domingo, 1 de septiembre de 2019

Colombia: La presión del narcotráfico a la prensa sigue viva

Por: Jaime Ortega Carrascal
El periodismo en Colombia enfrenta múltiples amenazas que van del narcotráfico a los ataques a su credibilidad, afirma el director de El Espectador, Fidel Cano Correa, 30 años después del atentado terrorista contra las instalaciones del emblemático diario bogotano.

"La amenaza tan directa del narcotráfico en contra del Estado en general y en contra del periodismo es un poco más sutil hoy en día sin que deje de existir", aseguró Cano en una entrevista con Efe.

Al amanecer del 2 de septiembre de 1989 un camión bomba cargado con dinamita hizo explosión al lado de las instalaciones de El Espectador, atentado que causó heridas a numerosas personas y destruyó parcialmente las instalaciones del periódico.

El ataque fue un intento más del capo Pablo Escobar de doblegar a El Espectador y a la familia Cano por su lucha frontal contra el narcotráfico y su poder corruptor, pero la respuesta del diario fue la portada de la edición del día siguiente, hecha sobre las ruinas del periódico: "¡Seguimos adelante!".

"Fue como nacer y morir en unas pocas horas o (mejor) morir y volver a nacer en unas pocas horas", recuerda Cano, miembro de una dinastía de periodistas que comenzó con su bisabuelo Fidel Cano, fundador en marzo de 1887 de El Espectador y de quien heredó no solo la vocación sino también el nombre.

El periodista recuerda que el día de la bomba, cuando llegaron al edificio, "todo parecía perdido, parecía que finalmente habíamos perdido esa batalla, que finalmente iban a ganar los que querían silenciar el periódico".

Sin embargo, la determinación de directivos y empleados que no se habían doblegado con los asesinatos de su director, Guillermo Cano, el 17 de diciembre de 1986; del periodista y abogado del caso, Héctor Giraldo Gálvez (29 de marzo de 1989), y de otros miembros de El Espectador, fue no ceder al terrorismo del narcotráfico.

Todos se pusieron entonces manos a la obra para limpiar el diario de escombros y Cano considera que haber "logrado armar un espacio de trabajo y que al día siguiente hubiera salido ese periódico fue un renacer y realmente impulsó a El Espectador a seguir hacia adelante".

"Yo creo que si en aquel momento no hubiese salido el periódico del día siguiente hubiera sido una derrota para el país muy fuerte", dice con convicción.

Cano recuerda el oscuro año de 1989 como "una época terrible en Colombia" no solo por los asesinatos de periodistas y ataques a medios sino también contra las instituciones, que se cobraron muchas vidas valiosas que hoy sirven de inspiración para no bajar la guardia en su lucha por un periodismo independiente y de calidad.

"Obviamente que la presión sigue, la criminalidad sigue, el narcotráfico sigue muy poderoso en este país", afirma, y agrega que hay además "otro tipo de amenazas", como la de cuestionar su credibilidad como medio de comunicación.

En su opinión, "esa es otra de las formas sutiles de ataque contra el periodismo, el tratar de igualarnos a las 'fake news' (noticias falsas)" para decir "que somos todos mentirosos y que no cumplimos nuestra labor; eso es un ataque frontal orquestado para desprestigiar al periodismo".

Detrás de esos ataques está "la criminalidad" pero también distintas formas del poder porque "cuando el periodismo se hace bien incomoda y siempre habrá presiones de todo tipo".

"El periodismo en general tiene muchas amenazas hoy en día y eso cubre a El Espectador y a muchos otros medios, comenzando por los ataques a la credibilidad que vienen además desde los gobiernos y desde los políticos en general", sentencia.

Las presiones "más sutiles", insiste, "están más en las regiones, más a nivel de los periodistas que son menos visibles, cuando en aquella época era un ataque frontal contra la existencia del mismo medio y contra los directores".

Y al hablar de las regiones es imposible no tocar el tema de los asesinatos de centenares de líderes sociales, un problema grave que se vive principalmente en esos lugares apartados de los centros de poder.

"Es terrible, eso es una tragedia para una sociedad, para un país, que las personas que están protegiendo sus regiones, que están luchando por la igualdad, por las tierras, por el medioambiente estén siendo eliminadas", manifiesta.

El periodista, siempre crítico y neutral con el poder, considera que en parte eso sucede "porque el Estado no llegó a esas regiones" que quedaron a expensas del crimen organizado, principalmente después de la firma de la paz entre el Gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en noviembre de 2016.

"Eso es una tragedia que debemos tener presente en todo momento en este país para que no se vuelva paisaje, como a veces sucede", dice.

Cano tampoco esconde su desazón con el rumbo del acuerdo de paz, defendido con vigor desde las páginas del diario, y especialmente con la implementación, que considera "no se planeó suficientemente desde el comienzo".

