domingo, 7 de octubre de 2018

Horacio Verbitsky evoca con tristeza y emoción a Menchi Sabat

Un abrazo sin palabras con el artista incomparable que murió esta semana
Autorretrato de Sábat, incluido en su libro "Rebelde Ileso"
Por: Horacio Verbitsky
Recuerdo nuestra última conversación. Me llamó para contarme que Clarín publicaría una infamia inventada para vincularme con la dictadura, le habían pedido un dibujo para ilustrarla y se había negado. “Yo soy un tipo agradecido. Les dije que no me iba a prestar a esa porquería”. El otro que me avisó fue Isidoro Gilbert.

Quien debía estarle agradecido era yo. En 1970, con el mellizo Juan Carlos Algañaraz nos instalamos en una oficina en Florida y Paraguay que le prestó a Timerman Horacio Rodríguez Larreta, el padre del intendente porteño. Allí preparamos el proyecto del diario La Opinión. La oficina estaba a una cuadra de la que Timerman compartía con el Cadete Guiraldes, quien no quiso ser parte del proyecto. Cuando fuimos a ver el taller constatamos que la calidad de la impresión desaconsejaba el uso de fotografías, aun en el precario blanco y negro de la época. A Timerman no le preocupaba, porque seguía el modelo del francés Le Monde, con sábanas y sábanas de tipografía abigarrada. Le propusimos que Sábat ilustrara las notas con sus dibujos en tinta china y sólo aceptó a regañadientes, sobre todo cuando Menchi puso como condición que no hubiera texto en los dibujos, garantía de que no serían manipulados. En pocas semanas Jacobo pasó de la resignación al entusiasmo. Tenía un émulo del gran David Levine.

El diario apareció en mayo de 1971. Para diciembre yo ya estaba afuera, por cuestionar los acuerdos con Lanusse y la salida electoral con la que intentó embretar al peronismo. Me refugié en Clarín que por entonces no tenía cable, televisora, fábrica de papel, agencia de noticias ni financiera. Era apenas un diario más, pobre en información política, lleno de quioscos que proliferaron desde la muerte de su fundador, Roberto Noble, y de diseño anticuado. Después del golpe del ’55, El Tapir (como todos le llamaban a Rogelio Frigerio, por razones obvias) había reabierto la revista Qué, clausurada en la década anterior por el peronismo, como soporte intelectual para la candidatura presidencial de Arturo Frondizi y el Pacto con Perón que la haría viable. Los dos secretarios de redacción eran mis tíos, Gregorio Verbitsky y Marcos Merchensky, cuyo apellido materno era el mío. Frondizi ganó la elección, hace ahora 60 años, y desde el gobierno junto con Frigerio amarró una relación especial con Noble, que les concedió el manejo de la línea política del diario. Frigerio designó como jefe de redacción a su hijo Octavio. Para aligerar el diario contrataron a Pablo Piacentini, Luis Guagnini, Leopoldo Barraza y yo, que ingresamos en 1972, al mismo tiempo que Magneto y los hermanos Aranda, el núcleo de lo que llegaría a ser la Banda de los Cuatro. Frigerio había escrito el documento “La única verdad es la realidad” y se preparaba para el regreso de Perón, a quien imaginaba controlar, con la misma ingenuidad que tuvimos desde las formaciones especiales, como Perón llamaba a la guerrilla.

El Tapir me pidió que sondeara a Sábat para saber si le interesaba dejar La Opinión por Clarín. El trato se cerró en una mesa de la Italcantina, un bodegón abundante y primitivo que estaba en la esquina de Chile y Tacuarí. En una mesa próxima comía Juan José Taccone, el dirigente participacionista de Luz y Fuerza, que tenía su sede y la proveeduría en el barrio. Cuando estuvimos a solas, Menchi comentó la impresión que le había causado el choque los cinco de Frigerio, que no se parecía en nada a su nieto homónimo, cuyas facciones delicadas son herencia de su madre, Sisí Adam. El abuelo tenía manos como bifes de lomo pero nada tiernas, y al saludar apretaba hasta que te doliera. Yo me fui de Clarín en el ’73, para participar en el lanzamiento del diario montonero Noticias pero Menchi se quedó en Clarín hasta esta semana, cuando murió a sus 85 años después de entregar su último dibujo, sobre la corrida cambiaria y los altibajos del dólar.

