La Fundación de García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano organizó en Madrid, en colaboración con la Corporación Andina de Fomento, la multinacional Cemex y la Fundación Carolina, un seminario sobre medios y democracia. Expusieron Rosental Alves, Jean-François Fogel, Gumersindo Lafuente, Germán Rey, Clóvis Rossi, Sergio Ramírez, Mónica González, Geraldinho Vieira, José Salgar, Hermenegildo Sábat y Horacio Verbitsky.
Por Horacio Verbitsky
Para el periodista brasileño Rosental Alves, pionero latinoamericano del periodismo para Internet con la edición on line del Jornal do Brasil, estamos viviendo una transformación sólo comparable a la de Gutenberg, que desencadenó el Renacimiento y la revolución industrial. Con la misma alegría con que desafina una canción de Chico Buarque para explicar por qué la Fundación Carolina lleva ese nombre, Rosental recorre el mundo con su exultante visión sobre el periodismo digital. A su lado, el francés Jean-François Fogel, quien asesoró en su transformación digital a Le Monde y ahora está trabajando con el New York Times, parece un sombrío racionalista, con su barba rala de juez argentino. Sin embargo, cree que el diario dejará de contar aquello que pasó ayer y que ya todo el mundo sabe, pero seguirá siendo el lugar de debate de una sociedad sobre sí misma. Ambos son miembros del Consejo Rector de la Fundación de Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI, para los enigmáticos amantes de las siglas) y compartieron un panel en la Casa América con el periodista español Gumersindo Lafuente, quien trabajó en la edición en papel de El País y dirigió la edición digital de El Mundo, que es como haber jugado en River y en Boca. Luego creó el sitio soitu.es, cuyo rigor periodístico y caudal publicitario lo hace engañosamente parecido a un diario. En Internet hay muchísima información falsa, pero el propio sistema la depura, “con nuestro oficio filtramos el rumor de la noticia”, dice. Por eso el periodista seguirá siendo importante para el funcionamiento de la democracia, aunque el papel de los medios en Internet “será nulo. La pregunta sigue siendo quién pagará el almuerzo”. Blanco como una ricotta, el binario cartesiano Fogel responde: “O se vende contenido a la audiencia o se vende la audiencia al anunciante. Igual que con la radio, cada nuevo oyente no aumenta los costos pero sí los ingresos”. Rosental se burla de quienes temen la desintermediación que Internet propicia. “En 1530 se decía lo mismo que ahora, que había miles de panfletos mentirosos, que sólo los monjes deberían estar autorizados a publicar. Estos son los dolores del parto de algo grandioso”.
Un bien público
En el panel siguiente sacó las primeras chispas el analista colombiano de medios Germán Rey, al mencionar una encuesta de Naciones Unidas según la cual en América Latina hay demasiada gente dispuesta a soportar un gobierno autoritario siempre que le solucione sus problemas económicos. O dicho de otra manera, la democracia no ha demostrado que eduque, alimente y cure. Germán, cuya primera profesión es la de psicólogo pero que con su flequillo que le cae sobre el rostro como a un perro de aguas es en realidad un filósofo de la cultura, se pregunta si los medios no se han convertido en actores en vez de representantes, cuál es su relación con los grupos económicos y quién los fiscaliza a ellos. Cuando ciertas decisiones ya no las toma la política sino la economía, donde además de actores nacionales hay que contar con los internacionales, la vieja relación entre información y gobernabilidad cambia: cada vez menos es un problema de empresas mediáticas y cada vez más de empresas tecnológicas. Se produce también un desplazamiento del concepto de ciudadanía, de una democracia de representación a una de ciudadanos. Pero cuando Germán habla de libertades civiles, de responsabilidad social y papel de los medios, habla de todos los ciudadanos, no sólo de los medios de comunicación, porque la información es un bien público que compete a toda la sociedad. En América Latina se daba por sentada la exclusión de los no ilustrados, las fidelidades partidarias y la analogía entre lectores y sectores hegemónicos. Pero a partir de 1930 la radio, la televisión e Internet fueron rompiendo esta limitación. “Las audiencias son mutantes, fluidas y anfibias”, dice Germán divertido con la sorpresa por la elección de cada palabra. A través de esos medios, los no ilustrados se van incorporando a los proyectos de modernidad, salteándose la escritura ilustrada. Por último, hay nuevas experiencias ciudadanas que rompen la dicotomía entre regulación estatal o autorregulación de los medios, porque la ciudadanía busca participar en forma crítica por medio de observatorios, veedurías o ligas de televidentes, que constituyen un movimiento ciudadano de derecho civil a la información.
