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domingo, 10 de marzo de 2024

Gabo y Kapuscinski, dos maestros del periodismo para seguir

Por: Julio Petrarca, Defensor de los lectores de Diario Perfil
En la semana que termina, hubiesen cumplido años dos de los grandes maestros del periodismo: Gabriel García Márquez (nacido el 6 de marzo de 1927 en Aracataca, Colombia; muerto en 2014) y Ryszard Kapuscinski (nacido el 4 de marzo de 1932 en Pinsk, Polonia; muerto en 2007). Este ombudsman quiere hoy recurrir a algunas de las inspiradoras definiciones de ambos acerca del ejercicio de esta profesión, en la certeza de que habrán de servir a nuevas generaciones de periodistas y –tal vez, en utópica ilusión– a ciertos comunicadores que trabajan en los medios con más vocación de voceros del poder que de auténticos buceadores en lo que viven, gozan o padecen los pueblos, el nuestro incluido.

Dijo o escribió García Márquez, cuya novela póstuma, En agosto nos vemos, llega en estos días a las librerías argentinas (sus crónicas y reportajes debieran estar en las bibliotecas de todo aquel que quiera ejercer esta profesión):
  • Considero que mi primera y única vocación es el periodismo. Nunca empecé siendo periodista por casualidad –como mucha gente– o por necesidad, o por azar: empecé siendo periodista porque lo que quería era ser periodista.
  • La mejor noticia no es siempre la que se da primero sino muchas veces la que se da mejor.
  • Para ser periodista hace falta una base cultural importante, mucha práctica, y también mucha ética. Hay tantos malos periodistas que cuando no tienen noticias se las inventan.
  • La ética no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.
  • La investigación no es una especialidad del oficio sino que todo el periodismo debe ser investigativo por definición.
  • En un buen artículo puede no haber buenos ni malos, sino hechos concretos para que el lector saque sus conclusiones.
  • (El periodismo) es importante porque es un género literario con los pies puestos sobre la tierra.
  • El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad.
Cada libro de crónicas, cada trabajo de investigación, cada reportaje, cada parte de guerra de Kapuscinski es, también, un ejercico de buen periodismo. Algunas de sus frases:
  • Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante.
  • La ideología del siglo XXI debe ser el humanismo global, pero tiene dos peligrosos enemigos: el nacionalismo y el fundamentalismo religioso.
  • El nacionalismo es algo intrínsecamente malo por dos motivos. Primero por creer que unas personas son, por su pertenencia a un grupo, mejores que otras. Segundo, porque cuando el problema es el otro, la solución implícita de este problema siempre será el otro.
  • Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias.
  • Momentos amargos para un periodista: tener una información de importancia mundial y no poder transmitirla.
  • El pasado no existe. Solo existen sus infinitas interpretaciones.
  • No seas codicioso, no pugnes por estar en primera fila, haz gala de moderación y humildad, si no, te alcanzará la fustigadora mano del Destino, que corta las cabezas de los engreídos.
  • El trabajo de los periodistas no consiste en pisar las cucarachas, sino en prender la luz, para que la gente vea cómo las cucarachas corren a ocultarse.
  • Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático.
  • Sin la memoria no se puede vivir, ella eleva al hombre por encima del mundo animal, constituye la forma de su alma y, al mismo tiempo, es tan engañosa, tan inasible, tan traicionera.
Fuente: Diario Perfil

lunes, 14 de mayo de 2018

Ryszard Kapuscinsky resucita como dibujo animado y con el periodismo agonizando

El director español Raúl de la Fuente ha presentado en la Sección Oficial fuera de concurso un filme sobre el periodista en el que se mezcla la animación y el documental
Por: Javier Zurro @Zurro_85 Cannes
El periodismo se quedó huérfano en 2007. Aquel año moría Ryszard Kapuscinski, el corresponsal que llenaba de dignidad las páginas que escribía. Su oficio, dedicación y compromiso con la profesión, pero sobre todo con las historias que contaba, no se han vuelto a repetir. Desde entonces todos los periodistas le citan como referente mientras el sector se hunde en la precariedad y se vende al clickbait y la viralidad efímera de las redes sociales.

Kapuscinski ahora mismo sería falso autónomo, nadie le compraría sus historias, y si lo hicieran le pagarían cuatro duros. Malos tiempos para la lírica, la épica y el periodismo. Quizás por ello el Festival de Cannes se ha lanzado a reivindicar la importancia de las buenas noticias. Lo ha hecho desde la Sección Oficial con la proyección fuera de concurso de Another day of life, basado en la obra del periodista sobre sus días en la revolución de Angola.
La película, además, es un proyecto nacido en España, exactamente en Pamplona, donde hace muchos años la productora Amaia Remírez y el director Raúl de la Fuente se plantearon homenajear “al maestro” con una película. Eligieron el libro, compraron los derechos y tomaron una decisión atípica y arriesgada: sería una mezcla entre documental y ficción, entre acción real y animación. “Yo es que cuando le leía veía películas. Él me inspiró para viajar por África. Y le dije que por qué no invertíamos nuestro tiempo en eso. Era su libro favorito, y el nuestro también, y además el más cinematográfico, porque tiene algo de guion, era trepidante, y tiene elementos de thriller, de película bélica...”, cuenta De la Guente a El Español desde Cannes.

Antes de empezar a mover la financiación necesitaban la bendición de alguien especial, la viuda del periodista, que recibe constantemente ofertas para proyectos cinematográficos, pero que en este vio algo especial, una magia que la llevó a asegurar que “a él le hubiera gustado mucho, y eso fue un soporte muy grande”. En una época dominada por los superhéroes y las secuelas, levantar una película como esta tiene algo de acto de fe, así que buscaron al mejor estudio de animación posible, y lo encontraron en Platige Films, que pronto entraron en la coproducción, aunque al principio se sorprendieran porque unos españoles locos quisieran tocar a su ídolo nacional.
Para él el periodismo de verdad es el que aspira a cambiar las cosas, el que busca la justicia social, y me cuesta encontrarlo. ¿Dónde esta ese periodismo en el conflicto de Siria?
“La gente se preguntaba que cómo iba a ser esa mezcla de imagen real, documental y animación, así que hicimos un teaser. Filmamos en Angola e hicimos el mismo viaje que Kapuscinski, y eso nos abrió las puertas a la financiación, porque su nombre ayudaba mucho. Así que ya entraron el gobierno vasco, el Ministerio de Cultura, ETB, TVE, y lo mismo en Polonia pero todavía no era suficiente, así que incorporamos a dos productoras de Bélgica y Alemania”, explica el director pocas horas de haber pisado la Alfombra Roja.

La película busca trasladar la aventura de Kapuscinski en la Angola de 1975, el último campo de batalla de la Guerra Fría, pero también dar voz -como hacía él- a los “héroes anónimos” que dejaron su vida en el país africano. “Todos queremos trascender en la vida, y eso se ve en el personaje de Carlota, la joven guerrillera, que es una justiciera romántica, y hay un momento en que le mira y le dice: asegúrate de que no nos olvidan. Ahí él se ve tocado por su musa, y nace el escritor, decide que escribirá sobre ella y se abre una nueva era. Creo que ayer Carlota volvió a la vida, y fue gracias a Kapuscinski”, opinaba el realizador.
Para Kapuscinski había una máxima en la profesión. “Un buen periodista debe ser una buena persona”. El tiempo se empeña en no darle la razón, al menos del todo. Decenas de profesionales sin escrúpulos dominan las tertulias televisivas de máxima audiencia atreviéndose a opinar sobre cualquier asunto, algo que para el polaco hubiera sido impensable.

“Para él el periodismo de verdad es el que aspira a cambiar las cosas, el que busca la justicia social, y me cuesta encontrarlo. ¿Dónde esta ese periodismo en el conflicto de Siria? Ojalá hubiera un Kapuscinski en Siria, porque ahora estaría leyendo sus tuits, o sus crónicas y lo entendería. De él me fiaba, porque sabía relacionarse con la gente, cómo tratarles, para escribir algo tenía que empatizar con ellos. Él decía que en el periodismo o tenías tiempo o tenías dinero, y él gastaba su tiempo en conocer a las personas, en escucharlas sin grabadora, no he encontrado a nadie así, que me emocione tanto, si tenéis su nombre dádmelo para seguirle”, ha zanjado Raúl de la Fuente anhelando un periodismo desaparecido y que, durante un par de horas, resucitó en forma de dibujo animado en La Croisette.

Más hagiografía que hondura psicológica
Un día más con vida imagina secuencias oníricas y flashbacks y momentos alucinatorios, pero a pesar de ello es ante todo una película de guerra con un mensaje inconfundiblemente antibelicista que proporcionar. Con ese fin reproduce literales algunos de los pasajes más explícitos del texto original, e incluye impactantes imágenes como una carretera sembrada de cadáveres de mujeres y niños en estado de putrefacción en un intento, explica el director español, “de empujar al espectador al centro del horror y hacerle comprender el sinsentido de la guerra”.

En el proceso, como es habitual en este tipo de aproximaciones biográficas, la película está más interesada en la hagiografía que en la hondura psicológica. El retrato que ofrece de Kapuscinski se ajusta al estereotipo del hombre de acción intrépido, enérgico y duro como el acero dispuesto a llegar tan lejos como sea necesario; en este caso, cruzar el corazón de las tinieblas –al parecer era un admirador de Joseph Conrad- para entrevistar a una versión angoleña del Che Guevara. “Se tomaba su trabajo como una misión, y su misión era dar voz a los pobres y los desfavorecidos”, sentencia De la Fuente. “Consideraba que el verdadero periodismo es esencial para cambiar las cosas y, en un tiempo en el que la prensa está en peligro, ese es una idea que merece la pena recordar”.
Fuente: El Español

martes, 13 de octubre de 2015

Herederos de Ryszard Kapuscinski

La generación sucesora del célebre reportero impulsa una nueva crónica polaca que busca su lugar en un oficio en transformación
Por: Cristina Galindo Galiana
El periodista polaco Wojciech Tochman dedicó dos años de su vida a seguir los pasos de la médico forense Ewa Klonowski en la búsqueda de pruebas de ADN para identificar los huesos de las víctimas de la guerra de Bosnia. De allí sacó decenas de historias que se convirtieron en un largo reportaje de más de 150 páginas en su traducción al español (publicada este año por Libros del K.O. con el título Como si masticaras piedras) que, más allá del conflicto de los Balcanes, es una reflexión sobre la pérdida, el odio y el perdón. Siete años después de la muerte del veterano periodista Ryszard Kapuscinski, a pesar de todos los cambios que ha traído Internet al oficio de contar noticias, la generación sucesora de reportero polaco, como Tochman, está dando un impulso a un género tradicional que busca su sitio en el periodismo en la era digital.

Los cambios vertiginosos en el oficio informativo —rapidez, brevedad, vídeos, tuits, podcasts—, están alimentando también, de forma paradójica, el reportaje largo, con guiños literarios, al que hay que dedicarle ese tiempo que cada vez escasea más en las redacciones. En el caso de Polonia, el país centroeuropeo vive un boom de este género que, además, exporta muy bien. La mayoría de las traducciones de no ficción que salen de las librerías polacas son de viejos y nuevos reporteros que siguen los pasos de sus mentores: el más conocido Kapuscinski (explorador de los conflictos políticos internacionales), pero también Hanna Krall (1935) y Krzysztof Kakolewski (1930-2015), que han indagado en el pasado de un país que todavía trata de cerrar las heridas que abrió la II Guerra Mundial y el suplicio de una larga dictadura comunista. “Este género tiene éxito porque los periodistas empatizan con los protagonistas de las historias. Kapuscinski no imaginaba cosas. Usaba técnicas literarias que funcionaban bien en imaginación del receptor. Hoy, Mariusz Szczygiel sigue su camino y triunfa porque es capaz de dar color a unas historias verdaderas que son más interesantes que la ficción”, afirma Kazimierz Wolny-Zmorzynski, profesor de la Universidad de Varsovia.

