Por: Humphrey Inzillo
"¡Uy! ¡Qué puntual que llamaste, che! ¿No podrías darme diez minutos? Acabo de volver del parque y estoy un poco cansado", pide Leandro "Gato" Barbieri del otro lado de la línea telefónica. Son las dos y media de la tarde en Nueva York, y el músico más importante en la historia del jazz argentino, acaba de regresar a su departamento luego de una caminata por el Central Park. Diez minutos después, el Gato atiende el teléfono y explica: "Antes, yo hacía cualquier cosa. Incluso, jugaba al fútbol. Pero ahora tuve un pequeño ataque cerebral. Como se me paralizaron las piernas, tengo que salir a hacer un poco de ejercicio. Camino, pero no demasiado bien". También se lamenta: "El problema es que mi memoria se fue abajo, no me acuerdo de ningún teléfono. Antes yo podía llamar a todos mis amigos sin problemas. Estoy un poco triste, porque esto va a ser así para siempre. Lo único bueno es que un par de veces al mes voy a tocar al Blue Note".
El miércoles, en Las Vegas, un día antes de la entrega de premios, el legendario saxofonista recibirá en una ceremonia privada un Grammy Latino a la excelencia musical. Se trata de un merecido homenaje a una carrera que entre sus highlights ostenta la exitosa banda sonora de Último tango en París (1972), el film dirigido por Bernardo Bertolucci y protagonizada Marlon Brando, que le valió, además de la fama global y el suceso en las ventas, un Grammy a la mejor banda sonora.
Una versión de "Europa (Earth's Cry Heaven's Smile)", de Carlos Santana, que grabó en 1976 y se transformó en un hit. Y una discografía notable que supera los 50 títulos, entre álbumes propios y colaboraciones. Pero a pesar de la importancia de esta nueva estatuilla, que marca el reconocimiento de la industria luego de muchos años de silencio y ostracismo, el Gato no parece demasiado entusiasmado. "Ya no me pasan por la radio. Supongo que porque incluso para las radios de jazz, mi música tiene demasiados elementos. Lo que pasa es que yo no toco jazz. O sea, toco jazz, pero de un modo diferente. Mi música es de todos los países. Por eso vienen a verme desde Rusia, desde Italia, desde Buenos Aires? Cuando toco yo el boliche siempre está lleno, ¿Entendiste?".
Barbieri comenzó su formación musical en la escuela Infancia Desvalida de su ciudad natal (Rosario), hasta que se mudó a Buenos Aires en 1947 y allí empezó a tomar clases con el maestro Ruggero Lavecchia (padre de Buby, célebre pianista y director de orquesta, de la que el Gato luego pasó a formar parte) y, cuando se pasó al saxo alto, con el francés Alberto Hervier. Integró diversas formaciones, la Casablanca Jazz (donde incursionó por primera vez en el be-bop) hasta los King Serenaders, y las orquestas de Panchito Cao, Toni Cefalí, Pocho Gatti, la estable de Canal 13 y la de Lalo Schifrin, en 1955, donde se inclinó definitivamente por el saxo tenor. Paralelamente, tocaba en las reuniones del Bop Club Argentino y en jam-sessions, junto a notables de la escena local como su hermano, el trompetista Rubén Barbieri, Jorge Navarro, el Negro González, Néstor Astarita, Alfredo Remus, Baby Lopez Fürst, Egle Martin y el Bebe Eguía, entre otros. "En esa época todavía éramos todos un poco verdes. Pero me acuerdo mucho del Bebe Eguía. El sí que era un genio. Un día quise tocar con su saxofón, y era imposible. ¡No sé cómo hacía! También me acuerdo de Pipo Troise, un gran trompetista. Y de Astarita, a quien le enseñé muchas cosas. Porque yo también era un creador de personas, pero no lo hacía a propósito. Era una cosa natural, mía."
