Por: Javier Darío Restrepo @jadarestrepo
Los antiguos pretendían deletrear los mensajes que, según ellos, estaban escritos con estrellas en el cielo. Así nacieron las constelaciones, esos dibujos de guerreros, dioses, animales, carruajes o héroes que ellos descubrían trazando líneas imaginarias entre los puntos de luz que destellaban en la oscuridad.
Traigo a cuento esta vieja práctica porque es lo más parecido que encuentro al proceso de búsqueda de la ética: hallazgo de puntos de luz, líneas trazadas entre ellos y encuentro del mensaje y fisonomía de la ética. No creo que se haya producido un cambio en la ética, ni que se vaya a producir, sino que se ha progresado en su conocimiento, y es previsible que en el futuro ese acercamiento a la realidad de lo ético sea cada vez mayor.
Los comienzos
Puede sucederles a ustedes, de mí sé decir que al principio me moví dentro de las oscuridades y penumbras del profesor de filosofía que debía incluir en su programa un capítulo del manual de filosofía, titulado: Ética y estética. De esos tiempos me quedó el texto de una conferencia bastante pedante, empedrada de citas pretendidamente eruditas. Hasta entonces la ética era una teoría y esto duró hasta que la realidad, sabia maestra, me enseñó los límites de las teorías, con un golpe.
Ese golpe de realidad fue el escandaloso titular de una información sobre los dos sueldos de los periodistas: uno pagado por la empresa periodística y otro, por políticos o congresistas que construían su imagen. El día en que apareció esa información celebraba su Asamblea General el Círculo de Periodistas de Bogotá (CPB) en su sede.
Allí nos encontramos, enfrentados: los que defendían el doble sueldo y los que lo miraban como una grave ofensa para la credibilidad del gremio.
El presidente del Círculo se vio obligado a modificar la agenda de la Asamblea y a afrontar el problema del día. En esa asamblea los socios descubrieron que en sus 30 años de vida la institución no había pensado en un código de ética y decidieron adoptarlo. Cinco de sus socios resultaron designados para redactar un proyecto de código. Trabajando en esa comisión tuve que recordar y darle la razón a Aristóteles cuando escribió que la ética es un saber práctico. Hasta entonces solo la había descubierto y enseñado como teoría y discurso; más que todo era conocimiento; pero este golpe de realidad me la mostró como sensibilidad y realidad concreta. Esta visión fue como una luz encendida en la penumbra.
El Otro
Al maestro Savater le debo la aparición de la siguiente luz. En ética para Amador regresé a la lectura de Robinson Crusoe, cuando pasados 20 años de su llegada a aquella isla que fue su hogar de náufrago, todo pareció cambiar tras el hallazgo de la huella de un pie desnudo en la arena de la playa. Describe Savater el estado de sorpresa e inseguridad que provocó esa huella y la aparición del primer dilema ético en la conciencia del náufrago, porque solo en ese momento su vida solitaria había sido alterada por la presencia del otro. Y estaba su seguridad de por medio: ¿qué hacer para protegerse ante la posibilidad de la presencia de un caníbal en su isla?
En toda su larga vida de náufrago, Robinson había enfrentado toda clase de riesgos: tempestades, marejadas, rayos, fieras, enfermedades, pero esto era horroroso y nuevo: se trataba de otro ser humano. ¿Cómo vivir la vida que transcurre, entre humanos?. “Cuando encuentra la huella de viernes en la arena, empiezan sus problemas éticos” anota Savater. Y subrayé con la alegría de quien ha hecho un descubrimiento: la conciencia ética comienza a aparecer cuando en nuestra vida aparece el otro.
Todas las teorías y frases eruditas que hasta entonces manejaba, fueron poca cosa ante esta relación entre la ética y el otro que activa nuestra sensibilidad para lo bueno y lo malo. Como persona debo responder por el otro y soy yo en la medida en que soy responsable. Pero ¿por qué debo ser responsable de ese otro? Fueron pensamientos y preguntas que me llevaron a un nuevo hallazgo.
