La escritora, editora y periodista argentina reúne una selección de sus columnas publicadas en 'El País' en 'Teoría de la gravedad'
Por: Carmen López
Leila Guerriero (Junín, Argentina, 1967) ha estado en Barcelona promocionando su último libro Teoría de la gravedad (Libros del Asteroide, 2019), una antología de sus columnas publicadas en El País desde 2014. Ha resultado ser una especie de homenaje porque días después de su paso por la ciudad, anunció su despedida en un último texto que emplaza al lector a leerla en El País Semanal, donde se dedicará a hacer lo que mejor sabe: periodismo narrativo.
Pero también vino para algo posiblemente más agradable que responder a preguntas. El Col·legi de Periodistes de Catalunya le ha concedido el Premi Internacional de Periodisme Manuel Vázquez Montalbán, según el jurado, porque su trayectoria profesional “pone de manifiesto y relevancia la necesidad, la importancia y la fuerza del periodismo”. Una observación justa acerca de su trabajo. De hecho, actualmente es una de las figuras que salvan el honor de una profesión que no vive sus mejores momentos.
Guerriero escribe crónicas, columnas, perfiles, da clases de periodismo, escribe sus propios libros, es editora, viaja por el mundo dando conferencias. Es la encarnación del oficio en una persona hiperactiva a la que le cuesta poner límites horarios a su jornada laboral: “De pronto son las once de la noche y yo aún estoy trabajando como un tigre cebado, digamos”. Puede que sea esa energía interior la que haga que aún sea locuaz después de pasar la jornada atendiendo a compañeros que la interrogan con la grabadora encendida. Ella entiende, es del gremio.
En el libro que acaba de publicar ahora hace una selección de las columnas que ha escrito para El País en los últimos cinco años ¿Qué criterio utilizaron para escogerlas?
Luis Solano [el editor ] y yo coincidimos en que las columnas tenían que ser aquellas que reflejaban los paisajes más emocionales o de la existencia humana, que hablan de lo que nos pasa a todos: la miseria, el desprecio, el amor, el desamor, la pena, el dolor, la pérdida, el duelo, la muerte, el tiempo. Y todas aquellas que hablan de otras cosas como el Papa, el abuso sexual, las mujeres o el feminismo quedaban fuera.
Entonces lo que hice fue ordenar el puzzle. Imprimí todas las columnas, son noventa y algo y las esparcí en el suelo de la sala de mi casa en un cuadrado. Hice la cuenta de cuántas tenían que poner por cada lado para que entraran y fui mirándolas: esta puede ser la que empieza, esta podría seguir, esta me puede servir de transición hacia esta otra zona, tengo claro que quiero que el libro termine en un tono más susurrante, más suave, no tan devastador como el aullido del principio. Así las fui ordenado y se las entregué a Luis. Él solo sugirió que la primera columna que iba a ser Supongo pasase al segundo lugar y que la primera fuese El pacto. Y yo pensé “qué gran editor”.
¿Qué parte de ficción tienen y qué de realidad?
Son una ficción como Frankenstein, digamos. Porque son situaciones por las que en algún momento uno pudo haber pasado mezcladas con otra que leíste en un libro o viste en una película o que te contó un amigo o que viste en una cena a la que asististe. Las Instrucciones surgieron así, porque yo estaba en una cena –aunque creo que esa columna no sale en el libro– de gente que yo ni conocía. Estas típicas cenas en las que se juntan los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres, que es lo más antipático del universo, la situación esa ya me pone enferma. Y entre dos participantes hay una situación tensa pero educada, digamos. Siempre muy humillante de él para ella. Y al final de la jornada estaba con esta mujer y me dijo algo como muy doloroso, con los ojos llenos de lágrimas. Me lo dijo a mí, que ni me conocía. Yo dejé pasar tres miércoles, por las dudas y después lo escribí. No dije quiénes eran ni dónde había sido, lo difuminé todo y nunca pasó nada. Supongo que no la deben de haber leído porque era tal cual.
Ahí me dije que hay toda una faceta de las relaciones de pareja que estaría buenísimo poder meter en la columna pero cómo lo iba a hacer. Porque no iba a ser tan sátrapa de estar ventilando la intimidad de mis amigos o a la pesca como una piraña de la miseria ajena. Pero bueno, yo conozco la naturaleza humana. Yo misma he pasado por situaciones de desgastes en las parejas y qué sé yo. Ahí empezó Instrucciones. Al principio eran personas en situaciones de duelo por la muerte de un familiar y después ya fueron puras parejas.
