domingo, 6 de octubre de 2019

Javier Darío Restrepo 1932 - 2019

Este domingo pasadas las 2 de la tarde, a los 87 años, falleció en un centro asistencial de Bogotá el periodista antioqueño Javier Darío Restrepo. Ganador de múltiples reconocimientos por su labor. Fue director del Consultorio de ética periodística de la Fundación Gabo desde el 2000 hasta el día de su muerte
Por el momento se desconocen las causas de su fallecimiento, pero se sabe que el periodista acababa de llegar a Bogotá desde Medellín, donde asistió al Festival Gabo que se realizó en esa ciudad. Al parecer sufrió una descompensación, motivo por el que fue llevado de urgencias a la clínica Méderi, donde se produjo su deceso.

Javier Darío Restrepo ejerció el periodismo por al menos 60 años y fue autor de una treintena de libros sobre la ética en el oficio, además de dos novelas y varios ensayos.

Entre otros libros, se destacan 'Ética para periodistas' (en colaboración con María Teresa Herrán), 'Cartas de Guerra' (premio CPB de periodismo), 'Testigo de Seis Guerras' (Premio Planeta, Germán Arciniégas) y 'La revolución de las sotanas', entre otros.

Fue, ganador del premio a la Excelencia Periodística del Premio García Márquez, en 2014, y dirigió el consultorio Ético, además de ser maestro de la Fundación Gabo desde 1995.

En 1998, se desempeñó cómo Defensor del lector del diario EL TIEMPO, cargo en el que sucedió a Leopoldo Villar Borda. "Desde un principio saludé la creación de la institución del defensor, porque fue un paso adelante en el respeto al lector y en la lucha de un medio por su credibilidad", comentó en su momento el comunicador.
"La ética no se aprende sino que se vive y se transforma, ya que es como la vida misma, que se renueva todos los días", Javier Darío Restrepo
Durante varias décadas, Restrepo trabajó como periodista independiente, fue director de la Fundación para la Libertad de Prensa y fue columnista de los diarios El Espectador y El Colombiano.

Fue distinguido con los premios Simón Bolívar de televisión, en 1985 y 1986; el CPB, en 1993, y el Simón Bolívar A la vida y obra de un periodista, en 1997, por mencionar algunos.

En una entrevista con El Tiempo, en 2014, comentó sobre los estudiantes de periodismo: “Los veo muy ilusionados, y eso es bueno y es malo, porque tienen mayores expectativas de lo que pueden llegar a encontrar, pero al mismo tiempo se trata de centrar su ilusión. Muchos quieren ser ricos y famosos, lo que denota una ausencia de conocimiento sobre el periodismo; esto no es para hacerse rico y, si acaso, algo de fama”.

El maestro Javier Darío Restrepo ejerció durante 53 años y fue autor de 28 libros sobre periodismo y ética periodística. Fue columnista en los diarios El Colombiano, El Tiempo, El Espectador y El Heraldo.

En esta casa editorial, su columna “Carriel” se publicó durante 17 años hasta 2009. También fue el primer Defensor del Lector en este diario, función que también ejerció en El Tiempo.

Según información de la Fundación Gabo, recibió el premio nacional de Círculo de Periodistas de Bogotá en la categoría de prensa en 1993, así como el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1985 y 1986. Además recibió los premios San Gabriel del Episcopado Colombiano en 1994, Germán Arciniegas de la Editorial Planeta en 1995 y el premio latinoamericano a la ética periodística otorgado por el Centro Latinoamericano de Periodismo (Celap), auspiciado por la Universidad Internacional de la Florida en 1997.

