lunes, 20 de agosto de 2018

María Isabel Chicha Chorobik de Mariani 1923 - 2018

Falleció este domingo, a los 94 años. Estaba internada desde hacía 11 días tras sufrir un ACV. Su vida se apagó sin poder conocer a su nieta, Clara Anahí, apropiada por la Dictadura Militar

María Isabel Chicha Chorobik de Mariani murió a los 94 años. La fundadora y segunda presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo estaba internada desde el 11 de agosto tras sufrir un ACV.

En 1951 se casó con el destacado director de orquesta y violinista, el pampeano Enrique José Mariani (1921-2003), con quien estuvo casada hasta la muerte de él. Mariani vivió sus últimos en Santa Rosa, luego de regresar de su exilio en Italia.

Durante la dictadura militar del Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), el 24 de noviembre de 1976, las fuerzas de seguridad atacaron la casa en La Plata de su hijo Daniel Mariani y su nuera Diana Teruggi, militantes de Montoneros, quienes tenían una hija de tres meses, Clara Anahí. En el ataque, murió su nuera, otros cuatro militantes y fue secuestrada la beba. Al año siguiente fue asesinado también su hijo.

Al recibir noticias de que su nieta había sobrevivido el ataque, María Isabel comenzó a buscarla completamente sola. Concurrió a los cuarteles, comisarías, juzgados, sin lograr resultados, y en muchos casos siendo maltratada o amenazada por hacerlo. Monseñor Emilio Graselli, de la Iglesia católica le confirmó que su nieta se encontraba viva, pero también que había sido entregada a una familia influyente, a la vez que le comunicó que la Iglesia no estaba dispuesta a intervenir para su restitución.

Por ese entonces María Isabel Chorobik de Mariani había comenzado a buscar a otras madres de desaparecidos que, como ella, también estuvieran buscando a sus nietos. Mariani había sido impulsada a agruparse con otras abuelas por Lidia Pegenaute, una abogada que se desempeñaba como asesora de menores en los tribunales de La Plata, donde aquella intentaba infructuosamente encontrar alguna solución para su caso. La Dra. Pegenaute, fue una de los casos excepcionales de funcionarios del poder judicial, que colaboraron genuinamente con los familiares de desaparecidos.
En el segundo semestre de 1977 Mariani fue a buscar a De la Cuadra a su casa de La Plata. "El día que conocí a Alicia ella estaba con un salto de cama rosado y ordenaba su casa. Empezamos a charlar y perdimos la noción del tiempo. Ese día empecé a descubrir lo que realmente estaba pasando y a entender que la búsqueda debía hacerse de otra manera, que no había un solo niño desaparecido sino por lo menos dos. Y si habían dos, ¡cuántos más podrían ser? Por primera vez tuve la horrorosa sensación de que no encontrábamos a los niños porque no nos los querían entregar", relató Chicha.

Ese día María Isabel Mariani y Alicia de De la Cuadra tomaron la decisión de agruparse como abuelas y ésta convocó a aquellas que conocía de las rondas de los jueves en Plaza de Mayo.

"Licha (Alicia de De la Cuadra) buscó a las otras abuelas que ya conocía de la Plaza de Mayo, nos reunimos y decidimos empezar a trabajar juntas. Éramos 12 en ese momento. A mi me asombró verlas con tanta serenidad; yo era un guiñapo, un llanto continuo, las veía a ellas tan serenas y decía «tengo que ser como ellas». Primero nos dimos a conocer como Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos. Pero fuimos creciendo, la gente empezó a conocernos y a llamarnos las Abuelas de Plaza de Mayo", dijo Chicha.

Las doce madres-abuelas fundadoras se reunieron por primera vez el 21 de noviembre de 1977. Ellas fueron: María Isabel Chorobik de Mariani, Beatriz H. C. Aicardi de Neuhaus, Eva Márquez de Castillo Barrios, Alicia Zubasnabar de De la Cuadra, Vilma Delinda Sesarego de Gutiérrez, Mirta Acuña de Baravalle, Haydee Vallino de Lemos, Leontina Puebla de Pérez, Delia Giovanola de Califano, Raquel Radio de Marizcurrena, Clara Jurado y María Eugenia Casinelli de García Irureta Goyena. Licha Zubasnabar fue su primera presidenta. Inicialmente adoptaron el nombre de Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos pero en 1980 terminaron organizándose legalmente con la denominación por la que ya eran públicamente reconocidas, Abuelas de Plaza de Mayo.