Durante los años negros nos cruzamos una vez en la calle. Yo caminaba y él iba en un auto. Nos miramos a los ojos, sin gestos ni palabras y cada uno siguió su trayectoria. Menchi no le contó a nadie que yo no estaba en Perú, como había hecho creer en Clarín a través de compañers. Pero me lo recordó después de la guerra de las Malvinas, cuando pude reasomar la cabeza y le pedí un dibujo de Juan Gelman, para ilustrar un artículo de la revista de Pérez Esquivel, Paz y Justicia, sobre el primer libro suyo que se publicó en años. Lo sacó de memoria en quince minutos. También me hizo uno a mí, al que me llevó décadas parecerme. Hasta el futuro veía Menchi.
Después de eso, se nos fueron volando treinta años de democracia, en un país duro pero nunca aburrido, en el que compartimos la pasión por el tango y por el jazz. Cuando Dromi desmintió haber dicho que el país estaba de rodillas ante los acreedores externos y le contesté dando a conocer la grabación, me mandó este dibujo.
De tanto en tanto repitió el gesto, siempre acompañando el dibujo con una dedicatoria cariñosa. Lo imaginaba escribiéndola con su gesto típico, la cabeza inclinada y mirando de abajo hacia arriba.
Era una travesía en busca del tiempo perdido verlo en su taller, que recorría con un guardapolvo oscuro encima de su impecable saco y corbata, verificando como progresaba el trabajo de sus jóvenes alumnos. Igual que su ciudad de Montevideo, Menchi te ubicaba en la Buenos Aires de la década de 1950. Nunca le faltaba tiempo para charlar y contaba historias deliciosas.

En 2005 propuse en el Consejo Rector que la Fundación del Nuevo Periodismo Iberoamericano le concediera su premio de honor en reconocimiento a la trayectoria de toda una vida. Hasta bailó con Blanca, la noche en que se lo entregó Gabriel García Márquez. Era una delicia verlo dejar de lado el humor ácido y gozar como un chico.

Con Alfonsín y Menem no hubo diferencias entre nosotros, a pesar del antiperonismo bien oriental que caracterizaba a Menchi y de mis recelos con el progresismo liberal. La prueba ocurrió cuando llegaron los Kirchner, y Clarín fue pieza central del dispositivo destituyente. En plena ofensiva de la Sociedad Rural, Cristina le atribuyó carácter mafioso a una caricatura, donde aparece con una venda en la boca y Kirchner en su cerebro. Escribí que eso era equivocar el enemigo, que “rozar con la sombra de una sospecha al gran maestro del periodismo, que desde hace cuarenta años regala excelencia y ética, a una persona exquisita, que cuestionó las peores atrocidades cuando nadie se animaba, es una tontería indigna de quien la cometió. Sábat no es Clarín, como antes no fue La Opinión, ni Primera Plan, ni Atlántida. Es un artista maravilloso y el mejor analista político del país. Su obra admirable requiere de un esfuerzo de interpretación. CFK entendió que era un mensaje para que no dijera algo. Pero, ¿por qué dar por sentado que el autor del mensaje es Menchi y no que, gracias a su impresionante sensibilidad para detectar corrientes profundas de la sociedad, interpretó con ese dibujo la intolerancia de las patronales rebeldes, que intentan silenciar a quien apenas lleva cien días de gobierno? La obra de un gran artista no es obvia ni unívoca. En cualquier caso, Sábat tiene derecho a opinar lo que quiera sin que nadie ponga en duda que lo hace de buena fe, como cada acto de su vida, de trabajador austero y obsesivo. Por eso, éste sí es un mensaje mafioso. Los admiradores incondicionales del Maestro decimos: ‘No se metan con el Menchi’”.

En una entrevista para un libro de Sandra Russo, Cristina dijo que “ahí tuvimos una diferencia con Horacio Verbitsky, que salió a decir ‘no, con Menchi no’. ¿Y por qué Menchi conmigo sí? ¿Por qué no puedo opinar sobre un dibujo que me ofende? ¿Por qué esos excelentes caricaturistas nunca han retratado a la señora Ernestina Herrera de Noble dándole la mano a Jorge Rafael Videla? ¿Eso no se puede decir, no se puede observar, hay que callarse?”

Ese “tuvimos una diferencia” es muy generoso de su parte: recién me enteré leyendo el libro, porque durante tres años tuvo la delicadeza de no reprochármelo. Escribí que “a la señora de Noble no hace falta dibujarla con Videla, porque abundan las fotos y las filmaciones en los archivos. El tema es que en aquel excelente discurso Cristina no criticó el dibujo: dijo que era un mensaje mafioso y formaba parte de la ofensiva de los generales multimediáticos, que acompañan a la Sociedad Rural en lugar de los tanques de 1976”. Ahora que todos hablan de él me entero que en el reportaje que le dió a Gente hace dos años contó que “hubo alcahuetes que se pusieron la camiseta, intentando defender los altos valores de la Cristinidad. Y al mismo tiempo, cercanos a ella que me bancaron”.

