A las 19.30 horas, una llamada telefónica recibida en la emisora de radio Al Qds es tajante en su amenaza. “Tienen cinco minutos para desalojar el edificio antes de que sea bombardeado.” Uno de sus locutores sube corriendo desde el séptimo al noveno piso del edificio Shaua Hosary, sede de la mayoría de los medios de comunicación que trabajan en Gaza y en la que se encuentra la Agencia palestina Ramatan.
Por: Alberto Arce, Cooperante de la ONG Free Gaza
Es el único lugar desde el cual existe la posibilidad de emitir imágenes vía satélite de lo que aquí sucede, además de ser el centro neurálgico del trabajo de la prensa local, tanto escrita como televisiva o radiofónica.
Inmediatamente, los redactores, cámaras y editores recogen sus equipos y corren escaleras abajo. Al mismo tiempo, comprueban que nadie se quede atrás. Una familia se apiña en el ascensor: padre, madre y cinco hijos. Shohdy Al Kashif, director de Ramatan, trata de comunicarse con el ejército israelí. Sus esfuerzos resultan infructuosos. No hay respuesta. Buscan un edificio alternativo donde esperar y avisan también a todos los vecinos.
Se trata de una imagen demasiado repetida: mantas, bolsas de plástico, abrigos sobre los piyamas y, cuando es noche cerrada y los aviones sobrevuelan la ciudad, nadie se atreve a caminar demasiado. Mucho menos en grupo. En un par de ocasiones, las explosiones suenan cercanas y todos se agachan. Obviamente, los camarógrafos nunca dejan de grabar. Uno de ellos, Mahmud Al Bayed, está atrapado en una esquina de la oficina, con un colchón, desde hace más de una semana. Su casa esta en Khan Yunis, al sur de la Franja, en una zona de imposible acceso. Bromea. Mientras todo el mundo corre, él realiza el ademán de llevarse también su colchón.
“Trabajamos mientras esperamos la muerte en cualquier momento. Pese a que escondemos el miedo, esperamos que un cohete nos sorprenda y termine con nosotros. Hoy estaba grabando frente al Consejo Legislativo Palestino y el camarógrafo tenía mucho miedo. El edificio ya fue bombardeado, pero pueden volver a atacarlo en cualquier momento. En muchos lugares tenemos cobertura telefónica, pero no podemos acercarnos a muchos de los lugares bombardeados para recoger testimonios e imágenes, porque Israel ataca en repetidas ocasiones el mismo objetivo.
Así es casi imposible trabajar”, explicaba ayer, envuelto en una manta, Sami Abu Salem, redactor de Ramatan. “Perdona, voy a llamar a mi mujer antes de que se entere por otro medio y se asuste”. En la calle, Akram Al Zatari, el corresponsal local de Press TV, mantiene una conversación telefónica con Tel Aviv.
Tima, del Canal 2 de la televisión israelí, le pide unas imágenes. Akram no le hace caso y le pide, en un tono cada vez más airado, que llame por teléfono a su ejército y le exija que les permita volver al edificio, mientras le explica que en estas condiciones es imposible trabajar. Tima trata de buscar alternativas para el envío de las imágenes a través de internet. Se niega a comprender que la persona con la que habla está en medio de la calle, sin luz, sin computadora y, además, muerta de miedo. Es el único periodista local que maneja el hebreo con fluidez. Akram termina por colgar el teléfono, muy enojado. “Yo creo que es una falsa alarma. Pero se trata de una guerra psicológica. No podemos ignorar la llamada aunque no nos la creemos”.
Según Ahmad Dalul, productor de noticias, no es necesario asustarse tanto. Siempre hay alguien que mantiene la tensión. “Ha sido un colaboracionista o algún israelí aburrido, no creo que el ejército sea tan incompetente”.
Zaher, el chico que hace té y café continuamente para todos, aprovecha el tiempo para probarse el chaleco y bromear. Todos los presentes se sacan fotos de grupo. Una hora después, cuando el aburrimiento y el frío han hecho mella en el miedo y en las ganas de bromear, Wasem, el productor de Al Jazeera, toma la iniciativa y decide regresar. “Si Al Jazeera regresa, nosotros no vamos a ser menos. El octavo piso es igual de seguro que el noveno”, comenta Sami, al discutir con varios compañeros sobre su regreso al trabajo.
Desde el gran ventanal en el que está situada la cámara fija que maneja Mahmud, se graba la panorámica de los campos de refugiados del norte. A las 21.30 todos se agolpan sobre los monitores. Los helicópteros lanzan bolas de fuego que iluminan Jabalia. Espectaculares fuegos artificiales de destrucción. No hay cobertura, imposible saber qué sucede.
Akram se despide con el chaleco antibalas en una mano y el casco en la otra: “Voy a ver qué pasa. En una hora estaré de vuelta, si Dios decide proteger mi vida”. Basel Faraj, camarógrafo de la televisión argelina, Ehab El Whaid, de Palestine TV, Alla Mortaja, de Radio Alwan, y Omar Silaui, de Al Aqsa Tv, ya han muerto. Israel no quiere testigos, pero un grupo de testarudos periodistas locales se ha empeñado en seguir trabajando para contar al mundo lo que pasa.
Fuente: Miradas al Sur