El cuidado
Esta vez recibí la ayuda del filósofo y teólogo brasileño Leonardo Boff, quien en su libro sobre el tema del Cuidado, escribió: “el cuidado es una actitud de relación amorosa, sincera, amigable protectora de la realidad personal, social y ambiental”. Cuidar, más que una técnica es un arte, un nuevo paradigma de la relación con la naturaleza, con la tierra y con los seres humanos. Es un modo de ser en el mundo, con los otros y con la naturaleza”. Expresiones que parecen repetir en nuestro tiempo a Aristóteles cuando señalaba el cuidado “como el modo de ser primero en todo humano”.
Afirmaciones que me permiten entender que si lo ético comienza cuando aparece el otro, el ser ético se activa con el cuidado. Es, pues, el cuidado la primera expresión y acción de lo ético. Y es más, el cuidado lleva a la práctica de virtudes de respeto del hombre y de la naturaleza y de clarividencia para detectar lo que es bueno o no para el hombre y para la naturaleza, y que le dan un sentido relacional a la vida.
Como ustedes pueden observar, con estos hallazgos quedaron atrás, muy atrás, las ideas abstractas del profesor de filosofía y la fe en los códigos éticos del corredactor del proyecto para el CPB.
De repente la idea de la ética había adquirido la vida del Otro, que lo rodea a uno por todas partes y que urge el cuidado, con que uno humaniza y dignifica la vida. Pero había otras luces por encender.
Una de ellas, deslumbrante, se hizo evidente a propósito de un hecho sórdido, sucedido en Tenerife donde fue detenido Diego Pastrana, un joven de 24 años acusado de abusar sexualmente de su hijastra de 3 años y de maltratarla hasta darle muerte. Un médico diagnosticó abusos sexuales y la guardia civil reprodujo el comunicado que en las redacciones de los periódicos fue como una orden de largada para los reporteros de sucesos. Mientras en los medios se sucedían los extras de sensación la pequeña agonizaba bajo la mirada atenta de los médicos. Pueden ustedes imaginar cómo fue el cubrimiento de la detención del joven Pastrana y el uso que se hizo del comunicado del médico.
La situación se agravó con la muerte de la niña. Primeras páginas con la gran fotografía de Pastrana: en sus ojos había confusión, y rabia, y el pie, en grandes caracteres la palabra: Asesino. Los jueces no lo habían dicho, pero la prensa se convirtió en jueza. Días después apareció el examen del forense que los jueces esperaban y que para la prensa había sido prescindible. En el cuerpo de la niña no había señales de violación; al caer de un columpio la pequeña había sufrido un derrame cerebral, causa de su muerte. La verdadera víctima en este episodio había sido el joven Pastrana.
Víctima él de la prensa que si hubiera reflexionado e investigado habría encontrado que su información había prescindido de las normas éticas habituales: creerle más a la confrontación de fuentes plurales y diversas, escuchar al acusado, oír a la familia, presumir la inocencia hasta el momento de la sentencia judicial. Alguien que mencionó esto oyó rezongar a los reporteros: “así no se puede trabajar. Para eso hay libertad de prensa”. Fue el comentario emotivo en que otra vez se enfrentó el ejercicio rutinario de la profesión contra la ética, mirada como devastadora de la libertad.
La libertad
En mis años de reportero, más de 50, y de estudioso de la ética periodística, más de 20, viví situaciones como esta que me enseñaron algo que Juliana González, filósofa mejicana, se encargó de ampliar y consolidar en su libro: Ética y Libertad. La primera línea del libro, como un desafío, reza: “No hay ética sin libertad”, una respuesta al reclamo común que supone una oposición entre la ética y la libertad. Esta filósofa agregó inquietudes al afirmar: “no hay ética sin alternativa, sin libertad”. En efecto, había que andar despacio y así lo hace ella de la mano de Kant.
El filósofo describe la libertad al compararla con un ave en vuelo que tiene por delante horizontes infinitos, caminos incontables en el aire, arriba la bóveda del cielo, abajo, lejano, el paisaje. Una imagen común de la libertad como desaparición de cualquier obstáculo. Sin embargo, observa Kant: para que el ave se mantenga en vuelo debe dominar la resistencia del viento y apoyarse en él para sostenerse y avanzar. Sin esa resistencia que vence con cada movimiento de sus alas, las aves no podrían volar”. La libertad, por tanto, no implica ausencia de obstáculos, o como dice Kant, la libertad es una victoria sobre los obstáculos y demanda el servicio de la voluntad. Es esfuerzo, trabajo, cansancio, incertidumbre. Supone decisiones y el riesgo de las indecisiones, porque decidir es un ejercicio que fortalece la libertad. O sea, amigos, que nadie nos da la libertad ni nos la quita, es cada uno quien la construye o la destruye.