La basura en el ojo
El escritor y ex vicepresidente sandinista de Nicaragua Sergio Ramírez se dedicó más a los gobiernos que a los medios y se preguntó qué une o desune a la nueva izquierda latinoamericana. Las diferencias sobran pero sólo una le parece decisiva: la aceptación de la alternancia en el poder o la voluntad de continuismo. “Allí se borra la frontera entre izquierda y derecha”. La idea del líder insustituible no es precisamente de izquierda, “viene desde el oscuro fondo de la historia de América Latina, del profundo abismo de la sociedad patriarcal, cuando el terrateniente se convirtió en líder militar y luego en presidente perpetuo”. Desde el siglo 19, ha sido “fuente de vicios, de corrupción, de confrontación, de violencia, de pobreza”. Los medios son “la peor basura en el ojo” de este intento. La democracia implica transparencia y control y los medios son capaces de fiscalizar a los que gobiernan. “Si todos los poderes se confunden en un solo puño, aunque sea un puño de izquierda, que se abre para regalar a los pobres, es más fácil que surjan fortunas ilícitas y que los que proclaman la redención de los pobres se vuelvan ricos de la noche a la mañana. Y todo es más fácil si nadie lo sabe”. Sin embargo, Sergio recuerda que “la realidad modifica las intenciones” y que “frente a las propuestas radicales sobreviene la polarización”. Los cambios de poder en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua se han dado por la vía de los votos y no de las armas. Por lo tanto “la voz de los ciudadanos debe ser oída y no pueden obviarse los mecanismos institucionales, por mucho que se los someta a manipulación. La democracia viene a ser así un proceso irreversible y junto con ella la libre opinión y la libre información”. Pero ese espacio de la multiplicidad de opiniones es algo que habrá que defender siempre. “Nunca ha sido un regalo de los dioses sino un bien terrenal, que ha costado no poca sangre”.
Lejos del asfalto
Geraldo Vieira es la imagen del brasileiro cordial. Más que los periodistas le gustan las personas comunes. Dirigió una agencia de noticias por los derechos de la infancia y publicó un libro cuyo título dice mucho de su pensamiento: “Complejo de Clark Kent. ¿Son superhombres los periodistas?”. El papel del periodismo es fiscalizar a los poderes, por medio de la investigación sobre los intereses públicos. Pero los medios de comunicación están entre los representantes del público menos transparentes. Ante su tendencia al monopolio, la gran esperanza para la participación ciudadana está en Internet. Para saber si el periodismo promueve la democracia, Geraldinho dice que hay que fijarse a quién da cabida. En Brasil hay muchos actores sociales no legitimados por los medios, donde sólo aparecen como amenazas; son los extraños, los sin tierra, los indígenas, los discapacitados, los inmigrantes, los villeros, a quienes aun en su encantador portuñol les llama favelados. Como no son consumidores, la lógica empresarial los excluye. En los medios la cobertura de los movimientos sociales es muy pobre y la ciudadanía no puede hacer oír su voz. “Les pregunto a los periodistas cuántas veces han ido a cubrir noticias en lugares donde no hay asfalto. Muy pocos, muy pocas veces. Por lo general cubrimos los asuntos de palacio. Para mí en una reunión de pauta la primera pregunta debería ser ¿cuál es el hecho nuevo?, la segunda, ¿cuáles son las tendencias? Y la tercera ¿cómo podemos investigar el futuro?” Como lo plantea la FAO al discutir la necesidad de un programa de seguridad alimentaria, para quienes viven donde no hay asfalto, “7 por ciento más o menos de arroz es una cuestión de supervivencia”. Sin ninguna repercusión se publicó un informe aterrador del Pentágono: en la próxima década morirán de 30 a 40 millones de seres humanos en las guerras por alimentos y recursos naturales. “¿Escuchará el periodismo a esos actores, o será darwinista y ayudará a construir tal clase de democracia?”
