Los 142 años de La Nación
Este diario cumple hoy un nuevo aniversario en medio de una grave ola de agresiones hacia la prensa independiente
Cuando se cumplen 142 años de un derrotero seguido a la luz pública por sucesivas generaciones de argentinos, por la opinión pública nacional e internacional, por una legión inmensa de lectores que, incluso, se ha acrecentado el último año contrariamente a lo que ocurre en general en el mundo con la prensa escrita, hay razones fundadas para mantener, a pesar de todas las hostilidades abiertas, la esperanza intacta en el futuro de este diario.
La Nación ha soportado desde 1870 cinco clausuras, y quienes han hecho posible el milagro de una institución perdurable en un período tan prolongado han experimentado en carne propia las dificultades que en ocasiones suele acarrear la voluntad de opinar con libertad.
Pocas veces, sin embargo, ha debido enfrentar La Nación una agresión por momentos solapada, abierta en otros, siempre sin límites en el atropello, como la que ha sufrido en los últimos años contra sus directivos y periodistas, contra el diario y contra la sociedad jurídica que lo edita. La gravedad de esa situación ha ido en crecimiento paulatino hasta llegar a las medidas que se han lanzado contra ella desde el triunfo electoral de octubre de las actuales autoridades.
La Nación es una de las pocas instituciones del país que ha atravesado con orgullo tres siglos. Ha sido una voz de prestigio de la Argentina ante el mundo y se propone seguir siéndolo con las características esenciales de toda la vida: la defensa de la libertad en los más diversos órdenes, la noción de que ha sido fundada para custodiar un legado consolidado en la Constitución liberal de 1853
60 que nos rige, la preservación del orden público, la lucha constante por la seguridad física y jurídica de los habitantes, la igualdad entre los ciudadanos y los extranjeros de buena voluntad que se dispongan a poblar su inmenso territorio. También el espíritu inspirado en que la educación pública, gratuita y obligatoria, sumada a la enseñanza dispensada por las familias y la docencia privada, es la fuente irreemplazable para garantizar la igualdad de oportunidades y la ausencia de sectores postrados en la marginación y la pobreza, cuya magnitud en el presente debería avergonzarnos a todos los argentinos y, en particular, a quienes llevan tantos años en el ejercicio del poder.
Quienes con ceguera e ignorancia supinas han pretendido descalificar las glorias del Centenario hoy se han anoticiado de que Brasil, capaz de generar en 1910 menos de la mitad de la riqueza argentina de entonces, se ha convertido en la sexta potencia mundial, mientras que nuestro país no hace más que retroceder entre todos los renglones comparativos de la significación nacional en la constelación de naciones.
La reivindicación de la libertad, el progreso y los principios republicanos adquiere hoy mayor importancia aún, a partir de la nube tóxica que sobrevuela los medios de comunicación independientes de la Argentina y también de otros países de América latina.
Ni la cruzada tan intervencionista como canallesca del Gobierno por apoderarse de la empresa Papel Prensa, ni el afán oficialista de someter a los medios periodísticos por la vía del ahogo financiero o de la distribución absolutamente discrecional de la publicidad oficial, ni las amenazas de funcionarios capaces de equiparar el ejercicio del periodismo con una actividad terrorista nos harán ceder.
En 142 años de existencia, La Nación ha sido una ciudadela desde la cual se han observado los motivos de progreso y de degradación del país. Ha abogado por la democracia republicana en medio de las expresiones más dictatoriales que haya conocido en su trayectoria y ha estado junto a los pueblos que se debatieron en las grandes deflagraciones de la contemporaneidad, por la causa de la libertad. Contra el expansionismo imperial en Europa, contra el eje concebido por los nazis, contra la orgía delirante del estalinismo apoyado desde aquí, dicho sea al pasar, por las últimas rémoras de un renovado fenómeno político folklórico que ha quedado asociado a cuanta novedad totalitaria se haya abierto en América latina, llámese castrismo o chavismo.
Esa larga experiencia ha demostrado que no hay males que perduren indefinidamente. Aun en los momentos de mayor distracción ciudadana respecto de los problemas que comprometan su destino, se agitan fuerzas y sentimientos dispuestos a preservar el sistema de valores en los que se ha fundado una sociedad. Los pueblos no se suicidan alegremente, de modo que la sana reacción ha de llegar, más tarde o más temprano, pero ha de llegar porque el instinto último de preservación es la regla que no caduca en los pueblos jóvenes como el nuestro.
Llegará el momento en que la historia dará pruebas de la grandeza de la mayoría de la prensa argentina, que, incluso con sus equivocaciones, viene resistiendo los atropellos.
A mayor tortuosidad de los procedimientos aplicados a castigar a la prensa independiente, mayor será la templanza en el viejo y probado espíritu de nuestro diario, cuyo sostén son las generaciones de lectores, que siguen creciendo tanto a través de sus ejemplares en papel como de su edición digital. A esas generaciones, en las cuales se cimienta la fortaleza de La Nación, vaya nuestro agradecimiento.