Por: Juan Cruz Butvilofsky
Tomasi fue un exponente de las graves consecuencias del uso de los agrotóxicos, cuyo veneno provocó una serie de padecimientos a su salud que terminaron con su vida. Además, durante su enfermedad se transformó en un ejemplo de lucha contra el agronegocio y el uso del veneno para la producción de alimentos. Fue protagonista del libro Envenenados, del periodista Patricio Eleisegui, en el cual se relata con crudeza los daños causados por los agrotóxicos para la salud de las personas.
Cinco días estuvo internado pero no logró resistir más. Una neumonía le puso fin a la vida de Fabián Amaranto Tomasi, incansable luchador en contra del agronegocio y las fatales consecuencias del uso de venenos para la producción. De hecho, su historia es quizá el mayor de los ejemplos de la gravedad del uso de agrotóxicos en nuestro país. Si bien había reaccionado bien durante las primeras horas de su internación, Tomasi falleció este viernes pasada las 9 de la mañana en Basavilbaso.
El extrabajador rural que se dedicaba a fumigar y que por causa de la exposición a los agrotóxicos comenzó a sufrir importantes padecimientos a su salud. A medida que avanzó su enfermedad, Tomasi se empoderó y comenzó a denunciar las graves consecuencias de los agrotóxicos. Su militancia sirvió como puntapié disparador para que investigaciones científicas avancen en comprobar las relaciones causales entre el uso de agrotóxicos y el incremento de distintas enfermedades como el cáncer.
Tomasi padecía de “polineuropatía tóxica severa” y esto le impedía comer sólidos. Además, le trajo serias dificultades en la movilidad y reiterados problemas de salud que lo mantenían en un estado de vulnerabilidad extrema. No obstante, el optó por un camino de lucha en la búsqueda de cambiar el rumbo del modelo para evitar que haya más casos como el suyo.
Hace seis meses, Tomasi le transmitió un mensaje a niños y niñas, en el cual le transmitió su historia: "Tengo que explicarles algo difícil porque ustedes son chicos y lo que tengo que contar no es muy lindo. Vieron que estoy enfermo, Y creo que saben por qué estoy enfermo. Algo saben. Yo trabajaba en las plantaciones de soja, o mejor dicho, trabajaba con los aviones que fumigan la soja. ¿Y pregunto…. saben por qué las fumigan? Fumigar es echar veneno sobre las plantas, pero veneno que no mata a la planta que quieren defender (la soja), sino a todo lo demás. El campo está lleno de hierbas que nacen y viven naturalmente, sin pedir permiso a nadie, pero como a los hombres que cultivan, solo les interesa que crezca la soja, entonces esas hierbas…a las que llaman malezas, les molestan y es por eso que les echan veneno. Para matarlas".
"Yo, cuando entré a trabajar no sabía lo que hacía. Y me gustaba el trabajo. Después me di cuenta. Matar a todas las formas de vida que no nos gusta, está mal. Esta mal matar a las perdices, a los cuises, a las margaritas, a los pájaros, y todo para que crezca un solo tipo de planta que les da dinero. Esta mal, porque la tierra queda lastimada, porque la tierra necesita de todas las plantas y los pájaros y los bichos. Está mal", relató Tomasi.
El extrabajador rural, agregó: "Pero además, está mal porque lo que echan para matar las plantas, también termina haciéndonos mal a nosotros, las personas. Por ejemplo a mí. Aunque parezcamos muy distintos, los animalitos, las plantas, las flores y nosotros, somos bastante parecidos. No somos parecidos en la forma, pero todos estamos construidos por ladrillitos que llamamos células".
"Ustedes vieron que hay casas grandes y casas chicas, casas lindas y casas no tan lindas. Bueno, pero todas están hechas de los mismos materiales. Están hechas con ladrillos, con arena, con cemento. Y nosotros con los animales y las plantas, también nos parecemos en eso. Aunque seamos más complicados, más grandes o más chicos. Y por eso, el veneno que le tiran a las plantas nos hace mal a nosotros. Y además, las plantas son resistentes, y de tanto recibir el mismo veneno, se hacen resistentes al veneno, y entonces le tienen que echar cada vez más y más y más….. Y así es como nos enfermamos más y más y más", explicó el militante por la vida.
