martes, 13 de enero de 2009

Eduardo López, el feo

-Quiero ser periodista –dije y no tenía más de cinco años. -¡Qué vas a ser periodista, vos! Si en el pueblo nunca vimos uno de cerca –dijo papá. Tenía razón. En el pueblo había dos almaceneros, dos panaderos, el del banco, el del ferrocarril, el jefe de correos y las maestras. También estaba él, que era fotógrafo. Había un cura, una puta, muchos chacareros, varios albañiles, un médico. Pero periodistas no había.
Por: Osvaldo Bazán
-Quiero ser periodista –dije y no tenía más de cinco años.
-¡Qué vas a ser periodista, vos! Si en el pueblo nunca vimos uno de cerca –dijo papá. Tenía razón.
En el pueblo había dos almaceneros, dos panaderos, el del banco, el del ferrocarril, el jefe de correos y las maestras. También estaba él, que era fotógrafo. Había un cura, una puta, muchos chacareros, varios albañiles, un médico.
Pero periodistas no había.
No sé de dónde lo saqué, pero yo quería ser periodista. Después, con el tiempo que todo lo acomoda, conocí a mucha otra gente que también quería ser periodista. Nos juntamos en los cafés cercanos a la facu, en 44 y 8, en La Plata. A un tiempo conocí a una Madre de la Plaza y fui a un recital de rock nacional. Conocí a una chica que buscaba a su marido desaparecido, un pibe con un porro me dio un beso y un viejito anarquista me habló de Diego Abad de Santillán.
Se iba haciendo más claro eso de por qué quería ser periodista. Porque había cosas que alguien tenía que contar. Porque yo quería contarlas. Porque todos queríamos estar ahí para contarlas. Nos sentíamos necesarios, vitales, importantes. Porque cuando la gente supiera esas cosas que nosotros teníamos para contarle, iba a ser menos vulnerable, iba a ser más feliz. La gente. Y yo.
Siguió pasando el tiempo, muchos periodistas, algunos son mis mejores amigos. Todos nosotros sabemos que es imposible tener otra profesión. Ponemos cara, pero no entendemos que alguien quiera ser gasista, mucho menos ingeniero hidráulico o técnico dental.
Periodistiqueamos de lo lindo, arreglamos todos los mundos todo el tiempo, tenemos fuentes y off de récord, y la locutora y la correctora y el de la agencia y el de prensa.
Gacetillero es un insulto y un buen título, un orgasmo. Nos odiamos, nos queremos, nos envidiamos. Sabemos que trabajamos para empresas que muchas veces no tienen nada que ver con nuestros intereses. Y sabemos que a veces trabajamos para cualquiera. Nos justifica vivir en el capitalismo donde nadie elije a su jefe. Vos tampoco, así que no me corras. Aprendimos a defender la dignidad, con subidas y bajadas, como vos, como todos.
Muchas veces los dueños de los medios donde trabajamos no entienden nada de periodismo. No es tan grave que no leviten en el cierre, que no se les llene el alma de mística ante una primicia redonda y sonora; lo grave es cuando desprecian nuestra función. Cuando desprecian la libertad, cuando sus negocios son turbios y sólo necesitan de apoyo mediático para sus aventuritas groseras.
En Rosario el tipo se llama Eduardo López y varios de los mejores periodistas que conozco vivieron estos años atados a sus caprichos. Historia resumida: el diario La Capital compró a su naciente competencia (no soporta la palabra), El Ciudadano, para vaciarlo. Una vez vacío, se lo dejó a López en un intercambio de favores. Ya no había competencia. Monopolio La Capital triunfaba una vez más. El ciudadano, con destino ceniciento. Así López tuvo su diario. Por negociaditos berretas, menores. Hoy se disipó su poder y el de sus amigos y el diario agoniza pero hay un puñado de los mejores periodistas que conozco que no lo van a dejar caer.
El tipo, López, es feo de alma fea, feo de puro desangelado. Es feo de barra brava, de timba sin permiso, de cheques rebotados, de maquiavélicos enjuagues demostrados incluso ante una Justicia que más de una vez se quitó la venda a su pedido, es feo de descontar a sus empleados una plata que nunca puso en el fisco, es feo de lo peor que un puede ser en esta única vida: es feo de violencia y miedo.
Sólo con cinismo puro Eduardo López es dueño de un diario que se llama El Ciudadano. Catorce años fue mandamás de Ñuls. Lo echaron a patadas. Les costó sangre, sudor y lágrimas. El nuevo presidente dice que hoy el club es Kosovo. Hay una deuda de 1.454.000 pesos al banco Municipal de Rosario, con categoría incobrable, pero todos saben que eso es nada al lado de la deuda verdadera, incalculable. Hay una denuncia de la Administración Federal de Ingresos Públicos por apropiación indebida de títulos, como presidente del club. Y más denuncias.
Es dueño de un diario pero amenazó y le hizo juicio a un periodista –Carlos del Frade- que tuvo el mal gusto de investigarlo. Es dueño de un diario pero amenazó con un te voy a buscar y te voy a encontrar a los de la revista El eslabón, que lo fotografiaron en tribunales.
Es dueño de un diario pero nunca, nunca, nunca, será periodista.
Menos aún un ciudadano.
Los colegas de El Ciudadano de Rosario hoy intentan seguir trabajando de periodistas, porque Eduardo López es una contingencia menor, un manchón de sangre y apriete, un dolor de huevos.
Los periodistas sabemos que hay que seguir contando esas cosas de las que nos enteramos. Para ser menos vulnerables. Más felices. Y ciudadanos.

Fuente: Crítica de la Argentina

Imagen: tapa de la última edición de El Eslabón

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