En la lista de herederos de esa tradición están Szczygiel y Tochman, pero también Jacek Hugo-Bader, todos surgidos en torno al periódico Gazeta Wyborcza y a su suplemento Dutzy Format (Gran Formato). “Cada vez es más difícil escribir verdaderos temas de fondo en las redacciones; mi libro me ha ayudado a superar las frustraciones de la prensa diaria”, cuenta Tochman. El grupo ha fundado el Instituto de la Crónica, bajo cuyo marco crecieron iniciativas como La Escuela Polaca de la Crónica, la editorial Las Pruebas de la Existencia y la librería Ebullición del Mundo. En esta escuela, joven reporteros aprenden las reglas básicas del género: “Es necesario disponer de tiempo, sentir curiosidad por las cosas y la gente, y no quedarse con la primera entrevista, con la primera impresión”, recomienda Tochman.

Uno de las obras más recomendables es Gottland (Acantilado), en la que Mariusz Szczygiel narra una sucesión de historias y personajes surrealistas sobre la República Checa —la construcción de monumento a Stalin más grande del mundo es un ejemplo— que “ofrecen una imborrable recuento de los estragos del totalitarismo del siglo XX y la forma en la que este continúa contaminando el comportamiento y pensamiento de la humanidad en el siglo XXI”, según afirmó The New York Times. El intelectual y antiguo disidente comunista Adam Michnik lo ha descrito como el primer reportaje “cubista” del mundo.

“Los reportajes largos son informativos, pero aquí nos permitimos un estilo más literario, más bello”, opina Szczygiel. La atracción del periodismo polaco por la literatura ha sido objeto de controversia. La más sonada la generó Kapuscinski Non-Fiction, obra de Artur Domoslawski. En la biografía, este periodista plantea hasta qué punto son fiables los datos que presenta como ciertos en sus obras. Los fieles herederos de Kapuscinski le defienden y cuestionan, a su vez, el rigor informativo de Domoslawski. “No creo que el libro esté bien documentado. Es un mal investigador. Algunos datos están descontextualizados”, afirma tajante Tochman.
Fuente: Ideas

viernes, 25 de noviembre de 2011

Un nuevo libro reclama la ética periodística de Kapuscinski, Capa, Reed y Walsh

Periodistas legendarios como Kapuscinski, John Reed o Robert Capa tendrían poco predicamento en estos tiempos, en los que "no hay lugar para otra ética ni para ningún código deontológico" salvo el que marcan los beneficios de las empresas de prensa, explica el español Pascual Serrano en su nuevo libro
"El problema es que la ética se encuentra enfrentada al mercado" y los reporteros y redactores de los medios privados "sólo responden a una vara de medir: si lo que hacen gusta a sus superiores seguirán trabajando, si no, les despedirán", dice en entrevista con Efe este periodista especializado en política internacional y comunicación.
Fundador de la web Rebelión (www.rebelion.org), Serrano acaba de publicar "Contra la neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryszard Kapuscinski, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa" (Península), una abierta apuesta por un periodismo que hoy día parece llamado a desaparecer.
Reed fue "cronista de grandes hitos revolucionarios", Kapuscinski "dedicó su vida a relatarnos los sueños descolonizadores" del Tercer Mundo, Snow acercó "la revolución china a Occidente", Walsh "sentó los principios de un periodismo emparentado con la literatura de no ficción" en el marco dictatorial argentino y Capa "fotografió como nadie a los seres humanos que sufrían la guerra", refiere.
El libro "intenta explicar que no existe la objetividad, sino la honestidad, la veracidad y la rigurosidad informativa. Los cinco periodistas analizados, en mi opinión, muestran ese tipo de periodismo", señala Serrano a Efe.
Como apoyo a esta posición, cita al polaco Kapuscinski, para quien no puede ser corresponsal quien "cree en la objetividad de la información, cuando el único informe posible siempre resulta personal y provisional".
Las cinco biografías, subraya, deberían ser para los periodistas "un ejemplo de dignidad" en unos tiempos en los que "se confabulan" las ruedas de prensa, la internet, la inmediatez de la informática y la cotización en bolsa de los propios medios de comunicación "para acabar con un periodismo que cree que puede mejorar el mundo".
Hoy día, "se nos ha vaciado de valores. Basta observar que el debate sobre el periodismo gira en torno a dos elementos: la cuestión de los aparatitos y cómo hacer rentable la prensa en la era de internet. Lo del contenido, o cualquier responsabilidad social del periodista con la veracidad y la pluralidad, ni se plantea", afirma.
"El periodista está olvidando cómo se redactan una argumentación, un análisis de profundidad", y difícilmente puede "transmitir emociones", lo que contrasta, añade, con los autores analizados en el libro, quienes "no dejaban de irradiar pasión en todo lo que hacían".
Serrano reclama a los periodistas valentía, que no debería verse condicionada por la amenaza de la precariedad laboral.
"Debemos pensar que hubo tiempos en que los periodistas, los trabajadores en general, se jugaban algo más que su puesto de trabajo cuando incorporaban principios y valores. Podían ir a la cárcel, por ejemplo. Hoy oigo a los jóvenes que no participan en una huelga de un día porque les descuentan parte de su sueldo. Es un ejemplo del poco sacrificio y espíritu de lucha", apunta.
El periodista, concluye Serrano, "tiene que pensar que el poder de la información es tremendo y que, por acción o por omisión, puede ser corresponsable de grandes avances o de grandes crímenes".
Fuente: Agencia EFE

Reseña del último libro de Pascual Serrano
"Contra la Neutralidad. Tras los pasos de John Reed, Ryszard Kapuściński, Rodolfo Walsh, Edgar Snow y Robert Capa"
Por: Fernando Casado, Revista Latina de Comunicación
Contra la Neutralidad es el título de la nueva obra del prolífico autor y analista de medios de comunicación Pascual Serrano. Como nos indica desde su título, el libro es una argumentada y dura crítica al “culto a la objetividad” y el discurso de los “popes de la prensa de que ofrecen información neutral y equilibrada”. Serrano denuncia que la objetividad no es más que un mecanismo sofisticado para “deslizar ideología bajo la apariencia de hechos neutrales”, y al mismo tiempo la equidistancia de lo que “dicen ambos bandos debilita el verdadero periodismo”, pues la verdad no se sitúa “a mitad de camino de dos puntos de vista contrapuestos”.
Por este motivo ha elegido a cinco periodistas a quienes la posteridad ha reservado un lugar privilegiado, precisamente por no haber seguido de manera servil y acrítica las reglas del periodismo objetivista, sino por realizar su profesión de manera combativa y comprometida. Serrano nos sumerge en las vidas de estos cinco autores con la intención de acercarnos a su obra y sensibilidad, y demostrar que el periodismo cuando se hace con corazón puede rebasar la mera actualidad y los reportajes superficiales.
En la obra que nos presenta, quien conociera a Reed, Kapuściński, Walsh, Snow y Capa, tendrá nuevas perspectivas y miradas a estos autores. Pero quienes no los conocieran se encontrarán con personajes que querría haber conocido antes, y tendrán el deseo incontenible de saltar de los fragmentos elegidos por Serrano a la obra completa. Contra la neutralidad es, además, un ensayo con el ritmo y vitalidad de una novela, que desde casi la primera página produce una adicción que hará que aprovechemos la menor oportunidad para volver a su lectura hasta devorarlo por completo.
El libro comienza a desgranar la vida de John Reed, a quien Serrano denomina el cronista épico. Autor del clásico libro Los diez días que estremecieron al mundo, Reed, pese a ser un reportero extranjero recién llegado a la Revolución Rusa, capta la esencia de ese momento, ya que “domina los mejores instrumentos –sencillez, belleza, emoción profundidad– del periodismo revolucionario”. La obra de Reed recibió el reconocimiento de los protagonistas de este evento historio, Lenin diría que “ofrece un cuadro exacto y extraordinariamente útil de acontecimientos que tan grande importancia tienen para comprender lo que es la revolución proletaria”; mientras que Serguéi M. Eisenstein, sobre quien Reed tuvo una gran influencia al rodar Octubre, describe su obra “como la intromisión de la mirada móvil, secreta ubicua en el núcleo de los hechos”.
Los diez días que estremecieron al mundo no es una crónica que aspire a ser objetiva e imparcial con respecto a la realidad que le rodea. Serrano cita las propias palabras de Reed en las que nos explica que: “durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la verdad”.
El segundo autor que estudia el libro de Serrano será Ryszard Kapuściński, eterno reportero polaco que desarrolla su actividad por todo el mundo y es testigo directo de los principales acontecimientos de la segunda mitad del siglo XX como: la descolonización de África, las revoluciones en América Latina o la caída de la Unión Soviética. Serrano hace gran hincapié en la importancia que tiene para Kapuściński estar al lado de los más desfavorecidos, para que el periodismo sea una forma de dar voz a quienes no la tienen. Recogerá Serrano varias citas en las que Kapuściński así lo expresa, como al decirnos: “La mayoría de los habitantes del mundo vive en condiciones muy duras y terribles, y si no las compartimos no tenemos derecho –según mi moral y mi filosofía, al menos– a escribir”.
El periodismo comprometido de Kapuściński le aleja también de la neutralidad, que es la idea fundamental que nos transmite el libro de Serrano: “En un plano más personal, siento que esta teoría llamada objetividad es totalmente falsa y produce textos fríos, muertos, que no convencen a nadie. Yo soy partidario de escribir con pasión. Cuanta más emoción, mejor para el lector”.
Serrano deja claro en todo momento que “la intencionalidad es lícita, honesta y efectiva si está dominada por el rigor y credibilidad y no por el mero mensaje ideológico”. Esta afirmación nos conduce al tercero de los autores a quien Serrano sigue los pasos, el valiente argentino Rodolfo Walsh.
La obra fundamental de Walsh a la que Serrano hace repetidas referencias ses Operación Masacre. Según el autor de Contra la neutralidad, la obra de Walsh se adelanta al Nuevo Periodismo, que consiste en “poner en clave de ficción hechos periodísticos”, y que se atribuye a Truman Capote. Pascual Serrano nos indica que la genialidad de Walsh consiste en que “además de periodista es detective, letrado y escritor de novela negra. Y todo ello lo pone al servicio de una gran causa: la denuncia de un crimen múltiple en el caso Operación Masacre”. El compromiso y denuncia de Walsh le llevan a que en la dictadura argentina de 1977 fuera “asesinado a balazos, como sus personajes, y su cuerpo desapareció”.
El cuarto de los autores que Serrano nos presentará en su libro es Edgar Snow, quien gracias a su trabajo como reportero y obra más conocida, Estrella roja sobre China, “descubrió Asia a Occidente”. Igual que el resto de los autores estudiados, Snow toma partido a favor de los oprimidos, al lado de quienes se pone dado su inmenso compromiso con un periodismo honesto. Su sensibilidad le lleva a lograr un gran hito en la historia del periodismo, entrar en la que era la gran desconocida para Occidente en los años 30 y 40 del siglo XX, la China Roja, y entrevistar a sus líderes, incluido Mao Zedong.
Pero Snow también fue víctima de los intereses de la prensa dominante, como nos relata Serrano: “Antes de que los comunistas llegaran al poder, en la medida en que la prioridad era la lucha contra el fascismo y los comunistas chinos eran aliados contra Japón, Snow y sus verdades sobre las políticas de Mao tuvieron un acceso relativamente fácil a los grandes medios estadounidenses (…) Sin embargo, una vez derrotado el fascismo y con el comunismo gobernando China, Snow vio que cualquier información positiva sobre las políticas del gobierno chino se silenciaba en los medios importantes de Estados Unidos”.
Su compromiso con la verdad hace que no se case con ninguna de las facciones, lo que según Serrano le acarrea muchos problemas, pues: “para el gobierno estadounidense era un comunista, para Mao era un burgués, para los rusos era un espía y para los comunistas estadounidenses era un trotskista”.
El último de los autores por el que nos guiará Serrano es Robert Capa, fotógrafo célebre por su trabajo durante la Guerra Civil española y el desembarco de Normandía en la Segunda Guerra Mundial. Capa nos da cuenta de la importancia de su trabajo como reportero de guerra en otra genial cita que Serrano rescata para los lectores de su libro: “Los periodistas no tenían permiso para escribir toda la verdad sobre la campaña, y tampoco estaban por la labor. Además, se trataba de una tarea que cumplían mejor las fotografías que las palabras. (…) Me arrastré entre monte y monte, entre trinchera y trinchera, haciéndoles fotos al barro, la miseria y la muerte”.
Pascual Serrano finaliza su libro con una nueva arremetida contra la manera en que la producción informativa se lleva a cabo hoy, que, basada en la actualidad, el sensacionalismo y la superficialidad sin contexto, caduca rápidamente e impide la comprensión de la realidad en profundidad. Por este motivo concluye repitiendo que “en una época en la que se sigue sacralizando la neutralidad, comprobamos que son precisamente los trabajos de los periodistas que renegaron de ella los que han logrado superar la prueba del tiempo”.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Los periodistas debemos tener la voluntad de conocer al "otro", de dialogar con él y de respetarlo