Ser libre, lo mismo que ser ético, es tarea de todos los días porque la ética y la libertad siempre están en construcción, y en ese trabajo nadie nos puede reemplazar.
Cuando llegué a ese punto entendí que en esa hipersensibilidad de los periodistas ante todo lo que puede afectar la libertad de prensa, hay algo falso, algún ladrillo suelto.
Creí ver en esa actitud un camino de fuga, el de quien señala un culpable para eludir la propia responsabilidad. Los gobiernos, los gerentes, las agencias de publicidad, las empresas, no nos dan la libertad con sus pautas o patrocinios. Su deber es no estorbarla.
Lo nuestro es hacerla más fuerte cada día con actos de decisión que son los que vinculan al ser libre con el ser ético.
Como el que asciende por una montaña que, a medida que avanza, puede tener ante sus ojos un horizonte más amplio, al adelantar en el estudio y la reflexión sobre la ética, tenía la alegre sensación de conocer más.
En todo lo que hemos hablado han sido escasas las referencias hechas a los códigos de ética, a pesar de que es muy común la asociación códigos- ética. Aunque son instrumentos útiles como recursos mnemotécnicos, un mal uso de los códigos empobrece la ética y, sobre todo encorseta con la rigidez de las normas una expresión de la libertad. La ética se resiste a ser tratada como pieza de museo; puesto que es algo vivo y de un gran dinamismo no se deja reducir a la condición de un ser inmóvil y muerto. Es algo vivo, siempre en crecimiento y desarrollo. En consecuencia, los humanos somos éticos como un ejercicio de nuestra libertad. Más aún, la ética corona la aventura humana de ser libres.
Lo veía así Kant al hablar de la persona ética como “legisladora de sí misma” que no reconoce más leyes que aquellas que lee en su propio corazón. Expresiones que guardan, como un eco, las de Aristóteles quien al definir lo ético lo vio como “obediencia a la propia naturaleza”.
Vuelvo a Kant para recordar que, según él, hay dos clases de humanos. Los que obran bien bajo la presión que les viene de fuera en forma de amenazas, premios, órdenes de autoridades. Mandatos de reglamentos, tablas de mandamientos o inminencia de castigos. Estos, anota el filósofo, tienen alma de esclavos.
Los otros, los que obran bien por su propia iniciativa, por mandato de su voluntad, esos son los hombres libres.
Al fortalecer con sus acciones su conciencia ética, el humano desarrolla su libertad de modo que se conforma un círculo virtuoso: soy ético para ser libre, pero soy libre porque soy ético. Ética y libertad se necesitan y entrambas se fortalecen.
Esta conexión de la ética con la libertad explica porque no es cuestión de claves, ni de fórmulas el ser ético. En ética no hay palabras últimas, porque siempre son previsibles en ella el crecimiento y lo nuevo.
Hay un compromiso de crear, que estimulan los deberes éticos que, al proponer situaciones extremas, estimulan la creación de respuestas. El ser ético y libre está reinventándose siempre.
La libertad es imposible sin la ética y ésta, a su vez, se vuelve imposible sin la libertad porque una y otra tienen el mismo objetivo: buscar la excelencia del ser humano.
Escribo esto, releo y caigo en la cuenta de que ha aumentado la claridad sobre la naturaleza de lo ético.
Debo a los colegas de Fopea, el Foro de Periodistas Argentinos, otra luz que le dio una claridad deslumbrante a mi idea de lo ético
La utopía
Trabajábamos en un taller sobre el tema y nos habíamos propuesto – como resultado del taller- redactar un proyecto de código ético para los periodistas de Argentina. Cuando tuvimos el texto lo examinamos en grupo. Siguiendo la costumbre, el código había sido redactado en clave de NO. De inmediato y recordando las reflexiones que habíamos tenido sobre la ética como propuesta, como formulación de lo mejor que había en cada uno y como voluntad de hacer reales esos posibles, acordamos hacer una nueva redacción en clave de SI: en vez de prohibiciones, propuestas; antes que negar, afirmar y en vez de cerrar caminos, abrirlos.