Mariani fundó en 1996 la Asociación Anahí, en homenaje a su nieta, Clara Anahí Mariani, que el 12 de este mes hubiera cumplido 42 años.

El 11 de agosto pasado Chicha había sufrido un ACV que derivó en su internación. Su estado de salud fue de carácter estrictamente reservado, hasta que este lunes, tras nueve días sin noticias, se conoció su fallecimiento.

Murió sin poder conocer su nieta, apropiada por la dictadura militar con apenas tres meses de vida. Clara Anahí desapareció tras el ataque a la casa de La Plata en la que vivía con sus padres, Daniel Mariani y Diana Teruggi, ambos militantes de Montoneros, asesinados durante esos días.

Comenzó buscando sola a Clara Anahí en cuarteles, comisarías, juzgados, convirtiéndose en una de las referentes más importantes de la causa de Abuelas. En 2007 la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires reconoció a Chicha con un diploma de honor por su tarea a favor de los derechos humanos.

La despedida de los restos de María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, tiene lugar en el Rectorado de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), el sepelio tiene lugar en el edificio ubicado en 7 entre 47 y 48 desde las 8hs. y hasta las 13:30hs, se desarrolla allí por haber sido distinguida con el Doctorado Honoris Causa producto de su lucha.

Cuando Clara Anahí cumplió 32 años, Chicha le escribió la siguiente carta: “Soy tu abuela Chicha y te busco desde el momento que Etchecolatz y su tropa mataron a tu madre y te secuestraron. Desde ese momento con tu padre te buscamos hasta que a él también lo asesinaron. (…) Quiero contarte que tu abuelo materno se dedicó a la música y yo a las artes plásticas; que tu mamá amaba la literatura y tu papá era licenciado en Economía. Ambos tenían un gran sentido de solidaridad y compromiso con la sociedad. Algo de todo eso tendrás en tus inclinaciones de vida, porque a pesar de que hayas sido criada en un hogar distinto, uno guarda los genes de sus antepasados. Seguramente hay muchas preguntas sin respuesta que aletean en tu interior. A mis más de 80 años mi aspiración es abrazarte y reconocerme en tu mirada. Clara Anahí: mientras te espero seguiré buscándote”.
Fotos: Eva Cabrera

Clara y la oscuridad
Por: Josefina Licitra
Clara Anahí Mariani nació el 12 de agosto de 1976. Tenía, desde un primer momento, un cuerpo y un nombre. Y padres. Su mamá se llamaba Diana Teruggi y estudiaba Letras. Su papá, Daniel Mariani, era economista. Ambos vivían en La Plata, la ciudad donde se conocieron, donde compraron una casa modesta –ubicada en la calle 30 entre 55 y 56-, donde tuvieron una hija, donde fueron asesinados y donde Clara Anahí Mariani desapareció.

Ocurrió el 24 de noviembre de 1976. Clara tenía tres meses. Esa mañana Diana se preparaba para llevarla, como todos los lunes y los miércoles, a la casa de su suegra. Pero nadie llegó a ninguna parte. En algún momento, la casa fue rodeada por tanques de guerra, helicópteros, patrulleros y doscientos miembros del Ejército. Todos estaban al mando de Ramón Camps -entonces jefe de la policía bonaerense- y querían sangre. No queda claro si alguien dijo “ahora”. Sólo se sabe que la balacera reventó hasta el alma de las cosas. Y que Diana pudo, tras la primera descarga, esconder a Clara en una bañera, bajo una pila de almohadones.

En la casa de Diana, Daniel y Clara funcionaba una imprenta de Montoneros, a la que se accedía de un modo solapado. Allí se editaba la revista Evita y una serie de publicaciones que echaban algo de luz sobre las muertes, las torturas y las desapariciones que eran fantasmas innombrables por buena parte de los medios de comunicación. Se sabe que al gobierno militar cierta prensa le molestaba mucho, entre tantas otras cosas que también le molestaban mucho.