Paso mucho tiempo
hasta que aprendí a pensar
en el hombre
como en el hombre
Dejé de hacer preguntas
de si es blanco o negro
anarquista o monárquico
seguidor de la moda o de lo rancio
si es de los nuestros o de los otros
y empecé a preguntar
qué hay en él de humano
y si hay algo.
Por: Ryszard Kapuscinski
En el siglo XXI, los medios de comunicación no sólo informan, no sólo se limitan a dar noticias, sino que crean estados de opinión ­y, por ende, ideologías­; moldean la imagen que la sociedad moderna se forma del mundo contemporáneo.
Se dice que los medios son el cuarto poder, pero yo subiría su puesto en el ranking. Ya sabemos que su papel en la política es cada vez más relevante y que ha hecho que insurrectos y golpistas de todo tipo cambiasen el objetivo de sus ataques en el mundo entero: antes asediaban palacios presidenciales y sedes de gobiernos y parlamentos, mientras que ahora intentan hacerse en primer lugar con el control de las emisoras de radio y televisión. No debe de ser una casualidad. En El imperio ilustré este fenómeno con la siguiente frase:
"Se ha creado un nuevo guión para las películas que tratan de golpes de Estado: los tanques salen de madrugada con el objetivo de ocupar la emisora de televisión, mientras el presidente duerme tan tranquilo y el parlamento permanece oscuro y desierto; los golpistas se dirigen al lugar que alberga el poder real".
Subrayo la palabra real. De ahí la enorme responsabilidad que descansa sobre el periodista. No me refiero al media worker accidental (aquel cuya vinculación con el mundo de los medios puede ser fruto de una casualidad: hoy trabaja en una emisora y mañana tal vez se convierta en ayudante de notario o engrose las filas de los corredores de Bolsa); me refiero al profesional "de raza", al periodista nato, vocacional. Aquel que sobre todo precie la verdad y mantenga a raya todo intento de manipulación. Nunca huelga repetir que los medios de comunicación, además de ese poder real al que acabo de referirme, tienen un poder de manipulación casi infinito. Permítanme comentar un solo ejemplo:
The Economist, revista foro de expresión del mundo rico, ha titulado varias veces sus editoriales con la pregunta: "¿Cómo alimentar al mundo?". ¡Semejante actitud reduce al ser humano a un mero aparato digestivo! Para apaciguar los remordimientos de conciencia se crean organismos internacionales encargados de proporcionar la noblemente llamada "ayuda humanitaria": unos sacos de maíz por allí, otros sacos de arroz por allá. Nadie dice alto y claro que tan caritativa actitud degrada a la persona a la que, en teoría, se desea ayudar. Convirtiéndola en nada más que boca, estómago e intestinos, ¡se le arrebata la plenitud de su condición humana! Desde el punto de vista ético ­y a mi modo de ver­ se trata de una manipulación gravísima.
De ahí que la ética revista tanta importancia. No sólo en este oficio. En todos. Pero en éste resulta primordial, porque ­insisto­ de nuestra labor dependerá la visión del mundo que se forme el hombre contemporáneo. Y el vertiginoso desarrollo técnico y tecnológico de nuestra época tiene como escenario un mundo sumido en un caos ético tremendo. Habrá que saber interpretar tanto el desarrollo tecnológico como el caos ético. ¿Y a quién corresponderá hacerlo sino a los "moldeadores" de la opinión publica?
Por eso la formación del profesional de los medios de comunicación no se acaba con la consecución del título universitario, sino que en ese momento apenas empieza. Y tendrá que prolongarse durante toda la vida. Pues nuestros lectores, oyentes y espectadores, al formarse también ellos durante toda la vida, nos colocan el listón cada vez más alto. Si son cada vez más competentes ­y lo son­ ,¿qué decir de la competencia que tienen que demostrar aquellos cuya misión consiste en crear estados de opinión? Si queremos ser creíbles, fehacientes e influyentes, tendremos que ir siempre un paso por delante de los destinatarios de nuestro trabajo, que nos perciben como su fuente de información, educación y formación. Si queremos satisfacer sus expectativas, deberemos hacer el esfuerzo de acumular más conocimientos ­y más deprisa­ que ellos. Si no lo hacemos así, primero nos ignorarán y más temprano que tarde nos rechazarán. Creo que esta sola razón (entre otras muchas que se podrían aducir) basta y sobra para justificar la inclusión de los calificativos "nada fácil" y "sumamente exigente" en las características de esta apasionante profesión.
Y, para acabar, una última reflexión: como todos los demás ámbitos de la vida, también este oficio se ve afectado por las leyes de la globalización. Y en un mundo globalizado, nuestros conocimientos y nuestras experiencias no se pueden limitar a un solo país, ni siquiera a un solo continente. Deben intentar "atrapar" en las redes de nuestro raciocinio al mundo entero. Tanto más cuanto que nos ha tocado vivir en una época ­y en un continente: rico­ en que ya no hacen falta largos y agotadores viajes para descubrir mundo y catar su exótico sabor. Resulta suficiente salir a pasear por las calles de cualquier metrópoli europea para toparse con representantes de todas las razas, religiones y culturas.
El mundo de hoy ­presente con su fabulosa diversidad humana en Barcelona y en Lima, en París y en Karachi, en Ginebra y en Dares Salaam, en Londres y en Kuala Lumpur­ es multirracial, multirreligioso y multicultural. Y estos rasgos caracterizadores de nuestra contemporaneidad nos exigen actitudes y comportamientos determinados: tolerancia (una actitud pasiva, pero esencial como primer paso), voluntad de conocer y comprender al "otro" (el distinto, el extraño, el diferente), diálogo y respeto. Sobre todo estos tres últimos, por tratarse de actitudes activas, que, como sabemos, siempre son de ida y vuelta: voluntad de conocer al "otro", de dialogar con él y de respetarlo.
Discurso pronunciado durante el acto de apadrinamiento de la octava promoción de la Facultad de Ciencias de Comunicación Blanquerna de la Universidad Ramon Llull (URL), Barcelona, 18 de junio de 2005. Agradecemos a la URL y a la señora Alicja Kapuscinska, viuda de Ryszard Kapuscinski, su gentileza para autorizar la publicación de este texto
Foto: Q. García, Diario El Mundo
Fuente: Etcétera.com

martes, 23 de marzo de 2010

Agencia polaca de prensa crea el premio de periodismo "Ryszard Kapuscinski"

El primer premio se fallará en marzo del próximo año y podrán competir tanto textos como trabajos emitidos en radio y televisión
La agencia polaca PAP anunció hoy la creación del premio de periodismo 'Ryszard Kapuscinski' en homenaje al conocido reportero polaco, que se concederá cada año para reconocer los trabajos periodísticos más "honestos, objetivos y con una información más elaborada".
El primer premio se fallará en marzo del próximo año, según confirmaron hoy a EFE desde la Agencia Polaca de Prensa (PAP), y podrán competir no sólo textos, sino también trabajos emitidos en radio y televisión.
El reportero Ryszard Kapuscinski (1937-2007) fue un viajero incansable y recorrió a lo largo de su vida África, Asia y Latinoamérica como corresponsal de PAP. Entre las obras más conocidas de Kapuscinksi destaca Ébano, considerada por muchos expertos su mejor libro, en la que a través de varios reportajes describe diferentes países de África. Otras de sus publicaciones son La guerra del fútbol, en la que habla sobre los conflictos entre Honduras y El Salvador causados por el deporte rey; Viajes con Herodoto o Los cínicos no sirven para este oficio, una profunda reflexión sobre la profesión periodística.
"Decidí trabajar para la agencia de prensa por razones específicas, debido a la posibilidad de viajar (en aquellos años, durante el comunismo, era muy difícil para los polacos visitar países fuera de la órbita soviética)", recordaba Kapuscinski antes de su muerte.
"Pero en todos los demás aspectos, el trabajo de los periodistas en una agencia es como pura esclavitud. Ninguno de los periodistas de periódicos o televisión sabe qué tortura es escribir para la agencia, trabajando día y noche en las peores condiciones", reflexionaba. La brillante trayectoria de Ryszard Kapuscinski le mereció recibir numerosos galardones, entre ellos el Premio Príncipe de Asturias en 2003.
Sin embargo esa reputación de incisivo y habilidoso cronista se ve ahora empañada por la reciente publicación de una polémica biografía, Kapuscinski non-fiction, de Artur Domoslawski. Este libro, que se ha convertido en un éxito de ventas en Polonia, pone en duda la veracidad de algunos de los datos que nutrieron sus crónicas, y plantea la posibilidad de que el reportero hubiese tenido una doble vida como espía al servicio del comunismo.

