Miguel Carbajal
La Argentina es un gran mercado persa: todo se vende, todo se regatea. Los carteles de los precios están a la vista y lo exhiben los políticos, la policía, el deporte, las Madres de Mayo, la justicia y los empresarios. Existen sospechas de corrupción en torno a todos. ¿Quién paga los precios? La maldita soja. Eso dicen los analistas políticos.
Desde el corazón de la Pampa húmeda brota la riqueza a la que todos manotean. El dinero fácil llega también a la gente del espectáculo. Para eso están. El gobierno setentista y la soja, otra vez, aterrizaron en medio de la música. Los conciertos en la Casa Rosada establecen una especie de guía porteña de la festividad. Nadie se niega a tocar en la casa de los Kirchner. Los apoya el astuto manejo que han hecho de los derechos humanos.
Estela de Carlotto y sus colegas pueblan de pañuelos blancos las comitivas internacionales, figuran entre los probables postulados a un Premio Nobel (sus contubernios con lo gubernamental las pueden alejar de ese sueño). Sus compañeras de reparto cuentan con una universidad y varias fundaciones. Dentro de ese contexto hasta los cantores más radicales se prestan a la postal conciliatoria.
León Gieco sigue sin entregarse del todo pero está más cerca de los Kirchner que del campo, esa falsa dicotomía. Mercedes Sosa es otra cosa. El único sonido capaz de rivalizar con la Catarata del Iguazú cuando cae desde las alturas, ha sido una folclorista sui generis. Gente con memoria puede recordar su pasaje por el Montevideo de los Sesenta como animadora de las vinerías de entonces. Con una voz como la suya y su bagaje militante no tuvo problemas para triunfar. Cuando vino la dictadura militar argentina terminó exiliada en el Olympia de París. Como reconocimiento Mirtha Legrand le decía "señora", cuando la llevaba a sus almuerzos, como sinónimo del talento exportable. Y rivalizaba con todos, con sus oropeles europeos. Se convirtió en la voz de la patria, grabó el último himno y ahora actúa sentada por problemas de la columna vertebral. Tiene la garganta intacta y un ego difícil de manejar. Está cada vez más lejos de su pasado norteño y su tono provincial. Pero es menos independiente de lo que cree, víctima de sus ataques de vanidad. La pierden la fama y el aplauso oficial. Y le salió un rival con mañas.
Los Nocheros se adueñaron de la argentinidad profunda en los últimos tiempos. En uno de los últimos festivales de Cosquín se hizo un cortocircuito y demostraron que usaban el play-back. Estuvieron durante largos minutos haciendo mímica mientras el sistema de sonidos había entrado en crisis.
Y ahora otra vez lo de Charly. Vive de escándalo en escándalo y de internación en internación, pero la prensa le perdona la vida por un falso nacionalismo. Es un fenómeno tipo Maradona: sólo Argentina lo tolera.
Ha sido el único episodio independiente que se mostró en la Argentina de la guerra entre los Kirchner y el campo. No parece una buena alternativa. Pero es lo que hay, como dice Kessman.
Fuente: El País, Uruguay