En 1962, junto a su esposa de aquel entonces, Michele (que falleció en 1996), el Gato pasó uUn pnos meses en Brasil y luego partieron a Europa. Allí, tuvo un encuentro trascendental con el cornetista de free jazz Don Cherry. "Esa unión fue importantísima para mí. Nos conocimos porque él había ido a tocar con Sonny Rollins. Pero tuvieron un cruce, Sonny le dijo «no me molestes mientras estoy tocando», y se separaron. Entonces, conseguí una audición con Don en París, me escuchó tocar y le gustó. «OK, empezás mañana», me dijo. Con él toqué tres años y aprendí muchísimo, en el sentido de que no hay que hablar mucho, para tocar tenés que usar tu corazón y tu cabeza? Hay músicos que hablan muchísimo y no pasa nada. Y Don, en cambio, nunca tuvo necesidad de decir nada. El no sabía escribir música, así que yo le copié todos sus temas. De todas maneras, era un genio." Juntos, grabaron tres discos indispensables: Toghetherness (1965), Complete Communion (1966) y Symphony for Improvisers (1966).
A fines de los 60, a través de su compañera, el Gato se vinculó con el mundo del cine. Se codeaban con directores como Godard, Antonioni, Bertulucci, De Sica? Pero alguien determinante en su carrera fue el realizador brasileño Glauber Rocha, creador del Cinema Novo. Barbieri era fanático de sus películas (había visto seis veces Dios y el diablo en la tierra del sol) y sentía una fascinación especial por Antonio Das Mortes, el film de 1969 con el cual Rocha se alzó como mejor director en el festival de Cannes. En ese momento, el Gato atravesaba una crisis personal y creativa. Sentía que la lucha de los músicos del free jazz, un movimiento de vanguardia estética radicalizado políticamente hacia la reivindicación de los derechos civiles de la comunidad afroamericana en los Estados Unidos en tiempos de Panteras Negras, no era suya. Y que eso, más temprano que tarde, provocaría que lo marginaran de ese circuito. Fue Glauber Rocha el que lo incitó a buscar su propia voz. Así fue como el Gato comenzó, con The Third World (Flying Dutchman, 1969), una saga de discos maravillosos que combinaban sonoridades del folklore y la música popular latinoamericana con la inventiva rabiosa del free jazz. Ese corpus de obra que va de 1969 hasta 1975, las "músicas del tercer mundo" (que ostentan una fuerte impronta social), comienza con este álbum donde el Gato, con una banda que incluía al contrabajista Charlie Haden y al tecladista Lonnie Smith, versionaba a las "Bachianas Brasileiras" de Heitor Villa Lobos (1887-1959). Glauber Rocha había usado alguna de esas composiciones de Villa Lobos como banda sonora de Terra em Transe y el Gato sintió una atracción inmediata: "Las primeras tres notas de esa obra fueron todo para mí. Y la toqué de oído. Para mí, ese es uno de mis mejores discos. Ahí también grabé un tango de Piazzolla. En Buenos Aires siempre tenían problemas con él. A mí también me pasó. Pero creo que es un tema que tienen los porteños? ¡La resistencia a la revolución! De todas maneras, era un tipo jodido, también. Pero yo siempre lo consideré un genio. Era un genio, y punto".
Unos meses antes de editar su debut solista, el Gato grabó en el debut de la Liberation Music Orchestra, dirigida por Charlie Haden, donde versionaban canciones republicanas de la Guerra Civil Española ("Viva la Quince Brigada", "Los cuatro generales") arregladas por Carla Bley y un homenaje al Che Guevara compuesto por el propio Haden, con citas al "Hasta siempre" del cubano Carlos Puebla.
Barbieri, que a los 18 años ya se había afiliado al Partido Comunista siguiendo los pasos de su hermano Rubén, se sigue definiendo como un hombre de izquierda. Y tanto en los títulos de esos discos, como Bolivia (1973, un homenaje explícito al Che Guevara, "Para mí era muy importante. Él sabía que lo iban a matar, pero igual quiso hacer todo solo. Es de una dignidad divina") y Chapter 3: Viva Emiliano Zapata (1974), como en el repertorio, el Gato marca su ideología. En una grabación histórica en el Festival de Jazz de Montreux (El Pampero, 1971), tocó una versión intensa e inolvidable de "El arriero", de Atahualpa Yupanqui. "Yo en esa época escuchaba mucha música, y así fue como llegué a escuchar sus canciones. Pero lamentablemente no llegamos a conocernos personalmente. Yo inventé una manera de tocarla donde cantaba y repetía, como en trance, «Las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas». Y al final, con la banda armábamos un verdadero desastre sonoro, y el final era caótico, yo tocaba la melodía con el saxo y luego volvía a gritar «¡Las penas son de nosotros! ¡Las vaquitas son ajenas!». Era un final importante", evoca.
