de hacer otras cosas. Había decidido dejar de jugar, me estaba entristeciendo. Cuando tomé esa decisión era el año 2000 y se venía una crisis muy fuerte en el país. Mis amigos me preguntaban y les decía que quería laburar de cualquier cosa menos de futbolista, y ellos, que trabajaban en otras cosas, me decían que querían ser futbolistas. Era una cosa muy loca.

¿Qué mundo apareció cuando te retiraste?
Empezó lo nuevo. Un concepto que da terror, porque uno no sabe qué es y porque no hay nada sólido. Hay una frase de Arturo Jauretche que dice que uno muchas veces no sabe lo que quiere pero sabe lo que no quiere. Yo sabía que en el fútbol no quería estar más, entonces, desde ahí, había dado un paso convencido. Luego aparece el tejido afectivo, que son los amigos. Me ofrecen trabajar de albañil, o voy a comprar un cajón de limones al mercado y salgo a fraccionarlo. Soy feliz con eso. O comiendo kilos de facturas en la panadería, cuando antes tenía una rigurosidad física. Ahí me doy cuenta de que soy libre y me puedo acostar a las cinco de la mañana. Yo venía de una estructura bastante rígida, me tomé el fútbol como un lugar serio y como una carrera, no me permitía eso. Cuando iba en bicicleta por ahí me daba cuenta de que era libre y tenía todo por venir.

Albañil, vendedor de limones, artista de circo..., ¿cómo aparece todo eso?
Iban apareciendo cosas, porque la vida te las va tirando. Creo muchísimo en la magia, tengo mucha fe. O en cualquier Dios en el que crea cualquier persona. Creo mucho en esas decisiones que uno toma buscando algo superador, algo que te dé alegría. Si uno lucha, la vida se lo ofrece; no lo hace automáticamente, pero te ve luchar y llega. Se me viene la frase “tarda en llegar y al final hay recompensa”, de [Gustavo] Cerati.

¿Cómo empezaste a escribir?
Entre todas las cosas que hacía, empecé a vender un diario, El Eslabón, de Rosario. Entonces me pidieron que escribiera una columna de opinión porque había jugado al fútbol. Yo primero pensé que no tenía nada que ver haber jugado con escribir, pero luego me di cuenta de que sí, que si uno hace algo durante mucho tiempo está habilitado a escribir; el único problema es que uno mismo se habilite. Entonces empecé a escribir hasta que llegó un momento en que tenía un montón de texto, y un amigo me dijo que tenía un libro, que si lo ilustraba, lo limpiaba y hacía lo que se me cantara el culo, podía hacer un libro. De ahí nació El agua y el pez. Pagué todo el trabajo de diseño, de impresión y de dibujo, y me llevé los 500 libros a mi casa, pensando que me iba a meter 300 libros en el culo [ríe]. Hice números y calculé para mis amigos, mi familia, y quedaban un montón por fuera. Terminé haciendo cinco ediciones de ese libro. Es un libro que a mí me enamora porque nació sin que lo buscara.

Un libro que entregaste en bicicleta, que repartiste, y un día alguien te ofreció un recital de música por ese gesto. ¿Eso qué es?
Con la herramienta de Facebook, trabajando artísticamente, publiqué el libro. Mediante los pedidos, los armaba y salía a repartirlos en bicicleta. Era feliz, y encima me entrenaba. Lograba que el cuerpo no se quedara quieto. Una vez me escribió por Facebook un tal Fabricio Locata. Me pidió el libro y se lo llevé. Bajó a atenderme con un estuche. Me preguntó si tenía cinco minutos y si quería pasar. Me dijo: “Escuchate esto”, sacó un bandoneón y tocó un vals. El loco estaba conmovido, porque hacía poco tiempo que había fallecido su maestro, el que le enseñó todo. “Viste qué lindo vals”. Era algo hermoso. Lo tuve haciendo un minirrecital. Después, antes de que me fuera, me preguntó: “¿Vos sos Lutman? ¿Qué sos del Chiche?”. “Es mi viejo”, le contesté. Me contó que mi padre lo había dirigido en Náutico, un club al que iba a trabajar porque en una época no cobraba un peso en Newell’s. Esa es la magia en la que creo.

¿Qué ves en el fútbol de hoy?
Lo veo alejado de la belleza, corriendo atrás de una zanahoria que se llama éxito. No se cuida el placer de hacerlo, porque el disfrute es fundamental. Yo no concibo nada sin disfrute. Fue muy fuerte lo que viví en la presentación del libro de Agustín Lucas. Estuve en un programa de radio (Rituales paganos) con cinco monos descontracturados y riéndose, desde un disfrute enorme. Traslado eso al fútbol. Se busca el éxito sin disfrute. La belleza raja en un espacio así y pira. Pero, cada tanto, aparece alguien que rompe todo.

¿Qué te genera esa gente que juega el fútbol y busca hacer otras cosas?
Es gente a la que admiro mucho. Todos los futbolistas tenemos cosas para decir, contar y hacer. Nos convencieron de que tenemos que hacer una sola cosa, estar ordenados y cumplir horarios. Pero somos infinitos. ¿Te gusta tocar el violín?

