La democracia se amplía con un periodismo responsable y sin trabas. Hoy se celebra en todo el mundo el Día de la Libertad de Prensa, en virtud de una resolución de la ONU de 1993, basada en la Declaración de Namibia, aprobada dos años antes. Su premisa -la promoción de una prensa libre, independiente y pluralista como componente esencial de toda sociedad democrática- resiste distintos embates.
La nueva estrella de la esfera pública
Por: Beatriz Sarlo, ensayista y crítica cultural
Cuando la revolución estaba en el orden del día y muchos de quienes hoy gobiernan la Argentina formaban parte, como quien esto escribe, de los contingentes juveniles radicalizados, la libertad de prensa iba a parar a la bolsa de las "libertades formales", junto con otros derechos ejercidos por los poderosos en defensa de sus intereses materiales revestidos por la ideología. Se condenaba, por supuesto, la censura ejercida por las dictaduras, pero la libertad de prensa no era la clave de la esfera pública y de la política.
Se pensaba que la futura sociedad revolucionaria no debía responder a los principios burgueses de una libertad que sólo ejercían los dueños de los medios de comunicación para defender sus intereses de clase. Se pensaba también que en esas sociedades más transparentes la educación de las masas desalojaría la información que esas mismas masas recibían de los medios de comunicación que expresaban a sus explotadores. La represión a la prensa en Cuba o en China no planteaba un escollo ni siquiera a los periodistas que visitaban esos países.
Desde mediados de la década del setenta, con la crisis de la idea revolucionaria, estas certezas perdieron terreno. Salvo en cuevas recalcitrantes, el reclamo de la circulación de información sin injerencias ni presiones estatales pasó a formar parte de un refundado campo progresista y se transformó en cuestión de principio. Del lado de los gobiernos esta profunda mutación produce reacciones conflictivas. Por una parte, los políticos han aprendido una lección impartida por las ciencias sociales: no hay política sin medios de comunicación. Por eso viven pendientes de lo que sucede en la esfera mediática.
En el siglo XIX, los políticos argentinos fueron todos periodistas, fundaron diarios, polemizaron a través de sus columnas. Hoy, los políticos argentinos no responden a ese perfil intelectual y son más críticos de la prensa que protagonistas en sus debates.
Por otra parte, la prensa, sobre todo a través de la esfera audiovisual y crecientemente de Internet es un universo con más pliegues que los ofrecidos hace tres décadas por un puñado de grandes diarios tradicionales. Todo ha cambiado. Negar que existen intereses económicos detrás de los medios de comunicación equivaldría a la ingenuidad más extrema. La cuestión no es esa sino de qué modo los gobiernos, en primer lugar, suspenden de raíz sus ataques a la prensa por una razón evidente: todo lo que se diga desde el poder contra la prensa es una amenaza que, en Argentina, ha tenido avatares siniestros. En segundo lugar, de qué modo las leyes impiden que los gobiernos manipulen a la prensa sitiando a los medios más débiles mediante el reparto cortesano de la publicidad oficial.
La prensa debe procesar a conciencia su nuevo estatuto de estrella de la esfera pública. Para responder a los ataques, es indispensable una foja limpia, prácticas internas que aseguren la expresión de los periodistas y políticas encaminadas a alcanzar un nivel de calidad informativo que permita responder a las presiones del poder con la verdad de un oficio bien construido y con el respeto a principios liberales que rijan dentro de su propio espacio.
La política argentina debe firmar un compromiso de libertad; la prensa necesita discutir un orden para el siglo XXI, y no sólo en términos de tecnología.
Esta defensa debe ser perpetua Por: Gregorio Badeni, Jurista experto en Libertad de Expresión
La libertad de prensa, como sinónimo de la libertad de expresión del pensamiento a través de cualquier medio técnico de comunicación social masiva, es uno de los pilares básicos que condicionan un sistema democrático.