"No lo digo solamente por el Gobierno actual, creo que el Gobierno anterior se quedó también sólo en la firma, en el reconocimiento y en el Nobel (del entonces presidente Juan Manuel Santos) y no fue realmente serio, digamos, en plantear la implementación", afirma.

Sus posiciones, siempre en defensa de los principios liberales -como es la filosofía de El Espectador desde hace 132 años-, de la paz, la democracia, contra el narcotráfico y la corrupción, le han costado al diario muertes, ataques, amenazas y persecuciones, pero Fidel Cano considera que como el día de la bomba, hay que seguir adelante.

"Yo sí creo que ha valido la pena, El Espectador sigue siendo una voz diferente, una voz importante, sobre todo alejada de los poderes y que le ha servido a este país. No quiere decir que todo el mundo esté de acuerdo con El Espectador pero es una voz que enriquece los debates, que es transparente en sus batallas y eso creo que le sirve a una sociedad", concluye.

Treinta años después del ataque del narcotráfico: “Todos esperábamos el bombazo”
Hace tres décadas, en la madrugada del 2 de septiembre de 1989, El Espectador fue blanco de un atentado terrorista del cartel de Medellín. Memorias de periodistas que recuerdan cómo, en medio de los escombros, nació una edición y una consigna: “¡Seguimos adelante!”
Así quedó la redacción de El Espectador tras el atentado con camión bomba que planeó Pablo Escobar hace 30 años
A la mañana siguiente al bombazo el periódico titulaba "¡Seguimos adelante!".Archivo El Espectador
“Nuestra mayor preocupación era hacer buen periodismo, digno de los respaldos que estábamos recibiendo. Después del asesinato del director Guillermo Cano, la pregunta de todos era: ¿vamos a dejar morir El Espectador antes de contar la muerte de Pablo Escobar?”. Las palabras remiten a los recuerdos del periodista Ignacio Gómez, quien tras el exilio del jefe de investigaciones de El Espectador, Fabio Castillo, en 1987, había asumido esa difícil misión. Corría el año 1989 y los periodistas del diario sabían que en cualquier momento iban a ser blanco de un atentado. El hecho sucedió en la madrugada del sábado 2 de septiembre.

Meses antes, tras escaparse de una casa de salud en Bogotá, llegó a El Espectador un personaje que se identificó como Diego Viáfara Salinas y dijo ser el médico de los paramilitares en el Magdalena Medio. Ignacio Gómez, en compañía del director del diario, Fernando Cano, lo atendieron, y después de contactarlo con las autoridades quedaron con la pista para entender lo que estaba sucediendo. “Empezamos a deshacer el hilo de las masacres que estaban ocurriendo en Colombia y teníamos las primeras pistas de la presencia de mercenarios encabezados por Yair Klein, que habían llegado a entrenar a los paramilitares”, rememora Gómez.

Por la misma época, en Medellín, el corresponsal de El Espectador Carlos Mario Correa también vivía momentos críticos. “Un día contesté el teléfono y me dijeron: mire, hijueputa, la cosa es seria, le hablamos de parte del doctor. Usted está equivocado de puesto. Los Cano no tienen la verdad de Colombia. Pablo Escobar no quiere que su periódico esté en Medellín”, cuenta él, al tiempo que refiere que las amenazas siguieron creciendo en ese 1989. Un día llegó una corona de flores invitando a las exequias de El Espectador. Otro día dejaron un sufragio. En la oficina de Medellín todos esperaban que sonara el bombazo.

“Era un momento de crisis nacional e institucional, con un Estado desbordado por numerosos frentes de guerra. La violencia de los carteles de la droga, el auge del paramilitarismo, la campaña de exterminio contra la Unión Patriótica. Colombia estaba a punto de ser un Estado fallido”, agrega la periodista María Elvira Samper, autora del libro 1989 (sello Planeta). Sin embargo, en medio de este entorno envenenado hubo quiénes le pusieron el pecho al caos. “Tanto El Espectador como el Nuevo Liberalismo y muchos jueces y magistrados enfrentaron el momento con probidad y se atrevieron a denunciar en medio de las balas”.

A las 6:43 de la mañana del sábado 2 de septiembre de 1989, un camión cargado con explosivos, parqueado en una estación de gasolina contigua a la sede del diario en Bogotá, estalló, dejando un saldo de 73 heridos. Aunque no hubo víctimas mortales, los destrozos en la planta de El Espectador fueron enormes. “Esa mañana, mi hermano, que vivía en Metrópolis, me llamó para decirme que acababan de volar el periódico y que incluso él había visto el hongo. En pocos minutos llegué al diario. Lo primero que vi fue a Camilo Cano dando plata para comprar escobas y a Fernando Cano con el timón del carrobomba”, cuenta Ignacio Gómez.