No lo sé, nunca lo hice. Pero me gusta.
Si vos te decidís, en un año estás tocando el violín; tiene que ver con el tiempo, nomás. Somos infinitos. En el arte pasa eso. Hay gente que cree que se nace siendo artista. Eso es una falsedad. Somos todos artistas, falta que tomemos esa definición. También somos todos futbolistas, juega el que quiere al fútbol.

¿Qué te genera lo que está ocurriendo acá con el movimiento Más Unidos Que Nunca?
Es una enorme noticia que futbolistas se encuentren y se miren y se reconozcan fuera de la cancha como un equipo,como un colectivo. Después se verá lo que pase, pero esto ya es un triunfo. No tiene que ver con el desenlace, pero también es importante. Que los jugadores se reconozcan como pares y discutan es un triunfo. Que el jugador de Nacional, que cobra, piense en el que está en la C me parece enorme.
Foto: Alessandro Maradei
Fuente: La Diaria

jueves, 23 de febrero de 2017

Bolivia elige Mediapro para producir la Liga de Fútbol Boliviana en alta definición

Un equipo de sesenta profesionales trabaja en este proyecto “llave en mano”, que destaca por su componente tecnológico, para The Game
Mediapro se ha adjudicado la producción de la Liga de Fútbol Profesional Boliviana (LFPB) para The Game, empresa propietaria de los derechos del campeonato. Más de sesenta profesionales del grupo producirán 264 partidos de la competición así como los partidos clasificatorios que la selección nacional juegue en casa para el Mundial, Copa América, Campeonato Sudamericano Sub20 y Sub17, encuentros amistosos y resúmenes semanales de la Liga.

La producción se realizará con dos unidades móviles que Mediapro ha desplazado al país andino. Para la próxima temporada está previsto un aumento del número de clubes en competición y de partidos disputados (14 equipos y 364 partidos) lo que obligará a ampliar el parque de unidades móviles con base de Bolivia.
La experiencia de wTVision (del grupo Mediapro) en la Liga Boliviana se inició en 2014 con servicios de grafismo. Actualmente, el equipo de profesionales formado por realizadores, productores, operadores y asistentes cuenta para este proyecto con 2 unidades móviles con tecnología de alta definición equipadas con 9 cámaras, una de ellas super slow, 2 microcámaras, 3 sistemas de replay (un EVS + dos 3Play de Newtek), 4 ópticas pesadas, satelital con antena incorporada en el techo Banda C y Banda Ku, 2 controles, telepuerto satelital Banda Ku y Banda C. Además, entre los servicios que prestan, también destaca la producción de plató así como la transmisión satelital desde el estadio y desde el plató central.

El acuerdo ha sido firmado mientras Mediapro negocia la adquisición de los derechos audiovisuales de la liga de fútbol argentina, un contrato que podría impulsar definitivamente la presencia de la compañía en el escenario del fútbol latinoamericano.
Destacar, por último, que Mediapro es líder en servicios técnicos de producción y de transmisión vía satélite. Lleva a cabo más de 2.500 producciones al año con unidades móviles propias y distribuye eventos en alta definición a todo el mundo. En la actualidad sus equipos participan en la producción de las ligas de fútbol en España, Qatar, Portugal, Colombia, Francia, Bolivia, Grecia, Gabón, Turquía, Angola, Abu Dabi y Mozambique, y en su trayectoria destaca una extensa lista de campeonatos deportivos como FIFA Copa de Confederaciones, FIBA Campeonato del Mundo, Euroleague Final Four, FIFA World Cup Championships, The Arab Games, UEFA Champions League, Copa de África de Naciones, Fórmula 1, Mundial de Surf, Annual Camel Race, etc.
Fuente: Mediapro

martes, 11 de octubre de 2016

Damián Stazzone, el campeón del mundo que critica al periodismo deportivo

Damián Stazzone, integrante del equipo de Futsal campeón del mundo, es estudiante de periodismo. Estuvo en el programa Enredando Las Mañanas de la Red Nacional de Medios Alternativos con los conductores Luis Angió y Fernando Tebele:

“El periodismo deportivo más masivo a mí no me gusta. No me gusta la manera de encarar el deporte que tiene el periodismo y no sé si hay mucho lugar para otra visión. No me gusta la banalización que hay en los programas deportivos, cómo se lo trata al jugador de fútbol, que se le dé más importancia a las cosas privadas o a la polémica antes que al análisis deportivo o a la situación social de los pibes, de dónde vienen, cómo se trabaja en inferiores, cuántos chicos que vienen del interior y quedan varados en una pensión y por ahí llegan a los 18 años no pueden firmar contrato y quedan a la deriva, no tienen estudios, nunca trabajaron de nada, no tienen sustento económico”, planteó.