Diana fue acribillada bajo un limonero. En la unión de dos paredes –un rincón donde hoy se concentran decenas de agujeros de bala- fue asesinado Daniel Mendiburu Eliçabe, el marido de Feli, el papá de Pablito, el hermano de Fideo y Cali (Feli, Pablito, Fideo, Cali: los nombres de una parte de mi infancia; los compañeros de exilio de mi padre). También mataron a Roberto César Porfirio, Juan Carlos Peiris y Alberto Oscar Bossio, y volaron ventanas a punta de bazucas porque, en fin, a los militares les gustaba el tema de llegar de a cientos y en tanque, aunque “el enemigo” consistiera en cuatro personas y un bebé.

Los únicos que no murieron esa tarde fueron Daniel Mariani –no estaba ahí, aunque sería asesinado ocho meses después- y Clara. Su llanto se escuchó cuando llegó el silencio. Y después no se escuchó otra cosa. Clara fue entregada a Ramón Camps y desde entonces crece en otra familia. Tiene mi misma edad: 34 años. Y un nombre que no es el suyo. Como todo lo demás, que tampoco es suyo. No tener nombre es no tener nada.

La abuela de Clara se llama María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, es fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo y está viejita. Así lo dice el mail que recorre las casillas de muchísima gente estos días: a los 87 años, Chicha Mariani está viejita y, como todos los viejos, tiene la urgencia de los asuntos pendientes. Chicha busca a su nieta desde que encontró sus ropas mínimas entre los escombros de la calle 30. Un comisario le confirmó, en ese momento, que su nieta estaba viva y que había sido colocada “muy alto”. Lo mismo le dijeron un monseñor y un capellán de La Plata. Chicha, entonces, llegó lo más alto que pudo. Tiene varios motivos para sospechar que su nieta podría ser Marcela Noble, la hija apropiada de Ernestina Herrera de Noble.

No es fácil. No va a ser fácil. Chicha tiene 87 años y está viejita.

Quizás algún día yo también sea abuela. Pero por ahora la cuestión del afecto es sólo esta suposición: cuando veo a mi madre querer a mi hijo, intuyo que el amor por un nieto es muy superior al mito alcanforado de la “tercera edad”. Lo más preciado de lo más preciado: eso será un nieto. Un número elevado a su propia potencia, un último y desesperado aprendizaje.

Hoy hay 400 Abuelas de Plaza de Mayo –nacidas en 1977 como Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos- buscando el único eslabón que las tiene atadas a los días. Morir sin encontrarlo, en el fondo, es haber vivido en una especie de inframundo. ¿Entonces es posible morir más de una vez? Claro que sí. Ellas saben que sí.

“Está comprobado que sobreviviste y estás en poder de alguien. Ya tienes 34 años y tu número de documento probablemente sea cercano al 25.476.305 con el que te anotamos. Yo quisiera pedirte que busques fotos de cuando eras bebé y las compares con las que acompañan este texto (…). A mis más de 80 años mi aspiración es abrazarte y reconocerme en tu mirada, me gustaría que vinieras hacia mí para que esta larga búsqueda se concretara en el mayor anhelo que me mantiene en pie, el que nos encontremos".

Eso, en síntesis, dice la carta que hoy circula por la web. Dice, además, que el tiempo es poco, que hay que difundirla pronto y que todas las vías valen la pena. Ésta incluida.
Publicado el 22 de febrero de 2010, en el diario Crítica de la Argentina
Es una noche muy triste en Argentina
Por: Cecilia Gonzalez
Murió Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo.

Tenía 95 años.

Durante 42, casi la mitad de su vida, buscó a su nieta Clara Anahí.

No la encontró.

Los represores se robaron a la niña en un operativo que encabezó Etchecolatz, quien nunca ha querido confesar a dónde la llevaron, a quién la entregaron. Clara Anahí tenía sólo tres meses y Chicha no más supo de ella.

¿Dónde vivirá? ¿Cómo se llamará? ¿En dónde dormirá? ¿Cuántas preguntas se habrá hecho esta Abuela durante tantos años de lucha, de espera y de esperanza?