Fue una sensación de hallazgo, de riqueza compartida, la que tuvimos al leer el nuevo texto y, lo más memorable, la reflexión colectiva sobre una ética que en vez de mandatos y prohibiciones estimulaba la creación de una utopía. Esta fue una palabra que tuvo para todos una reverberación mágica. Utopía, la palabra con que nombró Tomás Moro la isla de su novela y que nació de dos palabras griegas, la negación U y topos, lugar. Lugar que no existe pero que debe ser creado
Otros entienden la utopía como lo imposible que se teje con la lana de los sueños y que puede tejerse en la noche y destejerse en el día, al contrario de la rutina de Penélope. Según esta definición pesimista la utopía deja vacías las manos y oscura la vida. Para Moro en cambio la utopía es el nombre de esa voluntad permanente de cambio, esa interminable insatisfacción con lo que uno es porque siempre se tiene presente lo que se debe ser. Es destejer la realidad, para tejer el deber ser.
En ese marco de la utopía nace la ética; es un proceso de crítica de lo existente que da lugar a una construcción que nunca termina. La ética es, pues, una utopía, un dinamismo de insatisfacción y de búsqueda que no deja espacio ni para la autosatisfacción ni para el regodeo en lo que uno cree ser, que mantiene la conciencia a la espera de lo real verdadero.
La utopía tiene como materia prima los posibles que circundan a los humanos. El hombre es un ser posible; es la convicción que late en las más ambiciosas de las empresas humanas, Creí sentir eso cuando veía en la televisión una de las competencias olímpicas. En este caso era una atleta rusa que con su garrocha se impulsó y comenzó su ascenso como si volara. Pienso que en ese momento una buena parte de la humanidad contuvo la respiración y solo tuvo ojos para mirar la línea del tope alcanzado en las anteriores olimpíadas; la vimos alcanzar esa línea y lo gozosamente sorprendente: la cruzó y la dejó debajo de su cuerpo que se arqueaba en el aire. Cuando inició el descenso lo hizo entre una salva universal de aplausos. Esa mujer había hecho lo que nadie antes y nos hizo sentir triunfadores a todos en nuestro sueño de ir siempre más allá.
Es una vocación humana, la de estar sobre sí mismo. Ha sido el sueño de siempre. Séneca habló de los esforzados hombres que hallaron en ellos el ímpetu para subir en hombros de sí mismos. Retomó esa figura san Buenaventura cuando admitió que cualquiera fracasaría si no se encaramaba sobre sí mismo. Nietzche dijo lo mismo a su manera. Se veía, dijo, por debajo de sí mismo. Debo estas citas a José Antonio Marina en su Ética para náufragos.
Ha sido un sueño de los humanos que Peleo formuló a su hijo Aquiles cuando le ordenó: “Sé siempre el mejor”.
El hombre: un ser posible
Los humanos somos seres posibles que en el dinamismo de nuestro espíritu contamos con la energía que nos lleva a hacer reales nuestros posibles.
La ética griega tuvo como referente los héroes descritos por Homero en la Ilíada. Las virtudes de estos hombres fueron el borrador que calcó la ética griega para trazar la estructura espiritual del humano que debe ser; los romanos vieron ese ideal encarnado en los guerreros que regresaban triunfantes para mostrar a los romanos agolpados en plazas y avenidas que sí era posible el sueño del hombre perfecto; la iglesia, al destacar a sus santos proclama ese mismo sueño; después vendrá la universidad orgullosa de sus científicos y escritores; en nuestro tiempo los ojos se han concentrado en los astronautas, en los campeones, en las luminarias de la pantalla; siempre hemos perseguido la utopía del hombre perfecto, ambición de la humanidad.
Se puede decir que la utopía y la ética nacieron como hermanas gemelas en los campos de batalla descritos por Homero. Sentía el viejo vate que alrededor de las murallas de Troya florecían la justicia, la bondad, la valentía y hasta la misericordia. Citaba Harold Bloom, el crítico literario neoyorquino a Bruno Scull: “un hombre es un campo de batalla de fuerzas arbitrarias y de poder, sobrenaturales”.
