jueves, 24 de octubre de 2019

“La tele miente”: Chilenos interpelan a la televisión

Se trata de momentos en los que diversos ciudadanos anónimos son entrevistados por la prensa, y los mismos ciudadanos critican duramente la forma en la que la televisión ha tratado las manifestaciones y otros de los temas que han surgido en los últimos días
Este miércoles el Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile (ICEI), estrenó un video que recopila diversas intervenciones ciudadanas en vivo en la televisión.

Se trata de momentos en los que diversos ciudadanos anónimos son entrevistados por la prensa en televisión, y los mismos ciudadanos critican duramente la forma en la que la televisión ha tratado las manifestaciones y otros de los temas que han surgido en los últimos días.

En el video se registran momentos en los que “la televisión chilena recorre los barrios de Santiago buscando declaraciones de ciudadanos angustiados por las dificultades en el transporte, abastecimiento y seguridad”, según su propia descripción.

“Estaba hablando y me cortaron” y “hay que perder el temor, hay que seguir manifestándose, ustedes han creado sicosis en la gente“, son algunas de las frases que destacan en el video.
Declaración Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile ante cobertura mediática de Estado de Excepción
Como primera Escuela de Periodismo del país, que históricamente se ha visto a sí misma como una comunidad de profesionales y estudiantes al servicio de la comunicación, manifestamos nuestro malestar ante la cobertura y tratamiento mediático que han realizado los canales de televisión abierta respecto al momento difícil está pasando el país.

Llamamos a los medios a cumplir con la exigencia ética y social que la profesión nos convoca, con un tratamiento plural y ético que no considere solamente las fuentes oficiales, sino a todas las voces.

Exigimos a los medios no hacer de esto un espectáculo y estar a la altura de lo que requiere nuestra patria en el contexto de un Estado de Excepción que transgrede libertades y derechos individuales y colectivos.

No es bueno para el país que todas las acciones ejercidas por las Fuerzas Armadas y Carabineros sean justificadas por periodistas y líderes de opinión en pantalla, principalmente, luego de las escenas de violencia brutal y vulneración de los derechos humanos que se están conociendo solamente a partir de una cobertura ciudadana en redes sociales, medios comunitarios e internacionales.

Finalmente, llamamos a todos los integrantes de nuestra comunidad a romper desde sus herramientas comunicacionales la falta de rigor periodístico que privilegia el morbo y la entrega de la primicia. Desde todo punto de vista, esta no puede ser tolerada en nuestro rol de comunicadores.
Estudiantes y académicos
Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile

Declaración Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile
La Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile condena enérgicamente la violencia excesiva ejercida por las fuerzas de orden como respuesta de la autoridad a las demandas de mayor justicia social que diferentes sectores han planteado. Las movilizaciones pacíficas han sido reprimidas de manera desproporcionada y no se condicen con el discurso de normalidad y protección de la ciudadanía que el gobierno afirma representar.

Asimismo, condenamos las formas de desinformación que diferentes medios de comunicación están utilizando para generar confusión, polarización y miedo en la población. Exigimos versiones más objetivas y fidedignas de los acontecimientos que ayuden a ponderar la verdadera naturaleza del conflicto social que vive nuestro país.

Las y los cineastas han jugado un rol fundamental en la construcción de la memoria de nuestra nación y como escuela nos sentimos convocados a mantenerla con el trabajo y rigurosidad que siempre nos ha caracterizado. Por eso invitamos a todos los interesados a construir archivos visuales de este tiempo para poder en el futuro relatar con la mayor claridad posible lo que ha ocurrido a partir del 19 de octubre.

Enviamos un mensaje de esperanza y reconocimiento a todos y todas las personas que pacíficamente han decidido movilizarse por justas demandas de cambio y futuro.
Escuela de Cine y Televisión de la Universidad de Chile

La TV una mierda, la radio informando, las redes luchando
Evidentemente, estos conductores/as de estudio nunca se habían enfrentado a un estrés periodístico de esta magnitud y, sobre todo, de esta profundidad política que implica, entre otros, un cuestionamiento al “modelo” que a ellos mismos les ha permitido ser millonarios/as y famosos/as. Se trata de un desafío mayor, sobre todo si no hay reflexión crítica, pues entonces, automáticamente a la escala de valor a la que se acude para construir el encuadre periodístico es al de la ideología dominante. Y esa es la ideología neoliberal, la misma que valora más la propiedad privada que los derechos sociales, la seguridad que la solidaridad, al individuo mas que al colectivo
Por: Pedro Santander, Demoscopia Electrónica del Espacio Público
Hoy todo está bajo escrutinio, no solo el gobierno, los partidos y los empresarios, también los medios y los periodistas, un gremio que le gusta evaluar y observar a los demás, pero no que lo evalúen y observen.