Como fiel reflejo del amplio sector que milita contra el uso de agrotóxicos, Tomasi levantaba las banderas de una producción sustentable y ecológica: "Se puede cultivar sin echar venenos. Pero no lo hacen porque no saben. Ya se olvidaron como es, y la gente que les vende los venenos no quiere que se acuerden. Que se acuerden como era no echar venenos y que el maíz o el trigo salieran hermosos. ¿Entienden? Por eso, ustedes que van a ser hombres mañana, tienen que saber, que las personas y el resto de la vida, tenemos que ser amigos. Y que si le hacemos daño, el daño va a volvernos".
"Tal vez cuando ustedes crezcan y tengan que decidir si seguir estudiando o trabajando, lo que decidan hacer… se acuerden de este escrito… y comprendan que nosotros los grandes hicimos muchas cosas mal…y de esa forma no nos imiten… nada es exitoso si en su camino perjudica a otros", afirmó.
Sin poder comer sólidos, con dificultades de movilidad y numerosos problemas de salud, el ex trabajador rural brindó una entrevista a la organización “No Matarás” para concientizar en torno al modelo agroindustrial que está envenenando a cientos y cientos de miles de personas a lo largo y ancho de la Argentina:
Bety, la valiente madre experta en resistir embates del destino
Nélida Beatriz Obispo de Tomasi tiene 83 años y es quien acompaña y sostiene a su hijo Fabián, que sufre una severa enfermedad causada por agrotóxicos. Con amor, le infunde fuerzas y hoy celebran la vida, desafiando adversidades
Por: Vanesa Erbes
Muchos conocen la historia de Fabián Tomasi, quien padece una polineuropatía tóxica metabólica severa, que causa una disfunción de una parte del sistema nervioso. Su cuerpo se intoxicó con químicos cuando a partir de 2005 empezó a trabajar para una empresa de fumigación aérea. Su tarea, según contó en numerosas oportunidades, era abrir los envases con sustancias –entre ellos glifosato– que dejaban al costado de la avioneta, volcarlo en un recipiente de 200 litros para mezclarlo con agua, y enviarlo a través de una manguera para que la aeronave rocíe los campos sembrados con soja.
Los médicos le dieron seis meses de vida, pero pasó más de una década y firme sigue luchando y concientizando sobre los efectos de los agrotóxicos. A veces llora de bronca y lo cuenta en su muro de Facebook, donde miles de seguidores de todas partes del mundo le brindan su apoyo. Y como en ocasiones no tiene fuerzas en sus brazos para secarse las lágrimas, allí está La Bety, como él la llama, para secárselas, con sus manos de madre incondicional que acompaña y sostiene, y con quien hoy va a celebrar el Día de la Madre, en su casa de Basavilbaso.
Nélida Beatriz Obispo de Tomasi tiene 82 años. Lo contó Fabián entre risas, dejando en claro que su humor es invencible, diciendo que ella se iba a enojar si revelaba su edad. Bety es quien lo cuida y le infunde fuerzas, y es un pilar fundamental para que él siga aferrándose a la vida. "Mucho no puedo hablar porque enseguida me emociono", aseguró. Sin embargo, se anima a presentarla: "Ella es la Bety Obispo de Tomasi. Mujer entera si las hay; 83 años ya, con la pata ulcerada y aguantando. Como ninguno de nosotros, ella no estaba preparada para una vida tan 'especial'. Nadie se prepara para eso. Y yo todavía le veo la mirada de quien no entiende bien cómo pasó lo que pasó".
Fabián contó que su único hermano murió el 21 de setiembre de 2014 y fue ella quien se resistió a los pronósticos médicos que no le daban mayores esperanzas: "Algo que siempre pienso es que nosotros no sabemos lo fuertes que somos y por eso muchas veces nos entregamos mansitos a que nos den migajas. Mi hermano Roberto tuvo un accidente absurdo cuando ya volvía de la conscripción, cuando fue lo del Beagle. Roberto, sobre quien un día voy a tener que escribir si las lágrimas me dejan, volcó el vehículo en el que iba y quedó parapléjico. Lo tuvieron meses en el Hospital Militar Central, y un día le dijeron a mi madre que se fuera despidiendo, que no había ninguna esperanza. La Bety los miró y les dijo: ¿Y ustedes qué saben? Se lo trajo a Basavilbaso y Roberto vivió. Y ella siguió calladita, de pie. Llorando seguramente cuando no la veían, pero de pie", afirmó.
