jueves, 26 de febrero de 2009

"El periodista debe guardarse siempre un gramo de compasión"

Juan Cruz, novelista y adjunto a la dirección de El País, narra en su última novela, Muchas veces me pediste que te contara estos años, sus años de periodismo. Ahora publica entrevistas a Maestros del Periodismo cuando su diario hace cambios para afrontar la era digital. En la entrevista habla de este viejo oficio.
Por: Antonio G. González

Es reveladora la anécdota de su entrevista con Francis Bacon en Londres. Él se negaba, pero de golpe sacó el Ventolín, usted sacó el suyo (ambos son asmáticos) y entonces Bacon dijo, hombre, yo en estas circunstancias... y se la concedió, ¿no fue?
(Risas) No le quedó otra. Y fue una entrevista importante para mí... porque entrevistar es buscar un espejo en alguien que no conoces, pero en el que hay algo de ti. Entonces el miedo de Bacon, luego supe, mucho tiempo después, que era el mismo miedo que yo siento con respecto al asma. Séneca decía que el asma es como un muerte chiquita, es muy cruel, usted no sabe. Entonces yo lo veía a Bacon como con dos miradas, una de afecto y otra de susto, y ambas se mezclaban. Y muchas veces no va a ver a alguien y no sabe que se a ver a sí mismo.

Cuando habla del miedo de Bacon se refiere a su obra...
Sí, la violencia, como si siempre estuviera al borde un abismo. Ése era Bacon.

Usted ha destacado en el periodismo hispano como entrevistador. Y también por los perfiles. Es todo un género.
Me gusta mucho hacer entrevistas. La primera que hice en mi vida, o de la que soy consciente al menos, fue a Pascual Calabuig (periodista deportivo canario), en el estadio del Puerto Cruz. Fue a un partido de la UD Las Palmas y se la hice, siendo casi un niño. Ahora él tiene ochenta y cuatro. Y después la otra, con dieciséis, fue cuando Ernesto Salcedo (director de El Día) me mandó a entrevistar a Julio Caro Baroja "en un hotel superburgués de Tenerife", decía él en una dedicatoria que me puso. Me gustan las entrevistas porque yo soy asmático, como sabe ya, y me cuesta mucho hablar, a pesar de que hablo mucho. Y, además, tengo un enorme sentido del vacío: si hay un silencio en seguida me pongo apurado ¿qué pasará? ¿qué habremos hecho mal? ¿qué habré dicho? Y, entonces, como dice Cortázar en Rayuela, "me viene almohada", y hablo y hablo. En cambio, en una entrevista hago una pregunta y me quedo callado. Y luego me gusta mucho observar.

Sí, la idea de elaboración en usted atraviesa su literatura y en su periodismo, que no es transmisión automática al modo de Internet, sino algo muy elaborado, producido en suma.
Por ejemplo, por seguir hablando del género de la entrevista, ahí hay una idea de compromiso. Usted se encuentra con un señor con el que ha acordado ese encuentro. Y ahí se produce un escenario. Donde más se ve eso es en la radio, porque cuando uno se enfrenta al micrófono ya hay una convención, y uno sabe que está siendo entrevistado y eso supone una determinada actitud, se produce como un centro de gravedad en el que hay dos personas con el compromiso de uno de decir lo que sabe de sí mismo y del lado del entrevistador hay también un compromiso de no ir más allá de donde el entrevisto lo va dejando. Esto resulta siempre muy interesante.

Usted refleja eso en Muchas veces me pediste que te contara esos años, donde narra todos estos años de periodista, cuando se refiere al vacío, a lo que nunca se acaba de decir, a lo que remite a la nada... mezclado con lo que sí queda dicho.
Sí, es que el límite es el pudor. Si uno no quiere que le urgen, mejor esperar el momento oportuno. En las entrevistas yo trato de que el personaje sepa que yo le quiero y que quiero saber de él. Generalmente empiezo preguntando por la infancia. Por ejemplo, en una que le hice a Bergman, una entrevista complicada, empecé precisamente por la niñez, que yo sabía que en él era algo que le abría el corazón. Y bueno, funcionó. No siempre funciona. Bacon fue muy complicado también, no quería hablar de una determinada serie de cosas y tuvo que ir viendo, muy atento a cómo respondía. (Juan) Rulfo, por ejemplo, al que entrevisté en Las Palmas, tampoco quiso ser entrevistado. Y, como era brujo, rompió la cinta.