Más adelante agregó: “Eso no tiene lugar en el periodismo deportivo. Quizás, por pensar que no iba a tener lugar para poder hablar de algo así decidí estudiar periodismo general que por ahí me abre un poco más un panorama. Mi idea no es laburar en los medios tradicionales. Pensé en estudiar esto más que nada por una formación personal, por tratar de afinar los conocimientos pero no con la idea de salir a buscar trabajo y bancarme un montón de cosas que mis compañeros o conocidos que ya están en el periodismo me cuentan. No fue esa la idea”.

viernes, 26 de agosto de 2016

Corbatta: El wing, un libro de Alejandro Wall

La vida y la caída de Oreste Omar Corbatta, el famoso wing derecho de Racing, figura mítica del fútbol argentino, narrada por uno de los más destacados periodistas deportivos, Alejandro Wall: "Seguí durante cuatro años los pasos de un fantasma, un mito del fútbol argentino. En unos días sale Corbatta". Edita Aguilar

Oreste Osmar Corbatta hizo un gol de antología. Fue contra Chile en 1957, en la cancha de Boca. No hay registros fílmicos. Bastaron una secuencia fotográfica más el relato de los hinchas, los periodistas y los jugadores testigos de la obra para que ese gol entrara en la historia del fútbol argentino.
Corbatta fue tal vez nuestro Garrincha. Wing derecho, analfabeto y alcohólico. Ídolo en Racing -club en el que se hizo conocido y ganó dos títulos-, también bicampeón con Boca, y estrella en una selección argentina en la que brilló junto a otros cracks. Después fueron el exilio en Colombia, el regreso a San Telmo y su refugio en el sur. Y al final se mezclaron la angustia, el ocio y el alcohol. Poco a poco, lo había perdido todo. Vivía debajo de la tribuna de Racing y se paseaba como un zombie por las calles de Avellaneda. Entonces se convirtió en un mito.

Alejandro Wall reconstruye aquí ese recorrido, y el relato de la búsqueda de la figura y su fantasma:

El 22 de noviembre de 2015, en Benito Juárez, una ciudad al sur de la provincia de Buenos Aires, apareció un muerto. Sin saber que estaba ante una revelación, Marcela Correa leyó en voz alta el nombre que figuraba con el orden 001 en el padrón de votantes:

—Corbatta, Oreste O.

Era un domingo de elecciones presidenciales en la Argentina. Marcela, una maestra de 48 años a la que le había tocado ser autoridad de la mesa 11 en la Escuela Técnica Nº 1, lo único que pretendía saber era cuántas personas quedaban por votar. No le había llamado antes la atención, pero cuando en ese momento de la tarde leyó el primer nombre de la lista, uno de los fiscales, Mario Cortez, quince años mayor, se sorprendió:

—¿Oreste Corbatta? ¿Corbatta? Corbatta era un jugador de fútbol, pero murió hace mucho tiempo.

Marcela no tenía idea de quién era Corbatta y tampoco le interesaba el fútbol. En ese instante, le salieron las preguntas más básicas. ¿Y si alguien quería votar con ese nombre? ¿Y si no era el Oreste Corbatta que creían? ¿Y si se trataba de un homónimo? Pero Oreste Corbatta, con Documento Nacional de Identidad 4.855.786 y domicilio en Moreno 228, no era un homónimo del futbolista.

Era Corbatta, el wing derecho, el mito.

—Apenas me contaron que podía ser un muerto llamé al fiscal general de la escuela para avisarle sobre la cuestión porque no sabía qué hacer. Me quedé atenta por si venía Corbatta —me dijo Marcela, por teléfono, en marzo de 2016.

Corbatta había llegado a Benito Juárez, una localidad de 14 mil habitantes a unos 400 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, en 1975. Ya no era el malabarista de Racing, Boca, el Deportivo Independiente Medellín de Colombia y la Selección argentina. No había gloria. Corbatta era un mito perdido en la geografía de la pampa bonaerense. Lo llevaron tres empleados de un sembradero de frutas después de encontrarlo como un vagabundo en la provincia de Río Negro, donde había jugado para pequeños equipos durante los últimos cuatro años. Defensores de Mariano Moreno, un club de la Liga Juarense, el sótano del fútbol profesional, lo contrató a cambio de una pieza en la que solo cabía una cama. No podía cocinarse y no tenía plata. Si en esos días no pasaba hambre era porque Tulio Fauret, un vecino que colaboraba en la comisión directiva del club y que pronto se convertiría en su amigo, le acercaba comida.

—Había venido sin nada —me relató Tulio, a los 75 años, desde Benito Juárez en abril de 2016—. Empecé a averiguar para sacarle el documento pero salía muy caro. Había que traer unos papeles desde La Plata. Al final, los trajo mi hermano, que viajaba seguido a Buenos Aires. Así que le hicimos el DNI y lo anotamos en la dirección que teníamos entonces, Moreno 228.

En esa dirección vivía Tulio con su padre y un hermano. Ahí vivió Corbatta cuando ya no tenía sentido que llevaran la comida a la pieza: podía quedarse con ellos, ser uno más de la familia Fauret. De sus tiempos como fiscal en elecciones durante la década del 90, Tulio Fauret se guardó la hoja de un viejo padrón en el que Corbatta figuraba con esa dirección después de morir a los 55 años, el 5 de diciembre de 1991.

Que hubiera personas fallecidas no era una novedad. Pero en noviembre de 2015 habían pasado casi veinticuatro años desde la muerte de Corbatta. Gustavo Díaz, un periodista de FM Sol, una radio local, le sacó una foto al padrón y la subió a las redes sociales. El nombre de Corbatta, un futbolista que nunca imaginó Twitter, se viralizó como el muerto que podía votar. En algunas publicaciones de internet se instaló la sospecha de que alguien, haciéndose pasar por él, había colocado el sobre en la urna porque, en la revisión del Registro de Infractores al deber de votar —un acto obligatorio en la Argentina—, Corbatta no figuraba como transgresor.