Asimismo, comentó: "Ella también siguió de pie cuando mi viejo murió. Calladita, con cara mitad de asombro y mitad de resignación. Viendo cómo todo se desplomaba, menos mi hija Nadia que es un torbellino, una sobreviviente arisca y amorosa", acotó el hombre, que hoy tiene 51 años, quien se refirió también a su situación: "Y después yo, claro, con la historia que todos conocen, aunque decir 'todos' sea mucho. Lo mío no fue así, de golpe, sino que fue un largo vía crucis que ya lleva no sé cuántos años. Intenté que no me ganara físicamente, pero pude a medias. Aunque a la voluntad y al alma no me las ganó".
Detrás de su entereza frente a las adversidades, el amor de su madre es el que lo apuntala y le genera admiración: "Tiene 83 años hoy. Y a veces lo mira a Dios con recelo. Es mucho todo lo que pasó, pero ella todavía tiene esa fortaleza, que no es de árbol enorme sino de arbusto, que el viento y el tierral van a agitar, pero no a arrancar de esta vida así nomás. Así es que hoy hago un alto en todo este bochinche doloroso y me detengo nada más que en ella: ¡Gracias mamá! En nombre de todo lo bueno de esta vida", expresó emocionado.
Por último, manifestó: "Ya que tengo este lugar, además, y en tiempos en que ser madre 'no garpa', como graciosamente dicen los porteños, les mando a todas las que supieron qué es llevar a un hijo en la panza, qué es parir con dolor, qué es estar a veces perdida en la vida, y con ese 'mundo' que llora y pide a gritos que lo cuiden, un abrazo de los míos, apretado con todas las fuerzas que me quedan. Gracias mujeres madres valientes".
El amaranto que resiste al imperio que envenena
Cuando se contaminó con agrotóxicos, Fabián Tomasi trabajaba en negro y sin las medidas de seguridad ni las vestimentas adecuadas para protegerse de los vapores de los químicos que se usaban para fumigar los campos.
Hoy sufre las consecuencias y el certificado por discapacidad que le extendió la Anses especifica que tiene "funciones severamente disminuidas en ambas manos, piel a tensión sin huellas digitales, disfagia a sólidos (dificultad para deglutir), múltiples nódulos de calcio (reacción del cuerpo para encapsular y eliminar el veneno); además de disminución de fuerza muscular generalizada, alteraciones sensitivas, adelgazamiento y dermatomiositis".
Frente a este diagnóstico, sin embargo, Fabián resiste y no se da por vencido. Tiene una misión y es difundir las consecuencias del uso de los agrotóxicos. Su testimonio trasciende fronteras y de otros países llegan a su humilde casa a filmar documentales que evidencian sus denuncias y las de tantas personas que pregonan defendiendo la vida.
En Facebook figura como "Fabián Amaranto Tomasi", y es una metáfora justa a lo que es su vida.
El periodista santafesino Ricardo Serruya, autor del libro La venganza del amaranto, contó a UNO que se trata de una planta cuyas semillas comían los pueblos originarios de América, ya que posee mucha proteínas, hasta que los españoles la prohibieron como alimento".
"Hace poco el amaranto fue la única planta que generó anticuerpos a la fumigación que se llevaba a cabo en campos de soja en Estados Unidos e invadió las plantaciones y no las dejó crecer. Por eso en mi libro digo que el amaranto, con la paciencia de los pueblos originarios, esperó 500 años para vengarse de un imperio. Hace 500 años el imperio español lo prohibió, y ahora se vengó arruinando los planes de Monsanto, el imperio económico y envenenador", señaló.
Al igual que el amaranto, Fabián también resistió los químicos y aunque le duelen las manos, las piernas, el cuerpo entero, y a veces no tiene fuerzas para poder abrazar a su hija o a su madre, las abraza con el alma.
Sabe que en su lucha no está solo: entre las miles de personas que lo apoyan y lo acompañan, una se destaca y es Bety, su madre, valiente como nadie e inclaudicable. Imprescindible, como diría Bertolt Brecht.
Fotos: Pablo Ernesto Piovano
Fuentes: Análisis Digital y Diario UNO