Qué injusticia. Siguen faltando muchxs nietxs, pero gracias al ejemplo de Chicha, los van a seguir buscando, como confirma Abuelas en su comunicado:
"Despedimos con enorme tristeza a quien fuera compañera de Abuelas de Plaza de Mayo y actual presidenta de la fundación Clara Anahí. Una mujer fundamental en los inicios de la búsqueda de los niños y niñas apropiados por el terrorismo de Estado y un símbolo de la lucha por los derechos humanos. María Isabel 'Chicha' Chorobik de Mariani fue una de las 12 fundadoras de Abuelas. Ella, con Alicia 'Licha' Subaznabar de De la Cuadra, comenzaron a reunirse en ciudad de La Plata para junto a otras madres buscar la manera de encontrar a sus nietos y nietas. La nuera de Chicha, Diana Teruggi y su nieta Clara Anahí, de apenas tres meses, fueron desaparecidas luego de un brutal operativo en la casa que vivían. Por testimonios se supo que de la casa sacaron a la niña con vida. Desde entonces Chicha y las Abuelas buscamos a Clara Anahí. Querida Chicha, la seguiremos buscando, junto a todos los nietos y nietas que faltan".
Foto: Pablo Piovano
La historia de Diana Teruggi: Hasta decir la patria
Por: Marco Teruggi
Apoya la Browning nueve milímetros sobre la mesa, limpia, lubricada, vuelta a armar. La mira con la naturalidad de quien ha aprendido las cosas cuando todo va tan rápido. A su lado se encuentran compañeros tomando mate, otros que salen de la imprenta. Afuera casi todo es silencio. En esa calle de tierra y pozos del borde de La Plata hay poco tránsito. Por eso, en parte, están instalados allí. En un rato saldrá al barrio, a conversar con el almacenero, las vecinas, hablar de su embarazo, de ella, Diana Teruggi, a punto de graduarse en letras, casada con Daniel Mariani, economista, que todas las mañanas sale con traje y maletín de cuero a trabajar a Buenos Aires. Es un día de calma clandestina en la casa de 30 entre 55 y 56 número 1136.

Mientras termina de preparase para su tarea pública piensa en su familia, su padre en el Museo de La Plata, su madre entrando a la casa de 59, donde sus hermanos deben estar tocando piano, con libros en las manos, viviendo esa ciudad que para ella no existe más. Le gustaría que vinieran, para conocer el jardín que arregla con cuidado, mostrarles los preparativos para el futuro nacimiento. Ya les propuso a sus padres venir con los ojos tabicados, la única forma posible para no correr riesgos. No quisieron. Ellos están al tanto de su militancia pública como parte de la Juventud Universitaria Peronista en la facultad de Humanidades, les avisaron cuando en los alrededores de 59 estuvo la Concentración Nacional Argentina preguntando por ellos. Saben, les propusieron salir del país. Desconocen lo demás: su ingreso al Ejército Montonero en 1974, que la nueva vivienda, comprada en agosto de 1975, es una Unidad Básica de Combate de Prensa dentro del Área Logística, que tiene nombre de guerra, Didi, al igual que Daniel, Cacho.

No hay margen para el error, todas las cartas están echadas en el país: la organización clandestinizada, decretada fuera de la ley por el Gobierno de Isabel Perón, la Alianza Anticomunista Argentina, los asesinatos diarios y selectivos, la clausura del diario Noticias, la lucha de clases y de balas dentro y fuera del peronismo, el Operativo Independencia, la huelga general del mes de julio, la necesidad del poder para la patria socialista. Cueste lo que cueste. Callar es entonces necesidad, quedarse, para ellos, una certeza.

La recuerdo con un abrigo gris oscuro, ese andar apurado y esa manera, casi busterkeateana, de ordenar sus papeles. Anotaba todas las cosas que le interesaban, que es como decir el mundo entero. Juan Octavio Prenz, docente de la cátedra donde Diana era ayudante.

“A los que están en la casa de 30 número 1136, que salgan con las manos en alto. Están rodeados por efectivos de las fuerzas conjuntas”, es lo último que se escucha a las 13h20 del miércoles 24 de noviembre de 1976. Diana, que tiene 25 años ese día, está almorzando junto a cuatro compañeros, con Clara Anahí, de tres meses de edad, en el cochecito a su lado. Daniel ha salido media hora antes hacia Buenos Aires.

