A raíz de la decisión del gobierno de Cristina Fernández de estatizar el sistema privado de jubilación, el periodista Jorge Lanata escribe una carta de navegación para entender a la elite argentina responsable de estas acciones que, cada cierto tiempo, se toman las noticias y no dejan de causar sorpresa. ¿Cómo operan, qué buscan y en qué piensan los que mandan en Argentina? Aquí algunas claves.
Por Jorge Lanata
El "juego nacional" de naipes, en la Argentina, es el truco. Está basado en el engaño: se trata de hacerle creer al adversario que uno tiene más de lo que en realidad posee. El truco es de origen árabe, y se jugaba en la España medieval con el nombre de truque o truquiflor, una voz portuguesa que significa "trampa". Escribió en los 60 el sicólogo Julio Mafud: "Es el único juego que le permite al argentino ser como quiere ser, en su mundo la ficción es igual a la realidad". Argentina navega, desde los comienzos de su historia, en esas aguas duales: ha sido desde siempre el país del mañana, un mañana que nunca llega. Algo así como niños prodigios que finalmente terminan con pelos en las piernas y sin ningún futuro.
El país de los cuatro climas, de la extensión, de la riqueza ilimitada, se hunde hace décadas en el desasosiego. A veces la vida aquí toca fondo, y recién entonces Argentina vuelve a salir a flote para otra vez caer cumpliendo el destino circular de algunos cuentos de Borges. Argentina está llena de argentinos: personas que confían en su tierra sólo un poco más que en un desconocido. Ciento cincuenta mil millones de dólares, el ahorro argentino no declarado en impuestos, está en el exterior. La cifra es sólo un poco menor al monto total de la deuda externa: pedimos prestado lo que ya tenemos, pero no nos animamos a arriesgar.
Los argentinos no asociamos la idea de cambio con la idea de trabajo: el cambio aquí se vincula al pensamiento mágico, todo cambiará de la mañana a la noche, sin motivo, sin esfuerzo, porque así debe suceder. Y luego nada cambia, y la rueda gira. Así tenemos, muchas veces, melancolía de lo que nunca va a suceder. Es este un país aluvional que ha hecho propios los defectos de los inmigrantes: el miedo al ridículo, la mentalidad de saqueo, el "hacerse la América", la eventualidad. Argentina es un país sin autos descapotables: la fortuna no debe mostrarse porque vive bajo estado de sospecha. Los argentinos pudientes exilian sus coches deportivos en Punta del Este y deambulan por Buenos Aires como abuelitas discretas.
Les tocó a dos extranjeros escribir los mejores retratos sobre la Argentina: José Ortega y Gasset y Witold Gombrowicz, un filósofo español y un escritor polaco. Ortega observó a principios del siglo XX que aquí "cada cual vive de sus ilusiones como si ya fueran una realidad". Creemos que somos lo que queremos ser. Al escritor polaco le preocupó la vida cotidiana: los argentinos no saben divertirse en las fiestas, están todo el tiempo pendientes de lo que el otro lleva, toman café y poco alcohol, no se abandonan, nunca se dejan llevar porque, en el fondo, le temen al espejo.
Aquello de que "los pueblos tienen los gobiernos que se merecen" puede sonar injusto hacia los que nunca eligen: en los países del Sur, un tercio de la población es en general subpobre, y no tiene lo que se merece, sino lo que le tocó en mala suerte. La frase debería ser reformulada: las clases media y alta tienen lo que se merecen, lo que supieron construir. Argentina ya lleva más de cinco años gobernada por el doble discurso del gobierno K: el matrimonio Kirchner habla como si bajara de la Sierra Maestra, pero lleva adelante una política conservadora y básicamente peronista. Explicar el peronismo es una tarea ciclópea y condenada al fracaso: una noche de 1987 me pasé cuatro horas intentando hacerlo después de una cena con el entonces ministro de Economía español, Carlos Solchaga. Ya en los postres ni yo sabía de qué estábamos hablando. Néstor Kirchner llegó al gobierno en 2003, después de la renuncia de Carlos Menem, a participar de un ballottage y con un escaso porcentaje de votos positivos: el 22%. Su prioridad en los primeros años de gobierno fue cooptar al peronismo, algo que logró con relativa rapidez, "comprando" a la mayoría de los gobernadores, antes menemistas y ahora fervorosos K.