En ese mismo escenario, el gran saxofonista y arreglador Oliver Nelson (autor del clásico "Stolen Moments", colaborador de Cannonball Adderley, Wes Montgomery, James Brown y también del Gato en el soundrack de Último tango en París), invitó a Barbieri a sumarse a su grupo que incluía a Hank Jones, Airto Moreira y Ron Carter, entre otros para tocar "El Gato", un tema que había escrito en su honor: "Cuando me invitaron a tocar con la banda de Oliver Nelson, uno de sus saxofonistas, que era negro, dijo «¿Yo tengo que tocar con él?» y se fue. Pero Oliver era un tipo abierto, y me dijo «no le des pelota y tocá». Oliver era bárbaro. Cuando hicimos Ultimo tango? me entendió todo al instante. Yo era muy claro para explicar lo que tenía en mente. Pero él, además, era un gran compositor. Cuando me dedicó esa canción, a mí me pareció un lindo gesto, pero no me lo tomé como, de verdad, tendría que haberlo hecho. Lo oí y me pareció muy lindo, sí. Pero no le dí la verdadera relevancia. Ahora, si lo pienso, la verdad es que me emociona muchísimo".
El sonido del Gato, influenciado por John Coltrane y Pharoah Sanders, es intenso, como si sacara desde sus entrañas las penas de los pueblos oprimidos, coronadas en una explosión de sobreagudos. Un quejido sensual, de notas largas y profundas, que se transformó en una marca registrada tan característica como su sombrero negro de ala ancha. Fue en los tempranos 70 que el Gato se construyó a sí mismo. Luego, su música derivó en proyectos más comerciales. A fines de los 70, Herb Alpert produjo algunos discos (Caliente; Ruby, Ruby) con una atmósfera pop easy listening. Y a partir de allí, su discografía se volvió cada vez más espaciada, en sintonía smooth jazz. "Siempre me identifiqué con los pueblos oprimidos. Mis discos del Tercer Mundo marcaron una época, eran una guerrilla musical y tenían que sonar así. Después, el tiempo fue cambiando. Las compañías querían cosas más clásicas, buscaban un sonido más ligados al pop. De todos modos, había cosas divinas. Y aunque eran comerciales, nunca hice demasiado dinero en mi carrera. Toqué en Rusia, Japón, Australia, Europa y por todo Estados Unidos. Para mí eso era normal. Pero hace treinta años tuve un triple bypass. Y ahora lo que mejor tengo es el corazón. Ahora se me hace difícil caminar y le tengo miedo a la muerte. Pero cuando voy a tocar al Blue Note y estoy sobre el escenario, me olvido de todo. Es el único momento en que bebo un poco. Y ahí me siento bien."
The Third World (1969)
Álbum fundacional, comienza a explorar sus raíces latinoamericanas, con una banda que incluye al bajista Charlie Haden y al tecladista Lonnie Smith. Hay versiones de Astor Piazzolla ("Tango"), de las Bachianas Brasileiras de Heitor Villa-Lobos y una inspirada en Atonio Das Mortes, el film de Glauber Rocha.
Chapter 1: Latin America (1973)
Aerófonos andinos, arpa india y un personal de lujo (Domingo Cura, el "Zurdo" Roizner, Ricardo Lew, Dino Saluzzi, Horacio Fumero, Quelo Palacios) marcan el sonido selvático y furioso de ese ejercicio de regionalismo crítico que el Gato ideó para su debut en el legendario sello Impulse. Fue grabado en Buenos Aires, en abril de 1973, y producido por Ed Michel.