¿Alguna vez alguien cercano a usted se vio reflejado en esas columnas?
No, no. Porque yo con la vida de los amigos soy muy discreta. No tengo ninguna contemplación con la mía, con la vida de mi padre, de mi pareja. La de mis hermanos puede ser un límite, digamos. Pero con mis amigos me parece enojoso. Seguramente en algún momento lo haré. No lo hago ahora, pero lo puedo hacer tranquilamente dentro de un año. Uno es un monstruo.
Cuando empezó a publicar libros, su papel cambió de entrevistadora a entrevistada ¿Cómo lo vivió?
No sé, ya no me acuerdo. El primer libro que yo publiqué fue en 2004 o 2005. Pasaron muchos años hasta ahora. Sí sé que no lo sentí como una cosa rara, me pareció normal. Tengo una amiga escritora que dice que cuando está en gira de promoción les cuenta distintas versiones de lo mismo a los periodistas y yo pienso que eso es un horror, por favor. Dice que su editor la riñe, claro.
Trato no ser el mismo loro. A veces sí pasa y a mí me produce mucha culpa ante las mismas preguntas responder lo mismo. Pero si es lo que pienso no puedo inventar diez respuestas distintas. Eso sí me da un pudor infinito, porque pienso que tendría que haber sido más original.
Como periodista, ¿juzga mucho a su entrevistador?
No, nada, cero. Más bien me resulta admirable que tengan una batería de preguntas. Yo sería totalmente incapaz de hacer lo que hacen ustedes. Sí te confieso que a veces me he encontrado con entrevistadores que resultan un poco irritantes por lo previsible, digamos. Pero trato de ser educada y si algo me incomoda intento sofrenar a mis tigres internos.
¿Alguna vez ha terminado entrevistando usted al entrevistado? Por deformación profesional
Sí, sí me ha pasado. No he transformado eso en una entrevista para mí pero sí. En general, las entrevistas se hacen en países muy distintos y a veces me ha resultado interesante por algún motivo la vida del otro. Pero siempre que estás en otro país hay poco tiempo así que trato de respetar el trabajo del colega y no convertirme en una pesada que le está preguntando a ella o a él sobre su opinión acerca de cosas del país.
Usted cree que a la gente le gusta hablar de sí misma en las entrevistas. ¿A usted también?
No, en absoluto. Yo no hablo de mí misma ni con mis amigos. Me aburre el tema, digamos.
Usted es muy conocida por su trabajo de periodismo narrativo. ¿Se puede seguir haciendo ese tipo de periodismo de calidad con la precariedad que existe ahora en el sector? Aquí es casi imposible que alguien dedique uno o dos meses a hacer entrevistas y desarrollar un tema en profundidad. Un freelance se moriría de hambre si solo se dedicase a eso y en las redacciones tampoco pasa mucho
Nunca fue fácil, ese es el truco. Todos los periodistas narrativos que yo conozco, yo incluida, hacen cien cosas a la vez. No sé por qué existe esta idea de que uno se dedica durante dos meses a hacer solo una nota. Durante esos dos meses también hago la promoción de un libro, doy clases de taller todos los lunes en mi casa, doy talleres afuera, viajo, doy conferencias, edito cinco libros a la vez, escribo columnas y durante todo ese tiempo también trabajo en un artículo largo.
Esto no quiere decir que yo no piense que el oficio está precarizado, creo que hay mucha gente haciendo más tareas de las que puede hacer un ser humano. Es muy falso pensar que uno vive de publicar cuatro crónicas al año, eso no existe. La compensación viene por otro lado. Si te pasas cuatro meses con una crónica aunque se la entregues a la revista que más pague en habla hispana, divides el dinero por los días que has trabajado y ves que ganaste cinco céntimos de euro por día.
Cuando yo recién empecé, trabajaba haciendo prensa para una banda de rock además de ser periodista. Quiero decir que siempre hice diez cosas a la vez. Todas relacionadas con la comunicación y esto. Pero yo no sentía que estaba precarizada porque publicaba en Página/ 30 y a la vez colaboraba en El Diario de Uruguay y hacía la prensa de un boliche con mi amiga Daniela. Yo sentía que esa era la forma de vivir, de hacer lo que yo quería hacer. Además, nunca me pareció una buena idea hacer una sola cosa porque el día que el medio de comunicación decide ponerte de patitas en la calle no tienes más. Y eso, antes o después, pasa.