¿Ah, sí?
Con algún poder extraño, no la tocó, pero cuando fui a reconstruir la grabación no estaba. Por fortuna me había acompañado Herminia Fajardo (periodista canaria) y había hecho una grabación ella, gracias a eso pude hacer la entrevista con Rulfo. Entrevistar es una convención. Requiere mucha fidelidad mutua, el entrevistador debe encontrar en el entrevistado a alguien que merece ser escuchado y, a la inversa, éste último, que se le va a preguntar con lealtad.

En la reelaboración narrativa de su construcción como periodista hay una frase en la que localiza el origen del interés por lo que pasa a los otros: "estaba escuchando lo de las misses", le dice a un señor que le recrimina estar escuchando una conversación de mayores.
Sí, cierto, pero además tiene un antecedente, que es la radio. Mi curiosidad fue alimentada por la radio, ya entonces había una en casa, y yo escuchaba cosas que ocurrían, y alguien las contaba, las contaba en la radio. Y en aquel momento yo sentí como que aquel señor que contaba una historia era como la radio, pero en otra casa, y me paré a escucharlo como quien escucha un cuento. Él consideraba que era una historia de adultos, y no lo era, era una chismografía baratísima, pero muchas veces eso es el periodismo, hay cosas en las que nosotros nos interesamos que, en realidad, son deformaciones del interés lo cual puede ver la gente perfectamente. Pero eso, como me decía el otro día Harold Evans (ex director de The Times, entrevistado por Juan Cruz en la serie Maestros del Periodismo), eso es lo que hace el mosaico de los periódicos. Los periódicos pueden ganarlo a Internet si es que hay una competición porque son mosaicos. Los periódicos son una mano, e Internet es un dedo. En Internet uno ve las cosas una a una, alrededor no hay nada, pero si uno abre un periódico se encuentra ya con un gran mosaico de cosas puestas unas junto a otras, que se leen en un contexto. En el Aire Libre (periódico tinerfeño en el que empezó a trabajar) había una página que se llamaba "Mosaico", que era como cajón de sastre. Y cuando Evans me habló de mosaico, me dije: vaya, como lo que tenía don Julio Fernández para publicar. Y El País fue concebido con un mosaico. No se podía poner al lado de una noticia sobre la UD Las Palmas un suceso en Cabo Llanos, sino algo relacionado con la UD, en fin, una entrevista con Molowny, algo del estadio...

Un contexto, un filtro, lo del periodismo como elaboración.
Uno de los problemas que yo le veo al periodismo, no sólo al periodismo digital, sino al periodismo tal como lo hemos conocido nosotros, es el problema de la verificación. Lo estamos tratando como un problema del oficio y se puede terminar convirtiendo en un problema de los lectores.

¿En qué sentido?
Los lectores pueden entender que no importa no creer lo que publica la prensa, y eso sería la muerte de la prensa, la falta de veracidad o de verificación. Esto de que ahora todo es un confidencial (sin firma), esto de wikipedia (enciclopedia virtual), que usted sabe que no es verdad, entra a buscar un dato y no se fía, si se traslada a lo que es el oficio del periodismo, vamos a tener un problema grave. La gente se lo toma en broma, pero es un problema grave. Y luego veo que estamos haciendo demasiada columna, demasiada opinión. En los países anglosajones la opinión la hacen los periodistas a partir de la investigación que hacen esos periodistas. Y aquí lo que ocurre es que sale un tipo como los que se ponían en el franquismo los editorialistas de El Español y dice: "Se van a enterar en La Moncloa, o en Génova (sede central del PP)". Ellos no preguntan nada, basta con que ya hayan deducido el título y a quién le van a dar el castañazo para que se sientan felices. Yo creo que los periodistas tenemos que ser mucho más reivindicadores de los elementos básicos del oficio: qué, cuándo, quién, por qué, etcétera, porque ahora hay montones de variantes para abrir el abanico: con quién, cómo, lo que queramos, pero si el periodistas no pregunta no se pregunta. Y yo creo que el periodista tiene que preguntar, constantemente, tiene que preguntar por la razón por la que dice las cosas. No vale que él diga: es que yo sé mucho. Hasta que lo verifique no lo sabe. Y el lector puede percibir que no lo ha verificado fácilmente. A nosotros (a El País) nos vino muy bien desde un principio tener un libro de estilo. Creo que luego lo hemos ido olvidando todo, y eso se puede olvidar si ya se ha interiorizado.

Siguiendo con el desorden natural de esta entrevista, una vez lo echaron de El Día, cuenta usted, por publicar en La Provincia algo que no favorecía la imagen turística de la isla, ¿no?
Sí, así fue, cosa que sigue ocurriendo en Tenerife, sigue ocurriendo que cada vez que sale algo que no les gusta a los tinerfeños, lo de Las Teresitas, por ejemplo, ya es que es el enemigo. Eso sigue.