—Eso es porque el registro contiene a las personas que están obligadas, mayores de 18 años y menores de 70. Corbatta tendría que ser mayor —me explicó en un correo electrónico Alejandro Tullio, que hasta esas elecciones estaba a cargo de la Dirección Nacional Electoral.

Corbatta, que habría cumplido 80 años el 11 de marzo de 2016, no fue a votar ese 22 de noviembre de 2015. A las seis de la tarde —antes de abrir la urna para comenzar a contar los votos de la final entre los candidatos presidenciales Mauricio Macri y Daniel Scioli—, Marcela Correa, la presidenta de mesa, tachó el nombre del jugador, como el de todos los ausentes.

—Ese día Corbatta no votó —juró Marcela— pero, según contaron, una vez anterior sí lo hizo. Ahora, eso ya no lo te puedo confirmar.

Aunque podía estar ante una historia de denuncia periodística, un eventual fraude electoral que además incluía a una vieja figura del fútbol argentino, lo que el episodio me reveló fue que estaba tras los pasos de un fantasma. El día en que Corbatta apareció en las noticias por figurar en el padrón de Benito Juárez, en noviembre de 2015, yo llevaba tres años haciendo la investigación para este libro. Nunca antes se me había presentado tan cabalmente —tan espectralmente— como esa vez. Corbatta, el wing derecho, era una sombra que yo perseguía para reconstruir un pasado pero que actuaba sobre el presente.

¿Y qué es el pasado sino otra forma del presente?

La primera vez que escuché hablar de Corbatta, yo tenía ocho años. Fue un domingo a la tarde sin partidos de fútbol y, quizá para aplacar esa ausencia, mi papá buscó un libro sobre Racing —La Academia de campeones, que la editorial GAM había sacado en 1980 como fascículos coleccionables—, lo puso sobre la mesa del comedor de casa y comenzó a relatarme algunas historias. Sus preferidas eran las hazañas del Equipo de José, el Racing campeón de América y del mundo en 1967, del que le gustaba contarme que, de tan invencible, cada domingo antes de los partidos los diarios publicaban notas para explicar cómo había que jugar para intentar ganarle. Mientras pasaba las páginas, Osvaldo, mi papá, se frenó en una foto en blanco y negro, tomada desde atrás de un arco de la cancha de Racing, en la que un jugador acababa de patear un penal y, por lo que se podía presumir, había hecho el gol.

—Este es Corbatta. Le pegaba como los dioses y además era un gambeteador. Un crack. Pero perdió todo y ahora vive en la cancha, abajo de la tribuna —dijo mi papá.

Dos cosas me generaron una curiosidad infantil en ese momento: el apellido tan extraño —¿cómo alguien podía llamarse Corbatta?— y que viviera debajo de la tribuna. A mí me parecía que vivir en la cancha estaba muy bien y hasta me imaginaba a mí mismo en esa situación, sin necesidad de viajar los días de partido desde Caseros, donde teníamos nuestra casa, hasta Avellaneda; si viviéramos en la cancha, pensaba, podría ver los entrenamientos cuando quisiera y —esto era lo más me interesaba— estaría cerca de los jugadores, que a esa edad me parecían personajes inalcanzables.

Años después, cuando yo tenía 12 años, junto a las noticias de su muerte vi en el diario Crónica una foto de Corbatta con una barba desprolija y el pelo cayéndole sobre la frente, acostado en la cama de un hospital, y entendí que vivir en la cancha no era un privilegio. Corbatta no era un rey en su palacio con vista al campo de juego sino un anciano en la miseria, una especie de Quasimodo, el jorobado de Nuestra Señora de París, la novela de Victor Hugo. Corbatta era un desclasado del fútbol, un marginal del que todos huían salvo sus compañeros de los bares que recorría por Avellaneda, donde tomaba vino y pasaba las horas hasta quedarse dormido sobre la mesa.

Algunos de los que fueron contemporáneos a Corbatta lo ubican entre los jugadores más notables del fútbol argentino, el éxtasis del wing derecho. El Garrincha argentino. “Para mí, el mejor de todos nosotros”, lo elogió una vez Néstor “Pipo” Rossi, su compañero en el Sudamericano de 1957. “Está entre los cuatro mejores punteros derechos que conocí en mi vida, junto a (los brasileños) Julinho, Garrincha y (el sueco, Kurt) Hamrin”, dijo Enrique Omar Sívori, otra de las figuras de esa Selección.

—Fue uno de los mejores en su puesto, si no el mejor —dijo, en agosto de 2013, Enrique Macaya Márquez, uno de los pocos periodistas argentinos que cubrió el Mundial de Suecia 58, el único que jugó Corbatta—. Era vivo. Incluso creo que tuvo que ver con el desarrollo de su cuerpo; el impedimento de no poder pelear físicamente lo obligó a agudizar el ingenio y a rebuscársela de otra manera. Y le pegaba muy bien a la pelota. Si tuviera que formar una Selección histórica, lo pondría como puntero derecho tirado atrás, de titular.

