Por: Gary Vila Ortiz*
Como Rosario no tiene fundador, los rosarinos deben inventar su ciudad cada día. Ser rosarino es, ante todo, ser un inventor. Lo primero que inventaron los rosarinos fue el otoño. Después el amor. Una tarde de sol, la lluvia. Y una siesta en que estaban tristes, el dulce de membrillo. Al Gato Barbieri un rosarino lo inventó en París. A Musto un rosarino que pescaba en el Paraná. A Berni un grupo de desocupados que pedían queso y le daban hueso.
A Mendieta, el único perro del mundo que habla el rosarino, lo inventó un amigo de Inodoro Pereyra que esa tarde se había enamorado de Rita la Salvaje.
Al fútbol lo inventaron Pontoni, el Negro Aguirre y Vicente de la Mata. A Pataqueno, al poeta Aragón y a Cachilo lo fueron inventando con el tiempo los rosarinos que amaban los tranvías. Al último lo terminó de inventar Mario Piazza.
Al Che Guevara lo terminaron de inventar en un departamento de Urquiza y Entre Ríos, y aunque lo mataron, sus sueños siguen dando vuelta al mundo.
A la trova rosarina la inventaron los rosarinos que eran trovadores.
A los poetas de Rosario los inventó un señor que se llamaba Ortiz Grognet y ahora son tantos y tan buenos que la gente que visita Rosario dice al volver a sus hogares: “En esa ciudad hay un Monumento, un río con pescados que juegan al truco, poetas que escriben poemas en todas las esquinas, señores que si se enojan hacen una cosa que se llama el Rosariazo y lugares donde se venden familiares de queso y salame, carlitos y menditeguys, tres inventos de la ciudad”.
En Rosario, se dice también, hay una montañita alta como el Everest en el medio de un parque que es muy grande.
El amarillo de las hojas de los árboles en el otoño rosarino no existe en ningún lugar del mundo. Tampoco las chicas con sombrillas que inventó Julio Vanzo, los más perfectos laberintos (y los más bellos) que inventó Anselmo Piccoli, las vegetaciones de las “ciudades invisibles” creadas por Pedro Sinópoli, los gatos inventados por Rubén de la Colina (y cuidados por Cumeta Ghione), las puertas de los barrios creadas por un señor Elizalde, las distintas latitudes del río de otro señor llamado Uriarte.
Al pueblo de Rosario lo tiene que haber inventado un ángel porque tiene la paciencia de los santos. A las mujeres de Rosario las inventó el Diablo para que todos pierdan la cabeza por ellas.
Al barrio de Pichincha lo fueron inventando Clara Beter, Roger Plá, Ada Donato y el Negro Fontanarrosa. De la música de fondo se encargaba Antonio Agri, a quien acompañaban Miguelito Betorello y Marcelo Raigal. El tango nació en Rosario (Borges lo sabía) y el primer surrealista de América fue Aldo Pellegrini.
Hay rosarinos que curiosamente desprecian todo lo rosarino, pero se trata de infiltrados que algún día sacaremos a patadas. Hay otros que viajan y se van como si tal cosa. Pero los rosarinos de veras cuando se van se van yendo como quien se desangra, de la misma manera que Don Segundo.
En la imagen superior el plano de la ciudad realizado por el ingeniero Nicolás Grondona en 1858. Abajo el autor de la nota junto a Marcelo Costa en LT8
*Publicado por Marcelo Costa en homenaje al aniversario de la ciudad y el cumpleaños de su autor, el siempre recordado Alberto Gary Vila Ortiz. El texto lo leyó Gary en el programa "Pichincha", que salió al aire en LT8 Radio Rosario, entre octubre de 2002 y marzo de 2007, los sábados a la madrugada