Sin periodismo no hay democracia. Es una frase cliché que es cierta. Una democracia sin periodismo libre no es una democracia plena. El pasado 3 de mayo fue el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Hay decenas de dictaduras y regímenes autoritarios en el mundo donde el ejercicio del periodismo es mortal. También hay pseudodemocracias donde cada vez es más peligroso.
En Hungría y Polonía, dos países de la Unión Europea que están experimentando con alternativas a la democracia liberal, el periodismo libre está amenazado. En un artículo en la revista Dissent, un periodista polaco y otro húngaro explican las diversas amenazas que sufre el periodismo en los dos países. La estrategia es la siguiente. El gobierno presiona y chantajea al medio que publica informaciones incómodas, lo que le obliga a cerrar, alegando problemas económicos. El gobierno, entonces, adquiere el medio a través de empresas y empresarios afines, y lo convierte en un órgano de propaganda. En el Índice de Libertad de Prensa Mundial de Reporteros sin Fronteras, Hungría está en el puesto 67, de 180 países. En Polonia la estrategia es similar. Una ley cambió el nombre de la radio y la televisión públicas para que se denominen “nacionales”, y no “públicas”. El gobierno pretende “nacionalizar” medios críticos que tienen financiación extranjera, con la excusa de que deben primar los medios con accionistas polacos (amigos del gobierno, evidentemente). Todo esto lo hacen mientras siguen en la UE. Como dice el título del artículo en Dissent, “no hace falta ser un dictador para asfixiar a la prensa libre”.
Erdogan es casi un dictador. Tras su victoria en el referéndum que le daba mayores poderes presidenciales, su proyecto autoritario se ha visto reforzado. El golpe fallido del año pasado contra él inició un proceso de purga contra disidentes en la judicatura, el funcionariado y, con especial virulencia, la prensa. En un artículo en el Guardian, varios periodistas hablan sobre su experiencia en la cárcel, muchos a través de entrevistas con familiares que filtran luego la información. A casi todos se les acusa de propaganda terrorista (a veces por su cercanía al partido kurdo PKK, otras simplemente por criticar al gobierno) o intento de derrocar el gobierno. Uno de los periodistas cuenta que un fiscal le dijo: “Si estás defendiendo la libertad de prensa te vamos a acusar de extender propaganda en favor del PKK”.
La situación para la prensa en México es aún peor. Un reportaje en el New York Times narra varias historias de asesinatos de periodistas, especialmente en el Estado de Veracruz, al este del país: “es el lugar más peligroso para ejercer el periodismo en todo el hemisferio occidental [...] México es uno de los peores países en el mundo para ejercer el periodismo. Hasta la fecha hay registro de 104 periodistas asesinados desde el año 2000. En la lista de los lugares más mortíferos para ser reportero, México está ubicado entre Afganistán, un país devastado por la guerra, y Somalia, categorizado como Estado fallido.” Uno de los grandes problemas es la impunidad. Los asesinatos no se investigan, y los alcaldes y la policía amenazan a la prensa incluso más que los carteles. Se dan situaciones paradójicas, absurdas y frustrantes: “Un comandante de policía lo amenazó de muerte [a un periodista de Veracruz] si no dejaba de tomar fotos de una escena del crimen. Él reportó el incidente y ahora lleva consigo un botón de pánico que le entregó el gobierno, que dijo le sirve de poco consuelo. El botón llama al mismo cuerpo policial por el que se siente amenazado”.
La prensa tiene muchos enemigos. Algunos son más sutiles que la censura o la presión financiera. Uno de ellos es la extensión de noticias falsas. En este post en Magnet, Fermín Grodira repasa las fake news que han dominado la campaña de las elecciones francesas. Entre ellas hay rumores de que Macron es gay, y a la vez se acuesta con su hijastra, o de que se limpió las manos tras tocar a un obrero. No sorprende la involucración de Rusia en la extensión de estos bulos: “una denuncia de un exempleado en 2015 dio a conocer la existencia de una agencia rusa secreta dedicada a contratar a más de 600 trolls de Internet para escribir y difundir propaganda pro-Kremlin en foros y redes sociales”
En EEUU no hace falta que Rusia ayude a crear bulos (aunque lo hace): ya tienen a Trump, que llamó a los medios “enemigos del pueblo” y que se traga rumores falsos, y a su asesora Kellyanne Conway. Conway es la villana de la posverdad que acuñó la famosa expresión “hechos alternativos” (que da nombre a esta columna). En The Atlantic, la periodista Molly Ball hace un perfil de Conway, y habla de su estrategia de evasión y de desprecio por la verdad: “Se ha dado cuenta de que no tiene que ganar los debates. Todo lo que tiene que hacer es construir una contranarrativa más o menos plausible (si no completamente coherente)”. Es una batalla de relatos, y el de Conway, conspiranoico, aparentemente antielitista y lleno de enredos retóricos, es muy atractivo para el votante escéptico y desencantado. Es la estrategia de la desinformación más que de la propaganda: extender dudas, narrativas que no aportan algo alternativo sino que cuestionan hasta lo incuestionable.
¿Cómo vencer estas estrategias de desinformación, especialmente en las redes? Arcadi Espada, uno de los mejores analistas de la actualidad y del estado del periodismo, propone en una entrevista en Letras Libres una idea polémica sobre la que lleva años debatiendo: “Soy favorable al ministerio de la verdad. Yo creo que la verdad es como la sanidad y las cosas que pertenecen al dominio de lo público. Lo que hay que construir, en el sistema analógico y en el digital, es la protección de la verdad. Facebook no debe señalar las mentiras, sino construir un ISO [organismo internacional para la estandarización] moral, como los que se dan a las empresas, que identifique aquellas organizaciones de noticias que cumplen una serie de parámetros.”
En España, el problema de las fake news es pequeño, como explicaron Jordi Pérez Colomé y Kiko Llaneras en El País, y no hay el peligro a la libertad de prensa que hay en Turquía, Polonia o Hungría. El gran problema, al margen de las manipulaciones y mentiras de Francisco Marhuenda, director de La Razón, es la precariedad, como dice Soledad Gallego-Díaz: “No puedes pedirle a la gente que sea mártir de la libertad de expresión: tiene hipotecas, niños. Y al mismo tiempo hay que pedirlo. Si te metes en este mundo tienes una cierta responsabilidad social que no puedes eludir. Sé que suena fatal. Pero creo que realmente existe esa responsabilidad social del periodismo”.
Fuente: Play Ground