A los wines, los punteros o —como se los llamó en la posmodernidad del fútbol— los extremos, esos hombres que juegan sobre la raya, se los asocia con la locura, la libertad para jugar; los wines son los románticos del fútbol, los que juegan sin reglas y sin lógica, en la cornisa. Pero también se los vincula con la fatalidad. Los wines son los locos y los borrachos. Garrincha, el brasileño que hizo olvidar a Pelé en el Mundial de 1962, murió pobre y alcohólico a los 50 años. El norirlandés George Best no pudo abandonar la bebida incluso después de que le trasplantaran un hígado, y falleció a los 59. René Houseman, campeón del mundo en 1978, pasó veintidós días internado para dejar de tomar. Ariel Ortega, ídolo de River, dejó el fútbol entre tratamientos y recaídas en el alcohol. Pero todos ellos, y también Corbatta, derrocharon alegría en la cancha. Si el 10 es el jugador pensante, el intelectual del fútbol, el 7 siempre representó el caos, una bohemia ácrata.

“Estéticamente comparten la belleza torpe de sus movimientos, su monstruosidad un poco chaplinesca. Éticamente coinciden en desmontar la lógica del lujo, para vivirlo como necesidad: la pisada o la gambeta de más son ‘de más’ porque superan el cálculo económico llano de la búsqueda del éxito”, escribió el novelista Federico Levín en “Los jugadores borrachos”, un breve ensayo publicado en el libro De pies a cabeza (Interzona).

Para los que no vimos a Corbatta en la cancha quedan algunas imágenes en movimiento. Aunque son pocas. Su época de mayor inspiración ocurrió en la segunda mitad de la década del 50, en Racing y en la Selección, cuando el fútbol televisado recién nacía. Corbatta fue un jugador de radios, diarios y revistas. Pero las imágenes que existen lo muestran con la 7 en la espalda y las piernas flacas bailoteando sobre la pelota; rivales retorciéndose en el piso y goles con un ángulo imposible.

El tránsito de ese paraíso hasta su muerte convirtió a Corbatta en el prototipo de la estrella que termina en la ruina; una vida en círculo entre la pobreza, la fama y la pobreza, y que no es exclusiva de futbolistas. Como los wines son los boxeadores del fútbol, Corbatta tuvo la vida de un boxeador; la vida de José María Gatica, que pasó de pobre y analfabeto a ser un ídolo popular gracias a sus puños y su carisma. Aunque nunca fue campeón. Perseguido por peronista después del golpe de 1955, el Mono murió rengo y en la miseria, a los 38 años, dos días después de que un colectivo lo atropellara a la salida de la cancha de Independiente. La vida de Ubaldo Sacco, argentino, marplatense y campeón mundial de peso welter junior en 1985; después de atravesar problemas con las drogas y alcohol, Uby murió por un tumor en la nariz y una meningitis a los 41 años. Fue del oro a la oscuridad, como el Kid Pambelé —el apodo de Antonio Cervantes— que relató el escritor colombiano Alberto Salcedo Ramos. Pambelé, welter junior, pasó de estar en la cúpula del boxeo, al conseguir en 1972 el primer título mundial para Colombia —y retirar en una defensa al argentino Nicolino Locche—, a descender al infierno con sus excesos, su locura, tirando piñas al aire en plena calle.

Como podría ocurrir con cualquier otra vida, reconstruir la de Corbatta se transformó en una lucha personal contra los falsos recuerdos. O contra los recuerdos que se impusieron por sobre lo que efectivamente sucedió. En diarios y revistas de la época —y también en algunas evocaciones que dan vueltas por internet— existen relatos contradictorios, hechos para los que no quedan —o quedan pocos— testigos; episodios que se contaron pero que no ocurrieron o que ocurrieron a medias, y leyendas que operaron para darle sentimentalismo a la historia.

La historia, o lo que yo había leído de la historia en viejas revistas y algunas enciclopedias, era esta: que nació pobre. Que jugó en Racing, en Boca y la Selección. Que le decían el Loco. Que fue tapa de revistas. Que era wing derecho. Que contra Chile hizo el mejor gol de la Selección argentina antes de que Diego Maradona se lo hiciera a los ingleses. Que era invencible en los penales. Que jugó un Mundial. Que llegaba borracho antes de los partidos, lo bañaban y salía a jugar. Que las mujeres lo arruinaron. Que en Medellín fue ídolo. Que vivió su destierro en la Patagonia. Que fue alcohólico y analfabeto. Que pasó sus últimos años en una pieza de la cancha de Racing. Que murió en la cama de un hospital público.

Eso era lo que yo sabía de Corbatta y ahora, después de cuatro años de perseguir su fantasma —o de que su fantasma me persiguiera a mí— , no sé si todo lo que yo sabía fue lo que ocurrió. Corbatta fue uno de los ídolos de mi papá; una de las fábulas que acompañó mi infancia. Si mi generación —nací en 1979— les hablará a sus hijos de Diego Milito, nuestros padres y abuelos nos hablaron de Corbatta, como nos hablaron del Bocha Maschio o Juan José Pizzuti. Pero pasa el tiempo y quedan cada vez menos hinchas de Racing —hinchas del fútbol— que hablen de Corbatta. No quería que la historia del wing derecho más emblemático del fútbol argentino quedara en el olvido, bajo el polvo del tiempo, y por eso lo perseguí todos estos años. Para saber, también, cómo seguían las historias que me contaba Osvaldo, mi papá. Pero rescatar del olvido a Corbatta también requería otra tarea: desentrañar los mitos que lo rodeaban, limar las ambigüedades de sus relatos y descubrir sus misterios. Ir al subsuelo de su historia, donde duerme el fantasma que un día de elecciones en 2015 apareció en una escuela de Benito Juárez.

