Néstor Piccone advierte sobre la incidencia de la comunicación en la batalla cultural y en la definición de las estrategias políticas
Por: Néstor Piccone*
La batalla cultural es un suceso incesante, no da tregua ni a la hora de los sueños. Días atrás Julieta Dussel, en una columna publicada en el diario PáginaI12 (ver abajo), alertaba sobre algunas cuestiones que “la política”, fundamentalmente la que comprende al Proyecto Nacional Popular y Latinoamericano debería tener en cuenta.
Decía Dussel: “Desde cualquier propuesta alternativa hay que ser realistas y saber a quién se está enfrentando y con qué armas juegan”.
La nota, titulada “Es la comunicación, estúpido”, debería ser de lectura obligatoria para todos los dirigentes y organizaciones que balbucean una alternativa al neoliberalismo y al gobierno de los ricos devenidos en populistas de derecha. Para comprender por qué esa política se solaza en Inglaterra, EEUU, Rusia y hace estragos en cuanto llamado electoral se proponga. Ecuador, a pesar del triunfo de Lenin Moreno en primera vuelta y con todavía un resultado final incierto, es otro ejemplo que corrobora lo dicho. La Revolución Ciudadana de Rafael Correa perdió en cuatro años más de 12 puntos porcentuales de votos.
Cuando desde la Coalición por una Comunicación Democrática (CCD) definimos que la ley de servicios de comunicación audiovisual se inscribía en la “batalla cultural”, muchos creyeron que era sólo una consigna. Lejos de ello, es una definición que no oculta su parentesco con la lucha de clases.
La lucha de clases que siempre se da sobre el sustrato cultural, hoy se despliega por todos los medios y nos involucra sin distinción de clase, credo, edad o elección sexual.
Las tecnologías de la comunicación –previo pago– ponen al alcance de la mano los pertrechos ideológicos. Pero ¿quiénes están en condiciones de utilizarlas?
El eternamente inacabado frente popular, que desde Marx y Engels aceptando las reglas de la burguesía (hoy oligarquía transnacional concentrada) decidió dirimir las contradicciones insalvables de clase por la vía electoral, está en clara desventaja.
La desventaja es muy notable en la medida que sólo uno de los contendientes sabe de qué va la cosa. Tal como dice Dussel: en las elecciones 2015 “el PRO tenía un equipo de 300 personas, conducido por Durán Barba y Marcos Peña, trabajando durante meses (o años). Con acceso a mucha información sobre qué pensaba la gente, cómo se comportaba, qué temas le interesaban y qué cosas les preocupaban. Y con esa información hicieron una campaña a medida de lo que la gente quería escuchar… Obvio que se trató de una campaña llena de mentiras… Pero ganaron con eso”. Hoy tienen los datos más ajustados con el manejo del ANSES.
De cara a las elecciones, además de la ausencia de unidad y de conducción unificada; la oposición al neoliberalismo y al gobierno de los ricos (que no es lo mismo que la oposición a Macri) si bien está en condiciones de acceder a toda la información (que está al alcance y que es mucha) adolece de una organización que pueda encausarla. Para lograrlo debería trabajar y no sólo en un equipo de campaña, sino en formatos y plataformas, habida cuenta de la disparidad de dispositivos.
Una de las reglas básicas de la batalla, es la de no subestimar al enemigo, conocer sus estrategias y enfrentarlas con la obligación de recuperar un electorado siempre fluctuante y cada vez más desideologizado.
Las elecciones 2017 están demasiado cerca y tal vez no haya tiempo para revertir la situación, pero visualizar el problema puede ser un punto de partida para que más temprano que tarde superemos este Estado de cosas.
Y de paso, sentirnos menos estúpidos.
*Licenciado en Psicología, trabajador de prensa
Es la comunicación, estúpido
Por: Julieta Dussel*
Después del triunfo del Brexit y de Trump muchos nos preguntamos qué está pasando en el mundo. ¿Por qué votaron eso? Después del escándalo del Correo Argentino, los Panama Papers, el aumento de la inflación, el desempleo y las tarifas uno no deja de preguntarse cómo fue que la gente votó a estos tipos.
Hay muchas explicaciones posibles. Pero si antes las cosas podían explicarse con la frase “es la economía estúpido”, la de ahora podría ser “es la comunicación estúpido”.
Podemos pensar que el PRO ganó porque dijo lo que “la gente” quería escuchar. Pero ¿cómo lo supieron? Gracias al análisis de encuestas, pero más que nada de lo que se llama “Big Data”. El Big Data se basa en que todas las acciones que hacemos online y offline dejan un rastro digital: cada compra con tarjeta de crédito, cada búsqueda en Google, cada desplazamiento que hacemos con un smartphone en el bolsillo, cada “Me gusta” en las redes sociales. Toda esa información es cuidadosamente guardada, luego vendida y utilizada.
