La compra de periodistas resulta uno de los rubros más caros de las campañas. El 91% de casi mil periodistas encuestados conocía conductas antiéticas de sus colegas. Ilustración: N. Palacios
Por: Hugo Alconada MonAlgunos manuales aún definen al periodismo como un “cuarto poder”. O como el “tábano” que pica al caballo, que lo molesta, que lo irrita incluso, y que lo obliga a moverse, a ser mejor. Pero en la práctica, muchos periodistas actúan como agentes de propaganda o callan cuando algo de los sótanos sale a la superficie. Por eso, la compra de periodistas resulta uno de los rubros más extendidos y caros de las campañas electorales, y por eso sobran también los periodistas procíclicos, que cuelgan medallas al campeón y lo patean cuando ya está caído. Sentado frente a un ministro de la gobernadora María Eugenia Vidal en un bar del centro platense, un conocido periodista de la televisión argentina fue directo al grano.
“Quiero una guita por mes”, dijo.
El ministro intentó esquivar el toro. O más llano, “hacerse el boludo”. “No sé de qué me estás hablando. Yo no manejo esos temas”. Pero el periodista ya estaba lanzado.
—Raro. Porque el que antes ocupaba tu mismo cargo sí la ponía, todos los meses –le espetó en plena transición del sciolismo.
—Mirá, yo no sé cómo habrás arreglado con el gobierno anterior, pero conmigo no.
—Creo que no entendiste. A mí me da igual si la ponés vos, si la ponen a través de un área de la gobernación o por medio de la SIDE, pero si no quieren quilombo, hay que ponerla –resumió.
¿Testigos? El vocero del ministro y el productor general del periodista, que por supuesto callarán en público.
En términos cuantitativos, hay pocos datos certeros sobre la situación de la ética periodística general, aunque los indicios ofrecen un panorama desolador. El 91% de los casi mil periodistas encuestados en 2011 por la consultora CIO para el Foro de Periodismo Argentino (Fopea) respondió que conocía conductas antiéticas de sus colegas.
Esa misma encuesta detectó un problema subyacente: los periodistas cobraban salarios paupérrimos que obligaban a la mitad de los encuestados a tener un segundo empleo. En ciertos casos porque las empresas periodísticas no podían pagar mejores salarios (y menos pueden ahora, siete años después); y en otros casos, porque padecían un fenómeno que en el oficio se conoce como la “privatización”, “tercerización” o outsourcing de los salarios. Es decir, que la empresa X paga bajos salarios y mira para otro lado mientras el empleado, chapeando con que trabaja para X, pasa la gorra entre políticos, empresas o, en el caso de la sección Deportes, técnicos, dirigentes y representantes de jugadores de fútbol (...).
Antes y después, las sospechas acerca de “sobres” para periodistas rodearon a la ex SIDE. Desde los tiempos de Menem y hasta la actualidad, con Mauricio Macri, pasando por todos los ocupantes de la Casa Rosada: De la Rúa, Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, quienes siempre lo negaron, es justo aclarar, de manera furibunda.
Por arriba de los sótanos, esos mismos presidentes recurrieron al reparto discrecional de la publicidad oficial como una forma más sofisticada –y por momentos arbitraria– de definir premios y castigos con prescindencia del rating, la circulación o el “share” de la audiencia, o el apego a una política pública basada, por ejemplo, en la decisión de apoyar el desarrollo de medios pequeños e independientes o del interior del país:
• Entre 2009 y 2015, los diez grupos de medios más beneficiados fueron Veintitrés (Szpolski-Garfunkel, con 814,9 millones de pesos), Albavisión-Canal 9 (Remigio González, 384 millones de pesos), Telefe (331,1 millones de pesos), Uno (Vila-Manzano, 311,1 millones de pesos), Página/12 (248,1 millones de pesos), Grupo Clarín (219,4 millones de pesos), Grupo Indalo (Cristóbal López, 158,6 millones de pesos), Grupo Crónica (Olmos, 140,3 millones de pesos), Diario Popular (Fascetto, 139,7 millones de pesos) y Ambito Financiero (Orlando Vignatti, 106,6 millones de pesos).
