sábado, 28 de junio de 2025

La mirada del adiós: Imágenes contra el olvido

El próximo lunes 30 de junio a las 18 se inaugurará en el Concejo Municipal de Rosario la muestra fotográfica “La mirada del adiós”, de la fotógrafa argentino-armenia Araz Hadjian, organizada por el Consulado Honorario de la República de Armenia en Rosario. La exposición reúne retratos tomados durante el éxodo forzoso del pueblo armenio de Artsaj, tras la ofensiva militar de Azerbaiyán en 2023. Más de 120.000 personas fueron expulsadas de sus hogares en un proceso denunciado internacionalmente como limpieza étnica. En Señales, Hadjian comparte su testimonio, su dolor y su compromiso con la memoria a través de la fotografía
Hoy escuchamos a una mujer que ha recorrido distintos lugares con su cámara, pero también con su historia. Araz Hadjian es fotógrafa, diseñadora, voluntaria y, sobre todo, testigo. Nacida en Aleppo, criada en Palermo, con raíces armenias y una mirada que no esquiva el dolor. Llega a Rosario con su muestra La mirada del adiós, un registro conmovedor del desplazamiento forzado del pueblo armenio de Artsaj (Nagorno Karabaj).

Convivís con esta doble identidad, argentina y armenia.
Totalmente, sí. Amo la Argentina y soy plenamente consciente de mis orígenes armenios.
Y fuiste a Armenia justo el día en que comenzaba un nuevo ataque. Según entiendo, ese momento marcó tu decisión de empezar a documentar.
Sí, y fue una mera coincidencia. Uno de mis hermanos vive en Armenia. Estábamos viajando con mi mamá y mi hermana para visitarlo, y justo cuando llegábamos a Frankfurt, nos enteramos de que habían cerrado el espacio aéreo de Armenia por los ataques de Azerbaiyán.

De todos modos, llegamos. Y apenas lo hicimos, me fui directamente a la frontera sur, por donde el pueblo armenio de Artsaj ingresó a lo que es propiamente Armenia.

Hay que aclarar que Artsaj es un enclave montañoso, la zona en disputa, de donde fueron expulsados los armenios. El único acceso que tienen es por tierra, hacia la República Independiente de Armenia, donde llegaron los 120.000 desplazados.
Fuiste voluntaria en los campos de refugiados en Grecia, pero esta vez te tocó en tu propio pueblo. ¿Cómo cambia esa mirada cuando el dolor es tan cercano?

Exacto. No porque yo sea personalmente refugiada —sí soy inmigrante, me reconozco como inmigrante, aunque viví toda mi vida en Argentina—, pero sé que hay una parte mía que viene de otro lado.

Soy muy sensible al desarraigo. Tengo una profunda empatía hacia quienes se ven forzados a dejar sus tierras por distintos motivos.

Jamás pensé que, como fotógrafa, algún día me tocaría retratar las mismas imágenes con las que crecí: las del genocidio de 1915.

Obviamente, me afecta mucho más. Me conmueven todos los pueblos que sufren, claro, pero cuando es el tuyo... No puedo creer que hoy esté retratando, yo misma, parte de la historia trágica de Armenia.
Todo lo que implica la expulsión de una tierra ancestral. Si bien no presencié matanzas, sí fui testigo de la pérdida de todo un territorio, y del trauma que eso deja.

Estaba profundamente conmovida. Me resultó muy difícil. Muy difícil. Pensaba todo el tiempo: si yo hubiera sido armenia, viviendo allá, estaría viviendo exactamente lo mismo.
¿Cómo nace La mirada del adiós? ¿Qué fue lo primero que viste, fotografiaste, que sentiste que tenía que estar registrado?
Esa es una gran pregunta, un verdadero debate fotográfico. Porque sé que la fotografía no va a cambiar la realidad.

Ojalá tuviera la fuerza para provocar un cambio contundente. Pero lo que sí puede hacer es abrir preguntas en la sociedad.

Lo vemos a diario. Lamentablemente, lo que está pasando en Palestina es atroz. Hoy, muchas de esas tragedias ni siquiera aparecen en las noticias, como si no merecieran ser contadas. Es inconcebible. Como si estuviéramos viendo un reality en la televisión: están cometiendo un genocidio contra los palestinos y el mundo mira hacia otro lado. Es imperdonable.
Si me preguntás qué tema me conmueve más a nivel humano —más allá de las nacionalidades—, te diría que es ese: que no podamos frenar semejante genocidio delante de nuestras narices.

¿Y qué retratar, entonces? Es lo que decía: la fotografía no tiene el poder de cambiar las cosas en lo inmediato. Ya sabemos quiénes están en el poder.

Pero al menos puede dejar un testimonio de lo que sucedió. Porque con el tiempo también se borran las evidencias.

Eso es lo que hacen las dictaduras genocidas como las de Azerbaiyán y Turquía.

Y quiero remarcar algo: el principal socio bélico de Azerbaiyán es Israel. Le ha provisto armamento, y lo sigue haciendo, a cambio de que Azerbaiyán permita el ingreso de espías en Irán. Son países fronterizos, y hay muchos intereses geopolíticos en juego. Pero es paradójico: siendo Azerbaiyán un país musulmán, permite el ingreso de espías israelíes. Cosas que solo la política —y ciertos intereses— explican.