Fuente: EFE

jueves, 11 de marzo de 2010

La polémica creatividad de Kapuscinski

Un libro publicado en Polonia denuncia que lo que el autor presentaba como periodismo era ficción. De ser esto cierto, traicionó la confianza de los lectores, que creían que esas cosas habían ocurrido y eran reales
Por: Timothy Garton Ash
Todos los periodistas y aspirantes a autores de reportajes pueden aprender mucho de la controversia sobre Kapuscinski. La "no ficción creativa" es una pendiente peligrosa.
Si hubiera vivido unos años más, Ryszard Kapuscinski quizá habría podido obtener el Premio Nobel de Literatura. Aunque esas cosas se llevan con un secreto digno del Vaticano, estoy seguro de que era uno de los candidatos constantes de la Academia sueca. Entonces, los periodistas de muchos países habrían celebrado su designación por ser el primer escritor de "no ficción" que lo ganara desde Winston Churchill en 1953. Ahora ha estallado una seria polémica en su Polonia natal por un nuevo libro que sugiere que su no ficción no era tan "no ficción", después de todo. Es una polémica que ya ha dado la vuelta al mundo, porque el nombre de Kapuscinski es sinónimo en todas partes de un cierto tipo de reportaje político-literario.Acabo de leer el libro, que se titula, en polaco, La no ficción de Kapuscinski. Su autor es el periodista Artur Domoslawski, de quien Kapuscinski fue modelo, mentor y amigo, y ha sido criticado por varios motivos. Entre ellos, su forma de abordar las numerosas aventuras amorosas del escritor viajero, que es verdad que me parece poco delicada, y su tratamiento del pasado comunista y los contactos ocasionales de Kapuscinski con la policía secreta, que en mi opinión está bien explicado.
Más en general, se ha criticado al libro por denunciar a un antiguo mentor. La viuda de Kapuscinski lo llama "parricidio". Yo creo que no lo es. Creo que el autor trata de ser imparcial y permite que hablen muchas voces diferentes. Capta al Ryszard que yo conocí, empezando por una brillante evocación de su cálida sonrisa, con la que desarmaba a cualquiera. Desarmaba a cualquiera literalmente, porque aquella sonrisa de humildad casi infantil le permitió salir bien librado de muchos enfrentamientos peligrosos con hombres armados, en África y otros lugares. Por otro lado, este libro es el grito prolongado de un discípulo preocupado e incluso desilusionado, alguien que, en sus casi tres años de investigación, encontró cosas que le perturban enormemente.
El quid de la cuestión, para Domoslawski, para mí y probablemente para el resto del mundo, es que se cruce el límite entre la realidad y la ficción. Es un tema que a algunos nos preocupa desde hace años. En 2001, para conmemorar el centenario del Premio Nobel de Literatura, la Academia sueca organizó un simposio sobre la Literatura de testigos, una delicada forma de sugerir que la Literatura, con mayúscula, no consistía sólo en ficción y poesía. Yo di una charla (reproducida en mi libro Facts are Subversive) en la que comenté que "con Kapuscinski, pasamos sin cesar de la Kenia real a la Tanzania de ficción y viceversa, pero la transición no está claramente indicada en ningún sitio".
Ese mismo año, el antropólogo y escritor John Ryle escribió una brillante reseña en The Times Literary Supplement en la que documentaba numerosas inexactitudes, exageraciones y mitificaciones de Kapuscinski en sus escritos sobre África. Decía que, en su mayoría, tendían a lo que el denominaba el "barroco tropical", un estilo en el que todo se vuelve más exótico, salvaje, descontrolado, extremo y, por qué no decirlo, oriental. Ahora, Domoslawski sigue en parte las huellas del maestro, hasta Addis Abeba, por ejemplo, donde Kapuscinski investigó para escribir su famoso libro sobre la caída de Haile Selassie, El emperador, y a Santa Cruz, Bolivia. Y se ha encontrado con que los propios testigos de Kapuscinski se quejan de que hay material falso e inventado. Da numerosos ejemplos.
Lo que hizo Kapuscinski está ya fuera de toda duda. La cuestión es cómo reaccionar. Una corriente de opinión es la representada por el escritor estadounidense Lawrence Weschler, quien, según Domoslawski, ha dicho que "¿qué más da en qué estante tengamos que colocar El emperador y El Sha, en ficción o no ficción? Siempre seguirán siendo unos libros magníficos". Un compañero de colegio de Kapuscinski afirma que El emperador es "la mejor novela polaca del siglo XX". Y, por supuesto, esos libros hablaban también de Polonia. Los lectores polacos los leían en parte como alegorías de su propia situación, y los censores del comunismo podrían haberlos prohibido si no se hubieran presentado como libros de no ficción que trataban de lugares reaccionarios y lejanos.
Una segunda corriente, que podríamos llamar de los "nerviosos defensores de Ryszard", está bien representada por Neal Ascherson, autor a su vez de soberbios reportajes sobre Polonia y otros países. Kapuscinski era un gran narrador de historias, no un mentiroso -escribe en la página web de The Guardian-, y existe una diferencia importante entre dar noticias y escribir libros. Pero luego hace esta afirmación, que me resulta muy sorprendente: "Casi todos los periodistas, excepto un puñado de santos, sacan punta a las citas o varían ligeramente las horas y los lugares para causar más efecto. Quizás no deberían, pero lo hacen; lo hacemos". ¿De verdad, Neal? ¿Y cuánto es, si no te importa explicarlo, "ligeramente"? ¿Y hasta dónde puede atreverse uno a "sacar punta"? No obstante, en el resto de su blog muestra su preocupación por el hecho de que Kapuscinski no dejara suficientemente claro al lector lo que hacía.
La tercera postura, en la que me incluyo, afirma que, aunque no haya -en los gráficos términos que emplea Ascherson- una "frontera con alambrada y focos", sí existe un límite fundamental, una zona fronteriza, que los escritores de no ficción debemos intentar no cruzar jamás. Si cruzamos ese límite, entonces debemos asignar una etiqueta distinta al producto final. Domoslawski ofrece una razón por la que hay que hacerlo: sencillamente, el deber de ser justos con nuestros lectores. Ustedes necesitan saber qué están leyendo. Al fin y al cabo, parte de la emoción de leer a un escritor como Kapuscinski nace de pensar que esas cosas han ocurrido. Él estaba allí. Lo vio con sus propios ojos. Estuvo a punto de morir por informar de los hechos. Es un principio que su propia retórica ha defendido con frecuencia a capa y espada.
El segundo motivo es más profundo. Me da la impresión de que, para una persona armada con una pluma, existen pocas obligaciones más serias que la de ser testigo veraz de grandes acontecimientos. Al presentar el simposio de 2001 sobre la Literatura de testigos, el entonces secretario de la Academia sueca, Horace Engdahl, sugirió que "la verdad, en un principio, no es nada más que lo que certifica un testigo fiable". Quizá no sirva como regla filosófica universal, pero desde luego sí es aplicable a lo que hacen quienes escriben testimonios, sobre todo cuando se alzan solos en medio de la tragedia o el triunfo. Ser testigos de genocidios, guerras, revoluciones y muestras de valor humano en medio de la humanidad es -perdónenme el tono melodramático- una responsabilidad sagrada.
Es cierto que, al elegir los hechos, las imágenes y las citas, al caracterizar a las personas reales sobre las que escribimos, quienes realizamos reportajes trabajamos, en muchos aspectos, como los novelistas. Pero, si tenemos en cuenta esa responsabilidad respecto a la historia y la promesa de "no ficción" que hacemos a nuestros lectores, debemos atenernos a los hechos de la mejor forma posible. No debemos cambiar el orden de los acontecimientos ni siquiera "ligeramente", ni "sacar punta" a nada que aparezca entre comillas. Todos cometemos errores. Nadie puede ver una situación en su conjunto ni ser totalmente objetivo. Todo el mundo tiene un punto de vista. Ahora bien, si digo que vi una cosa, es que vi esa cosa. No estaba en otra calle, en otro momento, ni me lo contó alguna otra persona mientras tomábamos una copa en el bar del hotel.
Creo que podemos hacer dos cosas. Una, sugerida en tono humorístico por el propio Domoslawski en una entrevista tras la publicación del libro, es que debería haber en las librerías una sección entre la ficción y la no ficción, en la que estuviera una nueva categoría llamada simplemente Kapuscinski. La otra es aprender del maravilloso trabajo de Kapuscinski pero también de sus transgresiones y, de esa forma, dar un testimonio más veraz.

Timothy Garton Ash,
catedrático de Estudios Europeos, ocupa la cátedra Isaiah Berlin en St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Fuente: Diario El País

lunes, 8 de marzo de 2010

"A Domoslawski a veces le sale el parricida que lleva dentro"

Ante la polémica generada por la biografía de Ryszard Kapuscinski, realizada por un discípulo del periodista que afirmaba que sus crónicas estaban falseadas, su amiga y traductora al castellano, Agata Orzeszek, desmiente éstas y otras acusaciones y tilda al autor de “parricida”. El debate ha devuelto la vigencia a su obra en Polonia y fuera de su país
La clave aparece escrita bajo el título del libro, pero nadie ha reparado en ella. “El hombre, el reportero y su época”. “Es la segunda vez que asisto a la defenestración de un hito de la cultura europea. La primera vez fue con Günter Grass. ¿Porque en su adolescencia cometiera un error va a resultar ahora que “El tambor de hojalata” tiene menos valor?”. Para Agata Orzeszek, traductora de la obra de Ryszard Kapuscinski en España y amiga personal del periodista, con el que comparte nacionalidad, lo principal es el contexto. Y el contexto es la historia. Hace tres años que el reportero polaco falleció de un infarto. Exactamente, el 23 de enero. Pero desde entonces, su figura ha sido sacudida de manera intermitente por críticas procedentes de diversas esferas. Parece que lo que nadie se atrevió a decirle en vida se lo quieren decir ahora que está muerto, y el capítulo de alegaciones y defensa resulta imposible.
Entender al personaje
Algunos le han acusado de colaborar con el comunismo, y una reciente biografía titulada “Kapuscinski non fiction”, firmada por Artur Domoslawski, discípulo y amigo del autor de “Ébano”, sostiene que muchas de sus crónicas no son “hechos sino literatura” y que algunos de los encuentros que mantuvo con personalidades forman parte de la “leyenda”.
Sobre estos pilares se ha erigido una polémica que promete perdurar y que para nada está preocupada en entender al personaje al que se demoniza. “Lo primero que hay que hace es comprender los condicionantes históricos –señala Orzeszek–. Kapuscinski salió de un país en guerrra. En aquella época tenías que elegir entre Hitler, con lo que el nazismo representó para Polonia, y el comunismo. En esos años, todas las personas que se consideraban decentes, y Kapuscinski era de las más decentes que he conocido, elegían el comunismo. Se adhirió a él, sí. Pero eso ya se ve en “La jungla polaca”. Era una generación traumatizada por la guerra. En ese periodo, además, no se llamaba comunismo, sino socialismo. De hecho, el partido en el que militó fue el Partido Obrero Unificado de Polonia. Ahí no aparece la palabra comunismo”, añade. ¿Pero qué quería Kapuscinski del comunismo? “Siempre fue a contracorriente. A su modo. Luchaba por un socialismo con rostro humano que favoreciera a las personas. Siempre estuvo del lado del oprimido”.
Agata Orzeszek es una de las pocas personas en España que han leído la biografía de Domoslawski. La pregunta es tentadora. ¿Es tan devastadora? “El autor intenta ser honesto, aunque a veces le sale el parricida que lleva dentro. Se nota que se pregunta por cosas que no se atrevió a hacerle cuando todavía vivía. Lo que hace es bajarlo del pedestal y mostrar a la persona de carne y hueso, pero en ningún momento le ha quitado la grandeza profesional”. Una de las consecuencias imprevistas de esta biografía es el debate interno que ha abierto en Polonia: “Los jóvenes de treinta años están encantados; los mayores, escandalizados. Más que la vida privada de él, lo que ha interesado a los jóvenes es que el libro, que está dividido casi por décadas, cuenta cómo funcionaba la censura y han descubierto una realidad nueva. Las reglas de un Estado, la relación entre la prensa y el poder, cómo eran las relaciones personales y cómo se movía pefectamente Kapuscinski.
Cuando se le sugiere a Agata Orzeszek si Kapuscinski cayó en la trampa de falsear o recalcar en exceso la realidad, contesta: “Recuerdo un pasaje de “Un día más con vida” donde se refiere a una serpiente. Kapuscinski se documentaba mucho, pero esa serpiente que menciona no vivía en África, sino en Brasil. Se confundió y se lo dijimos. Nos pidió que lo corrigiéramos. Se había equivocado. ¿Pero eso quiere decir que no había serpientes en África? Para mí, sin duda, continúa siendo una referencia. Un hombre capaz de una observación como ésta: en los restaurantes de Rusia no había cuchillos porque habían usado el metal para las alambradas de espino”.
“Un gran escritor”
La pregunta pendiente es: ¿Cuál es el límite entre el periodismo y la literatura? Para el periodista norteamericano John Lee Anderson, autor de “Che Guevara. Una vida revolucionaria”, no hay duda de cuál es el papel de un reportero cuando escribe un artículo: “Ser fiel a lo que presencia y recordarlo así para los lectores. Si el cielo es azul, en el periodismo no puedes decir que es negro. En la ficción, sí. En el periodismo, si no estabas en el sitio, no puedes decir que estabas”. Lee Anderson ha sintetizado su trabajo en una regla: “Mantener la ética de ser honesto con mis entrevistados y con el lector”. La impresión que guarda de Kapuscinski es que, “más allá de cualquier defecto que pudo haber tenido, era un formidable prosista y demostró que como escritor podía enfocar nuestra atención en lo supuestamente marginal y olvidado. Hablo de personas, conflictos y hasta de países enteros de África y América Latina. Esa fue su gran virtud. Si pensamos en la Angola revolucionaria de los setenta, inmediatamente nos viene la vision que nos dejó él, para bien o para mal; lo mismo podemos decir de Etiopía, Irán o El Salvador. No sé si era ficción o periodismo; ojalá él nos los hubiera dejado más claro y no tendríamos esta controversia. Pero sin duda era un gran escritor, y algunas de sus obras pertenecen a la categoría llamada “Literatura”“.

