Por: Simona Levi
Este 8 de agosto ha entrado en vigor el Reglamento Europeo de Libertad de Medios de Comunicación (European Media Freedom Act, EMFA).
Vivimos rodeados de titulares llamativos y promesas de exclusivas que tienen muy poco exclusivas. Partidos políticos, instituciones, negocio mediático y, en general, cualquiera que tenga medios económicos puede convertir la información en un espectáculo grotesco que prioriza el ruido por encima del rigor, el impacto visual por encima de la profundidad y el escándalo por encima de los hechos. En esta lucha por captar la atención, ergo por el poder de influencia y la monetización, se ha sembrado un terreno fértil para la obsolescencia de esos mismos actores, incluso de los honestos: el público ya no cree. De hecho, está dispuesto a creer cualquier cosa antes de dejarse engañar. La redignificación del periodismo es una urgencia.
La historia de la circulación de la información siempre ha sido tejida con los hilos de intereses que, más que informar, buscan perpetuar sus propias narrativas y preservar su hegemonía. En nuestra época, con nuevos recursos, sería ingenuo creer que no sucedería lo mismo: el drama (real o simulado) reina y el contexto y las soluciones desaparecen, ahogados en un mar de sensacionalismo.
El periodismo de titulares alarmistas, las promesas políticas vacías y las estrategias corporativas opacas no sólo degradan la calidad del debate público, sino que también minan la confianza y destruyen las posibilidades de éxito del buen periodismo. En un mundo donde todo es "histórico" o "sin precedentes", el público acaba desarrollando un escepticismo defensivo: si todo es una emergencia, nada lo es. Esto no es sólo un problema de estilo, sino una crisis que erosiona los cimientos de una sociedad que quiere ser democrática. Lo que debería unirnos en solidaridad y acción se convierte en una ola de agotamiento y desconexión.
Cuando llega una crisis real, este modelo muestra su verdadero coste. El ruido mediático, las promesas políticas incumplidas y las respuestas empresariales interesadas contribuyen a crear una desconfianza generalizada, alimentando por necesidad movimientos conspiranoicos e intolerantes y dificultando la coordinación colectiva. En estos momentos la espectacularización de la información bajo sus intereses políticos y sus ganancias espurios muestra que es irresponsable y peligrosa.
La solución no pasa por culpar a internet o a la ciudadanía, sino por exigir responsabilidad a los grandes actores: corporaciones mediáticas, partidos políticos, instituciones y poderes económicos. Tal y como analizo desde 2018 bajo el paraguas de #FakeYou –una investigación para la acción estratégica y legislativa–, existe un camino claro: separar la libertad de expresión del negocio de la (des)información o de la información institucional, y regular con severidad estos últimos sobre la base de una obligación de verificación y trazabilidad. Esto incluye dotar a la ciudadanía de herramientas para auditar el ecosistema informativo y de poder.
Por eso la ley europea de libertad de medios (EMFA), en vigor desde el 8 de agosto, podría y debería ser una buena noticia, pero finalmente lo es sólo a medias. La ley busca mejorar el ecosistema mediático y fortalecer el pluralismo. Por último, obliga a la transparencia en la propiedad de los medios y amplía las garantías para que los periodistas puedan proteger sus fuentes.
Pero al mismo tiempo también contiene una grave discriminación, una "media exención por la que los medios que se autodeclaren como tales serán más protegidos que otras fuentes que pueden ser igualmente fiables, incluso cuando se ha demostrado que los primeros han violado alguna norma de las plataformas de publicación. Esto no es una buena noticia si realmente queremos atacar las raíces de la desinformación y contradice los avances conseguidos con la ley 2 periodístico, cualquier actor puede autoproclamarse proveedor de medios y así obtener privilegios de visibilidad.
La espectacularización de la información y el ruido disfrazado de periodismo no son una simple anécdota: es una estrategia de control que erosiona nuestra capacidad de discernir y actuar. Es hora de construir un modelo que priorice los matices por encima del impacto, el análisis por encima del escándalo y la verificación por encima de la sospecha.
Foto: Pere Virgili
Fuente: ARA Cat