Por: Eduardo van der Kooy
La Argentina parecía estar esos días
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Juan Carlos Onganía aceptaba una invitación del dictador de ascendencia bávara, Alfredo Stroessner, para visitar Paraguay. Medio país estaba asolado por lluvias e inundaciones, sobre todo el conurbano bonaerense. El fútbol venía a los tumbos por esas lluvias. El domingo 18 de mayo se habían podido jugar apenas dos partidos. Casi todas las canchas eran verdaderos charcos.
Uno de esos partidos se disputó en Rosario. Central empató sin goles con Boca en un duelo de estrellas añoradas: Rattín, Marzolini, Novello, Madurga por un lado; Griguol, Biasutto, Gramajo y Poy por el otro. El gentío que presenció ese partido en Arroyito pareció atrapado por la pasión, ajeno quizás a las consecuencias que tendría la punta de una mecha encendida el día anterior. El sábado había sido muerto por la policía el estudiante Adolfo Bello. Dos balazos en la frente destrozaron su cabeza delante de una galería comercial, a metros de una de las esquinas célebres de la ciudad: Córdoba y Corrientes.
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Rosario vivía todavía con la pachorra de una ciudad alejada. De una ciudad extendida pero no de una gran ciudad, como es en estos tiempos. Casas bajas y grises, apenas un puñado de edificios en la altura. Esa apacibilidad aparente ocultaba una vida cultural y política intensa que se desarrollaba sin las marquesinas de ahora.
Los estudiantes debatían, seguro con menos resonancia, lo mismo que en Buenos Aires y las principales capitales del mundo. Las convulsiones de París, Berkeley o México. La apelación del catolicismo ter
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Rosario se había convertido en atracción para los inmigrantes del norte pobre que pugnaban por una vida mas digna. Los conflictos con los cañeros tucumanos fueron vividos como propios. En esos días de mayo se exhibía una muestra llamada "Tucumán Arde". Las insinuaciones de rebelión sindical en Córdoba, en la industria automotriz, también repercutían. Pero parecieron existir dos detonadores para las jornadas de mayo bautizadas como "el Rosariazo": la muerte del estudiante Juan José Cabral, en Corrientes por una represión policial; aquel par de balazos que liquidaron la vida de Bello en pleno centro rosarino.
Entre el asesinato de Bello y el miércoles 21 de la gran revuelta transcurrieron jornadas de tensión extrema que presagiaban la tempestad. Las facultades de la ciudad eran un hervidero. La asambleas estaban prohibidas. Los alumnos con pelo largo eran mal vistos o perseguidos. Las
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La CGT de los argentinos que respondía a Raimundo Ongaro decretó el martes 20 un estado de alerta y movilización. Y una huelga para el día 23. Los estudiantes dispusieron también un paro nacional y una marcha de repudio.
Los comedores universitarios fueron cerrados por las autoridades. Los estudiantes armaron una olla popular frente al local de la CGTA. La amalgama para la rebelión estaba sellada.
Bien entrada la tarde una columna de varios miles de estudiantes se agrupó en las escalinatas del Jockey Club. La discusión fue si continuar con una marcha, amenazada por un formidable dispositivo policial, o hacer una sentada. Triunfó la idea de la sentada.
La policía empezó disolverla con gases lacrimógenos. Una andanada de bombas provocó un desbande.
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Rosario fue declarada zona de emergencia militar. Diez mil personas asistieron al sepelio de Blanco. Muchos sacerdotes de la ciudad y los aledaños se negaron a oficiar el tedeum del 25 de mayo.
Apenas ocho días después un alzamiento de mayores proporciones aún, conmovía a Córdoba y a la nación. Se trató del Cordobazo y en opinión de uno de sus líderes, el sindicalista Agustín Tosco, tuvo una inocultable inspiración en aquellos días rosarinos de mayo.
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Los 40 años del Rosariazo serán evocados con dos novedades culturales. Hoy se presentará en Rosario la nueva película de Gustavo Postiglione "Días de mayo": una historia de amor entre dos jóvenes en la dictadura de Onganía y los días de la revuelta (ver video entrevista del Club del Fun abajo). Mañana a las 20, en el Centro Cultural Parque España, se presentará el documental "El Rosariazo", de Carlos López. Son 48 minutos de archivos fílmicos inéditos, testimonios de protagonistas y la dramatización de una historia personal, la de un artista plástico.
Fotos: Carlos Saldi para la Revista Boom
Fuente: Diario Clarín