–¿Verbitsky?

–Horacio Verbitsky- especificó.

Menchi y yo encontramos una forma poco común de surfear la profunda división de la sociedad argentina, sin resignar nuestras respectivas convicciones, por más que yo admire a Cristina y él a Julio María Sanguinetti.

Días después de ese topetazo de Cristina nos encontramos en Alcalá de Henares, ambos invitados por Juan Gelman para la recepción del Premio Cervantes.

Menchi me dio un abrazo muy largo y sin palabras, que evoco hoy con tristeza y emoción.
Ver también: Hermenegildo "Menchi" Sábat 1933 - 2018
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Por: Osvaldo Soriano
La vida de Hermenegildo Sábat y su profesión de dibujante se vinculan de manera directa con la esgrima, con la política uruguaya y con la literatura. Hacia 1875, Mariano Sábat y Fargas, coronel del ejército español, fue llamado por el presidente uruguayo Lorenzo Latorre para oficiar en la Banda Oriental como instructor de esgrima. El militar cruzó el Atlántico con su esposa y un hijo de un año, nacido en Palma de Mallorca. El coronel no dejó jamás la próspera tierra uruguaya. Su hijo, Hermenegildo, eligió una profesión no menos punzante y peligrosa que la de su padre: la caricatura política.

En 1901, Sábat fundó la revista política La fusta para combatir al dictador Juan Lindolfo Cuestas. La publicación tenía apenas ocho páginas, pero cuatro de ellas –la portada y las contratapas— se imprimían en color. Para reforzar su furia contra el gobierno, Sábat firmaba sus sátiras con distintos seudónimos, de manera que sus lectores creyeran que en La fusta colaboraba un regimiento de caricaturistas.

Dos años más tarde, don Hermenegildo fue llamado para colaborar en Caras y Caretas de Buenos Aires y en El día de Montevideo, desde donde apoyó la embestida de José Batlle y Ordoñez contra los dignatarios de la iglesia, a quienes dibujaba como esqueletos con sotana. La notoriedad del dibujante creció y fue nombrado más tarde secretario y posteriormente director de la Escuela de Artes y Oficios –luego Escuela Industrial— de Montevideo.

El mallorquín Hermenegildo Sábat murió en 1932. Su herencia no se limitó a centenares de caricaturas y a un hijo que sería profesor de Letras de la mayoría de los uruguayos notables. El uruguayo Hermenegildo, su nieto, nacido en 1933, pasó los primeros años de su vida entre caricaturas que el abuelo había elaborado con pasión extraordinaria y entre colecciones de las revistas Madrid Cómico, Barcelona Cómica y folletines dibujados por los mejores artistas franceses, como Caran D’Ache, Forain y Sem.

En 1945, cuando tenía apenas doce años, Hermenegildo Sábat comenzó a publicar sus primeros dibujos en un periódico estudiantil. Tres años después, el joven caricaturizó a los más famosos jugadores del fútbol uruguayo y llevó sus trabajos al diario El país. “Fue mi primera emoción –cuenta Sábat—; me sentí importante por el solo hecho de atravesar la puerta del diario”. Desde ese momento, compró todos los días el periódico, esperando ver sus dibujos en la página deportiva. Pasaron ocho meses y la decepción comenzaba a ganarlo. Un día, el bedel del Liceo donde estudiaba lo llamó: “Te felicito –le dijo—, muy buena tu caricatura de Schiaffino”. Por primera vez, un dibujo suyo había alcanzado las páginas de un diario. Desde entonces se dejaría absorber por la ansiedad de seguir publicando y se convertiría en un pésimo alumno.

Terminado el liceo, Sábat cursó dos años de preparación para ingresar en Arquitectura. El profesor de dibujo ostentaba la medalla de oro de la facultad y comprometió a Sábat y a otro dibujante, Eddie Moyna, a ser los mejores alumnos de la materia. Al finalizar el curso, los bochó sin remedio: hoy Sábat es dibujante en el diario La Opinión de Buenos Aires y Moyna el mejor diseñador publicitario de Brasil.

