Esas mujeres que soportaron siendo científicas que un ministro las mandara a lavar los platos, que lograron sostener las fábricas, que se hicieron piqueteras, que exigieron “anticonceptivos para no abortar", que se enamoraron otra vez de la política, son invitadas a ilusionarse con un nuevo lavarropas
Por Diana Maffía*
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el regreso a casa de los soldados presentó un enorme desafío: cómo hacer para que las mujeres que habían salido a sostener con su trabajo la economía aceptaran retornar a su papel doméstico, olvidaran la autonomía conseguida y se dedicaran a gestar y cuidar nuevas vidas para reponer lo que había sido inhumanamente diezmado.
Varios estudios culturales analizan el lenguaje y la imagen de la publicidad, las revistas, la televisión y el cine, destinados a presentar mujeres sumisas y satisfechas con las tareas del hogar, ideales de feminidad vinculados a la maternidad hacendosa y conforme con la seguridad de la casita en los suburbios. Pero las palmas se las lleva Doris Day. Ella expresa como ninguna, en sus protagónicos de ama de casa feliz, la contracara de los análisis desplegados por Simone de Beauvoir en El segundo sexo, la inmunidad contra las pretensiones críticas de Betty Friedan, en La mística de la feminidad.
Autitos y lavarropas. En los programas para vitalizar el consumo que Cristina se encarga de publicitar personalmente, se refirió a su condición de género y mostrando empatía con las demandas femeninas presentó el plan canje y los créditos para electrodomésticos como una deuda con la igualdad de oportunidades. Es que según contó, los hombres pedían autos y las mujeres lavarropas; y como reza el eslogan, a cada cual según su necesidad…
Es probable que las estadísticas le den la razón (y si no fuera así, ya sabe qué hacer con las estadísticas). Las mujeres son las encargadas de las tareas domésticas y cumplen “doble turno” como “profesionales, ejecutivas, funcionarias, dirigentes políticas” y amas de casa al mismo tiempo. Pero dado que esta situación es a todas luces injusta, esperaríamos un anuncio de políticas para cambiarla y no un crédito para sostenerla.
Las ciudadanas reclamamos el cese de la violencia contra nosotras, de los femicidios y de los abusos en manos de parejas y familiares; nos manifestamos por la inacción contra el trabajo en negro, por programas contra la trata para fines de prostitución que contemplen planes integrales de atención a las víctimas, por las muertes por abortos clandestinos. Es una pena que la escucha presidencial no sea tan sensible como cuando pedimos lavarropas.
En la Quinta de Olivos… Dejó en claro Cristina que cuando hay que resolver cuestiones domésticas, incluso en Olivos, la responsable es ella. “Yo convivo con un ex presidente de la Nación y la Presidenta soy yo. Las cosas que hay que resolver en este ámbito, que es momentáneamente la casa donde vivo, nunca se las consultaron a él. Ni antes, ni ahora. Sigo siendo yo. Esto pasaba en el estudio jurídico y en todas partes.” El mensaje es claro: si sos mujer, aunque seas la misma Presidenta, las tareas domésticas son tu función.
En cambio Kirchner, al ser varón, puede dedicarse a distribuir obra pública junto a funcionarios y gobernadores, exigiendo lealtad para las elecciones de octubre, en la misma casa de la que no debe hacerse cargo ni como presidente ni como ex presidente. El mensaje también es claro: si sos varón, aunque tu mandato haya concluido, tu autoridad y tu jerarquía siguen intactas. Aunque la Presidenta sea tu mujer.
Condenadas por el sexo y por la historia. Según Raúl Zaffaroni, el primer tratado de derecho penal fue el Malleus maleficarum (El martillo de las brujas), un manual de interrogatorio y tortura de la Inquisición. No es trivial decir “también soy la que reta a Florencia cuando hace cosas que no tiene que hacer. Porque siempre las brujas somos nosotras. Estamos condenadas por el sexo y por la historia”.
La historia dice que cuando el capitalismo se vio amenazado, inició una “política de las familias” destinada a reforzar la explotación, reproduciendo gratuitamente la fuerza de trabajo con el ideal de la familia nuclear, la mujer-madre y el pacto del salario familiar. La eficacia de este ideal es imponer su sentido fuera del tiempo.
No es la historia sino el olvido de la historia lo que nos condena: la pretensión de que siempre ha sido así y siempre lo será. No es el sexo sino la naturalización del sistema de género asociado al sexo lo que nos condena. Porque ambos, el olvido de la historia y la naturalización de la subalternidad, petrifican la opresión y desalientan la esperanza de emancipación.
El síndrome Doris Day que le ha dado a Cristina no es inocente. Pidió que las feministas no la criticáramos porque expresaba la realidad cotidiana de las mujeres. Justamente ella, la Presidenta de un país cuya realidad cotidiana es violenta e injusta, sabe que cuando la rutina es la explotación, la obligación de la política es cambiar la situación cotidiana.
Esas mujeres que soportaron siendo científicas que un ministro las mandara a lavar los platos, que lograron sostener las fábricas sin patrones, que se hicieron piqueteras para denunciar la desocupación, que se desacataron a puro Himno Nacional para impedir el remate de los campos, que en los encuentros nacionales de mujeres exigieron “educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”, esas mujeres que se enamoraron otra vez de la política, son invitadas a ilusionarse con un nuevo lavarropas.
*Dra. en Filosofía (UBA), legisladora de la Ciudad de Buenos Aires
Fuente: Crítica de la Argentina