Por culpa de los programadores, la TV es el medio más alejado del periodismo. No se puede supeditar la información al rating.
Por: Reynaldo Sietecase
La televisión es el medio de comunicación más alejado del periodismo. Para decirlo de otra manera, es el sitio donde resulta más difícil cumplir con la función básica del periodismo: contar lo que pasa y explicar por qué pasa. No es culpa de la televisión sino de quienes la hacen. La tele responde a dos premisas: entretener e informar. En la Argentina esos dos campos estaban perfectamente delimitados pero en la actualidad se mezclaron. La medición del rating minuto a minuto fue la piedra de toque de este proceso de descomposición de los contenidos periodísticos. Para los programadores todo lo que se emite, incluso las noticias, debe responder a los parámetros del espectáculo y por consiguiente “debe medir bien”. A los lectores les será sencillo identificar las excepciones.
El sábado pasado, el filósofo Tomás Abraham –invitado al programa TVR– terminó criticando con dureza un informe sobre el padre Grassi (sobre quien pesan graves acusaciones por abuso de menores). TVR es un programa que utiliza el humor crítico para revisar lo emitido por la tele durante la semana. En este caso, dentro del informe, incluyeron escenas de Policías en acción dónde unos agentes detenían en un parque a dos adultos que habían abusado de un niño.
Pude ver el programa original, la secuencia completa de Policías en acción es tremenda. Cuando los agentes se acercan al grupo, el niño llorando les dice que lo estaban tocando. Uno de los hombres, el padre del niño, se defiende diciendo que todo es un juego pero el chico insiste. Cuando los policías finalmente los detienen, el niño abusado reclama llorando que dejen a su papá, que no se lo lleven. Es desgarrador porque el drama del abuso sexual infantil se revela en toda su dimensión. La víctima clamando por su victimario y, el victimario, como ocurre en la mayoría de los casos de abuso, es un familiar o alguien cercano y querido. En una entrevista con La Nación.com, Abraham se extendió en su crítica: “Todas estas cosas no informan, no educan. Supongo que no hay mucha gente dentro de la sociedad que está a favor de la pedofilia o de la violación de menores, no se necesita que alguien con una cara compungida artificialmente le diga que está mal violar a un nene. Así que esas emisiones no tienen ninguna función ni educativa ni informativa. Y mientras tanto, eso no se debería mostrar”.
Tengo la mejor opinión sobre Diego Gvirtz y TVR, programa al que fui invitado en un par de oportunidades, pero la emisión de las imágenes, sin contextualizar el problema, fue un error grosero. Ahora bien, la polémica entre el filósofo y los conductores del programa debería abrir una discusión más amplia. En definitiva, TVR no es un periodístico puro. Cuestiones más serias ocurren en los noticieros y en los programas periodísticos.
En los canales de noticias es habitual musicalizar las informaciones policiales. La aparición de los cuerpos de los tres jóvenes dueños de droguerías fue presentada con música de suspenso en varios canales. No hay informe policial sin su “banda de sonido”. Los cronistas salen a la calle con la consigna de buscar en las declaraciones de las víctimas o sus familiares el detalle más escabroso. Si alguien llora en cámara mejor. La fascinación que genera la tele contribuye a que muchas personas, aun partidas por una tragedia, estén dispuestas a dar su testimonio.
Después de analizar en detalle la actitud de los medios sobre las ex rehenes Ingrid Betancourt y Clara Rojas, el escritor Tomás Eloy Martínez denunció “el acoso de un periodismo sin fronteras morales, que sigue esforzándose por convertir a las víctimas en piezas de un espectáculo que se presenta como información necesaria, pero cuya única función es saciar la curiosidad perversa de los consumidores de escándalo”. Martínez, citó al maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski, quien en su libro Los cínicos no sirven para este oficio, señaló: “Con la revolución de la electrónica y de la comunicación, el mundo de los negocios descubre que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante, sino que, en la información, lo que cuenta es el espectáculo. Y, una vez que hemos creado la información-espectáculo, podemos vender esta información en cualquier parte. Cuanto más espectacular es la información, tanto más dinero podemos ganar con ella”.
Bajo esos parámetros, en la tele nacional, los productores de programas periodísticos tienen la misma agenda que aquellos que producen programas de chimentos. Se invita a los políticos “que miden”, no a los que dicen cosas interesantes. Se mezclan figuras del espectáculo con dirigentes políticos. Se despliegan investigaciones complejas para agarrar “in fraganti” a personajes sin ninguna relevancia. En los informes se seleccionan las imágenes que despiertan mayor morbo. Los periodísticos serios siempre incluyen en sus sumarios algún tema que tenga que ver con el sexo. Así una denuncia sobre contaminación ambiental puede compartir la emisión con una discusión sobre el tamaño del pene. Se acortan los tiempos del debate con el argumento de que éstos son aburridos. La reflexión profunda está ausente.
Los periodistas que hacemos televisión nos debemos esta discusión. Tenemos la obligación ética de combatir esa dinámica que supedita la información al rating.
Las noticias no son un espectáculo.
Fuente: Crítica de la Argentina