Claro, no es fácil hacer esa evaluación, sobre todo porque, como suele ocurrir en situaciones de excepcionalidad, el flujo informativo y comunicacional es profuso, constante, múltiple. Pero una observación atenta de los medios nos permite levantar unas primeras hipótesis. La primera de ella tiene que ver con el fuerte contraste entre televisión y redes sociales, al momento de informar acerca de este inédito terremoto social que estamos viviendo.

Analizando el discurso que se está comenzando a estructurar en los espacios informativos de los principales canales de la televisión chilena vemos asomar claramente dos encuadres (o frames) con los cuales los periodistas – y sobre todo los conductores- están observando los acontecimientos; ambos encuadres están estrechamente relacionados: a) la protesta social se difunde como un problema de orden público; b) la valoración de la propiedad privada ocupa un lugar prioritario en los comentarios de los periodísticos, sobre todo, de los rostros.

En esa línea el foco informativo audiovisual está cada vez más puesto en los saqueos, en mostrar el miedo de la población a que asalten sus viviendas, en las rondas de autodefensa, en los chalecos amarillos chilenos, etc. De este modo, los informativos de la televisión han convertido el problema social en un problema de orden público. Se trata justamente del mismo relato del gobierno, y del sustento argumental para tener miles de militares en las calles y decir que estamos en guerra (pronto aparecerá Venezuela). La justificación y base discursiva es el ataque que muchos chilenos/as sufren a sus propiedades privadas (negocios, casas, condominios, etc.). Se levanta en ese marco la dicotomía entre “turbas” y “ciudadanos”. Dudo que alguna vez la televisión haya usado tanto esa palabra – turba- para describir a otros chilenos. “Turba”, sustantivo que semánticamente implica la idea de muchedumbre, confusión, desorden, desconcierto…así nos ven.

En el periodismo la operación de encuadrar de la que estamos hablando consiste en concentrar la atención profesional en ciertos aspectos de los acontecimientos y no en otros. Se organizan así los hechos de acuerdo a reglas de relevancia/irrelevancia y, de paso, se incide (a menudo) en la percepción del espectador. Las operaciones de seleccionar y encuadrar son inevitables, pero qué se considera relevante o irrelevante es una decisión editorial y también una opción personal del profesional, sobre todo cuando se está “en vivo y en directo”, lo que ha sido justamente el caso en estos días, especialmente para los rostros de los noticieros.

Evidentemente, estos conductores/as de estudio nunca se habían enfrentado a un estrés periodístico de esta magnitud y, sobre todo, de esta profundidad política que implica, entre otros, un cuestionamiento al “modelo”, el mismo que a ellos les ha permitido ser millonarios/as y famosos/as. Se trata pues de un desafío mayor, nada fácil, sobre todo si no hay reflexión crítica, pues entonces, automáticamente a la escala de valor a la que se acude para construir el encuadre es al de la ideología dominante. Y esa es la ideología neoliberal, la misma que valora más la propiedad privada que los derechos sociales, la seguridad que la solidaridad, al individuo más que al colectivo. Por eso, a estos profesionales no les cuesta sancionar la violencia social en el modo indicativo (“es”), pero hablar de “disparos horizontales”, de “protocolos” y emplear el modo condicional (“sería”) cuando de violencia militar se trata.

En las radios, en cambio, se está desde siempre acostumbrado al ritmo frenético y en vivo para seguir los acontecimientos. Vemos una programación y rutinas fuertemente informativas, y también arraigadas, que siguiendo lineamientos conocidos y fuertemente orintados a cumplir con un rol de orientación social para la ciudadanía. Destaca, en esa lìnea, la participación que en estos días ha tenido la audiencia informando acerca de lo que ocurre en sus contextos más próximos, auditores dando a otros auditores consejos, datos, haciendo denuncias, etc.

Por último, en el otro polo de este eje, las redes sociales también se han probado y puesto a prueba en esta inédita circunstancia nacional. Twitter, Instagram, Facebook, Whatsap y Telegram están operando frenéticamente por estos días; las dos últimas cada vez menos como servicios de mensajerías y cada vez mas como redes que conectan y construyen comunidades. Hacia todas estas rrss ha emigrado el periodismo y la comunicación de trinchera que hoy genera y permite un encuentro virtual/digital entre periodistas profesionales y ciudadanos que quieren comunicar los sucesos de estos históricos días, pero con su propio encuadre. En la trinchera están todos y todas, los y las partidarias del gobierno, los movimientos sociales, las ciudadanas/nos sin afiliación, todos y todas haciendo ruido y, sobre todo, agitación.