Durante los tres años siguientes Sábat colaboró en las publicaciones del Cine Universitario del Uruguay. En el interín, el periódico Marcha lo llamó a colaborar y le pagó cinco pesos por dibujo. En 1954, en Montevideo, Sábat conoció a Jorge Batlle, hijo de Luis Batlle Berres, entonces candidato a la presidencia de la República. Jorge le ofreció ingresar al diario Acción, que apoyaba la política de la dinastía familiar. El dibujante del diario era, por entonces, Waldeck Ibarra, un veterano al que el joven Sábat respetaba y pedía opinión sobre sus trabajos. Hermenegildo se negó a ingresar al diario “porque no iba a votar a Batlle”, pero dos meses más tarde, luego del abrumador triunfo de éste en las elecciones, fue nuevamente llamado por Jorge Batlle a Radio Ariel. “¿Por quién votaste?”, le preguntó el hijo del político. “Qué te importa, ¿para qué me llamaste?”, respondió malhumorado Sábat, quien a continuación escuchó de labios de Batlle una frase digna de quedar en el bronce: “Mi destino es tu destino y así como yo suba en el diario, vos vas a subir junto a mí”.

No era exactamente cierta la premonición. Batlle ofreció a Sábat el cargo de dibujante para desprenderse del viejo Waldeck Ibarra. El joven, indignado, rechazó la oferta. Entonces Jorge Batlle le tendió la primera trampa: aceptó el ingreso de Sábat al periódico sin despedir a Ibarra. Cuando el nuevo dibujante ingresó y se afirmó en su puesto –habían transcurrido ocho meses—, Batlle despidió a Ibarra. Sábat recuerda este hecho con dolor; tal vez por ello, su conducta en Acción estaría en lo sucesivo sembrada de fricciones. Por negarse a retocar un aviso y romper una caricatura que había hecho a todo el personal de redacción para el día del aniversario del periódico, fue suspendido por una semana. Al retornar, sus compañeros lo recibieron alborozados, pero Batlle adoptó una dura actitud. “Haceme un mapa de Italia”, pedía. Sábat dejaba su función de caricaturista y trabajaba pacientemente en la elaboración del mapa italiano. Cuando lo entregaba, Batlle le decía: “No, no; yo te pedí el mapa de España”.

En enero de 1957 la situación se hizo insostenible. Enviado como fotógrafo al festival cinematográfico de Punta del Este, junto al cronista Mario Fernández, Sábat atendió una mañana un imperativo llamado nada menos que de don Luis Batlle Berres. “Hay que salvar al Uruguay de la bochornosa opinión que los artistas extranjeros se llevarán del país”, tronó el hombre fuerte de la Banda Oriental. “Ocurría –cuenta Sábat— que alguien había dado un manotazo a los pechos de una actriz famosa y los diarios habían hecho un escándalo con el asunto”. Fuera de sí ante tanta estupidez, el improvisado fotógrafo contestó: “Mejor ocúpese del negociado de las tierras en Punta del Este, eso es una vergüenza para el país”. Fue el final de su relación con la familia Batlle. “En ese tiempo no dibujaba tanto, pero empecé a conocer bien a los seres humanos”, dice ahora Sábat.

Entre 1957 y 1965 volvió a El país; cuando quisieron nombrarlo secretario de redacción, huyó a la Argentina, donde se incorporó al staff de la Editorial Abril y luego pasó a Primera Plana. Ya en 1958 Sábat había podido vencer las trabas que le imponía un reverencial respeto por la pintura y terminó su primer cuadro. Ingresó a La Opinión a poco de aparecer, en 1971. Desde entonces su trabajo puede verse diariamente, ilustrando la realidad del mundo. “Lo que tengo que controlar es mi vista, para no permitir que la mano se deje llevar por el oficio”, reflexiona. “Al cumplir 24 años de trabajo como dibujante no me puedo quejar; ni siquiera he tenido crisis de identidad. Procuro diferenciar mi trabajo de mi persona, aunque no puedo dejar de considerar este trabajo como parte de mi vida. Vivo pensando en lo que tengo que hacer; esa expectativa me preocupa más que la contemplación de lo que ya hice”.