Chapter 3: Viva Emiliano Zapata (1974)
Los arreglos del legendario Chico O'Farrill, pionero del latin jazz, crean un entorno caribeño. Participan, entre otros, Randy Brecker (trompeta), Eddie Martínez (piano), Howard Johnson (tuba), Ron Carter (bajo), Grady Tate (batería) y los percusionistas Ray Armando y Luis Mangual. El repertorio incluye una versión de "Milonga triste" (Piana/Manzi).Tres álbumes imperdibles
El músico argentino que compuso para el cine de Bernardo Bertolucci es una estrella en las noches del legendario club de jazz Blue Note. Excesos, recuerdos y sabiduría de un artista que se transfigura sobre el escenario
Por: Teodelina Basavilbaso
En un departamento un poco desordenado, donde hay muchísimos discos, dos saxos en sus estuches, un piano que no funciona, varias fotografías -en dos de las cuales aparece Bill Clinton, una de ellas colgada en la sala de estar y la otra en el baño-, paredes con una capa de pintura gris un poco desprolija y sin terminar y una mesa atiborrada de píldoras y medicamentos, está él. Leandro Barbieri. Más conocido como el Gato. Está vestido con un jogging negro de Adidas y hace un gran esfuerzo por mirar el partido de fútbol que pasan por la televisión, ya que se ha quedado casi ciego, a causa de una degeneración macular. Tiene puesta una remera roja, anteojos y una cadenita con caballos colgando.
Su perfil es parecido al de don Vito Corleone, el personaje de la película El Padrino; también al de un típico porteño. Pero no es arrogante. Al contrario.
Faltan pocos días para el concierto que brindará en el Club de Jazz Blue Note, empero el cuerpo de Gato, bajo la luz cálida y hogareña que entra por la ventana, podría ser el de cualquier señor de 82 años. Pensar que ese cuerpo que se hunde en el sillón hoy fue el mismo que fotografió desnudo Alicia D' Amico, en 1971.
Es categórico, dice: "Me voy a morir en tres o cuatro años".
¿Por qué toca hoy en día?
Voy a tocar porque precisamos dinero -responde al instante, sin necesidad de reflexión.
"Nunca fui un business man, ¿me entendés?". Lo dice como si estuviese hablando consigo mismo, como si hiciera un mea culpa. Laura Ryndak, su actual mujer, norteamericana, veinticinco años más joven que él, contará más tarde que desde hace unos años debió retomar su trabajo como físico-terapeuta. Sin embargo, la ubicación privilegiada del departamento que alquilan -justo enfrente del Central Park- parece contradecir sus dichos sobre su situación económica.
Según Gato, el público ya no compra sus discos tanto como antes. "Hay tanta música alrededor, darling, todo ha cambiado. Con mis discos de la década del 70, 80 y 90 hice mucha plata, pero ahora hay otra música. Y mucha es mala.. Antes había más melodía, cosas maravillosas..". Además del dinero que recibe por la venta de los cincuenta discos que grabó durante su carrera, Gato cobra cada vez que pasan en cine o televisión las películas cuya banda sonora él compuso (las de Bernardo Bertolucci, por ejemplo) y también cuando transmiten sus temas por la radio. Pero la plata que le envía Broadcast Music Inc. (BMI), recaudador de los derechos de difusión de músicos en Estados Unidos, fue disminuyendo.
Es muy duro lo que estoy haciendo ahora. Ser ciego, no hablar bien el inglés. Estoy con pocos dientes. Es un problema lo de los dientes. Unos los perdí, los otros se los comió el perro, hijo de puta. Sí, sí, yo sé que fue él -dice, y señala el perro, de raza japonesa Shiba Inu, que circula por el living.
Dice que no le gusta el perro porque es demasiado cariñoso. Pero Laura lo necesita como asistencia emocional, luego de dos depresiones que sufrió. Gato abre una pequeña lata y me ofrece una pastilla Grether's de arándano que él come a menudo porque se le seca la boca. Son su debilidad.