Domoslawski, “un mal discípulo”
Alicja, la viuda de Ryszard Kapuscinski, ha intentado parar la publicación del polémico libro. ¿Por qué? La respuesta la proporciona la traductora del autor, Agata Orzeszek: porque “le ha incomodado que entrara en la vida familiar del autor. En ese aspecto, estoy de acuerdo con ella. Artur Domoslawski ha sido un mal discípulo de Kapuscinski, porque Kapuscinski jamás hubiera perjudicado a nadie. El autor –prosigue Orzeszek– ha desnudado el monumento hiriendo a su viuda y a su hija. En ese aspecto me solidarizo con ellas dos”, dice la amiga del fallecido periodista polaco, en la imagen, en Oviedo, donde recogió el Premio Príncipe de Asturias. Y agrega que “Domoslawski ha contado la vida afectiva que mantuvo Kapuscinski al margen de su matrimonio. En una generación como a la que pertenecían él y su mujer, que es también la mía, el ámbito privado era el ámbito privado y no entraba nadie. En la vida todo se termina por saber, pero podía haber esperado veinte o treinta años para contarlo”, asegura. Ha resultado muy inoportuno”, concluye Orzeszek.

Fuente: Diario La Razón

miércoles, 3 de marzo de 2010

"Kapuscinski cruzó las fronteras de la ficción y vendió lo que hacía como periodismo"

Rtur Domoslawski es periodista, autor de “Kapuscinski non fiction”. La primera biografía del gran cronista y escritor ha armado un gran revuelo en Polonia, donde su viuda intentó sin éxito parar su publicación. El libro pone en duda la veracidad de algunos textos y declaraciones del autor de “Imperio”
Por: Julio Villanueva Chang*
A Ryszard Kapuscinski la entrevista le parecía un género despreciable. Se jactaba de nunca haber hecho una. Artur Domoslawski, el reportero de Gazeta Wyborcza que fuera su discípulo y amigo durante los últimos nueve años de su vida, cuenta que cuando Kapuscinski preparaba Imperio, su libro de viajes a la Unión Soviética, alguien le preguntó si quería entrevistar a Gorbachov. "¿Pero de qué voy a hablar con él? ¿De amor?", dijo. Creía que los políticos nunca le iban a decir la verdad y que no tenía sentido entrevistarlos. Pero a él sí le gustaba que lo entrevistaran. "Una vez me dijo con cierto orgullo que había concedido unas mil entrevistas", recuerda Domoslawski, quien ha titulado la biografía sobre su admirado amigo Kapuscinski non fiction.
El anuncio de su publicación ha desatado una guerra silenciosa: la viuda de Kapuscinski pidió al tribunal civil de Varsovia que impidiera su difusión. Domoslawski ha vivido los últimos días en el ojo de la tormenta. Ésta podría ser otra entrevista despreciable.

Cuando Kapuscinski murió, aparecieron textos que oscilaban entre la hagiografía y la denuncia póstuma. ¿Cómo escribió la biografía de un personaje que fue su mentor y amigo?
Intenté resolver una serie de preguntas clave para entender a Kapuscinski. Uno: ¿Cómo hizo su carrera de gran reportero en un sistema que no era democrático? ¿Era suficiente tener el talento de reportero y de escritor? ¿O era necesario tener otros talentos como el de un negociador político, el saber convivir con gente extraña y el de tener un buen olfato? Dos: ¿Cómo fue la vida privada de un hombre que creció en medio de una guerra y que después estuvo siempre de viaje? ¿Cómo fue el Kapuscinski hijo, padre, esposo y amante? Tres: ¿Nos dijo siempre toda la verdad de lo que había sucedido y de lo que había sido testigo? ¿O cruzó las fronteras de la ficción vendiendo lo que hacía como periodismo? Había varios temas polémicos por investigar: durante décadas, Kapuscinski creyó en el Partido Comunista de Polonia y construyó su carrera de escritor utilizando su posición privilegiada, no de un modo cínico sino como un creyente de verdad. También colaboró con el espionaje polaco mientras era corresponsal en América Latina y África.

¿Cómo lo conoció?
Un día Kapuscinski se apareció en Gazeta Wyborcza y le pidió a mi jefe que nos presentara. Le había gustado un texto que yo había escrito sobre Colombia, acerca de las negociaciones entre las FARC y el presidente Pastrana. Al principio fue más una relación de discípulo-maestro. Pero en poco tiempo se convirtió en una verdadera relación entre dos amigos.

¿Qué problemas de conciencia tuvo al escribir su biografía?
Cuando iba descubriendo cosas que aparecían como desfavorables a él, mi dilema era si dejar el trabajo o seguir. Con el tiempo, interioricé todo eso y empecé a dejar de mirar a Kapuscinski como un mito. Se trataba sólo de mirarlo como a un ser humano.

¿Qué diría a quienes, antes de leer esta biografía, le han acusado de oportunista y traidor?
No acepto este tipo de acusación. Creo que quien lea mi libro se dará cuenta de que la biografía fue escrita con una enorme simpatía. Kapuscinski me fascina. En primer lugar, porque ayudó a un entendimiento universal de los mecanismos del poder. Kapuscinski no cree que el poder trate del progreso y del bien de la gente, cree que el poder trata sólo del poder, y punto. A pesar de toda su desilusión sobre las revoluciones que vio, fue un simpatizante de los cambios radicales. En segundo lugar, Kapuscinski nos propuso otra lectura sobre los desafíos del mundo de hoy desde la perspectiva de los excluidos: dio voz a los que nadie escucha y habló en nombre de ellos. Era un cronista y abogado de conflictos que nadie parecía advertir ni entender. Nunca compartió el entusiasmo por el capitalismo ni por las ideas de difundir la democracia entre los salvajes. La tercera gran contribución de Kapuscinski fue elevar el reportaje al nivel de la gran literatura. A veces hacía experimentos literarios peligrosos para el periodismo. Es complicado llamar "periodísticas" sus historias, pero en la mayoría de casos son gran literatura. Por eso fue candidato para el Premio Nobel. Su camino es a la vez un gran ejemplo y una gran advertencia: cruzar las fronteras entre los géneros de ficción y no ficción sirve sólo para los cronistas y escritores más honestos y talentosos.

¿Cómo administró todos los rumores sobre él?
Verificaba uno por uno. Por ejemplo, se supone, por lo que escribió el mismo Kapuscinski, que se había salvado de ser fusilado en cuatro ocasiones. Hasta donde se sabía, él era el único testigo de lo que supuestamente le había sucedido. Según testimonios que encontré, en uno de esos casos, Kapuscinski no fue el único testigo. En la biografía, no puedo concluir que los otros tres casos en que Kapuscinski dijo que había estado a punto de ser fusilado tampoco fueran verdad porque en estos él fue el único testigo. ¿Era un cobarde para viajar a lugares peligrosos? No. Kapuscinski pasó muchos años viviendo en lugares en los que arriesgaba su vida. Pero también sabía que parte de la literatura son los mitos y leyendas, y que el imaginario del mundo intelectual está repleto de estos sobre escritores. Él se esforzó para fabricar este mito sobre él mismo. Llamar a eso "mentira" incluye un juicio moral que no comparto. La palabra "fabulación" es más justa. Kapuscinski mismo usaba la expresión "intensificar la realidad" para contar lo esencial sobre ella.

¿Cómo quería él que lo viéramos?
En un momento de su vida Kapuscinski se dio cuenta de que tenía una experiencia extraordinaria en la comunidad de reporteros internacionales: que fue un gran testigo de la caída del sistema colonial en África, pero que, a diferencia de otros, él estuvo en más lugares y por más tiempo. Se dio cuenta de que fue también testigo de revoluciones, dictaduras, golpes de Estado y toda clase de rebeldías en América y Asia. Se dio cuenta de que estuvo cerca de grandes personajes de todo el mundo, aunque, como se suele creer, no llegó a conocerlos a todos. Lo empezaron a llamar "el reportero del siglo XX", alguien que durante la segunda mitad del siglo pasado estuvo en todas las partes donde había sucedido algo trascendente, un gran testigo. Quería que pensáramos eso. Dijo que había recorrido la ruta del Che en Bolivia, y a partir de esta frase se creyó que estuvo junto a él. En las portadas de la edición inglesa de La guerra del fútbol y de Ébano se publicitaba que había tenido amistad con el Che o Lumumba. Y Kapuscinski nunca lo corregía ni lo negaba. Cuando Jon Lee Anderson estaba preparando la biografía del Che, le preguntó si lo había conocido y Kapuscinski le dijo que eso era un error de la editorial. Pero pasaban los años y las mismas frases aparecían en las cubiertas de sus libros. Quería que lo viéramos también como a un escritor y, en sus últimos años, como a un pensador.

¿Cómo entender su colaboración con el Servicio de Inteligencia de la Polonia comunista?
Para entender el caso de Kapuscinski es justo contextualizar cómo eran durante la guerra fría las relaciones entre el poder y los intelectuales. Fue una época en que los servicios de inteligencia usaban a los periodistas, escritores, científicos y artistas para obtener información. Por su amistad con gente del Partido Comunista pudo haberse negado a colaborar. ¿Por qué no lo hizo? Porque veía a la Polonia comunista como su patria. Era un creyente en el socialismo. ¿Cometió un pecado? Sí. En esa época no lo entendió. Sólo pudo entenderlo años después.

¿Imagina a Kapuscinski acabando de leer su biografía?
Si él hubiera escrito una biografía de alguien, lo habría hecho de una manera similar a la mía, pero no sería feliz leyendo la suya. Después del esfuerzo que hizo durante años para esconder cosas de su vida y crear una leyenda, tal vez se molestaría conmigo. ¿Hubiese sido mejor que escribiese su biografía alguien que no lo hubiera conocido y admirado tanto?