Fue exaltado además con el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo de Periodismo 2014. Sus respuestas en el Consultorio Ético de la Fundación Nuevo Periodismo (FNPI), del que fue director, están compiladas en dos libros El Zumbido y el Moscardón Vol I y El Zumbido y el Moscardón Vol II, una serie de reflexiones sobre el quehacer periodístico que era - y continúa siendo - un texto imprescindible en facultades de comunicación social y periodismo.
"Los periodistas no somos propagandistas de nada. Eso no significa que no seamos críticos y sensibles con lo que ocurre", Javier Darío Restrepo
Dicho consultorio funcionaba en la página web de la FNPI, en el cual junto a otros periodistas como Mónica González, Jorge Cardona, Gumersindo Lafuente y Álex Grijelmo; atendía inquietudes procedentes de todos los rincones de América Latina. Allí se dedicó a responder preguntas acerca de ética periodística, libertad de prensa y de expresión.

Ante preguntas como si usar palabras ofensivas hacía parte de la libertad de expresión, se demuestra su discreción en la respuesta: “El acto de comunicar, por el medio que sea, implica tener en cuenta al otro. Si es una comunicación individual es más fácil definirlo, percibir su identidad, su cultura, sus necesidades de información, su contexto, etc.(...) Desde luego que la libertad de expresión no da patente de corso para ofender, porque ser libre no es decir lo que a uno le venga en gana, sino tener las condiciones favorables para decir lo que uno debe decir”.

Joaquín Gómez Meneses, coordinador de la Red Colombiana de Periodismo Universitario y docente de la UPB, expresó que las reflexiones de Restrepo sobre el oficio siguen vigentes y siempre resultan importantes para la academia:

“He podido conocer diversas experiencias de laboratorios donde se enseña el ejercicio del periodismo. En todos los que nos integramos para conformar esta red, la voz del maestro Restrepo ha sido un faro infaltable. La serenidad y la vigencia de sus planteamientos son un aporte muy valioso incluso en estos tiempos de cambios e incertidumbres. Seguirán vigentes sus aportes por mucho tiempo”, contó.

Serenidad de Javier Darío Restrepo
Semblanza del periodista Nelson Fredy Padill, publicada en octubre de 2014 en el diario El Espectador, cuando recibió en Medellín el Premio de Periodismo a la Excelencia Gabriel García Márquez
La primera vez que entendí que había nacido y vivía en un país en guerra fue mientras oía la voz pausada de un hombre que narraba los pormenores de un ataque de la guerrilla en las afueras de Bogotá a través del noticiero de televisión 24 horas. Empezaba a estudiar periodismo y tanto como los hechos me llamó la atención el timbre de la voz madura que explicaba con claridad lo sucedido y citaba las versiones de las partes enfrentadas. Me pregunté cómo hacía ese reportero para informarse y transmitir el reportaje con una calma que era sinónimo de claridad. Mi papá, al ver mi interés, dijo con certeza: “es Javier Darío Restrepo”. Lo pronunció con la misma solemnidad con que se refería al asesinado director de El Espectador, don Guillermo Cano, y a Germán Castro Caycedo por su programa Enviado Especial.

Siempre veía los informes de Javier Darío con admiración y la distancia del televidente, hasta que llegó el momento de hacer prácticas profesionales y por azar terminé asignado al cubrimiento de “orden público”, es decir a informar todos los días de los operativos de la Policía y las Fuerzas Militares contra la guerrilla y viceversa. Cuando me pidieron un tema para la tesis de grado me llegó a la mente la imagen de Javier Darío para resolver la pregunta de cómo se cubría la guerra en Colombia. Lo busqué para que me diera su testimonio y fuera el asesor de mi tesis, finalmente un manual para ser en la práctica lo que entonces se llamaba periodista judicial.
"Una de las vulneraciones más frecuentes es cuando al periodista le pagan salarios de hambre", Javier Darío Restrepo
Le hice antesala varias mañanas y tardes en el edificio de Compensar, en la avenida Eldorado con avenida 68 de Bogotá. Un día salió de la sala de edición sin el afán de los demás periodistas, más bien con la representación de la serenidad. Caminó hacia mí, se sentó al lado como si tuviera todo el tiempo del mundo y me preguntó en tono confesional qué necesitaba de él. Cuando le expliqué sonrió con consideración y me puso unas tareas básicas para investigar y entender qué eran las Fuerzas Armadas gubernamentales, qué era la guerrilla y qué era el narcoterrorismo que por esos días asolaba el país. Mientras cumplía con el trabajo de campo me di cuenta por qué el respeto de mi papá por él. También todos los periodistas lo respetaban. Claro que ninguno parecía seguir su ejemplo. Gracias a su guía hice la tesis y me gradué.