¿Y por qué?

Creo que es falta de madurez.

Usted frecuenta mucho Tenerife, tiene una casa allí, escribe sus novelas, en fin. ¿Con qué Tenerife se ha encontrado?
Más bien le voy a contar más bien qué me pasó en 1975. Yo volví de Londres, donde había estado con una beca, con una ilusión enorme de recorrer las islas, de ayudar en lo que fuera, pero, claro, las cosas no son iguales cuando regresé, El Día empezaba a prepararse para el posfranquismo y en la sociedad la gente comenzaba a darse codazos para situarse, tuve problemas, en una crónica me tacharon la palabra "guagua", en fin, y yo me enteré de que iba a salir El País.

Cuenta usted que se lo dijo el periodista Ramón Chao, padre del famoso Manu Chao. ¿Qué hacía en Tenerife?
Pues era amigo de José Miguel Ullán (periodista y poeta entonces exiliado en París), al que yo conocía porque hacía una página cultural en El Día y lo había contactado. Y Ramón Chao fue a hacer un reportaje sobre Canarias para la radio francesa. Y se quedó en mi casa con su mujer y sus hijos, el propio Manu entre ellos. Me hacía ilusión ser isleño, pero ya estaba incómodo en el periódico (El Día). Por eso cuando Ramón me lo dijo vine a Madrid hasta que Juan Luis Cebrián por teléfono me dijo: vale, pero corresponsal en Londres. Y desde entonces mi vida ha sido una pequeña vorágine, en la que jamás he tenido reposo.

Ya "la patria es el tiempo", eso se repite en la novela.
Es un verso de Luis Feria. Para mí la reflexión contenida en esta novela (la etapa profesional) es importantísima porque alguna gente cree algo en lo que nunca he creído: que uno llega a cotas en la vida, que éste ya es no sé quién, éste nos mira por encima del hombro, un periodista tinerfeño publicó hace poco en su periódico que yo no saludaba a los que no eran de mi ideología, cuando yo nunca he tenido ideología, si entendemos por ello un sistema de ideas que excluye a las otras, lo que sí tengo son unas ideas, en fin, yo toda mi vida me he tratado de ganar la vida como si fuera la primera vez, como si el director me fuera a decir: "oye, ¿y tú por qué has llegado tarde?" Yo sigo creyendo que me tengo que ganar el sueldo cada día.

En la serie de entrevistas "Maestros del periodismo" hay una sensación de despedida en todos esos grandes nombres, ¿es la de un oficio que se acaba?
Creo que se acaba tal como lo conocimos nosotros, no creo que se acabe nunca. El periodismo es imprescindible para una sociedad, no se puede concebir una sociedad sin periódicos, se vendan por la razón que sea y en el formato que sea. Una vez Jean Daniel (fundador de Le Nouvel Observateur), levantando Le Monde con una mano, me dijo: "Esto que ve aquí algún día será el suplemento impreso de un diario digital".

Eugenio Scalfari (fundador de La Repubblica) le dijo que el periodismo "es un oficio cruel". Usted de él había citado hasta entonces otra frase más antigua: periodista es gente que le cuenta a la gente lo que le pasa a la gente. ¡Qué cambio!
(Risas). ¿Sabe lo peor de este oficio? Lo peor es cuando el periodista se alegra de que algo vaya mal, la falta de compasión, cuando cuenta las cosas de alguien que lo ha hecho mal alegrándose de haber mordido al hombre. Creo que incluso en los momentos más terribles del ser humano el periodista debe guardarse siempre un gramo de compasión. Hay una frase de Emilio Lledó que a mí me gusta mucho: "Dentro de todo sí hay un pequeño no, y dentro de todo no hay un pequeño sí". Siempre tiene uno que dejarse una bala de afecto en la recámara. Eso es importantísimo, uno no puede pisotear a nadie del todo nunca. Incluso si hubiera argumentos tiene que darle una salida, una salvación. La crueldad de la que habla Scalfari es la crueldad del periodista que se cree dueño de todas las armas. Y Scalfari previene, como Jean Daniel, del uso despiadado del poder enorme que tiene el periodista. Y eso en lo que toca también a la vida privada: no hay derecho a robar imágenes, a robar declaraciones... pero eso siempre se dijo, lo que pasa es que con los nuevos medios se está creando la sensación de que todo es posible. Y eso resulta muy peligroso.

Foto: Ana Arambol
Fuente: La Porvincia

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