El peronismo es disciplinado y respetuoso de las jerarquías: todos van allá donde va su jefe. Y si su jefe cambia, todos van donde su nuevo jefe. Así, el presidente que denostaba en la tribuna electoral al neoliberalismo y al capitalismo salvaje, terminó rodeado de ex funcionarios menemistas en etapa de reconversión y arrepentimiento. La retórica del Kirchner público tenía -y tiene- una rémora setentista: se conmueve con las Madres de Plaza de Mayo, aceleró los juicios por violaciones a los derechos humanos y volvió al poner el rol del Estado en el centro de la agenda política. La economía mundial ayudó: el precio de los commodities estaba en alza y la macroeconomía creció a lo que el gobierno denominaba "tasas chinas". Pero el plan económico de los K estaba basado en un sola medida concreta: mantener el dólar artificialmente alto.
En el campo internacional, el mismo presidente que fustigaba al Fondo Monetario o a los organismos de crédito se convirtió en el mejor pagador de la deuda externa: US$ 26.000 millones, más que Menem, Alfonsín o De la Rúa. Y lo que parecía una reactivación del rol del Estado, terminó siendo parte de la estrategia electoral: distribución indiscriminada de subsidios, compra de votos a cambio de planes sociales, público rentado en los actos, y concesiones millonarias a los amigos y a la tropa propia. La corrupción K fue original: no pedían coimas del 30 ó 40 por ciento como en los mejores tiempos de la exageración menemista, sino que pactaban con las empresas una silla en el directorio. Así se convirtieron en "socios" de la reactivación económica: varias empresas del sector energético, constructoras, algunos medios de comunicación, el negocio de los juegos de azar y la gigantesca petrolera YPF Repsol fueron compradas en todo o en parte por funcionarios "pingüinos".
La economía siguió tan concentrada como estaba durante el menemismo y el proclamado rol del Estado asistencial terminó atendiendo a los amigos: el gobierno intentó congelar los precios subsidiando a las empresas del sector alimentario (1.400 millones de pesos argentinos el 2007), a la agroindustria (1.502 millones), a las aerolíneas (para evitar el aumento de tarifas), a las generadoras eléctricas, la importación de gas y gas oil, y a trenes y colectivos para sortear los aumentos del boleto. Sólo el dinero entregado a los conglomerados alimenticios equivale al presupuesto anual para ciencia y técnica y a un tercio de lo destinado al pago de planes sociales. Pero la Ley de Murphy se cumple religiosamente y la inflación irrumpió de todos modos.
El gobierno decidió entonces secuestrar al mensajero: intervino el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos y comenzó a adulterar los índices oficiales. Lo hizo sin ningún disimulo y con un aliciente extra: varios pagos de la deuda externa estaban atados a la inflación local. La inflación real proyectada para fines de 2008 llega al 30%, mientras la oficial se mantiene en un dígito. Dos países, dos discursos, dos índices.
Pero la realidad, claro, sucede: entre los subsidios y el dinero que a diario sale del Banco Central e inunda el mercado para detener el aumento del dólar, el Estado se descapitaliza con velocidad. Es entonces cuando la presidenta C y el presidente K deciden tomar por asalto la caja de la jubilación privada.
Clinck, caja
El desfase de las cuentas públicas se estima, para el año próximo, entre 12.000 y 13.000 millones de pesos argentinos. El precio de los commodities cae en el mundo y eso conlleva menor recaudación por retenciones a las exportaciones. La actividad económica se desacelera, y la fuga de capitales de los últimos meses asciende a unos US$ 20.000 millones (fue de US$ 24.000 millones entre mediados de 2001 y julio de 2002, en plena crisis terminal del gobierno de la Alianza). La baja del precio de la soja representará, en 2009, 4.000 millones menos de ingresos, y entre dos y tres mil millones la recaudación afectada por la recesión. Y la frutilla del helado: el próximo es un año electoral, y el gobierno calcula en unos 4.000 millones sus necesidades para llenar de luz el cuarto oscuro.