*Julio Villanueva Chang es editor de la revista literaria Etiqueta Negra

Foto: Gazeta
Fuente: Diario El País


Un libro cuestiona la veracidad de un maestro del periodismo
Una biografía afirma que el periodista inventaba hechos o los "coloreaba"
Por: Juan Manuel Bordón
La polémica biografía sobre Ryszard Kapuscinski que saldrá a la venta esta semana en Polonia, Kapuscinski no-ficción, arranca con una frase tomada de García Márquez. "Todo el mundo tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta". A tres años de su muerte, la imagen pública de Kapuscinski es la de un referente del periodismo del siglo XX , la de un escritor comprometido con la justicia y un maestro del oficio. Sin embargo, el libro que ha escrito Artur Domoslawski, considerado uno de sus discípulos, lo muestra bajo una nueva luz: la de un gran escritor a secas, dispuesto a retorcer la verdad, inventar encuentros, escenas y testimonios con tal de dar con relatos potentes.
Según apuntan en el blog Bacacay, dedicado a la literatura polaca, en Polonia han aparecido otras tres biografías sobre Kapuscinski tras su muerte. Las tres, crónicas que dan lustre a su leyenda sin mayores cuestionamientos. Todo lo contrario a Kapuscinski no-ficción, un libro que hurga en su relación con los servicios secretos polacos, sus licencias en relación con la verdad de lo que cuenta e incluso en sus relaciones extramatrimoniales, lo que ya le valió al biógrafo acusaciones de amarillista.
Como su maestro, Domoslawski se especializó en temas latinoamericanos. Al parecer, el libro fue un encargo de la editorial Wydawnictwo Znak y el autor tuvo acceso a los archivos personales de Kapuscinski para su investigación. Sin embargo, cuando presentó el manuscrito empezaron los problemas. Primero, porque el editor de esa casa, Jerzy Illg, se negó a publicar "un libro como ese" -agencia AP dixit-, que deshonraba su amistad personal con Ryszard. Segundo, porque una vez que el libro de seiscientas páginas fue aprobado por otra editorial, Swiat Ksiazki, la viuda le inició una demanda por difamación e intentó frenar su aparición. El juzgado la rechazó porque fue la propia viuda quien le dio acceso a Domoslawski a los archivos personales de su marido.
Uno de los puntos polémicos de Kapuscinski no-ficción es cuando se habla de su supuesta labor de espía, aunque el propio biógrafo le quita peso al asunto señalando que cuando Kapuscinski comenzó a trabajar como corresponsal, era imposible salir del país sin firmar un acta de colaboración con los servicios de inteligencia. Sin embargo, la principal acusación de Domoslawski es que en muchos de sus reportajes, los escritos de Kapuscinski cruzan la difusa línea que divide la literatura de ficción del periodismo, "colorean" y exageran los hechos.
En algunos casos, los pasajes a los que se refiere son como metáforas brillantes. Por ejemplo cuando cuenta, en una crónica sobre las matanzas de Idi Amin en Uganda, que los peces engordaron mucho en esos meses porque se comían los cadáveres que arrojaban al lago Victoria. Pero un ejemplo distinto es su libro El Emperador, una cróncia sobre la vida en la corte del emperador etíope Haile Selassie (1892/1975), donde Kapuscinski pone en boca de los personajes ideas y expresiones que nunca pudieron haber dicho. "Despretigiar ese libro como una invención es una tontería", le dijo Domoslawski al diario chileno El Mercurio, "no servirá como manual de periodismo pero sí para entender cómo funciona el poder".
Según cree Jaime Abello, director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, de la que Kapusckinski fue docente, la discusión sobre la biografía tiene mucho que ver con las discusiones que despertaba la obra de Kapuscinski. "No sé si llegó a inventar entrevistas o hechos y puede que el discurso narrativo utilice técnicas cercanas a la ficción, creo que era un tipo muy honrado y cuidadoso. Pero sus libros están construidos sobre memorias de su experiencia de reportera, había una rememoración y bien sabemos que las cosas no son siempre como se recuerdan".

Kapuscinski Básico Polonia, 1932-2007.
Periodista. Fue colaborador de "Time", "The New York Times" y "La Jornada". En sus viajes por distintas regiones, cubrió guerras, golpes de Estado y revoluciones en Africa, Asia y América Latina. En 2003 ganó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y varias universidades le otorgaron el título de Doctor Honoris Causa. Entre otros libros, es autor de "El emperador", "El Imperio", "Ebano", "La guerra del fútbol", "Los cinco sentidos del periodista" y "Viajes con Heródoto".

Foto: Archivo diario Clarín
Fuente: Diario Clarín

miércoles, 17 de febrero de 2010

Viuda de Ryszard Kapuscinski, está en contra de la publicación de su biografía

Aunque no explicó su oposición a la obra de Artur Domoslawski, se sabe que éste último sospecha que el finado reportero colaboró con los servicios secretos comunistas.
Alicja Kapuscinska, viuda del escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007) desea que no se publique la biografía sobre su marido, muerto hace tres años.
Kapuscinski publicó 19 libros y se le reconoció con el Premio Príncipe de Asturia, por lo que se le reconoce a nivel mundial como uno de los mejores periodistas del mundo.
Kapuscinska pidió al tribunal civil de Varsovia que impida la divulgación del libro Kapuscinski Non-Fiction, de Artur Domoslawski, de acuerdo a una información de la edición digital de Reszpospolita.
Sin dar explicaciones hasta ahora de su negativa, la viuda del escritor insiste en que su abogado le ha recomendado no hablar del tema hasta que los jueces no se pronuncien sobre su petición.
Domoslawski ha expresado sus sospechas de que el finado reportero posiblemente fue colaborador de los servicios secretos comunistas.
Ha explicado que cualquier referencia a la conexión del difunto reportero con el espionaje durante el comunismo, se basa en archivos del Instituto para la Memoria Nacional, un organismo encargado de estudiar los crímenes cometidos durante el periodo de ocupación nazi y comunista.
"Estoy sorprendido, no quiero creer que la mujer de un gran autor quiera que los tribunales censuren la difusión de información", lamenta Domoslawski, quien sospecha que el problema reside en un pasaje de la biografía que se refiere a la posible colaboración de Kapuscinski con los servicios secretos comunistas.
Artur Domoslawski ha explicado que cualquier referencia a la conexión del difunto reportero con el espionaje durante el comunismo se basa en archivos del Instituto para la Memoria Nacional, institución encargada de estudiar los crímenes cometidos durante el periodo de ocupación nazi y comunista.
A pesar de las dificultades, el autor mantiene su intención lanzar la biografía dentro de dos semanas.
Ryszard Kapuscinski, como corresponsal de la Agencia Polaca de Prensa (PAP), viajó por África, Asia y Latinoamérica.

Fuentes: Agencias Notimex y AFP

viernes, 25 de mayo de 2007

La mujer de Kapuscinski niega que el periodista fuera un espía comunista

Roma. (EFE).- El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski no era un espía y los intentos de acusarlo de una "colaboración consciente con los servicios (de seguridad) comunistas son absolutamente calumnias", aseguró hoy su mujer Alicja, en una entrevista con el diario italiano 'La Repubblica'.
La edición polaca de un semanario de información publicó recientemente que el nombre del periodista figuraba en una lista de colaboradores del régimen comunista. Alicja Kapuscinska señaló al diario que ante esa acusación su marido, muerto el pasado enero, habría dicho sólo una cosa: "reaccionar a estas calumnias está por debajo de mi dignidad".
Kapuscinska recordó que hace un año ya surgió un caso parecido, cuando un periodista polaco publicó una relación de nombres que, "según él, estaban en el archivo de los servicios secretos".
En aquella ocasión, Kapuscinski le dijo a su mujer que "era obvio que todos aquellos que trabajaban en el extranjero en aquel periodo estuviesen en una lista: no estaba sorprendido, en esta lista hay miles de nombres".
Kapuscinska señala que en aquella época "era normal que cuando uno tenía un trabajo por el que debía viajar, fuese contactado por los servicios de seguridad y se le dijese que a su regreso habría debido informar". Sin embargo, los "intentos de acusarlo (a Kapuscinski) de una colaboración consciente con los servicios (de seguridad) son absolutamente calumnias", indicó.

miércoles, 24 de enero de 2007

Los cínicos no sirven para este oficio

El escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski ha fallecido en Varsovia a los 75 años. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003, era uno de los grandes maestros del periodismo moderno y el autor polaco más traducido y publicado en el extranjero. El escritor, que sufría de una grave enfermedad, fue sometido a una complicada operación el pasado sábado.

Kapuscinski nació el 4 de marzo de 1932 en Pinsk y era licenciado en Historia. Con 17 años se inició dentro del periodismo en la revista Hoy y mañana, pero su profesionalidad se forjó en la agencia de noticias polaca PAP, para la que trabajó de reportero durante 30 años (1958-1981). Durante ese tiempo fue testigo de infinidad de acontecimientos mundiales como los numerosos cambios políticos de países del Tercer Mundo, desde Angola hasta el antiguo Zaire (hoy República Democrática del Congo). Asimismo, cubrió la llegada de la descolonización y la consiguiente independencia en el Tercer Mundo, además de hechos históricos como la caída del régimen democrático chileno o la revolución iraní.

En su dilatada carrera presenció 27 revoluciones, vivió 12 frentes de guerra y fue condenado en cuatro ocasiones a ser fusilado. Harto de la censura polaca, a partir de la década de los 80 empezó a colaborar con periódicos y revistas internacionales, como The New York Times o Frankfurter Allgemeine Zeitung, a la vez que se introducía de lleno en el campo literario a través del gran reportaje.

Mejor periodista polaco del siglo XX

El que fue elegido en 1999 mejor periodista polaco del siglo XX y distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2003 tiene una veintena de libros publicados. Se estrenó como autor con Bus po polsku (1962), pero el primero de importancia fue El emperador (1978, en castellano en 1989), sobre la caída del trono de Haile Selassie en Etiopía en 1974. Al título anterior siguieron El Sha o la desmesura del poder (1987) -narración de la salida de Reza Palhlevi de Irán-, Lapidarium (1990), La guerra del fútbol y otros personajes (1992), El imperio (1993) -de la ya extinta URSS-, Ébano (1998), Los cínicos no sirven para este oficio (2000) -en el que habla del buen periodismo-, Desde África (2001), Los cinco sentidos del periodista (2003) y el libro-taller de la Fundación para un Nuevo Periodismo Latinoamericano (FNPI, 2004).

En 2004 expuso una muestra fotográfica propia en el pabellón de Europa instalado en la Feria del Libro de Madrid titulada África en la mirada, una selección de cuatro décadas de viajes por el continente negro de Kapuscinski que reveló una faceta suya menos conocida.

En ese mismo año fue galardonado con el Premio Bruno Kreisky para libros políticos de Austria y doctorado honoris causa en 2005 por la Universidad catalana Ramón Llull. Dedicó los últimos años de su vida a viajar, impartir conferencias y reflexionar sobre el proceso de la globalización y sus consecuencias para la civilización humana. Además continuó escribiendo libros en su casa de Varsovia, donde fijó su última residencia.

Premio Príncipe de Asturias

En el acta del jurado que le concedió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, se destacaba que Kapuscinski se le otorgaba el galardón " por su preocupación por los sectores más desfavorecidos y por su independencia frente a presiones de todo signo, que han tratado de tergiversar su mensaje". "No se ha limitado a describir externamente los hechos sino que ha indagado sus causas y analizado las repercusiones, sobre todo entre los más humildes, con los que se siente hondamente comprometido", destacaba el jurado.

Y calificaba sus trabajos de "valiosos reportajes, agudas reflexiones sobre la realidad circundante y, al mismo tiempo, ejemplos de ética personal y profesional, en un mundo en que la información libre y no manipulada se hace más necesaria que nunca".

Fuente: El País.com

Siempre estuvo allí para contarlo

Por Sergio Carreras, La Voz del Interior. Foto: EFE
Conocemos a tan pocos polacos que, si cerramos los ojos, no es difícil que la memoria auditiva nos convenza de que estamos escuchando al papa Karol Wojtyla. En un español que choca de frente contra las erres y pasea una aspiradora sobre las jotas, Ryszard Kapuscinski habla sobre periodismo frente al cuidadoso silencio que sostenemos una quincena de periodistas de diferentes países latinoamericanos, atraídos hasta Caracas por el imán de su ¿historia? ¿trabajo? ¿aventura?

Todos acabamos de leer y releer media docena de los libros del polaco –no el papa sino Kapuscinski– y sabemos que este señor de 73 años sentado junto a nosotros, corbata, saco y camisa a cuadros, que habla en un tono de voz tenue, como queriendo hacer pasar inadvertida su presencia, no tiene nada que ver con Kapuscinski. No es Kapuscinski; claro que no.

El verdadero Kapuscinski es ése que atraviesa a ciegas el desierto del Sahara sentado al lado de un camionero que habla un dialecto inentendible; es el que recorre las aldeas etíopes cuyos habitantes mueren en masa por la hambruna o las epidemias y, conmovido, le regala lo único que lleva, una tira de aspirinas, al jefe de la tribu; es el corresponsal al que le hacen saltar los dientes y le amoratan los ojos a trompadas y culatazos los soldados de ejércitos nigerianos clandestinos que vigilan los caminos.