Ahora trabaja como freelance, pero estuvo muchos años en La Nación, ¿volvería a una redacción?
Yo siempre fui una mezcla de freelance con periodista de redacción. Estuve en Página/30, Cosmopolitan y después en la revista de La Nación desde 1996. Pero en 2014 yo ya había empezado a trabajar para otros sitios y esa cosa crecía de una manera fenomenal. Trabajar en la redacción con todo lo demás era inabarcable. Así que el día que dejé de trabajar en La Nación en noviembre de 2009 más o menos y empecé a trabajar en mi casa. Yo te digo que la verdad no sentí el cambio. En mi casa trabajaba siete veces más. Ahora mismo no volvería a una redacción, pero no sé, quizá el día de mañana. Nunca puedes saberlo. Pero solo pensar en tener que estar cumpliendo un horario, encerrada en un lugar… no sé, no hay nada en eso que me desafíe.
Tiene más de una decena de libros publicados. Parece que cuando un periodista escribe un libro pasa a un nivel superior dentro de la profesión, se convierte en “escritor”.
No, no lo veo así. Yo nunca en mi vida había pensado en que podría escribir un libro alguna vez, no sentía ninguna clase de necesidad. Y cuando se publicó el primero, Los suicidas del fin del mundo (2005), pensé que nunca más iba a escribir otro porque me quedé tan vacía, pensaba, ¿y ahora qué? Después con los siguientes aprendí que pasa eso. Me parece que es injusto pensar en esos términos. El término periodista describe bien lo que hacemos. La palabra de escritor remite a la idea de novelista o de cuentista. Si uno se dedica a eso está bien pero si solo escribes no ficción es raro que digas escritor como si fuera una especie de upgrade.
Aunque estoy pensando en si conozco a algún periodista que no haya publicado un libro, lo cual me parece alarmante. Ahora todo el mundo publica libros o parece aspirar a publicar uno. Parecería que el libro te coloca en otro nivel. A lo mejor es un proceso natural. El periodismo narrativo casi no se puede publicar en ningún lado y creo que ha encontrado un lugar en los libros. Si le estás dedicando los desvelos a un tema desde hace dos años, puede que no quieras escribir un artículo largo sino un libro. Pero no todos los temas que uno investiga son adecuados para un libro, es difícil saber por qué sí o por qué no. No porque un tema sea muy largo o te haya llevado mucho tiempo significa que dé para un libro.
Le dio visibilidad a personajes siniestros en el libro Los malos (2015). Precisamente ahora hay un gran debate sobre si hay que sacar en los medios a la extrema derecha después de su auge en las últimas elecciones. ¿Cuál es la respuesta?
Edité un libro con 17 perfiles de ese tipo de gente, el problema es cómo hablar de esa gente, es un problema de mirada. A mí me parece peligroso hacer como que no existe, ¿y quién va a decidir después qué existe y qué no existe? Creo que gran parte de lo que ha pasado en el mundo es precisamente porque el periodismo no se ha dedicado a ver esas realidades que se estaban imponiendo con muchísima fuerza con detenimiento sino más bien con la fe voluntarista de poner una especie de barrera, como de “esto no va a pasar”. Se lleva a Trump a la televisión y se le muestra como un mono ridículo. Entonces resulta que Trump va y dice una lista de barbaridades a la que los periodistas reaccionan de manera escandalizada, pero el votante de Trump sigue convencido. No es esa la manera de mostrar a esos sujetos.
La idea del libro Los malos era no hacer textos con el dedito levantado diciendo: “este señor es un monstruo”. Ya sabemos que son seres perversos y siniestros, quiero retratos de seres humanos, que su humanidad maléfica, su perfidia, sea humana. Eso me parece mucho más perturbador que si me pintan un monstruo. Un Trump humano resulta mucho más temible que transformado en una caricatura. Mostrar a los señores de Vox como sujetos humanos, con las preguntas que hay que hacer. Que desnuden su horrorosa naturaleza haciendo las preguntas pertinentes y dejando que salgan al ruedo.
Pensemos en la cantidad de invisibles que hay en la naturaleza y que no tienen voz. Esas cosas siempre acaban mal, en estallido. Hay un mundo invisible de gente precarizada, de gente pobre, que reclama y que los medios deciden no mostrar por algún motivo. Ahí tenemos las revueltas de Chile, los desastres de Ecuador. Los invisibles acaban explotando por algún lado, empaticemos con ellos o no. No soy socióloga, pero tengo esa impresión.
Fuente: Letras Libres