jueves, 25 de octubre de 2007

Los expertos alertan de que el egoísmo y la cobardía se instalan en la sociedad

A propósito de Una menor ecuatoriana, agredida por motivos racistas

¿Miedo o insolidaridad?
La indiferencia ayuda a que se perpetúe la agresión contra la víctima indefensa
Los expertos critican que en ocasiones no se socorra a la víctima pasada la agresión ¿Impotencia, insolidaridad, miedo, cobardía? ¿O tal vez una suma de todas estas debilidades? Todos los expertos consultados las citaban ayer durante sus reflexiones al valorar desde sus respectivas disciplinas académicas por qué un ser humano es incapaz de socorrer a una joven inmigrante en un transporte público mientras es víctima de una brutal agresión, rápida, súbita, espontánea. Y, aún peor, por qué no la asistió tras la agresión, como se puede comprobar en el vídeo divulgado por Ferrocarrils de la Generalitat de Catalunya (FGC). Y además se preguntaban: ¿qué haríamos nosotros en un caso similar?, ¿vivimos en una sociedad incapaz de ayudar al vecino?, ¿se trata de un hecho aislado?
Sobre todo, denunciar
La Policía muestra muchas reticencias a ofrecer consejos en situaciones tan complejas como sufrir una agresión. Un portavoz policial explicó a La Vanguardia que cada caso es un mundo y resultaría peligroso recomendar a las víctimas un único comportamiento cuando son víctimas de una agresión.
Lo que sí deja claro es que, una vez sufrido el asalto, lo más importante es denunciarlo, pues resulta imprescindible para que puedan encontrar al agresor y evitar que el delito quede impune.
Por lo que respecta a los testigos, sucede otro tanto. No hay consejos únicos para situaciones tan variables. "No es lo mismo que haya un único testigo que diez, ni es igual si hay un solo agresor que si se trata de un grupo", explica el portavoz.
En este sentido, lo que sí pide la Policía es la colaboración ciudadana para identificar al agresor o los agresores.
Lo cierto, como señalaba ayer a este diario Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, es que "no es un hecho extraño que alguien no ayude, ocurre constantemente": "La gente tiene miedo a socorrer al prójimo; nos movemos entre la indiferencia y la insolidaridad ante la agresión al otro; y más si se trata, como en este caso, de un hecho con tintes xenófobos o racistas. Nosotros registramos el pasado año más de 4.000 agresiones, y en la mayoría nadie socorrió a la víctima".
Rafael García Ros, profesor titular de Psicología de la Educación de la Universitat de València señala que "el silencio o asunción en una situación de agresión convierte al observador en parte activa del proceso de refuerzo de la violencia, constituyendo un elemento crucial en el mantenimiento y perpetuación de la agresión". "A continuación -añade- cabe preguntarse por qué el testigo no censura el espectáculo o por qué no interviene en apoyo de la víctima".
Este profesor, que ha realizado varios trabajos sobre la educación y la violencia en los jóvenes, apunta varias hipótesis: "La observación de una agresión genera un respuesta automática de temor en el observador ante ésta, que bloquea su actuación frente al miedo que supone poder convertirse en víctima si se actúa". "Pero ocurre también -continúa- que por encima de este caso está la realidad de que vivimos en una sociedad individualista, donde predominan los planteamientos egoístas e insolidarios: se actúa sólo en lo que me afecta, perjudica o beneficia, eludiendo valores universales como la ayuda al otro, más si ese otro no pertenece a lo que yo considero mi grupo cultural, de raza o religioso". ¿Qué se debe hacer? "Sin duda -señala García Ros- intentar interferir; y si no se puede por miedo, ayudar a la víctima tras la agresión".
Vicente Garrido, psicólogo, criminalista y colaborador del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, recuerda: "En psicología sabemos que en la ayuda a personas necesitadas opera una paradoja: si hay mucha gente que es susceptible de ayudar, unos por otros dejan desasistida a la víctima; es la llamada difusión de la responsabilidad: todos piensan que el otro hará algo y nadie hace nada". "Este caso -añade- es muy interesante justo por lo contrario: no había nadie más en el vagón. Si alguien podía ayudarla, era él. La responsabilidad es inequívocamente suya".
Este psicólogo subraya que no había ambigüedad posible acerca de lo sucedido: era un acto de vejación: la chica gritaba y sufría los golpes, impotente. "Lo que quiero decir -concluye- es que en este episodio no se daba ninguno de los requisitos que hacen que los espectadores de una agresión se abstengan de intervenir: la agresión era clara, la víctima sufría, y este chico era el único que podía hacer algo. ¿Por qué no hizo nada? La razón es muy sencilla: era un cobarde. Juzgó que aquello no era asunto suyo, o que las cosas no eran tan graves, y que, en todo caso, los riesgos superaban los beneficios de auxiliar a la joven".
Manuel Martín Serrano, catedrático de Sociología y uno de los pioneros en España en el estudio de la violencia en la juventud española, apunta que "estamos en una sociedad en la que los jóvenes tienen dificultades para conectar con los sentimientos y los problemas de los demás". En un libro que se publicará, titulado Violencias sociales. Los agresores y las víctimas que son menores,escrito por Manuel Martín y por la también profesora Olivia Velarde Hermida, se apunta que "algunos jóvenes son intolerantes con quienes consideran diferentes o con la diferencia". A pesar de eso, este investigador señala que "el papel que desempeñan los jóvenes y las jóvenes en las violencias sociales es más bien el de víctimas que el de agresores. Hay, en términos relativos, menos jóvenes violentos que adultos violentos".

Fuente: La Vanguardia, Barcelona

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