Veinte años después los dos recordamos las anécdotas entre el aeropuerto de Rionegro y Medellín, donde hoy recibirá el Premio a la Excelencia Gabriel García Márquez convocado por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Durante este tiempo Javier Darío Restrepo se consolidó como decano de la profesión, no sólo por su profesionalismo sino como formador de nuevas generaciones. Maestro de reportería, de televisión, de radio y de narrativa. Ha escrito una veintena de libros a través en los cuales plasmó su relación con los conflictos desde el rigor del investigador en ‘Testigo de seis guerras’ (las centroamericanas, la de las Malvinas, la del Líbano y la colombiana) hasta la construcción de la ficción en ‘Era de sangre’, la novela en la que empieza a dejar por escrito interrogantes no absueltos en sus informes como por qué, una y otra vez en una constante macabra, después de las guerras se enterraban las armas y se desenterraban por la fragilidad de los pactos de paz.

Como buen lector, siempre le gustó transitar la frontera entre filosofía, periodismo y literatura, tan enriquecedora y sinuosa. Camino a Plaza Mayor, donde hoy recibirá el máximo galardón a una vida dedicada a la información me contó que acaba de terminar otra novela en la que a través de los ojos de un periodista hace una revisión histórica del papel del prócer Antonio Nariño.
"La información condicionada, ordenada por alguien, contaminada, no forma buenas decisiones. Información mediocre, pueblos debilitados", Javier Darío Restrepo
Restrepo mantiene una envidiable disciplina de investigador y, además, escribe para periódicos, edita una revista y desde hace 15 años absuelve las dudas éticas de periodistas del mundo hispanoamericano desde un consultorio virtual de la fnpi.org en el que analiza el comportamiento frente a las dudas de lo que llama “la verdad provisional y fragmentada del periodista” y la forma cómo utilizar a favor las nuevas tecnologías de la comunicación. Todo con la misma tranquilidad con que lo oía haciendo sus reportes de última hora en televisión, cuando no existía internet ni globalización informativa.

Con la autoridad de la experiencia y el buen ejemplo reclama el regreso de los periodistas a la calle, al trabajo de campo, a las raíces del oficio. Le molesta ver cada vez más reporteros anclados a los escritorios, amparados en la “inmediatez” e “infalibilidad” que le atribuyen a las redes sociales. El ritmo vertiginoso de las comunicaciones de hoy es para él sinónimo de desinformación. A los nuevos verbos digitales, chatear, twittear y feisbuquear, él les antepone otros que parecen refundidos en el caos: investigar, confrontar, interpretar, argumentar, reflexionar, contextualizar.

Su método es que la calentura se enfrenta con cabeza fría, con el criterio pulido por la lectura y la escritura, por la relectura y la reescritura. Que el mayor patrimonio del periodista es su nombre, como pedía su amigo y también admirador, el escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez, y por tanto vive a distancia del poder, de los cocteles, de las vanidades.

No niega que la exaltación de hoy lo hace feliz, porque proviene del legado de García Márquez, el hombre que le dio un merecido lugar al “mejor oficio del mundo”. Él está en la lista de los que mejor honran la profesión. Javier Darío Restrepo sufrió un infarto hace cuatro años y también sufre del oído, pero nunca ha perdido la capacidad de sorprenderse y conmoverse, ni el equilibrio periodístico. Lleva más de medio siglo informando a carta cabal. Más que las cuatro pastillas que toma cada mañana, lo mantiene vivo el ejercicio intelectual y, sobre todo, la tranquilidad del deber cumplido.