Para que su maquinaria de recitales, contratos y relaciones públicas siga funcionando, Gato Barbieri siempre dependió de sus mujeres. En ese sentido, su primera esposa, Mitchell, la italiana, era ideal. Fue ella quien empujó a Gato a cambiar Buenos Aires por Roma, en 1962. En esa ciudad, ella le presentó a la clase alta italiana y también lo puso en contacto con grandes celebridades del mundo artístico como Bertolucci y Don Cherry.
Laura cumple ahora ese rol. Gato la conoció cuando fue a dar un concierto en Chicago, ciudad donde vivía ella en ese entonces. La hermana de Laura era fanática del músico y le pidió a la actual mujer de Barbieri que le consiguiera un autógrafo. Como las entradas estaban agotadas, Laura se coló por la cocina haciéndose pasar por una empleada más del restaurante y esperó alrededor de dos horas y media para conseguir la firma del Gato. El músico, al enterarse de su hazaña -y quizá para premiarla por su valentía-, la invitó a tomarse una copa de vino con él; y desde ese día quedaron amigos.
Ya de vuelta en Nueva York, él la llamó al año siguiente para contarle que se había muerto su esposa y que sufría ataques de angustia. Laura le recomendó que fuera a ver a un médico. A los pocos meses, lo operaron del corazón. Ese mismo año, Laura se mudó a Nueva York para ayudarlo con su recuperación. Al poco tiempo se casaron y tuvieron un hijo, llamado Christian. Y él, con más de sesenta años, se convirtió en padre por primera vez.
Laura, actual mánager de su marido, me cuenta sobre las próximas funciones del Gato: dos en el Blue Note, en Nueva York, y otra en un casamiento en Le Petit Palais, en París. Paralelamente, está tramitando un documental sobre la vida del Gato Barbieri, a cargo de la directora Nancy Savoca, pero que por falta de fondos aún está en veremos.
"Me gustaría... Van a asistir empresarios y personas con gran poder de decisión al evento en París, como no sé si Microsoft, aunque quizá sí. Por ahí, cuando estén organizando su evento corporativo, les gustaría que tocara el Gato. Allí podemos hacer buenas conexiones de negocios. También le estoy escribiendo a Hillary Clinton, porque Bill, no sé si te mostré esta foto de aquí donde está con Gato. ¿La viste?..."
Y en ese momento, desde el sillón que nos da la espalda, se escucha la voz de Gato que frena a Laura: "It's OK, darling" ("¡Está bien, querida!").
Laura se frustra cuando, después de tanta negociaciones por teléfono, Gato le dice que no quiere viajar.
-Yo no quiero tocar, tengo que hacerlo porque el viaje a París es duro, querida, para un hombre viejo como yo, ocho horas de viaje. Y uno aterriza a la mañana, y durante la mañana siempre estoy desaliñado. Y tú sabes, decir hola.. Yo no soy muy..A mí me gusta hablar con otros pero en mi idioma, en español.
A pesar de que disfrute hablar con otros en su idioma nativo, en su casa sólo hablan inglés, ya que ni Laura ni su hijo aprendieron a hablar el español. Con respecto a las barreras del idioma en la familia, Laura dice, en tono de chiste: "We get along" ("Nos llevamos bien").
Pero Gato exagera. Con el inglés se defiende más que bien.
Hay otra versión de por qué Gato sigue tocando. Su mujer dice que es por el bien de su salud. Él es una persona reservada, que se encierra en sí mismo "pero en el escenario, todo esto sale para afuera. Ésa es su forma de comunicarse", dice Laura y agrega: "El doctor me dijo que si él dejara de tocar, no podría seguir viviendo. Con una mujer y un hijo esto es algo difícil de escuchar y decir pero es la verdad".
Gato tuvo varios instrumentos de música durante su carrera, pero hoy conserva pocos. El primero de todos se lo prestó la Infancia Desvalida de Rosario, escuela donde él y su hermano Rubén recibían de niños clases de música gratis. Al poco tiempo, sus padres le compraron su propio instrumento, un clarinete de trece llaves. A los trece años llegó su primer saxofón y, con el correr de los años, los demás: el Selmer viejo bañado en oro que le vendió su maestro, en la época en que Gato tocaba en la Orquesta Casablanca; un Selmer plateado nuevo; otro traído en barco por un amigo desde Uruguay (junto a una boquilla y discos de jazz que no se conseguían en ese momento en Buenos Aires), otro marca Conn y muchos más que ya no recuerda.