Un grupo de investigadores de las universidades de Cambridge y Stanford creó un modelo computacional que analizó los “Me gusta” en Facebook de 86 mil voluntarios, lo cruzaron con un cuestionario de 10 preguntas a familiares y amigos de estas personas y llegaron a la conclusión de que el modelo creado en la computadora podía predecir mucho mejor la personalidad humana que su familia y sus amigos. También demostraron que analizando 68 “Me gusta” de un usuario de Facebook, podían predecir su color de piel (con 95 por ciento de precisión), su orientación sexual (88 por ciento de precisión) y su afiliación al Partido Demócrata o Republicano (85 por ciento).
Martin Hilbert, doctor en Ciencias Sociales, explica que “este estudio lo hizo Kosinski en Cambridge, después un empresario tomó esto creó Cambridge Analytica y Trump contrató a Cambridge Analytica para la elección”. ¡Oh casualidad! La misma empresa que trabajó en la campaña del Brexit. Y según explica Hilbert, lo que hicieron parece de ciencia ficción: “Trump usó esa base de datos y esa metodología para crear los perfiles de cada ciudadano registrado para votar. Casi 250 millones de perfiles. Y una vez que clasificaron a cada individuo, lo empezaron a atacar. Por ejemplo, en el tercer debate con Clinton, Trump planteó un argumento, y los algoritmos crearon 175 mil versiones de este mensaje –con variaciones en la imagen, el subtítulo, el color, la explicación, etc.– y lo mandaron de manera personalizada. Cuando Trump dijo “estoy por el derecho a tener armas”, algunos recibieron esa frase con la imagen de un criminal que entra a una casa, porque era gente más miedosa, y otros que eran más patriotas la recibieron con la imagen de un tipo que va a cazar con su hijo. Sobre la misma frase de Trump crearon 175 mil versiones personalizadas. Claro, esto no tiene nada que ver con la democracia. Es populismo puro, te dicen exactamente lo que querés escuchar. Y no sólo te mandan el mensaje como más te va a gustar, también pueden mostrarte sólo aquello con lo que vas a estar de acuerdo.”
Volviendo a nuestro país, si recordamos que Macri ganó por sólo un 2 por ciento de los votos, podemos atribuir esa diferencia a que el PRO conocía mejor a los votantes. Y gracias a eso pudieron comunicar mejor.
Scioli tuvo una campaña traccionada por miles de militantes que, con mucha buena voluntad y poca organización, trataron de salir a convencer a quien pudieron con sus propias armas. Jorge Telerman (el jefe de campaña de Scioli) cambió de bando pocos días después de perder las elecciones y se fue a trabajar con Rodríguez Larreta para dirigir los teatros de la ciudad (un “puesto menor”).
Mientras esto pasaba en el PRO tenían a un equipo de 300 personas, conducido por Durán Barba y Marcos Peña, trabajando durante meses (o años). Con acceso a mucha información sobre qué pensaba la gente, cómo se comportaba, qué temas le interesaban y qué cosas les preocupaban. Y con esa información hicieron una campaña a medida de lo que la gente quería escuchar: “Pobreza cero”, “No vamos a sacarte nada de lo que tenés”, “No vamos a perseguir al que piensa distinto”, “No vamos a echar a nadie”, “En el primer mes van a llover las inversiones”, “Reducir la inflación es la cosa mas fácil para mi gobierno”, “No voy a usar el Estado para provecho personal”. Obvio que se trató de una campaña llena de mentiras, si para ellos solo existe la posverdad (que vendría a ser “mentime que me gusta”). Pero ganaron con eso.
Este año hay elecciones y eso significa una nueva campaña. Tenemos que saber que hay mucha información disponible sobre cada uno de los argentinos que votan. No creo que la respuesta a esto sea volverse paranoico, abandonar los celulares, ni colgar posts en Facebook que digan que no autorizamos a que usen nuestra información (¡el miedo que les debe dar!). Se trata de saber que esa información existe y que en el PRO la están usando (¡para eso querían la base de datos de la Anses!).
Desde cualquier propuesta alternativa hay que ser realistas y saber a quién se está enfrentando y con qué armas juegan. Es cierto que usar esos mismos elementos conlleva un debate ético sobre qué información se tiene derecho a usar (un debate para quienes tienen limites éticos, en el PRO ya lo tienen resuelto). Pero al menos se debe dar ese debate y no creer que por que se tengan políticas e ideas tan buenas se van a imponer por sí solas.
*Licenciada en Comunicación Social
Fuente: PáginaI12