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La camioneta de Julio Corbatta, un abogado de 55 años, hincha de Racing, aceleró con dirección al cementerio de Daireaux, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, un flashback que en menos de diez minutos nos dejó parados frente al inicio de esta historia. Esa tarde de agosto de 2015, caminé con Julio entre los difuntos, mientras me señalaba a otros de sus familiares, armando un árbol genealógico entre las tumbas, un necrotour de la familia Corbatta.

—Y bien, este es el padre —me lo presentó Julio, hijo de Nenete, uno de los primos de Corbatta, el wing derecho.

Si le preguntaban en qué ciudad había nacido, Corbatta respondía que en La Plata, una reescritura de su biografía que recién años después de su muerte se puso en duda. “Nací ahí, en la capital bonaerense, el 11 de marzo de 1936”, contó en la revista Goles del 23 de julio de 1957.

En cambio, no hablaba de Daireaux, el pueblo en el que vivió hasta los cinco años; el lugar en el que nació su madre, y donde su padre está sepultado bajo un monolito de cemento despintado y cubierto de musgo, gobernado por una cruz, apenas adornado por un ramo de flores artificiales carcomidas por el tiempo y por una placa de bronce que dice:

Gerónimo Corbatta

Falleció 4/4/1941

A los 46 años

Su esposa e hijos no lo olvidan

Si se tuviera que filmar el Big Bang que creó al wing derecho argentino más romántico, la escena no tendría que comenzar en Daireaux sino con una panorámica de Recanati, un pequeño pueblo italiano de la provincia de Macerata, en la región de Las Marcas, pegada al mar Adriático, y desde ahí hacer zoom al taller donde Oreste trabaja con paciencia en un par de zapatos mientras, en la casa, María atiende a Santa y a Gerónimo, los hijos del matrimonio, el día de principios del siglo XX en el que decidieron comenzar una nueva vida en América.

Pudo ser cualquiera de esos momentos en que una de las miles de familias italianas decidió de huir de su país, entre finales del siglo XIX y principios del XX, pero se trató de un instante que definió a la historia íntima de Racing y, de algún modo, a esa patria del fútbol argentino: el potrero. Si en las primeras décadas de juego organizado se estableció la idea de un estilo propio, la imagen del futbolista ágil, libre y virtuoso como antítesis de la tosquedad inglesa, Corbatta fue la expresión de ese mito fundacional. El día en que Oreste y María supieron que viajarían a América para dejar de ser pobres se activó el mecanismo dominó, la caída de la primera pieza que derribó otras piezas hasta llegar a su cauce, que en este caso se llamó Corbatta pero que podría llamarse Lionel Messi. Para ese mismo tiempo, los tatarabuelos de Messi salieron desde Recanati aunque para instalarse en Rosario, provincia de Santa Fe. El genio silencioso también fue una joya de raíces italianas.

Oreste y María partieron rumbo a Sudamérica junto a los pequeños Santa y Gerónimo en un viaje que les demandó más de un mes a bordo del barco. Pensaban llegar hasta la Argentina pero, como María estaba embarazada, tuvieron que quedarse en el sur de Brasil para que diera a luz. Todo lo que pude saber de esa estadía fue que en Brasil nació el tercer hijo, al que llamaron Américo, y que mientras Oreste trabajaba en las haciendas de café, María quedó embarazada de Elisa. Tres años después, con los cuatro hijos, siguieron el camino hacia la Argentina.

—Los Corbatta vinieron a hacer la cosecha de trigo —contó Nenete, 82 años, padre de Julio y primo del jugador—. Desde Brasil llegaron a Daireaux para trabajar en el campo de Máximo Guastini, un estanciero al que conocieron por intermedio de un amigo.

Daireaux se dice “deró”, un nombre que además de obligar a sus habitantes al deletreo es el producto de una confusión. Cuando Oreste se puso a las órdenes de Guastini, esas tierras eran una parte más de Bolívar. Pablo Guglieri, otro italiano que había llegado por esos años desde Génova —aunque con dinero para comprar campos—, impulsó la autonomía y en 1910 se creó el partido de Caseros. Pero el bautismo trajo problemas porque Buenos Aires ya tenía una localidad con ese nombre en Tres de Febrero, pegado a la Capital Federal. Para que no hubiera malentendidos, cuando se enviaba correspondencia al partido de Caseros se le agregaba la estación del ferrocarril: “Daireaux”. Pero esa aclaración tampoco alcanzaba para que las cartas no aparecieran en uno u otro pueblo por error. Hubo telegramas para los que se buscaron direcciones que no existían y postales que se entregaron a destinatarios equivocados.

Julio Corbatta me contó que la confusión con las direcciones de los pueblos homónimos llegó a ser tan grande que el edificio del Banco Nación de Daireaux —una excentricidad para su modestia campestre— se construyó ahí por una equivocación administrativa. La sucursal estaba destinada a Tres de Febrero; la plata tenía que ir a ese municipio y no al partido de Caseros.