"Ya vuelve la inflación alta y la ausencia de crédito -escribió el ex ministro de Economía menemista Domingo Cavallo en su blog de internet-. La administración del precio del dólar en el mercado oficial permitirá que la inflación no se descontrole… por un tiempo. Pero luego de meses y quizá uno o dos años de vivir con una brecha grande entre el dólar oficial y el paralelo, vendrá un ajuste tipo Rodrigazo". La referencia de Cavallo desveló a sus lectores: el 4 de julio de 1975 el ministro de Economía Celestino Rodrigo dispuso un brutal ajuste en los precios, duplicándolos, lo que significó el comienzo del fin del gobierno de Isabel Perón. Rodrigo intentó eliminar la distorsión de los precios relativos con una fuerte devaluación de 160% en el cambio comercial y 100% en el financiero. La inflación llegó a tres dígitos anuales y los precios se multiplicaron en un 300%.
Cavallo, dicen algunos, sangra por la herida: el proyecto que los Kirchner decidieron desarmar, el de las AFJP, es de su autoría. "El negocio de la jubilación privada en Argentina sólo puede sostenerse con el Estado bobo como socio", escribió esta semana el economista Maximiliano Montenegro, en el matutino Crítica de la Argentina. "Así fue diseñado a mediados de los noventa por Domingo Cavallo y un grupo de banqueros como asesores. Los trabajadores derivan sus aportes (11% del salario) a las cuentas de capitalización y dejan de financiar al Estado, que paga las jubilaciones. El Estado emite deuda (a tasas elevadas), bonos que compran las AFJP con los recursos que antes el Estado recibía sin costo alguno. Las AFJP cobran una comisión que llegó a ser entre un tercio y la mitad del aporte -lo cual disminuye sensiblemente la jubilación futura- por actuar de intermediarios. Se les paga del salario del trabajador para que adquieran bonos emitidos para financiar el agujero que las propias AFJP causaron. Lo que ahorran las AFJP es lo que desahorra el Estado. En esa calesita, un solo participante se lleva la sortija".
De hecho, de los 9,5 millones de afiliados a las AFJP sólo 3,6 millones aportan regularmente. Esa gran mayoría de empleados en negro no van a tener derecho a ninguna jubilación en el futuro, aunque todo el mundo descuenta que será el Estado el que tenga que rescatarlos y ofrecerles una jubilación mínima o un seguro social.
Grupo de familia
El matrimonio K cometió los mismos errores que en los albores de la crisis del campo: tomó una medida estructural sin realizar consulta alguna, ni con la oposición ni con la tropa propia. Ahora enfrentará en el Congreso la posibilidad de que el proyecto caiga por su propio peso. Pero en ese caso no sería un remake de la Guerra Gaucha, sino una secuela trágica: si el Parlamento no aprueba la nacionalización de las jubilaciones, el presidente y la presidenta estarán en serios problemas.
Con las AFJP intervenidas y en medio de la "oportuna" entrada a escena de un juez federal que comenzó a investigarlas, el tema tampoco se agotará en el recinto de los legisladores: muchos observan esta medida del gobierno como una exacción y promoverán juicios que en algún momento de su apelación llegarán a la Corte Suprema.
La medida desató, a la vez, una tormenta de críticas en el exterior: en paralelo con su anuncio en la Argentina, la Bolsa española se derrumbó y la prensa bautizó al fenómeno como "el efecto Tango". Los analistas económicos coinciden en adjudicarle a la medida el descenso de al menos 4 de los 8 puntos de caída del IBEX, que continuó aunque aminorado por algunos días. La prensa mundial no se ahorró crítica alguna y el coro de las empresas lapidó a los K, augurando un porvenir de inversiones cero.
-No lo estamos haciendo para lograr "caja"- dijo la presidenta cuando anunció las medidas.
Pronunció, en ese discurso, la palabra "caja" al menos cuatro veces.
Ya se sabe cómo somos los argentinos.
Fuente: Revista Qué Pasa