• Al cabo del primer año de gobierno de Mauricio Macri, el listado registró cambios cualitativos. Primero quedó el Grupo Clarín (519 millones de pesos), luego Telefe (ya en manos de Viacom, 171,5 millones de pesos), Grupo Indalo (165,9 millones de pesos), Grupo América (Vila-Manzano, 133,4 millones de pesos), SA La Nación (118,7 millones de pesos), Grupo Crónica (107,9 millones de pesos), Albavisión-Canal 9 (65 millones de pesos), Radio y TV Argentina (57,4 millones de pesos), Diario Popular (53,1 millones de pesos) y Google (48,5 millones de pesos).
• Ya en el primer semestre de 2018, los números cambiaron otra vez. El Gobierno gastó 654 millones de pesos en publicidad oficial durante los primeros seis meses del año; es decir, 60% menos respecto al mismo período del año anterior, cuando se iniciaba la campaña para las elecciones legislativas. ¿Lo más curioso? Mientras que la mayoría de los medios registraron una baja de ingresos por publicidad acorde a ese recorte, el canal C5N –sin contar al resto del Grupo Indalo, de Cristóbal López y Fabián de Sousa– subió de 5 millones a 9,44 millones de pesos; y Página/12 –también sin contar al resto del Grupo Octubre–, de 3,2 millones a 9,66 millones de pesos.
Porque cuando del mundo de la comunicación se trata, la dinámica excede a los periodistas y también abarca a los medios de comunicación y a sus dueños, aunque algunos prefieran olvidar tiempos pasados, del mismo modo que prefieren callar incómodas realidades presentes.
Porque no son pocos los funcionarios de extrema confianza del presidente Mauricio Macri, sin ir más lejos, que se quejan de las prácticas “extorsivas” de muchos empresarios de medios, tanto de la Ciudad de Buenos Aires como del interior del país, del mismo modo que deslizan que el poderoso dueño del Grupo Clarín, Héctor Magnetto “ya no pide; ahora exige” todo aquello que pretende obtener.
Nada distinto, según los memoriosos, de la impronta que ya mostró Magnetto en los años ochenta, en una de sus reuniones con el entonces presidente, Raúl Alfonsín. Según el recuerdo de dos testigos, el jefe de Estado quiso lisonjear al factótum del Grupo Clarín reconociendo su plusvalía como “cuarto poder de la República” y chocó con una respuesta inesperada, planteada sin soberbia, sino como una realidad evidente. “No, presidente, nosotros somos el primer poder”.
Curioso. Porque si esa anécdota la cuentan desde el círculo íntimo de Alfonsín, los menemistas de paladar negro cuentan un episodio similar. Dicen que Carlos Menem en un momento le preguntó a Magnetto si acaso él quería ser presidente. “No. Ese es un puesto menor”, le adjudican la respuesta. Y a Cristina Fernández de Kirchner le enrostró otra similar. “Para qué quiero ser presidente si donde estoy tengo más poder”.
“Eso pudo ocurrir, sí, pero con una salvedad, según le reconocen a Magnetto algunos de sus críticos actuales. Cuando los gobiernos de Menem y de los Kirchner lo tentaron con el oro y el moro a cambio de su apoyo a la reelección ilimitada de unos y otros, el cerebro del Grupo Clarín se negó. “En otros aspectos no, pero en eso aún tiene límites cívicos”, le remarcó uno de sus más acérrimos rivales empresarios de medios de las últimas dos décadas a este autor (...)
En cuanto a los periodistas –no ya los medios–, la pauta oficial de 2009 a 2015 mostró ciertas tendencias sintomáticas. Figuraron las productoras de Roberto Navarro (14,7 millones de pesos), Mauro Viale (13,8 millones de pesos), Jorge Rial (13,3 millones de pesos), Antonio Francisco Novas (Grupo Szpolski-Garfunkel, con 7 millones de pesos) y Javier Carlos “el Profe” Romero (4 millones de pesos), entre otros.
El reparto cambió por completo durante los primeros dos años presidenciales de Macri. Giró casi 6 millones de pesos a las productoras de ciclos periodísticos, señales de cable y webs personales de Luis Majul (La Cornisa Producciones, 2,2 millones de pesos), Joaquín Morales Solá (JMS y Asociados SA, 1,1 millones de pesos), Alfredo Leuco (L y M Producciones SRL, 940 mil pesos), Luis Novaresio (Comunicación Publicitaria SRL, 830 mil pesos) y Marcelo Longobardi (LRH Producciones SA, 750 mil pesos), entre otros.
