Los bastiones justicialistas votaron convencidos de una victoria segura
F. Gualdoni, El País España
"Andate a la... che. Se va a quedar acá todo el día tu abuela", le espetó Olga Fernández cuando la autoridad electoral de una escuela del barrio capitalino de Flores le ordenó que fuera la fiscal de mesa a falta del titular. En otro colegio, José Castro tuvo menos carácter y suerte: llegó el primero a votar y, como manda la ley, lo obligaron a hacerse cargo de la presidencia de la mesa de votación. "Encima que es obligatorio votar, me cagaron todo el domingo", se lamentaba. "Tranquilo, compañero, que es un día peronista", dijo un hombre que escuchó a José mientras se quejaba. El votante no daba por hecho la victoria de Cristina Fernández de Kirchner, sino que hacía referencia a un dicho que viene de la época en la que Juan Domingo Perón gobernaba el país, hace medio siglo: un día peronista es una jornada con sol y cielo despejado, como la misma bandera. Ayer, sin embargo, había algunas nubes.
El entusiasmo democrático no destacó en la jornada electoral en Buenos Aires a pesar de que las elecciones iban destinadas a marcar tres hitos históricos: era la primera vez que dos mujeres -Cristina Kirchner y la aspirante de centro-izquierda Elisa Lilita Carrió- competían por el poder, la ganadora iba a ser la primera presidenta argentina elegida en las urnas y, en el caso de Cristina, era la primera vez en la historia mundial que un presidente podía pasar el testigo a su esposa en elecciones democráticas. Sin embargo, a pesar de los simbolismos, un día antes de las elecciones faltaba por cubrir un tercio de las casi 6.000 mesas electorales de la capital, lo que provocó demoras en la apertura de las urnas.
A medida que avanzó la jornada, los problemas continuaron. Entre fiscales de mesa forzosos y voluntarios, las urnas para hombres y mujeres -van por separado- se llenaron de votos no sin que surgieran las picardías electorales que caracterizan a las elecciones argentinas. En uno de los distritos de la provincia de Buenos Aires pegados a la Capital Federal, Teresa Sarmiento, una india toba que llegó hace muchos años de la provincia de Chaco, fue víctima de la planchadita, un truco que consiste en robarse todas las boletas del adversario. Una vez que el elector entra al cuarto oscuro y ve que la lista que quiere votar no está, no puede salir y decir el nombre de su candidato porque automáticamente su voto es impugnado por la mesa.
Ramos Mejía, perteneciente al bastión peronista del distrito de La Matanza, es electoralmente el más importante del país. Allí viven cerca de 1,3 millones de personas, el 10% del padrón de toda la provincia de Buenos Aires. El caudal de votos de este distrito al suroeste capitalino equivale al de cuatro grandes provincias argentinas y es por eso por lo que Cristina Kirchner cerró su campaña en este lugar.
A pesar de que Argentina libró una sangrienta guerra intestina en el siglo XIX para ser una república federal, el país es centralista y todo el poder político y económico está concentrado en Buenos Aires. Desde las dos presidencias de Carlos Menem (1989-1999), el Gobierno central viene acentuando su dominio sobre las provincias mediante el control de los ingresos públicos y del reparto de los fondos federales.
La capital federal y el Gran Buenos Aires, la gran zona pegada al corazón del Ejecutivo nacional, son el motor financiero e industrial del país, mientras que el resto de la provincia posee las mejores tierras de cultivo. La acumulación de la riqueza, añadida a las sucesivas crisis empujaron a la gente a buscarse la vida en la provincia de Buenos Aires, que tiene el segundo mayor presupuesto del país y aporta casi el 40% de las exportaciones. De los 27 millones de votantes, el 40% lo hace en territorio bonaerense.
Allí, en Ramos Mejía, jóvenes peronistas con sus bombos calentaron motores desde primera hora para festejar la victoria: "Perón, Perón, que grande sos...". Tenían cara de pocos amigos así que no era aconsejable bajarse del coche para pedirles que interpretaran algo más moderno, con Cristina como tema central quizás. Vestidos con la albiceleste y portando el bombo, los dos amores de esos muchachos eran evidentes: la selección argentina de fútbol y la aspirante peronista a la presidencia, Cristina Fernández de Kirchner.