Los Kirchner echan mano al aparato del PJ para conservar su poder. Presionan por el levantamiento del personaje de Cristina en el programa de Tinelli e inducen a sus militantes a realizar pintadas en locales comerciales de Clarín.
Por: Diego Schurman
Después de retirarse el pelo hacia atrás con los pulgares, un tic que la acompaña durante sus discursos, Cristina Kirchner fue al grano.
–Cuando a alguien se le interponen escollos algunos dicen que es el típico libreto peronista. Yo digo que eso es guión y dirección de Francis Ford Coppola y no es un manual peronista sino el guión de la película El Padrino.
El Teatro Argentino de La Plata estalló en gritos y aplausos. La tirria K contra Eduardo Duhalde se plasmaba al fin en palabras. Aquella primavera de 2005, la actual Presidenta buscaba una senaduría en la provincia de Buenos Aires. Eran tiempos en que Néstor Kirchner definía quiénes eran representantes de la nueva y la vieja política.
Cuatro años después, el matrimonio volvió al mismo escenario pero sin el encanto fundacional ni la prédica rupturista con las peores prácticas de la política. La necesidad de conservar el poder lo obligó a retroceder sobre sus pasos y cerrar acuerdos con lo más granado del aparato del PJ.
Los asesores de imagen recomendaron esconder a los mayores exponentes de lo que el propio Luis D’Elía tildó sin ninguna diplomacia como la “mafia bonaerense”. No hubo cámaras de TV para Hugo Curto, Alberto Descalzo o Mario Ishii, por nombrar algunos intendentes paradigmáticos. Pero sí se pudo ver en las gradas a Mabel Müller, esposa del ex SIDE Oscar Rodríguez y vieja compañera de ruta de Chiche Duhalde.
Kirchner solía justificar la presencia de amigos indecorosos diciendo que una casa se construye con ladrillos nuevos pero también con viejos. La debilidad política en la que está subsumido ahora invierte las relaciones de fuerza: no son los representantes de la “vieja política” los que se encolumnan detrás del ex presidente sino que es éste el que pide auxilio a aquéllos, y a cambio de dinero para obra pública los abreva con candidaturas testimoniales.
Así, los logros de una gestión –pocos o muchos, según el cristal con que se mire– son eclipsados por métodos clientelares y en algunos casos también por campañas sucias que la mayor parte de la sociedad repudia.
La vocación de Federico Faggionatto Márquez por hacer declarar a Francisco de Narváez en tiempos de proselitismo abona a esta idea. El juez está apremiado por el Consejo de la Magistratura y su celeridad parece responder a una necesidad política más que a una judicial, sobre todo si se tiene en cuenta que las llamadas al Rey de la Efedrina que se investigan ocurrieron hace tres años.
El caso igualmente adoptó su propia dinámica. El magistrado fue denunciado por presionar a Mario Segovia para que comprometa a De Narváez. Sin embargo, el propio Rey de la Efedrina habría negado tal presión y estaría a punto de desistir de los servicios del ideólogo de la estrategia, el abogado Mariano Cúneo Libarona.
El ardid de embarrar la cancha que, como se ve, no es propiedad exclusiva del Gobierno, nunca debe quitar del medio la única certeza del caso: que de un número de la flota de celulares del candidato se registraron al menos tres llamados a Segovia.
Por estas horas De Narváez lidia también con Mauricio Macri y Felipe Solá. Sus compañeros de espacio creen que la unidad del trío tiene fecha de vencimiento después de los comicios del 28 de junio.
Duhalde quedó absorto con algunas decisiones del PROperonismo y en su afán por desaparecer de escena se replanteó la posibilidad de regresar a Brasil, donde hace poco se entregó a uno de sus recurrentes retiros espirituales.
¿Qué es lo que enojó al bonaerense? Básicamente la “inexperiencia y la vanidad” en las negociaciones que por las listas llevaron a cabo Macri-De Narváez-Solá, y de las que salieron heridos varios duhaldistas. No obstante, sigue depositando en ellos su peregrina ilusión de destronar al oficialismo en el pago que supo tenerlo de titiritero.
La interna del PJ no distrae a Kirchner de su interminable batalla con Clarín. El jueves, once receptorías de avisos clasificados de ese medio fueron pintarrajeadas con aerosoles. En el frente de los locales resurgió aquella declaración de guerra que primó en los momentos más álgidos del conflicto del campo. “Clarín miente”, estamparon los muchachos de la Juventud Peronista a modo de escrache.
En la misma semana hubo amenazas veladas a los guionistas de Gran Cuñado. El exitoso segmento del programa de Marcelo Tinelli mereció todo tipo de comentarios en el mundo de la política pero una sola sugerencia: la del ministro de Justicia, Aníbal Fernández, pidiendo moderar la imitación de Cristina.
¿No es el Gobierno el que debe hacer gala de la prudencia? Las palabras del matrimonio presidencial pueden marcar conductas. La avanzada contra el grupo sucedió al enojo oficial con los medios y las letras de molde. Kirchner profundizó la embestida con aquel “¿Qué te pasa Clarín? ¿Estás nervioso Clarín?”.
En la gestión de Néstor la irascibilidad se circunscribía al diario La Nación. Algunos periodistas y reporteros gráficos sufren aún hoy el maltrato de militantes y funcionarios K por el solo hecho de trabajar en medios que no comulgan con el Gobierno.
Sea por la ascendencia del jefe del peronismo sobre sus seguidores o por una orden específica, el resultado es el mismo: la cobertura de la actividad oficial se ve limitada por una suerte de centinelas que restringen la labor de los periodistas, como sucedió esta semana en el Teatro Argentino de La Plata.
La decisión de limitar la concentración de medios y de poner sobre la mesa la discusión de una nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es plausible pero no justifica –amén del poder de fuego de Tinelli, Clarín y La Nación– el cercenamiento de las libertades de los humoristas de Canal 13 ni de los trabajadores de prensa. ¿Incluirá Kirchner este tópico en el libro que prometió escribir bajo el título “Mis errores”?
Fuente: Crítica de la Argentina