En ese instante frente a la puerta principal está apostada una tanqueta para impedirles una posible salida frontal, las calles 55 y 56 desde 31 a 29, y 30 de 55 a 56 han sido cercadas, las casas y techos del frente, la terraza y medianera de las viviendas aledañas, así como las del fondo, están tomadas. Se trata de un operativo de más de cien efectivos, compuesto por las tres unidades de las Fuerzas Armadas, cuerpos especializados de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, gendarmería, Grupos de Tareas. Escondidos en la esquina de 30 y 55, se encuentran, entre otros, el General Guillermo Suárez Mason, el Coronel Ramón Camps, y el Comisario Miguel Osvaldo Etchecolatz.

Quienes encabezan tienen la casi certeza de lo que hacen. Pocas horas antes, confundiéndose de casa, ingresaron a una vivienda en 66 y 30 dejando salvajemente golpeado a un detenido. Están en busca de la tercera casa operativa de Montoneros en La Plata: dos días antes atacaron en 63 entre 15 y 16, donde se falsificaban y guardaban documentos y archivos, y en 139, entre 47 y 49, sitio de escondite de las armas en la región.

En la casa de 30 han incrementado las Browning y los fusiles automáticos livianos, tienen información de lo sucedido, aunque resulta difícil saber hasta dónde: la organización está compartimentada y parte de la conducción regional ha caído en los combates del lunes. En cuanto a la defensa del lugar, su construcción fue diseñada pensando en allanamientos de la policía, la Triple A, no para resistir a un ataque con artillería liviana, vehículos blindados, armas cortas, largas, helicópteros y granadas incendiarias, como está a punto de suceder en esa tarde de primavera con tanto calor, una lluvia a punto de comenzar, la historia tan cerca de sus huesos.
El casamiento de Diana y Daniel
Diana escritorio
Diana era excelente. Una persona entera. Serena, comprensiva, sin dobleces, pero también firme y segura. Y es muy posible que ‘angélica’ sea el calificativo que le corresponda. María Inés, compañera de militancia en la casa de 30.

La casa tiene dos ingresos desde la calle: el garaje y la puerta principal, precedida por un pequeño jardín. Al pasar esa puerta se ingresa a un pasillo: a la derecha se encuentra la habitación de Diana y Daniel, luego a la cocina-comedor que tiene en su final una puerta que da sobre el patio. Al ingresar a esa parte se encuentra a la derecha un pequeño baño sin ventanas, otra habitación, y en el fondo está la razón principal de la elección de la casa: un galpón en pésimo estado, el lugar elegido para construir el embute para la imprenta.

Existen otra causa: la existencia del garaje cerrado, que permite la entrada y salida discreta del citroën. La vivienda ha sido adquirida legalmente por el matrimonio. Se trata, para el vecindario, de una joven pareja de profesionales, que han puesto en la casa una placa con el nombre de Daniel Mariani. A ella le fueron designadas las tareas del cuidado de la casa, las relaciones con el barrio, la cobertura pública que justifica tanto movimiento: una empresa de conejos en escabeche.

La construcción de escondite estuvo a cargo de un ingeniero -el mismo que los construyó en las dos otras casas atacadas- y un obrero, ambos de la organización. Sus entradas y salidas a la casa siempre tuvieron lugar escondidos en la parte de atrás del citroën de caja cerrada. Solo César, responsable del grupo, Daniel, Diana, y María Inés, que vivía ahí clandestina junto a su hija Laura, pudieron saber, por seguridad, la dirección.

Luego de sacos y sacos de tierra llevados fuera de la casa, la obra quedó terminada. Detrás de una falsa medianera, situada en el fondo del patio, la imprenta: 1 metro 20 de ancho, 10 de largo, 3,20 de altura, totalmente cerrada, un espacio al cual se puede ingresar por un pedazo de muro, situado abajo a la derecha de la pared, que se desplaza sobre rieles mediante un mecanismo eléctrico -con el contacto de dos cables a la vista- o manual, necesario en caso de corte de luz. Cualquier visitante podría encontrar una pared marcando el final de un patio, donde se amontonaban jaulas para conejos.

