miércoles, 19 de diciembre de 2018

Héctor Naúm "Toto" Schmucler 1931 - 2018

Era considerado uno de los principales referentes de la Teoría de la Comunicación en Latinoamérica. Fue discípulo del semiólogo francés Roland Barthes y escribió el prólogo del famoso libro “Para leer al Pato Donald”, del chileno Ariel Dorfman. Los que lo conocieron lo definen como respetuoso, polémico, beligerante y provocador.

Hector “Toto" Schmucler falleció a los 87 años en la Ciudad de Córdoba donde estaba internado. Fue uno de los principales referentes de la Teoría de la Comunicación en Latinoamérica. Schmucler había nacido en Entre Ríos en 1931 y fue uno de los fundadores y el primer director de la revista "Los libros", donde colaboraban José Aricó, Oscar Steimberg, Eliseo Verón, Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano y Ricardo Piglia, entre otros.

Reconocido como referente histórico de la teoría de la comunicación había estudiado Letras en Córdoba y luego había viajado a París donde tuvo como director de tesis al filósofo, escritor, ensayista y semiólogo francés Roland Barthes.

En los '70 fundó en Santiago de Chile la revista Comunicación y cultura, junto a Armand Mattelart y Ariel Dorfman. En 1971 escribió el prólogo para el famoso libro Para leer al Pato Donald. Uno de sus principales aportes a las ciencias de la comunicación fue la creación de la cátedra Introducción a los medios masivos de comunicación en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Schmucler fue el fundador del Seminario de Informática y Sociedad en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, hoy a cargo del sociólogo y ensayista Christian Ferrer, y ambos integraban el grupo editor de la revista "Artefacto".

En diálogo con la agencia TelAm, Ferrer lo definió como "el intelectual que dio inicio a los estudios de comunicación en el país", y recordó que la primera cátedra de comunicación nacional lo tuvo como titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Schmucler se tuvo que exiliar en México durante la última dictadura militar y allí participó del consejo de redacción de la revista "Controversia" con Juan Carlos Portantiero, Nicolás Casullo y José María Aricó. Por su texto Rayuela, juicio a la literatura trabó amistad con Julio Cortázar en sus años en París.

Tenía un hijo de 18 años desaparecido por la dictadura y en los últimos años residía en Córdoba, donde era profesor emérito de la Universidad y dirigía el Centro de Estudios Avanzados.

Tras conocerse la noticia, las autoridades de la Facultad de Comunicación de la UNC recordaron la trayectoria de Schmucler en un comunicado: "Tristeza: Falleció Héctor "Toto" Schmucler, uno de los principales referentes de la Teoría de la Comunicación en América Latina. Con profunda tristeza, la decana Mariela Parisi y la vicedecana, Susana Morales, las autoridades y docentes de la FCC informamos el fallecimiento de Hector "Toto" Schmucler, uno de los principales intelectuales y referentes de las Teorías y los Estudios de la Comunicación.
Héctor "Toto" Schmucler sobre Cortázar: “Rayuela justificó nuestra rebelión”
En una entrevista con José Playo en la Voz del Interior, el "Toto” habló de su amistad con Julio Cortázar. Escribió un ensayo señero sobre Rayuela, novela que en su opinión les dio forma a las preguntas de toda una generación y supuso la sacudida espiritual más importante de su vida.

La última vez que se vieron Héctor Schmucler y Julio Cortázar fue en una playa de México, donde el azar quiso que el sociólogo cordobés encontrara al autor de Rayuela sentado junto a la última mujer que tuvo antes de morir, Carol Dunlop.

Habría luego una comunicación más, por carta. Schmucler lo recuerda así: “Mi último contacto con él fue en 1983, en diciembre. Él escribe una nota en un diario de México, donde yo estaba viviendo. El artículo, que se llamaba El destino era 1984 (aludiendo al libro de Orwell), decía en síntesis que todo este proceso de socialismo autoritario que se vivía en ese momento, parecía llevarnos a 1984, y expresaba ahí su ilusión de que Cuba fuera lo que evitara ese 1984, que el destino verdadero que él había imaginado de la revolución cubana era hacer que no se llegara a eso –evoca Schmucler–. Entonces le escribí una carta donde le decía que no estaba de acuerdo, que mi mirada era menos ilusionada”.
Carta con Cortazar
El día 31 de diciembre de 1983, la respuesta le llegó en un sobre desde Francia. El escritor agradecía la misiva de Schmucler, y agregaba que se encontraba muy enfermo y que por eso no le podía escribir más extenso. “En cuanto me mejore y vaya a México –le escribió Cortázar–, lo primero que haré será buscarte para hablar largamente de este asunto”.