De acuerdo a la observación inicial hecha por el estudiante tesista de la carrera de Periodismo PUCV, Ignacio Molina, las redes están operando muy organizadamente y ocurren dos fenómenos interesantes: a) menos presencia de los seguidores de Piñera, en comparación a la de los defensores de la movilización social; b) desconexión de los usuarios de redes con la televisión al momento de usar sus dispositivos y sus herramientas digitales. Lo primero (a) era esperable, los desaciertos, la falta de empatia, las ofensas que el gobierno ha hecho por estos días al pueblo de Chile evidentemente se iban a reflejar en la conducta de los/las usuarios/as. Lo espontáneo le gana en estos días a lo forzado. Más sorpresivo es el comportamiento autónomo de las redes en relación con la TV. Hasta ahora la literatura especializada ha demostrado que en momentos de debate político las redes reaccionan a lo que la pantalla dice, en una simbiosis en la cual la televisión gatilla la actividad digital, y ésta reacciona a lo que en la pantalla ocurre.

Pudiera ser esa conducta la respuesta política coherente de cientos de miles de usuarios/as que ante una televisión que claramente ha optado por el encuadre del gobierno, por enmarcar la protesta social como un problema de seguridad, que no cesa de pedir la vuelta a la “normalidad”, prefieran apagar la televisión y vivir la vida de la calle, comunicándola a través de las redes.

Seria esa otra anormalidad chilena que asoma por estos días, que tal vez la escuchemos comentada en la radio, pero que, de seguro, la tele no sabrá explicar.

La televisión: Un festival de irreflexividad
Cuando las imágenes solo transportan una versión unidimensional de lo que está pasando; cuando el registro del sentir de los actores se reduce al pensar de los personeros políticos involucrados en los problemas que hoy explotan –como jueces y partes–; cuando el análisis sociopolítico se circunscribe a la opinión de periodistas que, además de su carencia formativa en la materia, son en muchos casos insignes “rostros comerciales” de centrales hidroeléctricas, de tiendas de ropa, de supermercados, de farmacias coludidas, etc.; cuando todas estas circunstancias se reproducen de manera irreflexiva y constante, el operar de los medios de televisión no solo contribuye entonces a generar una imagen distorsionada de la realidad, sino que además –y más grave aún– a exacerbar los ánimos y el descontento de la gente que hoy se pronuncia marchando
Por: Rafael Alvear, Postdoctorante en Sociología, UAI
En un artículo de 1957, Helmut Schelsky formulaba una interrogante que resulta del todo importante para la situación que tiene en vilo al país: ¿La reflexión permanente es institucionalizable? Si bien Schelsky planteó esta pregunta buscando problematizar cuestiones ligadas a la religión, hoy día nos lleva necesariamente a transportarla a nuestro álgido contexto actual. Por cierto, que la pregunta antes mencionada puede ser extendida en primera instancia hacia la institucionalidad política, toda vez que su sostenida falta de reflexividad ha terminado por llevar a los militares a la calle –institución por definición no-deliberante– y a sostener por parte del jefe de Estado que estamos en una guerra contra un “enemigo poderoso”. La obvia e imprudente irreflexividad del discurso de gobierno ha sido materia de discusión en diversas columnas. No se pretende aquí profundizar en la materia. En lo que más bien pretende detenerse esta reflexión, es en un actor más activo de lo que suele suponerse a primera vista y que ha demostrado una evidente falta de racionalidad para procesar los acontecimientos presentes, a saber: los medios de comunicación y, más específicamente, los medios de prensa de televisión. La irreflexividad a la que se alude, tiene que ver sobre todo con 3 aspectos:

Primero, la excesiva concentración en las imágenes de saqueos, defensa territorial y destrozo de inmobiliario privado/público. La exposición de tales hechos de violencia es ciertamente necesaria en la comunicación del escenario político-social. Sin embargo, la unidimensional transmisión de estas circunstancias ha conformado una imagen monotemática que tiende –ya sea por consecuencia imprevisible u objetivo buscado– a ocultar las innumerables protestas pacíficas que han tenido lugar en la diversidad de comunas de la capital y otras regiones –muchas veces distanciadas unas de otras por solo algunas cuadras. El volcamiento pacífico de la población a las calles del barrio –fenómeno que puede constatarse en lugares del estrato social más diverso– queda borrado de la imagen televisiva. Las estaciones de televisión se han concentrado en entregar las imágenes que generan mayor impacto mediático, transportando una cuestión resueltamente esquizofrénica. Si bien quienes han acudido a los cacerolazos vuelven a sus casas con una sensación de involucramiento y responsabilidad por el país, al prender la televisión se les da a entender subliminalmente que están contribuyendo con su mera destrucción. La construcción televisiva de la realidad, a pesar de tener el contrapeso de las redes sociales y el internet, sigue siendo preponderante.