¿El reparto de publicidad oficial implica necesariamente el silencio cómplice o la buena voluntad del medio o del periodista? No. Eso depende de la línea editorial y de la ética propia de cada medio o periodista.
¿El reparto de publicidad oficial implica necesariamente que quien distribuye ese dinero busca ese silencio cómplice o esa buena voluntad del medio o del periodista? Tampoco. Eso también depende de los criterios y de la ética de cada funcionario o área de gobierno.
Porque los grandes profesionales del periodismo son eso: grandes profesionales, ejemplos de honestidad, contracción al trabajo y seriedad. Pero hay algunos cuyo mejor trabajo es aquel que nunca salió al aire ni se publicó jamás… pero les permitió apretar y recaudar. Tal y como ocurre con ciertos legisladores, cuyos mejores proyectos nunca fueron ley… pero también les permitieron apretar y recaudar. “Muchos periodistas mantienen un sano espíritu crítico y un saludable instinto de investigación”, dividió las aguas uno de los columnistas dominicales del diario La Nación, Jorge Fernández Díaz. “Pero otros colegas, que recibían bajo la mesa dinero del justicialismo y a quienes no solo se les cortó el chorro, sino que además se les redujo la pauta publicitaria, se preguntan dos o tres veces al día por qué pensar en el país, si el país no piensa en ellos. Somos tan argentinos”.
La misma confusión se repite entre los anunciantes. Múltiples empresas y empresarios creen que comprar espacios para publicidad en un medio de comunicación, programa de tele o de radio, website o blog de un periodista conlleva comprar el silencio cómplice o la buena voluntad del periodista o del medio, del mismo modo que creen que contratar un vocero externo o lobista o “bolsero” les garantizará el silencio mediático. Falso. Aunque a menudo esos mismos operadores son los que alimentan ese engaño, llegan a decir frases como “yo controlo a 400 periodistas” y les sacan fortunas al pagador que cree, ingenuo, que son para el medio o el periodista, pero que en realidad nunca llegan a ese supuesto destinatario sino que quedan en el bolsillo del intermediario.
Otras veces, sin embargo, eso sí ocurre. Hay periodistas que cobran para decir que llueve cuando brilla el sol. O para hablar de cualquier otro tema salvo de la incómoda noticia que afecta a quien libró el cheque. O para atacar al político o juez o fiscal o medio o periodista que dejó mal parado al pagador, en una táctica tan antigua como la humanidad. Se llama argumentación ad hominem. El objetivo es sencillo: que se hable de otros temas; y si es imposible, al menos “matar al mensajero”. Saben que en tiempos de posverdad, grieta y tribalismo, las audiencias creerán aquello que quieran creer y buscarán cualquier dato o excusa para defenestrar la información que las incomode (...).
¿Quién considera que es, en última instancia, el responsable de la situación actual?, les preguntaron las consultoras D’Alessio IROL y Berensztein a 1.077 mayores de edad de todo el país, en mayo de 2018, cuando despuntaba una corrida cambiaria, en un contexto de inflación y retorno al Fondo Monetario Internacional (FMI).
El 68% de quienes votaron a Cambiemos en el ballottage de 2015 responsabilizó al kirchnerismo; el 14% responsabilizó por partes iguales a Cambiemos y al kirchnerismo y el 18% restante al gobierno actual.
Por el contrario, entre quienes votaron al Frente para la Victoria (FpV) en la segunda vuelta electoral de 2015, solo el 9% responsabilizó al gobierno anterior, apenas 8% repartió las culpas por partes iguales y el aplastante 83% señaló a la gestión de Mauricio Macri. La tendencia es a leer, escuchar y mirar aquello que reforzará las creencias previas y a desechar o incluso defenestrar el resto. Y aquellos que pagan y los periodistas que cobran lo saben.
Claro que no todas las empresas ni empresarios piensan así. Pero muchas, sí.