Ese encuentro nunca se dio. La muerte llegó antes y ubicó el nombre de Cortázar en la biblioteca de las grandes plumas mundiales que ya no volverían a escribir nada más.

¿Encontraría a Cortázar?
La relación entre el escritor y Schmucler nació a mediados de la década de 1960. Schmucler cuenta que todo se inició con la aparición de Rayuela. “El libro significó una sacudida muy grande –recuerda–. El texto de alguna manera venía a hacer las preguntas que nosotros, los jóvenes, nos hacíamos sin saber que nos las estábamos haciendo. Cortázar puso esas preguntas por escrito en una historia que tiene la genialidad de los grandes textos, que significan infinidad de cosas según quién lo lea. Para ubicar la época: yo venía de una fuerte actividad política, afiliado al partido comunista. Habíamos sacado la revista Pasado y Presente, y nos expulsaron del partido por eso. Intentamos formular en política preguntas que desbordaban los límites dogmáticos aquí y en todas partes de mundo”, recuerda Schmucler.

Rayuela vino a mostrarle que no todo se resolvía con la acción política. “Suelo decir que ese texto tan lleno de humor y tragedia nos mostró que la tristeza es parte de la vida –dice–. Hay una frase emblemática en un capítulo: ‘nos reíamos como locos y estábamos tristes’. Parodiándolo, los que éramos militantes políticos teníamos como obsesión la revolución como la solución a todos los problemas del mundo, no nos podíamos permitir la tristeza porque ya sabíamos dónde estaba la felicidad, que era en el cambio de ese mundo. Pero sucede que la tristeza es parte de la existencia. Cuando miro desde ahora (hacia el pasado), pienso en lo establecido, el mundo que quiere encontrar solución a todo y a la vez no preocuparse de nada. El mundo ha ido construyendo cada vez más la idea de que es inaceptable la tristeza, como es inaceptable la nostalgia”.

La de Schmucler, sin embargo, no es una mirada pesimista, sino realista: “Para entender cómo buscamos evitar la tristeza, basta con ver las publicidades, el marketing, ‘haga esto para ser feliz’. Estamos obligados a ser felices, a disimular qué es la vida: conflictos, momentos de preocupación, de angustia”.

El mundo ha ido construyendo cada vez más la idea de que es inaceptable la tristeza, como es inaceptable la nostalgia

Para el sociólogo y semiólogo, por qué somos así es la gran pregunta que se hacen los hombres desde hace miles de años, sin obtener respuesta. “Somos un misterio –dice–. Lo propio del ser humano es esa zona de imprevisibilidad, esa intolerancia a no estar feliz. Para eso se inventan tratamientos, pastillitas y maquinitas. La felicidad está en el nuevo modelo de celular. Esa especie de voluntad de controlarnos a nosotros mismos me parece que fracasa. Y a esto lo saben mejor que nadie los que se compran celulares cada seis meses”, concluye.

La idea de que el libro planteaba preguntas más que dar respuestas, fue el motor del ensayo Rayuela, juicio a la literatura, –texto clave sobre la novela de Cortázar–, que caería en manos del escritor. Schmucler escribió ese trabajo en el último número de la revista Pasado y Presente. Y la historia de la Maga y Horacio, para Schmucler, sigue siendo un núcleo de interrogantes que se actualizan, a pesar de que algunos puedan considerar que Cortázar ya pasó. “Pero si pasó es porque nadie lo quiere ver –arriesga Schmucler–. Como ocurre con las grandes obras de la literatura, pasan largos períodos olvidadas, hasta que alguien con el espíritu abierto y con ojos para ver descubre o redescubre que allí están los interrogantes que nos mueven cotidianamente, nuestros dramas. Porque la vida es eso, un permanente preguntarse por qué hago lo que hago y por qué ocurren las cosas”.