Primero María Inés, luego los compañeros llamados cocineros -Roberto Porfidio, Daniel Eduardo Mendiburu Eliçabe, Juan Carlos Peiris, y Alberto Bossio- comenzaron a trabajar sin cesar para publicar los cerca de 5 mil números de la revista Evita Montonera, volantes y materiales de la regional. La responsabilidad de Daniel y Diana quedó centrada en el transporte de los periódicos, escondidos en grandes paquetes envueltos con papel brillante y muchas cintas de colores, que Laura, con sus siete años, ayudó a hacer mientras estuvo en la casa.

Allí están entonces Diana y Daniel en ese final de 1976, con su primera hija, habiendo conocido juntos la experiencia de la Unidad Popular en Chile, sus primeros pasos dados en las agrupaciones de superficie a fines de 1972 -ella en la Juventud Universitaria Peronista, él en el Frente Villero Peronista-, ahora con responsabilidades en el Ejército Montonero, en la imprenta rodeada de un país donde los compañeros y las estructuras caen cada día. Lo saben, en los números de Evita Montonera que imprimen y distribuyen, denuncian las torturas, los vuelos de la muerte, el plan sistemático de extermino. La dictadura genocida no puede permitir la existencia de la palabra, necesita el silencio, un silencio tan grande como aleccionador.

Diana y Posky
Con su enorme vientre de embarazada, sus ojos hermosos y sus largos rulos rubios, es fácil imaginarla franqueando todos los controles, contrabandeando un enorme paquete atado con grandes cintas en la parte de atrás de la furgoneta. Laura Alcoba

Al escuchar el megáfono agarran las armas, buscan las posiciones para impedir que ingresen a la casa y al patio. Las ráfagas comienzan de inmediato, caen con peso de guerra sobre las paredes, parten vidrios, madera, cuadros, la vida allí reunida en 15 meses, los recuerdos de alegría entre tanta clandestinidad, las noches de jugar al TEG, a las cartas, las clases de matemáticas que Diana le daba a Laura, y Clara Anahí, sobre todo, nacida el 12 de agosto a las 20h20.

A las 16h, cuando ya son más de 2h30 de combate y no logran ingresar a la vivienda, la comandancia del operativo ordena disparar con un mortero. El impacto abre un boquete en el frente de la casa, atraviesa la pared del dormitorio que da sobre el comedor, hasta impactar en el muro que tiene del otro lado el baño. Cesan entonces las balas por unos instantes, Camps y Etchecolatz se acercan a la casa vecina, enviando a tres soldados recién salidos de la academia a intentar el ingreso al patio. Uno muere y otros dos son heridos. De dónde venían esas balas, de dentro de la casa o del fuego cruzado del operativo, no se sabe. La resistencia dentro de la casa a esa hora es poca, el mortero ha arrasado con fuerza.

“Tirale negro, que no se nos escape, dale, rajala al medio”. Diana intenta salir por el patio, lleva a Clara Anahí en brazos. “Viva la patria”, grita. A su lado queda otro combatiente, sus lentes caídos cerca, las marcas de los disparos en cada pared, techo y piso.

El último estruendo sucede casi a las 17h. Los comandantes del operativo ingresan, los colimbas quedan apostados en la entrada. Un represor sale con un bulto envuelto en una manta, del tamaño de una niña. Clara Anahí es secuestrada, subida a un auto que se aleja. Sale luego de la casa un hombre con los brazos en alto, mal herido. ¿El ingeniero, quién habría delatado la casa señalándola desde un helicóptero? De serlo, estuvo luego en el Centro de Detención Clandestina de La Cacha, y fusilado.

Al regresar a La Plata, Daniel se entera del ataque, el fuego y las muertes. La certeza no cambia: continuar militando, como pueda, en la organización que se deshace, que seis meses más tarde pierde a su nueva conducción regional. Su familia le ofrece irse. Como antes, decide quedarse. Ya no se llama Cacho, sino Bocha, también Esteban, y logra, el 30 de julio de 1977 interferir la transmisión de la pelea de Mozón con Rodrigo Valdéz en una amplia zona de La Plata, para emitir una proclama de Montoneros. Es lo último. El 1ro de agosto es acribillado en 132 y 35 cuando intenta ingresar a una vivienda por una pared lindera.