Como Odebrecht. Pagó a periodistas por su silencio o incluso por su cobertura favorable, tanto en Brasil como en otros países. Entre ellos, Perú. ¿Y la Argentina? ¿Por qué? ¿Para qué? Porque la premisa general del gigante brasileño era, en primer lugar, esquivar a la prensa como a la peste. Su objetivo primordial era jamás aparecer en los medios, ya fueran relevantes o pequeños portales de internet dedicados a chantajear. Y si eso era imposible, entonces pagaban para que se hablara de la empresa del mejor modo posible.
Porque muchos, demasiados, políticos y empresarios se mueven basados en estas diez leyes no escritas de la comunicación:
1. Como Jano, muévete con dos rostros. Uno, para seducir a los periodistas, elogiándolos (diles incluso que su labor es un servicio a la República). Porque el culto al ego por lo general funciona; en especial si el periodista se creyó ese personaje en el que se convirtió. Pero si eso no funciona, recurre a tu otro rostro.
2. La “familia”: apela al dolor que la publicación puede causar en tu familia, en tus seres queridos; recuerda que estás allí como funcionario para servir a la Patria. Incluso dile al periodista que estás sacrificando parte de tu patrimonio porque tu salario es más bajo que tus ingresos previos en el sector privado; y anticípale, de ser necesario, que estás tan harto del desgaste propio de la función pública que evaluás irte, aunque temes que aquel que te reemplace seguramente sea peor.
3. Martes 13: invocá a los fantasmas pasados; plantéale al periodista que con su trabajo alimenta que vuelvan los anteriores gobernantes, que fueron peores. Como los alfonsinistas, cuando presionaban a los periodistas con que podían volver los militares; o como los kirchneristas, que apelaban al colapso de 2001-2002; o el actual gobierno, invocando el fantasma del retorno K (recurso muy útil si el periodista sufrió con el gobierno anterior, pero ineficaz si el periodista considera que los de ahora mantienen prácticas similares a las anteriores).
4. El acupunturista: si las anteriores técnicas no sirven, busca al editor, jefe de redacción, director o accionista del medio de comunicación donde trabaja el periodista y “opera”. Que ese interlocutor funcione como el punto exacto donde el acupunturista inserta su aguja y bloquea la molestia.
5. El esquí: como el buen esquiador en el slalom, esquiva a los periodistas molestos y recurre a los amigos (incluso del mismo medio) para una cobertura más benigna, aunque esta técnica conlleve un riesgo: cuanto más esquives o silencies, más aumentará la sospecha de que algo ocultas.
6. Amigos son los amigos: si un periodista te pregunta algo incómodo, dile que volverás a llamarlo. Entonces busca a un amigo suyo entre todos los voceros, lobistas y prenseros para que sea él quien lo llame, busque limar asperezas, le hable bien de ti o ruegue clemencia. ¿El riesgo? Como es una técnica muy usada, ya está desgastada. ¿Sugerencia? Debe llamarlo alguien inesperado y que su abordaje sea el más elíptico posible.
7. Déjala picando: nada es más eficaz que plantear una duda; ergo, si te cruzas con un jefe del periodista en el teatro, en un restaurante o en el club house de un country durante el fin de semana, no despellejes al periodista; basta con que siembres una duda, ambigua y no explicitada. Que sea como la gota que horada la piedra.
8. Pauta: usa el dinero del Estado para alimentar prenseros oficialistas y ralear periodistas críticos; es una técnica muy eficiente en tiempos recesivos o en una economía donde conviene más ser empleado público o depender del Estado que trabajar en el sector privado.
9. Redes sociales: los ataques personales y directos en las redes sociales son burdos y contraproducentes; para eso están los trolls y los tuiteros que son más papistas que el Papa. Pero recurrir a las redes sociales para enchastrar, desgastar, ridiculizar o demoler a un periodista solo resulta útil en la medida en que se use con la experticia suficiente; si no, puede obrar en contra de quien quiere ocultar información.
10. Haz como Olaf, el Vikingo: siempre recuerda los tres consejos que el recordado personaje de historieta le dio una vez a su hijo: “Nunca pidas por favor”; “nunca pidas perdón” y… “que nunca te alcancen”. Porque si aplicas las reglas anteriores, más vale que siempre conserves el poder, porque el periodista te estará esperando.
Fuente: Diario Perfil