-He vendido muchos instrumentos.
¿Por qué los vendió?
Tenía un Selmer de oro..
¿Y por qué los vendió?
Porque tomaba cocaína y me fui quedando sin dinero muchas veces.
¿Se arrepiente?
Nada. Es parte de nuestra vida, ¿no? Hay pocos que han ganado dinero. Creo que Miles Davis.. John Coltrane, en su época, pero murió muy joven. Eso: los famosos. El resto siempre así -y hace un gesto con la mano queriendo decir más o menos, o también, que a veces con altos, y otras veces, con bajos.
Por los altoparlantes de este club de jazz, donde no cabe ni un alfiler, le dan la bienvenida. Todas las mesas, dispuestas muy juntas unas de otras, como si fuera un Tetris, apenas dejan estrechos pasadizos por donde las camareras circulan para servir comida y tragos al público. Con la performance que está por comenzar, Blue Note cierra el Festival de Jazz del año.
Ese que está por bajar de su camarín -en cualquier momento- era todavía un niño cuando sostuvo por primera vez un instrumento. Empezó tocando un requinto en vez de un clarinete -como hubiese preferido-, porque tenía manos muy chicas. Ese que está por tocar en uno de los clubes de jazz más famosos del mundo nació en 1932 en Rosario, Santa Fe, donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna, según él mismo relata. Ese que está por subir al escenario rodeado de gente dejó la escuela en sexto grado porque era tartamudo y tenía dificultades para expresarse y se avergonzaba cuando debía pasar al frente.
El público que está sentado cerca de la escalera por la que bajará el músico empieza a aplaudir y se levanta de sus asientos.
Ese que está por tocar su saxofón es famoso en todos lados, hasta en Rusia, donde sienten un gran amor por el tango, y extrañamente -ya que él no toca estrictamente tango-, por "Mr. Gato". Ese mismo que vino a tocar esta noche en Blue Note colaboró en dos discos del trompetista estadounidense Don Cherry, considerados hoy clásicos del free jazz y el vanguardismo de los años 60: Complete Communion y Symphony for Improvisers. Y también con Santana, en una versión de bolero del tema "Europa". Ese que sale a tientas de su camarín es, probablemente, el músico de jazz más importante que dio la Argentina.
Y ahí está el Gato.
Ahora todo el público aplaude a esta leyenda del jazz que camina a pasos cortos, guiado por su hijo Christian. Adelante de ambos va Gerald, un alumno y amigo del músico, que lleva su saxofón, un Selmer dorado.
En Blue Note él se siente como en casa. Ha tocado aquí varias veces desde que se su mudó a Nueva York, ciudad considerada meca del jazz.
Minutos más tarde, Gato, en el centro del escenario, tocará el saxo con pasión. La gente, entre canción y canción, le grita: "Vamos Gato" y "Maestro". Y este tigre viejo, embriagado de placer ante la fidelidad y el cariño de sus fans, sopla con toda la fuerza de sus pulmones el aparato metálico que abraza. La música que está tocando no es otra cosa que la réplica del diálogo que sostienen él y la gente que vino a verlo y a escuchar ese jazz con influencia de raíces folklóricas y ritmos e instrumentos latinoamericanos.
Como no podía faltar, el penúltimo tema que toca es ese que el público siempre le pide, y que escribió e interpretó para la película de Bernardo Bertolucci, en 1972: "El último tango en París", encargo que hasta Astor Piazzolla envidió, y que le valió un Grammy. En el centro del escenario, con una banda con la que toca por primera vez, y sin que se noten sus ocho décadas vividas, cierra los ojos y Gato aúlla esa música sensual y desgarradora. La vestimenta, fiel al estilo del compositor, incluye un sombrero de ala ancha y una chalina blanca.
Durante su carrera trató de "imitar el feeling de los negros", dice él y agrega: "Ellos tienen adentro lo de tocar". Cierra el concierto con el tema "Latin Lady".
