Por: Fidel Maguna
En abril del año dos mil, ciento cuarenta de los ciento setenta empleados del diario El Ciudadano recibieron un telegrama de despido. Los dueños de La Capital (“el decano de la prensa argentina”) habían visto en El Ciudadano una competencia peligrosa para su empresa, por lo que decidieron comprarlo y cerrar sus puertas.
Entre esos ciento cuarenta empleados despedidos se encontraba mi padre. Por entonces yo no había cumplido los siete años. Las medidas de lucha de los trabajadores del diario fueron fuertes y profundamente comprometidas, y sin duda son un hito en la historia de los sindicatos de prensa argentinos. No recuerdo las movilizaciones, que fueron muchas, pero sí que yo cantaba: “hay, ahí adentro / hay una manga de delincuentes / que cierra diarios / hecha a la gente / y tiene a Vila y Manzano al frente”.
El cierre del diario fue para mi viejo y para sus compañeros, estoy seguro, una pérdida grande entre muchas que vendrían. El país estaba en una crisis profunda, y la pobreza, la represión y el liberalismo gobernante mataban sin dar tregua. El Ciudadano, si bien volvió a abrir gracias a las medidas de lucha, nunca volvería a ser aquel diario de primerísimo nivel que fue durante dos años.
Esta mañana de lluvia vi por la televisión que habían entrado durante la noche (la hora de los ladrones, de los cobardes) a la redacción del diario Tiempo Argentino unos veinte patovicas pagados por el empresario Mariano Martínez Rojas, echando a los trabajadores que hacían guardia, y destrozando la redacción con el amparo de la policía.
Quedé prendido a la televisión. Vi algunos videos del ataque, de la redacción destrozada y manchada de sangre, y después la conferencia de prensa que dieron los trabajadores del diario. Cuando finalizó se escuchó por unos segundos a los compañeros cantar: “Tiempo Argentino / de los trabajadores / y al que no le gusta / se jode / se jode”. Fue entonces cuando recordé un documental de veinte minutos titulado “El Ciudadano (diario de un conflicto)” donde se relata cómo fue la lucha de empleados del ciudadano hace ya quince años. Al ver el video, hecho en el 2001, me dispuse a escribir este texto, porque en el video encontré una respuesta a la pregunta de por qué luchar.
En la mitad del video, la periodista Silvina Tamous, dice: “Se sabía y se tenía en claro que se peleaba para perder menos, que no se peleaba para ganar, que toda esa gente que se metía a pelear y que peleaba hasta el cansancio iba a perder. O sea que no iba a haber lugar para todos, que cobrar la indemnización también iba a ser una pelea, y que afuera no había nada, no había otro laburo”.
Estas palabras, que en este año vuelven a tener una triste vigencia, me remontaron a mi infancia: fuera del diario, para mi viejo, no hubo otro laburo por varios años.
Pero el documental, como dije, me dio una respuesta en el testimonio del por entonces periodista del ciudadano Carlos Del Frade, hoy diputado, que dice: “Yo creo firmemente en la esperanza, yo creo que si hay gente destruida en lo económico, en lo social y en lo político, y que no se entrega y que es capaz de defender sus sueños, ¿cómo nosotros, integrantes de los últimos estertores de la clase media, vamos a ser menos capaces de sostener nuestros sueños? Así que yo confío absolutamente en nuestro pueblo porque tarde o temprano va a haber una nueva conciencia social y política y vamos a tener otros tiempos en donde la clase política sea representante de la gente en donde tenga sentido amar y parir hijos”.
Lo dicho por Del Frade es una semilla en tiempos de lucha y resistencia. Es una visión a un futuro posible, palabras que atesoro. Las medidas de fuerza que tomen los trabajadores del Tiempo Argentino, hoy padres y madres, son en primer lugar una defensa al trabajo, al techo y al pan, y con el tiempo, serán una metáfora que sus hijos llevarán como bandera. Yo, hijo de uno de los trabajadores de El Ciudadano que hace quince años perdió su trabajo por empresarios carroñeros y liberales, lo atestiguo: si, fueron años duros para nuestra familia, pero la lucha de ese grupo de trabajadores hoy es para mí, en estos nuevos tiempos feroces, tan importante como el pan.
Mi trabajo también peligra, como el de muchos argentinos, pero las palabras de Del Frade me esperanzan, la lucha de los compañeros del Tiempo Argentino me llenan de fuerza: el violento desalojo es un siniestro atentado contra la libertad de prensa, quizá el peor desde el retorno de la democracia, pero no debe ser nunca una metáfora que invalide la lucha, sino todo lo contrario.
No pueden atemorizarnos estas patotas, estos empresarios mal paridos, estos buitres hambrientos: los hijos de los trabajadores que luchan recordarán estos días dolorosos, y en tiempos de paz que vendrán (vendrán), estarán orgullosos de su fuerza. Por eso, permítanme, cantar que el Tiempo Argentino es de los trabajadores, y al que no le gusta, ¡se jode, se jode!.
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