La discreción de Javier Darío Restrepo
Por: Alberto Salcedo Ramos
Hágase la luz
Su primera experiencia en el periodismo fue fundar el periódico mural del Seminario donde estudiaba sacerdocio. Un compañero lo convenció de que él era la persona apropiada para contarle a su comunidad los resultados de la olimpiada deportiva que se estaba llevando a cabo.

Cuando apareció el primer número, la gente se arremolinó frente a la pared para leer la información. Javier Darío Restrepo, que entonces tenía 22 años, se sintió maravillado por el poder de convocatoria de aquella publicación. "No entendía muy bien", dice, "cómo era que el papel tan frágil y la palabra tan efímera, se fortalecían al entrar en contacto. Esa fue mi luz de Damasco".

A partir de aquel día, fascinado por el descubrimiento, Javier Darío tuvo claro que pasaría el resto de su vida procurando repetir el milagro. En principio dirigió varios periódicos religiosos, como Signo, Bastión y La hora. Después empezó a colaborar en diarios y revistas de circulación nacional, como El Tiempo y Cromos. A esas alturas, por cierto, Restrepo sintió que nadar en las dos aguas lo había conducido a un limbo incómodo: los sacerdotes consideraban que no era uno de los suyos sino un reportero con sotana. A los periodistas también les parecía advenedizo. Dispuso entonces acabar de un solo dolor con la ambigüedad, y se decidió por el periodismo.

De sus 17 años en la Iglesia le quedan, sin embargo, ciertos hábitos, como la disciplina. Y las inflexiones de la voz, que parecen siempre en irremediable trance de liturgia. Él cree que entre los dos oficios hay vasos comunicantes. "El otro", que constituye la razón de ser del periodista, es en realidad el mismo "prójimo" de los textos bíblicos, un ser sagrado que merece todo el respeto del mundo.

Testigo de seis guerras
Si hay algo que Restrepo lamenta es no poder seguir siendo un periodista trashumante como en el pasado, cuando era joven y no padecía ningún achaque de salud. Pero hoy, con 73 años y el Vértigo de Menier, no tendría los bríos necesarios para atravesar la selva en burro, ni para vadear ríos y mares en lancha con motor fuera de borda, ni para recorrer a pie el resto del mundo, enfrentándose al helaje de los páramos y a los ardores del trópico, sin más armas que su entusiasmo febril. En pocas palabras, no sería un reportero a la altura de sus propias exigencias.

La periodista Gloria Cecilia Gómez, que lo conoció en sus tiempos de cronista viajero, asegura que Javier Darío no tenía agüeros cuando se trataba de andar caminos largos para conseguir la información. Guillermo Aldana, quien fue su compañero en el noticiero de televisión 24 Horas, corrobora esa apreciación, pero advierte que Restrepo, a pesar de sus ímpetus, tenía un notable sentido de la prudencia, atribuible quizás a su formación clerical. Para ilustrar su afirmación cuenta que una vez, en Managua, en plena llegada triunfal de los sandinistas al poder, Restrepo fue el único periodista extranjero que se abstuvo de tomar el agua cruda del acueducto local, con el argumento de que no le inspiraba confianza. La precaución lo salvó de ser internado en un hospital o de pasarse dos días en el baño, como sus compañeros. "A algunos tal vez les parezca una anécdota irrelevante", añade Aldana. "Sin embargo, yo creo que ahí está reflejada la gran austeridad de Javier Darío, su sentido de la disciplina, dos virtudes necesarias pero no muy frecuentes entre los reporteros".

Como cronista presenció varios conflictos en Colombia y en otros países. Por ejemplo, El Líbano y Guatemala. Cuando llegaba a los hoteles después de cumplir sus jornadas, tomaba papel y lápiz para escribirle cartas a su hija María José, en las cuales le contaba los pormenores de la violencia que le tocaba cubrir. Lo que en principio parecía el ejercicio casual de un padre nostálgico, se convirtió después de un tiempo en el libro Testigo de seis guerras. La peregrinación de Restrepo con los originales debajo del brazo duró dos años. Planeta fue una de las tres casas editoras que le rechazaron el manuscrito, pero curiosamente fue Planeta la que al fin terminó publicándolo, cuando el libro se ganó el Premio de Periodismo Germán Arciniegas, que organiza la editorial.