Cuando una obra es seria, sirve y trasciende a su propio momento: es para todos los días
Hombre en dos tiempos
El autor de Rayuela era una persona reservada. Este es el legado de una vida con la intimidad muy cuidada, aunque después, con la exposición de sus posiciones políticas, nacería otro Cortázar, más público, más reconocido. Schmucler hace memoria: “En mayo del ’68, Cortázar tuvo una participación activa –cuenta–, sobre todo en la ciudad universitaria de París, en el Pabellón argentino, que tomamos los estudiantes y que funcionaba como comando de las actividades universitarias, actos, cosas culturales. Era el lugar de reunión y él estaba todo el día, muy entusiasmado, recortando papelitos como uno cualquiera, rodeado de gente. Era un momento en el que te lo podías cruzar al mismo tiempo a Sartre, a Cortázar y a Yourcenar. Fue una de las virtudes de esa explosión del ‘68, donde las jerarquías se diluyeron: él no era el intelectual de las entrevistas, era sólo un escritor argentino –dice–. En algún sentido me permitiría pensar que todavía falta un redescubrimiento de ese autor. No hay muchas miradas sobre su obra hoy, salvo ahora que está el aniversario. Me pregunto qué fuerzas hacen que reaparezca. Me temo que sean las fuerzas del mercado. Y el riesgo ahí es darle importancia a las cosas por un día. Cuando una obra es seria, sirve y trasciende a su propio momento: es para todos los días”.

Eterno resplandor
“Yo no fui a Rayuela, Rayuela vino a mí y me abrió el mundo –cuenta Schmucler–. Era un momento de gran efervescencia existencial y mental, en el que estábamos tratando de romper los límites del pensamiento que se nos señalaban como posibles. Rayuela justificó nuestra rebelión en un momento en el que todas las ideas estaban en conmoción. El gran mérito de Cortázar es no ser producto de los ’60, sino uno de los constructores de los ’60”.

Rayuela justificó nuestra rebelión en un momento en el que todas las ideas estaban en conmoción

Schmucler le mandó el trabajo antes de viajar a Francia con una beca y ahí nació la amistad. En ese momento recién empezaba a crecer el libro. “Hay que decir que Cortázar era conocido sólo por los entendidos que leían finamente la literatura –contextualiza–, pero Rayuela se impuso por mérito propio y no por ese armado periodístico editorial que fue el boom. El libro fue la sacudida más grande que espiritualmente yo haya sentido”. Schmucler evacuó de entrada una duda cuando tuvo al autor cara a cara: Horacio Oliveira (protagonista del libro) no era el alter ego de Julio Cortázar.

Además, descubrió que el gigante delgado que arrastraba las “r” era curioso, interesado en todo, con un enorme humor, pero siempre viendo el otro lado de las cosas, aún en lo cotidiano. La mirada de Cortázar se perdía en la contemplación de un edificio, en un diálogo sobre cosas triviales. “En mi recuerdo es eso, era difícil estar con él sin sentir que había un verdadero descubrimiento de otra cosa”, piensa Schmucler.
Esa es la cuestión
Para Schmucler, vivimos un momento en el que las preguntas se han ido banalizando. Todo pareciera tener respuestas inmediatas y utilitarias, instrumentales. Las preguntas sólo son funcionales a la resolución de un problema. “Las verdaderas preguntas son las que insisten en ser preguntas –explica Schmucler–, las que son un infinito pensar sobre el sentido de nuestra existencia. Por eso digo que me gustaría que Cortázar sea redescubierto, no sólo por sus virtudes como escritor, en el sentido meramente descriptivo que a veces hace la crítica literaria. No somos exactamente dueños de lo que hacemos porque no conocemos el futuro. Él casi nunca habló del futuro, y hoy todo tiende a hacer predecible el porvenir (eso son los seguros de vida, por ejemplo). Pero el futuro es impredecible, y eso sabe Cortázar: hay un vivir inmediato que está lleno de enigmas, y una protesta permanente –resume–. En una parte de Rayuela dice: ‘Si este es el mundo real, alguien nos está tomando el pelo’. Tal vez sí valga la pena preguntarnos qué somos en este mundo”.

No abandoné a Cortázar y Cortázar no me abandonó a mí
En algún lugar entre los papeles que hay en la casa de Héctor Schmucler están las cartas escritas de puño y letra por ese personaje enigmático que paseaba sus nostalgias por los puentes de París.