El Kapuscinski real atraviesa Tegucigalpa caminando en la mayor oscuridad, para poder enviar el telegrama con la noticia de que estalló una guerra luego de un partido de fútbol; es el mismo Kapuscinski al que muerden los escorpiones, lo atrapa la malaria y la tuberculosis, se salva de confundir con un cenicero la cabeza de una cobra que duerme bajo la cama de su tienda, se muda a un cuchitril en un callejón africano de Lagos: ése es Kapuscinski, ¿o no?

Sin grabadores
Con más de una veintena de libros publicados luego de varias décadas de trabajo como corresponsal en diversas regiones del Tercer Mundo, apabullado de premios internacionales y honoris causa, Ryszard Kapuscinski además suele cargar, acorde al entusiasmo creciente de sus críticos, con el título pesado de Mejor Reportero del Siglo 20.

Semejantes antecedentes, forjados en la cobertura de dos decenas de revoluciones, guerras y golpes de Estado, van de la mano del más llano estilo de trabajo. En la charla en Caracas, cuenta que jamás usó grabador, que escribió todos sus libros con una clásica máquina de escribir y le rehúye a las computadoras, que no hace anotaciones durante las entrevistas; que, en realidad, jamás hizo una entrevista en toda su carrera, al menos no en la forma en que estamos acostumbrados a verlas: un tipo que hace preguntas preparadas a otro que las responde. “No, yo no descargo cuestionarios sobre las personas. Yo converso”, dice.

Si Kapuscinski comenzara su carrera hoy, tendría escasas posibilidades de conseguir una pasantía en un medio. Además, si de quemar lustrosos manuales de estilo periodístico se trata, Kapuscinski recalca que no usa citas textuales en sus notas “para no interrumpir la prosa”. Ni hablar de los meneados códigos de ética: “No responden a las situaciones concretas con que uno se enfrenta en el trabajo. Ahí, el único código válido es nuestro corazón”.

Kapuscinski nació en la ciudad de Pinks, en 1932, en una familia pobre, y a los 19 años se graduó como historiador en la Universidad de Varsovia, ciudad donde sigue viviendo hasta hoy. Aunque, para ser precisos, Kapuscinski es más un habitante de aviones, de salas de espera en los aeropuertos, en los hoteles de diversos lugares del mundo desde donde es requerido para conferencias, seminarios, entregas de premios.

¿Es atractivo?
“Sí, sí tengo vida familiar; siempre me preguntan eso”, responde. “Tengo esposa, hija y un nieto. En cierto sentido llevo dos vidas: una en Varsovia, cuando escribo, y otra cuando viajo. Nunca hago las dos cosas a la vez”. Las anécdotas alrededor de esa vida de corresponsal permanente son variadas. Una cuenta que Kapuscinski, en una larga ocasión, estuvo cinco años sin ver a su esposa. Otra, que un colega colombiano recibió una llamada, desde Varsovia, en la que ella, sin otra fuente a la que recurrir, intentaba saber en cuál rincón del mundo se encontraba su marido.

Los conceptos alrededor del periodismo con los que insiste desde sus libros reivindican una idea humanista de la profesión y son una crítica a las prácticas industriales de los medios masivos, construida en base a su experiencia de periodismo participante. “Hoy –dice– el periodismo es más una profesión de masas, menos aristocrática. Antes se era periodista para toda la vida y hoy es una profesión más. Los dueños de los medios hoy no son periodistas sino hombres de negocios, por eso corrompieron la profesión. Preguntan cuánto tiraje tienen, cuánta gente los lee o los ve, pero no hablan sobre la calidad, si un texto está bien escrito, si hay detrás una pluma talentosa; sólo ven si lo compran o no, si lo miran o no. Apuntan a captar un auditorio de masas; lo único que los conmueve es el dinero. Antes, lo primero que preguntaba un editor ante un hecho era: ‘¿Es verdad?’; en cambio, hoy pregunta: ‘¿Es atractivo?’”.

“En realidad –continúa en su mismo tono de voz– el periodismo no es una profesión, no es como ser ingeniero o ser médico o arquitecto, profesiones en las que se requiere un título que acredita un conocimiento básico gracias al cual, aun sin posterior perfeccionamiento, los puentes que construyan no se van a derrumbar, los edificios no se van a caer. Pero en el periodismo la experiencia no se acumula, nunca sabemos en realidad qué hacer, cómo actuar o escribir. En cada artículo, cada reportaje, cada crónica siempre estaremos empezando de nuevo, desde cero. Los estudios nunca se acaban porque el periodismo se ocupa de nuevos datos, nuevos hechos, nuevos problemas. Eso impone estudiar permanentemente y de todo”.

Para el reportero polaco “el que no considera que ser periodista es la única manera de vivir, debe dejar de ser periodista. No pertenece a esto. Uno debería probar antes cualquier cosa, cualquier trabajo y, al final, si en ninguno anduvo, debería intentar con el periodismo. Esta es una profesión muy mal pagada, de mucha responsabilidad y poco dinero. Los más grandes periodistas no son ricos, esto no sirve para hacerse rico, pero si hay uno que piense que no es fascinante, debe abandonarlo”.

Sucede que el verdadero Kapuscinski, el aventurero, el temerario, el viajero incansable, en realidad es, también y fundamentalmente, un periodista romántico y un humanista militante comprometido con las realidades que testimonia y que no justifica a aquellos que se detienen sólo en la cáscara de las cosas.

No entiende, por ejemplo, cómo algunos corresponsales pueden decir que estuvieron en Dubai o en Argel si jamás abandonaron sus hoteles cinco estrellas ni las zonas “occidentales” de ese tipo de ciudades. No entiende que haya reporteros que puedan hablar sobre personas a las que no conocen profundamente, o sobre la vida en África sin haber conocido lo que es tomar un té calentado entre piedras, en una choza de barro.

Tiempo de incomprensiones
A la hora de enumerar sus incomprensiones, no es difícil descubrir a partir de la lectura de sus libros que el polaco odia la televisión y sus programas y sus presentadores, que detesta las computadoras y no soporta los centros de compras desmesurados y el exacerbado consumismo estadounidense; que lo sacan de las casillas los tipos protegidos detrás de un escritorio y que, si pudiera, aboliría la esclava forma occidental de relacionarse con el tiempo.

“Para mí –dice en Lapidarium IV– la pregunta más importante del siglo 21 es esta: ¿qué hacer con la gente? No cómo alimentarla o cómo construirle escuelas y hospitales, sino ¿qué hacer con ella? Sobre todo, cómo proporcionarle una ocupación. La imagen que más impacta cuando se viaja por África, Asia o América latina no es otra que la de millones –decenas de millones– de personas inactivas”.

A la hora de escribir sus reportajes, Kapuscinski encontró sus maestros en la literatura. “El lenguaje periodístico es muy limitado y estereotipado. ¿Cómo describir con sus pobres fórmulas los olores de un jardín, la atmósfera de un pueblo, la belleza de una montaña? Por eso usamos herramientas de la ficción y un requisito de todo buen periodista es leer mucha ficción.

El futuro del reportaje periodístico es el reportaje-ensayístico, no el descriptivo. En la era de la television, frente a los peligros de un periodismo superficial, manipulado e ignorante, uno debe plantearse un periodismo profundo. Hay que ser curioso y trabajar mucho. Tengo que saber 100 veces más que el lector para interesarlo en un tema, y hoy los lectores están cada vez más informados”.

El taller en Caracas, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, giró alrededor del tema periodismo de fronteras. Kapuscinski no deja de anotar cada neologismo y localismo que detecta en las conversaciones.

Está investigando para un reportaje sobre América latina. Al mismo tiempo, escribe su sexto libro de la serie Lapidarium y acaba de publicar un nuevo libro de poesías. Dice que jamás vuelve a leer sus libros y que ya olvidó todo lo que escribió. “El ritmo de la escritura nos lleva. Es como el ritmo del mar. Encontrarlo es un trabajo duro y penoso y todo el tiempo vivo en una enorme tensión, un enorme estado de miedo. Uno está en manos de fuerzas misteriosas que lo manejan y con las cuales es difícil discutir. En el momento en que me siento con un papel y un lápiz, soy la persona más humilde del mundo”.

"El sentido de la vida es cruzar fronteras"


Ramón Lobo
Ryszard Kapuscinski tiene casi 74 años, una cadera dañada y unas inmensas ganas de viajar y de contar historias. Por las mañanas sube las escaleras que van de su casa del primer piso del número 11 de la calle Prokuratorska -en el apacible barrio de Sródmiescie de Varsovia donde vive con su mujer Alicja- al ático del piso superior en el que escribe y recibe a sus visitantes rodeado de miles de libros, papeles, libretas de notas y recuerdos. Se trata de un espacio amplio y luminoso decorado desde un elegante desorden: cientos de ejemplares en varios idiomas apilados en el suelo y decenas de post it y otros recordatorios pegados en las vigas de madera que sostienen un techo altísimo, casi catedralicio, (entre ellos el esquema a mano y en media cuartilla de Viajes con Heródoto, su última obra, que en España publicará en breve la editorial Anagrama). En este lugar, en el que todo parece guardar un equilibrio mágico, uno se siente conectado a un cable de alta tensión, que no es otro que la pasión por la vida a través de la mirada lúcida de Kapuscinski.

La entrevista con el autor de El emperador -su primer éxito literario: una detallada descripción de la desmesura del poder absoluto en la corte de Haile Selassie en Etiopía- arranca con un accidente menor: la grabadora de última generación del entrevistador no funciona. Kapuscinski aprovecha la comicidad del desconcierto de su interlocutor para airear su aversión a los móviles, a Internet y al correo electrónico. "Me robarían mi tiempo", exclama. Después, tras preparar café, añade: "Un amigo americano tuvo el mismo problema en una entrevista con Gorbachov cuando era quien mandaba en la Unión Soviética. Desde entonces lleva tres aparatos y los utiliza simultáneamente".

A Kapuscinski le desagradan los magnetófonos porque, a su juicio, alteran el discurso, sea el del político, el del escritor o el de una persona cualquiera en África. "Mi experiencia es que en cuanto sacas la grabadora, el lenguaje se burocratiza, se transforma y surge el idioma oficial. Es como si el cerebro del entrevistado buscara la frase adecuada para ser inmortalizada en la cinta".

Uno de los grandes viajeros del último medio siglo, comenzó su carrera con ambiciones más bien modestas: sólo quería cruzar una frontera; cruzar y regresar en seguida; cruzar para saber qué se sentía al hacerlo. Nacido polaco en Pinsk (hoy Bielorrusia), Ryszard es un producto, una víctima más, del diabólico juego de fronteras del final de la Segunda Guerra Mundial. Al poco tiempo de emplearse como reportero en el diario polaco Sztandar Mlodych, en 1955, le dijo a Irena Tarlowska, su redactora jefa: "Quiero cruzar la frontera". Se refería a la de Checoslovaquia, pero un año después ella le envió a India regalándole para ese viaje el libro Historia de Heródoto. Desde entonces, Kapuscinski se mueve por el mundo acompañado del griego de Halicarnaso, con un ejemplar manoseado, subrayado y repleto de anotaciones, en busca del Otro, su gran obsesión, el motor de su vida y de su trabajo.

"Nunca ha sido sencillo cruzar una frontera", asegura sentado en una silla, donde su cadera se queja menos que hundida en el sofá. "A menudo cruzarla resulta peligroso, es algo que puede costar la vida; es la barrera entre la vida y la muerte. En Berlín hay un cementerio con la gente que no lo logró. Las fronteras se guardan con armas y en ellas se exigen documentos para pasar al otro lado. En la guerra fría, a las nuestras las llamaban telón de acero y más que países separaban mundos opuestos. El Mediterráneo es ahora una gran frontera en la que muchos mueren ahogados al intentar pasar de África a Europa. También sucede con los latinoamericanos entre México y EE UU. Personas que están dispuestas a morir en el mar o en el desierto porque buscan algo".