No es casual que Sábat haya elegido a Carlos Gardel y a León Bix Beiderbecke como protagonistas de sus dos libros. Al troesma con cariño, aparecido el año pasado, y Yo Bix, Tú Bix, Él Bix –que sale en estos días—, procuran una respuesta del artista a la formulación que esos personajes le han hecho a través de la música. “Ellos son héroes intelectuales y mi respuesta no sé si será correcta, pero es lo único que puedo dar. Un artista llama al diálogo a través de su obra, pero no siempre es bien correspondido. Recuerdo una anécdota: Rubén Darío fue a París exclusivamente en busca de Paul Verlaine. Cuando lo halló, le lanzó una pregunta estúpida a boca de jarro: ‘¿Qué es la poesía?’, y Verlaine le contestó ‘merde’; quiere decir que Darío no correspondió al diálogo propuesto por su maestro”.

Como todo artista verdadero, Sábat vacila frente a una obra en colaboración: “Recién cuando el libro aparece empiezo a funcionar con menos dudas; sea como fuere siento que esa es mi obra”.

En cuanto a su trabajo profesional, es posible preguntarse qué propone Sábat en las alas que agrega a sus personajes, en los dedos acusadores y en los niños que rodean o se mueven alrededor de Lanusse, Perón, Fidel Castro o Greta Garbo. Su respuesta: “Es la única manera de otorgar una dinámica a cosas que son estáticas, que no se mueven. También es un estímulo para quien contempla el dibujo. Por último, me propongo cuestionar la validez del propio dibujo”.

Sábat no niega que algunos personajes le son más simpáticos que otros y por lo tanto, ese sentimiento se reflejará en su trabajo. De cualquier manera, hacer caricatura política le apasiona y le brinda la posibilidad de ganarse la vida de la manera que más le gusta. Según el autor, hace 25 años que la caricatura política prácticamente había desaparecido en la Argentina. “Se había pasado de los seres con nombre y apellido a los arquetipos, de José Félix Uriburu al doctor Merengue. Ahora existe la posibilidad de un resurgimiento. Hacer caricatura política no implica transmitir una ideología, aunque uno esté cargado de ella. Lo importante es transmitir algo sin palabras. Si el dibujante no lo consigue, ha fracasado. Eso, por supuesto, es un riesgo y un estímulo a la vez”.

Para Sábat, los estados emocionales condicionan la ideología. Habitualmente, las mejores obras no surgen de un estado emocional en trance, sino de la elaboración paciente de una idea. Horacio Quiroga recomendaba –en su Decálogo para jóvenes cuentistas— a quien quisiera narrar un hecho vivido, que dejara pasar todas las emociones que le había producido; si luego era capaz de reconstruir las sensaciones, una por una, podía considerarse un narrador. El caricaturista es un narrador y también a su trabajo se puede aplicar el precepto de Quiroga. “Generalmente –agrega Sábat— , los estados creativos sentimentales, inundados ideológicamente, pueden dar grandes obras, pero éstas serán siempre marginales. Por ejemplo, Guernica. No creo que los estados de solemnidad, los casamientos ideológicos, sean conducentes al gran arte ideológico. Los únicos casos valederos que conozco datan del Renacimiento, cuando hacía quince siglos que Cristo había muerto. La obra marginal es arbitraria, gratuita y no sé si puede ser medida como contribución a algo”.

El caricaturista ejemplifica su opinión con la obra surgida en América Latina y en casi todo el mudo sobre el asesinato del Che Guevara: “Es el caso más perfecto de una obra influída por los sentimientos. Hasta ahora, la obra más valedera publicada sobre la muerte de Guevara es la fotografía de su cuerpo tirado en el lavadero de Vallegrande; ésa es la mejor manera de transmitir belleza y patetismo”.

Suele interrogarse sobre las cosas que determinan la validez de sus trabajos. “No sé si la veleidad de la exquisitez los invalida. Por ahí lo que hago es tan gratuito como levantarse a la mañana y afeitarse. Toda obra publicada es una forma de publicitar un acto de arbitrariedad”. Para ilustrar, Sábat agrega una metáfora: “Es como si yo, urgido por el hambre, alquilo un día el estadio de River y cobro entrada para que me vean comer una milanesa con huevos fritos”. De todas maneras, esa arbitrariedad, según Sábat, no invalida el sentimiento de que el arte es mejor que otras cosas que rodean al hombre.

A los 39 años, este dibujante formidable ha concluido (o no) su diálogo con Gardel y con Beiderbecke. Se propone contestar a las formulaciones de otros artistas. Para él, la propuesta de una forma de arte –la música en este caso—, puede ser replicada con otra: el dibujo. Quizá la palabra sea la forma de lenguaje menos expresiva que conoce el hombre.
Fuente: El  Cohete a la luna
Ver también: Hermenegildo "Menchi" Sábat 1933 - 2018

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