Para él son las cartas de un amigo, hojas que evocan un pasado en el que están anclados varios interrogantes sobre la vida que ya casi nadie parece querer responder.

“No abandoné a Cortázar y Cortázar no me abandonó a mí –concluye Schmucler–. Todo lo que digo son preguntas actuales. Insisto en que hay que redescubrirlo, porque sería bueno que la intensidad del interrogante encuentre más devotos”.
Héctor "Toto" Schmucler: 40 años 40 historias
Sólo después de la narración de Dante, el infierno encarnó el nombre del dolor insuperable. La imaginación del poeta había construido una memoria cuya intensidad no requería fidelidad a previas realidades verificables. Verdadero o no, el Infierno existía porque daba cuenta del mundo. ¿Están dichas las palabras que le den cuerpo al horror que a veces evoca el golpe de 1976? ¿Cómo evitar la ilusión de la memoria de lo que en realidad no se recuerda? Hay falsos recuerdos, llenos de detalles, de cosas verdaderas.

Aquel día no imaginé que se estaban abriendo invisibles puertas hacia una crueldad desmedida, hacia el caos de muchas almas. El golpe fue vivido como una salida que, de contradictorias maneras, prometía traspasar (dejar atrás) tensiones insoportables. Para algunos, sin percibir que estaban condenados, aparecía como el arranque triunfal de una batalla que, aunque inevitablemente cruenta, mostraba en el horizonte una impostergable victoria: “Hay quienes prefieren un golpe cada día en lugar del Día del golpe”, ironizaba Galimberti –con pobreza trágica– en nombre de la conducción de los Montoneros. Sería el día en el que caerían las máscaras y comenzaría la batalla definitiva. Mientras, a la luz del sol, los que serían victimarios lubricaban las armas y perfeccionaban los planes.

El golpe no sorprendió a nadie. El rumor de su inevitable ejecución circulaba en las calles. El 24 en la mañana, escuché por radio que el tiempo del gobierno anterior había concluido. A mediodía fuimos con un amigo a la Plaza de Mayo (por razones de seguridad, yo me alojaba en su casa durante esos días). Una sorprendente tranquilidad estremecía el alma. Eso parecía ser todo.

En agosto me fui a México. Nadie me obligó. Sombríamente me protegía de la muerte y anhelaba proteger a mis dos hijos. Uno de ellos no quiso escucharme porque sólo quería acompañar la sangre derramada de sus compañeros. Hacia finales de enero de 1977 escuché la voz de la madre de mis hijos que, por teléfono y con palabras disfrazadas, me anunciaba que Pablo había desaparecido. Tenía 19 años y los días se paralizaron para siempre aunque el almanaque siguiera implacablemente cambiando de fecha. Se abrieron para mí aquellas puertas que resultaban invisibles. Sospeché entonces lo que podría nombrar el horror y la desesperación.

“Deberíamos preocuparnos un poco más por la democracia”
¿Cómo cree nos afecta cómo democracia lo que estamos viviendo?
Me atrevería a decir que esto afecta a algo más que nuestra democracia. Creo que esto pone en escena algo que es parte de la historia de nuestro país. Es decir, yo no sé si existe tanta preocupación por la democracia por parte de la sociedad como a veces uno quisiera o como a veces se afirma.

¿En qué sentido?
Me parece que este caso pone en cuestión ya no sólo a la democracia como una práctica, sino que nos enfrenta a una pregunta que nos hacemos desde hace mucho tiempo: ¿tenemos o no tenemos interés social de vivir en democracia? Es decir, en cierta medida, estamos ante un escenario en el cual el respeto por la opinión del otro o la libertad que todos deberíamos tener para expresarnos y, a partir de eso, estimular algunas soluciones de orden político y social, quedan en un segundo plano ante los intereses concretos de orden político y económico, que son intereses para los cuales el logro de los objetivos es mucho más fuerte que los medios para lograrlos. Y la democracia, al menos a mi criterio, es fundamentalmente los medios para lograr determinados objetivos, pero no un fin en sí mismo, porque los fines en sí mismos llevan a querer realizar esos fines por cualquier medio.