—Cuando lo advirtieron, ya era tarde. Y ahí lo tenés, mirá lo que es eso, un edificio majestuoso —me mostró Julio, parado en la esquina de Roca y Pellegrini, frente a la mole de cemento rodeada de casas bajas y pequeños locales.

Recién en 1970 la ciudad tomaría oficialmente el nombre de Daireaux, y el partido de Caseros quedaría borrado de los mapas y las nomenclaturas bonaerenses. Oreste no se enteró de todas esas vueltas porque había muerto en agosto de 1909, después de tener otro hijo, Alberto, y meses antes de que naciera otra hija, Orestina.

Oreste tampoco supo que Gerónimo, al que llamaban Gino, el mayor de los varones, se especializaría con el tiempo en detectar errores en los envíos. Cuando su padre murió, Gerónimo tenía 14 años y tuvo que dedicarse a diferentes changas para ayudar a su madre. Hasta que ingresó a trabajar en el correo. Cada mañana, Gerónimo, que tenía una formación escolar limitada por el trajín de la inmigración y la muerte temprana de su padre, llenaba el bolso y terminaba su jornada solo cuando lo dejaba vacío de cartas y paquetes que entregaba en cada domicilio con el cuidado exhaustivo de que se tratara de un envío a ese pueblo y no al partido de Tres de Febrero.

Cuando ya era un cartero experimentado, Gerónimo se casó con Isabel Fernández, una chica nacida en Daireaux, hija de Pedro Fernández y Primitiva Díaz aunque criada desde pequeña por una curandera del pueblo, y se fueron a vivir a una casa de la que en agosto de 2015 ya no quedaba nada. Tuve que imaginarla parándome sobre la calle Pablo Guglieri y siguiendo la orientación de Julio, que me indicó una pared de ladrillos huecos pintados con cal y un portón de chapa oxidado, justo al lado de un chalet amarillo de dos plantas, casi en la esquina de Pellegrini.

—Ahí estaba la casa en la que nació Corbatta, pero otra casa, no esa que ves vos —me aclaró Julio, el hijo de Nenete.

La ubicación geográfica solo sirvió para saber que Corbatta, el hijo menor de los ocho que tuvieron Isabel y Gerónimo, vivió hasta los cinco años frente a una plaza, que en su tiempo solo era un baldío, la tierra perfecta para hacer ...


Alejandro Wall nació en Buenos Aires. Tiene 37 años y es periodista especializado en deportes. Fue editor de las webs de Ámbito Financiero, Infobae y Perfil, y redactor del diario Crítica. Publicó artículos en las revistas Caras y Caretas, Veintitrés, Crisis, Un Caño y Anfibia, y en los diarios La Nación (Chile) y El País (España).

Es autor de ¡Academia, carajo! (Sudamericana, 2011) -una crónica que mezcla el fútbol con el estallido social del país- y El último Maradona: cuando a Diego le cortaron las piernas (Aguilar, 2014), con Andrés Burgo.

En la actualidad trabaja en la sección Deportes de Tiempo Argentino, escribe en la revista Acción y el sitio Informe Escaleno, y participa del programa "Era por abajo" junto con Ezequiel Fernández Moores y Andrés Burgo (Radio Ciudad).

El Padre Mugica, uno de los amigos que quiso enseñarle a leer y escribir a Corbatta
Adelanto de Corbatta. El wing, el nuevo libro del periodista de Tiempo, Alejandro Wall. Una minuciosa reconstrucción de la vida de un jugador diferente, autor de un gol mitólogico contra Chile en 1957 que sólo fue eclipsado por el barrilete cósmico de Maradona. Un ídolo de Racing, analfabeto y alcohólico, que se convirtió en fantasma. Murió en la indigencia, a los 55 años.

En esos encuentros de Parque Leloir, Corbatta conoció a Carlos Mugica, un cura hincha de Racing que a los 30 años trabajaba en los barrios populares y sería uno de los referentes en la Argentina de Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo. Mugica, que había crecido en una familia acomodada, se haría peronista, tendría fuertes vínculos con la militancia de esos años y sería asesinado en 1974 por la Alianza Anticomunista Argentina, la Triple A.

—El padre Mugica se conocía de chico con mi papá porque había relación entre las familias. Ya de grande, lo casó y me bautizó a mí. Y además iban juntos a la cancha. El cura era muy futbolero y fanático de Racing. En un partido con Independiente una vez le gritaron "puto" y se agarró a trompadas en medio de la tribuna —recordó Augusto Rodríguez Larreta.

 "El padre Mugica nos llevaba al Seminario. Y Oreste iba con nosotros. El cura era wing izquierdo, jugaba muy bien", dijo Mansilla.
Eran los sesenta, con golpes militares, fusilamientos, gobiernos condicionados y peronismo proscripto. Mugica se acercó a los sectores de la resistencia a través de la Juventud de Acción Católica, uno de los embriones de lo que sería Montoneros. Su amigo Rodríguez Larreta, además de ser un hombre de negocios y cultivar el hedonismo, era economista y colaborador del radical Arturo Frondizi, presidente del país hasta su derrocamiento en marzo de 1962. Frondizi fundó por esos años —junto al dirigente Rogelio Frigerio— el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID), un partido que coquetearía con Perón en el exilio y que sería la plataforma desde la que Rodríguez Larreta continuaría su carrera política.