El gigante preantiguo
A sus 87 años, José Salgar pasea por el mundo su mujer mucho más joven y su leyenda como el maestro de García Márquez. Le dicen el Mono, porque así llaman en Colombia a los rubios. “Cuántos más años tengo, más corto escribo”, dice en el último panel. No le gustan los periodistas picapleitos que agregan apasionamiento personal o de intereses y caen en excesos como juzgar y condenar. Todo tiempo futuro le parece mejor y bendice a la crisis “si hacemos mejores periódicos”. Clóvis Rossi es el gigante bondadoso de la Fundación. Sus casi dos metros de altura han recorrido casi todo el mundo porque además de escribir su columna en La Folha de Sao Paulo quiere estar en la primera línea para que nadie le cuente los hechos. Frente a la posmodernidad se define como preantiguo y parafraseando una frase célebre de la transición española recuerda que contra las horribles dictaduras “vivíamos mejor, porque sabíamos en contra de qué estábamos. Éramos pro-democráticos. Ahora llegó el futuro y demócratas se dicen todos, incluso muchos de los que trabajaron para la dictadura”. Ser demócrata ya no basta para poner a nadie en el bando de los buenos. Clóvis recordó el slogan de Raúl Alfonsín en 1983 y dijo que lo hubiera votado, porque entonces estaba claro que ser bueno también era querer más igualdad y menos pobreza. Después buenos y malos, derecha e izquierda, coincidieron en los caminos para lograr esa meta, como el Consenso de Washington, el pensamiento único o las recetas neoliberales. Un intelectual socialdemócrata como Fernando Enrique Cardoso y un ex obrero y sindicalista como Lula “no difieren en proyectos de país. Se pelean a muerte por el poder, no por el bien público. Hasta me da vergüenza usar esa expresión, cuando ni la estabilidad política y económica ni el crecimiento fueron capaces de crear una democracia en que se coma más y mejor y en la que no haya que ver en Sao Paulo, la ciudad más rica de América Latina, a los cartoneros empujando sus carritos como burros de carga, una escena que remite al medioevo en pleno siglo 21”. Clóvis constata que se redujo la pobreza pero no la desigualdad, y se pregunta dónde están hoy los buenos. ¿O todos son buenos y con paciencia algún día llegará el paraíso? “Yo no la tengo ni creo que sea una virtud en el periodismo”. Por eso se reserva el derecho de elogiar “sólo cuando un gobernante va más allá del deber, cosa que ninguno de los cinco presidentes de la democracia hizo”. Reducir la pobreza es una obligación elemental en un país que está entre las primeras diez economías del mundo, pero en el puesto 60 o peor en el índice de desarrollo humano. “Mi ejercicio de dignidad en el periodismo en democracia es pedir a los gobernantes que pongan en su agenda lo imposible, para ensanchar al máximo los límites de lo posible”.
Callar, ocultar o disfrazar
El turno siguiente fue para la chilena Mónica González Mugica, la única mujer que hasta ahora ganó el premio homenaje de la Fundación de García Márquez. Por investigar los crímenes de la dictadura y los negocios de Pinochet la mandaron a una cárcel de hombres. En democracia dirigió los diarios La Nación y Siete y ahora codirige el Centro de Investigación e Información Periodística CIPER Chile. Su investigación sobre el asesinato de Prats en Buenos Aires fue uno de los hilos que condujo al apresamiento de Pinochet y la identificación de su red de sicarios. Su libro La Conjura es el mejor retrato del dictador, antes y después del golpe. La democracia es mejor que la dictadura porque cuando para un auto en la puerta uno sabe que no vienen a llevárselo sino que una pareja hará el amor. Pero sus desafíos no son fáciles. Las dictaduras militares fueron instigadas y sustentadas por los poderes económicos locales y transnacionales. Ese mismo sector se consolidó con el retorno a la democracia. Como empresas comerciales los medios de comunicación fueron parte de ese proceso, sostuvieron a las dictaduras y hablaron de “presuntos desaparecidos”. Los propietarios de esos medios y los periodistas que mintieron no van a la cárcel, nadie los interpela, siguen siendo respetables y el poder que sostuvo al poder dictatorial les encomendó que hicieran el balance. Los periodistas somos privilegiados. Tenemos acceso a los hilos del poder, a veces nos adormecemos. “Me gusta la jarana, pero cuando la vida es sólo eso, se te tapan los poros, no viajas en transporte público, desconoces el alma de tu propio pueblo”. Los medios de comunicación han dejado de ser un poder real y con relativa capacidad de independencia, porque se han sometido o han sido digeridos por la dictadura del poder económico que concentra la propiedad de los medios. “Aprendí el periodismo de investigación con una pistola en la espalda”. Pero hoy la competencia no se da por la mejor investigación sino por captar la mayor tajada de la torta publicitaria y para eso “es necesario saber qué conviene callar, ocultar o disfrazar”. En Chile el 80 por ciento de los hogares pudo comprar lavarropas, pero eso no se cita. Ahí están las mujeres que votaron tener manos para acariciar a sus hijos o al ser amado. “¿Y si los periodistas no hablamos de esto, de qué hablamos?”