Raymond Aron decía que cuando mayor es esa libertad, más intensa será la tipificación democrática de un sistema político. Cuando no existe o está sujeta a trabas arbitrarias, ingresamos al ámbito del autoritarismo o de su antesala. En la Argentina advertimos que todavía existe una amplia libertad de prensa, superior a la de los países latinoamericanos y muchas naciones europeas. Pero también presenciamos una situación patológica. Todos, públicamente, se proclaman demócratas, pero son muchos quienes desde el Gobierno, o en connivencia con él, propician agravios, abusos, presiones y amenazas cuando la prensa no satisface sus intereses o valores. Muestra de una intolerancia irracional y dogmática fomentada por aquellos que, con particular soberbia, no pueden admitir la expresión de ideas contrarias a las forjadas por sus febriles intelectos.
Tales comportamientos son propios de los autócratas que desechan la tolerancia, la convivencia armónica y el pluralismo republicano. Bien saben que, dado su carácter estratégico, el desconocimiento de la prensa libre abre las compuertas para acometer impunemente contra las restantes libertades y la dignidad del ser humano, socavando los cimientos de la democracia. Ellos no admiten el disenso porque, para conservar el poder, necesitan sumir al pueblo en la ignorancia gestada por la ausencia de la prensa libre. Necesitan masificar a los individuos mediante la imposición coactiva del pensamiento único acorde con su concepción autocrática.
Sin embargo, nuestra historia política nos revela que los continuos embates contra la prensa libre son efímeros. Por una parte, está el inagotable afán de información de los ciudadanos y su anhelo por preservar los valores democráticos. Por la otra, una firme actitud de los periodistas que no claudican en su lucha por la defensa de esa libertad. Esa demanda y esa actitud son muestra elocuente de que la subsistencia de la prensa libre, y por añadidura de la democracia, está condicionada a un desafío constante del cual todos somos protagonistas: la necesidad de bregar por ella en todo momento y en cada espacio para fomentar la creatividad intelectual determinante del progreso de un pueblo.
Contaminación, vía estadísticas falsas Por: Rodolfo Terragno, ex Ministro y ex Senador Nacional. Historiador
Se sentó a la mesa y escribió: "Un gobierno popular sin información popular es el prólogo de una farsa, de una tragedia, o tal vez de ambas cosas". El axioma era parte de una carta. La fechó (agosto 4, 1822) y estampó su firma: James Madison.
Con la frase "información popular", el "Padre de la Constitución" norteamericana aludía al conjunto de noticias y estadísticas -diseminado por toda la sociedad- que impide al gobierno ocultar intenciones, hechos o resultados desfavorables.
Para muchos, libertad de prensa era el derecho a opinar, concedido a los dueños de diarios. Para Madison, era un mecanismo que servía a los ciudadanos.
Al estar los diarios exentos de coerción o prohibiciones, competían entre sí por las primicias; es decir, pujaban por ver quién removía más velos. La ciudadanía lograba, de ese modo, la información necesaria para elegir y juzgar gobiernos.
En 1966, el Acta de Libertad de Información hizo explícito el "derecho a ser informado", que garantiza a la prensa -intermediaria entre el Estado y la ciudadanía- el acceso a información oficial no adulterada.
Para ciertos economistas de avanzada, los medios -cualquiera sea la ideología de sus propietarios- forman un "mercado" de información que, si no es distorsionado por los gobiernos, asegura el bien público.
El Premio Nobel Amartya Sen dice que "es difícil amar a los medios", capaces de "atormentar" o de "arruinar vidas". Sin embargo, advierte que la prensa libre pone de manifiesto la pobreza, el crimen, la corrupción y la inequidad.
"Jamás hubo hambruna en un país con libertad de prensa", recuerda. "Cuando una tragedia social toma estado público, no hay gobierno que pueda ignorarla".
Por eso, los que están reñidos con la democracia procuran ocultar información crítica. Restringir las opiniones es inútil. Hoy cualquiera puede distribuirlas masivamente, vía la blogósfera, las redes sociales y varios sistemas para la transmisión de contenidos.
El nuevo ataque a la libertad de prensa consiste en contaminarla, haciéndola vehículo de información falsa o negándole datos que sólo tiene el Estado.
Otro Nobel de Economía, Joseph Stiglitz -galardonado por sus estudios sobre el efecto de la "asimetría informativa"- traza un paralelo entre el fraude empresario y el político: cuando los accionistas ignoran información vital, los ejecutivos hacen lo que quieren.