La lección del colega mexicano
El escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez ha escrito que cuando Javier Darío cubría los conflictos entre la guerrilla y el ejército, no aparecía nunca en cámara "para no robarle espacio a la información". Aquella conducta era producto de una convicción personal, pero también obedecía a la timidez, que es uno de los rasgos esenciales de su carácter. Así las cosas, ser un reportero raso de los que esconden el rostro detrás de sus relatos, era la mejor manera de defender su tranquilidad.

María Teresa Herrán, quien escribió junto a Restrepo el libro Ética para periodistas, dice que él "es tan transparente que a veces llega a ser ingenuo". Y añade que por esa característica visceral - y no sólo por sus principios - es un hombre ajeno al poder. En cierta ocasión, cuenta el propio Javier Darío, un periodista mexicano le regaló una reflexión inolvidable sobre este aspecto del oficio: "Yo me paso el día metido en las oficinas más importantes. Piso sobre las alfombras más finas de México, me atienden el empresario y el ministro, pero por las noches, cuando me voy cansado para mi casa, me toca viajar en un rinconcito del Metro, revuelto con la secretaria y el jardinero".

Colegas allegados a Javier Darío opinan que él se ha pasado la vida viajando en ese rinconcito del Metro, y lo ha hecho sin estridencias, con una discreción exquisita. Llegado a este punto, Restrepo afirma que la ostentación y la soberbia son dos de los grandes males de ciertos periodistas actuales. "Señalan a todo el mundo, con pruebas o sin ellas, pero jamás aceptan una crítica ni se preguntan, así sea por error, qué pueden hacer para mejorar su trabajo. Actúan como si ellos fueran la noticia y no los encargados de transmitirla. Compiten en importancia con las fuentes, ponen a sonar sus nombres y sus fotos en las secciones de chismes, por razones que no tienen nada que ver con el cumplimiento de sus deberes, y hasta se emborrachan en los restaurantes de los magnates. Así van perdiendo la noción de la realidad".

El nuevo reto
Analizar el comportamiento de los medios es una de sus pasiones. Eso se debe a su vocación académica. Restrepo es uno de los maestros de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada en 1995 por Gabriel García Márquez y Jaime Abello Banfi. Además ha sido defensor del lector en los periódicos El Tiempo y El Colombiano.

"Javier Darío es en esencia un pedagogo que disfruta sus encuentros con la gente joven", dice Gloria Cecilia Gómez. "Cuando yo empecé a trabajar era muy inexperta y él me tuvo paciencia. No comenzó dándome grandes lecciones sobre los dilemas morales de los periodistas, sino explicándome qué diablos era un procurador de la república y en qué se diferenciaba este funcionario de un contralor. Él tiene una tendencia natural a explicarlo todo, desde lo más trascendental hasta lo más sencillo".

Por estos días, a propósito de la celebración de los 10 años de la FNPI, Restrepo plantea varios cuestionamientos al periodismo que se está haciendo hoy en Colombia. Uno de ellos es que se trata de un periodismo estancado en el presente. No indaga en el pasado para buscar el contexto de los hechos, ni se pregunta lo que podría suceder en el futuro. Pareciera existir, dice Restrepo, un desprecio por todo lo que está más allá de la inmediatez. En este punto cita a John Tebbel, uno de sus autores preferidos: "noticia no es lo que ya pasó sino lo que pasará".

Hace poco, viendo en un noticiero de televisión la información sobre un nuevo desastre provocado por los arroyos de Barranquilla, Restrepo tuvo la sensación de que estaba recibiendo la misma historia del año pasado, la misma del año antepasado, la misma de hace treinta años. Aquella era, en realidad, una crónica ambulante trasteada de un año al otro con absoluta desfachatez, en la que apenas cambiaban los nombres de las víctimas. Aparte de las lamentaciones de siempre, grabadas en primer plano para que resultaran más aparatosas, no había una sola voz que dijera lo que debería hacerse para que los arroyos no sigan matando a la gente. ¿A quiénes les corresponde impedir estas calamidades? ¿Por qué no han cumplido con sus responsabilidades? ¿Cuándo las van a cumplir?

