El medio permanece en estado de "hibernación" y las mediciones de rating indican que enfrenta un abismo; muy pocos programas logran dos dígitos y se apuesta cada vez más a los formatos enlatados
Por: Marcelo Stiletano
El último episodio en el que la TV abierta ocupó el lugar central del debate público estalló el 31 de marzo y se prolongó durante toda la primera semana de abril. No fue un hecho para que la pantalla se enorgulleciera. Todo lo contrario. El escándalo desatado en aquel programa de Mirtha Legrand desde el cual se ventilaron gravísimas acusaciones sobre una red de pedofilia en un contexto de asombrosa liviandad y sus secuelas seguramente quedarán entre los peores momentos de la historia de la televisión argentina.
Gracias a ese revuelo mucha gente tomó nota de que la TV abierta seguía ocupando un lugar en el mapa de los medios. Por un momento parecía abandonar ese estado de letargo que caracteriza a quienes tienen poco y nada para decir. Gracias a una ruidosa discusión que giró alrededor de una frase clave dicha hace un par de décadas por la propia Legrand ("Por un punto de rating se mata a la madre") caímos en la cuenta de que ese mismo rating todavía existe y que se sigue luchando encarnizadamente por conseguirlo, aunque la recompensa en todos los casos resulte magra.
Tras las disculpas públicas de Legrand, una semana exacta después del estallido, todo volvió a la normalidad. Las planillas de medición de audiencia volvieron a reflejar el estado de hibernación de la pantalla y de los espectadores, tan poco movilizados por lo que la TV de aire les ofrece que hoy los canales destapan champagne para celebrar que alguno de sus programas apenas alcanzó alguna cifra de dos dígitos en las franjas horarias más competitivas. Lo que en otro tiempo era una batalla sin cuartel entre emisoras que apuntaban a superar los 30 puntos de rating (número que acaba de sobrepasar con holgura en Brasil el cierre de la temporada 18 de Gran Hermano, por la red Globo) hoy se reduce a modestísimas aspiraciones que no van más allá de los 12 o 13 puntos. Cuando la miniserie Sandro de América alcanzó a principios de marzo un promedio cercano a los 15 puntos de rating, la novedad se recibió como un hecho de ribetes excepcionales
Los canales de aire están en una encrucijada. En una realidad global de cambios televisivos constantes y dramáticos, así como de verdaderas revoluciones en la manera de consumir contenidos propios de la pantalla chica, con el streaming como actor cada vez más dominante, la TV abierta está obligada a reinventarse todo el tiempo. El problema es creer que el público puede volver a confiar en ella solamente a partir de un menú integrado por platos e ingredientes de dudoso gusto como los que se ofrecieron en la mesa de Mirtha Legrand. Por el contrario, hace mucho tiempo que la televisión abierta no despierta interés en los terrenos que le son naturales. No hay logros periodísticos, no hay producciones vistosas, no hay figuras que valga la pena escuchar, no hay ideas originales dignas de seguir. No hay, en definitiva, una voluntad de crear o de innovar que se mueva a partir del elemental impulso de salir a buscar al público perdido.
En el ánimo de los programadores parece haber hoy más modorra que espíritu de superación. Hacía tiempo que un canal abierto que compite por el liderazgo de la audiencia como Telefe no exhibe en su grilla cotidiana una sucesión tan monótona de propuestas. Hasta que llegó Pampita con su show de trivialidades vespertinas, toda la tarde de Telefe se impulsó exclusivamente con combustible extranjero, especialmente llegado de Turquía. Los 10 u 11 puntos garantizados que aporta diariamente a las planillas de rating le permiten a la telenovela Elif asegurarse un espacio de ¡tres horas! por cada día hábil. Como si fuese una señal televisiva con cabeceras en San Pablo y Estambul, la mayoría de las novedades que por ahora anuncia Telefe tienen identidad brasileña o turca. La rara excepción es Pampita Online, un programa por ahora imaginado más para lograr una calculada repercusión en las redes sociales que para adquirir una genuina identidad televisiva, aún con sus características mundanas
Hay un poco más de producción nacional en El Trece, el otro canal líder que también prefiere navegar en aguas tranquilas y cercanas a los puertos. Aquí tampoco hay búsquedas, hay riesgos, hay voluntad de llegar más lejos. La competencia en el horario central es casi soporífera. Tanto, que después de muchísimo tiempo los programas autorreferenciales de la TV, que también parecen haber perdido buena parte de sus reflejos, ya casi no se interesan por lo que dicen los números de la tele. Esa falta de atención queda a la vista también en la elección de los formatos predominantes. A la sombra de Mirtha Legrand, que transita su histórico año de festejo de bodas de oro con su programa, surgieron (sin comida en el medio) otros ciclos en los que políticos, referentes sociales y figuras del espectáculo o de la farándula se juntan a charlar, como PH y Debo decir.