Nacidos para la excelencia
Animando esas fuerzas, iluminado por ellas, el ser humano revela su vocación por la excelencia.
Esta fue la nueva luz que iluminó la larga búsqueda de lo ético.
Todos nacemos éticos, en todo ser humano alienta esa vocación por la excelencia. Lo natural es que el ser humano quiera hoy ser mejor que ayer y mañana mejor que hoy. Su vida es una interminable búsqueda de la excelencia y la ética es la energía interna que le mantiene esa insatisfacción con su presente y esa ambición de llegar a ser excelente. Cuando llegamos a esa conclusión entendemos que la ética es eso, una energía interior que nos impulsa a la excelencia; también entendemos que la ética no tiene que ver con la corrupción, ni con la violencia porque estos son asuntos de jueces y de policías; en cambio, la ética tiene que ver con lo mejor de los seres humanos, para estimularlos; que la ética activa lo mejor que hay en nosotros; por eso mantiene abiertos los ojos del espíritu para recordar que el humano perfecto que habita en cada hombre siempre es posible. Reúno todas estas luces y logro, como los antiguos que leían mensajes en las constelaciones, descifrar como suma de todas esas luces la realidad de la Ética.
La ética, en consecuencia, hace ver que en toda crisis hay una oportunidad. Ante el imperio de la postverdad con su cortejo de falsedades, mantiene viva la pasión por la verdad; ante la fuerza destructoras del odio muestra que son posibles el perdón, la fraternidad, la comprensión y la tolerancia.
Ante el pesimismo y la tristeza que impulsan a la resignación y el derrotismo, la ética pone de presente el poder de la esperanza y el de la reacción ante el mal.
Puedo asegurarles que en este largo recorrido en busca del rostro de la ética, he llegado a verla como una guía insomne dispuesta a mostrarnos lo mejor de nosotros mismos como argumento de que la excelencia profesional y personal está a nuestro alcance. Esa es nuestra vocación como seres humanos.
Los próximos diez años
¿Qué cómo será la ética de los periodistas en los próximos diez años?
Como fue hace diez o cien años, con las diferencias o énfasis que imponían las épocas.
A los que imprimieron las primeras biblias, el sentido ético les impuso un vivo sentido de la responsabilidad y se preguntaron por las consecuencias que sobrevendrían si dejaban este texto en todas las manos. Concluyeron que no todos estarían en capacidad de entenderlo y aparecieron las biblias encadenadas.
Los valores esenciales necesarios para prestar el servicio público de la información han permanecido y permanecerán en proceso de desarrollo: compromiso con la verdad, independencia, responsabilidad para con la sociedad.
La tecnología digital, como si les hubiera puesto una lupa a esos valores, los ha sobredimensionado. Puesto que esta tecnología ha puesto en nuestras manos un poder como nunca antes, ha ampliado las fronteras de nuestra responsabilidad según el axioma ético de que a más poder mayor responsabilidad.
Compromiso con la verdad
Puesto que, en el reinado de lo digital, el fenómeno de la postverdad fue señalado como uno de sus efectos, la conciencia ética activó sus defensas, y el compromiso con la verdad ha tenido una intensidad superior a la que había tenido antes. Tiene el valor de un símbolo, la multiplicación en las redacciones de los comprobadores de datos; se ha entendido que la verdad tiene que ser defendida como el valor que da dignidad e influencia a los medios y confianza a la sociedad. Un grupo de 11 diarios de América ha firmado un pacto contra las noticias falsas, 17 entidades – universidades, fundaciones, organizaciones periodísticas de 10 naciones reunieron inicialmente un fondo de 14 millones de dólares para apoyar “la iniciativa para la integridad de la noticia”, aparecen páginas completas en los medios para denunciar las falsedades de políticos y funcionarios. Se percibe una movilización en defensa de la verdad y para proteger de la mentira a la sociedad; estado de alma que hacia el futuro hace prever la aparición de una conciencia más sensible hacia la verdad. A medida que políticos y gobiernos se valen de la mentira para producir votos y adhesiones, la población está descubriendo la fuerza protectora y dignificadora de la verdad.