Existe, además, según Javier Darío, un sentido de la realidad muy limitado. Nos preguntamos, como Shakira, dónde están los ladrones, pero jamás averiguamos hacia dónde iremos si seguimos en manos de los ladrones que estamos mostrando. Hay que darles más espacio - añade con énfasis - a los buenos periodistas narrativos, aquellos que saben reflejar lo esencial a través de las atmósferas. "Ninguna verdad será completa mientras no esté bien contada. Ya nos han dicho un millón de veces lo que está pasando. Ahora el reto es empezar a descubrir lo posible".

El zumbido y el moscardón
En 1995, en vísperas del primer taller que Restrepo dictó en la FNPI, Gabriel García Márquez se le acercó para preguntarle qué metodología iba a aplicar. Él le respondió que la ética es un saber práctico, tal y como lo propuso Aristóteles, y añadió que en el periodismo la ética y la calidad técnica son inseparables. García Márquez aprobó sus palabras y soltó una sentencia que a Restrepo le pareció "luminosa".
La ética no es una condición ocasional sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón.
El zumbido y el moscardón es, justamente, el título que Javier Darío le puso al libro en el que recoge las memorias de los casi 50 talleres que ha dictado para la Fundación Nuevo Periodismo, en diferentes países de América Latina. En el prólogo de ese libro, Tomás Eloy Martínez escribió lo siguiente: "en los tiempos de tentación autoritaria y pérdida de fe en las instituciones democráticas, el periodismo suele ser el último refugio de los sensatos. Y aun en las épocas menos aciagas, la comunidad vuelve sus ojos hacia él, en busca de respuestas responsables a problemas complejos. Javier Darío Restrepo es, quizás, el profesional latinoamericano con mayor autoridad para disipar esas dudas".

Algunos de quienes han tomado esos talleres, como el reportero Ignacio Gómez, llaman la atención sobre el hecho de que Javier Darío plantee las críticas más agudas sin armar alharacas y sin necesidad de despeinarse. Guillermo Aldana cree que a Restrepo le interesa la discusión alrededor de las ideas y no de las personas. Por eso, cuando fue defensor del lector en El Tiempo y en El Colombiano no pidió la horca pública para los responsables de los errores, pero sí fue duro con los problemas que ellos encarnaban.

Restrepo tiene un consultorio en la página web de la FNPI, en el cual atiende inquietudes procedentes de todos los rincones de América Latina. Él sabe que ese oficio lo convierte, de alguna manera, en una especie de pontífice, pero en seguida - bajando el tono, como siempre -- recuerda que la ética no es un asunto grandilocuente sino una preocupación cotidiana por encontrar la verdad y contarla bien.

"Como conozco a Javier Darío", advierte María Teresa Herrán, "sé que lo peor que podrían hacer por él es endiosarlo. No cometan el error de presentarlo como el caudillo de la moral periodística colombiana, porque ni a él mismo le gustaría que eso ocurriera".

Restrepo comparte la visión de María Teresa Herrán. Por eso lo más seguro es que el próximo año, cuando alguien le pida celebrar su medio siglo de vida profesional, él siga de largo dentro del Metro que le tocó en suerte, sentado discretamente en el mismo rinconcito que ha enaltecido con su dignidad.

El decálogo Restrepo
1.- No regalar el trabajo. La tendencia de los medios de comunicación es contratar personal que haga más trabajo por menos dinero, maquiladores de notas que dice Darío Restrepo, no son periodistas, porque los periodistas no se conforman con contar, deben explicarse y explicar. Es un trabajo de inteligencia que debe ser lo suficientemente remunerado para que el periodista tenga satisfechas sus necesidades mínimas; no se puede hacer periodismo de calidad, si se está pensando en qué darle de comer a la familia o cómo subsistir la quincena.

