El gerente general de El Cronista, Federico Erhart, utilizó el tradicional brindis de fin de año de la empresa para realizar un discurso plagado de agresiones, agravios y frases intimidatorias contra los trabajadores. Entre todo el fárrago de barbaridades que nos propinó, mezcladas con agradecimientos y reconocimientos retóricos, para edulcorarlas, la máxima autoridad de nuestro diario se permitió decir, entre otras cosas, que en nuestro empresa no primaba la solidaridad, ya que había gente trabajando hasta 13 horas, por culpa de compañeros que no la ayudaban en su tarea o que trabajaban menos.
A confesión de partes relevo de pruebas: esa cantidad de horas duplica las que marcan nuestros estatutos y convenios, por lo que de existir esas situaciones los dichos de Erhart son una autodenuncia, de la que deberían tomar nota, entre otros, las autoridades laborales.
Al margen de eso, es notorio que el gerente no sabe de lo que habla: uno de los elementos distintivos de los trabajadores de El Cronista es su solidaridad y camaradería, casi su marca de reconocimiento dentro del gremio, expresada de mil maneras. En las asambleas, en los paros para revertir despidos, en las colectas para apoyar causas nobles, en la espontánea preocupación ante cada problema de un compañero, sea laboral o personal. En cómo nos apoyamos, compartiendo fuentes y datos, cómo nos explicamos lo que uno no sabe y cómo nos hacemos elásticos para cubrir compañeros que se enferman o toman vacaciones. Con pisar una vez cada tanto la Redacción, porque ahí iban dirigidas las críticas, se puede comprobar lo que decimos. Pero es un clima que se respira en todos los sectores.
Es una pena que Erhart, que ya lleva 8 años en la empresa, no sepa nada de los trabajadores que lo ayudan a sacar un diario y las revistas y demás productos todos los días.
La pieza oratoria de Erhart, qué duro una hora y media hasta entrado el comienzo del cierre, incluyo amenazas brutales, como cuando dijo que "quién no se adaptara a los cambios propuestos por su gestión no podría quedarse en la empresa". Eso es una lisa y llana amenaza de despidos, con un lenguaje darwiniano, un retroceso civilizatorio de 200 años en cuanto a lo social.
El tono amenazante, por momentos, nos dejó estupefactos. En un pasaje hubo un emplazamiento dirigido no se sabe bien a quiénes, suponemos que a todos: dijo que daba plazo hasta marzo para que ciertas personas hicieran algunos cambios. Que si eso no pasaba, los iba a hacer él y peor... Un hombre desencajado.
Lo sentimos como una declaración de guerra. Nosotros, en cambios, sólo queremos trabajar en paz.
En otros tramos, incluso, lanzó intrigas para dividir a los trabajadores, con menciones a secciones y turnos de trabajo que supuestamente trabajan más que otros, incluso con el mal gusto de los ejemplos con nombre y apellido. Llego a confesar, en forma intimidante, que controla la concurrencia de los trabajadores al baño y que podría distinguir qué secciones van más o menos. Aunque repudiamos el método, no nos hace mella: nos conocemos todos y sabemos lo que cada uno de nuestros compañeros vale.
Erhart se fue de boca y recurrió a expresiones de una increíble frivolidad, insultante, sobre todo ante trabajadores que llevan cinco paritarias a la baja, que sólo en esta última registran una pérdida de más de 20%. Ante gente que no puede llegar a fin de mes, pagar el alquiler o la hipoteca, pese a que tiene hasta tres trabajos, lanzó que "el accionista (por Francisco De Narváez), no va a vender su casa de veraneo para pagar los salarios". Una frase lamentable, irrespetuosa con nuestras angustias, que hasta el propio De Narváez debería repudiar.
Erhart mostró desconocimientos preocupantes para su posición dentro de la empresa. Se quejó de las demoras para actualizar el índice de riesgo país, cuando es un servicio que la compañía no paga a JP Morgan, que es la firma que la provee. Insólito. Mezcló peras con manzanas y nos interpeló sobre si eso no era un tema de calidad periodística. Lo será pero no de los periodistas. Es responsabilidad y decisión de la empresa pagarlo o no.
El discurso de Erhart tuvo, si se quiere, el mérito de haber hecho públicas una serie de ideas de las que nos veníamos enterando por trascendidos, luego de reuniones con trabajadores en su oficina, dónde el gerente general difama a colegas, pretende enfrentarlos entre sí, y pretende inducir a la delación. Esto cuando su función debiera ser generar climas de concordia y unidad dentro de la empresa.
Los trabajadores de El Cronista tuvimos un año durísimo: se nos impusieron condiciones de trabajo tremendas, con presiones para la multitarea y la exigencia de publicar en distintos soportes, con salarios por el piso y una ofensiva ajustadora para achicar la planta con ofertas de retiros truchos.
En ese contexto, no merecíamos llevar a nuestra mesa navideña un mensaje tan agresivo e irrespetuoso.
*Sobre la base del debate que se dio en la espontanea asamblea realizada luego del brindis.
Comision Interna - El Cronista Comercial - SiPreBA