Pero la lucha de clases y los asuntos del poder no le interesaban a Corbatta, que orbitaba ese universo tan extraño como un futbolista. Rodríguez Larreta tenía dos años más que él, y Mugica, el más grande de los tres, era seis años mayor que Corbatta. Y le admiraban algo que no tenían, el talento para jugar al fútbol.

—Mi viejo decía que el gol más impresionante se lo había visto hacer a Corbatta. El gol a los chilenos en 1957 — recordó Augusto Rodríguez Larreta sobre el gol fantasma.

(...) Corbatta formaba parte de una de las pasiones más mundanas de Rodríguez Larreta y Mugica, el fútbol; era el ídolo, un tótem tímido y plebeyo. Si Rodríguez Larreta lo paseaba por los bares, lo acompañaba a terminar las noches en el cabaret Karim o lo invitaba a su quinta para que diera exhibiciones privadas entre sus amigos, Mugica también lo llevaba al Seminario de Villa Devoto para hacerlo jugar en partidos donde se mezclaban futbolistas y religiosos.

"Todos los jueves jugábamos al fútbol", le dijo el sacerdote Domingo Bresci, que estudió con Mugica, a la periodista María Sucarrat, autora de El inocente (Norma, 2010), una biografía del cura villero. "Hicimos un seleccionado del Seminario, y él trajo para hacer un partido con el equipo de Racing. Era, se diría hoy, el asesor espiritual del equipo. Tenía ese rasgo muy popular del tipo de la cancha, que iba y gritaba, y se volvía loco por el fútbol", agregó Bresci.

—Yo jugué con ellos en la quinta de Rodríguez Larreta y también en el Seminario —recordó Fernando Galmarini, dirigente peronista y amigo de Mugica—. Había otro cura tercermundista muy futbolero llamado Alejandro Mayol, un tipo que tocaba la guitarra y que después se casó. Y siempre iban jugadores de Racing, entre ellos Corbatta.

—El padre Mugica nos llevaba al Seminario —confirmó Mansilla—. Y Oreste iba con nosotros. El cura era wing izquierdo, jugaba muy bien.

(...) Horacio Rodríguez Larreta no sólo salía por las noches con Corbatta o lo invitaba a jugar en su quinta. También quiso educarlo, una tarea que le encargaría a su madre, Adela Leloir. Rodríguez Larreta convenció a Corbatta de que era necesario que supiera leer y escribir, y durante un tiempo el jugador visitó la casa de los Leloir para tomar clases. Pero tampoco duró demasiado como alumno.

—Mi papá me contó que mi abuela pretendió enseñarle pero que Corbatta era un reo, un bohemio, no quería saber nada con el tema — relató Augusto Rodríguez Larreta, el hijo de Horacio.

El padre Carlos Mugica también avanzó en la misión de alfabetizar a Corbatta. Le pidió ese favor a su amiga Lucía Cullén, una estudiante de trabajo social que ayudaba al cura con las tareas que realizaba en la Villa 31 del barrio de Retiro, y que en 1976, durante la dictadura militar, sería secuestrada y desaparecida.

—Lucía llegó a darle algunas clases a Corbatta en un bar, pero el Loco se escapaba. Creo que, al final, Lucía hasta se hizo hincha de Racing por Carlos —recordó Galmarini, amigo de Mugica.

El analfabetismo, la pobreza y el alcohol formaron la santísima trinidad del mito, el dogma sobre el que se construyó la empatía con Corbatta. Y los fundamentos que explicarían su drama personal.

—En su mayoría, lo que le pasó después fue por no saber leer. Le ponían cualquier cosa en los contratos. Y lo cagaban siempre —dijo Mansilla.

—No sabía cuánta guita le daban. Se abusaron mucho del flaco —sostuvo Cantera.

Fueron muchos los que estuvieron de acuerdo con esa idea. Y también fueron muchos los que aseguraron haber sido testigos de cuando Corbatta disimulaba su ignorancia con un diario en la mano.

—Hacía que leía —recordó Pizzuti—. Pero sólo leía los chistes.

Sin embargo, el episodio que me relató Mansilla mostraba a Corbatta, más que como un impostor, como un bromista:

—La primera vez que concentré con Racing un compañero me pidió que le comprara el diario a Oreste. Yo fui y se lo compré. Cuando se lo alcancé, empezó a leerlo, y todos se largaron a reír. Y Corbatta también se reía. Las limitaciones por no saber escribir se presentaban en los contextos menos esperados. Cuando Corbatta se subía a un avión, su problema era completar los datos en la tarjeta migratoria. Pero siempre tenía alguien a mano para que lo hiciera por él. En 1961, durante un viaje con la Selección a Ecuador, tuvo que recurrir a Walter Jiménez, uno de sus compañeros: "Santiagueño —le pidió al aterrizar—, haceme la cosa esa que hay que llenar".

—Pero yo hice la mía y no le di bola. "¿Quién se cree que es este?", pensé. Yo no tenía idea de que no sabía escribir. Después vino el Marqués Sosa y me cagó a pedos por no haberlo ayudado —recordó Jiménez más de cincuenta años después del episodio.

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