2.- No ser idiotas útiles. El periodista debe pararse a reflexionar sobre el sentido de la información y a quienes está sirviendo. Debe imponerse la lógica de servicio a su comunidad y no la del servicio a los poderosos, y por poderosos se refiere a gobernantes y a grupos delictivos que usan a los medios para comunicar sus mensajes. Para ello siempre es útil, preguntarse para qué informo lo que informo y qué bien común le significa a la sociedad.

3.- Que se imponga la lógica del servicio. La lógica del departamento de ventas de un medio de comunicación debe estar supeditada a la de la redacción. Los medios no se venden por sus anuncios, se venden por su credibilidad, y esa se consigue publicando información de interés público. Entre más información de calidad publique, más anunciantes habrá queriendo anunciarse en el medio que las publica y esas ganancias servirán para seguir informando con calidad. El principio y fin de los medios debe ser el lector o la audiencia.

4.- Hacer un uso correcto del lenguaje. Al igual que no se puede confiar en un cirujano que no sepa utilizar un bisturí, no se puede confiar en un periodista que no sabe utilizar la materia prima de su trabajo: el lenguaje. Los periódicos pierden credibilidad más que por publicar mentiras, por no poner cuidado en lo que publican y hacerlo con faltas de ortografía y de sintaxis.

5.- No permitir el secuestro del lenguaje. En tiempos violentos como los que vive México hay un secuestro de las palabras y si los medios lo permiten, sirven a la lógica de los perversos y los delincuentes. Cuando se llama Ejecución a un asesinato se le da legitimidad y se le quita la carga delictiva que supone. Cuando se llama rehén o prisionero de guerra a un secuestrado también se atenúa el hecho, con lo que ganan esos a quienes convienen el eufemismo que suaviza.

6.- No alimentar el miedo. Al publicar noticias sobre violencia se puede abonar a que permeé el ambiente del miedo. Presentar hechos crudos y duros, sólo por contarlos, sin explicarlos no le aporta nada a la sociedad. Se debe procurar que la información se valga de contexto para ser entendida y que al publicarse produzca cambios.

7.- Trabajar unidos. El gran momento de los medios en Colombia, se dio cuando todos publicaron el mismo día, las mismas noticias, con el mismo diseño en lo referente al narcotráfico. El mismo texto en todos los periódicos, sin firma y con la intención de desentrañar el fenómeno, explicando su contexto y sus repercusiones y no sólo reproduciendo los hechos. En México hace falta un gran acuerdo entre todos los medios para dejar a un lado los egos y trabajar juntos en pos de la cultura de la paz.

8.- Contener el hambre de escándalo. Los medios tienen una afición por denunciar y develar escándalos, van detrás de aquello que huele a exclusiva y se presume como un trofeo frente a la competencia. Se olvida que publicar un escándalo, opaca al escándalo anterior, y publicar un tercer escándalo opaca a los dos anteriores. Se debe esperar a que la información produzca cambios.

9.- Tener agenda propia. Un medio sin agenda se vuelve un simple repetidor, un borrego que dice lo mismo que los demás. Un medio que sólo cubre ruedas de prensa o declaraciones de banquetas no sirve de nada. Un medio funciona en la medida en que es capaz de explicar lo que está pasando y hacerlo entender al lector o audiencia. El medio o el periodista deben saber contar como nadie la información propia.

10.- El periodismo debe pasar por la inteligencia. Hacer periodismo de calidad obliga a la reflexión crítica. Debe dejarse de lado la reacción instintiva, el periodismo es algo mucho más serio y mucho más importante, es una tarea de la inteligencia. No debe estar gobernado por los sentidos, sino por la inteligencia. En ese sentido se debe ver al lector o audiencia como un ser inteligente y no apelar a sus sentidos instintivos. Más que causar emociones, debemos buscar que quien nos lee, ve o escucha, piense.
Fuentes: El Tiempo, El Espectador, Semana, Señales

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