La reportera, que previamente mantuvo un encuentro con escolares en un instituto de Mieres, se ha expresado así ante varios centenares de miembros de 116 clubes de lectura de siete comunidades autónomas, un encuentro con el público titulado "Atesorando palabras" y moderado por el periodista Juan Cruz.
Ambos han dialogado sobre una obra marcada, según Cruz, por la musicalidad, por un ritmo interior probablemente procedente de la danza, la actividad a la que se dedicaba antes de iniciar su carrera periodística tras una infancia marcada por una afición desmedida por la literatura, "que sirve para vivir y para sobrevivir".
Años después, y tras un periodo de dedicación a la danza que le sirvió para perder el miedo al fracaso, Guillermoprieto se recondujo hacia el periodismo -el reporterismo prefiere decir- dotada de unas armas que ella misma desconocía para relacionarse con los demás, para descubrir y tener acceso al "hilo conductor" necesario para contar una historia con la profundidad necesaria para explicarla.
"La vida es dura, pero no es sólo dura, y en América Latina se asume que la dureza de la vida y la fiesta están compaginadas", ha señalado respecto al continente sobre el que ha escrito todas sus crónicas y reportajes que la llevaron a relatar la revolución sandinista que derrocó a Anastasio Somoza, su primer entrevistado.
Para Guillermoprieto, una historia es importante "cuando sirve para hablar de otras cosas" que van más allá del mero relato de los hechos como su reportaje sobre las indígenas aimaras de Bolivia que, ataviadas con sus ropas tradicionales, se dedicaban en su país a la lucha libre, una actividad que convertía a unas mujeres "aplastadas y pobres" en seres teatrales y en artistas del escenario.
Esas mujeres, ha recordado, tenían pánico a su jefe, al que pudo convencer de que le dejara hablar con ellas haciéndose pasar por una gran aficionada a la lucha libre en su México natal tras recurrir a esa faceta tramposa y manipuladora propia del buen reportero.
Con ellas ha comparado también a los campesinos nicaragüenses que protagonizaron esa revolución "simpática" y "pequeña" que salieron "de su pequeño terruño" para luchar con su cuchillo de cocina y sumarse así a un momento de heroísmo que hiciera importante a personas "que no habían importado a nadie en su vida" pese al triste destino posterior, que también ha relatado, del Gobierno sandinista.
Años antes, ha recordado, también se sintió conmocionada y lo relató en obras como "La Habana en un espejo", por la voluntad del pueblo cubano para "ocupar un lugar en la historia" siguiendo el impulso de Fidel Castro y su singularidad durante los años setenta para mantener esa lucha en solitario.
Comprometida con su profesión, señaló en la entrevista que se vive un surgimiento de nuevos medios de comunicación, pues se ha vuelto como “chic” para los multimillonarios tener en su poder su propio medio, "es como una forma de estar a la moda".
Luego marcará las diferencias del periodismo en español al anglosajón "lo que más asombra a mis colegas latinoamericanos, lo que los deja con la boca abierta, es la tradición del fact checking (comprobación de hechos). Incluso, la ofensa que puede causar. En mi primer taller tuve tres reporteros que son ahora figuras de autoridad en el periodismo, sobre todo colombiano, que se negaron rotundamente a que yo les revisara línea por línea sus textos porque eso era humillante. Sentían que lo que escribían era intocable".
“Las escuelas de periodismo reflejan las limitaciones del sistema educativo tradicional hispanoramericano, que privilegia el aprendizaje de fórmulas y leyes y reglas, y la memorización. El periodismo, en cambio, es un oficio que exige un alto grado de improvisación, irreverencia, terquedad, reflexión, autocrítica y libertad. Sin embargo, en los últimos años el nivel de enseñanza en las escuelas de periodismo más ambiciosas ha subido mucho. Una escuela que enseñe a reflexionar sobre los problemas de la ética, que enseñe a leer, y en donde los aspirantes a reporteros encuentren a un buen primer editor, será siempre una buena escuela de periodismo”.Alma Guillermoprieto: "Los periodistas somos indispensables para la democracia"
Cuando Alma Guillermoprieto descendió del coche que la trasladó a Oviedo en compañía de su ahijada Elisa, al filo de las siete y media de la tarde, para ser afectuosamente recibida por la directora de la Fundación Princesa de Asturias, Teresa Sanjurjo, a pie de puerta, alguno respondió que era "una de los nuestros".
Porque, pese al cansancio acumulado en el avión y el tren que la trajeron hasta aquí, la periodista, Premio Princesa de Comunicación y Humanidades 2018, la primera de los ocho galardonados en llegar la región y todo un referente del mejor oficio del mundo, se llevó la mano al corazón y, acto seguido, se detuvo a agradecer el galardón: "Es un enorme honor para mí, pero también un reconocimiento que mis colegas en América Latina han sentido como propio y que agradecen de la misma manera".
Y también, y sobre todo, se paró para realizar una defensa cerrada del periodismo de a pie: "Estamos pasando por un momento terriblemente difícil, una transición que es una revolución. Las revoluciones cuestan y nos tienen a nosotros, muchas veces, como víctimas. Pero siento que, en la medida en que somos necesarios para que el mundo moderno marche bien, y no solo necesarios, sino indispensables para la democracia, como hacemos tanta falta, no podemos desaparecer. Nos vamos a transformar, pero seguiremos adelante".
Alma Estela Guillermoprieto -una de las dos reporteras que desveló en 'The Washington Post' la masacre de civiles de El Mozote, en la que un millar de hombres, mujeres y niños fueron asesinados en 1981 en El Salvador- se despidió así, dejando tras ella un halo de esperanza.
Pero la tercera mujer en recibir este galardón -María Zambrano lo obtuvo en 1981 y la fotógrafa estadounidense Annie Leibovitz se alzó con él en 2013- no quiso irse sin mostrar su deseo de que, a partir de ahora, la repartición de premios "sea mucho más equitativa". Una de las nuestras.
Foto: Pablo Lorenzana
Fuentes: Agencia EFE y El Comercio