Lo mismo buscan algunos gobernantes. Hay motivos para creer que Egipto y otros países ocultan la verdadera magnitud de su inflación, su déficit fiscal y su deuda externa.
China -con resabios de la "doble contabilidad" de Mao- afronta la incredulidad del mundo exterior. Para superarla, la Oficina Nacional de Estadísticas mantiene en cuarentena las cifras provenientes de distintos ministerios; pero cuesta imaginar que, con toda la prensa en manos del gobierno o bajo censura, sobrevenga un blanqueo total.
La lucha por la verdad estadística -parte de la transparencia estatal- es la nueva misión de la prensa libre.
El autoritarismo no es historia Por: Miguel Wiñazki, Director Maestría de Periodismo Clarín-San Andrés
Un viaje a la semilla de la libertad de prensa en la Argentina es una travesía hacia la contradicción y la paradoja. Mariano Moreno, fundador de La Gazeta de Buenos Aires, sostuvo respecto de la prensa una filosofía dual: "los pueblos yacerán en el embrutecimiento más vergonzoso, si no se da una absoluta franquicia y libertad para hablar de todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta religión, y a las determinaciones del gobierno, siempre dignas de nuestro mayor respeto". Todo se podía enunciar, con excepción de todo lo que no se podía decir.
Moreno postulaba una libertad sin libertad. O una censura justa. La Gazeta de Buenos Aires no era un medio autónomo sino un brazo de la Junta. La noticia deseada por todos los gobiernos es la que los favorece y no la que los desfavorece. La Primera Junta no fue la excepción.
No se trata de hacer descender a Mariano Moreno de los altos andamios destinados a los próceres. No sería justo: fue brillante, audaz y efectivamente revolucionó la historia. Transitaba por ese andarivel quebrado entre el autoritarismo de seminario y la apertura iluminista. Moreno encarnaba los dilemas centrales de aquellos tiempos tempranos.
Lo extemporáneo es la perseverancia del autoritarismo hasta el mismísimo día de hoy.
Malas ideas sobre los medios
Por: Eliseo Verón, Profesor Plenario, Universidad de San Andrés
El ministro del Interior, Florencio Randazzo, comentando la declaración de AdEPA sobre la situación de la prensa en nuestro país, señaló que "si hay un gobierno que ha permitido la libertad de prensa en los últimos años ha sido precisamente este gobierno (...) permanentemente acicateado por la prensa, desde el primer día que asumimos".
La última parte de esta afirmación es objetivamente falsa, porque sectores muy diversos de la prensa han ido construyendo análisis del acontecer político del país en cumplimiento de su misión fundamental: informar sobre las acciones del Gobierno, criticar los errores de gestión cuando se lo ha juzgado necesario y denunciar las presiones económicas, políticas y otras, directas o indirectas, a medida que se han ido produciendo.
Lo que sí prueba esa afirmación es que la concepción negativa que el kirchnerismo tiene de la función de los medios de comunicación en la sociedad es, sí, un a priori que estuvo presente desde el primer día. Pero lo más grave es el lapsus de la primera parte del comentario: "permitir la libertad de prensa".
Señor ministro: un gobierno democrático garantiza los derechos humanos, no "los permite". Porque en el contexto de la farsa de "debate público" sobre el proyecto de Ley de Radiodifusión, su comentario se puede interpretar como que en los últimos años se ha "permitido" la libertad de prensa, pero de aquí en adelante está por verse.
Las denuncias de estos últimos días sobre la política del Gobierno hacia los medios de comunicación han sido hechas, y es lógico, por quienes son responsables de producir la información.
Quiero colocarme aquí en el otro polo: en la posición del individuo que recibe y consume la información. Tal vez para que no olvidemos que la manipulación y la presión también se pueden ejercer sobre los individuos, y no sólo sobre las instituciones.
En un sitio de Internet llamado "Abramos la cancha", aparece mi nombre en una "Lista blanca" de los que apoyan el proyecto de Ley de Radiodifusión, a pesar de que no sólo nunca manifesté ningún apoyo, sino que he hecho pública en el diario Perfil, hace pocas semanas, mi oposición a la metodología con la que esa nueva Ley ha sido planteada.