El hospital y los pobres
El cierre le correspondió a Hermenegildo Sábat. El gran Menchi resistió todos los embates para que contara su historia con la presidente CFK, disimulando como un caballero el fastidio que le provoca verse congelado en esa imagen. Comenzó con una cita de Oscar Wilde, para quien “el periodismo es ilegible y a la literatura no la lee nadie”. Por eso, en La Opinión, que cambió su vida, exigió publicar sin palabras, porque las palabras mutan. Tanto que Massera publicó “El futuro de la democracia”. También contó cuando tuvo que guiar a Lanusse en una exposición. “¿Ésa es la idea que usted tiene del padre?”, le preguntó con brusquedad el dictador. “Es mi padre, no el suyo”, replicó el artista. En la Argentina hemos conocido la manipulación, con revistas que publicaban la foto de una muchacha en bikini y debajo el título “La historia secreta de la guerrilla”, dijo. Para referirse a la constante influencia del dinero, Sábat recitó una copla española de hace siglos, que le escuchó a su padre:
“El señor don Juan de Robles, con bondadez sin igual ha donado un hospital, pero antes hizo los pobres”.
Agregó que no era ingenuo ni se quejaba. Pero “nuestro trabajo puede llevar a equívocos, como que elogien un pésimo dibujo mío”. Con melancolía concluyó: “Un hombre inteligente se recupera pronto de una derrota, pero un hombre mediocre no se recupera nunca de una victoria”.
¿Interés general?
La tensión entre medios y gobiernos es normal y saludable. Como declara Héctor Magnetto en su biografía oficial, El hombre de Clarín, la prensa “no asociada a intereses sectoriales, aquella que intenta representar a las grandes mayorías, resulta un elemento importante para el desarrollo de cualquier proyecto inclusivo”. La cuestión es determinar en qué medida existe tal “prensa no asociada a intereses sectoriales”.
Cuando Néstor Kirchner ganó la presidencia, el diario La Nación sostuvo en su tapa que el país había decidido “darse gobierno por un año”. El lector no sabía que Kirchner acababa de rechazar un pliego de condiciones que le presentó el firmante de ese editorial y subdirector del diario, Claudio Escribano: debía paralizar la revisión de los crímenes de la dictadura y reivindicar a las Fuerzas Armadas por “la lucha contra la subversión”; reunirse con las entidades de empresarios y adoptar medidas excepcionales de seguridad que dieran tranquilidad a la policía en su lucha contra el delito; denunciar las violaciones a los derechos humanos en Cuba, alinearse con los Estados Unidos en forma incondicional y visitar a su embajador. Si ese desayuno fue la salva de aviso, el editorial constituyó el primero de una incesante serie de disparos, encaminados a que la profecía se cumpliera.