Kapuscinski sostiene que éstas no son las únicas fronteras (o murallas, como apunta en Viajes con Heródoto al describir China). Hay otras barreras que también es necesario saltar: la de la cultura, la de la familia, la del idioma, la del amor... "Mi vida ha sido un cruzar constante de fronteras, tanto físicas como metafísicas. Ése es para mí el verdadero sentido de la vida". Defiende el abandono del cubículo de la seguridad, del terruño, del árbol que da sombra, para ir en busca de las respuestas, del Quién, como hizo Heródoto hace 2.500 años. Hay que aventurarse en lo desconocido, dejarse guiar por "la magia de viajar" que "actúa como una droga" y en la que el "camino es el tesoro", escribe el reportero polaco en Viajes.

En su caso, la primera vez que cruzó una frontera lo hizo del Este al Oeste, la más brutal, en la que el mero hecho de pasar de un lado a otro representaba una gran emoción, un desafío. En este libro escrito de la mano de Heródoto, Ryszard cuenta que al llegar a Roma en los años cincuenta, de camino a India, unos amigos le ayudaron a comprar un traje italiano para que pudiera desembarazarse de su anticuada indumentaria del telón de acero. Pese a la nueva máscara, Kapuscinski notó que nada había cambiado: todos le miraban como a un extraño porque su otredad estaba en su forma de caminar, de mover las manos, de mirar. "Recuerdo que en 1994, más de cuatro años después de la caída del muro de Berlín, vi a unos alemanes del Este pasear por las calles del Oeste. Se sabía de dónde venían por su inseguridad. Parecían turistas en su propia ciudad".

La obra periodística y literaria de Kapuscinski, su vida, son la permanente búsqueda del Otro para la mejor divulgación entre los suyos, entre sus lectores, de sus costumbres y pensamientos, porque es en el desconocimiento donde se cultivan los virus del odio y de la guerra. El gran descubrimiento del hombre, asegura a menudo Kapuscinski, no fue la rueda si no ese Otro, cuando la primera tribu-familia de 150 miembros que vivía entre los dos ríos en Mesopotamia se topó con otra tribu-familia y ambos se dieron cuenta de que no estaban solos. ¿Qué hacer ante ese hallazgo?, se pregunta. Tres reacciones son la constante en la historia: ignorarlo, entablar contacto (comercio) o guerrear.

"El problema no es el miedo", dice, "sino la creación de ese miedo a lo desconocido, que es anterior. Cuando un niño se cruza con un desconocido puede reaccionar con temor, si ha sido inducido a ello, y correr a esconderse detrás de la falda de su madre. Pero también puede acercarse despreocupado al desconocido porque ve en él una oportunidad de juego. Se trata de la respuesta natural. Es la educación y la cultura las que nos van separando".

En Viajes, Kapuscinski explica el origen de la hospitalidad, una de las improntas de la civilización griega -acoger al desconocido, darle cobijo y alimento-. Una tradición que se conserva en muchos lugares de África en los que el que nada tiene comparte todo con el extranjero. "Esta costumbre se basa en la creencia griega de que el visitante podía ser un hombre o un dios disfrazado. Esa acogida llevaba pareja una responsabilidad: la seguridad del invitado. Ya nadie conoce de dónde procede esta costumbre ancestral que entiende el encuentro con otra persona como un acontecimiento, como una oportunidad y una fiesta. Nunca como un problema".

Esto no se da en la cultura occidental del siglo XXI, que no padece la escasez, las pandemias y enfermedades, ni el hambre del Tercer Mundo. En esta cultura opulenta todo está basado en el individualismo, en un egocentrismo radical en el que el yo es más importante que el grupo. Es una sociedad en la que el Otro ha dejado de interesar: sólo existo Yo y mis problemas. "Cuando había pocos seres humanos en el planeta, los peligros eran numerosos y las herramientas escasas para hacer frente a los animales salvajes y a la naturaleza, primaba la tribu, el grupo, porque fuera de él era imposible la supervivencia", dice Kapuscinski. "Al desarrollarse la tecnología para luchar contra esos peligros, con la llegada del progreso, surge el individuo. Ya no es necesaria la pertenencia al grupo para sobrevivir, para garantizar la continuidad de la especie. La noción del individuo que está por encima de la tribu es muy reciente".

Kapuscinski se levanta de nuevo. Esta vez para abrir las ventanas. Dentro hace un calor asfixiante; afuera, la temperatura es agradable: 10 grados centígrados tras cinco meses de duro invierno y grandes nevadas.

El maestro, como lo llamó Gabriel García Márquez, se queja de que los medios de comunicación actuales estén inundados de noticias aisladas, casi suspendidas, sin explicación alguna, y que el reportaje esté siendo expulsado de los principales periódicos. "Heródoto era un hombre curioso que se hacía muchas preguntas, y por eso viajó por el mundo de su época en busca de respuestas. Siempre creí que los reporteros éramos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede. Quizá por eso los periódicos son ahora más aburridos y están perdiendo ventas en todo el mundo. Ninguno de los 20 finalistas de la última edición del Lettre-Ulysses del arte del reportaje [premio que se otorga en Berlín], y del que soy miembro del jurado, trabaja en medios de comunicación. Todos tuvieron que dejar sus empleos para dedicarse al gran reportaje. Este género se está trasladando a los libros porque ya no cabe en los periódicos, tan interesados en las pequeñas noticias sin contexto".

"Cuando vemos imágenes de las pateras, con 20 o 40 personas en su interior, empezamos a hablar de inmigración, y los políticos proponen medidas para combatirla o regularla. Un día leemos una noticia sobre la llegada a Italia de un barco con kurdos; otro, el hallazgo de asiáticos encerrados en un camión en Inglaterra; otro, de africanos saltando la valla de Melilla... Pero se trata de pequeñas noticias separadas que no explican nada. Se nos presentan fuera de contexto porque el verdadero contexto es la miseria".

"Cuando existía el telón de acero estábamos aislados. Apenas conocíamos algo del otro lado. Todo nos llegaba distorsionado. No sabíamos siquiera si vivíamos bien o mal porque no había nada distinto con lo que nos pudiéramos comparar. La diferencia hoy es que la televisión por satélite ha llevado las imágenes de nuestra vida a los rincones de África, y esas imágenes son las que han permitido a los africanos tomar conciencia de su verdadera situación, de su pobreza extrema. Cuando se declararon las independencias de India y Pakistán -y después las de la mayoría de los países africanos-, se produjo una gran euforia, una esperanza de que la misma independencia era la solución a los problemas. Se creó el Movimiento de los No Alineados para confrontar a Occidente, pero 20 años después, en 1972, tuvieron que admitir su fracaso, que el mundo desarrollado no estaba dispuesto a atender sus aspiraciones. Ahora, la táctica es otra. Ya no se trata de buscar la confrontación, esta vez el objetivo es intentar la penetración. No es una acción organizada, sólo el débil que busca la igualdad cruzando el mar y los desiertos, jugándose la existencia, para saltar la nueva frontera que separa la muerte segura de la posibilidad de vida. Y los periodistas no estamos informando del contexto, de que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Occidente ha creado unas condiciones de desigualdad tales que la única salida de los pobres es jugarse todo para alcanzar ese mundo donde están acumulados los bienes y el bienestar, y es muy hipócrita decirles que ahora ya no pueden cruzar. Es un problema que tiene una solución muy difícil".

En Viajes con Heródoto, Kapuscinski describe cómo hace 2.500 años ya existía una lucha entre Occidente y Oriente, los dos grandes modelos de la época, la democrática Grecia frente a la dictadura persa, y que la primacía de la primera, de Europa, durante los siglos siguientes se libró en las Termópilas y en las aguas de Salamina, con la derrota de Jerjes, el rey de reyes persa. El reportero polaco, el maestro para García Márquez, se niega a aceptar que exista hoy una reedición de esa vieja confrontación con la guerra contra el terrorismo internacional que libra el presidente de EE UU, Bush. "Oriente no es sólo el mundo islámico. Oriente es, sobre todo, China y es India también.

Kapuscinski se incorpora lentamente de la silla, estira las piernas, cierra la ventana y busca el ejemplar de Historia que le acompañó en sus viajes durante más de 50 años ("Tengo más de otras ediciones", confiesa). Tras mostrarlo a su interlocutor se sienta detrás de la gran mesa de su despacho. Allí, en el lugar donde escribe sus historias, siempre a mano aunque después las pasa a máquina (nunca al ordenador), vuelve a hablar del trabajo de toda su vida y asegura que el gran periodismo es capaz de salvar vidas y de modificar el curso de los acontecimientos, y recuerda para ello lo ocurrido en Somalia antes de la retirada estadounidense. Unas imágenes de televisión de varios soldados norteamericanos muertos y arrastrados por las calles de Mogadiscio crearon en EE UU una opinión pública instantánea en favor de la salida. Kapuscinski juguetea con varios de sus bolígrafos. "Los colecciono. Tengo de la mayoría de los lugares en los que he estado. Son más de 700", asegura desde una sonrisa, "pero muchos no funcionan". Preguntado sobre si conocía algún periodista a quien su primer jefe le hubiera regalado un libro como Historia, responde que la cuestión nos obligaría a sostener otra entrevista de dos horas, a la que parece muy dispuesto.

¿Recomendaría que se estudie a Heródoto, el primer reportero, el primer gran buscador de contextos, en las facultades de periodismo?, pregunta el visitante. Kapuscinski vuelve sonreír: "¿Para qué? Si nadie me va a hacer caso".

Heródoto como guía

EL LIBRO que ahora publica Ryszard Kapuscinski en España es un juego con la historia de la mano de su fundador, Heródoto de Halicarnaso. Se mueve con él por el mundo antiguo y por el moderno. Por India y China, sus primeros viajes como reportero en los años cincuenta. Y por África. En ellos, el joven periodista polaco que era entonces Kapuscinski descubre las limitaciones del idioma hablado y las extraordinarias posibilidades del corporal, de ese conjunto de signos, gestos y olores que los británicos llaman química. En Etiopía recorrió miles de kilómetros junto a su chófer, un hombre prudente que sólo conocía dos palabras en inglés, problem y no problem, sin que esa limitación generara incomunicación alguna entre ellos.

El hallazgo de este vocabulario paralelo y mudo, a menudo invisible para el que no sabe mirar o carece de tiempo para ver, es uno de los elementos fundamentales que determinan su estilo como reportero.

Fue en la agencia de noticias polaca, gracias a la estrechez de sus presupuestos, donde Kapuscinski se topó con el segundo pilar de su forma especialísima de trabajar y de contar historias. Explica en Viajes con Heródoto que sus colegas de las agencias occidentales disponían de dinero abundante para contratar intérpretes y adquirir las potentes radios Zenith Trans-Oceanic, con las que sintonizaban cualquier emisora del mundo. Al no disponer de tales herramientas, Kapuscinski tuvo que pisar las calles y mancharse los zapatos del polvo. "No queda más remedio que andar, preguntar, escuchar, acopiar, atesorar y enhebrar las informaciones, las opiniones y las historias", escribe en Viajes. "No me quejo, porque gracias a esto conozco a muchas personas y me entero de cosas que no aparecen en la prensa y en la radio".

La curiosidad periodística, la necesidad de interrogar al Otro, de interesarse por él, se ha convertido en una parte inseparable de su carácter. De su forma de ser. Terminada la entrevista, sentados en un taxi en dirección al restaurante Quianti, uno de sus favoritos en Varsovia, Kapuscinski se acomoda en el asiento delantero y desde él pregunta al conductor, provocándole una conversación. Agnieszka Flisek, una de sus ayudantes que lleva cuatro años con él, asegura que siempre es así: "Cuando me conoció se interesó por mi vida. Pensé que era sólo un gesto de educación del gran hombre, pero después comprendí que no era una excepción. Es su forma de estar en la vida".
Fuente: El País.com

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