Porque las maniobras políticas orientadas a limitar la libertad de prensa y a dificultar o impedir la expresión de opiniones no coincidentes con la complacencia (o por lo menos con el silencio) que el Gobierno parece esperar de los medios contamina el consumo de la información: ¿estaré siendo bien informado?
Esta sospecha es letal, perversa y tiene el carácter de una violencia simbólica ejercida sobre el ciudadano, particularmente en un país donde el derecho al acceso a la información no ha sido legislado.
Por eso la reacción inmediata, la alerta, la advertencia, de las organizaciones profesionales tiene tanta importancia, y está destinada no sólo a las instituciones, nacionales e internacionales, sino también a cada uno de los que consumimos información.
Los caminos de la censura
Por: Hermenegildo Sábat, dibujante y artista plástico
Como muchas otras libertades, después de ganar respeto y merecer justificada reputación, la libertad de prensa se encuentra en la extraña, incómoda posición de ser desdeñada, cuando no mutilada. Quienes han estado cerca del periodismo son conscientes de que su ejercicio nunca significó escribir cualquier cosa para después publicarla; sin embargo es demostrable que eso sucede en crónicas, títulos, epígrafes y también, en columnas de opinión. Actuando así, muchas publicaciones han logrado éxitos de venta, y sus lectores, casi siempre, están preparados para leer lo que ya sabían que iban a leer. Estos abusos de la teoría oscurecen el esfuerzo de quienes han soñado y sueñan con una profesión dedicada a enaltecer valores superiores, denunciar atropellos, injusticias y maldades, defender el idioma para que no sucumba y multiplicar, de esa manera, los hábitos de lectura. Una ironía habitual en la profesión conduce a preguntar quién fue el primero que editó un diario, originador de la especie, que se privó de la tijera y no leyó los títulos del competidor para mejorar su tiraje.
El menosprecio es consecuencia, además, de los propios errores que se imprimen, horrores inadvertidos que generan, por lo menos, ridículos imperdonables. Percibir únicamente el ridículo es un pasaporte para ser aplaudido entre sus practicantes. Pero el desfile de tenaces, anónimos burócratas del género saca partido de una evidencia: mientras lo publicado sea un ejercicio de barbarie y no roce a los poderes, valdría (casi) todo. No se trata de asumir posturas solemnes, cuadradas, reaccionarias. Cervantes y Borges usaron palabras groseras y no son recordados por eso.
Y, en algunos casos, el buen humor auxilia y esclarece. Un título publicado en la década del 70 en La Razón excede comentarios: Un comerciante mató a otro asaltante. No interesa juzgar al autor. Vale la pena felicitar su ingenio.
La libertad de prensa no es una Constitución con preámbulo, artículos y enmiendas. Su respaldo moral no es abstracto: la cita de hechos concretos y datos comprobables no es discutible ni punible. Atacar esas evidencias, reaccionar sin argumentos es consagrar esa palabra tan temida: censura.
La inseguridad, que alcanza a gobernantes y muchos gobernados, deriva en susceptibilidades que conducen a persecuciones, despidos y exilios. Un subterfugio previo es la condescendencia ("Usted es testigo de que yo he permitido..."), que no explica la apertura a la ofensa personal que obsede a los pobladores del poder. La censura alcanza a palabras, fotografías, dibujos e imágenes de TV. Un testimonio citable: el gran fotógrafo anti nazi Alfred Eisenstaedt reconoció a Josef Goebbels en la Liga de las Naciones: "Cuando me acerqué en el jardín del hotel, me miró con ojos llenos de odio, esperando que temblase. Pero no temblé. Si tengo una cámara en mis manos no conozco el miedo."
Me molesta citarme, espero ser comprendido. He vivido en Clarín 35 años. Nunca me dijeron qué tenía que dibujar. Como siempre existen malpensados recuerdo que una vez no publicaron un dibujo. No me animo a contar todos los que se publicaron.
Fuente: Diario Clarín