Segundo, la mencionada monotonía en la cobertura “cronista” de informaciones solo se ha visto interrumpida por mensajes publicitarios y contados espacios de conversación, en su mayoría con personeros políticos. Es evidente la relevancia que supone escuchar a la clase dirigente del país, sobre todo al gobierno y a los líderes de la oposición. No obstante lo anterior, sin perjuicio de la importancia de tales actores políticos, al constatar su responsabilidad y sordera respecto de los acontecimientos señalados –sordera que se sigue percibiendo en la última propuesta de agenda social–, ¿por qué no abrir el debate para actores ajenos a la institucionalidad tradicional? ¿Cuál es la razón de sobre-representar la opinión de parlamentarios, presidentes de partidos políticos o personeros de gobierno? Claro que es razonable escuchar a los actores de la clase política, pero reducir el debate a ella contribuye solamente a exacerbar aún más el descontento. ¿Qué deben pensar aquellos que protestan cuando quienes realizan el análisis han contribuido decisivamente para producir el momento actual? ¿Qué han de reflexionar los televidentes en sus casas cuando el Presidente o el Ministro del Interior persisten en la tesis de la guerra interna?

Tercero, la visible limitación de la prensa televisiva a transmitir en vivo los diversos hechos de destrozos registrados en el país, interrumpidos de vez en cuando, como se ha dicho, por mensajes publicitarios y palabras de actores políticos tradicionales, ha cercenado con ello toda posible y sistemática problematización de lo que está ocurriendo sociopolíticamente en el país. La forma de transmitir información de los canales de televisión abierta se ha reducido a un relato cronista de hechos de violencia que, además de no ser representativos del hilo conductor del descontento, permanecen en una superficialidad imprudente. Así, es posible escuchar una serie de juicios rápidos de periodistas que, a pesar de su destacada trayectoria en el mundo de los medios, carecen del conocimiento necesario para ofrecer un análisis más complejo del acontecer actual. En innumerables momentos es posible escuchar términos como “tejido social”, “violencia”, “protesta”, “contrato social”, “entramado”, etc. Y, entonces, ¿por qué no mejor invitar, por ejemplo, a premios nacionales de historia o de humanidades a ofrecer su punto de vista al respecto? ¿No habrá algún especialista sobre la materia? Claro que toda las opiniones son valiosas, pero reducir el análisis de un programa de televisión que llega a toda la población a un análisis superficial de la realidad sólo parece contribuir a la falta de reflexividad antes señalada.

Por todo lo anterior, se hace necesario que los canales de televisión asuman su tarea de difundir, pero también de contribuir a la discusión y reflexión colectiva de lo que está sucediendo en el país. Si hay algo que nos enseñan las ciencias sociales es que la complejidad del mundo no se deja aprehender por visiones simplistas. Cuando las imágenes solo transportan una versión unidimensional de lo que está pasando; cuando el registro del sentir de los actores se reduce al pensar de los personeros políticos involucrados en los problemas que hoy explotan –como jueces y partes–; cuando el análisis sociopolítico se circunscribe a la opinión de periodistas que, además de su carencia formativa en la materia, son en muchos casos insignes “rostros comerciales” de centrales hidroeléctricas, de tiendas de ropa, de supermercados, de farmacias coludidas, etc.; cuando todas estas circunstancias se reproducen de manera irreflexiva y constante, el operar de los medios de televisión no solo contribuye entonces a generar una imagen distorsionada de la realidad, sino que además –y más grave aún– a exacerbar los ánimos y el descontento de la gente que hoy se pronuncia marchando. La visita de algunos manifestantes a algunos canales de televisión para protestar por su cobertura comunicacional es solo una muestra más de aquello.

Un famoso cantante nacional afirmó alguna vez en el Festival de Viña del Mar que los medios de prensa suelen estar felices con las guerras y este tipo de circunstancias, porque las noticias abundan –tal como hemos podido presenciar desde el viernes en la tarde. El rating está asegurado. Pero si esto es así, ¿por qué quedarse solamente con las imágenes de violencia delictual y no profundizar en las mayoritarias protestas pacíficas que se extienden por todo el país? ¿Tenemos que entender dicha cuestión como un error o una decisión editorial? Si hay algo que, sin embargo, debiesen tener claro quienes lideran las transmisiones de televisión, es que la comunicación no sólo transmite, sino que construye realidad. De ahí que el rol de los medios en la formación de la opinión pública y social, no solo suponga un desafío técnico de transmisión informativa, sino que ético-político de fiabilidad frente a su público. Esto solo es posible superando la irreflexividad de lo “inmediato”. Hace más de 30 años, diarios como La Segunda titulaban sus periódicos con informaciones falsas ciertamente escandalosas y reprobadas por la mayoría de periodistas en la actualidad. Sin embargo, lo que no deben olvidar es que el daño a la democracia no se consuma solamente encubriendo asesinatos, sino también volviendo mayoritario aquello que es minoritario y minoritario lo que es evidentemente mayoría; esto es, en otras palabras: generando violencia comunicativa.
Fuentes: El Desconcierto, Señales

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