Ya en su camarín, que es más bien un cuarto pequeño con una ventana amplia, dos sillas y un sillón; le pide a Gerald que le traiga un pastel de queso de la cocina. "¿Te gustó el concierto, querida?", me pregunta Laura. Gato parece satisfecho. Detrás de la puerta, se empieza a formar una fila de admiradores que esperan sacarse una foto o que quieren un autógrafo del músico.
Gerald le trae la torta. Mientras la come, Gato se queja de la banqueta del escenario, dice que se le dormía una pierna y pide que se la bajen un poco para el próximo concierto. En los pies tiene zapatillas y medias rojas.
Se abre la puerta y entra una horda de gente excitada, con regalos, flashes y felicitaciones. Uno le entrega al Gato un retrato del músico, en tonos rojos, pintado por él. "Perdoname, ¿cómo me dijiste que era tu nombre?", pregunta antes de escribir una dedicatoria. Atiende a todos. Charla. Agradece. A todos responde que sí cuando le piden una foto, un saludo o lo que sea. El cuarto, ahora lleno de gente, parece aún más pequeño. Entran unos argentinos y le hablan de su querido Club Atlético Newell's Old Boys. Él sonríe. Chiste va, chiste viene. Disimula bien su cansancio. Acaba de terminar el show de las ocho de la noche, pero aún queda el de las diez y media.
Para el segundo show, se repite el mismo proceso, aparece Christian, el niño-guardaespaldas vestido de negro y con un audífono en un oído guiando a su padre. El público, que ahora es otro, aplaude.
Esta noche, la melodía de "Último tango en París" sonará una vez más.
En pleno show, Christian baja del camarín de su padre y sale del club. A los diez minutos vuelve con una bolsa de McDonald's. Esquiva la barra y algunas mesas y se encierra de nuevo en el cuarto.
Cuando la banda termina de tocar, se forma la misma fila de admiradores deseosos por ver al artista. Afuera, alguien que al parecer es un amigo de la familia Barbieri charla con Christian. El hijo de Gato cuenta que está trabajando en una bicicletería de Manhattan. Cuando le preguntan si ya sabe qué quiere estudiar, él responde que sí, que business. "Me gustaría dedicarme a los negocios de la industria de la música", dice. Quizá para reivindicar las ganancias de otros músicos como su padre, quizá no.
La puerta del camarín esta vez tarda más en abrirse.
Unos días antes del show en Blue Note habíamos realizado la entrevista en su casa. Ya cuando estábamos por cerrar, y justo antes de una caminata por el Central Park, una pregunta más, un poco capciosa:
¿Qué se siente ser el número uno en la historia del jazz de la Argentina?
Bueno, sí, también está Lalo Schifrin, aunque él hace otra cosa. Pero yo siempre fui así.. tratando de mejorar, de arreglar mis saxofones que son viejos pero buenos, muy delicados.
¿Y cómo le gustaría ser recordado?
Oh no, no me importa.
El Gato Barbieri desplegó su magnífico talento en el himno leproso
La pasión por los colores achica las distancias y lleva a límites inimaginables el potencial del artista. A principios de mayo de 2011, Leandro “Gato” Barbieri, el mejor saxo del mundo, grabó en un estudio de Manhattan el himno del Club Atlético Newell’s Old Boys, del cual era hincha desde la más tierna infancia y –desde mediados de 2010– Socio Honorario.
El inconfundible saxo del Gato se asoció a una base musical y voces de artistas rosarinos, que le llegaron a los Estados Unidos. En un estudio de primer nivel se desarrollaron las sesiones, que filmó Kenyon Weiss, un argentino residente en el estado de Connetticut, también fanático de Newell’s.
Con la camiseta rojinegra sobre sus espaldas, vestido de impecable negro –y algunas prendas rojas–, el Gato Barbieri disfrutó de la grabación que lo acercó aún más a esa pasión que sostiene a la distancia y de la que se siente embajador en cada sitio del planeta adonde lleva su arte.
Fuentes: Diario La Nación, Prensa Newell’s Old Boys