La despedida de Daniel Viglietti de su maestro y amigo, Mario Benedetti:
Hacía tiempo que Mario venía teniendo problemas de salud serios, pero siempre lograba superarlos. Fue internado varias veces y lograba salir, la última fue muy dura y sin embargo salió. En los días posteriores había como un cierto repunte en sus gestos. El siempre mantuvo su sonrisa, esa que reaparecía dos por tres. Era completamente optimista, por algo escribió
"La defensa de la alegría", que es un monumento a la fuerza para oponerse a la tristeza, a la muerte.
He tenido por sobre todo el dolor de perder un amigo muy esencial y alrededor de eso, lo que compartimos todos, el gran poeta, el novelista, el cuentista, el ensayista, el autor de letras para canciones, alguna época de periodista. Y todo eso inseparable del ser humano, porque esa unidad entre lo ético que él encarnaba y lo estético que él producía fue muy entera. Y todo eso de una manera sobria, de un perfil tranquilo, modesto, de gente sencilla. Cuando tenía que ubicar a alguien desubicado o enemigo, tenía la energía y carácter para hacerlo, pero en su vida habitual, en sus actuaciones, en sus recitales de poesía, en las entrevistas que concedía era siempre muy humano, muy sencillamente humano.
Estamos viviendo el abrazo multitudinario y calladito de la gente uruguaya a Mario. Y de lejos es como si escucháramos otros silencios, otros abrazos, otros encuentros, otras esperas, otras vigilias, otro secarse los ojos para leerlo después. Eso puede estar ocurriendo en México, en Argentina, en España, en tantas partes, puede estar ocurriendo en Dinamarca donde una vez salió una traducción por radio de "Pedro y el capitán", en su faz de dramaturgo. Puede estar sonando en una canción de Favero, por aquí o por allá, de Joan Manuel que le dedicó un disco entero y con quien me comuniqué y sé que lo ha sentido mucho.
También existe la sensación de sentirse discípulo. Somos una cantidad de discípulos fuera y dentro del quehacer artístico. También fuera. Discípulo de una moral, de una coherencia, de una lealtad a los principios en lo que Mario siempre fue muy firme.
El recuerdo de amistades que él tuvo, muy impactantes y que dejó registradas, para que nadie pueda decir se habla por hablar, o versiones epidérmicas. El dedicó un poema a Raúl Sendic porque había sido su amigo, y dedicó un poema a Zelmar Michelini porque había sido su amigo. Y a otros, sin duda. Tuvo otros referentes muy importantes en su vida, en su momento Líber Seregni. Y hay que recordar la confianza que él depositó en el cambio político del Uruguay a partir de la asunción del gobierno del Frente Amplio.
Su sentido agudo de la observación para los pasos que se daban. Siempre fue muy constructivo. Siempre puso por delante la confianza en el ser humano, a pesar de que tuvo decepciones. También las tuvo en su período político, en aquel, por entonces legítimo 26 de Marzo. Después hubo todo lo que pasó, y él descubrió, de alguna manera, que su rol esencial no era el político, era el cultural, el creativo. Creo que fue un acierto suyo. Pero a mí me importa que también pasó por lo político, que se jugó el pellejo, porque estuvo comprometido seriamente con la lucha, con cambiar un Uruguay que algunos ahora, equivocadamente, nos mienten que tenía algo ideal. Entonces, él que sentía que no y que había que cambiarlo, había que cambiar aquella democracia tan imperfecta y tan llena de fallas progresivas, fallas que iban creciendo del pachecato para adelante, que es donde empieza una dictadura de hecho; él se comprometió.
Por eso tuvo que irse, por eso el exilio. Perú primero, de donde si no recuerdo mal lo expulsan, lo persiguen. Después Cuba, donde desarrolló un trabajo amoroso en Casa de las Américas. Yo lo encontré allá y era ya un referente, amigo de Haydée Santamaría, de Roberto Fernández Retamar, admirador profundo del Che, abrazado con Fidel cuando le dieron la Orden con que lo distinguieron en Cuba.
Y en tantas partes que estuvimos, siempre colas de gente para oír sus poemas, muchísimos jóvenes. Lo vi en los países que mencioné, lo vi en Argentina, lo vi en México, lo vi en España, todos esos lugares en que actuamos juntos y entonces yo fui testigo, testigo de lo que hacía solo. Con sus solitos poemas convocaba multitudes y se sentía que era alguien entrañable para la gente.
Y muchas veces las respuestas al hombre y al creador llegaban de afuera. Por la naturaleza nuestra todo es un poquito más lento, más tardío, más como de rumiar las cosas, igual después llegaba acá. Le llegó el reconocimiento. Llegó y él lo pudo vivir en plenitud. Pero fuera de fronteras fue increíble lo que pasó y lo que va a seguir pasando con su lectura, porque no es una simple metáfora recurrente que sigue vivo en su obra, es que sí, es que va a vivir en su obra porque ella tiene esa doble dimensión de lo estético y lo ético. Hay para elegir, es una obra voluminosa. Lo siento como un semillero, como semillas que se van a desparramar y que los trabajadores de la cultura tenemos el desafío que nos deja Mario de seguir, seguir sembrando sus ideas, sus sentimientos, sus éticas, sus aventuras con la palabra. Supo jugar mucho con la palabra, también fue un juguetón, tuvo humor, tuvo ironía, hasta fue dibujante en una época.
Tuvo amigos entrañables, ya he nombrado los amigos de la lucha pero también podría agregar amigos como Idea Vilariño a quien acabamos de perder, como Eduardo Galeano. Además, nunca se pudo respirar en él una cosa de competitividad o de narcisismo. No hay que idealizar a nadie en el momento del adiós pero yo creo que, en este caso, Mario era un ideal en sí mismo. No tenía miedo a los diminutivos, no cifraba el tamaño y la cantidad para expresar su amor, quizás porque había aprendido que en este país tan sufrido y tan esperanzado a la vez, las cosas son así, muy como era él, a veces sin ruido, sin gestos, a veces calladamente como se fue. Así se fue, así se fue.
Fuente: Diario La República