Por Gustavo Noriega
Una persona que desde un lugar empresarial ejerce el oficio periodístico, que toma decisiones, que es responsable de lo que puede o no salir en pantalla, le dice a otra: “Andá con la cámara a la salida de Esperanto y filmalo al Burrito Ortega cuando salga”. La imagen capturada a las siete de la mañana muestra al jugador tambaleante y poco seguro en la conducción de su auto. Alguien decide emitirlo y alguien, Guillermo Andino, no quiere limitarse a presentar la nota sino que siente la necesidad de editorializar sobre el estado del jugador.
Como consecuencia, Ortega queda fuera del plantel de River. Otra persona, que maneja los destinos de un club del interior, piensa que es una buena oportunidad para conseguir los servicios de un jugador extraordinario a un precio accesible. El club es Independiente de Rivadavia de Mendoza, que en acción relámpago lo incorpora.
No es imposible que las dos personas, la que decide poner en pantalla a Ortega saliendo del boliche y la que aprovecha para contratarlo, sean, en realidad, la misma. De hecho, Daniel Vila, socio de Manzano y de De Narváez en América, rige los destinos del club mendocino y viene bregando desde sus medios desde hace tiempo para instalarlo en un lugar de preponderancia. No hay ninguna prueba de que ambos acontecimientos estén conectados causalmente. Sin embargo, la estructura de los negocios en la Argentina (y en el mundo) desde la década del noventa hace que esa relación sea, en principio, posible. Esto es lo que pasa cuando los medios de comunicación están en manos de gente que además es dueña de otro tipo de empresas: no hay independencia entre la labor periodística y el resultado de ese ejercicio. Las consecuencias de la generación y emisión de una noticia pueden tener provecho para el empresario periodístico en otra de sus ventanillas de ingreso.
Esto no es nuevo, claro. Desde que los grandes canales de televisión están asociados a la producción de películas –aprovechando los subsidios del Estado– no es infrecuente ver que los informativos destaquen como una “noticia” importante la participación de tal o cual actor en dicho film. La actividad periodística se hace indistinguible de la comercial, destruyendo en un solo movimiento todo una ética profesional.
Este complejo mundo de negocios en los cuales está incrustado el periodismo, como un producto más pero con la capacidad de potenciar a los otros, ha sido dado por sentado en los últimos años. Se ha naturalizado que las cosas sean así, que no pueden ser de otra manera, como si vinieran mezcladas desde siempre. Sin embargo, el mundo era distinto antes de los años noventa.
A todo esto, sigue demorada la discusión acerca de una nueva Ley de Radiodifusión, que debería poner algunos límites. Cuando se produzca, no cedamos al facilismo de argumentar que se trata de una ley de la dictadura. Sus peores costados –los que permiten este tipo de cosas– vienen de las modificaciones realizadas por un gobierno constitucional y peronista, el de Carlos Saúl Menem.
Fuente: Crítica de la Argentina