Estos serían intereses sectoriales y no mayoritarios, que condicionan una línea editorial y explican una actitud militante. Pero los principales medios tienen también intereses propios, que no explicitan cuando entran en conflicto con “las grandes mayorías”, o al menos con la política de un gobierno elegido por la primera minoría, como prescribe el método democrático. Fuera de la Argentina es poco conocido que los dos grandes diarios del país son socios del Estado en una fábrica de papel: Clarín posee el 43 por ciento de las acciones, La Nación el 28,49 y el Estado Nacional el 28,51. Adquirieron esa participación en Papel Prensa en los meses que siguieron al golpe militar de marzo de 1976. El banquero David Graiver murió en un sospechoso accidente de aviación en agosto; en noviembre, con el beneplácito expreso de la junta militar, ambos diarios adquirieron sus acciones, que quemaban en las manos de los asustados familiares de Graiver. Pese a ello fueron secuestrados por el mismo poder militar con que las empresas periodísticas cerraron aquel trato. Su contador murió en la mesa de torturas, su mujer fue violada, sus demás bienes confiscados, bajo el cargo de haber hecho negocios con Montoneros. Menos sabido aun es que uno de los actuales representantes del Estado Nacional en el directorio es el jefe de gabinete de ministros, una anomalía que pone en evidencia la distorsionada relación entre el Estado y los principales medios.
En la última asamblea de accionistas de 2007, los representantes del Estado observaron el balance. Adujeron que Papel Prensa tenía quebrantos y no cumplía su plan de inversiones porque transfería las utilidades a sus diarios accionistas mediante un precio de venta subsidiado. A raíz del reclamo estatal, en enero de este año la tonelada para los accionistas aumentó un 30 por ciento, que de todos modos se reduce con la bonificación por cantidad y pronto pago a los accionistas. Bastó que el Estado reclamara por las pérdidas que esta política de precios lo obligaba a absorber, para que ambos diarios accionistas y los medios audiovisuales de uno de ellos sesgaran su cobertura periodística en forma ostensible. Esto se tornó extremo a partir del 11 de marzo, cuando los medianos y grandes propietarios agrícolas rechazaron un aumento impositivo de € 800 millones, dispuesto a raíz de las ganancias extraordinarias derivadas de la nueva situación del mercado de alimentos, tema que la próxima semana se tratará en la asamblea mundial de la FAO, a la que asistirán el secretario general de las Naciones Unidas y muchos jefes de Estado, porque profundiza la crisis alimenticia para los más pobres. El ariete del cuestionamiento a la decisión gubernativa fue el suplemento Clarín Rural. Lo que debería constar junto a cada nota de su director, el próspero ingeniero Héctor Huergo, es que tiene interés directo en la cuestión, dado que al mismo tiempo preside la Asociación Argentina de Biodiesel e Hidrógeno. Además, uno de los accionistas de Clarín es el principal exportador argentino de arroz. Clarín y La Nación también son socios en otra empresa, Expoagro, donde presentan sus bienes y servicios los grandes actores del agronegocio, como Monsanto, Cargill, Dreyfus, Syngenta o Bunge. Este año ocupó una superficie de 600 hectáreas, nada más que por venta de entradas se pagaron 800.000 €, allí se concretaron ventas de maquinarias y vehículos por € 110 millones y se acordaron créditos bancarios por € 63 millones. Nada de ello fue informado por ambos diarios-socios del sector en conflicto. Cuando publiqué esta información escribí en PáginaI12 que al Foro de Periodistas Éticos, FOPEA, no le preocupó esta cruda connivencia de intereses. Los colegas de FOPEA me respondieron con preocupación que sí se habían pronunciado: dijeron que tanto las empresas de medios como sus avisadores agropecuarios presionaban a los periodistas para que su cobertura fuera adversa a la posición oficial. Pero ningún medio publicó su comunicado. Como también el gobierno presiona a periodistas en el sentido contrario, se afecta el acceso de la sociedad a la información, “sin que medien intereses particulares que puedan condicionarla”, dijeron los periodistas éticos. El gobierno no se privó de zamarrear a Clarín por su cobertura tendenciosa y el resultado fueron dos caídas paralelas, en la popularidad de la presidente CFK y en la capitalización bursátil de las acciones del Grupo Clarín: en lo que va de este año perdieron el 38 por ciento de su valor. Para la democracia es tan vital la fiscalización del poder por los medios de comunicación como la certeza de que esos medios defienden el interés de las grandes mayorías y no el de sectores con los que están asociados o de los que forman parte.
* Extractado de la ponencia presentada en el seminario sobre medios y democracia, organizado por la FNPI en Madrid.
Fuente: Páginal12