Por: Ivana Romero*
Estuve en la plaza del Congreso, junto a compañeros de Tiempo Argentino que cubrieron el acto que se hizo allí en memoria de José Luis.
Aunque el acto también resultó en memoria de muchas otras personas. Había una bandera con los muertos de Cromañón. Al lado mío también había un señor que pedía justicia por Rubén Carballo, el chico que murió por golpes de la policía en el recital de Viejas Locas en 2009. El señor llevaba la foto de Rubén colgada sobre su pecho. Y llevaba en alto un cartel sostenido por cartones y cintas adhesivas, muy precario el cartel, muy amoroso, muy triste. El señor tenía unos ojos muy parecidos al chico de la foto. Y estaba con un nenito de unos ocho años con un corte cool, gel en el pelo, zapatillas fosforescentes. Un pichón de rocker. Había una banda de rock tocando porque, como dijo Gladys Cabezas, José Luis amaba la vida y la música.
Durante el acto Gabriel Micchi sostuvo que el hecho de que los asesinos de Cabezas estén libres a pesar del dictamen de prisión perpetua es una de las mayores vergüenzas de la historia reciente de nuestro país. Y Gladys comentó que en la cava de Pinamar donde apareció el cuerpo calcinado de José Luis, por estos días aparecieron destruidas todas las cruces y las flores, inclusive la cruz que su madre había plantado y donde, decía, hablaba con su hijo. Gladys dijo que eso no lo hizo la gente que visita el lugar sino otra gente. O sea, me parece, que la impunidad es peligrosa para la memoria y para el presente.
A José Luis lo asesinaron cuando comencé a estudiar Comunicación Social en Rosario. Ese verano, en febrero, mientras me preparaba para los primeros finales de mi carrera universitaria, salí a la calle como miles en todo el país para pedir justicia. Quince años después, había poca gente. Pero de todos modos, creo que hay varias formas de mantener viva la memoria de Cabezas. Saber que él fue un laburante de prensa, reivindicar esa condición, por ejemplo. Mientras trabajé en Perfil varios fotógrafos me contaban cosas de él. "Era un tipo común que le gustaba su trabajo", me repitieron distintos fotógrafos en distintas oportunidades. Ni mártir, ni héroe de alguna causa difusa: laburante. Aunque en el hall de Perfil hayan colgado una gigantografía con sus ojos, en los que varios que pasan por allí no pueden ni mirarse.
Cuando muchos años después de recibirme, atravesaba ese hall todos los días, pensaba que los ojos de José Luis son los ojos de advierten sobre la necesidad de seguir construyendo una conciencia colectiva como trabajadorxs de prensa. Eso es lo único que no nos preserva del horror pero nos ayuda a atravesarlo y a resistirlo. Por eso estuve ahí esta tarde. Por eso quiero compartir estas cosas con ustedes. Porque lxs periodistas somos las/los primeras/os en contar las historias de nuestra sociedad, las buenas y las trágicas. Eso no nos preserva del horror pero nos ayuda a atravesarlo. Y a resistirlo.