Y lo que hacen Azerbaiyán y Turquía, una vez que ocupan territorios, es destruir sistemáticamente todos los vestigios de cultura armenia: monumentos históricos, iglesias, escuelas, museos.
Eliminan toda evidencia de que existió vida armenia en esos lugares, para que el día de mañana, cuando se presenten reclamos, digan: "Acá no hay nada, demuestren que vivieron armenios aquí".

Convierten iglesias en mezquitas, destruyen cementerios, escuelas. Ya no quedan huellas físicas que puedan sostener esa memoria milenaria.

Por eso la fotografía se vuelve un último recurso. Una herramienta para mostrar el dolor.

El dolor que se vive tanto a nivel individual —cada persona, cada familia— como a nivel colectivo.
Ahí es donde lo individual se entrelaza con lo comunitario: el dolor propio se funde con el de todo un pueblo.

Y para quienes somos parte de la diáspora, también es un golpe enorme. Para todos los armenios del mundo, perder ese territorio histórico fue devastador.
Y en medio de todo ese caos, ¿cómo se establece ese vínculo entre la cámara y las personas que empiezan a dejarlo todo?
Fue muy doloroso. Lo hacía con lágrimas en los ojos. Muchas veces ni siquiera podía fotografiar. Me preguntaba: ¿para qué hago estas fotos?, ¿qué voy a lograr?

Al final, lo tomé como una forma de dejar un registro de las víctimas. Y eso no es menor.

Pero fue muy difícil.

Además, tengo un límite ético. Porque en situaciones así, la gente está en un estado de extrema vulnerabilidad. No hace falta decirlo.
Y no iba a abusar de esa fragilidad para lograr una foto impactante. No buscaba imágenes que golpearan desde lo visual, si eso implicaba aprovecharme de alguien que no podía defenderse.

Por suerte, dentro de lo trágico, esta vez no fue como en otros casos de refugiados que quedan en campos a cielo abierto, en tierras de nadie.

Aquí llegaron a Armenia, que sigue siendo una patria. No quedaron a la intemperie, como les pasó a los sirios, que estuvieron meses y meses en campos de refugiados.

Acá, al menos, hubo una nación que los pudo recibir y darles una primera asistencia.

Y eso, aunque sea poco frente a todo lo que perdieron, es algo.
Mientras esto ocurría, uno veía desde acá el silencio, la pasividad internacional frente a la crisis, cierta complicidad. Vos hablabas recién de lo que significa la limpieza étnica, el genocidio. ¿El mundo está mirando para otro lado?
Totalmente. Y no solo eso, lo hace con aval. Por ejemplo, nuestro propio gobierno se ha declarado abiertamente a favor.

Entonces, por lógica directa, deduzco que muchos votantes también están avalando un gobierno que apoya a quienes cometen genocidios.

Y eso, como ciudadana, me preocupa profundamente. Me pregunto: ¿cómo puede ser que una ciudadanía acepte eso?

Cuando pensás en el tema de Israel y el genocidio del pueblo palestino, entiendo que muchas veces la distancia geográfica confunde.
Y no hablo de todos: hay muchísima gente acá en Argentina, y en el mundo, que se informa, se moviliza, hace mucho.

Pero a veces, la distancia y la forma en que se presenta la información llevan a generalizaciones.

El promedio piensa que Medio Oriente es solo un foco de bombas y terrorismo, y no se entiende quién es quién: cristianos, musulmanes, las diferencias entre países...

Y claro, también tenemos nuestras propias crisis cotidianas, nuestras urgencias.

Todo eso hace que lo que pasa allá se perciba lejano, ajeno.

Pero hoy, con toda la información disponible, creo que ya no es justificable no saber.

No se puede seguir votando sin preguntarse: ¿qué tipo de gobierno estoy eligiendo para que me represente?

Y sí, te imaginás... todos los gobiernos... Yo, sinceramente, no puedo creer lo que está pasando en Palestina. Es inconcebible que no se pueda frenar. Inconcebible.
Yo creo que la imagen transforma, conmueve, genera conciencia. Y mucho de esto habrá para mostrar, para seguir retratando estas cosas.

Ojalá que no.

Estas son las fotos que nunca hubiese querido hacer. Ninguna: ni las de los refugiados sirios, ni de tantos otros que he visto en distintas partes.

Pero creo que siempre fue así. Y aunque soy optimista, también reconozco que, desde siempre, en la historia de la humanidad, han existido estas injusticias.

Por último, ¿por qué La mirada del adiós? ¿Cómo surgió ese título tan potente?
Porque es toda una población despidiéndose de una vida entera. De sus tierras, de sus muertos. Y ahí es donde te preguntás: cuando te dicen de repente te tenés que ir ya, con lo puesto, ¿qué te llevás? Algunos querían llevarse incluso a sus muertos. Muchos salieron literalmente con lo que tenían encima. Muchos chicos descalzos, sin tiempo siquiera de ponerles un par de zapatos. Es la gente dejando todo atrás. Es el adiós. El adiós a toda una historia, a una vida. Con la certeza de que lo más probable es que no vas a volver.

La entrevista completa:

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