Ficha Técnica
Director: Marcos Tabarrozzi / Co-realizador: Nicolás Alessandro
Producción Ejecutiva: Ana Sol Molfese
Jefa de Producción: Agustina Rissucci
Guión: Nicolás Alessandro y Marcos Tabarrozzi sobre idea de Jorge Villapol
Cámara y Dirección de Fotografía: Leandro Rodriguez
Sonido y Post-producción de Sonido: Matías Olmedo
Montaje: Pablo Rabe
Corrección de color: Pablo Defeo
Producción en Los Hornos: Emilia Pugni Reta
Tema musical: “Septiembres sin Julio”, interpretado por el dúo Piscitelli-Gómez Saavedra
Imagen y registro sonoro adicional: Leonardo Florentino, Nicolás Alessandro, Marcos Tabarrozzi, Virgina Medley, Ramiro Díaz Agüero.
Testimonios: Ruben López – Koqui Dalieri – Irene Savegnago De López – Miguel Graziano Nilda Eloy – Anibal Hnatiuk – Pastor Asuaje – Walter Docters – Gustavo Calotti – Horacio Robles – Raúl Ene – Hugo Vidal – Javier Del Olmo – Helen Zout
Martes 18 de septiembre estreno en el Cine Gaumont
Por: Jorge Gorostiza
Hace hoy 12 años desapareció, por segunda vez, Jorge Julio López. ¿Qué se puede decir? ¿Qué se debe decir? ¿Tienen acaso algún sentido las palabras hoy? ¿Puede acaso un texto ayudar siquiera algo, un poco, tantito así? ¿Qué pueden nombrar las palabras nuestras, en este día, cuando sigue faltando un hombre, faltando de su casa y de su gente después de días, de semanas, de meses, de años? Y sin embargo es, precisamente, también por palabras que se llevaron a López. Por las 4593 palabras de su testimonio judicial contra Etchecolatz. Treinta años estuvo López levantando el edificio monumental de su memoria, ladrillo por ladrillo, palabra por palabra. Recuerdos de un dolor atroz, de noches interminables, de patotas y verdugos horripilantes.
Jorge Julio López, Tito para sus compañeros, militó siempre en la unidad básica de Los Hornos. Barrio pobre, barrio obrero, laburante. Allí organizó los campeonatos de fútbol para el piberío. Y allí conoció y se hizo amigo de Patricia Dell'Orto, esa muchacha de 21 años y tanto trabajo social. La misma que llevó a los pibes a conocer el mar. Cayeron juntos, López, Patricia y los demás compañeros y compañeras de Los Hornos durante la brutal redada del 27 de octubre de 1976. Cayeron juntos en aquel tenebroso reino de Etchecolatz donde a Ambrosio de Marco, esposo de Patricia, lo destrozaron en la tortura, tanto, que lo fusilaron acostado. En esa noche interminable, Patricia le pidió a López que, si él sobrevivía a aquel infierno, corriese a decirle a su hija de 25 días cuánto la quiso su mamá.
Pasaron dos años y medio antes de que López pudiese cumplir con aquel recado pero no lo olvidó, no. Tito no olvidó nada. Recordó todo lo vivido enfrentando una y otra vez aquellos horrores, ese terror asfixiante. Fue así que en cuadernos y hojas sueltas, en envases y en papel de bolsas de cal, López, con sus letras chuecas de 2° grado, escribe y dibuja cuanto recuerda. Es un diario que empieza la misma noche de su primera desaparición y llega hasta el día de su liberación. Y cuando llega vuelve a empezar, otra vez, de principio a fin, detalle a detalle, con nombres, referencias, direcciones, colores y olores, todo, con la serena precisión del nivel y la plomada. Fue su Atlas de la desgracia, su documento del horror, la herencia entera de su memoria. Fruto de esa memoria son sus 4593 palabras decisivas a la hora de sentenciar a Etchecolatz. Condena que López no pudo presenciar porque se lo llevaron la noche previa, hace hoy 12 años.
Antes de pasar a brindar su testimonio, López abrazó a Nilda Eloy, compañera de cautiverio y querellante junto a él, y, a los ojos le dijo: va por los compañeros. Y ciertamente así fue, por los compañeros. Por Patricia Dell'Orto y Ambrosio De Marco. Y por Roberto Rodas, también albañil, paraguayo, asesinado la misma noche que Ambrosio. Y por el chico López Montaner triturado a golpes. Y por el soldado Alekovsky. Y por aquella mujer gorda torturada bajo supervisión directa de Etchecolatz. Por todos ellos y por muchos más, por miles más, Jorge Julio López dio su palabra ante el tribunal y Etchecolatz hoy está condenado. Y López, por segunda vez, desaparecido.
¿Cómo no escribir entonces hoy, cómo no hablar, cómo no recordar esa historia suya y nuestra, tragedia de todos y todas? ¿Cómo no decir basta? Es lo mínimo que podemos hacer por López y por nosotros mismos y por mañana. Pero hoy falta López. Nos falta. Y urge saber la verdad. Hasta tanto suceda, y aún después, nos queda el trabajo de la memoria, ladrillo a ladrillo. Si olvidásemos a López, si olvidáramos a Tito, sería entonces su tercera desaparición, perdido por el olvido nuestro, ninguneado en la amnesia colectiva, abandono silencioso e indigno.