La independencia
Y se prepara un futuro distinto sobre el valor ético de la independencia. Como no sucedía en el pasado, los lectores valoran la independencia de los medios y de los periodistas hasta el punto de que mientras crecen las suscripciones disminuye la publicidad como lo comprobaron, sorprendidos, los editores del NYT y lo lograron los periodistas de Mediapart, el periódico digital francés que suprimió la publicidad como fuente de financiación y concluyó que el único dinero limpio para un periódico es el que procede de la suscripciones porque protege, como ningún otro dinero, la credibilidad del periódico.
Es un valor que, golpeado por los ingresos escasos de diarios que pagan mal a sus periodistas y cohabitan con empresas y empresarios acaudalados, sobrevive a la sombra de una persuasión creciente: hoy los lectores buscan en la plataforma que sea la información que les inspire confianza y esto es lo que da al periodismo independencia. Al extenderse esta convicción, todo indica que en el futuro este valor ético será una garantía para periodistas y suscriptores.
El rol social
En el horizonte del futuro aparece otro signo ético en alza, el de la responsabilidad de los periodistas con la sociedad. Si dijera que en el inmediato futuro el cambio se dará cuando el periodista que hoy subestima la importancia de su rol en la sociedad, reducido al de redactor de los hechos que suceden, sin más propósito que el de hacer circular su medio y de entretener a lectores apresurados con historias sorprendentes; desde esta pobre visión hasta la de liderar y guiar a la sociedad en que su trabajo tendrá un peso político, si digo eso, sé que en muchos la reacción será de incredulidad o de rechazo, ante la posibilidad que allí se enuncia de que el periodismo llegue a ser una pobre versión de lo político y los periodistas unos competidores de los políticos.
Por tanto, dejo a un lado las teorías pesimistas para abrirles paso a los hechos.
En mi país solo hemos tenido en los últimos tiempos un dictador, un militar que depuso al presidente democráticamente elegido a mediados del siglo XX y que, invocando la causa de la paz, asumió el poder presidencial con un desvaído pero real apoyo, incluso de la prensa.
Cuando esperaba una reelección, convencido del poder acumulado, un periodista inició una campaña contra él en su columna de opinión. Este hombre se valió del frágil instrumento de la palabra escrita, que es nuestra herramienta, para abrirle los ojos al país e impedir que cayera en la oscuridad de la resignación; convocó a un paro general que inmovilizó la actividad nacional y unificó la población.
Alberto Lleras Camargo enfrentó así el poder del dictador y lo obligó a renunciar sin disparar un tiro. Y demostró que la actividad de la prensa moviliza un poder político que, sin embargo, no se utiliza por temor a la intervención corruptora de políticos y de partidos. La acción de este periodista, después ungido como presidente, fue reconocida por el presidente Carlos Lleras: “su prosa ágil, impecable, expresiva tiene el mérito de haber sido vehículo para producir en el país grandes cambios y educar a los ciudadanos y el de sentar principios de convivencia política y social.”
Todos recordamos otra gesta política y periodística que obligó al presidente Richard Nixon a renunciar a la presidencia de Estados Unidos. Las investigaciones de Watergate del Washington Post, tuvieron una fuerza política que creó un hecho político en Estados Unidos.
Recreo en mi memoria estos hechos y otros similares para concluir que en la información periodística existe un potencial político desaprovechado, que no ha sido puesto al servicio de la sociedad. Prejuicios y temores aparte, y con plena conciencia del cambio que se está operando en nuestro presente, turbulento y enigmático, se puede esperar para el futuro un desarrollo de esta posibilidad, la del periodismo guía y líder en la sociedad, que será el desarrollo y aplicación del valor ético de la responsabilidad sobre el poder de la información aplicado al bien de la sociedad.
La ética profesional, con su poder para desarrollar lo mejor que hay en nosotros y en nuestra profesión, está actuando desde hoy como fuerza constructora del futuro, y utilizo una expresión luminosa del profesor Lorenzo Gomis, porque el presente es un futuro que comienza.
Foto: Universidad Menéndez Pelayo
Fuente: Fundación Gabo