Por: Florencia Carbone*
Una vez le preguntaron la maestro Javier Darío Restrepo, un prestigioso periodista colombiano, especialista en ética y miembro de la Fundación para un nuevo periodismo iberoamericano, que dirige Gabriel García Márquez, si era ético en las sociedades democráticas considerar al periodismo como cuarto poder.
La respuesta fue más que interesante. Dijo que “la naturaleza del periodismo se pervierte cuando se maneja como poder, porque pierde su razón de ser como servicio”. Sostuvo que “la vieja denominación del periodismo como cuarto poder es un lugar común que falsea la percepción de la profesión” y que “en una democracia, frente a los tres poderes clásicos, sólo hay otro poder que los enfrenta, los fiscaliza y los supera: la ciudadanía”. Ella es quien nombra, aplaude o rechaza las actividades de los poderes mediante el instrumento de la palabra, potenciada por los medios –es cierto–, que tienen poder en tacto y en cuanto se desempeñan como transmisores de la voz de la población, explicó. El poder de los medios es un poder derivado del que ejerce la ciudadanía, que es el verdadero poder.
Los medios no pueden entenderse sino como servicio público. Porque la información y la comunicación son un servicio a la colectividad, imprescindible para la supervivencia democrática y para el desarrollo de la cultura.
Los medios deben concebirse no sólo como sujetos de un derecho –la libertad de expresión–, sino también como sujetos de deberes que son la garantía de otros derechos básicos. Deben sentirse corresponsables de una serie de tareas entre las cuales está no sólo la de informar bien o entender con dignidad, sino la de formar –y no deformar– al público.
Pero ¿cómo ser periodista y no morir en el intento?
Digamos que en países como el nuestro –gracias a Dios– más que amenazas terroristas, los periodistas debemos aprender a sortear otro tipo de intimidación: la autocensura.
Se trata de la paralización que produce el temor ante lo que podría pasarnos si insistimos en tocar temas que pueden resultar molestos o incómodos para el poder.
En ese sentido, la administración de Néstor Kirchner primero, y la de su esposa Cristina Fernández, ahora, han, despertado halagos varios de buena parte del periodismo argentino.
Miradas simpáticas acompañaron los gestos “más humanos” de un presidente que permanentemente hizo alarde de su rechazo por el protocolo. Al final de su mandato, se observaba con claridad cómo muchos periodistas y medios se habían convertido en difusores del discurso oficial sin el más mínimo filtro. Decididamente esa suerte de enamoramiento de los periodistas no es el estado ideal para quienes se suponen son testigos privilegiados de la Historia.
Por otra parte, el uso discrecional de la propaganda oficial; la decisión de no brindar conferencias de prensa –una metodología en la que los periodistas pueden hablar de modo directo con los funcionarios– y el restringido número de entrevistas otorgadas por el ex presidente y la actual mandataria han sido centro de fuertes críticas.
Hoy ese enamoramiento generalizado parece haber achicado el círculo. Sin embargo, la forma en la que se establece la relación del poder con los medios sigue siendo materia de preocupación a tal punto que ha excedido las fronteras nacionales.
Es cierto que la veracidad y el compromiso con los ciudadanos hacen parte, sin duda, de las características que debería tener una información para que podamos definirla como periodística. Que desempeñe, fundamentalmente, un papel de vigilancia y proporcione un foro para el debate público. Pero al mismo tiempo es justo reconocer que “ser imparcial o neutral” no es un principio esencial del periodismo.
Hay “periodistas con puntos de vista” profesionales que tienen, en primer término, un compromiso definitivo con la verdad. No se puede decir nada a los lectores que uno no crea absolutamente que es cierto.
Ocurre, y no pocas veces, que uno disiente con ciertas ideas, pero de todos modos el buen periodista tiene la obligación de ser justo con aquellos con los que no está de acuerdo. Eso implica darles espacio y ser tolerante, y no es más que el principio para, dar vida al primer compromiso con los ciudadanos: proporcionar un foro público y entablar e impulsar el debate, no para que un bando venza a otro sino para que el ciudadano tenga la chance de saber de qué se trata. Esa es una de las diferencias básicas entre un periodista y un propagandista. No buscamos manipular a los lectores sino mostrarles el mundo tal como lo vemos.
Pero volviendo a la pregunta inicial sobre la relación entre el periodismo y el poder...
¿Cuál es el papel del periodismo en un sistema democrático?
Existen factores que permiten al periodismo tener un papel protagónico en el fortalecimiento de la democracia.
Se trata de:
• Hacer ciudadanos conscientes por medio de la información.
• Estimular su participación mediante el ejercicio crítico sobre actos de gobierno y actuaciones de los políticos.
• Incorporar en la agenda pública los temas y necesidades de los ciudadanos.
• Crear conciencia de los derechos y deberes de los ciudadanos para reemplazar las actitudes de obediencia y sumisión por las de responsabilidad solidaria con las políticas públicas.
En síntesis, al fiscalizar, al educar, al proponer la agenda de la población, al denunciar exclusiones, privilegios y corrupción, al estimular la competencia entre partidos y agrupaciones, los medios fortalecen la democracia. Y allí aparece la responsabilidad social del periodista.
Hablar de responsabilidad social es hablar de la respuesta que el periodista le debe a la sociedad basada en la verdad, la ética y la propuesta de soluciones.
La conciencia del periodista sobre el poder que maneja es un poder que le permite entrar a la conciencia de la gente sin traba alguna; una vez allí puede orientar, es decir, señalar qué es lo importante o lo trivial, destacar lo bueno o lo malo, distraer o hacer pensar.
El cuidado del periodista para prevenir el daño que se puede seguir de su información. Es por eso que en las ocasiones en que se silencian informaciones porque existe la certeza de que harán daño, más que de autocensura se debe hablar de una responsable autorregulación.
Es cierto que el, periodista nunca refleja la realidad como es, sino como él la ve, como la quiere ver.
Este hecho convierte al asunto del enfoque en un severo dilema ético que se resume en una pregunta: ¿cómo ver y presentar los hechos: cómo yo los quiero ver, o como más le interesan a los lectores? Demás está decir que la última opción es la correcta.
El periodista entonces procurará expertos, reunirá estudios, investigaciones e informes que permitan entrever soluciones.
Cuando la información deja en el lector la idea de lo posible, de que hay mucho por hacer, de que en sus manos está una parte de la solución, el trabajo del periodista crece en dignidad y se vuelve indispensable porque él, su medio y su trabajo hacen parte de la solución.
El periodismo sin la búsqueda de la verdad, sin independencia, sin humanidad no es más que mero negocio o propaganda. Y esta maravillosa profesión no se merece siquiera la posibilidad de semejante agravio.
*Periodista del diario La Nación
Fuente: Diario El Día de Gualeguaychú