¿Será que estamos atravesando el año de otro Mundial? Suele decirse que la televisión es ese medio caracterizado por las innovaciones que experimenta cada cuatro años, en coincidencia con la máxima fiesta del fútbol globalizado. Las transmisiones deportivas han dado cuenta de esta evolución, sobre todo tecnológica y visual, pero a costa de dejar deliberadamente huérfano a todo el resto. En la Argentina hace tiempo que existe la costumbre de hacer la plancha -televisivamente hablando- en el año de cada Mundial, como si todos creyeran ciegamente en el hecho que no habrá otra cosa que fútbol en el interés del televidente. Algo difícil de probar mientras nadie se anime a hacer otra cosa que anunciar programas especiales y enviar a la sede del Mundial a la mayor cantidad de gente posible... para no hacer nada nuevo o distinto.
Las expectativas en materia de novedades son contadas, y a la vez condicionadas por lo que ocurra en Rusia 2018. Entre latas y latas extranjeras, Telefe prepara con bastante despliegue el desembarco de 100 días para enamorarse, la nueva producción de Underground en clave de comedia romántica con un destacado elenco. Y confía en la tracción de audiencia que pueda darle Susana Giménez con su vuelta después del Mundial.
El Trece descartó por desacuerdos horarios y artísticos la reaparición de Antonio Gasalla (cuya ausencia, de paso, es el mejor testimonio de que los programas de humor en la TV de aire están directamente extinguidos) pero espera por otros dos regresos, el de Jorge Lanata y PPT por un lado, y el de Marcelo Tinelli (¿a principios de julio?) por el otro. Pareciera que el canal no piensa en otra cosa para pelear por el liderazgo en las mediciones de audiencia. La llegada de la miniserie El lobista tiene aspiraciones un poco menores al respecto.
Mientras tanto, América eligió no escapar de su zona de confort, la continuidad de su programación periodística (más seria o más frívola) en vivo. Y Canal 9 parece haber optado por la estrategia de consolidar en esta temporada algunos de sus programas insignia, desde el clásico Bendita hasta Mejor de noche, pasando por El show del problema y Combate.
Queda la TV Pública, en un año atravesado por la austeridad presupuestaria, por los cuestionamientos de sectores gremiales a la política oficial representada en la figura de Hernán Lombardi y por la aparente decisión de llevar adelante esta temporada sin un director, cargo vacante desde que el 1° de enero renunció Horacio Levin. Aquí también se apuesta al Mundial con la emisión en directo de 32 partidos, algunas ficciones (la segunda parte de El marginal, La caída), el muy bienvenido regreso de Filmoteca y un ambicioso programa musical (La hora del tango, realizado en el CCK) que se vislumbra como uno de los pocos ciclos televisivos que promete algo distinto y ambicioso en materia de producción. Un pequeño estímulo que crea expectativas, pero no oculta para nada, y más bien eleva, las preguntas sobre los grandes dilemas que enfrentan los canales de aire. La demora en resolverlos hará las cosas mucho más complicadas para el medio en el futuro inmediato.
Encendido en picada
Ninguna cifra o dato ilustra mejor la encrucijada de la TV abierta en la Argentina que la baja del encendido. En televisión.com.ar, que viene siguiendo el tema, se reveló que 2017, con un acumulado de 23,1 entre los cinco canales, fue el año de encendido más bajo de los últimos 13 para los canales de aire.
Esa tendencia siguió en enero de 2018, con un encendido acumulado entre los cinco canales de aire de 21,7 puntos, el registro más bajo medido mes a mes desde 2004. En febrero hubo una leve suba, pero la sensación de haber tocado fondo se mantiene
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Fuente: Diario La Nación