Su cuerpo, como el de Diana, es llevado al osario del Cementerio de La Plata, luego a la fosa común, como NN. Los militares y la policía saben en ambos casos quiénes son.
Clara Anahí
Han pasado casi 40 años; intento fijar mi memoria, seguir conservando hermosos momentos, sonrisas, alegrías. Mis hijos ya son mayores de lo que fue. Qué corta su vida, cuanto amor en ella. Daniel Teruggi, hermano de Diana.

Kewpie se acerca, camina con un pie siempre lento, como de arrastrar algo que nunca pudo, que no podrá. Le entregan el anillo de Diana, es 24 de noviembre de 1993 frente a la casa de 30. Se pregunta qué hacer con los aplausos de esos jóvenes y sobrevivientes reunidos frente a la casa que a partir de esa tarde se llama “Casa de la resistencia Diana Esmeralda Teruggi”. Deja unos segundos el anillo en la palma de su mano que todavía puede agarrar las cosas, la cierra, se aleja mientras siguen aplaudiéndola, a ella, a su hija, esa historia que vuelve como incendios cada tanto, todo el tiempo, como hoy, donde algo ha cambiado y todo sigue igual.

Diecinueve años después, en la mañana del 22 de agosto de 2012, en las radios hablan de la masacre de Trelew, y de la muerte de Genoveva Dawson, Kewpie. Hay testimonios, Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo -quien ha investigado casi todo lo que acá escribo- dice su tristeza, Clara Anahí pierde a una de sus abuelas, ella a su querida Kewpie. El tiempo se acerca como olas a los pies de las abuelas. Alicia De La Cuadra, del grupo fundacional, muere en el 2008, su nieta Ana Libertad recupera su identidad en el 2014. No es la única. Los genocidas no hablan.

La ausencia de Clara Anahí -su vida allí, en cualquier lado posible- es la marca diaria del proyecto de dominio impuesto con el terror, la repetición argentina: desde la fundación de su orden, y cada vez que lo han necesitado para mantenerlo, las clases dominantes han asesinado. Por eso, entre tantos, los treinta mil. El crimen es proporcional a la amenaza: la necesidad del genocidio indica las dimensiones de la potencia transformadora y de resistencia que habían acumulado las clases populares al llegar a 1976. Dentro de ellas Montoneros, el intento patria o muerte.

¿Qué queda de ese proyecto implantado con el plan sistemático de exterminio? Diana ya no es una extremista, “subversiva marxista autodenominada montonera” como fue nombrada por los diarios, la teoría de los dos demonios. En la balanza del bien y del mal –ese posible sentido común nacional- el primero quedó, luego de tanta marcha, tanta lluvia, tanto sol, del lado de nuestras familias, las organizaciones políticas, de trabajadores, de los organismos de derechos humanos. El retroceso cultural de la dictadura ha sido grande. Su quiebre mayor: diciembre del año 2001. Quienes condujeron militarmente el genocidio tienen ante sí las espaldas del país: la condena social y, en parte, judicial. El silencio, que entró como peste en nuestras casas, sigue alejándose.

Dónde están en cambio quienes se beneficiaron con aquella muerte protectora del saqueo. ¿Qué lugar ocupan en este país que cambió? ¿Para ellos cambió? ¿No continúan en su mismo lugar -el de la riqueza sobre el crimen de la pobreza- más poderosos aún? Más seguros también: con el terrorismo de Estado quedaron desterrados, para muchos, imaginarios de lo posible: patria socialista, poder para el pueblo, el enfrentamiento al capitalismo, aquello que antes cueste lo que cueste. Allí obtuvo uno de sus mejores logros el proyecto de dominio, su certeza, por ahora, de mantenerse.

No sé qué pensaría Diana hoy. De qué manera pronunciaría la palabra Didi, Daniel, si diría Evita Montonera todavía, como aquello que viene de lejos y a lo cual no se renuncia. Suelo preguntarle, encontrando cada tarde una respuesta nueva. Tienen, ella, la casa, la revolución inconclusa, un paso hundido en la historia que nos enseña, nunca limpia, nunca nítida. Su nombre lleva la verdad de quien lo ha intentado, aquella que mira de frente cargando todos los fuegos de un tiempo.
Fuente: Revista Sudestada

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