¿Considera que estamos ante la existencia de una suerte de Estado mafioso dentro del propio Estado?
Efectivamente, yo creo que en democracia siguen actuando no sólo los sectores mafiosos, sino las fuerzas que permanentemente inciden sobre el devenir histórico y político del país. Quiero decir que hay conflictos de fuerzas económicas, por ejemplo, que pasan por encima de Estados dictatoriales, democráticos o del tipo que sean, y que son estructurales. Hay, en ese sentido, poderes e intereses que se repiten.

¿Piensa que la situación se parece a otras que hemos vivido?
Creo que sí. Y en ese sentido, como en otros momentos de violencia que nos ha tocado vivir, me temo que esta situación está poniendo a la luz estas falencias que mencionaba al principio, que incluso son falencias para uno, pero pro­bablemente no para todos, porque estamos demasiado acostumbrados a dar por sentado que a todos nos interesa vivir en un mundo democrático, o sea: en un mundo de libertades y de absoluta autonomía en las decisiones.
Hector “Toto” Schmucler, un intelectual comprometido con su tiempo
Como Comisionado de la Universidad Nacional de Córdoba, integró la primera conformación de la Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba en 2006; desde allí fomentó el compromiso ético y crítico con la lucha por Memoria, Verdad y Justicia.

Hector Schmucler tenía la virtud de la conversación, de no anteponer el reloj al dialogo y así, con él, cualquier tema por más banal que pareciera podía disparar las reflexiones más trascendentales de la condición humana. El Toto poseía la simpleza y con ella el poder de convertir a sus palabras en portadoras de las mil formas de la vida, esas que podían detenerse morosas en una anécdota de su infancia en Entre Ríos, o desplazarse, como un chispazo, hacia la página de un libro recién leído y cuya urgencia le exigía compartirlo en una larga conversación, de esas en las que podían desfilar sin alharaca sus admirados Benjamin, Proust, Arendt...sus incursiones por la tragedia griega como gran inspiración o por la poesía de Federico García Lorca y Borges. Disfrutaba con esos interminables diálogos, que lejos de arrebatar los argumentos no hacía más que afilarlos para convertirlos en narraciones intensas, profundas: como relámpagos iluminando la noche.

Las palabras, el amor y el respeto del Toto a las palabras, las hacían salir íntegras de su boca hasta que sus manos las enhebraban en el aire y la cosían en frases que atravesaban, provocadoras, los cuerpos. Su conversación era directa y bifurcada, simple y compleja a la vez, capaz de analizar minuciosamente la historia detrás de cada frase y de recorrer los meandros de diversas tradiciones filosóficas, estéticas y políticas sin renunciar, por eso, a la palabra directa, dura, exigente con lo pensado, sin dejarse interpelar para abrirse hacia una comprensión más acabada de la complejidad del mundo.

El Toto estaba convencido de la responsabilidad inmensa que se encierra en la escritura, de ahí sus búsquedas continuas, afanosas, a través del follaje del lenguaje cruzando géneros y tradiciones, la literatura con el ensayo filosófico, el periodismo marcando sus trazos en el papel con la absoluta rigurosidad de un pensador de alturas, de un pesquisador de libros y de herencias, de argumentos que había que salir a buscar a los desvanes de la memoria y de la espontaneidad de lo que nos rodea.

Discusiones, provocaciones, en las que regresaba al pasado para instalarse de un salto en el presente; en las que recordaba sus tiempos militantes y sus años de exilio en los que nunca dejaron de asaltarlo los fantasmas de un ayer familiar y argentino, de esa herencia marcada por Pablo, su hijo desaparecido en el país de la dictadura.

Con él aprendimos a renunciar al inútil esfuerzo de la distancia y ha entregarnos, complacidos, al diálogo, a la imperfección de las frases interrumpidas, a los silencios que intensifican el revelador secreto de las miradas.
Hasta siempre Toto
Trabajadores y trabajadoras del 
Archivo Provincial de la Memoria de Córdoba

En Rosario Héctor Schmucler, fue convocado junto a otros para que contribuyeran a ampliar el campo de la reflexión, sobre obre los pormenores del caso y sus implicancias éticas y jurídicas sobre la historia de un ex militante acusado de colaborar con la represión y que absuelto por la Justicia. Su texto forma parte de "El caso Chomicki", un libro que publicó la Editorial Municipal de Rosario y el Museo de la Memoria.



Fotos: Sergio Cejas, diario LaVoz
Fuentes: La Voz, TelAm, Señales

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