“Como nos habían amenazado mucho, estábamos preparados para la bomba, pero la pusieron en Bogotá. Sin embargo, a la oficina empezaron a llegar los repartidores, colaboradores y personal administrativo, todos preocupados por las noticias de Bogotá. En el fondo, también sabíamos que no había sido contra nosotros y de alguna manera respiramos. Veníamos con un taco como de seis meses y nos liberamos. Ahora era cuestión de solidaridad con los colegas”, añade Carlos Mario Correa. A esa hora, la noticia recorría las redacciones de todos los diarios y Colombia no salía del estupor, pues dos semanas antes habían asesinado a Luis Carlos Galán.

“Mi escritorio no tenía nada, sencillamente porque lo había desaparecido la explosión. Lo menos dañado era una oficina pequeña al lado del salón Fundadores, rumbo a la oficina del director. Entre conductores, periodistas y personal del diario se organizó una brigada de barrida. Al tiempo, Héctor Mario Rodríguez y Héctor Hernández empezaron a conformar una redacción con Luis Palomino”, expresa Ignacio Gómez, evocando el momento en que el codirector José Salgar y los Cano se pusieron el overol para sacar adelante una edición de 16 páginas que llevó por título la frase que se convirtió en la consigna de esos tiempos: “¡Seguimos adelante!”.

“La rotativa quedó desajustada. Solamente una unidad quedó funcionando. Durante un mes fue un periódico de 16 páginas en blanco y negro. Por fortuna, varios periódicos del mundo se unieron, hicieron la contribución de un préstamo sin intereses que le permitió a El Espectador salir de lo que ya parecía su muerte. En adelante, fue hacer periodismo en medio de las amenazas, de militares caminando por el techo o la redacción, de soldados protegiéndonos”, precisa Fidel Cano, actual director del diario. Como los demás miembros de su familia, su convicción era seguir adelante, pues no habían podido arrasar con una institución emblemática de la libertad de prensa.

No obstante, la guerra contra El Espectador siguió, y el siguiente golpe ocurrió en Medellín. “Fue el 9 de octubre, al mediodía. Yo estaba en mi oficio habitual cuando entró una llamada con la fatídica noticia: mataron a Martha Luz López cuando llegaba a su casa en El Poblado. A la media hora llamó el hijo de Miguel Soler y dijo: ‘Mataron a mi papá’”, cuenta Carlos Mario Correa. Eran los gerentes de la oficina de El Espectador en la capital antioqueña. Minutos después apareció la policía y les dijo que nadie podía salir de la oficina porque tenían información de inteligencia de que faltaban cabezas. A la una de la tarde llamó gente de Escobar a atribuirse la acción.

“En esa época yo tenía esposa, casa y planes hacia el futuro, aunque sabía que era un poco loco trabajar en El Espectador. Ella y mis hermanas me presionaban diciéndome: ‘Tiene que irse’. Luego fue mi mamá diciéndome que a su casa también había llegado una carta. Entonces hablé con los directores que se turnaban para ir al diario. Mi mentor, Fabio Castillo, ya estaba exiliado y yo tenía un hermano en Alcalá de Henares que me garantizaba cama y sopa. Allá terminé en mi primer exilio”, puntualiza Ignacio Gómez, tras un largo recuento de ese terrible 1989 en el que el narcoterrorismo logró amedrentar a la sociedad colombiana.

“Como en todas las épocas, el periodismo ha jugado un papel fundamental, y en ese momento El Espectador lo hizo para desenmascarar a Pablo Escobar. Por eso el capo la emprendió contra el diario, sus directivos y su gente más cercana. Él literalmente quiso acabar con el periódico”, agrega el editor de Planeta y periodista, Édgar Téllez, a quien años después le correspondió cubrir informativamente otro momento complejo: la caída del cartel de Cali y el escándalo del Proceso 8.000. Hoy, a la distancia de aquellos días, tiene la convicción de que la cultura traqueta no ha pasado y desafortunadamente no va pasar, pues el narcotráfico sigue siendo muy atractivo.

“‘Seguimos adelante’ fue la consigna de ese momento, porque no pudieron, y vamos a seguir adelante porque hoy tenemos periódico fortalecido. Don Fidel Cano creó un periódico para defender las ideas liberales cuando estaban prohibidas, cuando no había libertad de prensa, y yo creo que eso marcó desde el comienzo el destino de El Espectador. Defender unas ideas y unos principios contra todos los que han querido callarlo. Por eso sigue adelante, porque la gente valora su transparencia y su amor por el país”, sintetiza el director Fidel Cano, recalcando que hace 30 años se trabajó sobre los escombros, pero defendiendo a Colombia.
Foto: David Bernal
Fuente: Agencia EFE

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